«Kosovo pertenece legítimamente a
Serbia por razones históricas y
religiosas»
STEFANO CINGOLANI
Corriere della Sera/EL MUNDO
PARIS.- En la primavera de 1993, cuando rompió el asedio a
Srebrenica, en Bosnia, reducida al hambre por las tropas serbias
del general Mladic, se ganó el sobrenombre de general Coraje.
Philippe Morillon se siente orgulloso de ello todavía hoy, cuando
ya está jubilado y se dedica a las obras de caridad (preside la
asociación L'Envol, para niños gravemente enfermos).
Religiosísimo, no reniega para nada de su carrera, pero, una vez
pagado el tributo a la patria, quiere dedicarse por completo al otro
faro que ilumina su vida: Cristo. De la guerra en Kosovo ve no
tanto los aspectos militares y tecnológicos, sino las
consecuencias humanas y políticas. Confiesa que reza todos los
días para que no se llegue a la catástrofe final: la invasión
de
Serbia, aunque su experiencia militar le dice que podría
convertirse en algo inevitable.
- General Morillon, a un mes del comienzo del conflicto, se habla
con insistencia de los errores estratégicos cometidos por la
OTAN.
- No comparto esta opinión. Me complace la posición común
de
Europa. Cuando sucedió la guerra de Bosnia era muy frustrante
ver que Europa era incapaz de hablar con una sola voz para
afirmar el derecho a la dignidad y negarse a permitir que alguien
cruzase los límites de lo intolerable. En el plano político,
el
objetivo de la Alianza está claro y justifica el uso de la fuerza.
- ¿Está de acuerdo en la forma en que está siendo
utilizada dicha
fuerza? ¿No se están produciendo demasiadas víctimas
civiles?
- El uso de la fuerza se está llevando a cabo de una forma
determinada, limitando al máximo las consecuencias.
Evidentemente, no es una guerra limpia, porque no las hay. La
guerra es siempre sucia, pero, a veces, es el mal menor.
- ¿Hay que seguir con los bombardeos o enviar tropas de tierra?
- Los ataques aéreos masivos son una solución utilizada al
principio, cuando se perseguía una estrategia de disuasión.
Ahora
se ha comprendido que es necesaria una estrategia de
persuasión. Incluso esto es ya un progreso. Eso no impide que se
tenga que restablecer el Derecho en Kosovo y que tengan que
utilizarse tropas de tierra para ello. Espero que dichas tropas
intervengan sólo después de un acuerdo, porque la solución
extrema consiste en entrar en Kosovo por la fuerza. Y eso sería
hacerle la guerra al pueblo serbio y no creo que lo merezca. Creo
que el pueblo serbio es también una víctima de este Gobierno,
al
igual que el pueblo kosovar.
- Eso significaría utilizar unos 200.000 hombres, con unas
pérdidas en torno al 10 o el 15%. Es decir, morirían unos
30.000
soldados de la OTAN.
- No puedo darle cifras exactas, porque hace tiempo que ya no
tengo responsabilidades militares. Se dijo, al principio, que no
había planes de invasión, pero es evidente que los hay. Pero
eso
sería lo peor de esta guerra. Estoy profundamente convencido de
que no debemos hacerle la guerra al pueblo serbio. Conozco ese
pueblo, me siento muy vinculado a él y creo que no debemos
demonizarlo, sino ayudarlo a darse cuenta de que la política de
su
Gobierno le ha conducido a la catástrofe.
Espero que no sea demasiado tarde para volver a la mesa de
negociación, como también espero que Rusia participe
directamente en las discusiones por dos motivos fundamentales:
ante todo, porque no se puede humillar a Rusia y, en segundo
lugar, porque los rusos son los únicos capaces de calmar el
miedo de los serbios. No hay que infravalorar este aspecto
psicológico. Hay que proteger a los kosovares y, al mismo
tiempo, disipar los temores históricos y atávicos de los
serbios.
- ¿La negociación de Rambouillet se impuso sobre una base
equivocada?
- Sí, en la medida en que alimentó el temor de los serbios
de que
nosotros éramos partidarios no de la autonomía, sino de la
independencia de Kosovo. Esta provincia pertenece legítimamente
a Serbia por razones históricas y religiosas. Y le pertenece de
una forma visceral. Algo así como Jerusalén para los israelíes.
- ¿Hemos infravalorado la resistencia de Slobodan Milosevic?
- Déjeme decirle que Milosevic cometió el fatal error de
no creer
en la determinación de la OTAN a utilizar la fuerza. Pero es verdad
que, al comienzo, muchos vieron la ofensiva aérea como un golpe
de varita mágica, como si, gracias al progreso tecnológico,
bastase tocar un botón para poner fuera de juego a Milosevic.
Pero lo cierto es que se necesita tiempo para todo. Y mientras
tanto, la población kosovar y la serbia sufren.
- La guerra se presentó como un videojuego.
- Teníamos el recuerdo de Irak, donde la guerra parecía una
guerra
de las estrellas. Pero eso era pura ilusión y los militares lo sabían
muy bien.
- En Rambouillet todos tenían muy claro que Milosevic iba a
reaccionar a los ataques aéreos con la represión, vaciando
Kosovo.
- Es evidente que nosotros hemos llegado a esta solución
extrema de mala gana, pero si renunciásemos hoy al objetivo de
proteger el Derecho, entonces provocaríamos un mal mayor.
- ¿La ONU puede jugar algún papel en Kosovo?
- Ciertamente, en el proceso final. La ONU aprendió la lección
de
Bosnia, diciendo, por ejemplo, que la solución de la crisis debe
ser regional. La ONU apuesta por una fuerza de paz africana, para
que los africanos resuelvan sus propios conflictos. Y lo mismo
vale en el caso de Asia. Por lo tanto, es lógico que sean los
europeos los que arreglen sus propios problemas. Recuerdo, por
ejemplo, a los contingentes kenianos y ghaneses que vinieron a
Bosnia, donde estaban completamente perdidos. En la Europa de
hoy, tenemos una alianza militar y le corresponde a ella intervenir.
- La OTAN definió en Washington su «nueva concepción
estratégica». ¿Es la OTAN, a todos los efectos, el
«brazo
armado» de Europa?
- La Alianza Atlántica sólo tiene sentido, tras la desaparición
de la
Unión Soviética, si es capaz de actuar en crisis como la
de
Kosovo de hoy o la de Bosnia de ayer. El concepto de defensa
europea está evolucionando. Creo que deberíamos dejar de
ser
tributarios de Washington en este campo. Y hoy tenemos los
medios económicos suficientes para hacerlo, aunque no los
militares. He dirigido, al final de mi carrera, la fuerza de
intervención rápida, junto a italianos y españoles,
cuyo puesto de
mando está en Florencia. Es una primera pieza para la puesta en
marcha de una auténtica defensa europea. Pero para tener un
Ejército europeo es necesario un Gobierno que le dé órdenes
y
que fije sus misiones.