Siguen los bombardeos diarios,
la masacre de población civil, de madres y niños, de viejitos
y viejitas que seguramente se han sentido orgullosos a lo largo de su vida
de haber peleado para que los nazis no se asentaran en sus tierras, como
el presidente de las Brigadas Internacionales (que tanto combatieron junto
a la República frente al franquismo) y que acaba de morir cuando
actuaba como “escudo humano” en uno de los puentes destruidos. Siguen cayendo
misiles con cabezas de uranio empobrecido sobre Yugoslavia, contaminando
el aire y cargando de radioactividad la tierra por centenares de años
como ocurre en Irak. Seguramente, los futuros niños o niñas
que nazcan en Belgrado o en Pristina (si es que los genocidas Clinton,
Solana, Blair , Schröder y Aznar, dejan a alguien con vida) sufrirán
malformaciones o mostrarán en sus rostros y cuerpo el paso lacerante
de la radiactividad, como puede verse a diario en los hospitales de Bagdad
y Bassora.
Sigue la muerte llegada desde
el cielo para que la OTAN y Occidente vivan y disfruten, para que las multinacionales
del armamento hagan buenos dividendos y se preparen para la próxima
batalla que seguramente habrá de librarse en América Latina.
Para que los “operadores de turismo” festejen las bondades que tendrá
este verano el territorio del Estado español, tan “lejos” de la
descarga bélica, o para que algunas ONGs, como por ejemplo una que
se instaló estos días en el Arenal bilbaíno, monten
una vergonzosa réplica de un campamento de refugiados. Total, cuanto
más horror, más arcas llenas a cuenta de donaciones millonarias.
Caridad franquista, y a seguir “apagando fuegos” donde crecen rebeldías.
“Ya no quedan puentes en
territorio serbio”, dicen con alborozo los portavoces de la guerra que
se reúnen a diario en Bruselas. “Destruiremos todo, para sacar a
Milosevic de su madriguera”, agrega sonriente, el comandante de los halcones,
Wesley Clark. Y no cabe ninguna duda de que en ese todo, entran las 123
escuelas primarias bombardeadas, los 83 centros hospitalarios desalojados
por haberse derrumbado parcial o totalmente por culpa de los “errores”
aliados, las 23 maternidades destruidas por la aviación norteamericana,
los trenes de pasajeros atiborrados, casualmente de pasajeros y no de militares,
el maravilloso Danubio cuyas aguas azules supieron inspirar a algún
director cinematográfico y en el que hoy flotan cadáveres
y la contaminación llega a límites inimaginables años
atrás, los campamentos de refugiados serbo-kosovares, cuyos habitantes
padecen graves intoxicaciones por hallarse a la vera de la destruída
refinería de Pancebo, o las columnas de campesinos albano-kosovares
a los que un doble castigo (huir de las milicias fascistas de Arkán
y las bombas de sus benefactores de la OTAN) les convirtió días
pasados en una masa sanguinolienta sólo por el error de un
piloto solícito, al que la tremenda campaña mediática
occidental intentó mostrar también –en el colmo del descaro
y la mentira- como “asesinato atribuído al accionar de Milosevic”.
“Devastaremos” había anticipado
hace un mes, el mismo Clark , al que seguramente en el futuro algún
grupo de intelectuales “progresistas” europeos (quizás los mismos
que recientemente firmaron un manifiesto defendiendo a Clinton “y la democracia
que impera en Estados Unidos” –textual- contra el fiscal Warren por el
affaire Lewinsky) propondrán como Premio Nobel de la Paz, en “homenaje
a haber pacificado los Balcanes” y ser miembro fundador del Nuevo Protectorado
de Kosovo, una ciudad extraña, con pocos habitantes... Total, si
a Kissinger se lo dieron por sus “tareas humanitarias” con respecto a América
Latina y el Medio Oriente, ¿quién osará quejarse?
Ya ha pasado un mes y siguen
su actividad depredadora como si nada. Más aún, nos prometen
elevar el poder de fuego y ya anuncian lo que van a hacer en verano y a
fin de año. No es para menos. Además de tener a casi
todos los medios a su favor –alguna vez habrá que juzgar como “cómplices
de los crímenes de lesa humanidad”, también a los directores
de los grandes holdings periodísticos y televisivos, por su abierta
responsabilidad en el sostén publicitario de las masacres-, el
silencio es casi total. Me refiero al silencio de la protesta, de la rebelión
contra semejante genocidio, al alzarse de la manera que sea contra esta
guerra miserable que nos han impuesto desde los Estados Unidos aprovechándose
de la indudable situación de superioridad que ejerce sobre los gobiernos
del planeta y de los asesinatos cometidos por Milosevic contra los albano-kosovares
en la fase previa del conflicto.
Es un silencio que duele ahora
y que traerá tremendas consecuencias mañana. Indudablemente,
el enemigo imperialista –el gran enemigo de todos nuestros pueblos, el
generador de la mayor limpieza étnica internacional que se
recuerde, el que no consiente ni la autodeterminación de Kosovo
ni tolera que el pueblo yugoslavo, como antes el iraquí, le contradiga
en su estrategia dominadora- ha minado nuestra capacidad de reacción.
Deberíamos ser cientos de miles, millones –como ya lo fuimos en
alguna ocasión no tan lejana- los que salgamos a las calles del
mundo para exigir que los esbirros de la OTAN dejen de matar. Concentrarnos
frente a las empresas de armamento, boicotear sus barcos, convertir en
terreno resbaladizo sus acciones criminales en cada uno de los países
cómplices. Para eso no se necesitaría ni siquiera apelar
a la violencia .Pero algo pasa, para que sólo unos pocos centenares
y en el mejor de los casos, algunos miles de nosotros y nosotras nos echemos
a la calle. Se dice, como disculpa a tanta inactividad, que “todo está
confuso”, que “lo de Milosevic” sirve para trabar mayores actos de repudio
contra los asesinos de la coalición occidental. Y esto no
puede ser posible. Es casi una disculpa vergonzosa que tarde o temprano
nos llevará a que desde la izquierda tengamos que hacer una dura
autocrítica. No puede haber confusión posible cuando se trata
del mismo enemigo de siempre: el responsable de casi dos centenares de
invasiones a lo largo de su historia, el que ha creado maquinarias infernales
para liquidar las ansias de libertad de los pueblos del Tercer Mundo, el
fundador de la Escuela de las Américas de donde salieron los Pinochet,
los Videla, los Banzer y tantos otros generales dictadores, el que
ha intentado destruir –militar y económicamente- a Cuba, Libia,
Corea del Norte, Irak, Sudán y que también desembarcó
sus marines en Santo Domingo, Panamá, Granada, Somalia y tantos
otros puntos del universo. El mismo imperialismo norteamericano creador
de la deuda externa con el que desquicia naciones enteras, el que
impone su estrategia de dominación en Medio Oriente, controla Latinoamérica
a través de un conjunto de simples virreyes y que ahora, irritado
por el repentino nivel de alianzas monetarias y de las otras, que venían
alcanzando sus sobrinos de la Unión Europea , decidió ponerlos
en caja y conducirlos como sumisos perritos falderos a una guerra de la
que éstos van a salir deteriorados mientras el comandante en jefe
de Washington se quedará con la parte del león. ¿Podemos
tener tantas dudas sobre esto, cuando se trata de una “operación
mayor” de lo que siempre ha sido el esquema de actuación norteamericana
en política exterior? Solo que hoy le resulta más sencillo
por la desaparición de la Unión Soviética y el bloque
del Este al que tanto contribuyeron en destruir.
A los crímenes cometidos
por Milosevic los deberá juzgar su propio pueblo, no el “sherif”
mundial. De hecho, cuando cientos de miles de habitantes de Belgrado
se lanzaron a la calle hace tres años para protestar por el fraude
electoral, poco apoyo recibieron de los que ahora aparecen como “salvadores”.
En la actualidad, todos los partidos de oposición yugoslavos se
han autodisuelto, simplemente porque lo más grave que le ocurre
al pueblo no es ahora Milosevic, sino esos miles de kilos de bombas que
no dejan de caer constantemente. Muchos de los que están en la calle
desafiando a tan brutal enemigo, también quieren que Kosovo se autogobierne
y que cesen todas las persecusiones. Las de los defensores de la Gran Serbia
contra los albano-kosovares y las de los partidarios de la Gran Albania
contra los serbo-kosovares. Pero si la agresión occidental no cesa,
pronto no va a haber territorio para reivindicar.
¿No nos sirven estos gestos
para que cesen nuestras “confusiones” o diferencias políticas? Aún
estamos a tiempo de poder convertir nuestra pasividad en una potente respuesta
contra la guerra imperialista y no tener que arrepentirnos más tarde.
La tradición histórica antifascista del pueblo yugoslavo,
su compromiso con el socialismo a lo largo de décadas, vale también
para la historia de Kosovo y para la de Albania (la de antes, y no
el actual protectorado colaboracionista de los yanquis) merece que dejemos
de lado roces que fomentan el inmovilismo. Si queremos realmente que los
pueblos se autodeterminen, luchemos contra el enemigo más terrible
de ese derecho. No le demos posibilidad de que su política
criminal siga extendiéndose, como ellos mismos anunciaron en su
última cumbre, al referirse a la ampliación del radio
de operaciones de la OTAN. No dejemos que su pensamiento, único
y autoritario, se cuele en nuestra casa. Porque cuando se instala, lo hace
a través del terror, un terror que no busca otra cosa que
el sometimiento. Por eso es que se hace tan necesario que luchemos para
detener esta guerra.
Carlos Aznárez
(periodista)