La Intifada española del dos
de mayo de 1808: lecciones para la Intifada palestina
Agustín Velloso
La nueva Intifada palestina llega día tras día a las pantallas
de nuestra televisión desde hace varios meses. A pesar de la abundancia
de información, en España -y en general en Europa y los Estados
Unidos- este levantamiento popular aparece muy distorsionado.
Para presentar mejor esta lucha que parece tan compleja a los españoles,
en lugar de explicar aquí la situación en Palestina, quizás
baste con recordar a éstos su propia historia. No son pocas las similitudes
que se pueden encontrar entre lo sucedido en España entre 1808 y
1813 y lo que ocurre en Palestina desde hace muchos años y que se
manifiesta con mayor crudeza en las épocas de revueltas, por ejemplo
la de 1987-1993 y la actual.
Lo que se conoce como "el dos de mayo", que todos los españoles
estudian en la escuela como uno de los episodios más característicos
e importantes de la historia nacional, es el levantamiento popular contra
la invasión francesa, el ejército de ocupación extranjero.
Igual que los soldados franceses ocuparon el territorio español,
los soldados israelíes -y con ellos los colonos armados- ocuparon
en 1967 Cisjordania, Jerusalén Oriental y Gaza. Lo que hace la población
ocupada en uno y otro caso es sencillamente combatir la ocupación
extranjera, es decir, ni más ni menos que ejercer su derecho nacional
a la resistencia.
El historiador francés Pierre Vilar, en su obra Historia de España,
critica lo que considera actitud farisea de los ingleses, quienes han mirado
a los españoles de la época por encima del hombro y cuya lucha
han calificado de "guerra inhumana". Decían que de ellos
que eran desorganizados, que hacían la guerra en grupos pequeños
e inconexos.
También decían que los españoles se tomaban la guerra
como algo personal, que la hacían de forma cruel, sobre todo mediante
la venganza con el cuchillo, lo que sin embargo Vilar justifica por lo que
llama "atropellos" franceses, lo que traducido a palabras actuales
sería el uso excesivo y desproporcionado de la fuerza contra la población
civil, o mejor aún la violación grave de los derechos humanos
de población civil protegida por el Convenio de Ginebra y las normas
humanitarias.
No es nada difícil ver en esas palabras, referidas a una lucha
de liberación nacional habida hace doscientos años, una descripción
de la situación actual. Los ciudadanos de un país tecnológicamente
avanzado, aceptan y "entienden" bien el uso de las armas propias
de su cultura y su estilo de guerrear. Eso sin contar con que el poderoso
tiene la razón de su parte y hace la ley a su gusto. Sin embargo,
la misma muerte causada por unas armas consideradas por ellos primitivas
o salvajes, les mueve a despreciar a los que las usan y a considerarles
inferiores, no sólo en lo militar, sino también en lo humano.
Cuando un helicóptero artillado vuela en pedazos un bloque de viviendas
entero de un campo de refugiados, a nadie -salvo a las víctimas-
se le ocurre considerar este ataque como terrorismo, sino como una acción
militar de precisión quirúrgica. Si esos habitantes se cubren
el cuerpo de dinamita y se lanzan contra un grupo de colonos, entonces esa
acción de guerra se considera primitiva militarmente y execrable
desde un punto de vista "humanista", propio de las sociedades
avanzadas.
Los cuchillos vengadores los usaban los resistentes cuando no había
dinamita, pero no es descabellado pensar que guardan un parecido con los
ataques de los suicidas. Los fusiles y los cañones los usaba el ejército
de ocupación porque no existían las ametralladoras y los misiles
guiados por láser, pero el fin era el mismo: doblegar a los habitantes
que no aceptan el sometimiento al invasor. Si un español era capturado
atacando a un francés con un cuchillo, pasaba luego a figurar en
el cuadro de los fusilamientos, de Goya, cuya reproducción se ve
en todos los libros escolares. Si un activista palestino es asesinado por
un comando camuflado israelí, su fotografía aparece al día
siguiente en las páginas web dedicadas a los "mártires
de la Intifada" y los jóvenes colocan el póster de la
misma en las paredes. Unos resistentes son los enemigos de Francia moderna,
ilustrada, laica, otros son enemigos de Israel avanzado, demócrata,
"europeo". La crueldad es propia de los enemigos, nunca de nosotros.
El terror es el que nos causa el enemigo con sus ataques, los nuestros son
acciones defensivas de la paz, de la seguridad, de los acuerdos.
De forma bastante curiosa, las palabras de Vilar encierran más
similitudes. Y no solamente las suyas. Parece que Carlos Marx observó
sobre la Guerra de Independencia que "en las guerrillas, actos sin
ideas; en las Cortes, ideas sin actos". Se diría que ambos hablan
de Palestina. La Autoridad Palestina se muestra más torpe y más
incapaz cada día que pasa. El pueblo palestino, más valiente
y más desesperado. Es cierto que los palestinos están desorganizados.
Por un lado, no parece que los ataques individuales vayan a vencer al enemigo.
Por otro, la Autoridad Palestina parece aceptar el hecho consumado de la
ocupación israelí y por ello negocia con el invasor una autonomía
de escaso alcance que aleja cada vez más el logro de la soberanía
nacional para los palestinos.
Los ocupantes franceses se reían cuando el alcalde de Móstoles
declaró por su cuenta la guerra a Napoleón, cuando la nobleza
colaboracionista pactaba con el invasor, cuando la división interna
entre los españoles les impedía juntar sus fuerzas contra
éste. No ha de extrañar que Israel se ría al ver que
en Palestina hay colaboradores en la propia Autoridad Palestina, escasos
comandos pobremente armados y una gran masa de resistentes sin armar. Estos,
además, como los españoles, se han rebelado últimamente
no sólo contra el invasor, sino contra el corrupto e incapaz gobierno
de Arafat.
Incluso si el periodista de actualidad internacional, o el comentarista
político, simpatiza lo suficiente con la causa palestina como para
no acusar de plano a los palestinos por defenderse contra la ocupación
israelí y la sangrienta represión que lleva consigo aquélla,
aún se desliza entre la opinión pública un buen número
de críticas tan injustas como ignorantes. Por ello, si de una visión
general de la Intifada se pasa a observar algunos de sus elementos en particular,
las comparaciones con nuestra Guerra de Independencia siguen arrojando mucha
luz sobre el conflicto palestino. En ocasiones se presenta el enfrentamiento
como una guerra de religión entre judíos y musulmanes. En
otras parece que se trata del derecho de Israel a su seguridad, a defenderse
de los atentados terroristas islámicos. En ocasiones se critica a
los padres palestinos porque permiten que sus hijos salgan a la calle a
provocar con sus piedras a los soldados israelíes. También
se dice que Israel ha hecho muchas concesiones y que tiene derecho a vivir
en paz, algo que los palestinos no están dispuestos a admitir con
sus exigencias. Uno otras otro, así ocurre con casi todos los elementos
del conflicto que se quiera abordar.
Según Federico Bravo, cuyo libro Del 2 de mayo al ferrocarril
seguimos a continuación (pp 55 y ss), cuando los madrileños
supieron que su Rey, Carlos IV, había cedido su trono a Napoleón
a cambio de una jugosa pensión, que los tratados hispano-franceses
no eran sino una claudicación vergonzosa ante aquél, y que
los nobles acudían a los bailes de gala de Murat, lugarteniente de
Napoleón en España, se iniciaron las movilizaciones. El propio
Arafat, los acuerdos de Washington y su corte de "tunecinos",
despiertan hoy similares sentimientos entre los palestinos. Arafat se ha
convertido en lugarteniente del primer ministro israelí, los acuerdos
de paz han liquidado la esperanza del Estado palestino y la camarilla de
fieles se reparte los monopolios de cemento, petróleo, tabaco y otros
bienes esenciales. La revuelta era por tanto contra el invasor y contra
el colaborador de aquél.
Por todo Madrid, escribe Bravo, se gritaba "¡mueran los franceses!"
Hoy día los palestinos gritan lo mismo y por ello se les llama extremistas
y enemigos de la paz. De la paz sionista, claro está, la misma ventajosa
paz a la que aspiraban los franceses para toda la Europa conquistada. Y
añade que como el pueblo no tenía armas, los hombres atacaban
con cuchillos y navajas. Por su parte, las mujeres, desde sus casas, arrojaban
tejas, piedras y muebles contra los soldados. Si eran acciones de defensa
legítima, ¿por qué los palestinos no pueden tirar piedras
-e incluso balas y dinamita- contra los que les tiran misiles, bombas y
les asedian en sus casas?
Por su parte, los niños, al amparo de las estrechas y tortuosas
calles madrileñas, hostigaban a los soldados, quienes a veces encontraban
la muerte ahorcados, arrastrados y acuchillados. Parece que estamos viendo
anticipadamente a los dos espías israelíes capturados en la
estación de policía de Ramala. ¿Qué historiador
español ha acusado a os padres de esos niños de ser inhumanos
por exponer a éstos ante los soldados franceses? ¿Qué
historiador israelí ha acusado a los habitantes del gueto de Varsovia
bajo dominación nazi de enviar a los niños con misiones expuestas
fuera del gueto? ¿Quién critica que el ejército israelí
se haya servido también de menores durante toda su existencia?
Más aún, todavía los palestinos pueden aprender
de la guerrilla española. En una ocasión en que un pelotón
francés se refugió del hostigamiento popular en una callejuela,
los españoles desarmados azuzaron a cuarenta mulos a base de apalearles
y los lanzaron contra los soldados, que al parecer murieron aplastados.
¿Es esto más inhumano que el ataque suicida? ¿Y éste
que el lanzamiento de un misil desde un helicóptero?
Parece que los niños son iguales en todas las épocas. En
su deseo de emular a sus mayores atacaban como podían a los franceses...
sin armas. Por ello arrancaban del suelo las piedras con las que se hacía
el pavimento. El nombre popular que se daba en la época a las piedras
era "peladillas del arroyo", y las tiraban con hondas de cuero
o de tela. La respuesta de los franceses era igual que la de los israelíes:
los abatían cuando podían. Y lo hacían a sablazos delante
de sus madres. Una de aquellas niñas asesinadas da nombre a una plaza
y uno de los más conocidos céntricos barrios de Madrid: Manuela
Malasaña. Si no los abatían, los juzgaban como a los adultos
y así los fusilaban junto a éstos.
También está la cuestión del fanatismo religioso.
¿No era el cura Merino uno de los tres cabecillas más famosos
de la revuelta? ¿No cantaban los guerrilleros para animarse antes
de sus ataques -y todavía se canta hoy en las fiestas españolas-
que "la Virgen del Pilar no quiere ser francesa, quiere ser capitana
de la tropa aragonesa...", y no portaban en sus ropas símbolos
católicos como para pedir la protección divina? Si algunos
comandos palestinos se encomiendan a Dios antes de una acción guerrillera,
¿qué importancia tiene esta invocación? ¿Acaso
alguien ha escrito que la Guerra de Independencia era una guerra de la religión
católica contra el ateísmo francés? No, era la lucha
de un pueblo por su liberación, y lo es hoy también en Palestina.
La historia enseña que la guerra de guerrillas es sencillamente
la única que pueden llevar a cabo los pueblos que no tienen ejército
regular, o que el que tienen está en inferiores condiciones que el
ejército oponente. Así sucedió en España y así
sucede hoy, en menor escala, en Palestina. La misma guerrilla que hicieron
los sionistas contra el ejército británico que controlaba
Palestina antes de 1948 y que incluyó todo tipo de acciones con sabotajes,
ejecuciones, bombas, atentados, matanzas indiscriminadas, etc. No se sabe
por qué razón los israelíes pueden considerar a los
protagonistas de las mismas como héroes nacionales, quienes dan su
nombre a calles y aeropuertos y son elevados a la presidencia del gobierno,
y los palestinos han de verse culpabilizados y castigados por intentarlo,
aunque de momento sin éxito.
El historiador español Miguel Artola, autor de La burguesía
revolucionaria (1808-1874), escribe que el asesinato de los soldados
rezagados se convirtió en práctica común. Aunque califica
la acción guerrillera de asesinato, no añade ninguno de los
adjetivos que adornan habitualmente las crónicas periodísticas:
extremista anti-francés, contrario a los acuerdos entre Napoleón
y Carlos IV, fanático católico, etc. Por su parte, los que
los usan no explican qué gana la información con esas descripciones
truculentas, ni tampoco por qué los asesinatos cometidos por los
israelíes -con y sin uniforme del ejército- no son cometidos
por fanáticos judíos, extremistas contrarios a las resoluciones
de las Naciones Unidas y terroristas asesinos de menores musulmanes.
Obviamente, el ejército invasor castigaba con creces estas acciones.
Se observa que el ejército de invasión no tiene límites
en su crueldad a lo largo de los siglos. La Orden del Día 4 de mayo
de 1808, firmada por Murat, dice que "todo pueblo en el que fuese asesinado
un francés será quemado." Sin embargo, no se recuerda
que Napoleón considerase este castigo colectivo como terrorismo de
Estado. De la misma forma, un ataque palestino contra los ocupantes por
la ocupación ilegal de tierra palestina, es vengado demoliendo barrios
enteros, arrancando cientos de olivos, sometiendo a pueblos enteros a bombardeos
y asedios y, por supuesto, ejecutando extrajudicialmente a los autores.
Se puede seguir con las comparaciones. Cambian las épocas y los
lugares, pero los seres humanos atrapados en ellos repiten, como no puede
ser menos, de acuerdo a sus propias circunstancias, los mismos actos violentos,
los que sean, como reacción a la violencia que se ha ejercido sobre
ellos en primer término: la ocupación y todo el daño
que se sigue con ella. A la postre, los nombres de los héroes españoles
y sus valientes acciones despreciadas por los ingleses por bárbaras,
figuran hoy en muchas calles y plazas de todas las ciudades de España:
Velarde, Daoíz, Ruiz, Malasaña, Móstoles, Alcalá
Galiano, Vicálvaro, Espoz y Mina, la Virgen del Pilar, Bailén,
Agustina de Aragón, los Sitios de Zaragoza, Independencia, etc. ¿Quién
asegura que los nombres de los mártires palestinos de las intifadas
no darán mañana nombre a las calles de Jerusalén?
Agustín Velloso Santisteban
|