La incoherencia de la Alianza en esta guerra
EL DEBATE INTELECTUAL.- Tres analistas... y tres
planteamientos distintos ante la misma realidad. El escritor
albanés Bashkim Shehu se decanta claramente a favor de la
intervención de la OTAN en el conflicto yugoslavo, al tiempo que
critica duramente la «jerga moralista» que arremete contra
la
Alianza y se muestra a favor de una paz sin condiciones. Frente a
él se sitúa María Dolores Algora Weber, observadora
internacional
de la UE y de la OSCE, que pregona lo contrario: «Estoy en
contra de los bombardeos», dice. Y en medio de ambas posturas
se sitúa François Géré, quien pide a la OTAN
que precise de una
vez por todas los objetivos de esta guerra, al tiempo que se
descuelga con la siguiente propuesta: «Podría ser útil
suspender
los ataques aéreos, aunque sólo fuera para darle a la diplomacia
el medio de presión que significaría la reanudación
de los
ataques».
Las pasiones de la guerra se han desencadenado. Era inevitable.
Inquietud, indignación, exasperación arrastran tras de sí
un cortejo
de interrogantes angustiosos y de juicios perentorios. Desde la
publicación del balance de los ataques aéreos por parte de
unos
militares manifiestamente perplejos, se impone la siguiente
evidencia: los medios utilizados no eran los adecuados, al menos
en el momento en que se decidió utilizarlos. De ahí que siga
en
pie la otra pregunta: ¿Qué hacer y por qué exactamente?
¿Hay
que perseverar y seguir aguantando de los ataques aéreos
reforzados los efectos más o menos imprevisibles que no dejarán
de producirse? ¿Hay que permitir la intervención terrestre?
¿Cuándo, cómo y dónde? ¿Y por último
y sobre todo, con qué
objetivo?
Para estimar el grado de rectitud de una estrategia, existe un
método conocido desde hace cerca de dos siglos. Se trata de un
método que consiste en establecer la relación entre dos nociones
diferentes: el objetivo de la guerra y los objetivos en la guerra. El
objetivo o finalidad de la guerra es de orden político: expresa
un
interés o un ideal. El objetivo en la guerra se identifica con los
objetivos que se plantean para ejercer la superioridad militar sobre
el adversario. Una estrategia óptima está en función
del grado de
coherencia entre el objetivo político y de la guerra y los objetivos
estratégicos en la guerra. ¿Qué se puede constatar
al respecto en
esta guerra?
Que los objetivos políticos de la guerra no han sido objeto de una
definición clara y unánime. Al principio al menos se habían
anunciado tres:
-Proteger a la población albanesa de Kosovo (Blair, Chirac,
Clinton, Schröder).
-Evitar la desestabilización general de los Balcanes (Chirac).
-Obligar a Milosevic a aceptar los acuerdos de Rambouillet,
especie de capitulación que equivalía a un suicidio político.
Es
difícil explicar por qué razón tendría que
aceptarlos el líder serbio.
Una vez comenzada la guerra, y a causa de los crímenes serbios
contra la población albanesa de Kosovo, surgieron nuevas
formulaciones de los objetivos de la guerra. Por una parte, las
cinco precondiciones de un alto al fuego fueron transmitidas a
Milosevic por los responsables de la Alianza, sobre todo por
Hubert Vedrine [ministro francés de Asuntos Exteriores], a partir
del 6 de abril de 1999. Precondiciones que fueron retomadas al
pie de la letra por Kofi Annan [secretario general de la ONU] bajo
la égida de la ONU. Pero por otra parte, fueron apareciendo,
procedentes de unos y de otros, nuevos objetivos más radicales y
más amplios:
-Conseguir la capitulación de Milosevic y conducirlo ante un
tribunal por crímenes contra la Humanidad (Solana, Blair).
-Prohibir, en el futuro, todo crimen realizado por un dictador contra
una minoría en el territorio europeo (Blair).
-Y por último, y como consecuencia de un grave despiste político,
el presidente Clinton creyó que era bueno sugerir, en su discurso
del 50 aniversario de la OTAN, que el objetivo de la guerra podría
ser la justificación de la existencia de la propia Alianza.
Objetivos de la guerra
Seis semanas después del comienzo del conflicto, la imprecisión
política inicial parece ir en aumento.
Los objetivos en la guerra se planearon en tres fases, que se
correspondían con la planificación operativa de los ataques
aéreos
de la OTAN. Parece que, teniendo en cuenta el cambio de los
objetivos de guerra, no ha sido una planificación realizada con
demasiada coherencia. ¿Cómo explicar, si no, los ataques
sobre
Montenegro, Estado muy favorable a la Alianza? Además, el
encadenamiento de estas fases en el tiempo nunca estuvo claro
tampoco. Porque se vió interrumpido por los acontecimientos que
se sucedían sobre el terreno.
En el fondo, de lo que se trata, por lo tanto, es de machacar el
potencial militar de Serbia. ¿Pero para servir a qué objetivo
político? En otros términos, no se puede practicar una estrategia
militar inflexible al servicio de objetivos políticos variables,
a no ser
que se quiera correr el riesgo actual de verse empujado «hacia
donde no se quería ir» por culpa de los efectos incontrolados
de la
acción militar.
Por ejemplo, nunca figuró en la estrategia de la OTAN la idea de
prohibir la estancia en territorio de Kosovo a las fuerzas serbias,
entre otras cosas por que no se tenía más remedio que
consentirla, dado que se excluía el contacto directo e incluso el
recurso a armas terrestres más flexibles (helicópteros, artillería
de
largo alcance, etcétera), que son las que se están preparando
para entrar en combate ahora mismo.
Por lo tanto, restablecer una mínima coherencia se convierte en
el
primero de nuestros deberes en una situación que tiende a
convertirse en vertiginosa a causa de sus imprevisibles
consecuencias.
-Hay que precisar de una vez por todas los objetivos de la guerra.
-Determinarlos ya sea por parte de la Alianza, por parte de las
Naciones Unidas o por parte del Grupo de Contacto (con o sin
Rusia).
-Clarificar la cuestión del interlocutor. No se puede querer negociar
con el Gobierno de Belgrado y recusar al único interlocutor que
hay por el momento. A no ser que se encuentren otros. Pero, por
ahora, no ha aparecido ningún partido ni ninguna personalidad
serbia que encarnen una legítima alternativa. Y ése es el
problema.
-Adaptar los medios militares a estos objetivos políticos: no
excluir a priori la determinación de emplear todos los medios de
fuerza. No se puede pretender ganar una carrera que ha
comenzado mal, anunciando que se seguirá avanzando a la pata
coja. Hay que recuperar una mayor libertad de acción. Por
ejemplo, podría ser útil suspender los ataques aéreos,
aunque
sólo fuese para darle a la diplomacia el medio de presión
que
significaría su reanudación. Pero, al parecer, esta alternativa
no se
está planteando, a pesar de que la inflexibilidad de la estrategia
militar de Estados Unidos impuesta sin opción posible a la
Alianza parece totalmente inadecuada a la flexibilidad diplomática
exigida por la extrema complejidad de la situación en los
Balcanes.
Y sin embargo, es esta postura la que se reafirmó en la reunión
del cincuentenario, porque no fue posible ponerse de acuerdo
sobre ninguna otra. Y nadie sabe hasta dónde puede conducirnos
esta grave y pertinaz incoherencia estratégica.
François Géré es director científico de la
Fundación para la
Investigación Estratégica. Su última obra lleva por
título Poder e
influencia en el albor del año 2000.