Por Mauro Bonifazi
Observatorio
de Conflictos, Argentina
Introducción.
El triunfo mundial del capitalismo es el tema más importante de la
historia de la segunda mitad del siglo XIX. Era el triunfo de un nuevo tipo de
sociedad que creía que el desarrollo económico radicaba en la empresa privada
competitiva y en el éxito de comprarlo todo en el mercado. Se consideraba que
una economía de tal fundamento, que descansaba en las sólidas bases de una
burguesía, no sólo crearía un mundo de abundancia convenientemente distribuida,
sino de ilustración, razonamiento y oportunidad humana siempre creciente. En
resumen: un mundo en continuo y acelerado avance material y moral. Los pocos
obstáculos que permanecieran en el camino del claro desarrollo la empresa
serían oportunamente barridos.
La
historia de este período se caracteriza por un masivo avance de la economía
mundial del capitalismo industrial, del
orden social que representó, de las ideas y creencias que parecían legitimarla
y ratificarla: en el racionalismo, las ciencias, el progreso y el liberalismo.
Ciertas regiones del mundo alejadas de Occidente y ajenas al capitalismo, ante
la asidua presión de éste por lograr penetrar en sus economías, se vieron
obligadas a elegir entre una resistencia resuelta de acuerdo con sus
tradiciones y modos de vida y un proceso traumático de “modernización”.
Ante
esta lógica se encontraba Japón de mediados del siglo XIX, asediado ante la
presión de potencias extranjeras y en plena crisis de su sistema militar de
régimen señorial y shogunal. Esta situación obligó a Japón, a partir de 1866, a
llevar adelante un proceso de transformación económica, política y social,
conocido con el nombre de Revolución
Meiji, que supuso el punto de partida de la moderna sociedad
japonesa.
La Revolución Meiji.
La Revolución Meiji constituye el punto de arranque de la formación de
la moderna sociedad capitalista. Algunos autores la inscriben en la línea de la
Revolución Francesa, ya que logró acabar con el régimen señorial y feudal,
posibilitando la unidad nacional del país. Pero, a su vez, se desvió del
significado histórico del caso francés, al desembocar en la instauración de una
monarquía absoluta y no en una democracia liberal.
La
historia de la Revolución Meiji plantea dos tipos de problemas: uno que hace
referencia a la transición del feudalismo al capitalismo y, por otra parte, un
problema referente a la estructura histórica específicamente japonesa que
convierte a la Revolución Meiji en un “arquetipo” de la revolución burguesa.
A
diferencia de la Revolución Francesa, la Revolución Meiji se llevó a cabo
“desde arriba”. A menudo se han atribuido sus causas a presiones externas, que
obligaron a la apertura de Japón. Pero, por sí solas, estas fuerzas exteriores
no habrían conseguido modernizar una sociedad, sin una evolución económica
interna de características capitalistas que se estaba gestando en el interior
de la economía feudal de Japón. La Revolución Meiji es un proceso donde
convergen tanto la evolución interior como las influencias exteriores.
Hacia
mediados del siglo XIX, la presencia de fuerzas extranjeras en el Pacífico era
un hecho. El problema de la confrontación con Occidente había preocupado a los
japoneses durante largo tiempo. Ciertamente, la victoria de los británicos
sobre China en la primera Guerra del Opio (1839-1842) había demostrado las
posibilidades ilimitadas de actuación de los occidentales. Ante sus ojos, Japón
no era más que otro país oriental, o al menos lo consideraron igualmente
predestinado a convertirse en víctima del capitalismo, debido a su atraso
económico y su inferioridad militar.
La
introducción de Estados Unidos en el Pacífico puso definitivamente a Japón en
el centro de los intentos occidentales para “abrir” sus mercados de la misma
manera que la Guerra del Opio había abierto los de China. La resistencia
directa era imposible, según demostraron las débiles tentativas de organizarla.
Las simples concesiones diplomáticas no eran más que un recurso temporal. Ya en 1853-1854, el comodoro Perry
de los EE.UU les obligó a abrir determinados puertos mediante el uso habitual
del método de la amenaza naval. En 1862 los británicos, con total impunidad,
bombardearon la ciudad de Kagashima como represalia por la muerte de un inglés.
La presencia de las fuerzas occidentales era, ya a esta altura, un hecho
absolutamente consumado.
La
defensa de la independencia del país, frente a la presión de las potencias
extranjeras, representó un desafío para el régimen feudal de los Shogunes,
carentes de respuestas ante la amenaza y en plena crisis estructural. Esto
imponía la necesidad de una transformación rápida del mismo, en un estado
moderno. Tal transformación implicaba inevitablemente un proceso
revolucionario. A diferencia de la revolución burguesa occidental del tipo
clásico, que terminó con la estructura del estado absolutista y posibilitó la
instauración de una sociedad moderna y democrática, en Japón, y debido a sus
características estructurales internas, la restauración y la apertura del país
ante la presión de circunstancias externas se vieron orientadas hacia la
formación de un estado absoluto y oligárquico, cuya alternativa política era la
restauración del régimen imperial contra el poder shogunal.
En
1868 se proclamó finalmente la Restauración Meiji con el traspaso del poder
estatal del shogun al emperador. Esto inició un proceso político económico y
social que, tras unos diez años de disturbios y revueltas agrarias
provinciales, condujo a la modernización del aparato del estado y a la unidad
nacional. Por tal razón, se supone el punto de partida de la moderna sociedad
japonesa.
Para
llevar a cabo esta tarea de “modernización” se necesitaban ante todo recursos económicos,
con objeto de dominar a los nobles resistentes, reprimir las revueltas
provinciales y las agitaciones campesinas, indemnizar a los propietarios
señoriales y feudales, proteger y fomentar la industria e instalar la
producción de manufacturas estatales. También había que modernizar y equiparar
el estado, las fuerzas armadas y el sistema burocrático. Debido al escaso
desarrollo del capital industrial, el nuevo gobierno se vio obligado a buscar
sus recursos financieros en la tierra y en los impuestos territoriales tomados
de los antiguos censos señoriales. Pero, con el fin de adaptarlos a las nuevas
necesidades del estado, dichos tributos, que se recogían en especie, se
transformaron en impuestos en dinero. Estas modalidades financieras,
establecidas por el gobierno de la restauración constituyeron el punto de
arranque de las reformas agrarias.
En
cuanto al desarrollo temprano del capitalismo, el caso japonés presentó grandes
diferencias con respecto a la Europa occidental. Mientras que en Occidente las
manufacturas estatales centralizadas fueron desapareciendo durante la
revolución burguesa, en el Japón se desarrollaron por todo el país las fábricas
del estado: arsenales y siderurgias. Las fábricas de hilados y tejidos fueron
rápidamente modernizadas a través de un proceso conocido como revolución
industrial “desde arriba”. El número de manufacturas del estado era muy
elevado, alcanzaron su apogeo en la década de 1870-1880. A partir de 1880,
éstas empresas protegidas por el gobierno absolutista pasaron, mediante subasta
pública, a manos de ricos capitalistas monopolistas, como Mitsui y Mitsubishi,
que mantenían estrecho contacto con el estado.
La
revolución japonesa, al no abolir las relaciones feudales de la propiedad
territorial, permitió el desarrollo de la actividad del capital comercial y
usurario de tipo antiguo, impidiendo la libertad y autonomía del campesinado
independiente y de los pequeños o medianos productores de mercancías. Así pues,
mientras que la revolución burguesa de tipo clásica supuso, gracias a la
abolición de las trabas feudales de producción y propiedad, el primer paso a la
subordinación de capital comercial al capital industrial, el capitalismo nipón
siguió pautas diferentes. La revolución industrial y la transformación del capital
comercial en capital industrial se llevaron bajo el dominio de los ricos
capitalistas monopolistas, eso es lo que le confiere una estructura
esencialmente distinta a la del capitalismo de Europa occidental. Queda claro
que esta peculiar estructura vino determinada por el régimen agrario y la
propiedad territorial feudal, que aseguraron la supervivencia y multiplicación
de las relaciones feudales de producción en la agricultura japonesa.
El inicio de la occidentalización.
Los activistas revolucionarios (jóvenes samurai) reconocieron que, para
llevar a cabo su objetivo de salvar al país, era necesario un proceso de
occidentalización sistemática. En 1868 muchos habían tenido contacto con el
extranjero, algunos hasta habían viajado al exterior. Todos reconocían que la
conservación implicaba transformación.
La
fuerza motriz para la transformación del Japón era para ellos la
occidentalización. Occidente contaba claramente con el secreto del éxito y por
lo mismo había que imitarlo a toda costa. Tomar un conjunto de valores e
instituciones de otra sociedad representaba
un intento del todo sorprendente, traumático y problemático. El intento
no podía llevarse a cabo de una manera superficial y poco controlada, sobre
todo en una sociedad profundamente distinta de Occidente como la japonesa.
Muchos se lanzaron, con exagerada pasión, a su tarea de paladines de la
occidentalización. Para algunos, la renovación parecía implicar el abandono de
todo lo que fuera japonés, en cuanto consideraban que todo el pasado era bárbaro
y atrasado. Las propuestas llegaban hasta la renovación de la raza japonesa,
considerada genéticamente inferior, mediante el entrecruzamiento con la “raza
superior” occidental, sugerencias basadas en las teorías occidentales del
racismo social darwinista, que realmente encontraron un apoyo en las más altas
esferas de Japón. Ciertos estilos de la vida de occidente, como el vestuario o
la alimentación, fueron menos adoptados que la tecnología, los estilos
arquitectónicos y las ideas de Occidente. ¿Acaso la occidentalización no
implicaba el abandono de todo lo oriental, incluido el emperador?
La
occidentalización planteó aquí, al contrario de lo ocurrido con la adopción de
elementos chinos, un gran dilema. Porque “todo lo de Occidente” no constituía
un sistema sencillo y coherente, sino que se trataba de toda una complejidad de
instituciones e ideas rivales. En la práctica, los japoneses eligieron: El
modelo británico, que sirvió naturalmente de guía en cuanto al ferrocarril, el
telégrafo, las obras públicas, la industria textil, y muchos de los métodos de
negocio. El patrón francés inspiró la reforma legal y la reforma del ejército.
Las universidades debieron mucho a los ejemplos alemán y norteamericano, así
como la educación primaria, la innovación agrícola y el correo. En 1875-1876
fueron empleados bajo supervisión japonesa entre quinientos y seiscientos
expertos extranjeros y en 1890 unos tres mil.
Pero
la elección de aspectos referentes a lo político e ideológico era más compleja.
Japón rivalizaba políticamente con los sistemas de los estados burgueses
liberales de Gran Bretaña y Francia. El liberalismo era naturalmente opuesto
al estado absolutista, adoptado luego
de la Restauración. A su vez, la occidentalización, ¿no entrañaba la adopción
de las ideologías que fueron fundamentales para el progreso de Occidente, entre
ellas el cristianismo?.
Al
cabo de un tiempo había tomado cuerpo una fuerte reacción contra la
occidentalización sistémica y el modelo
liberal. Esta reacción se manifestó en la constitución de 1889, sobre todo
mediante una reacción neotradicionalista que virtualmente inventó una nueva
religión centrada en el culto al emperador: el sintoísmo. La combinación de
neotradicionalismo y modernización selectiva fue lo que prevaleció. Sin embargo,
existía una fuerte tensión entre aquellos para quienes la occidentalización
significaba una revolución total y los que creían que era la clave del progreso
económico. Más allá de las contradicciones internas, Japón llevó adelante un
increíble proceso de modernización que lo convirtió en una formidable potencia
moderna. Difícilmente podía imaginarse que, al cabo de medio siglo, Japón sería
una gran potencia capaz de derrotar a sus pares europeos en un enfrentamiento
armado.
Luego de la Restauración, el gobierno Meiji tuvo como tarea el
cumplimiento de dos objetivos principales. Por un lado, la decisión de
fortalecer el ejército, es decir, de desarrollar un poderío militar que le
permitiera a Japón equipararse con Occidente. Esto significó el comienzo del
desastre, ya que es un aspecto relevante para explicar el origen de los
conflictos que llevaron a Japón a participar en la Segunda Guerra Mundial. El
segundo objetivo de la política Meiji estuvo dirigido al desarrollo económico
del país. Este fue sin duda el aspecto más exitoso y duradero de la Revolución.
El milagro económico.
La
guerra dejó a Japón con grandes problemas: unos diez millones de desocupados,
gran cantidad de excombatientes que quedaron desmovilizados, destrucción
general de viviendas y plantas industriales, una inflación creciente, etc. Las pérdidas materiales debidas a la guerra
se han calculado en una cuarta parte de la riqueza nacional. Aún así, no todas
las consecuencias eran adversas. El desempleo quería decir que había gran
cantidad de mano de obra lista para ser empleada, la guerra había elevado
también el nivel de tecnología y de capacidad de la producción de la industria
pesada, en el sector de hierros, acero, maquinarias y químicos.
Además
de hacer uso de estas ventajas, el Japón contó con la ayuda de EE.UU. En un
primer momento, la ayuda estuvo destinada a lograr la autosuficiencia nacional,
tomar medidas para poner fin a la inflación (el plan Dodge 1949), sumadas a
inyecciones sustanciosas de capital y tecnología avanzada.
Lo que representó un verdadero estímulo para el capitalismo japonés fue la guerra de Corea de 1950. Esta guerra llevó a EE.UU. a invertir veintitrés mil millones de dólares en gastos militares. Las fuerzas de ocupación ordenaron que las fábricas de armamento cerradas fueran puestas en servicio, a plena capacidad productiva, representando un gran estímulo para la producción japonesa. A su vez, EE.UU. impulsó el comercio japonés sobre todo el sudeste asiático y auspició los tratados de reparación bajo los cuales Japón estaba obligado a proveer de artículos y servicios a los países que antes había ocupado. Nada de esto hubiera sido posible sin una regeneración de la propia industria japonesa. A partir de 1946 se crearon en Japón una serie de instituciones económicas, financieras y bancarias con el fin de estimular la recuperación económica. El Consejo de Estimulación Económica fue creado con la misión de coordinar la producción, y el Banco de Reconstrucción con la de canalizar capital a determinadas industrias. A su vez, en 1948, se conformó el Consejo de Estabilización Económica destinado a elevar los niveles de producción, y al año siguiente se estableció el Ministerio de Industria y Comercio Exterior.
Estas
instituciones, junto a la contribución de EE.UU., habían echado los cimientos
sobre los que se erigiría el espléndido edificio del desarrollo económico
japonés. A ello contribuyeron varios factores además de una consistente
política de apoyo oficial. La economía mundial había entrado en un período de
expansión, la industria japonesa disfrutaba de
buenas relaciones laborales, esto facilitó el desplazamiento de mano de
obra a las industrias y a los empleos de productividad superior, que habían de
ser la clave del subsiguiente desarrollo. Otros factores fueron la
transferencia tecnológica de EE.UU. a Japón, los cambios sociales como la
reforma agraria y el desarrollo de los sindicatos, que contribuyeron a la
mejora de la distribución de la ganancia y a una expansión del mercado interno.
Con estos estímulos la industria japonesa primero se recuperó y luego se
expandió.
En
los años ´60, la economía japonesa estaba dominada por un número relativamente
pequeño de fabricantes a gran escala, como Mitsubishi, Mitsui, Sumtono y Fuji,
cada una de las cuales contaba con más de setenta empresas afiliadas. Aparte de estas agrupaciones había varias
empresas de líneas de producción relativamente nuevas, como artículos
electrónicos y automóviles. Entre ellas figuraban nombres hoy mundialmente
famosos como, Hitachi, Toyota, y Nissan. Gracias al control del M.I.C.E. sobre
el comercio exterior, todas gozaban de cierta protección contra la competencia
extranjera, en tanto competían por una posición en el mercado interno. Otra
característica de ésta época es el desarrollo de productos que necesitaban de
tecnología avanzada y de fuertes inversiones de capital: industrias como el
acero y la petroquímica, la producción de artículos de consumo, cámaras
fotográficas, televisores, motocicletas y al final también, automóviles. Japón
se estaba convirtiendo en uno de los mayores productores del mundo de barcos,
cámaras, televisores y automóviles. En 1970, algo más del 30% de las
exportaciones iban a EE.UU, alrededor del 15% a Europa occidental y más del 15%
al sudeste asiático, donde los principales compradores eran Hong Kong,
Tailandia, Filipinas y Singapur.
A
fines de 1973 comienza el período de la crisis del petróleo. Ésta generó en la
economía mundial cambios que pusieron fin a la fase japonesa de un crecimiento
económico excepcionalmente rápido. Como país que dependía del petróleo, Japón
sufrió un enorme aumento en sus facturas de importaciones y una subida general
de los precios. La subida de los precios del petróleo tuvo su mayor impacto en
los mayores usuarios de energía, como la industria del acero y la petroquímica.
Por otro lado, la recesión mundial provocó una caída en la demanda exterior de
productos, como barcos, maquinarias y herramientas. Al sobrevenir estos
cambios, los políticos del M.I.C.E. japonés decidieron dar una nueva orientación
a la industria: alejarse de las que tenían fuerte dependencia de las materias
primas importadas y acercarse, sobre todo mediante innovaciones tecnológicas, a
las que reflejaban valores mas altos y nuevos. En ésta categoría se incluía la
industria automovilística, en 1980 Japón producía más coches que EE.UU. A su
vez, la industria informática cobró un gran auge.
El
cambio de relación entre importaciones y exportaciones había puesto la balanza
comercial japonesa con un saldo positivo durante veinte años. Esto permitía
salidas sustanciales de capital a largo plazo, que al cabo de algunos años
convirtieron a Japón en uno de los principales países acreedores del mundo. A
fines de 1987 las inversiones directas japonesas en el extranjero habían
alcanzado los veintitrés billones de dólares. EE.UU, era el país donde se
destinaba la mayor parte de las inversiones, en él se encontraban seiscientas
fábricas japonesas, un centenar aproximadamente de las cuales eran de
electrónica, automóviles o de otro tipo de maquinarias.
Conclusión
La Revolución Meiji marcó el inicio de la moderna sociedad japonesa,
introduciendo un proceso de modernización a la manera occidental. Ya en la
segunda mitad del siglo XIX, el desarrollo y el triunfo mundial del
capitalismo, y de las ideas y creencias que parecían legitimarlo, estaban
avanzando en ciertas regiones del mundo alejadas de Occidente y hasta entonces
ajenas al capitalismo. La resistencia a la presión externa no tenía lugar, y la
modernización se presentaba como el único medio de conservación.
Durante
cien años el conflicto entre ser asiático y ser moderno a la manera occidental
fue un tema constante en la vida japonesa. El primer intento de modernización
se dio durante la Revolución Meiji: la occidentalización era la fuerza motriz
para la transformación de Japón, pues Occidente contaba con la clave del éxito
y, por lo tanto, había que imitarlo.
Todo
lo ocurrido después de 1945, parecía fortalecer la tendencia a lo moderno. La
democracia parlamentaria, el gobierno burocrático, la estructura empresarial,
los sindicatos, el sistema educativo, etc. Todo tenía su origen en la cultura
europea y norteamericana. Igual pasaba en todos los aspectos de la vida
cotidiana: autobuses y trenes, las oficinas y las fábricas, la televisión, el
periódico, el vestido, incluso la comida. Por lo tanto se impone una pregunta:
¿qué hay en la sociedad japonesa luego de un siglo de modernización que merezca
el calificativo de asiático?. Podríamos contestar diciendo que muy poco. La
mayor parte de la población ha recibido una educación con autores como
Shakespeare, o Tolstoi, y en cuestión de política las orientaciones están entre
un conservadurismo a la occidental y el marxismo que sigue teniendo vigencia.
Por
otro lado, nos falta decir que el código ético sigue siendo en gran parte
confuciano. Tampoco hay que ignorar la religión como vínculo con la tradición
ya que, luego de la guerra, ha habido un considerable auge de movimientos
religiosos nuevos, la mayor parte de los cuales afirma tener antecedentes
tradicionales.
Estos
fenómenos no son algo “moderno”, ciertamente no son occidentales. Pero, por
otra parte, quizás no sea sensato llamarlos asiáticos. Gran parte de la cultura
y la tradición japonesa remonta sus orígenes a culturas de fuera de Japón, pero
los elementos de éstas habían quedado tan completamente asimilados con el paso
del tiempo que habían llegado a ser de hecho japoneses. Es en éste sentido en
el cual Japón no representa una identidad asiática definida autoconcientemente,
ni se lo puede enmarcar dentro de un conjunto de rasgos definidos como
occidentales. Japón debe ser comprendido como un pueblo que presenta
características que le son propias y que lo convierten en una nación económica
y culturalmente única.
Bibliografía.
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- Hobsbawm, Eric, . “La era del imperio, 1875-1914”.
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- Muto Ichiyo, “Lucha de clases e innovación
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