Mientras el pueblo palestino mantiene su Intifada,
los gobiernos árabes esconden su impotencia y sumisión a EEUU
tras retórica, humillantes 'planes de paz' y mezquinas ayudas económicas
Palestina, abandonada a su suerte
Al cumplirse 53 años de al-Nakba (en árabe, El
Desastre) -la creación del Estado de Israel en Palestina un 15
de mayo de 1948 y el subsiguiente primer éxodo de población
palestina (ver en este número el texto conmemorativo del poeta palestino
Darwix)- y ya nueve meses de Intifada, la estrategia del nuevo primer ministro
Ariel Sharon para domeñar la revuelta palestina no ha dado el fruto
esperado por la sociedad israelí que, mayoritariamente, votó
a favor del plan diseñado por el Likud para zanjar la Intifada. Peor
aún, la escalada bélica decretada por Sharon, con el bombardeo
a mediados de abril de una estación sirias de radares en la Beqaa
libanesa, amenaza con abrir nuevos frentes de confrontación en toda
la región, lo que podría derivar en un conflicto de imprevisibles
consecuencias. Esta escalada ha venido acompañada recientemente de
las acusaciones lanzadas por Tel Aviv a Irán, a la que acusa de estar
acondicionando una base de misiles en territorio libanés para atacar
objetivos dentro de Israel. Por si fuera poco, fuentes militares israelíes
han empezado a hablar con profusión de las ramificaciones de la "conexión
terrorista" afgana-Ben Laden en Gaza y Cisjordania, en lo que parece
un nuevo intento de internacionalizar el conflicto y de trivializar el contenido
real de la lucha de liberación nacional palestina confiriéndole
un matiz eminentemente terrorista-islamista. Esto último forma
parte, por otro lado, de un discurso que complace a una Administración
norteamericana empeñada en hacer de la anecdótica figura de
Ben Laden el principal enemigo de los intereses occidentales en Oriente
Medio.
No obstante, la estrategia de Sharon no está dando por ahora los
resultados prometidos en la campaña electoral. La presión
ejercida sobre los territorios palestinos no sólo no ha contenido
la Intifada sino que ha provocado la reacción palestina, traducida
en operaciones fulgurantes en el mismo Estado israelí y el ataque
con morteros a los asentamientos, situación que ha puesto en duda
la efectividad sharoniana para asegurar la sacrosanta seguridad del Estado
sionista.
Al mismo tiempo, la repentina retirada del ejército el 18 de abril
de una porción de Gaza ocupada poco antes, aun cuando los responsables
militares israelíes habían afirmado que los soldados podrían
permanecer meses en los puntos ocupados para evitar los ataques con morteros
-rudimentarios por lo general- contra los asentamientos, ha despertado serias
dudas en determinados sectores israelíes sobre la claridad de ideas
de Sharon. Éste hubo de soportar la más seria reprimenda,
si se puede llamar así, emitida por los estadounidenses contra Tel
Aviv desde el inicio de la Intifada. Para los círculos cercanos al
gobierno de concentración nacional (véase al respecto el artículo
de Ignacio Álvarez Osorio en este número), la rápida
retirada de Gaza es exponente de que Israel ya no desea reimponer la presencia
militar en los territorios controlados por la Autoridad Palestina (AP) sino
sólo avisar de lo que podría ocurrir si persiste la cerrazón
palestina. No obstante, los colonos no han percibido que su seguridad haya
aumentado de resultas de la operación y algunos hay en el bando palestino
que han detectado en la salida de las tropas la indefinición de Sharon
y la sujeción de éste a quien en, primera y última
instancia, sostiene y ampara la estrategia general: EEUU. Dejando a un lado
la significación verdadera de la reacción norteamericana frente
a la irrupción militar israelí en Gaza y la posibilidad más
que probable de que se trate de un guiño a Arafat para hacerle creer
una disposición estadounidense a tratar la cuestión con mayor
parcialidad (de hecho, Arafat prohibió enérgicamente
y de inmediato los ataques con mortero contra los asentamientos), el renuncio
de Sharon, tanto si se trata de una maniobra orquestada con los norteamericanos
o no, contradice de forma directa el rígido tono de contundencia
expresado por aquél desde que se hiciera cargo de la jefatura de
gobierno hace tan sólo unos meses.
En cuanto a la incursión aérea en territorio libanés
y el bombardeo de las posiciones del ejército sirio, que perdió
un soldado en el ataque, la intención del gobierno israelí
era clara: responsabilizar a Damasco de cualquier nueva acción de
Hizbolá en Chabaa (franja en el sur libanés que Israel mantiene
en su poder y que Hizbolá afirma pertenece a Líbano) dándole
a entender que la continuidad de las operaciones de Hizbolá revertirá
negativamente en la estabilidad de las tropas sirias acantonadas en el país
desde 1976. Además, la agresión perseguía ahondar en
la polémica suscitada actualmente en Líbano sobre la presencia
militar siria y radicalizar aún más las posturas de defensores
y detractores en una pugna dialéctica que algunos, no sin alarmismo,
consideran ya probable preludio de una próxima contienda civil. Sin
embargo, Damasco dio muestras otra vez de su tradicional política
de contención frente a las incursiones aéreas israelíes
contra sus destacamentos en Líbano y se contentó con afirmar
su derecho a responder de la forma más conveniente en el momento
más adecuado (es decir, nunca).
Impotencia israelí
La estrategia de Sharon se inscribe en realidad en la tónica
de río revuelto que caracteriza el hacer político del Estado
de Israel desde hace tiempo. También, ejemplifica su incapacidad,
ahora como en la Intifada anterior de 1987, para hacer frente al levantamiento
de un pueblo que sin ejército contra el que desplegar la efectiva
maquinaria bélica desarrollada por occidente, pone en jaque (en "peligro
de muerte" según dijeron responsables israelíes poco
después de estallar la Intifada actual) a la sexta potencia nuclear
del mundo. Sumido en una ya crónica crisis institucional, con gobiernos
remendados que engloban opciones divergentes e incluso irreconcociliables
respecto del proceso de paz, con una racha de dos primeros ministros consecutivos
(Netanyahu y Barak) que no han podido terminar su mandato y un tercero (Sharon)
que va camino de lo mismo, con una sociedad fracturada entre laicos y no
laicos, judíos orientales y occidentales, con una visión de
la historia y la realidad anacrónicas y ceñidas a la mitología
de la ficción, Israel hace lo de siempre: huir hacia delante e insistir
una y otra vez, como en los mejores tiempos de Ben Gurión o Golda
Meier, en que -por paradójico que pueda parecer- una solución
justa a la tragedia palestina implicará la ruina del Estado israelí.
O, en otras palabras, que la pervivencia de este Estado tal y como lo conocemos
hoy depende de que se consagre una situación de injusticia. De ahí
las llamadas a la "comprensión palestina" por parte de
los representantes israelíes en aras de la renuncia de reclamaciones
tan básicas, lógicas y comprensibles como el derecho al retorno
de quienes fueron expulsados de sus casas y la consecución de un
Estado palestino con soberanía y autonomía plenas (un Estado
como los demás ni más ni menos); de ahí los vergonzantes
manifiestos como el firmado por conocidos intelectuales de izquierda al
comienzo de la Intifada para convener a la opinión pública
mundial y a al bando palestino moderado de que pedir lo justo (el
derecho al retorno) perjudicará la idiosincrasia excepcional de un
Estado frágil, ellos que, antes, decían comprender la tragedia
de los palestinos y la necesidad de repararlos; de ahí las declaraciones
de "grandes adalides laboristas de la paz" como Simón Peres,
incorporado como ministro de Exteriores al actual gobierno de unidad nacional,
o su antecesor, Shlomo Ben Amí, mascarón de proa de la propaganda
sionista en el ámbito hispanohablante sobre las imposibles concesiones
exigidas a un Estado que ya ha cedido en todo lo que podía, incluso
en la cuestión de los asentamientos.
Desde los acuerdos de Oslo, la pauta seguida por el régimen de
Tel Aviv, ya sea a través de los likudistas ya de los laboristas,
es la misma: obligar a los palestinos a presentar la renuncia definitiva
sobre los refugiados, Jerusalén Oriental, los asentamientos y la
naturaleza del Estado palestino. Con la fuerza bruta de unos y la aparente
flexibilidad de los otros, con el auxilio de una campaña mediática
universal que persigue la criminalización de la parte más
débil y ensalzamiento de las prioridades del proyecto sionista, se
busca el aislamiento de todo un pueblo y el arrinconamiento de unos dirigentes
que fueron aupados al poder en unas condiciones de debilidad y dependencia
óptimas para asegurar el objetivo final. La ascensión de Sharon
ha servido a los "partidarios de la paz" en Israel para recordar
a los palestinos que deberían haber aceptado las migajas que les
ofreciera Barak y que cada momento de impasse supone una dificultad
añadida en el camino de la paz. Pero en uno y otro caso, la política
de expansión de asentamientos, el engullimiento progresivo de las
áreas árabes de Jerusalén oriental, la confiscación
de tierras y posesiones palestinas y las medidas para traer más y
más judíos de donde sea para asentarlos en las tierras palestinas
constituyen obstáculos añadidos que sirven a los gobiernos
israelíes de excusa para blindar su política de no cesión
y exigencia de concesiones definitivas por parte de los demás.
Retórica oficial árabe
Y con mayor efectividad que en ocasiones anteriores, los países
árabes aliados de EEUU están desempeñando una función
principal en la tarea de acoso y derribo destinada a conducir a los palestinos
a la claudicación final. Un ejemplo palmario lo tenemos en la reciente
iniciativa jordano-egipcia para relanzar las negociaciones de paz: el plan,
rechazado en primera instancia por Sharon, preveía, entre otras cosas,
la congelación "inmediata y completa" de todos los asentamientos,
incluidos los de Jerusalén Este, así como la consecución
de un acuerdo final en seis meses y el levantamiento del cerco económico
impuesto a Gaza y Cisjordania. Las deliberaciones de los diplomáticos
jordanos y egipcios con Tel Aviv y Washington, sin contar con el punto de
vista palestino, han dado como resultado un nuevo texto, modificado en cuatro
ocasiones a instancias de los israelíes, que no rompe la norma de
vaguedad e inconcreción de la generalidad de los compromisos firmados
por Tel Aviv con los representantes palestinos. Donde se hablaba de acuerdos
definitivos se dice ahora transitorios, donde se hacía referencia
explícita a acuerdos de paz se incide en la cuestión de la
seguridad (exclusiva de la parte israelí); si antes se aludía
a la congelación de todos los asentamientos sin excluir a los de
Jerusalén Este ahora se lee "todos los territorios palestinos
ocupados en 1967" y así sucesivamente con el resto de puntos
incluidos en el documento.
Cuando aún se encontraba Bill Clinton en la Casa Blanca, los ministerios
de Exteriores jordano y Egipto desplegaron sus presiones sobre Arafat para
llevarle a reuniones de seguridad con Barak, como la de Camp David en julio
de 2000 y la de Taba (Egipto). Por supuesto, estas presiones no fueron ejercidas
en igual medida sobre los dirigentes israelíes, y la realidad es
que tanto Amán como El Cairo se han convertido en bomberos orquestados
por Washington para reconducir el proceso de paz hacia puertos satisfactorios
para Israel, aun a costa de los fundamentos mismos del proceso en cuestión.
Algo similar cabe deducir de la actuación de ambos países
en las respectivas cumbres árabes celebradas en su territorio y durante
las cuales se han acabado adoptando medidas que no sólo parecen ir
en la dirección de dejar las cosas como están sino que constituyen
una especie de obstáculo añadido en la senda de las reivindicaciones
palestinas, como es el caso de las ayudas concedidas por los miembros de
la Liga Árabe a la AP en virtud del acuerdo emanado de la conferencia
de El Cairo de octubre y refrendado en las conferencias posteriores. En
aquella ocasión, el emir Abdulá ben Abdel Aziz, heredero del
trono saudí, anunció la creación de un depósito
de mil millones de dólares para apoyar a los palestinos en la entonces
recién iniciada Intifada. El Banco Islámico para el Desarrollo
habría de encargarse de dar curso a estas ayudas, con el objeto de
compensar el colapso financiero que sufre la AP a resultas del bloqueo económico
decretado por Israel, la cual congela desde diciembre pasado los fondos
que la AP debería recaudar en concepto de IVA y transacciones aduaneras.
Estas ayudas, en cualquier caso, no son más que préstamos
ventajosos que la AP debe devolver en un periodo de tiempo (veinte
años en el caso de los ciento ochenta millones de dólares
aprobados en la última conferencia de Amán) y con la condición
de cumplir una serie de requisitos como el que las autoridades palestinas
tienen que dar razón en cada momento del destino de estas cantidades
y remitir al Fondo del Aqsa (instruido ex profeso para apoyar la Intifada)
informes mensuales al respecto. Los más llamativo del asunto, en
un momento en el que la población palestina vive enclaustrada en
su propia tierra sin medios para subsistir al brutal asedio israelí,
es la repentina preocupación de los financiadores árabes,
especialmente saudíes, por la corrupción en los altos cargos
ministeriales de la AP y la falta de respeto por las víctimas de
los ataques israelíes, que necesitan con toda urgencia estas ayudas.
Un celo que, repentinamente, recuerda al mostrado por algunos donantes
europeos que se quejan, con no poca razón, de que las cantidades
asignadas se diluyen a veces por entre los vericuetos de los altos cargos
palestinos y adláteres; sin embargo, hay una diferencia apreciable:
parte de las ayudas europeas son a fondo perdido y tienden en primera y
última instancia a aliviar el sufrimiento de la población
civil.
Al menos, la Unión Europea ha expresado la intención de
aportar unas cantidades mínimas para ayudar a la AP a pagar los cincuenta
millones de dólares mensuales necesarios para pagar a sus funcionarios
y permitirle afrontar los gastos presupuestarios, al tiempo que... ¡ha
lanzado un llamamiento a los países árabes para que colaboren
en la financiación! Por supuesto, lo anterior no significa que la
UE haya moderado su actitud de complacencia habitual frente a Israel ni
que los amagos de revisar los acuerdos de asociación y cooperación
científica y tecnológica con ésta vayan a traducirse
en medias concretas.
Pero del grado de deterioro de la situación palestina en su perspectiva
árabe da fiel reflejo el que algunos medios palestinos pongan más
esperanzas en las posturas europeas, sobre todo en la belga y la francesa,
que en la propia solidaridad árabe. Los fondos decretados a bombo
y platillo por las cumbres árabes parecen en realidad una variedad
regional de los ya famosos préstamos del Fondo Monetario Internacional
y el Banco Mundial: no sólo se negocia con el dinero sino que se
impone al prestatario una serie de medidas de orden preeminentemente político.
Y, además, se hace un huero gesto de solidaridad de cara a
la galería civil árabe para paliar el descontento de una población
que comprueba, con mayor impotencia según pasan los días,
la inoperancia de sus dirigentes. Una inoperancia que paradójicamente
se traduce, en el caso concreto de Egipto, Jordania o incluso Arabia Saudí,
en destreza cuando se trata de difundir las recomendaciones de EEUU para
reactivar el proceso de paz, ejercer una presión directa sobre la
AP para aceptar las imposiciones estadounidenses e israelíes o soterrar
el malestar popular motivado por una diplomacia errática, subsidiaria
y patética.
Todo esto, unido a las vergonzantes correrías de los diplomáticos
jordanos y egipcios de Washington a Tel Aviv y de Tel Aviv a Washington,
proponiendo soluciones efectivas para reencontrar el camino de la
paz, demuestran que los palestinos están, en el ámbito árabe
e internacional, más solos que nunca. Por otro lado, tales contactos
diplomáticos no han conseguido, a despecho de los deseos expresados
por Hosni Mubarak y el rey Abdulá durante sus recientes encuentros
en Washington con el presidente estadounidense George Bush hijo, que EEUU
se implique de forma más efectiva en el proceso de paz. Al contrario,
la Administración norteamericana no ha dejado de recordar desde entonces
su deseo de distanciarse de éste y otros asuntos para concentrarse
en el expediente iraquí y la batería de novedosas ideas para
reforzar el cerco sobre Bagdad a través, por ejemplo, de las "sanciones
inteligentes" y la creación de un "enclave de seguridad"
en el sur para apoyar la "oposición iraquí desde el interior"
ELIMINAR tema que aborda Luis Mesa Delmonte en la sección de Actualidad).
La aparente falta de interés de la Administración Bush por
implicarse de forma activa en el lodazal de Oriente Medio está justificada:
cuenta con suficientes valedores en la zona, desde Egipto a Arabia Saudí,
para garantizar sus intereses, energéticos, políticos y demás,
en la región.
Las iniciales proclamas árabes de solidaridad, cuando la Intifada
veía la luz allá por septiembre del año pasado, han
pasado a ser, como ya se temía, retóricas declaraciones de
apoyo. Ni siquiera cuando la invasión por parte del ejército
israelí de la aldea de Beit Hanún, en el norte de Gaza, la
gran comunidad árabe levantó su voz para condenar la acción
y no se tiene noticias de que los mediadores de Egipto, Jordania, Arabia
Saudí y demás países amigos de EEUU en la región
hayan ejercido presión alguna para convencer a Washington de la necesidad
de solicitar la retirada de los soldados israelíes. De hecho, la
Casa Blanca ha venido expresando desde la primera cumbre árabe de
octubre su creciente satisfacción por los esfuerzos desplegados por
los "países amigos" en pos de moderar las posturas de los
sectores más militantes contra Israel. De ahí que no haya
visto óbice, coincidiendo incluso con los trabajos de tales cumbres,
en adoptar medidas a todas luces ofensivas para las posturas oficiales árabes
como la negativa al envío de fuerzas internacionales a Palestina
o las propuestas difundidas en el Congreso para castigar a la AP por su
"responsabilidad en la ola de violencia" contra Israel. En resumen,
estas cumbres se han convertido en el mecanismo más eficaz para paralizar
los efectos de la Intifada en el ámbito árabe y desmantelar
cualquier consenso al respecto.
Más aún, algunas diplomacias árabes se han alineado
con la tesis general que hace de Arafat responsable primero y último
de la violencia palestina. La prensa israelí filtraba a finales
de mayo un documento secreto en el que, durante una reunión
también secreta entre un alto cargo del Ministerio de Defensa israelí
y el rey jordano Abdulá, éste mostraba su descontento con
Arafat y vaticinaba que su apuesta por la radicalización acabaría
llevando al líder palestino "a un nuevo destierro en Túnez"
(en referencia a la diáspora de la OLP tras la invasión de
Beirut en 1982). Mientras tanto, las autoridades jordanas persisten en su
estrategia de represión de las organizaciones e individuos contrarios
al proceso de normalización con Tel Aviv y prohíbe las manifestaciones
de apoyo a la causa palestina.
No obstante, todos estos condicionantes (el alineamiento norteamericano
descarado con las tesis israelíes, la campaña universal de
la propaganda sionista que ha contribuido a su vez a la animosidad de la
prensa occidental hacia los palestinos, la dejadez e incluso soterrada hostilidad
de determinados países árabes, etc) no han detenido la Intifada
sino que, ante la inquietud de buena parte de los analistas políticos
y militares israelíes, la han incitado. Sharon y sus adláteres
no quieren o no pueden entender, y con él miles de israelíes
aturdidos por un sinfín de patrañas y mitologías diversas
sobre lo que es su propia historia, que lo que ya ha dado en llamarse en
occidente como "violencia palestina" no responde al extremismo
congénito de un pueblo primitivo ni a una manipulación determinante
por parte del poder. Se trata, al contrario, de un levantamiento general
que cuenta con el consenso de la población y nace en primer lugar
de la desesperación y frustración provocadas por las medidas
restrictivas y opresoras del régimen de Tel Aviv.
La lectura israelí inicial de la Intifada incluía la percepción
de que el estrangulamiento de Arafat y su equipo de gobierno le haría
retomar la política de represión policial en servicio de Israel
y bajo la admonición de la CIA. Así se explican las veladas
conminaciones de la Casa Blanca a la AP para utilizar mano dura, aunque
sea violando los derechos humanos, y el control férreo de todos quienes
se oponen de un modo u otro al proceso de paz. Pero lo cierto es que la
Intifada brota de la convicción general de que tras el desastre de
Oslo y una vez confirmadas las verdaderas intenciones israelíes sólo
queda la opción de la lucha. Recientemente, un refugiado palestino,
abrumado entre los escombros de su casa derruida por las excavadoras israelíes
en Jan Yunis, expresaba ante las cámaras de televisión este
consenso palestino y dejaba en evidencia a los negociadores palestinos y
árabes que pretenden hacer la cama a sus propias gentes para conseguir
ellos sabrán que componenda inútil. A pesar de haber perdido
todas sus pertenencias se sentía feliz por ver a todo pueblo luchar
por su tierra y su dignidad. "No renunciaremos, lucharemos hasta la
muerte". Un mensaje que Tel Aviv, Washington y demás creen que
pueden tergiversar viciando las palabras y obviando la realidad de los hechos.
Contenido: mujeres árabes
El Informe central de este número de Nación Árabe
reflexiona sobre aspectos fundamentales que inciden tanto en la condición
de la mujer árabe actual como en los estudios que el tema genera.
La aproximación sectaria que ha caracterizado a los análisis
occidentales de la cuestión es tratada por la arabista Vanesa Casanova
Fernández en su recorrido por las escuelas y bibliografías
que a lo largo del siglo XX se han ocupado de la "situación
de la mujer árabe". En este sentido, la profesora Carmen Ruiz
Bravo-Villasante replantea los términos del debate desde la necesidad
de ponderar conjuntamente los procesos de liberación específicamente
femenina y los de liberación política, económica y
cultural del conjunto de las sociedades árabes. Esta premisa ha guiado
las demandas de los distintos movimientos feministas árabes desde
sus mismos orígenes, como muestran los documentos históricos
que se han seleccionado.
La revisión de las aproximaciones etnocentristas y la necesidad
de historizar los diversos procesos de liberación constituyen también
los ejes sobre los que giran los tres análisis concretos que ofrece
el Informe. La arabista Ángeles López Plaza analiza las actuales
tensiones de la sociedad marroquí ante las demandas de reforma de
la Mudawwana por parte de los sectores más aperturistas; el
choque entre conservadores y reformistas a propósito de este código
jurídico tradicional del estatuto personal vuelve a sacar a la luz
el omnipresente papel de dirimente del monarca alauí. Vanesa Casanova
Fernández muestra cómo la adopción del velo por parte
de las mujeres cairotas a partir de los años setenta debe interpretarse
más en clave económica que ideológica o social, superando
reductoras dicotomías que lo elevan a símbolo de opresión
o, por el contrario, a seña de identidad. Isaías Barreñada,
politólogo, repasa el protagonismo de las mujeres palestinas en la
lucha de liberación nacional y la relegación que la inmediatez
de esta batalla ha impuesto en las necesarias demandas igualitarias, lo
cual ha conducido tanto a su actual marginación política como
al mantenimiento de su discriminación legalizada. La selección
que presentamos de las numerosas páginas webs sobre temas relacionados
con la mujer árabe muestran las innumerables ramificaciones que la
cuestión genera entre estudiosos e interesados de muy variado signo.
Finalmente, fuera del Informe pero igualmente asociado al tema de mujer
árabe, Nación Árabe reproduce una entrevista
con Salima Ghezali, directora del semanario argelino La Nation, y,
en la sección de Cultura, otra a la escritora libanesa Hanan al-Sheij,
ambas significadas intelectuales árabes que abordan cuestiones básicas
de la realidad árabe actual: la falta de libertades, las relaciones
con Occidente, las posibilidades del feminismo en el Mundo Árabe...
Los relatos de tres destacadas narradoras árabes completan la sección
de Cultura y presentan en clave ficcional la realidad motivo de reflexión
en el Informe y en las dos entrevistas mencionadas.
El número de primavera de 2001 se completa con un análisis
de la situación en Yemen del arabista Iñaki Gutiérrez
de Terán en la sección Actualidad -además de los ya
referidos-; en la de Debate con una nueva reflexión sobre el proyecto
euromediterráneo; y con una evaluación de la política
de la nueva Administración Bus para Iraq y el conjunto de Oriente
Medio a cargo de Luis Mesa (CEAMO, Cuba) en la de Análisis; además
de las habituales de Revista de Prensa, Noticias Breves (Sudán, Libia
y la situación socioeconómica en Palestina), Reseñas
y Humor Árabe.
Comité de Solidaridad con la Causa Árabe
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