MUJERES EN LAS ORGANIZACIONES POLÍTICO-
MILITARES
Por: María del Rosario (Chiqui)
Ramírez
Fuente: La Cuerda, Año 2, No. 11,
Guatemala, abril de 1999
facilitado a Mujeres en Red a través
de Modemmujer
Para escribir sobre el proceso de paz hay que empezar por el proceso de
la Guerra Popular Revolucionaria Guatemalteca y, por supuesto, lo que fue
y es la participación de la mujer a lo largo de estos 36 años.
¿Qué puedo decir? ¿Que la participación de
la mujer ha sido heroica, con acceso a ascensos políticos y militares?
¿Que eran respetados nuestros derechos y condición
de mujer dentro del aparato político y las estructuras militares
guerrilleras?
A lo mejor la versión oficial de la izquierda, como todas las versiones
oficiales, puede decir esto, pero las que vivimos en carne propia la situación
podemos remontarnos a la época en que muchos de los viejos
cuadros comunistas, los respetables compañeros del PGT, trataban
de convencer a las patojas de La Juventud sobre las ventajas del amor libre
a lo soviético, mientras frenaban el ascenso de las mismas hacia
puestos de dirección.
Y qué decir de lo desacreditadas que estaban las pobres "compas"
del PGT por la fama de livianas y querendonas. Descrédito que salió
de las mismas bocas de los beneficiados en el asunto.
La excepción se dio en la época del FUEGO, en los años
sesenta, cuando algunos estudiantes de secundaria y universitarios, a través
de la identificación ideológica, veían a las mujeres
como la otra mitad del cielo (según decía Mao), rompiendo
con los tabúes y prejuicios propios de esos años.
Fue en ese periodo cuando las estudiantes de Belén, INCA, Rafael
Aqueche y Comercio tuvimos una participación digna de recordarse,
porque hombres de la talla de Ricardo Berganza, Nayito Johnson, Carlos
Toledo, Mario Botzoc, Chofo García, Nils Coronado, Guillermo y Gustavo
Grajeda, Manolo Andrade Roca y otros muchos nos abrían espacios
en una verdadera participación política y militar.
No idealizo a toda esa generación, pues también había
mentalidades retrógradas que exacerbaban el machismo y el abuso
hacia las mujeres, pero a ésos no vale la pena mencionarlos.
Pasado ese periodo, y tras la muerte de la gran mayoría de estos
patriotas ejemplares, la participación de las mujeres se hizo más
difícil y frustrante. La lucha militar de los años sesenta
al mando de los comandantes Luis Turcios Lima y Marco Antonio Yon Sosa,
de las FAR y el MR-13, respectivamente, demandó mayor participación
de la población y esto abarcó, lógicamente,
a las mujeres de todas las edades.
En la ciudad, las madres de "Los Muchachos" de aquel entonces jugaron un
papel digno de recordar. Valientes y solidarias, las mamás nos brindaban
amor y comprensión en los peores momentos. A sabiendas del riesgo
que corríamos, se sentían orgullosas ofrendando a sus hijos
en aras de la justicia y la democracia. Saltan a la memoria doña
Fuguchona, doña Lirio Blanco, doña Sapona, doña Tomatona,
la Laurita y otras más.
En los años siguientes muchas indígenas y ladinas, de todos
los estratos sociales, del campo y la ciudad, se vieron envueltas de la
noche a la mañana en la vorágine de la guerra fratricida.
La mayoría desconocía el porqué de la lucha, el porqué
a altas horas de la noche tenían que levantarse a echar los muñecos
de tortillas para todos esos hombres llamados "compas". ¿Por qué
desaparecían sus maridos e hijos? ¿Por qué llegaban
a masacrarlos y a quemar sus aldeas? El asunto era sólo para hombres
y a las mujeres se les marginaba, ocultándoles información
por no ser dignas de confianza.
¿Acaso no tenían
ellas sus propios intereses y demandas? ¿Acaso no podían
participar de manera más consciente por sus derechos? Marginadas
y desinformadas, tuvieron que soportar muerte, tortura y/o exilio a la
par de sus hombres sólo por el hecho de amarlos.
Al interior de las organizaciones guerrilleras, las mujeres fueron relegadas
a trabajos de apoyo logístico y servicios, que definitivamente eran
y son importantes dentro de ese proceso, pero en los cuales difícilmente
se lograban ascensos o grados militares, a menos que los espacios se abrieran
entrepiernas y la susodicha cumpliera con los requisitos necesarios para
ser la "compa" del comandante fulano, teniendo que aceptar abandono, infidelidades
y liviandades del mismo.
Puedo asegurar que las mujeres con rango de militar y puestos políticos
dentro de las organizaciones que forman la URNG siempre han sido nominadas
a dedo, por parentesco o braguetazo, las únicas formas de alcanzarlos.
De lo contrario una se quedaba siempre en zope.
Tocar temas propios de mujeres y sus demandas se volvió prohibitivo
dentro de la guerrilla, negándoseles a ellas el derecho a reunirse
para unificar criterios y hacer planteamientos sobre mayor participación
femenina en todas las esferas de la guerra. Las compañeras no podían
ni siquiera dar voces de mando a una patrulla de seis, después que
los varones habían tenido esa oportunidad, como sucedió en
el Petén. ¿Por qué esa marginación, cuando
se compartían penalidades y peligros? ¿Es que esas mujeres
no tenían derechos? ¿Fue por falta de capacidad? ¿Por
falta de valor y arrojo? Hay muchos ejemplos de mujeres que combatieron
de manera heroica a la par de los hombres, que murieron en cumplimiento
de tareas, o por obedecer órdenes
arbitrarias de seudo-dirigentes.
Fueron pocos los casos en que, arbitrariamente y sin defensa, se ejecutó
a mujeres y hombres en el seno de la guerrilla, pero no se trata de poco
o mucho para cuantificar el delito de homicidio, sino del hecho de ajusticiar
a una persona sin que se respetara su condición de mujer embarazada.
Con vergüenza, no se puede dejar de mencionar los muchos casos en
que las mujeres fueron prostituidas y utilizadas como objetos sexuales
dentro de las filas guerrilleras, para luego negarles las mínimas
atenciones médicas a sus enfermedades.
Y qué hablar del abuso sexual de niñas indígenas,
especialmente de 11 ó 16 años, cuando se recurrió
al uso del alcohol para anular la resistencia de algunas que se negaban
a ser utilizadas sexualmente, o empujarlas a abortar el fruto de esos desvaríos.
Debo aclarar que tales anomalías se daban ante la desaprobación
del grueso de la militancia, que se oponía a estas prácticas
llevadas a cabo especialmente por la jerarquía militar guerrillera.
Habrá quienes pongan el grito en el cielo y me acusen de estar desacreditando
a la izquierda guatemalteca. Pueden decir que estoy "mascada" porque nunca
tuve grado militar, y a saber cuántas cosas más. Pero prueba
de ello es la falta de figuras femeninas representativas en el proceso
de paz. ¿O es que no salta a la vista el detalle? Es como preguntar
cuántos hombres y mujeres negras hay en el Comité Central
del Partido Comunista Cubano, para poner otro ejemplo; o buscar, como aguja
en un pajar, indígenas
con verdadera participación en el gobierno o el Congreso de Guatemala.
Los casos de las señoras Rigoberta Menchú, Nineth Montenegro
y otras sólo son honorables excepciones que confirman la regla.
Pero sería bueno preguntarles a estas dos mujeres notables sobre
el largo y difícil camino que han tenido que recorrer. Porque en
el caso de la señora Menchú, aparte de ser discriminada como
indígena ha enfrentado la discriminación como mujer dentro
de las mismas esferas de poder de la izquierda guatemalteca. Sólo
hay que hacer un recuento de los chistecitos que
sobre nuestra Premio Nobel
de la Paz la sociedad chapina inventa y difunde a diario para conocer la
dimensión de la discriminación que manejamos.
Es larga la lista de ejemplos de mujeres golpeadas, sometidas y humilladas,
relegadas a ser sombra de sus "compas". De esos mismos "compas" que blandían
las banderas de justicia e igualdad de la puerta de su casa para afuera,
ya que al interior de la misma las mujeres sufrían el abuso sistemático
y las infidelidades de sus maridos.
Para ser digna compañera hay que ser la mujer de siempre, la histórica,
la Penélope que debe esperar castamente el retorno del marido que
fue a la guerra; la madre de los hijos del dirigente o del combatiente;
la "compa" que se ha echado encima la carga económica de los patojos
porque no había derecho a pedir pensión alimenticia, ni a
protestar pues podía ser acusada de infiltrada y traidora anticomunista
y ser rechazada del lecho nupcial como en la Edad Media, arrastrando su
ignominia. Que se atrevan a lanzar la primera piedra aquéllos que
se sientan libres de pecado.
¿Es esto participación? ¿Han alcanzado las mujeres
un lugar digno y respetable, al menos dentro de las filas revolucionarias,
como idealmente lo pensábamos quienes dimos inicio a esta lucha
hace 36 años? ¿Es que podemos sentirnos apoyadas como mujeres
en nuestras demandas más sentidas? ¿Dónde quedaron
enterrados los más altos ideales humanos de los años sesenta
y setenta? ¿Será que el Che irresponsablemente cargó
a la tumba todo ese bagaje de amor y justicia?
(-) Artista guatemalteca