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nº
41 diciembre 03
Un análisis
de las posturas en torno a la prostitución
CLARA GUILLÓ
>> En nuestro mundo de capitalismo salvaje y
global todo se vende y se compra, sin excepción. La capacidad de
generar contrapoder en tales circunstancias es escasa pero quizás
no imposible, la cuestión es ¿desde dónde? La prostitución
es mayoritariamente una salida ante la precariedad y la falta de oportunidades
de las mujeres. Es un hecho que las mujeres cobramos menos, tenemos menos
protección, y se nos discrimina en el mundo del Trabajo. La prostitución
es también un ejército de reserva sexual para los hombres
establecido por sus normas sociales hipócritas y tradicionales que
dividen a las mujeres en putas y esposas. Tener una postura clara sobre
la prostitución no es tan sencillo.
La prostitución es un fenómeno que se engloba en uno mayor
la industria del sexo que se ha modernizado, ya que tanto el
perfil del consumidor sexual como sus gustos han evolucionado. Por ello
la prostitución se ha visto obligada a competir con otro tipo de
servicios sexuales, lo que ha hecho prolifer la prostitución cerrada,
y especialmente, los clubs con un mayor oferta y variedad. Esto se refleja
en que la prostitución no organizada y de calle es absolutamente
minoritaria respecto a la prostitución organizada y de alterne. Paralelamente
han aparecido nuevas protagonistas: las mujeres inmigradas, mayoritariamente
sin papeles y que son alrededor del 90% de las prostitutas. Igualmente se
ha desarrollado el fenómeno del tráfico y trata de mujeres
con fines de explotación sexual.
Posturas
ante la prostitución
Por otro lado, ante la prostitución se han desarrollado en la sociedad
varias posiciones: el prohibicionismo (o moral tradicional), el abolicionismo,
el reglamentarismo estatal y del capital, y el reglamentarismo autónomo.
Dos centran el debate feminista, el abolicionismo en un extremo y el reglamentarismo
autónomo en otro. Por su parte, tanto el prohibicionismo la
ilegalización y penalización del ejercicio de la prostitución
como el reglamentarismo estatal y del capital propugnan legalizar el negocio
del alterne y la industria sexual, y abordan la cuestión como un
tema de salud pública, y sobre todo de orden público.
Las abolicionistas se basan en la teoría del patriarcado, influenciada
por las críticas marxistas a la comercialización de las
personas y/o sus capacidades.
Para ellas la sexualidad masculina que predomina es la del cazador
y denuncian la explotación sexual de la mujer tanto comercial como
en el modo de producción doméstico (la sexualidad marital).
Establecen que la sexualidad nunca puede ser objeto de comercio, sino
libre y gratuita. La prostitución sería una manifestación
pública del control de la sexualidad, control patriarcal que promueve,
controla y estigmatiza el uso del cuerpo femenino. Por ello, la prostitución
sería una expresión de violencia de género. No consideran
que exista diferencia entre prostitución forzada y libre ya que
ante la vulnerabilidad el consentimiento no es válido. Consideran
que el cliente es corresponsable junto con los empresarios y proxenetas
de la situación opresiva de la mujer, actividades estas que deberían
penalizarse. A la prostituta, víctima del sistema cuya situación
deriva de la opresión, deberían dársele alternativas
para su inserción en la sociedad a través de opciones laborales
dignas y en igualdad de oportunidades.
Las posturas de defensa de las trabajadoras del sexo critican el moralismo
conservadurista que sigue sacralizando la sexualidad. La estigmatización
social de las putas sería un elemento fundamental de la ideología
patriarcal ya que todo el mundo en un trabajo puede prostituir su mente
y sus conocimientos, pero a ellas se las critica porque prostituyen su
sexo. Diferencian entre prostitución forzada y libre. Ejercer la
prostitución es una opción dentro de las posibilidades que
la sociedad ofrece. No consideran a las prostitutas unas explotadas sexuales,
sino mujeres capaces de alcanzar una libertad sexual que las otras no
son capaces de concebir y que no necesitan la tutela de las feministas
tradicionales. Lo que defienden es el derecho a la autodeterminación
sexual, que incluye el derecho a practicar el sexo comercial, y a tener
los mismos beneficios que el resto de trabajadores. El reconocimiento
social de su actividad (como trabajo/ empleo) significa la salida automática
de la marginación y, por tanto, la mejora de la calidad de vida
y de su salud tanto psicológica como física. No son favorables
a las políticas reglamentaristas del capital cuyo objetivo fundamental
es controlar y ordenar la prostitución según los intereses
estatales. Al cliente lo ven como cualquier hombre que, por sus prácticas,
debe tener también un control sanitario. Abogan por la reglamentación
autónoma de la prostitución.
Libertad
de elección y libertad sexual
Estas posturas centran su debate en la libertad de elección y la
libertad sexual.
La libertad de elección debe entenderse en base a dos elementos:
la toma de decisión, y la igualdad de oportunidades. El primer
elemento es obvio en el caso de la prostitución no forzada, pero
el segundo es más complejo. Dado que la prostitución es
atravesada por la división en clases como cualquier fenómeno
social aquellas mujeres en situación de precariedad no tienen
las mismas oportunidades que las que tienen una posición social
protegida, especialmente en un contexto de discriminación laboral
y social de la mujer frente al hombre. Además la prostitución
se caracteriza por la diversidad y siempre habrá mujeres que opten
por ella porque es una manera difícil pero rápida de ganar
dinero.
Para la mayoría de las mujeres inmigradas, la prostitución
es una salida económica ante trayectorias migratorias en desigualdad
que han fracasado. Una mujer no tiene los mismos recursos para emigrar
que un hombre (por ejemplo la ley de extranjería está sesgada
desde la perspectiva de género ya que no ve a la mujer como sujeto
de emigración, sino como esposa reagrupable) y se enfrenta a un
mercado de trabajo excluyente y discriminatorio que le ofrece dos salidas
fundamentales: el trabajo doméstico o la prostitución. En
este contexto, algunas ven en la prostitución legal una manera
de conseguir papeles mientras esperan a que salga algo. Otras tratan de
conseguirlos por otras vías y buscan un trabajo donde las rechazan
sistemáticamente por no tenerlos. Dar papeles a tod@s es una cuestión
de justicia social, ya que las mujeres prostitutas inmigrantes podrán,
al menos, elegir otras opciones si es lo que quieren.
El debate sobre la libertad sexual es todavía más complicado.
El hombre cliente hace una distinción extremadamente conservadora
entre las mujeres: las putas y el resto. Ahí está el mecanismo
más represivo de toda la prostitución. La distinción
la hacen los varones, no las mujeres. La clave está en que las
abolicionistas ven la prostitución como un mercado que se organiza
en torno a la sexualidad opresiva y tradicional del hombre (buenas/malas
mujeres), mientras que las trabajadoras del sexo defienden su profesión
más allá de su salida laboral, como una liberación.
Es dudoso que el sexo comercial destinado fundamentalmente al hombre sea
la liberación sexual femenina, más bien al contrario, refuerza
estereotipos. Lo ideal es una saludable promiscuidad bien elegida, libre,
sin culpas ni complejos donde el respeto a la sexualidad y el deseo de
quien tenga en frente sea el elemento fundamental.
Acciones
gubernamentales
Paralelamente a los debates, las autoridades han desarrollado tres modelos
de actuación. Por un lado estaría el modelo sueco (1999)
que penaliza al cliente y ofrece oportunidades laborales a las prostitutas.
Por otro el italiano y el francés, que penaliza el proxenetismo
y el ejercicio de calle; y, finalmente el holandés y alemán,
que reglamenta el ejercicio de la prostitución a través
de registros, delimitando áreas específicas. Ninguno ha
obtenido resultados satisfactorios: ni en la reglamentación, ni
en la disminución de la clandestinidad, ni en el menor peso del
tráfico de mujeres, ni en eliminar el estigma social. La propuesta
de penalizar al cliente actúa sobre la demanda, pero al ser éste
la parte fuerte del binomio, las consecuencias de ocultamiento y estigmatización
las acaba padeciendo la prostituta. La reglamentación tampoco funciona,
porque ni elimina el estigma social ni las prostitutas están dispuestas
a entrar en registros, ni la mayoría de los dueños dan de
alta sus locales porque la clandestinidad sube los precios y es mucho
más rentable (es lo que ha ocurrido en Alemania y Holanda). Pero
tampoco se avanza dejando la situación tal cual, porque es la prostituta
la que se enfrenta a vecinos, redadas policiales, y mafias que cobran
para su protección, lo que precariza todavía más
su situación y le hace perder autonomía.
Las
contradicciones de cada postura
Ninguna de las dos posturas abolición /trabajadoras del sexo
tiene completamente la razón, ninguna de las dos hace un análisis
exhaustivo del fenómeno. Por su parte ninguna de las políticas
públicas acabaría con la prostitución ni con el estigma
social. Los prejuicios sexuales y la doble moral se eliminan con una educación
sexual sana e igualitaria, que visibilice la sexualidad de la mujer. Acabar
con la prostitución tal y como existe ahora sería ir en
contra del Capital y tratar de eliminarlo, eso es hoy por hoy irreal.
Igualmente sostener que dotando a una prostituta de estatus de trabajadora
algo poco claro si se está contra el trabajo asalariado
se elimina su clandestinidad y estigma, es exactamente igual de irreal.
Lo que sí es cierto es que es imposible no reglamentar, especialmente
cuando hay un grupo de personas que reivindican su derecho a tener esa
opción.
Las razones teóricas del colectivo de mujeres prostitutas no son
sólidas pero sí sus razones prácticas, y el apoyo
a cualquier reivindicación de derechos, justa. A nivel teórico
son más consistentes los planteamientos abolicionistas porque dan
con la clave del por qué existe y se mantiene la prostitución.
Sin embargo, se plantea una duda: hay que estar en contra de la ley de
extranjería de cualquiera pero también hay que
luchar para que todo el mundo sea documentad@ y tenga papeles. También
hay que estar en contra de la comercialización del sexo, de la
prostitución de la mujer para el hombre cliente, de los afectos,
y de las relaciones sociales laborales conocidas como trabajo asalariado.
Pero igualmente hay que pedir que se reglamente su situación.
Quizás haya una posibilidad de generar contrapoder desde dos ámbitos.
Por un lado las feministas trabajando porque se elimine de una vez esa
dicotomía puta/no puta, reivindicando nuestra sexualidad y la igualdad
de derechos. Por otro lado las prostitutas reglamentadas eliminando el
morbo de lo prohibido, normalizando, demandando el respeto a su persona
y a su actividad. El primer paso en la deconstrucción social es
conseguir derechos, pero eso no significa que se renuncie a la idea de
transformar la sociedad en un sistema donde el mercado del capital no
exista, y los hombres y mujeres seamos libres e iguales en derechos. .
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Socióloga y militante feminista, acaba de dirigir una investigación
sobre el fenómeno de la prostitución en Andalucía.
Resumen: Pepín
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