Washington
parece seguir una estrategia de "cuanto peor, mejor"
Iraq, los surcos
del abismo
Ignacio Gutiérrez
de Terán*
CSCAweb
(www.nodo50.org/csca), 2 de junio de 2004
Ignacio Gutiérrez de Terán, 19 de mayo de 2004
"La
falta de cálculo, los errores y los despropósitos
que, dicen, han cometido los estadounidenses forman parte de
la estrategia del caos. Esto es, que la 'intelligentsia' política
estadounidense no ha cometido los supuestos errores ni ha actuado
de forma irreflexiva ni soberbia ni inconsciente, sino que, a
lo sumo, ha entrado de lleno en una etapa de experimentos y puesta
en práctica de planes diversos. O, para expresarlo con
mayor contundencia, lo que está ocurriendo en Iraq en
la actualidad es una consecuencia lógica y necesaria del
plan de ocupación diseñado por Washington".
Es frase hecha que en tiempos
de caos desaparecen los caminos. Los paisajes se vuelven rostros
sin rasgos, tierras que no tienen senderos y sólo recogen
el hálito enfermo de la confusión, el desorden
y la desesperanza que las surcan. Los caminos, a menudo, no conducen
a ningún sitio o se quedan en intentos vallados; ahora
bien, al menos apuntan a un atisbo de esperanza, a la hipótesis
de ir a dar a otro sitio. Pero cuando rige el pandemonio sólo
hay abismos. Y uno siempre se pregunta si detrás de los
abismos queda algo.
Iraq se está pareciendo
cada vez más a un abismo insondable del que nadie, tanto
los que se hallan dentro como fuera, parece vislumbrar gran cosa.
Todas las grandes razones que pavimentaron la gran autopista
hacia la guerra y la ocupación han sido engullidas por
la descomposición general de la realidad iraquí.
Y es de sobra conocido que los grandes abismos suelen surgir,
de forma abrupta, tras un paisaje exuberante, firme y repleto
de evidencias. Ninguna de las grandes proclamas anunciadas en
abril y mayo de 2003, los meses triomphant de la ocupación,
encuentran hoy demasiado sustento porque han quedado diluidas
en un zurriburri pretencioso de frases hechas. Por supuesto que
esta sensación de desbarajuste que asiste a algunos cuando
supervisan el estado de la cuestión actual en Iraq se
explica, según otros, en función de una serie de
certezas incontrovertidas: la presencia de terroristas extranjeros
que dirimen allí sus diferendos con Washington y, por
extensión, con la civilización occidental; la ineptitud
de los colaboradores nativos que ni son fuertes ni están
preparados para gobernar por sí solos ni disfrutan de
representatividad; la interferencia de los estados vecinos, deseosos
de entorpecer los planes democráticos de EEUU para justificar
sus propios regímenes represivos; a los impacientes -tiempo,
sobre todo tiempo, es lo que se pide desde Washington- y, por
qué no, el natural de los propios iraquíes, gente
incapaz de asimilar los valores de la modernidad y la democracia.
Pero mientras se depuran las responsabilidades sin buscar las
causas reales, las cosas siguen de mal en peor. Y, esto, dicen
los analistas, hace fruncir el ceño a los responsables
estadounidenses. ¿O no debería ser así?
La teoría
del caos
Desde hace semanas, sobre todo
desde que se ha instaurado la costumbre del asedio y cerco de
ciudades iraquíes a cargo de las tropas estadounidenses,
prima la impresión de que las cosas no van tal y como
esperaba la Administración de Bush. Quizá se trate
de una simple impresión, que es lo máximo a lo
que uno puede llegar cuando observa un cuadro clínico
definido por la confusión; pero, a fin de cuentas, es
la impresión que prevalece. No obstante, impresiones de
este tipo no pueden dejar de suscitar la sospecha de que la falta
de cálculo, los errores y los despropósitos que,
dicen, han cometido los estadounidenses forman parte de la estrategia
del caos. Esto es, que la intelligentsia política
estadounidense no ha cometido los supuestos errores ni ha actuado
de forma irreflexiva ni soberbia ni inconsciente, sino que, a
lo sumo, ha entrado de lleno en una etapa de experimentos y puesta
en práctica de planes diversos. O, para expresarlo con
mayor contundencia, lo que está ocurriendo en Iraq en
la actualidad es una consecuencia lógica y necesaria del
plan de ocupación diseñado por Washington.
A algunos les parece que hay
una falta de claridad en la pauta de acción de EEUU en
Iraq; que las declaraciones y actos de sus representantes civiles
y militares siguen caminos divergentes; que se toman y destoman
medidas con demasiada rapidez; que los criterios se revisan una
y otra vez sin que haya un guión definido; que las discrepancias
dentro de la administración de Bush y sus diferentes departamentos,
como la secretaría de Estado y la de Defensa, o entre
"los arabistas" y los "filosionistas", han
salido a la luz y amenazan con entorpecer el proceso en pleno;
que, en definitiva, se detecta una especie de improvisación
y falta de claridad en los pasos dados por Washington en el país.
Una vez más se trata de una impresión que se atiene
a datos computables; sin embargo, no creemos que se trate de
un "error" o un imprevisto sino de una dinámica
calculada. Y en esto, como en tantas otras cosas que tienen que
ver con la experiencia estadounidense en Oriente Medio en general
y en Iraq en particular, Washington ha reciclado, a su manera,
un modelo anterior.
El antecedente
británico en Iraq
El ejército británico
ocupó Iraq durante la Primera Guerra Mundial en el marco
de su lucha contra el Imperio Otomano, dominador por entonces
de Oriente Medio. La campaña bélica en Mesopotamia
le costó a Londres unos cuarenta mil soldados, unos gastos
estimados en torno a 200 millones de libras esterlinas y una
serie de dolorosas derrotas en lugares que han devenido emblemáticos
como Amara al-Kut, en el sur. El colapso del Imperio Otomano,
que después de 1918 quedó reducido a la Turquía
actual, abrió las puertas de la intromisión colonial
occidental en la región, encabezada por Francia y Gran
Bretaña. No obstante, la rivalidad otomano-británica
no había sido notoria hasta 1914. Al contrario, Londres
se había erigido como el principal valedor occidental
de la Gran Puerta, puesto que para el gobierno británico
la integridad otomana aseguraba la continuidad de sus territorios
asiáticos así como un dique de contención
frente a las ambiciones de Rusia. El apoyo de los británicos
se tradujo en alianzas ocasionales como la de la Guerra de Crimea
que enfrentó a Estambul y Moscú entre 1853-56 y
forzó, precisamente, el compromiso ruso de respetar las
fronteras otomanas. Este ascendente británico fue decisivo
asimismo en la introducción de las reformas políticas
y administrativas conocidas como Tanzimat, las cuales
debían procurar, a decir de los británicos, el
desarrollo y modernización del imperio. Pero la emergencia
de las corrientes nacionalistas turcas y el acercamiento progresivo
de Estambul a Alemania invitaron a tomar una actitud diametralmente
opuesta. Este viraje, que vino acompañado del inevitable
aluvión propagandístico antiotomano, refleja el
protagonismo de unos criterios basados en el interés particular
de Londres en afianzar su imponente imperio y establecer una
red variopinta de alianzas. Una aparente paradoja que podría
ayudar a explicar, en retrospectiva, la fluctuación constante
de alianzas de Estados Unidos con determinados estados y organizaciones.
Si se repasa la experiencia
británica en Iraq probablemente se detectará una
palmaria "falta de claridad". Esta impresión
puede evaluarse en algunos análisis, referidos al menos
a la primera época británica en Mesopotamia, que
no acaban de hallar la coherencia de los pasos emprendidos por
Londres [1]. Además de haber empeñado promesas
y alianzas incompatibles con árabes, kurdos y judíos
entre 1914 y 1918 y de haber apoyado a dinastías monárquicas
rivales entre sí, como fue el caso de saudíes y
hachemíes, el gobierno de Londres tuvo que lidiar con
las diversas tendencias existentes en el seno de su política
exterior. Así, la India Office, que representaba
los intereses coloniales británicos en la India, abogaba
por un control directo de Mesopotamia, para hacer de ésta
una proyección de su influencia local; esta idea se contraponía
a la de los "arabistas", que abogaban por una nueva
jurisdicción árabe sobre el terreno o la sujeción
de la zona a la Office de El Cairo, que se convertiría
así en un nuevo centro de irradiación sucursal
del poder de Londres en el Creciente Fértil. Los informes
y posturas encontradas de unos y otros exponen a las claras esta
disparidad de criterios y abonan la conclusión de que
Gran Bretaña no tenía un plan estricto para Mesopotamia.
Una conclusión, en esencia, similar a la que obtienen
algunos cuando revisan el desembarco de EEUU en el Iraq de 2003
y no hallan una pauta clara de acción.
Todo es inconcreción,
improvisación y apresuramiento; pero, en contra de lo
que pudiera parecer, no se trata de que no haya un plan definido
sino de ir probando una amplia gama de opciones. No en vano,
lo que diferencia a un gran estado de un imperio es que el primero
cuenta con varias opciones para elegir mientras que el segundo
dispone de todas las opciones posibles. Para asegurarse el indirect
rule y reducir al mínimo sus bajas y gastos económicos,
Londres desarrolló la figura del gobierno local tutelado.
La revuelta de 1920, extendida por el centro y el sur del país,
y el estado de agitación permanente en que se encontraba
Iraq tras la Primera Guerra Mundial hicieron ver a los británicos
que el mantenimiento directo del poder habría de resultar
demasiado oneroso. Las fuentes hablan de 2000 soldados muertos
en algo más de seis meses, entre junio de 1920 y febrero
de 1921, y de un desgaste creciente de la autoridad de Londres
en toda la región. Una vez más, no estamos muy
lejos del escenario en que se están debatiendo los estadounidenses
hoy, con la resistencia iraquí en alza y el país,
o al menos buena parte del mismo, al borde de la eclosión.
De la importancia dada por
la Administración estadounidense al antecedente británico
hablan los análisis consagrados al asunto por diversos
centros de investigación en vísperas de la ocupación.
Uno de ellos, el Washington Institute for Near East Policy,
publicó en 2003 un opúsculo en el que se trataba
de evaluar los "desafíos" inherentes a la construcción
de un Iraq "libre y próspero" [2]. Como
no podía ser menos, este centro y otros tantos organismos
oficiales y académicos llevan aportando desde hace meses
toda una panoplia de consejos y directrices para que la ocupación
lleve "a buen término". Y para ello, no está
de más indagar en los posibles paralelismos existentes
entre la ocupación británica de 1918 (y posteriores
revueltas civiles) y la campaña estadounidense, que también
está afrontando su cuota de resistencia. La generalidad
de los autores incluidos en este volumen llegan a conclusiones
similares. La experiencia británica fue positiva en muchos
aspectos, como en la creación de instituciones civiles
propias y estructuras democráticas, pero provocó,
también, numerosas disfunciones. Por lo tanto, una forma
de evitarse problemas es no repetir alguno de aquellos errores.
Por supuesto, el punto de partida de tales análisis pasa
por presuponer que Estados Unidos sí pretende establecer
la democracia real en Iraq, cosa que, se da a entender, los británicos
no contemplaron como una prioridad. Alguna de estas directrices
se ha traducido en hechos concretos, como el desmantelamiento
del ejército y la concepción de un Iraq habitado
por confesiones y etnias que deben encontrar su sitio como tales.
El Kurdistán
revisado
Esto último es especialmente
notorio en el caso del Kurdistán, cuya autonomía
de facto desde 1991 ha quedado reconocida por la constitución
provisional aprobada a principios de 2004. Ya en la década
de los veinte del siglo pasado, algunos funcionarios británicos,
los que podríamos llamar "kurdistas", se quejaban
de la nula atención prestada por Londres a las demandas
de autonomía kurda. Oficiales como C. J. Edmonds, Wallace
Lyon o W. R. Hay consignaron en sus memorias e informes su incomodidad
y en algunos extremos frustración ante la dejación
que la causa kurda estaba sufriendo a manos de los británicos.
En contraposición a los "arabistas", en concreto
a los entusiastas de la monarquía hachemí, como
Gertrude Bell, los "kurdistas" pensaban que una entidad
kurda en el norte dirigida por líderes filobritánicos
como Mahfuz Barzanyi serviría los intereses de Londres;
sin embargo, el Foreign Office creía que una autoridad
kurda más o menos desvinculada de Bagdad originaría
más problemas que comodidades, además de que la
opción árabe, esto es, poner el énfasis
del dominio indirecto en la comunidad árabe y más
en concreto en la oligarquía sunní, le parecía
más robusta [3]. Pero no por ello dejó de
jugar la carta kurda, la árabe y en general la de todas
los grupos étnicos y confesionales.
Un detalle curioso que revela
hasta qué punto el antecedente británico ha tenido
su importancia lo podemos ver en el proceso de gestación
de la nueva bandera iraquí, que junto con dos franjas
azules que representan el Tigris y el Éufrates y la media
luna, azul, del islam, incluye una franja de color amarillo,
tonalidad nacional kurda. Medidas de este tipo o similares, propuestas
por los kurdistas británicos en los años veinte
con el objeto de promover la colaboración e integración
de la población kurda en el nuevo gobierno iraquí,
cayeron en saco roto y, al final, los británicos permitieron
la política del gobierno de Bagdad de obviar la cuestión
kurda y negarse siquiera a respetar la especificidad cultural
de las regiones del Norte [4].
Esta actitud irresponsable
respecto de las reivindicaciones kurdas en particular y de los
diversos grupos étnicos y religiosos en general ha supuesto
graves quebraderos de cabeza al Estado iraquí y constituye
uno de los ingredientes básicos del desastre actual; pero,
a pesar de las alegaciones de inocencia de los historiadores
británicos -es normal que los imperios coloniales se desentiendan
a posteriori de los detalles más escabrosos de
su política nociva, cínica y egoísta- Londres
tiene gran parte de responsabilidad en la gestación del
problema kurdo, árabe y, en general, étnico-confesional
de Iraq. Del mismo modo, Washington debe responder de su implicación
en la fragmentación social del país y el retorno
al concepto de Iraq como un ente-mosaico de razas y religiones.
Londres ideó la monarquía
hachemí para Iraq, lo mismo que sustentó la otra
monarquía hachemí en Jordania y las monarquías
del Golfo, desde la de los Saud en Riad hasta la de los Sabah,
Al Thani, Qabús y demás, con el objeto de conservar
su dominio sin exponerse a tanto desgaste político, militar
y económico. En este sentido, la creación del "gobierno
árabe", con la importación de una familia
real de la Península Arábiga, es una patente británica.
Pero, al mismo tiempo, mantuvieron su influencia sobre aquellos
dirigentes kurdos que veían al "gobierno árabe"
de Bagdad como un peligro permanente para sus propios intereses.
Esta polivalencia británica, que tan pronto servía
para dar cobertura aérea de la RAF a las expediciones
de castigo del ejército iraquí contra los milicianos
kurdos como para conservar los vínculos con sus dirigentes
fue característica del Iraq del mandato y la independencia
formal de 1932 -en teoría, la verdadera se produjo en1958
con el golpe de Abdel Karim al-Qásem-, y tuvo sus reflejos
en otras rivalidades binómicas (gobierno-parlamento, elites
urbanas-líderes tribales, mayoría árabe-minorías,
etc.) en las que los consejeros y delegados británicos
aparecían siempre como una especie de "mediadores
sociales". Una vez más, algo no demasiado ajeno a
lo que están llevando a cabo los estadounidenses hoy en
Iraq al aupar a grupos y personalidades con intereses variopintos
e incluso enfrentados cuyo denominador común reside en
su dependencia generalizada de la autoridad extranjera.
Sin embargo, la preferencia
arabista de Londres se ha transformado ochenta años después
en un intento de soterrar la impronta árabe de Iraq. La
bandera actual incluye un símbolo kurdo, que debería
certificar que Bagdad, por fin, acepta la aportación de
las regiones kurdas, pero no engloba ninguna referencia árabe.
Es decir, la única comunidad étnica representada
de forma explícita es la kurda y no las demás,
igualmente protagonistas en la gestación de la identidad
iraquí (asirios, turcomanos y, por supuesto, árabes).
Resulta llamativo que la otra gran señal sea la
media luna, que hace mención a la impronta islámica
del país y que, sobre todo, refleja el protagonismo de
las tendencias islamistas chiíes y sunníes en el
Consejo Gubernativo tutelado por EEUU.
Igualmente, en la constitución
provisional se establece con claridad la especificidad kurda,
la estructura federal de la nueva república y se incluye
un apartado que, para evitar el panarabismo del régimen
anterior, roza el absurdo: "El pueblo árabe [de Iraq]
forma parte indisoluble de la Nación Árabe"
[5]. El kurdo se convierte junto con el árabe en
la lengua oficial y se reconoce el derecho a enseñar el
turcomano, siriaco y arameo en las escuelas públicas [6].
Los británicos, por el contrario, "inspiraron"
una constitución donde no se reconocía la singularidad
lingüística kurda, pues sólo el árabe
era lengua oficial [7].
De todas maneras, los dirigentes
kurdos no deberían tener muchos motivos para pensar que,
por fin, el objetivo de la independencia o cuando menos una amplia
autonomía dentro de Iraq está al alcance de la
mano: los estadounidenses están empezando a recabar la
ayuda de miembros del ejército y el partido Baaz de Sadam
Husein (Bremer ha afirmado ahora con peculiar cinismo algo que
ya sabíamos: no debía haberse expulsado a los baazistas
de la administración por el mero hecho de contar con carnet
del partido, pues muchos iraquíes lo tenían por
obligación, esto es, no eran bazzistas de verdad),
a pesar de las protestas de algunos aliados dentro del Consejo
Gubernativo. Además, en círculos de Washington
se empieza a hablar de la necesidad de contar con una "elite
árabe sunní" no implicada en los crímenes
del régimen anterior pero sí conocedora de sus
vericuetos políticos. Es decir, una especie de plataforma
administrativa basada en la oligarquía tradicional iraquí
para la que algunos barajan la presidencia de Adnán Pachache,
representante de una conocida familia sunní y miembro
del Consejo Gubernativo. En consecuencia, no debería darse
por descontado que EEUU va a seguir alentando las expectativas
kurdas: los británicos también lo hicieron durante
un tiempo. Hasta que sus prioridades les dictaron un cambio de
rumbo y los sueños de autonomía e indenpencia,
alentados en diversos tratados internacionales, quedaron en nada.
Hoy por hoy, las regiones kurdas viven en un limbo administrativo
y jurídico y disfrutan de una estabilidad inusual en el
resto del país; pero nada asegura que la situación
haya de continuar así una vez formado el nuevo gobierno.
Un gobierno
débil y por lo tanto robusto
Analistas hay que han recomendado
a Washington que no repita los errores británicos y conceda
a Iraq la libertad plena y el derecho a construir su propia democracia
sin imposiciones. Además, rechazan la idea de los abusivos
tratados de cooperación entre la potencia ex ocupante
y el país ex ocupado, a imagen y semejanza de los firmados
entre Londres y Bagdad antes de la independencia de 1932 [8].
Pero no hay, por ahora, indicios de que Washington vaya a alejarse
en exceso del modelo colonial anterior. Siguiendo con los paralelismos
entre el periodo británico y el estadounidense, la expectativa
de un gobierno debilitado y supeditado al apoyo de Washington
parece haber tomado cuerpo. Reuérdese que los británicos
establecieron el régimen monárquico y un sistema
de poder que otorgaba amplias potestades al rey frente al parlamento
y al gobierno. Ya que el rey era una prolongación de los
intereses británicos, Londres mantenía de facto
el control. Luego, por medio de diversos tratados bilaterales
(1922, 1924, 1927 y 1930), que aseguraban la presencia militar
británica en el país y el control efectivo de las
fronteras y los recursos petrolíferos, los británicos
siguieron conservando este control en el Iraq independiente.
El más determinante
de estos tratados, el de 1930, consagraba la consigna de reducir
la responsabilidad directa de Londres (y por ende abaratar costes)
sin perder influencia. Por ejemplo, se reconocía el derecho
de Gran Bretaña a disponer de bases aéreas en el
país, se establecían privilegios para sus tropas
y se impulsaba la labor de sus oficiales y funcionarios destacados
en Iraq [9]. Por ello, la imagen de los consejeros británicos
fue norma durante ese periodo y, de hecho, tanto el rey como
el gobierno de Bagdad debían contar con el visto bueno
de Londres antes de tomar decisiones de gran alcance incluso
después de la independencia de 1933.
Este ascendente lo vemos hoy,
también, en la estrategia estadounidense, en especial
en lo tocante a la presencia de sus tropas y consejeros civiles
y militares en el país tras la supuesta entrega de poder
en junio próximo. Ahora mismo, cada ministro iraquí
cuenta con su correspondiente adjundo estadounidense, que es
en realidad quien otorga el plácet a las grandes resolucions
ministeriales, al tiempo que el administrador civil Paul Bremer
disfruta del derecho de veto sobre las decisiones del Consejo
Gubernativo. Una vez más, ante las demandas de que el
nuevo gobierno sea verdaderamente representativo y formado por
personalidades independientes [10], Washington ha respondido
con la teoría del gobierno fuerte que debe ser capaz de
asegurar la estabilidad del país.
Pero, en realidad, esta imagen
del gobierno fuerte esconde otra realidad: los estadounidenses,
igual que los británicos hace ochenta años, desean
un ejecutivo maniatado por su falta de legitimidad y atenazado
por un contexto de crisis para hacer pasar sus acuerdos. Si en
un tiempo esta situación de debilidad y dependencia orgánicas
frente la potencia occidental se resumía en la familia
hachemí, hoy se trasluce en el Consejo Gubernativo. Washington
también quiere, para cuando Iraq recupere su independencia,
contar con bases militares estratégicas y el reconocimiento
de amplias competencias para sus consejeros, que seguirán
rigiendo los destinos del país en la sombra, a resguardo
de las acusaciones de neocolonialismo y dominación directa.
Esto implica también el control de las concesiones petrolíferas
y los dividendos de las explotaciones, para lo cual se están
barajando ya porcentajes diversos.
Por esta razón, para
allanar el camino a este objetivo, Washington persigue una resolución
de Naciones Unidas o, cuando menos, una aceptación tácita
por parte de la comunidad internacional a su propuesta de mantener
el nuevo ejército iraquí bajo mando estadounidense,
lo mismo que las tropas extranjeras desplegadas en el país.
Y, de nuevo, el pilar de esta invocación radica en la
realidad caótica de Iraq. O, una vez más, cuanto
peor, mejor.
Rentabilizando
la teoría del caos
Aunque pueda parecer paradójico,
hoy por hoy, la primera justificación esgrimida por los
partidarios de la ocupación estadounidense de Iraq es
la necesidad de estabilizar, modernizar y democratizar el país.
Ya sea por casualidad o se trate de algo calculado, cada nuevo
escándalo, como el de la torturas a los presos iraquíes
o las contratas y comisiones millonarias a determinadas empresas,
contribuye a soterrar los contenidos argumentales que dieron
pie a la invasión. Ni las armas de destrucción
masiva ni los vínculos de Sadam Husein con al-Qaeda han
aparecido pero, ¿a quién le importa eso ya? Lo
mismo que los estragos pasados y presentes del embargo y el bombardeo
y asedio de núcleos urbanos con sus millares de víctimas
civiles, son asuntos que sólo acaparan la atención
en contadas ocasiones. Incluso las torturas de la cárcel
de Abu Gurayb y otros centros de internamiento han servido para
que la administración de Bush entone un horresco referens
inusitado y se hagan alabanzas de la integridad del ejército
estadounidense, cuya honorabilidad no puede ser mancillada por
la perversidad de unos cuantos de sus miembros. El problema radica
en que no parece que sean unos cuantos los que están implicados
en este tipo de prácticas. A juzgar por las fotos, debía
de tratarse de una especie de catarsis colectiva donde mandos
y subordinados cumplían, cada uno desde su rango, una
función erótico-escatológica. De todos modos,
a la espera del siguiente escándalo, la administración
de Bush ha vuelto a emprenderla contra sus servicios de inteligencia
(es una moda estacional ya expuesta en lo de las armas de destrucción
masiva y que aquí sus malos imitadores quisieron popularizar
cuando el 11-M), si bien, en esta ocasión, la CIA no ha
andado remisa a la hora de devolverle la andanada al Pentágono
y el Departamento de Estado, lo cual hace prever la inevitable
procesión de acusaciones cruzadas, comisiones de investigación
y estrépito generalizado. Es decir, ruido y confusión.
Hay mentes obtusas o ingenuas
que piensan que lo que viene ocurriendo en Iraq desde abril de
2003 va a obligar a EEUU a salir de Iraq de verdad en
un plazo breve. El desánimo que ha cundido en parte de
los que jalearon la ocupación incita a abonar esta tesis;
sin embargo, la estrategia estadounidense no contempla esta posibilidad,
ni en forma pública ni en secreto, y ahí están
los discursos del aspirante demócrata John Kerry para
corroborarlo. Al contrario, el ahondamiento de la crisis refuerza
cada vez más la necesidad de seguir en Iraq, ya
sea de forma unilateral o con cobertura de Naciones Unidas, la
OTAN o quien sea.
Por lo mismo, la contumacia
de una porción significativa de la sociedad iraquí
a la hora de asimilar los valores occidentales de modernidad
y libertad atestiguan la obligatoriedad de desarrollar un nuevo
concepto de mission civilizatrice. El recién adquirido
enclave de Iraq para el terrorismo islamoide internacional figura
a la cabeza de este tipo de razones de fuerza mayor para no irse.
A nadie se le escapa que la dictadura del Baaz era brutal y sanguinaria,
bueno: a los estadounidenses y compañía pareció
escapárseles el dato en los años ochenta; sin embargo,
Iraq no conocía el azote de los atentados suicidas e indiscriminados,
que, desde abril de 2003, han acabado ya con la vida de cientos
de iraquíes en calles, mezquitas y lugares públicos.
La propaganda estadounidense ha forjado un nuevo leviatán
de alcance mundial en la persona de Musab az-Zarqawi, el supuesto
líder de al-Qaeda en Iraq, un auténtico enemigo
numero uno del cosmos aunque nadie sabe quién es ni si
tan siquiera sigue existiendo. Pero qué importa: una vez
más, Estados Unidos fomenta el ego de los islamoides internacionales
para promover el miedo escénico generalizado y la convicción
de que el germen que provocó la enfermedad es el único
capaz, ahora, de erradicarla.
Por supuesto, los partidarios
de la ocupación han alabado, con motivo del primer aniversario
de la misma, los grandes avances conseguidos. También,
en el perido británico, no faltó quien cantó
sus alabanzas, como Yafar al-Askari, primer ministro en dos ocasiones
y ministro de Defensa en otras cinco en el gobierno de los hachemíes
[11]. Además de la libertad de expresión,
recortada en todo caso por diversas resoluciones del administrador
Bremer y constreñida de por sí por la ocupación
militar [12], las voces de apoyo hablan, con una capacidad
de invención y exageración fuera de toda duda,
de las notables mejoras en infraestructuras, servicios y calidad
de vida. La fabulación aquí es fabulosa, porque
las encuestas y sondeos de opinión de propios y extraños
hablan del descontento generalizado de una población sin
trabajo, agua ni electricidad ni mucho menos seguridad. Pero,
qué más da, precisamente estos mismos defectos
imponen la permanencia. Este argumento encuentra una plasmación
portentosa en algunos valedores de la ocupación. Ejemplos
hay muchos, pero quizás uno de los más contundentes
sean las conclusiones de David Aaronovitch, periodista británico
defensor de la política de Tony Blair en Iraq y sostén
de la ocupación estadounidense. Este hombre, partidario
de la intervención filantrópica en Iraq para liberar
a los iraquíes y con ellos al mundo en su conjunto de
un dictador como Saddam Husein -y azote genial de los izquierdistas
y pacifistas patológicos que se niegan a que EEUU intervenga
en ningún sitio "porque piensan que, por mucho que
las cosas estén mal en el país X, los estadounidenses
son peores" (The Observer, 2-2-2003)- hizo un viaje
a Bagdad en abril de 2004 para comprobar los efectos de la ocupación
un año después. No se esperaba estos resultados,
descorazonadores ciertamente, pero se reafirma en sus planteamientos:
"[...] Es, en cualquier
caso, peor de lo que esperaba hace un año. Y mucho más
deprimente, pero a esta gente la hemos estado jodiendo (perdónenme
por decirlo así) desde hace mucho tiempo. Les hemos colonizado
y les hemos dejado a un lado para interferir en sus asuntos con
el fin de favorecer nuestros propios intereses. Hemos consentido
el ascenso de Saddam Husein e, incluso, hemos llegado a apoyarlo.
Después le declaramos la guerra pero nos negamos a liberar
a su pueblo. En cambio, lo abrumamos con sanciones que el régimen
(que pensamos de forma errónea caería bajo el peso
de las sanciones) se encargó de que causasen el mayor
daño posible a la población. Nosotros, y los rusos
y los franceses y las Naciones Unidas y los turcos y los demás
árabes, permitimos que millones de personas murieran o
quedaran reducidas a la miseria... Así que de todas las
cosas que hemos hecho, la invasión puede parecer algo
terrible, pero en cualquier caso es lo menos terrible que hemos
hecho. Y la única cosa que ha suscitado esperanzas. Por
lo tanto, es hora de apoyar a quienes han de dar el siguiente
paso, los demócratas iraquíes, religiosos y seculares,
en aras del nuevo Iraq." [13]
Una descripción tal
no precisa de muchos comentarios. Las cosas están mal
pero lo malo es que serán peores si no llegan a estar
tan mal. O sea, el absurdo y la rombura del rombo y, de paso,
la trivialización de la historia hasta convertirla en
un baúl de sastre donde hurgar según nuestras necesidades.
Ahí reside, ni más ni menos, la grandeza de la
teoría del caos: hay muchos escenarios y guiones donde
elegir, pero nunca repararemos en las posibilidades propias del
pueblo iraquí, en la emergencia de una sociedad civil
dinámica y versátil, en la configuración
de una resistencia nacional, plural y no contaminada por manipulaciones
externas... Porque todo esto no puede estar en el guión,
es imposible: constituye un desafío formidable a los profetas
de la confusión. Mal está la situación;
pero imagínense qué será de Iraq si nos
vamos. Guerra civil, abismo, convulsión internacional,
integrismo, portazo a la democracia y la libertad... El caos
que precede al caos.
Notas del
autor:
1. Véase, por ejemplo, The Empire of the Raj. India,
Eastern Africa and the Middle East, 1858-1947, Robert J.
Blyth, Hampshire, McMillan, 2003, pág. 146.
2. Michael Eisenstadt y Eric Mathewsin (ed.), U.S. Policy
in Post-Saddam Iraq. Lessons from the British Experience,
Washington, 2003.
3. Véanse, por ejemplo, el recuento de Wallace Lyon (1918-1948),
que desempeñó diversos cargos administrativos y
consultativos, en Kurds, Arabs&Britons, Londres, 2002;
C.D. Edmonds, que sirvió como political officer en
el norte de Iraq, en Kurds, Turks and Arabs, Londres,
1957 y W. R. Hay en Two years in Kurdistan. Experiences of
a Political Officer (1918-1920), Londres, 1921.
4. C. J. Edmonds, por ejemplo, era uno de los que abogaban por
incluir un símbolo kurdo en la enseña nacional.
Véase Wallace Lyon, op. cit., Londres, I.B. Tauris, 2002,
Introduction, pág. 40.
5. "Constitución para la administración del
Estado iraquí durante el periodo transitorio", 8-3-2004,
artículo 7, párrafo 2. Puede consultarse el texto
(en árabe) en www.iraqipapers.com/council_3_8
6. Ibíd., art. 7, párr. 2.
7. Véase el artículo 17 de la Constitución
del Reino de Iraq de 1925, en British and Foreign State Papers,
1926, Part. I, Vol. CXXIII, Londres, 1931. [En Iraq la enseñanza
del kurdo como segunda lengua era obligatorio en todas las escuelas
del Estado. Nota de CSCAweb.]
8. Véanse los consejos del historiador iraquí Abbas
Kelidar en Eisenstad&Mathewson, op. cit., págs. 36-37.
Son consejos constructivos, sin duda, como cuando aboga por que
Washington permita que los iraquíes escojan a sus dirigentes
con plena libertad. El quid es que la presencia de Estados
Unidos en Iraq no responde, en esencia, a este objetivo básico.
9. Peter Sluglett, Britain in Iraq. 1914-1932, Londres,
Ithaca Press, 181-182.
10. El enviado especial del secretario general de NN.UU. a Iraq,
Alajdar Ibrahimi, está siendo objeto de aceradas críticas
por parte de la administración de Bush y el Consejo Gubernativo
iraquí por haber propuesto que el gobierno al que, según
la constitución provisional, debe cedérsele el
poder en junio de 2004, esté compuesto por tecnócratas
y políticos independientes que representen todos los estratos
sociales del país. Esta propuesta atenta contra los planteamientos
estadounidenses, que contemplan un órgano de mando integrado
por representantes de los partidos políticos actuales,
inscritos en el Consejo Gubernativo. Véase The New
York Times, 9 de mayo de 2004.
11. Véase el artículo publicado por Yafar al-Askari
en The Journal of the Royal central Asian Society, vol.
XIV, Londres, 1927, con el título "Five Years Progress
in Iraq", en el que se felicita efusivamente a los funcionarios
británicos asignados al gobierno iraquí, sin cuya
eficacia "no habría podido aportar esta imagen tan
favorable de Iraq". Véase A soldier´s Story.
From Ottoman Rule to Independent Iraq, apéndice 3,
Londres, Arabian Publishing, 2003, págs. 229-230.
12. Las medidas de Bremer, fechadas el 10 de junio de 2004, permiten
una interpretación ciertamente holgada. De hecho, desde
esa fecha han permitido el cierre de varios periódicos
y un control efectivo sobre las informaciones locales. Uno de
los apartados incluye una serie de prohibiciones que pueden dar
pie a una amplitud de criterios y medidas arbitrarias: "Se
prohíbe a los diversos medios de comunicación difundir
noticias que a) inciten a la violencia contra cualquier persona
o colectivo ya sean asociaciones iraquíes, étnicas
o religiosas y las mujeres, b) inciten a la desobediencia civil
o a altercados públicos y daños a los bienes, c)
incite a la violencia contra las fuerzas de la coalición
o quienes trabajan para ellas, ch) solicite modificar las fronteras
de Iraq por medio de la violencia, d) reclame la vuelta del partido
Baaz al poder o difunda contenidos que pudieran albergar posicionamientos
probaazistas".
13. David Aaranovitch, "So this is free Baghdad", Guardian
Newspapers, 8 de abril de 2004.
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