Sadam Husein es inocente
Santiago Alba Rico
rebelion.org,
31 de diciembre de 2006 / CSCAweb: 03-01-07
"El
expresidente iraquí no tuvo un juicio justo y murió,
por tanto, tan inocente como el día en que nació;
su ejecución le exculpa de hecho de todos sus crímenes,
porque castiga su imperdonable error de no haberlos cometido,
a partir de 1990, a favor de su verdugo. Un tribunal de excepción
establecido por un ejército ocupante, sin las más
mínimas garantías procesales y animado exclusivamente
por un principio retributivo y ejemplarizante, es tan legítimo
y justo como el que formasen diez mafiosos para acuchillar al
miembro de una familia rival o cien esbirros del Ku-Klux-Klan
para linchar a un delincuente negro".
El día
del Aid-al-Adha, el día en que Alá perdonó
la vida a Ismail, el día en que los dictadores musulmanes
indultan a los condenados, los estadounidenses ejecutaron a Sadam
Huseín; el día en que Dios sustituyó la
víctima humana por un cordero, liberando así a
los hombres del círculo interminable del sacrificio, EEUU
restableció la maldición sacrificial.
A las seis de la madrugada
Sadam Huseín subió al cadalso, firme y sereno,
según todas las noticias; rechazó la capucha de
reo y tranquilizó al verdugo; su dignidad no demuestra
ni su superior moralidad ni la justicia de su gobierno, pero
rebaja a los ejecutores un peldaño por debajo de su propia
abyección. Todo el que se entristezca por su muerte sin
ser pariente suyo está loco; todo el que se alegre sin
haber sufrido daño de su mano es un criminal. Todo el
que no se escandalice está legitimando, y reclamando de
nuevo, las decapitaciones en directo de los salafitas, el atentado
de las Torres Gemelas, el dolor de los proletarios e inmigrantes
de Madrid, el horror del metro de Londres, la sangre de los turistas
de Bali y los siniestros abusos de todas las dictaduras, incluyendo
a aquellos por los que se condenó al propio Sadam Huseín.
El expresidente iraquí
no tuvo un juicio justo y murió, por tanto, tan inocente
como el día en que nació; su ejecución le
exculpa de hecho de todos sus crímenes, porque castiga
su imperdonable error de no haberlos cometido, a partir de 1990,
a favor de su verdugo. Un tribunal de excepción establecido
por un ejército ocupante, sin las más mínimas
garantías procesales y animado exclusivamente por un principio
retributivo y ejemplarizante, es tan legítimo y justo
como el que formasen diez mafiosos para acuchillar al miembro
de una familia rival o cien esbirros del Ku-Klux-Klan para linchar
a un delincuente negro. Sin un juicio justo, no se ha probado
que Sadam Huseín fuera culpable y, una vez muerto, ya
nunca se podrá probar. El día del Cordero su inocencia
resplandece como la de Ismail en el ara del sacrificio y quizás
la firmeza y dignidad del reo, con el Corán bajo el brazo,
se alimentase justamente de este recuerdo y de esta identificación,
que otros muchos, en todo el mundo árabe y musulmán,
establecerán espontáneamente.
Sadam Huseín era inocente
y su inocencia, inalcanzable ya para sus verdaderas víctimas,
atizará el fuego de nuevos sacrificios, nuevas venganzas,
nuevas matanzas, nuevas degradaciones de la humanidad. Estados
Unidos no ha matado al criminal sino al testigo y, al hacerlo
precipitadamente y con el más absoluto desprecio por el
Derecho, ha absuelto al condenado y ha justificado a todos los
terroristas del planeta; matando injustamente al injusto ha legalizado
la injusticia. Si Sadam Huseín no existe, todo está
permitido.
La ejecución de Sadam
Huseín, lo sabemos, no es ni mucho menos lo peor que ha
hecho EEUU en Iraq, pero revela en un fogonazo la monstruosidad
de la ocupación. Ha perjudicado a las víctimas
del expresidente, que ya no podrán juzgarlo de verdad;
ha denigrado un poco más, a escala mundial, los conceptos
de democracia y de derecho y nos ha restado aún más
autoridad para condenar moralmente, en nombre de nuestros valores
superiores, los atentados en los que mueran nuestros hijos. Los
neocón de Libertad Digital celebrarán el sacrificio
del malvado y aprovecharán para reclamar la pena de muerte
contra nuestros "terroristas" en España y quizás
las ilustres plumas de El País Juan José
Millás o Maruja Torres- encuentren alguna fórmula
ingeniosa y divertida para que nos riamos al mismo tiempo de
la dignidad barbuda de Sadam Huseín y del relincho de
satisfacción de George Bush, demostrando así, con
olímpico desapego literario, que están contra todos
los lobos, a condición de que gane siempre el que tiene
más dientes. Los que creemos, en cambio, que no es el
momento de ponerse a inventar más sierras ni de reírse
por igual de fuerzas desiguales y desigualmente injustas, llamamos
a apoyar una vez más la democracia, el derecho y el Estado
en Iraq, representados por la legítima resistencia, civil
y armada, contra el invasor y sus fuerzas colaboracionistas.
La única manera de que
no haya más inocentes como Sadam Huseín es que
se establezca de una vez por todas un criterio justo de culpabilidad;
la única manera de romper con la lógica del sacrificio
es imponer la lógica de la soberanía nacional y
la democracia, brutalmente suprimidas con cientos de miles
de muertos realmente inocentes- por los sucesores extranjeros
de Sadam Huseín. Los que se han alegrado hoy de la ejecución
del expresidente iraquí le han devuelto a él la
inocencia que no merece y han descontado una cifra más
en la carrera cuesta abajo de la humanidad. Las víctimas
de esta alegría suman 250 veces la población de
Iraq.
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