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Testimonio
PALESTINA

* Cristina Ruíz-Cortina es miembro de la Asociación al-Quds de Solidaridad con los Pueblos del Mundo Árabe


Mi primer día de trabajo en Gaza

La gente dice que aquí no se pueden hacer planes de un día para otro

Cristina Ruíz-Cortina*

20 de septiembre de 2006 / CSCAweb, 22 de septiembre de 2006

"La mujer que amamantaba su bebé en la puerta de su casa mientras veía a los otros pequeños jugando en el columpio y que murió de golpe con tres de sus hijos por la metralla, era una hermosa mujer de 33 años"

Siempre que vengo aquí siento una enorme alegría, pero ayer, cuando me dijeron que podía pasar se me cortó la alegría pronto cuando vi tres palestinos que podían llevar siglos esperando en la frontera para poder entrar en Gaza. Me miraron con los ojos de quienes saben que hay quien tiene quien les ampare y hay quien está desamparado; que hay quien tiene algunos derechos y hay quienes no tienen ninguno. Me sentí fatal y me acordé de los miles de palestinos que esperan al otro lado, en Rafah, a que una orden arbitraria les permita entrar. Luego en Gaza, la desesperación de la gente es patente, ya no esperan nada, dicen, solo ir a peor y peor. No sé cómo se puede estar peor si no hay luz en Gaza (apenas unas horas y según las zonas) y hay carestía de casi todo; la gente se manifiesta constantemente porque no tienen trabajo y los que trabajan porque no cobran. Aquí nadie tiene derecho a llenar una pequeña piscina de plástico para los más pequeños de la casa, ni a encender un ventilador, casi ni a salir porque por las noches esto es como la boca del diablo, todo tan oscuro...

Mi primer día en Gaza ha ido bien y comienzo a ponerle caras a las víctimas. La estadística comienza a implicar un poco de desgarro. La mujer que amamantaba su bebé en la puerta de su casa mientras veía a los otros pequeños jugando en el columpio y que murió de golpe con tres de sus hijos por la metralla, era una hermosa mujer de 33 años, hermosa aún con el pañuelo negro rodeándole una cara dulcísima. La pobreza extrema es casi el denominador común de los casos que veo, de la gente con la que me entrevisto. Aparece la Gaza hecha de hojalata, los suelos de arena, arena y más arena; los pasadizos interminables de Jabalya y Beit Hanun, y la cruel y permanente presencia de la muerte gratuita y arbitraria. Todos tienen historias que contar, todos metralla almacenada en las casas de los últimos bombardeos, todos señales en la piel y todos un pasado que fue algo mejor.

Jabalya es una jungla animada donde las rotondas de tráfico están rodeadas no por vallas, sino por las correas de los tanques arrebatados a los israelíes. Es una jungla armada; como casi todos los campos de refugiados. Parecería que bulle si no fuera porque el movimiento de la gente es más simulado que real, porque no hay nada que comprar, ni dinero para hacerlo, ni electricidad para conservarlo. Pero aún en este infierno, cuando te acercas a una casa te ponen un café, te compran un refresco, te preparan un té. Te acogen, debajo de la higuera o de las moreras, en unas sillas desiguales, unos pequeños vasitos, pero es la hospitalidad la que vela por estos encuentros. No tienen nada, pero te lo dan, te dan su tiempo, sus palabras, tienen fe de que aún las palabras no se las lleve el viento, en que sirva para algo. Yo siento vergüenza, un poco. Les prometo que hablaré de ellos, pero qué poca cosa es cuando la miseria y la muerte ronda cada una de las casas y las cunas de los niños.

Soporto ahora el calor mejor que en junio. Gracias a que hay un generador en el hotel, puedo tener luz en la habitación y conectar mi ordenador; pero el aire acondicionado es otra cosa. Hoy venía sofocada después de más de cinco horas en los campos de refugiados del norte, y en el hotel puedes encontrar agua fresca y un poco de brisa marina. Mañana saldré temprano. He comenzado esta tarde las crónicas de la gente de Gaza y las fotos están bien, pero de ahí a ir enviándolas hay un trecho, pues tengo que consultar constantemente otros documentos, contrastar la información, completar algunos datos y todo ello me va a tomar su tiempo. Pero en este sentido estoy muy contenta, creo que puede salir bien.

Mañana más, seguiré por el norte y luego tendré algunas entrevistas en Gaza. He quedado con un escritor y también voy a ver mujeres líderes del movimiento de los presos palestinos, a otra que fue un escudo humano en manos israelíes, a una familia a la que el ejército le ocupó la casa... en fin... y también hacer fotos, fotos, fotos. Impresiona en Gaza su similitud con los paisajes desolados de las más pobres ciudades de África, se va alejando del resto de Cisjordania a pesar de todo, va hundiéndose.

La gente necesita que se venga, necesitan vernos, necesitan saber que nosotros sabemos de su existencia. Una vez más, las guerras de Oriente Próximo las pierden los palestinos

La gente dice que aquí no se pueden hacer planes de un día para otro

La gente dice que aquí no se pueden hacer planes de un día para otro. Y eso también me afecta a mí. Los planes que se hacen unos días, ya no sirven para el siguiente y me parece que cada día va a ser distinto. A las 8 de la mañana estaba en PCHR con Jehan preparando la agenda del día. Con esos cafelitos tan ricos que preparan con cardamomo, repasamos el diario y cerramos las entrevistas. Primero en Gaza, sobre un tema de Beit Hanoun. El caso era muy duro, utilizar a niños como escudos humanos, y atacar las casas hasta destruirlas. ¿Hablará? Le pregunté a Jehan. Sí, me dijo, es una mujer fuerte, habla inglés perfectamente, no necesitas traducción y ella trabaja con nosotros a veces.

Pero Azza Ezzat no estaba dispuesta a hablar aún. Con 44 años, divorciada, cuatro hijos, había tenido que cambiar de trabajo pues la asociación de mujeres que llevaba en Gaza no recibía fondos suficientes y tuvo que cerrar. Ahora trabaja para Ramattan, una agencia de noticias, en Gaza. Azza me recibió en su despacho en una alta planta desde donde se divisaba casi toda Gaza. Buen lugar para conocer de dónde vienen los golpes. Su casa había sido destruida el 17 de julio después de sufrir la ofensiva más fuerte de Beit Hanoun y ver cómo el ejército de ocupación israelí utilizó a dos de sus hijos como escudos humanos. Azza no sabía donde mirar, le temblaba la voz, "no puedo hablar aún", me dijo. "Fue el peor día de mi vida". Mis hijos vomitaban y se orinaban de miedo que tenían, gritaban y gritaban pero no parecía que a los soldados les preocupara". Salvaron la vida de milagro, ese mismo día el ejército israelí asesinó a 7 personas, hirió a 30, utilizó 14 viviendas como enclaves militares, atacó varios centros escolares de la UNRWA, y fueron derribados los muros de la clínica, del campo de deportes y del cementerio. Lo dejamos, nos veríamos más adelante, hablaríamos del futuro. Pero la mirada se le perdía "¿qué futuro?" Azza estudió Empresariales, Desarrollo y Derechos Humanos en la Universidad de Birzeit, ahora su hija tiene que estudiar en Jordania, pues ir a Birzeit supondría varios años sin verla.

En mi itinerario por Beit Hanoun pude ver y fotografiar todo eso, las viviendas demolidas y el puente que une Beit Hanoun con Jabalya. Pude ver mucho más, porque el paisaje es un vivo espejo de la destrucción sistemática y gratuita, Beit Hanoun es, todo ello un crimen de guerra.

El 15 de agosto le tocó a Mohammed Hussein Mohammed Ouda, de 64 años. También en Beit Hanoun. Mohammed tenía una familia de 14 personas y una vivienda amplia que compartía con una tienda a la que llamó "Peace Supermarket". Por su aspecto pulcro y sereno, todo vestido de blanco, no me extrañó que me dijera que su vida era ordenada y que buscaba el mismo orden para sus hijos. "Cada mañana mis hijas pequeñas venían a despedirse antes de marchar a la escuela. Me daban un beso y yo les preparaba algún bocadillo y monedas para el día". Mohammed nos puso un té en la calle, a la sombra de una casa. Por delante teníamos los restos de la suya. "Llamaron a mi hijo y le dijeron que desalojáramos la casa que iban a bombardear. Como no estábamos seguros, no la desalojamos de manera inmediata, y de pronto me llaman a mí. ¿Cómo sé quienes sois? -les dije- y ellos me dijeron ahora lo verás, y aparecieron los aviones. Toda la familia y toda la zona se desalojó. Sobre la casa tiraron dos bombas; los pilares de hormigón salieron despedidos y golpearon otras casas vecinas. La casa se desplomó hacia atrás. Cuando nos acercamos para ver qué había pasado y qué podíamos recuperar con la ayuda de los vecinos, el teléfono volvió a sonar. "No entréis, -nos dijeron- vamos a bombardearla de nuevo" Se ve que no fue suficiente destruirle la casa, aún querían que nada de ella pudiera ser recuperado.

El 2 de septiembre Ismail Abu Odeh, alertado por los disparos salió de su casa a ver qué pasaba. Le dispararon en la cabeza. Su hijo salió entonces para prestarle auxilio, pero una unidad del ejército israelí camuflada le disparó también. Las hijas Hanan y Azhar de 16 y 17 años salieron horrorizadas tratando de socorrer a su familia, pero los disparos las disuadieron y cayeron heridas a la puerta de la casa. Hoy iba a visitar a la familia de Abu Odeh, pero en la puerta de la casa nos encontramos con el velatorio de Hanan, la hija de 16 años a la que llevaron al hospital después de que el ejército permitió que se desangrara durante dos horas junto a la puerta de la casa. Hoy no era día para hablar en la familia Abu Odeh.

Huda Ghalia, Hanan Odeh, Salek Ibrahim Maher, todos ellos menores de edad, vivían en el mismo barrio. Desde la casa de uno se ve la del otro. Y entre mi mirada y las de ellos montones de escombros, basuras, miseria. Apenas nacer para vivir en la miseria y ser asesinados en el más cruel anonimato, ante la mirada impasible de la comunidad internacional.

Esta tarde hablaba con Muna. Muna tiene tres hijos pequeños. Me decía que cuando ella era pequeña Palestina no existía en los libros, pues en Gaza las leyes, los libros de texto y el orden los ponían los egipcios. En los libros solo se hablaba del esplendor egipcio y de los faraones. Por otro lado, los ejemplos que se ponían en los libros eran sexistas. "Ahora todo ha cambiado, ahora dicen 'Mamá está escribiendo, Papá prepara la comida' y hablan, hablan y hablan de Palestina". Ruru (su hija de cinco años) le pregunta dónde está Jerusalén y Ramalla, ciudades que tardará muchos años en conocer, si tiene suerte. "Mira, ahora los libros hablan de Palestina pero Palestina cada vez existe menos, cada vez hay menos esperanza; ¿Qué le digo a Ruru cuando me dice que quiere ir a Jerusalén, la capital de Palestina?"