Palestina

 

Editorial de Nación Árabe, núm. 44, Primavera de 2001

Palestina

 

Mientras el pueblo palestino mantiene su Intifada, los gobiernos árabes esconden su impotencia y sumisión a EEUU tras retórica, humillantes 'planes de paz' y mezquinas ayudas económicas

Palestina, abandonada a su suerte

Al cumplirse 53 años de al-Nakba (en árabe, El Desastre) -la creación del Estado de Israel en Palestina un 15 de mayo de 1948 y el subsiguiente primer éxodo de población palestina (ver en este número el texto conmemorativo del poeta palestino Darwix)- y ya nueve meses de Intifada, la estrategia del nuevo primer ministro Ariel Sharon para domeñar la revuelta palestina no ha dado el fruto esperado por la sociedad israelí que, mayoritariamente, votó a favor del plan diseñado por el Likud para zanjar la Intifada. Peor aún, la escalada bélica decretada por Sharon, con el bombardeo a mediados de abril de una estación sirias de radares en la Beqaa libanesa, amenaza con abrir nuevos frentes de confrontación en toda la región, lo que podría derivar en un conflicto de imprevisibles consecuencias. Esta escalada ha venido acompañada recientemente de las acusaciones lanzadas por Tel Aviv a Irán, a la que acusa de estar acondicionando una base de misiles en territorio libanés para atacar objetivos dentro de Israel. Por si fuera poco, fuentes militares israelíes han empezado a hablar con profusión de las ramificaciones de la "conexión terrorista" afgana-Ben Laden en Gaza y Cisjordania, en lo que parece un nuevo intento de internacionalizar el conflicto y de trivializar el contenido real de la lucha de liberación nacional palestina confiriéndole un matiz eminentemente terrorista-islamista. Esto último forma parte, por otro lado, de un discurso que complace a una Administración norteamericana empeñada en hacer de la anecdótica figura de Ben Laden el principal enemigo de los intereses occidentales en Oriente Medio.

No obstante, la estrategia de Sharon no está dando por ahora los resultados prometidos en la campaña electoral. La presión ejercida sobre los territorios palestinos no sólo no ha contenido la Intifada sino que ha provocado la reacción palestina, traducida en operaciones fulgurantes en el mismo Estado israelí y el ataque con morteros a los asentamientos, situación que ha puesto en duda la efectividad sharoniana para asegurar la sacrosanta seguridad del Estado sionista.

Al mismo tiempo, la repentina retirada del ejército el 18 de abril de una porción de Gaza ocupada poco antes, aun cuando los responsables militares israelíes habían afirmado que los soldados podrían permanecer meses en los puntos ocupados para evitar los ataques con morteros -rudimentarios por lo general- contra los asentamientos, ha despertado serias dudas en determinados sectores israelíes sobre la claridad de ideas de Sharon. Éste hubo de soportar la más seria reprimenda, si se puede llamar así, emitida por los estadounidenses contra Tel Aviv desde el inicio de la Intifada. Para los círculos cercanos al gobierno de concentración nacional (véase al respecto el artículo de Ignacio Álvarez Osorio en este número), la rápida retirada de Gaza es exponente de que Israel ya no desea reimponer la presencia militar en los territorios controlados por la Autoridad Palestina (AP) sino sólo avisar de lo que podría ocurrir si persiste la cerrazón palestina. No obstante, los colonos no han percibido que su seguridad haya aumentado de resultas de la operación y algunos hay en el bando palestino que han detectado en la salida de las tropas la indefinición de Sharon y la sujeción de éste a quien en, primera y última instancia, sostiene y ampara la estrategia general: EEUU. Dejando a un lado la significación verdadera de la reacción norteamericana frente a la irrupción militar israelí en Gaza y la posibilidad más que probable de que se trate de un guiño a Arafat para hacerle creer una disposición estadounidense a tratar la cuestión con mayor parcialidad (de hecho, Arafat prohibió enérgicamente y de inmediato los ataques con mortero contra los asentamientos), el renuncio de Sharon, tanto si se trata de una maniobra orquestada con los norteamericanos o no, contradice de forma directa el rígido tono de contundencia expresado por aquél desde que se hiciera cargo de la jefatura de gobierno hace tan sólo unos meses.

En cuanto a la incursión aérea en territorio libanés y el bombardeo de las posiciones del ejército sirio, que perdió un soldado en el ataque, la intención del gobierno israelí era clara: responsabilizar a Damasco de cualquier nueva acción de Hizbolá en Chabaa (franja en el sur libanés que Israel mantiene en su poder y que Hizbolá afirma pertenece a Líbano) dándole a entender que la continuidad de las operaciones de Hizbolá revertirá negativamente en la estabilidad de las tropas sirias acantonadas en el país desde 1976. Además, la agresión perseguía ahondar en la polémica suscitada actualmente en Líbano sobre la presencia militar siria y radicalizar aún más las posturas de defensores y detractores en una pugna dialéctica que algunos, no sin alarmismo, consideran ya probable preludio de una próxima contienda civil. Sin embargo, Damasco dio muestras otra vez de su tradicional política de contención frente a las incursiones aéreas israelíes contra sus destacamentos en Líbano y se contentó con afirmar su derecho a responder de la forma más conveniente en el momento más adecuado (es decir, nunca).

Impotencia israelí

La estrategia de Sharon se inscribe en realidad en la tónica de río revuelto que caracteriza el hacer político del Estado de Israel desde hace tiempo. También, ejemplifica su incapacidad, ahora como en la Intifada anterior de 1987, para hacer frente al levantamiento de un pueblo que sin ejército contra el que desplegar la efectiva maquinaria bélica desarrollada por occidente, pone en jaque (en "peligro de muerte" según dijeron responsables israelíes poco después de estallar la Intifada actual) a la sexta potencia nuclear del mundo. Sumido en una ya crónica crisis institucional, con gobiernos remendados que engloban opciones divergentes e incluso irreconcociliables respecto del proceso de paz, con una racha de dos primeros ministros consecutivos (Netanyahu y Barak) que no han podido terminar su mandato y un tercero (Sharon) que va camino de lo mismo, con una sociedad fracturada entre laicos y no laicos, judíos orientales y occidentales, con una visión de la historia y la realidad anacrónicas y ceñidas a la mitología de la ficción, Israel hace lo de siempre: huir hacia delante e insistir una y otra vez, como en los mejores tiempos de Ben Gurión o Golda Meier, en que -por paradójico que pueda parecer- una solución justa a la tragedia palestina implicará la ruina del Estado israelí. O, en otras palabras, que la pervivencia de este Estado tal y como lo conocemos hoy depende de que se consagre una situación de injusticia. De ahí las llamadas a la "comprensión palestina" por parte de los representantes israelíes en aras de la renuncia de reclamaciones tan básicas, lógicas y comprensibles como el derecho al retorno de quienes fueron expulsados de sus casas y la consecución de un Estado palestino con soberanía y autonomía plenas (un Estado como los demás ni más ni menos); de ahí los vergonzantes manifiestos como el firmado por conocidos intelectuales de izquierda al comienzo de la Intifada para convener a la opinión pública mundial y a al bando palestino moderado de que pedir lo justo (el derecho al retorno) perjudicará la idiosincrasia excepcional de un Estado frágil, ellos que, antes, decían comprender la tragedia de los palestinos y la necesidad de repararlos; de ahí las declaraciones de "grandes adalides laboristas de la paz" como Simón Peres, incorporado como ministro de Exteriores al actual gobierno de unidad nacional, o su antecesor, Shlomo Ben Amí, mascarón de proa de la propaganda sionista en el ámbito hispanohablante sobre las imposibles concesiones exigidas a un Estado que ya ha cedido en todo lo que podía, incluso en la cuestión de los asentamientos.

Desde los acuerdos de Oslo, la pauta seguida por el régimen de Tel Aviv, ya sea a través de los likudistas ya de los laboristas, es la misma: obligar a los palestinos a presentar la renuncia definitiva sobre los refugiados, Jerusalén Oriental, los asentamientos y la naturaleza del Estado palestino. Con la fuerza bruta de unos y la aparente flexibilidad de los otros, con el auxilio de una campaña mediática universal que persigue la criminalización de la parte más débil y ensalzamiento de las prioridades del proyecto sionista, se busca el aislamiento de todo un pueblo y el arrinconamiento de unos dirigentes que fueron aupados al poder en unas condiciones de debilidad y dependencia óptimas para asegurar el objetivo final. La ascensión de Sharon ha servido a los "partidarios de la paz" en Israel para recordar a los palestinos que deberían haber aceptado las migajas que les ofreciera Barak y que cada momento de impasse supone una dificultad añadida en el camino de la paz. Pero en uno y otro caso, la política de expansión de asentamientos, el engullimiento progresivo de las áreas árabes de Jerusalén oriental, la confiscación de tierras y posesiones palestinas y las medidas para traer más y más judíos de donde sea para asentarlos en las tierras palestinas constituyen obstáculos añadidos que sirven a los gobiernos israelíes de excusa para blindar su política de no cesión y exigencia de concesiones definitivas por parte de los demás.

Retórica oficial árabe

Y con mayor efectividad que en ocasiones anteriores, los países árabes aliados de EEUU están desempeñando una función principal en la tarea de acoso y derribo destinada a conducir a los palestinos a la claudicación final. Un ejemplo palmario lo tenemos en la reciente iniciativa jordano-egipcia para relanzar las negociaciones de paz: el plan, rechazado en primera instancia por Sharon, preveía, entre otras cosas, la congelación "inmediata y completa" de todos los asentamientos, incluidos los de Jerusalén Este, así como la consecución de un acuerdo final en seis meses y el levantamiento del cerco económico impuesto a Gaza y Cisjordania. Las deliberaciones de los diplomáticos jordanos y egipcios con Tel Aviv y Washington, sin contar con el punto de vista palestino, han dado como resultado un nuevo texto, modificado en cuatro ocasiones a instancias de los israelíes, que no rompe la norma de vaguedad e inconcreción de la generalidad de los compromisos firmados por Tel Aviv con los representantes palestinos. Donde se hablaba de acuerdos definitivos se dice ahora transitorios, donde se hacía referencia explícita a acuerdos de paz se incide en la cuestión de la seguridad (exclusiva de la parte israelí); si antes se aludía a la congelación de todos los asentamientos sin excluir a los de Jerusalén Este ahora se lee "todos los territorios palestinos ocupados en 1967" y así sucesivamente con el resto de puntos incluidos en el documento.

Cuando aún se encontraba Bill Clinton en la Casa Blanca, los ministerios de Exteriores jordano y Egipto desplegaron sus presiones sobre Arafat para llevarle a reuniones de seguridad con Barak, como la de Camp David en julio de 2000 y la de Taba (Egipto). Por supuesto, estas presiones no fueron ejercidas en igual medida sobre los dirigentes israelíes, y la realidad es que tanto Amán como El Cairo se han convertido en bomberos orquestados por Washington para reconducir el proceso de paz hacia puertos satisfactorios para Israel, aun a costa de los fundamentos mismos del proceso en cuestión. Algo similar cabe deducir de la actuación de ambos países en las respectivas cumbres árabes celebradas en su territorio y durante las cuales se han acabado adoptando medidas que no sólo parecen ir en la dirección de dejar las cosas como están sino que constituyen una especie de obstáculo añadido en la senda de las reivindicaciones palestinas, como es el caso de las ayudas concedidas por los miembros de la Liga Árabe a la AP en virtud del acuerdo emanado de la conferencia de El Cairo de octubre y refrendado en las conferencias posteriores. En aquella ocasión, el emir Abdulá ben Abdel Aziz, heredero del trono saudí, anunció la creación de un depósito de mil millones de dólares para apoyar a los palestinos en la entonces recién iniciada Intifada. El Banco Islámico para el Desarrollo habría de encargarse de dar curso a estas ayudas, con el objeto de compensar el colapso financiero que sufre la AP a resultas del bloqueo económico decretado por Israel, la cual congela desde diciembre pasado los fondos que la AP debería recaudar en concepto de IVA y transacciones aduaneras. Estas ayudas, en cualquier caso, no son más que préstamos ventajosos que la AP debe devolver en un periodo de tiempo (veinte años en el caso de los ciento ochenta millones de dólares aprobados en la última conferencia de Amán) y con la condición de cumplir una serie de requisitos como el que las autoridades palestinas tienen que dar razón en cada momento del destino de estas cantidades y remitir al Fondo del Aqsa (instruido ex profeso para apoyar la Intifada) informes mensuales al respecto. Los más llamativo del asunto, en un momento en el que la población palestina vive enclaustrada en su propia tierra sin medios para subsistir al brutal asedio israelí, es la repentina preocupación de los financiadores árabes, especialmente saudíes, por la corrupción en los altos cargos ministeriales de la AP y la falta de respeto por las víctimas de los ataques israelíes, que necesitan con toda urgencia estas ayudas. Un celo que, repentinamente, recuerda al mostrado por algunos donantes europeos que se quejan, con no poca razón, de que las cantidades asignadas se diluyen a veces por entre los vericuetos de los altos cargos palestinos y adláteres; sin embargo, hay una diferencia apreciable: parte de las ayudas europeas son a fondo perdido y tienden en primera y última instancia a aliviar el sufrimiento de la población civil.

Al menos, la Unión Europea ha expresado la intención de aportar unas cantidades mínimas para ayudar a la AP a pagar los cincuenta millones de dólares mensuales necesarios para pagar a sus funcionarios y permitirle afrontar los gastos presupuestarios, al tiempo que... ¡ha lanzado un llamamiento a los países árabes para que colaboren en la financiación! Por supuesto, lo anterior no significa que la UE haya moderado su actitud de complacencia habitual frente a Israel ni que los amagos de revisar los acuerdos de asociación y cooperación científica y tecnológica con ésta vayan a traducirse en medias concretas.

Pero del grado de deterioro de la situación palestina en su perspectiva árabe da fiel reflejo el que algunos medios palestinos pongan más esperanzas en las posturas europeas, sobre todo en la belga y la francesa, que en la propia solidaridad árabe. Los fondos decretados a bombo y platillo por las cumbres árabes parecen en realidad una variedad regional de los ya famosos préstamos del Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial: no sólo se negocia con el dinero sino que se impone al prestatario una serie de medidas de orden preeminentemente político. Y, además, se hace un huero gesto de solidaridad de cara a la galería civil árabe para paliar el descontento de una población que comprueba, con mayor impotencia según pasan los días, la inoperancia de sus dirigentes. Una inoperancia que paradójicamente se traduce, en el caso concreto de Egipto, Jordania o incluso Arabia Saudí, en destreza cuando se trata de difundir las recomendaciones de EEUU para reactivar el proceso de paz, ejercer una presión directa sobre la AP para aceptar las imposiciones estadounidenses e israelíes o soterrar el malestar popular motivado por una diplomacia errática, subsidiaria y patética.

Todo esto, unido a las vergonzantes correrías de los diplomáticos jordanos y egipcios de Washington a Tel Aviv y de Tel Aviv a Washington, proponiendo soluciones efectivas para reencontrar el camino de la paz, demuestran que los palestinos están, en el ámbito árabe e internacional, más solos que nunca. Por otro lado, tales contactos diplomáticos no han conseguido, a despecho de los deseos expresados por Hosni Mubarak y el rey Abdulá durante sus recientes encuentros en Washington con el presidente estadounidense George Bush hijo, que EEUU se implique de forma más efectiva en el proceso de paz. Al contrario, la Administración norteamericana no ha dejado de recordar desde entonces su deseo de distanciarse de éste y otros asuntos para concentrarse en el expediente iraquí y la batería de novedosas ideas para reforzar el cerco sobre Bagdad a través, por ejemplo, de las "sanciones inteligentes" y la creación de un "enclave de seguridad" en el sur para apoyar la "oposición iraquí desde el interior" ELIMINAR tema que aborda Luis Mesa Delmonte en la sección de Actualidad). La aparente falta de interés de la Administración Bush por implicarse de forma activa en el lodazal de Oriente Medio está justificada: cuenta con suficientes valedores en la zona, desde Egipto a Arabia Saudí, para garantizar sus intereses, energéticos, políticos y demás, en la región.

Las iniciales proclamas árabes de solidaridad, cuando la Intifada veía la luz allá por septiembre del año pasado, han pasado a ser, como ya se temía, retóricas declaraciones de apoyo. Ni siquiera cuando la invasión por parte del ejército israelí de la aldea de Beit Hanún, en el norte de Gaza, la gran comunidad árabe levantó su voz para condenar la acción y no se tiene noticias de que los mediadores de Egipto, Jordania, Arabia Saudí y demás países amigos de EEUU en la región hayan ejercido presión alguna para convencer a Washington de la necesidad de solicitar la retirada de los soldados israelíes. De hecho, la Casa Blanca ha venido expresando desde la primera cumbre árabe de octubre su creciente satisfacción por los esfuerzos desplegados por los "países amigos" en pos de moderar las posturas de los sectores más militantes contra Israel. De ahí que no haya visto óbice, coincidiendo incluso con los trabajos de tales cumbres, en adoptar medidas a todas luces ofensivas para las posturas oficiales árabes como la negativa al envío de fuerzas internacionales a Palestina o las propuestas difundidas en el Congreso para castigar a la AP por su "responsabilidad en la ola de violencia" contra Israel. En resumen, estas cumbres se han convertido en el mecanismo más eficaz para paralizar los efectos de la Intifada en el ámbito árabe y desmantelar cualquier consenso al respecto.

Más aún, algunas diplomacias árabes se han alineado con la tesis general que hace de Arafat responsable primero y último de la violencia palestina. La prensa israelí filtraba a finales de mayo un documento secreto en el que, durante una reunión también secreta entre un alto cargo del Ministerio de Defensa israelí y el rey jordano Abdulá, éste mostraba su descontento con Arafat y vaticinaba que su apuesta por la radicalización acabaría llevando al líder palestino "a un nuevo destierro en Túnez" (en referencia a la diáspora de la OLP tras la invasión de Beirut en 1982). Mientras tanto, las autoridades jordanas persisten en su estrategia de represión de las organizaciones e individuos contrarios al proceso de normalización con Tel Aviv y prohíbe las manifestaciones de apoyo a la causa palestina.

No obstante, todos estos condicionantes (el alineamiento norteamericano descarado con las tesis israelíes, la campaña universal de la propaganda sionista que ha contribuido a su vez a la animosidad de la prensa occidental hacia los palestinos, la dejadez e incluso soterrada hostilidad de determinados países árabes, etc) no han detenido la Intifada sino que, ante la inquietud de buena parte de los analistas políticos y militares israelíes, la han incitado. Sharon y sus adláteres no quieren o no pueden entender, y con él miles de israelíes aturdidos por un sinfín de patrañas y mitologías diversas sobre lo que es su propia historia, que lo que ya ha dado en llamarse en occidente como "violencia palestina" no responde al extremismo congénito de un pueblo primitivo ni a una manipulación determinante por parte del poder. Se trata, al contrario, de un levantamiento general que cuenta con el consenso de la población y nace en primer lugar de la desesperación y frustración provocadas por las medidas restrictivas y opresoras del régimen de Tel Aviv.

La lectura israelí inicial de la Intifada incluía la percepción de que el estrangulamiento de Arafat y su equipo de gobierno le haría retomar la política de represión policial en servicio de Israel y bajo la admonición de la CIA. Así se explican las veladas conminaciones de la Casa Blanca a la AP para utilizar mano dura, aunque sea violando los derechos humanos, y el control férreo de todos quienes se oponen de un modo u otro al proceso de paz. Pero lo cierto es que la Intifada brota de la convicción general de que tras el desastre de Oslo y una vez confirmadas las verdaderas intenciones israelíes sólo queda la opción de la lucha. Recientemente, un refugiado palestino, abrumado entre los escombros de su casa derruida por las excavadoras israelíes en Jan Yunis, expresaba ante las cámaras de televisión este consenso palestino y dejaba en evidencia a los negociadores palestinos y árabes que pretenden hacer la cama a sus propias gentes para conseguir ellos sabrán que componenda inútil. A pesar de haber perdido todas sus pertenencias se sentía feliz por ver a todo pueblo luchar por su tierra y su dignidad. "No renunciaremos, lucharemos hasta la muerte". Un mensaje que Tel Aviv, Washington y demás creen que pueden tergiversar viciando las palabras y obviando la realidad de los hechos.

Contenido: mujeres árabes

El Informe central de este número de Nación Árabe reflexiona sobre aspectos fundamentales que inciden tanto en la condición de la mujer árabe actual como en los estudios que el tema genera. La aproximación sectaria que ha caracterizado a los análisis occidentales de la cuestión es tratada por la arabista Vanesa Casanova Fernández en su recorrido por las escuelas y bibliografías que a lo largo del siglo XX se han ocupado de la "situación de la mujer árabe". En este sentido, la profesora Carmen Ruiz Bravo-Villasante replantea los términos del debate desde la necesidad de ponderar conjuntamente los procesos de liberación específicamente femenina y los de liberación política, económica y cultural del conjunto de las sociedades árabes. Esta premisa ha guiado las demandas de los distintos movimientos feministas árabes desde sus mismos orígenes, como muestran los documentos históricos que se han seleccionado.

La revisión de las aproximaciones etnocentristas y la necesidad de historizar los diversos procesos de liberación constituyen también los ejes sobre los que giran los tres análisis concretos que ofrece el Informe. La arabista Ángeles López Plaza analiza las actuales tensiones de la sociedad marroquí ante las demandas de reforma de la Mudawwana por parte de los sectores más aperturistas; el choque entre conservadores y reformistas a propósito de este código jurídico tradicional del estatuto personal vuelve a sacar a la luz el omnipresente papel de dirimente del monarca alauí. Vanesa Casanova Fernández muestra cómo la adopción del velo por parte de las mujeres cairotas a partir de los años setenta debe interpretarse más en clave económica que ideológica o social, superando reductoras dicotomías que lo elevan a símbolo de opresión o, por el contrario, a seña de identidad. Isaías Barreñada, politólogo, repasa el protagonismo de las mujeres palestinas en la lucha de liberación nacional y la relegación que la inmediatez de esta batalla ha impuesto en las necesarias demandas igualitarias, lo cual ha conducido tanto a su actual marginación política como al mantenimiento de su discriminación legalizada. La selección que presentamos de las numerosas páginas webs sobre temas relacionados con la mujer árabe muestran las innumerables ramificaciones que la cuestión genera entre estudiosos e interesados de muy variado signo. Finalmente, fuera del Informe pero igualmente asociado al tema de mujer árabe, Nación Árabe reproduce una entrevista con Salima Ghezali, directora del semanario argelino La Nation, y, en la sección de Cultura, otra a la escritora libanesa Hanan al-Sheij, ambas significadas intelectuales árabes que abordan cuestiones básicas de la realidad árabe actual: la falta de libertades, las relaciones con Occidente, las posibilidades del feminismo en el Mundo Árabe... Los relatos de tres destacadas narradoras árabes completan la sección de Cultura y presentan en clave ficcional la realidad motivo de reflexión en el Informe y en las dos entrevistas mencionadas.

El número de primavera de 2001 se completa con un análisis de la situación en Yemen del arabista Iñaki Gutiérrez de Terán en la sección Actualidad -además de los ya referidos-; en la de Debate con una nueva reflexión sobre el proyecto euromediterráneo; y con una evaluación de la política de la nueva Administración Bus para Iraq y el conjunto de Oriente Medio a cargo de Luis Mesa (CEAMO, Cuba) en la de Análisis; además de las habituales de Revista de Prensa, Noticias Breves (Sudán, Libia y la situación socioeconómica en Palestina), Reseñas y Humor Árabe.

Comité de Solidaridad con la Causa Árabe