Hablan ellos...
MUJERES EN EL IMAGINARIO MASCULINO
Sergio Valdés Pedroni
En Guatemala la masculinidad aparece casi siempre como una amenaza a la integridad y la dignidad de las mujeres; un ejercicio arbitrario de hegemonía y subordinación arraigado en lo más profundo de la vida cotidiana. Las representaciones masculinas sobre lo femenino en general y sobre la mujer en particular, nos remiten de entrada a un enorme promontorio de prejuicios, insultos y gestos de violencia vedada o manifiesta.
En las calles de la ciudad se advierten a cada instante manifestaciones
de desprecio y burla por la naturaleza de las mujeres. Según
el sentido común, se trata de seres inacabados y estúpidos
que --como expone un panfleto humorístico que obtuve en una imprenta
offset de la 4a. avenida
de la zona 1-- pueden ser muchas veces animales: culebras rastreras
con la suegra, camaleones hipócritas con el marido, cerdos cochinos
en la cocina... Una taxonomía insultante para cualquier ser
humano.
Tal percepción y representación de lo femenino se construye
en un intrincado mapa de territorios simbólicos. El discurso
eclesiástico, en el que se dan cita curas católicos, pastores
fundamentalistas, predicadores musulmanes, etc.; el de los políticos,
de derecha, centro e
izquierda por igual; el de buena parte de los intelectuales y cuadros
académicos; el de los publicistas y voceros empresariales --¿han
visto los anuncios de Aguardiente Venado y Cerveza Gallo?-- entre muchos
otros, constituyen bastiones de una masculinidad aberrante que sustrae
a
hombres y mujeres del placer de relaciones equitativas y edificantes.
A los chicos se les prohibe la ternura y la dulzura y a los grandes se
les exige autoridad o compasión por tan débiles e indefensos
seres sub-humanos.
No estoy en contra de la contemplación física ni del placer
sexual recíproco, nada de eso. Lo que pasa es que en la escuela,
en el partido, en la calle, en los bares, en la estación de policía
no
digamos, las mujeres no pasan de ser 'buenos culos' o buena onda o
muy simpáticas e interesantes, útiles a la hora de las compulsiones
sexuales. Y otro tanto sucede con los hombres en boca de las mujeres
que cayeron en la trampa discursiva de sus victimarios.
Cuando el consenso machista entra en crisis o cuando una mujer lo cuestiona
mediante un artículo periodístico, lo expone públicamente
con una denuncia legal o lo desafía con un acto de genuina rebeldía
en el seno de la pareja, el sistema opta por la coerción, la represión
o la
violencia abierta y sistemática. Y todo esto, no me cabe
la menor duda, es algo que debe transformarse de raíz, empeñando
los recursos que hagan falta e impulsando acciones individuales y colectivas,
sobre todo de aquellos hombres que renuncian al angustiante rol dominador
que la sociedad les impuso. La magnitud del problema es tal que guardar
silencio y no actuar constituye una muestra de complicidad y una absoluta
falta de solidaridad humana, próxima a la de los genocidas y torturadores.
No será fácil desplazar de la vida cotidiana formas de representación y relación tan enfermas y retorcidas, sobre todo porque Guatemala tiene la estúpida vocación de darle continuidad a los aspectos más desagradables de su vida. No obstante, vale la pena comenzar a enfrentarlas ahora, allanado el camino hacia esta impostergable forma de justicia humana.
Comparto la sugerencia de los Hombres de Sevilla organizados contra
la violencia hacia las mujeres en el sentido de que, como mínimo,
cada hombre sensible al problema debería escribir un texto crítico
para distribuirlo en su familia, en su lugar de trabajo y en los sitios
de
entretenimiento que visita. Además, podría enviarlo
a los periódicos, estaciones de radio y canales de televisión
a los que tiene acceso, reclamando campañas para que se legisle
y se sancione en contra de quienes violen la dignidad femenina. Cada
vez que por chingar los
cuates o cuatas se pongan a reproducir la representación machista
sobre la mujer, las personas con otro criterio deberían pronunciarse,
invitando a la reflexión y al cambio de actitudes.
La masculinidad y la feminidad no son realidades antagónicas sino complementarias, de ahí que sus representaciones públicas -simbólicas, materiales, etc.- deban cambiar y frenar la espiral de violencia que sus formas actuales originan.
Vale la pena vivir con solidaridad, ternura y placer. Inténtelo y verá....
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Fuente:
~laCuerda~
Año 1, No. Cero
Guatemala, 8 de marzo de 1998
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Laura E. Asturias
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