Después de la caída
del Muro, el imperialismo se ha dedicado a que la OTAN no sea cuestionada
y a que se convierta, en la nueva situación, en un instrumento decisivo
de la “estabilidad” en Europa. Así, Manfred Werner, exsecretario
general de la OTAN, sostenía que ninguno de los problemas de seguridad
del mundo libre podía ser resuelto fuera de la Alianza.
El nuevo papel de la OTAN sufrió
un primer test en Bosnia. A los ojos de los norteamericanos, la ONU se
había mostrado incapaz de hacer otra cosa más allá
de lo humanitario en la exYugoslavia. Igualmente, la UE se mostró
incapaz de tener una política común después del estallido
de la Federación (con conflictos respecto al reconocimiento de las
independencias).
Todas las soluciones políticas
que se han discutido ya sea en el marco de la ONU o en el de la CEE han
conducido a una reanudación de los combates. Europa (ya sea la UE,
el Consejo de Europa o la UEO) se ha visto afectada por los intereses divergentes
de las potencias imperialistas que la componen y por las visiones diferentes
del continente que pueden separar a los países del Norte de los
del Sur y de los del Este. El imperialismo norteamericano ha considerado
entonces que una vez más estaba en condiciones de imponer una solución
política y militar a la crisis. Como escribía el senador
Dole antes de ser candidato a la presidencia de Estados Unidos, “sólo
América puede liderar el mundo”.
La intervención estadounidense
ha obedecido a un triple movimiento. El primero ha sido la incapacidad
de Europa para poner en pie un simulacro al menos de solución política.
El segundo ha sido las peticiones provenientes de todos los protagonistas
(Serbia, Croacia, Bosnia). El tercero ha sido la voluntad americana de
seguir participando en el destino de la nueva Europa a través de
la OTAN. Además, los norteamericanos han impuesto a sus aliados
que las operaciones militares dirigidas a mantener la estabilidad de la
nueva Europa no se hagan bajo el control de la ONU o de un mando multinacional,
sino bajo mando estadounidense.
La instalación de IFOR
y, luego, de la SFOR en el marco de los acuerdos de Dayton han servido
así a fines estratégicos (hacer de la OTAN el instrumento
de la estabilidad de la Europa de después de la caída del
Muro) fundamentales. El desarrollo de acciones militares con presuntos
fines humanitarios ha permitido poner a prueba las capacidades logísticas
de las fuerzas armadas implicadas. La intervención de la OTAN en
Serbia marca una nueva etapa. Se afirma como el gendarme de la nueva Europa,
como la fuerza política y militar encargada de velar por el mantenimiento
de sus principios de base.
La guerra de Serbia ofrece una
gran ventaja. Aparenta ser una guerra contra la dictadura, la opresión,
la xenofobia y por los derechos de los pueblos. Representaba una excelente
ocasión para aplicar, con un consenso bastante amplio, las nuevas
misiones de la OTAN después de la caída del Muro. Del mismo
modo que Bush aprovechó la ocasión de la invasión
de Kuwait por Irak para afirmar el nuevo orden mundial, la OTAN se ha adueñado
de la situación en Kosovo para afirmar su nueva misión en
la Europa de después de la caída del Muro de Berlín.
Los partidarios de los ataques de la OTAN nos dicen que “a veces hay que hacer la guerra para parar la guerra”. Cierto, pero esto se ha de discutir caso a caso: ¿qué o a quién se trata de combatir, con qué fin? ¿Quién es el más apto para hacer progresar ese objetivo? Las amenazas y, luego, las bombas dan una impresión de que se está actuando. Para muchos de los y las (entre ellos nosotr@s) que son solidarios de la causa de los albaneses de Kosovo, esas acciones son percibidas como la esperanza de una respuesta “concreta” a una revuelta humanista. Condenamos todas las agresiones contra todas las poblaciones que sean sus víctimas. Y las bombas de la OTAN son también una agresión contra la población yugoslava, igual que las bombas sobre Irak que provocan víctimas civiles
Un fracaso anunciado
En lo que afecta a Kosovo, muchos
analistas han señalado ya que se trata de una respuesta miope, contraproducente
e incoherente. Miope porque espera hacer ceder a Milosevic mediante ataques
aéreos. Contraproducente porque las bombas caen sobre las poblaciones
civiles serbias y kosovares, porque consolida un frente nacionalista detrás
de Milosevic, facilitando una ofensiva de depuración étnica
de Kosovo. Incoherente, en fin, porque si se piensa que los ataques de
la OTAN protegen eficazmente a un pueblo minoritario, entonces hay que
proponer bombardear Turquía para “proteger” al pueblo kurdo; y si
se piensa que la OTAN puede ser un gendarme del mundo sin control de la
ONU, disolvamos la ONU: esta intervención no ha respetado siquiera
las reglas del orden “civilizado” que dice representar.
El argumento legal es sin duda
secundario para nosotros: el bombardeo habría sido igualmente contraproducente
y dramático si hubiera sido decidido por la ONU. Lo mismo podemos
decir de las discusiones en el Parlamento francés: esta política
habrìa podido ser decidida por un voto mayoritario y habría
sido también desastrosa y condenable. Pero significaría al
menos reconocer la posibilidad de un control y de un balance -con sanción
política al apoyo contra nuestros gobernantes.
Los jefes de Estado y de gobierno
de la UE han querido tener una política exterior común en
Rambouillet. Pero, puesto que han tenido finalmente la misma lógica
de gran potencia (sin tener los medios para ello) que Estados Unidos, sólo
podían atacar con el puño de la OTAN. Un ejército
y unas bombas europeas no habrían sido más progresistas.
Moraleja: en la situación actual de la UE y de lo que son sus gobiernos,
estamos a favor del mayor control posible sobre la política exterior
de nuestros gobernantes ante los parlamentos; y que paguen así por
los daños causados por sus orientaciones.
Es difícil zanjar entre
las diversas interpretaciones de las opciones occidentales: ¿arrogancia
cínica o miopía? Se trata probablemente de una combinación
de las dos cosas. Los artículos de los grandes “media” en torno
a Rambouillet estaban a la medida de ese clima de arrogancia, profundamente
despectivo de los derechos de los pueblos. En este caso se trataba tanto
del pueblo kosovar (del que era inimaginable que hubiera podido negarse
a firmar los planes occidentales en la primera fase de Rambouillet) como
del pueblo serbio: era aberrante pensar que Milosevic iba a ceder bajo
la presión de las bombas.
En Serbia
Los últimos ataques de
la OTAN se han apoyado en la hipótesis de que Milosevic retrocedería
ante la demostración de fuerza. Se trata de una miopía política
alimentada por una intoxicación mediática: se ha repetido
(con una buena dosis de ignorancia) que fueron las bombas de la OTAN las
que habrían hecho ceder a Milosevic en Bosnia poniendo así
fin a la guerra. La verdad es muy distinta: han hecho ceder a un Karadzic
(en beneficio de Milosevic) ratificando una relación de fuerzas
creada sobre el terreno por los ejércitos en lucha (serbio, croata
y bosnio -habiendo sido sacados adelante estos dos últimos por Estados
Unidos, que no quería combatir sobre el terreno). En Dayton Milosevic
pudo firmar en nombre de todos los serbios y obtener que fuera legitimada
la “entidad serbia” (por la que Karadzic había luchado). Los objetivos
de guerra estaban relativamente cubiertos: la partición étnica
de Bosnia, organizada conjuntamente en belgrado y Zagreb. No se ve en qué
habría “cedido” Milosevic en Dayton, bajo la “amenaza de Occidente”.
Además, Milosevic no reina
sólo ni simplemente a espaldas de su pueblo. Ha habido desde 1989,
en Serbia y en la nueva federación yugoslava serbo-montenegrina,
múltiples elecciones pluralistas. Hasta el punto (conviene recordarlo)
que en octubre último varias ciudades pasaron bajo el control de
la oposición. Cuando el poder quiso cuestionar esos resultados,
hubo durante meses manifestaciones masivas que no fueron reprimidas. Esta
“democratura” se parece a la de Croacia: parlamento, elecciones pluralistas,
medios de comunicación, organizaciones de mujeres, movimiento antiguerra,
sindicatos. No se trata de fascismo. Pero son regímenes que utilizan,
uno y otro, apoyos fascistizantes, milicias paramilitares para hacer
el trabajo sucio, medios financieros y fiscales para aplasatar a los “media”
independientes o corromper a su oposición.
Milosevic aparecía en
el “centro”, apoyado a la derecha por le partido radical fascistizante
de Vojislav Seselj, y por uno de sus más prestigiosos opositores
del movimiento antiguerra, Vuk Draskovic (exdirigente de la oposición
llamada democrática de antaño y líder del Partido
de la Renovación Serbia). Reina así hoy con su “partido socialista”,
apoyado a su izquierda por el JUL (partido de la “izquierda yugoslava”
dirigido por Mirjana Markovic, la mujer de Milosevic): este partido recluta
gente entre los “managers socialistas” corrompidos y las capas más
populares, obreras y campesinas. Pero también ha combatido explícitiamente
el nacionalismo serbio y sus crímenes en Bosnia en nombre de una
ideología “yugoslavista”, titista. Por eso es tan influyente en
los círculos del multiculturalismo y en las nacionalidades minoritarias
que todavía constituyen más del 40 % de Yugoslavia (mientras
que Croacia se ha convertido en algo casi étnicamente homogéneo).
No se puede comprender nada de
Milosevic ni de su estabilidad política si no se tiene en cuenta
que ha jugado en todos los tableros para así consolidar su poder:
apoyo a la lógica secesionista (y luego abandono) de las minorías
serbias de Croacia y de Bosnia; recurso a la mitología nacionalista
serbia (el Kosovo, “Palestina serbia”, propiedad de Serbia), pero también
a las ideas yugoslavas; cuestionamiento del pasado comunista, pero poco
de privatizaciones y mucho de continuidad con el régimen anterior.
En Kosovo
La supresión de la autonomía
que Kosovo había conquistado bajo Tito dio a la provincia un estatuto
similar al de Córcega en Francia: ese “alineamiento con el derecho
internacional” era una regresión grave e inaceptable para los kosovares
(bajo Tito Kosovo estaba representado como una cuasi-república igual
a Serbia a nivel federal; el albanés era lengua oficial en la provincia,
incluso en la Universidad; la provincia tenía su política
exterior, con lazos directos con Albania, por ejemplo).
Los kosovares perdieron sus posiciones
dominantes en las instituciones, Belgrado quiso imponerles una relación
de subordinación (no sin desprecio racista). Sufrían por
tanto un apartheid escolar y decidieron boicotear todas las instituciones
oficiales durante 10 años organizando su parlamento, sus escuelas,
sus centros médicos. La autonomía “sustancial” propuesta
por Rambouillet era un compromiso tan cojo como el de Dayton. Está
de todas formas ya caduco.
Sobre el terreno, bajo la amenaza
de las bombas, hacen estragos las fuerzas paramilitares del mercenario
Arkan de siniestra memoria en Croacia y Bosnia. El asesinato de varios
intelectuales albaneses acompaña a las amenazas que hacen huir a
decenas de miles de gentes hacia los países vecinos. El objetivo
de la ofensiva es, como en la República srpska de Bosnia, “limpiar”
una parte de Kosovo (sin duda la que rodea los monasterios históricos
del pasado serbio, en Pec, pero también algunas buenas minas en
el norte y la capital...) y dejar el resto (pegado a Albania) a los kosovares.
Hay 2 millones de habitantes
en Kosovo, de los cuales menos del 10 % de serbios. Pero hay también
varios centenares de miles de refugiados serbios de Croacia y de Bosnia
que, hasta ahora, se han negado a venir a vivir en un Kosovo de mayoría
albanesa (a pesar de que se les ha propuesto venir a coger el empleo de
los albaneses despedidos).
Como en Srebrenica, donde los
apartamentos de las poblaciones musulmanas expulsadas son ocupados por
los refugiados serbios víctimas de las expulsiones croatas, el drama
de unos va a ser una vez más explotado para agravar el drama de
otros.
Defender la autodeterminación
de los kosovares es la única alternativa a la guerra que el poder
de Belgrado practica en Kosovo, al igual que a la que ha desencadenado
la OTAN. Sólo la autodeterminación puede permitir al pueblo
de Kosovo, y a sus diferentes componentes de origen albanés, serbio,
gitano..., determinar juntos un futuro en común.
En la Yugoslavia de Tito Kosovo
tenía un Estatuto de Autonomía que Milosevic cuestionó
desde que llegó a ser la cabeza de la Liga de los Comunistas serbios
y del Estado yugoslavo en 1989. Desde entonces, Kosovo vive una especie
de apartheid: el 80 % de la población está eliminado de la
vida política. En la escuela y en los periódicos la lengua
serbia es obligatoria. Se ha establecido un sistema de “preferencia nacional”
en el empleo para los serbios.
Durante las negociaciones de
Dayton sobre Bosnia la cuestión de Kosovo no fue abordada. Belgrado
reforzó la represión y las amenazas provocando como reacción
un auge del movimiento de protesta de la mayoría albanesa,
primero pacífico y luego la creación del Ejército
de Liberación de Kosovo (UCK) frente a las exacciones de la policía
y de las milicias serbias. Los kosovares, a la vista de ko que había
sido capaz de hacer Milosevic en Croacia y Bosnia, se esperaban lo peor;
la reivindicación de independencia empezó a dominar. Tenían
así menos razones para desear seguir dentro de una federación
dirigida por un poder en el que 10 ministros del partido de extrema derecha
se sientan junto a los del partido de Milosevic, unidos en torno a una
política ultranacionalista para la cual “el Kosovo es serbio”.
En esas condiciones sólo
quedaban 2 alternativas. La guerra, lo cual implica una limpieza étnica
para separar a las comunidades y partir Kosovo, o la única solución
democrática y política: dejar que el pueblo kosovar se autodetermine,
es decir, redefina su régimen interno, sus relaciones con los otros
pueblos, su estatuto, su futuro, sus relaciones con Belgrado, en un acto
de decisión libremente consentido, mediante una consulta democrática.
Una federación sólo
puede ser viable si es aceptada libremente por cada una de las partes contratantes:
independencia o autonomía; es el pueblo de Kosovo en su conjunto
el que ha de decidir, incluyendo la discusión de los derechos de
las minorías en el seno mismo de Kosovo. Un proceso semejante es
el único que ofrece la garantía de que todas las comunidades
definan unas reglas e instituciones para vivir juntos, en igualdad, mientras
que la agravación de las tensiones y la voluntad de imponer el poder
de una minoría conducen con seguridad a la guerra, a la depuración.
Lógico con la política
desarrollada desde hace 10 años, Belgrado ha elegido esta última
solución. Pero las grandes potencias también han rechazado
ese derecho a la autodeterminación. En la conferencia de Rambouillet
han exigido a la delegación kosovar que renuncie a él.
Se han arrogado el derecho de decidir en lugar de los interesados que debían
seguir dentro del marco de la federación yugoslava. La OTAN y Europa
han contribuido finalmente a arreglar la cuestión de Kosovo dejando
a Milosevic alcanzar su objetivo: mantener una parte de Kosovo bajo su
mando a costa de una nueva depuración étnica. “La única
cosa de la que estoy segura es que nuestra vida se ha roto...Diga a los
occidentales que si los bombardeos continúan, los albaneses van
a desaparecer de Kosovo”. Es el grito de una refugiada recogido en “Le
Monde” del 30 de marzo.
Que acabe por fin esta guerra
y que se vuelva a una solución política basada en el derecho
de los pueblos.