Toni
Negri
Le Monde diplomatique
Enero / 2001
¿En qué difiere el sistema de dominación mundial del capitalismo del imperialismo tal y como lo definió la tradición marxista? ¿A qué transformaciones económicas, tecnológicas, sociales, y políticas responde esta evolución del mundo? ¿Y cuáles son las consecuencias para las luchas de los Estados occidentales, de los países en transición y del Tercer Mundo? He aquí las cuestiones centrales que trata Empire, un libro escrito por Toni Negri en colaboración con el estadounidense Michael Hardt.
Dos ideas fundamentales están la
base de Imperio, el libro que he escrito a cuatro manos con Michael Hardt,
entre la guerra del Golfo y la de Kosovo. La primera es que no existe un
mercado global (en la forma en que se habla desde la caída del Muro
de Berlín, es decir, no solamente como paradigma macroeconómico
sino como categoría política) sin forma de estructura jurídica,
y que el orden jurídico no puede existir sin un poder que garantice
su eficacia. La segunda es que el orden jurídico del mercado global
(que nosotros llamamos "imperial") no enmarca simplemente una nueva figura
del poder supremo que tiende a organizar: registra también nuevos
potenciales de vida y de insubordinación, de producción y
de lucha de clases.
Desde la caída
del Muro de Berlín, la experiencia política internacional
ha confirmado ampliamente esta hipótesis. Ha llegado pues el momento
de abrir una verdadera discusión y de verificar de forma experimental,
los conceptos (mejor, las denominaciones) que nosotros proponemos, con
el fin de renovar la ciencia política y jurídica a partir
de la nueva o organización del poder global.
Habría
que estar loco para negar que actualmente existe un mercado global. Basta
pasearse por Internet para convencerse de que esta dimensión global
del mercado no representa solamente una experiencia originaria de la consciencia
económica, o incluso el horizonte de una amplia práctica
de la imaginación (como nos cuenta Fernand Braudel a propósito
del final del Renacimiento), sino una organización actual. Más
aun: un nuevo orden.
El mercado mundial
se unifica políticamente en torno a lo que, desde siempre, se conoce
como signos de soberanía: los poderes militar, monetario, comunicacional,
cultural y lingüístico. El poder militar por el hecho de que
una sola autoridad posee toda la panoplia del armamento, incluido el nuclear;
el poder monetario por la existencia de una moneda hegemónica a
la que está completamente subordinado el mundo diversificado de
las finanzas; el poder comunicacional se traduce en el triunfo de un único
modelo cultural, incluso al final de una única lengua universal.
Este dispositivo es supranacional, mundial, total: nosotros lo llamamos
"Imperio".
Pero todavía
hay que distinguir esta forma imperial de gobierno de lo que se ha llamado
durante siglos el "imperialismo". Por ese término entendemos la
expansión del Estado-nación más allá de sus
fronteras; la creación de relaciones coloniales (a menudo camufladas
tras el señuelo de la modernización) a expensas de pueblos
hasta entonces ajenos al proceso eurocentrado de la civilización
capitalista; pero también la agresividad estatal, militar y económica,
cultural, incluso racista, de naciones fuertes respecto a naciones pobres.
En la actual
fase imperial ya no hay imperialismo -o, cuando subsiste, es un fenómeno
de transición hacia una circulación de valores y poderes,
a escala del Imperio. Lo mismo que ya no hay Estado-nación: se le
escapan las tres características sustanciales de la soberanía
-militar, política, cultural-, absorbidas o reemplazadas por los
poderes centrales del Imperio.
Desaparece o
se extingue así la subordinación de los antiguos países
coloniales a los Estados-nación imperialistas, al igual que la jerarquía
imperialista de los continentes y de las naciones: todo se reorganiza en
función del nuevo horizonte unitario del Imperio.
¿Por qué
llamar "Imperio" (insistiendo sobre la novedad de la fórmula jurídica
que el término implica) a lo que podría considerarse simplemente
corno el imperialismo norteamericano posterior a la caída del Muro
de Berlín? Sobre esta cuestión, nuestra respuesta es clara:
contrariamente a lo que sostienen los últimos defensores del nacionalismo,
el Imperio no es norte americano; además, en el transcurso de su
historia, Estados Unidos ha sido mucho menos imperialista que los británicos,
los franceses, los rusos o los holandeses. No, el Imperio es simplemente
capitalista: es el orden del "capital colectivo", esa fuerza que ha ganado
la guerra civil del siglo XX.
Por tanto, luchar
contra el Imperio en nombre del Estado-nación pone de manifiesto
una total incomprensión de la realidad del mandato supranacional,
de su imagen imperial y de su naturaleza de clase: es una mixtificación.
En el Imperio del "capital colectivo" participan tanto los capitalistas
norteamericanos como sus homólogos europeos, lo mismo quienes construyen
su fortuna sobre la corrupción rusa como los del mundo árabe,
de Asia o de Africa, que pueden permitirse enviar sus hijos a Harvard y
su dinero a Wall Street.
Un orden más
eficaz, más totalitario Está claro que las autoridades norteamericanas
no podían rechazar su papel de gobierno imperial. Sin embargo Michael
Hardt y yo pensamos que habría que matizar esto. En adelante, la
propia formación de las elites norteamericanas dependerá
ampliamente de la estructura multinacional del poder. El poder "monárquico"
de la presidencia norteamericana sufre la influencia del poder "aristocrático"
de las grandes empresas multinacionales, financieras y productivas, lo
mismo que ha de tener en cuenta la presión de las naciones pobres
y la función movilizadora de las organizaciones de trabajadores,
en resumen, del poder "democrático" de los representantes de los
explotados y excluidos.
De ahí
la reactualización de una definición del poder imperial "a
lo Polibio" (1), que daría a la Constitución
norteamericana una expansión que le permitiera desarrollar, a escala
mundial, una multiplicidad de funciones de gobierno e integrar en sus propias
dinámicas la construcción de un espacio público mundial.
El famoso "fin de la historia" consiste, precisamente, en este equilibrio
de las funciones real, aristocrática y democrática, fijado
por una Constitución norteamericana ampliada de manera imperial
al mercado mundial.
En realidad,
muchas de las pretensiones dominadoras del Imperio son completamente ilusorias.
Lo que no impide, sin embargo, que su orden jurídico, político
y soberano sea sin duda más eficaz (y, desde luego, más totalitario)
que las formas de gobierno que le han precedido. Porque se arraiga progresivamente
en todas las regiones del mundo, influyendo sobre la unificación
económicofinanciera como un instrumento de autoridad del derecho
imperial. Y lo que es peor, profundiza su control sobre todos los aspectos
de la vida.
Por eso subrayamos
la nueva cualidad "biopolítica " del poder imperial, con el acontecimiento
que ha significado su emergencia; a saber, el paso de una organización
"fordista" del trabajo, a una organización "postfordista", y del
modo de producción manufacturero a formas de valorización
(y de explotación) más amplias: formas sociales, inmateriales;
formas que invaden la vida en sus articulaciones intelectuales y afectivas,
los tiempos de producción, las migraciones de los pobres a través
de los continentes... El Imperio construye un orden biopolítico
porque la producción se ha hecho biopolítica.
En otras palabras,
mientras que el Estadonacion se sirve de dispositivos disciplinarios para
organizar el ejercicio del poder y las dinámicas del consenso, construyendo
así, a la vez, cierta integración social productiva y modelos
de ciudadanía adecuados, el Imperio desarrolla dispositivos de control
que invaden todos los aspectos de la vida y los recomponen a través
de esquemas de producción y de ciudadanía que corresponden
a la manipulación totalitaria de las actividades, del medio ambiente,
de las relaciones sociales y culturales, etc.
Si bien la deslocalización
induce a la movilidad d y a la flexibilidad sociales, aumenta también
la estructura piramidal del poder y el control global de la dinámica
de las sociedades afectadas. Este proceso parece ahora ya irreversible,
bien se trate del paso de las naciones al Imperio, del desplazamiento de
la producción de la riqueza de las fábricas a la sociedad
y del trabajo a la comunicación, o bien de la evolución de
modos de gobierno disciplinarios hacia procedimientos de control.
¿Cuál
es la causa de esta transición? En nuestra opinión, es el
resultado de las luchas de la clase obrera, de los proletarios del Tercer
Mundo y de los movimientos de emancipación que han atravesado el
antiguo mundo del socialismo real. Se trata de una aproximación
marxiana: las luchas que generan el desarrollo, los movimientos del proletariado
producen la historia.
Así, las
luchas obreras contra el trabajo taylorizado aceleraron la revolución
tecnológica que, a su vez, condujo a la socialización y a
la informatización de la producción. Igualmente, el irreprimible
empuje de la fuerza de trabajo en los países post-coloniales de
Asia y Africa engendró a la vez sobresaltos en la productividad
y movimientos de población que han convulsionado las rigideces nacionales
de los mercados de trabajo. Finalmente, en los países llamados socialistas,
el deseo de libertad de la nueva fuerza de trabajo técnica e intelectual
hizo saltar la vetusta disciplina socialista y, por lo mismo, destruyó
la artificial distorsión estalinista del mercado mundial.
La constitución
del Imperio representa la reacción capitalista a la crisis de los
viejos sistemas que servían para disciplinar la fuerza del trabajo
a escala mundial. Al mismo tiempo inauguró una nueva etapa de lucha
entre los explotados y el poder del capital. El Estado-nación, que
encerraba la lucha de clases, agoniza, como lo hicieran antes que él
el Estado colonial y el Estado imperialista.
Atribuir a los
movimientos de la clase obrera y del proletariado esta modificación
del paradigma del poder capitalista es afirmar que los hombres extraen
su liberación del modo de producción capitalista. Y es tomar
distancias respecto a los que derraman lágrimas de cocodrilo por
el final de los acuerdos corporatistas del socialismo y del sindicalismo
nacional, como los que lloran por la belleza del tiempo pasado, nostálgicos
de un reformismo social impregnado del resentimiento de los explotados
y de los celos que -a menudo- se disfraza de utopía.
No, nos encontramos
dentro del mercado mundial, E intentamos ser los intérpretes de
esa imaginación que soñó, un día, con unir
a las clases explotadas en el seno de la Internacional comunista. Porque
vemos cómo de ahí nacen fuerzas nuevas.
¿Las luchas
pueden convertirse en lo suficientemente masivas e incisivas como para
desestabilizar, e incluso desestructurar la compleja organización
del Imperio? Esa hipótesis incita a los "realistas" de todo pelaje
a la ironía: ¡El sistema es tan fuerte! Pero, para la teoría
critica, una utopía razonable no tiene nada de raro. Además,
no hay otra alternativa porque estamos siendo explotados y dirigidos en
este Imperio, y no en otro lugar. Imperio que representa la actual organización
de un capitalismo en plena reestructuración, después de un
siglo de luchas proletarias sin equivalente en la historia de la humanidad.
Nuestro libro supone, por tanto, cierto deseo de comunismo.
De hecho, el
tema central que aparece a través de todos estos análisis
se reduce a una sola cuestión:
¿cómo puede estallar,
en el Imperio, la guerra civil de las masas contra el capital mundo? Las
primeras experiencias de batallas, declaradas o subterráneas, en
este nuevo territorio del poder, proporcionan tres índices preciosos.
Estas luchas exigen, aparte de un salario garantizado, una nueva expresión
de la democracia en el control de las condiciones políticas de reproducción
de la vida. Se desarrollan en los movimientos de poblaciones más
allá del marco nacional, aspirando a la supresión de las
fronteras y a una ciudadanía universal. Comprometen a individuos
y multitudes que intentan reapropiarse de la riqueza producida gracias
a instrumentos de la producción que, a causa de la revolución
tecnológica permanente, se han convertido en propiedad de los sujetos;
más aun:
en auténticas prótesis
de sus cerebros.
La mayor parte
de estas ideas nació durante las manifestaciones parisienses del
invierno de 1995, aquella "Comuna de París bajo la nieve" que exaltaba
mucho más que la defensa de los transportes públicos:
el autoreconocimiento subversivo
de los ciudadanos de las grandes ciudades. Nos separan algunos años
de aquella experiencia. Sin embargo, en todos los lugares en que se han
llevado a cabo luchas contra el Imperio, han puesto de manifiesto un fenómeno
por el que se han empleado a fondo: la nueva conciencia de que el bien
común es tan decisivo en la vida como en la producción, tanto
más que el bien "privado" y el "nacional", por utilizar términos
envejecidos. Sólo el "común (2)
se dirige contra el Imperio.
(1) Nacido entre el año 210 y el 202, Polibio, exilado en Roma tras el hundimiento de la potencia macedonia, se convirtió en el principal historiador de la victoria de Roma sobre Cartago, y de la expansión romana hacia Oriente. Pragmático, intentó explicar las causas de los acontecimientos históricos que presenció. Murió alrededor del 126 antes de J. C.
(2) NDLR: El "común" es un concepto en el que trabaja Toni Negri. No es el "bien común" sino el "común", en referencia a Spinoza.