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ISSN 1886-2799
Revista
MLRS
nº
25
(diciembre de 2011)
>>>>> ELLAS DICEN
(3)<<<<<
[Una
serie
en construcción
con
escrituras poéticas críticas
de
mujeres
de nuestro tiempo,
una
iniciativa
del
colectivo La Palabra Itinerante]
Este
número es la continuación de Ellas
Dicen (1),
que puede leerse aquí:
http://www.nodo50.org/mlrs/Numer/21.htm
y
de Ellas
Dicen (2),
que puede leerse aquí:
http://www.nodo50.org/mlrs/Numer/24.htm
[Contacto
del colectivo La Palabra Itinerante: lapalabraitinerante
[arroba] yahoo.es]
OTRO
PRÓLOGO, MÁS VOCES:
Para
sobrevivir en
la Frontera
debes vivir sin fronteras
ser un cruce de
caminos.
[1]
Buscamos
cada
noche
con esfuerzo
entre tierras pesadas y asfixiantes
ese
liviano pájaro de luz
que arde y se nos escapa
en un gemido.
[2]
En los
pliegues
del mundo está la cultura femenina silenciada.
[3]
Allí
donde nos
faltan las palabras, ¿cómo podemos
estar
seguras de
que lo que sentimos es real?
[4]
No puedo
resumirme
porque no se puede sumar una silla y dos manzanas. Yo soy una silla y
dos manzanas. Y no me sumo.
[5]
Lo
más verdadero
es poético. Lo más verdadero es la vida desnuda. Ese ver,
sólo
puedo alcanzarlo con la ayuda de la escritura poética.
[6]
La vida
juega en
la plaza
con el ser que nunca fui
y
aquí estoy
baila
pensamiento
en la cuerda de mi sonrisa
[7]
Mañana
yo voy a
reescribir nuestra Lengua.
Apartaré
todas
esas arraigadas expresiones de poder y éxito
y
construiré
imágenes nuevas para describir mi fuerza.
Mi nueva y
diferente fuerza.
[8]
Pero yo
estaba
hecha de presentes.
[9]
Las
autoras:
[1]
Gloria
Anzaldúa
[2] Idea
Vilariño
[3] Iris
M. Zavala
[4] Patrizia
Violi
[5] Clarice
Lispector
[6]
Hélène
Cixous
[7]
Alejandra
Pizarnik
[8]
Lois
Keith
[9] Julia
de Burgos
Ellas
dicen (30):
Tres
poemas de Sara Castelar
EL
ULISES
Mi
infancia se encorva a mi lado. Demasiado lejana como para que yo la
toque una vez o levemente. La mía es lejana y la suya secreta
como
nuestros ojos. Los secretos, silenciosos, se sientan pétreos en
los
oscuros palacios de nuestros dos corazones: secretos cansados de su
tiranía: tiranos deseosos de ser destronados.
“Ulises”,
James Joyce
Y
tú, que bebiste del cieno como un perro sediento
y fuiste
equilibrista del aire entre las balas,
que caminaste bordeando el
fuego para acabar quemándote los ojos
y forjaste el abandono de
la noche en la tiránica desposesión del mundo.
Sí, el
perseguidor que se persigue solo y no se encuentra nunca,
el que
habla del mar porque la tierra cuenta verdades a los árboles
y
ellos saben crecer bajo los pasos para arañar el alma
o aquél
gris carpintero del insomnio
que amaba las termitas creyendo en la
madera.
No vengas en la piel del mendigo a reclamar el pan de
los que pierden,
tú no naciste al rezo que se esconde bajo la
lengua seca de los años,
ni sabes en qué idioma se afilan las
mentiras
para clavarse al miedo y suceder,
y suceder sin más
en las ventanas como un brote de muérdago,
besado hasta el
cansancio en corrillos de viejas.
Ya se deslizó Penélope por la
parte más blanda de mis piernas
mientras Ulises mira el contorno
de Ítaca en el mapa difuso de su ombligo.
Qué tristeza de
aquellos que nunca entenderán el norte de la brújula,
qué
tristes hijos sordos irán por sus herencias
cuando acabe la
noche
y ya no queden débiles que les yergan estatuas,
no,
para
la nada, sólo la nada es suficiente.
Dime, dímelo tú
que
llevas en los ojos la confusión y el arco:
¿Quién podría
quitarme ahora
este derecho mío a la tristeza?
****
EL
PUENTE DE SIRAT
Abandone
toda esperanza quien entre aquí
Dante
Alighieri
El
anillo del miedo sigue escupiendo piedras
y en esta ciudad crujen
cementerios en la nuca,
sólo el llanto distingue la tierra del
cemento
donde crecen frutales como niños desnudos,
livianos
como tallos de orquídea
y solos, solos como el lenguaje de las
enredaderas
sobre la rigidez de las paredes.
Llueven
irregulares cantos en las voces del mundo,
los tiranos descansan
sobre la palma de la mano izquierda
y putas de uñas rojas arañan
los blasones
sobre los que se duermen,
llueven señores de la
guerra en patios de colegio,
aquellos que empuñaron los pájaros
del frío
para construir la muerte.
Abandone la fe ese
corazón que osara ser de carne
que supiera del limbo silencioso
donde la sangre ruge
tan fértil y distinta,
todas las
geografías se contorsionan a las puertas
de una tierra sin
nombre, deslabrada
donde un niño asustado reclama a Beatriz entre
cadáveres.
Hay aleteos de manzanos en las aceras frágiles de
Gaza,
escucho la palabra que nunca llegó ilesa
a los labios
del huérfano,
escucho su esqueleto cayendo de lo oscuro
a la
ciudad que grita
y llora
y pesa como un muerto.
El puente de
Sirat emerge de la tierra,
sobre el alambre caminan sin edad
ciegas legiones
y están cayendo flores al infierno.
****
EL
PULSO II
Tengo la voluntad arrodillada
y escarbo con
los dedos la conciencia
de amar en lengua viva.
Resbalan
los meandros de la noche
sobre mis tiernas vértebras,
el
duelo,
la música,
ese temblor de agujas cimbreantes
que
estalla en la garganta de los mirlos.
Qué inmensa pequeñez me
sobrecoge.
Renazco en el arrullo de la bestia
y sigo siendo
frágil,
me cabe entre los ojos la desnudez entera
esa
palabra-espina que puja por la rosa,
el miedo,
la vena
retorcida de la noche
sangrando oscuridad.
Estoy mordiendo a
gritos la belleza.
Lo no visible crece
un animal impuro
dibuja sus contornos
y el corazón se enciende de lirios y de
sables.
Es la hora del pulso:
el instante marino de la
tierra
donde los cuerpos gimen su contrario.
Se duele el
tiempo escrito
como una herida incierta en los relojes
como un
retal de lluvia en la cartera.
¿A dónde van mis alas?
¿Qué
invierno han inventado los cristales?
Me habita una mujer de
triste lengua
una mujer pequeña
perdida entre millones de
mujeres,
la única visible.
Los
tres poemas pertenecen a su libro El
pulso
(EH, 2010).
Ellas
dicen (29):
Tres
poemas de Carmen G. de la Cueva
FRAGMENTOS
Sé
que los muertos
huelen a moho
mi voz es la voz del
pájaro,
su silencio es mi muerte
si te pierdes,
busca
asilo en mi boca
donde está la huida
que los pájaros
vuelan
en bandada
y cuando llega el fin
morimos solos.
****
LA
TENTACIÓN DEL FRACASO
Dicen que la soledad se hace
rotunda
cuando uno escribe para entorpecer la muerte
y se
suceden intentos por cobijarse en los precisos
contornos del
abismo
entonces te preguntas
para qué nombrar el
miedo
para qué las palabras como pasos
si son certeros los
designios de la sombra
ya ves,
somos ceniza y escribimos
los recuerdos como viejos
[con las manos hechas de
memoria]
crecemos y de los sueños solo queda
desaliento
Aprendimos que nombrar el tiempo significa
fragmentar la luz del horizonte.
****
LA
HERIDA. LA SOMBRA.
Parece que no existes
te escondes
adentro
tras la húmeda frontera
de la garganta
jadeas
hendida
en la carne
siembras semillas
en los huesos
cuando
despiertes será tarde
quedará el rastro
del cuerpo donde
una
vez aprendimos
el hambre y el frío
al borde de los campos.
Ellas
dicen (28):
Tres
poemas de María Ángeles Pérez López
PODRÍA
ahora,
mientras un hombre duerme aquí a mi orilla
remontarme
por el río de la sangre
hasta la piedra primera de mi
especie,
hasta el vértigo inicial de una mujer ceñida
por los
signos, apenas descifrables,
que fueron roturados en su cuerpo.
Mi
madre, y la suya, y la suya de la suya,
se agachan despacio y
miran en silencio,
se acuclillan despacio.
La mujer que es
primera de mi genealogía
calienta en su entraña aquello que
rezumo:
la tintura más roja de la sangre,
el ocre de la piel
sobre sí vuelta
hasta alargar las manos y el deseo,
ese blanco
sin adjetivos de las lágrimas
o la leche que nace por sí
sola.
La palabra es una excrecencia más tardía,
no nos ha
sido dada por igual,
ni siquiera en mi origen más cercano
se
encuentra el don de hablar y conjurar la muerte.
Por eso estoy
condenada a nombrarlas a todas.
De Tratado
sobre la geografía del desastre,
1997.
****
DOS
PIERNAS, dos rodillas, dos tobillos,
los dedos diminutos de los
pies
que son tan parecidos unos a otros
y suman sus falanges en
parejas,
los huesos semejantes, sucedidos
y su contaduría
vertebral
para escribir el peso o el fulgor
son nómina y
carbón en papel copia,
perfecta simetría con que el cuerpo
busca
no estar tan solo y se consuela
del lunes y su abrazo
envenenado.
Por eso se acompasa en paridad,
escruta sus
meninges, sus alardes,
su tiempo entristecido y concluyente
y
cuenta sus costillas mientras gime,
porque es inmensa la llanura
sola
y el sol está tan lejos como el mar.
El día en que nos
faltan los afectos,
palabras olvidadas como trébede,
justicia,
lapicera o resplandor,
cuando estalla la flor de la torpeza
y
aroma los manzanos al troncharse,
el cuerpo se conforma como
puede,
busca su concordancia, su acomodo
para la ley de las
compensaciones
y balancea su peso duplicado
por el estrecho
beso de lo dual.
Tan sólo los impares desiguales
-el sexo, el
corazón o la cabeza-
revientan en su plomo solitario,
reclaman
con ardor para la sed
y exigen de algún modo compañía,
un
canto en que se enreden otras voces
haciendo más liviano el
universo.
de
La
ausente,
2004.
*****
Para
Ana Orantes, a quien su ex marido prendió fuego un 17 de
diciembre
de 1997.
LA
MIRADA insolente
es una forma aguda como un clavo en la
tierra,
contiene una porción horrible de sí misma
y apenas
imagina
la depauperada humillación de estar
como si no,
del
cuerpo que se arruga
y se encoge en su nudo primerizo
volviéndose
ceniza, haciéndose invisible
materia degradada por el odio,
la
paja que se prende con blandura.
La mirada insolente
acompaña
a la mano, a la pierna insolentes
para apresar el cuerpo con el
garfio del miedo,
con cuerdas y cordeles y sogas y correas
de
miedo, y aún más miedo
porque ella está tan sola y ya
vencida,
herida de la queja y azotada
con el tizón de espanto
que lleva el que es su ángel
del mal o de la ira.
La
violencia insolente
hace temblar los márgenes del cuerpo
y en
su lenta combustión como de encina
la tinta de las venas escribe
ese calvario
cuando era profanado el templo de la carne
y en el
aire se anotan garabatos, graffitis
con la voz enfangada y sucia
de ese grito
que calcina los labios, las cuerdas de la
boca,
"porque yo no sabía hablar
porque yo era
analfabeta
porque yo era un bulto
porque yo no valía un
duro".
Oh cuerpo de papel para la hoguera.
de El
ángel de la ira,
1999.
Ellas
dicen (27):
Tres
poemas de Almudena Gavala
LA
RUEDA de la fortuna vuelve arañando los riñones
donde descansa
mi vida,
y me remueve el pasado no escrito
hasta vomitar todos
los deseos.
No he pedido perdón al destino por haberlo
traicionado
y me señalo, violentamente, en todos los
rincones
porque el negocio se ha traspasado,
porque los fallos
apagan el juego.
Desde este momento tiraré los dados a las
líneas de tu cuerpo.
Tu trabajo será estar ahí, estar ahí,
estar ahí,
estar ahí, hasta desfallecer.
*****
A
VECES no me soporto.
Entonces me quito el vestido
y me araño
las cicatrices,
luego soplo las brasas
que arden en mi mano
y
en dos suspiros pienso
que he muerto por un segundo.
En ese
momento abro la cajita de música
y me seco las lágrimas del
pecho.
*****
SIN
TREPAR por las paredes llegaré hasta donde pueda
porque no
tenemos la misma meta
ni he de seguir tu camino.
Si te
fijas en mi cuerpo
tendré los arañazos y las patadas de la
experiencia,
cicatrices que identificamos con el tiempo.
Y,
aún así, tendré que decir que he vivido poco
y que otra vez,
empezaría.
Ellas
dicen (26):
Cuatro
poemas de Céline Rainoird
BUCEAR
soy poeta:
buceo en la sangre
- a veces me
atraganto en lo rojo
y toco de cerca los huesos de la muerte -
luego dejo
que mi cuerpo vuelva
a la superficie
como el recién nacido
que al respirar por primera vez
sabe lo que deja atrás
en el líquido que escupe
y
entra en el baile
*****
CAT
ARE SIX
versos y versos
y migas de vida
unas y otras
veces
me acompañan
y me sanan
bendita poesía.
*****
VIVIR
Cerrar los ojos, respirar, respirar hondo
y sentir cuán
lejos de casa se está
atreverse, lanzarse a ser, en fin,
sí
misma, escuchar lo que dicta
el compás del corazón,
amar
*****
CUANDO
LES DIGO QUE ESCRIBO POESÍA quieren leerla.
cuando la han leído
ya no dicen nada
una pregunta que me hago qué entienden por
poesía?
no saben que puede ser una piscina llena de cuchillos
y
que sirve de algo aprender a nadar?
Ellas
dicen (25):
poemas
de Tari G.M.
CAMINO
Los sueños de la tarde despiertan a los de la
mañana,
conquistar un horizonte es divisar otro.
*****
INJUSTICIA
Considero
que ser mujer es un privilegio
del que, por desgracia e
injustamente,
sólo goza la mitad de la población.
*****
El
aullido de todos los que son y se les niega.
*****
No
sé medir el dolor, no sé si aumenta o yo disminuyo.
*****
El
tiempo está tejido de ansiedades.
*****
Tiempo
implacable que alisa montañas.
*****
¡Cuántas
palabras para un mismo desconcierto!
*****
Océanos
de dicha perfecta.
*****
EQUILIBRIO
El
hombre mira al cielo y siente paz, contempla las estrellas y se sabe
parte de ellas. Le iluminan desde dentro.
En el día, mira sus
huellas en la montaña, junto a las del zorro o el jabalí,
las aves
o los reptiles, y se sabe uno más.
El bosque y el río hablan
su lenguaje, amigos del silencio y el viento.
La música
armoniosa de todas las partes que forman y contienen el todo.
Ellas
dicen (24):
3
poemas de Verónica Pedemonte
LA
ESPINA DE UNA PASIÓN
Unto tus sueños de miel
la verja
oxidada
los peldaños de la escalera.
Unto tu rostro de
miel
tus pies, tu cuerpo,
me clavas tu aguijón
y
ofreces
un corazón apócrifo.
*****
EL
ESTE
¡Limosna para el pobre!
grita un viejo corsé
en
una calle de Varsovia.
Pagado de ti mismo
entras en el
burdel y dejas
tu huella miserable.
*****
RULETA
RUSA
Bajaste en vertical hasta su cuello.
Se movió la
ruleta, la bala que guardabas.
Las horas de su reloj te
pertenecen.
Hay una mujer grave frente a ti.
Con un vaso en la
mano
te reclama su sangre.
Los
tres poemas pertenecen a su libro Ochenta
mundos en un solo viaje.
Ellas
dicen (23):
3
poemas de Pilar Fraile
1.
al
atardecer bajamos a jugar al vertedero. entre el moho y el ácido
clorhídrico. patas de insecto. siempre a punto de cortarnos con
tapaderas oxidadas. a punto de contraer enfermedades. de tener las
rodillas adornadas de pus.
las ratas llegan en manada. se
zambullen en los neumáticos casi convertidos en arena. sobre los
restos de petróleo y plástico derretido alimentan a sus
crías.
el resto de animales minúsculos anidan a la orilla de
ríos
de ácido magenta y amarillo. humeante savia que baja hasta el
borde
de la montaña de desechos.
de pronto ya no hay luz y alguien
pregunta qué hacemos aquí. el miedo nos sorprende en
medio de la
risa.
*****
2.
los
cazadores aparecen en los días más fríos del
invierno. huellas de
barro en la entrada de la casa. cuerpos de pieles grisáceas que
cuelgan de los ganchos oxidados de la pared de la cocina. cercos
rojizos en la mesa de madera que gotean por las rendijas y caen al
suelo.
dibujos de estrellas. dibujos de animales marinos que
hemos visto en sueños. esa misma noche.
las mujeres se mueven
deprisa y en silencio. los cazadores se han sentado junto al fuego y
miran con unos ojos que no hemos visto nunca. hay algo rojo
también
en sus miradas. algo que gotea y duele.
las mujeres arrancan las
pieles. cuelgan de nuevo los animales en los ganchos y se encierran
allí con todos los ojos negros desprovistos de luz que miran
sombra
yaciente sobre la tierra.
los cazadores empiezan a levantarse a
emitir sonidos guturales a tocarse con deleite algunas zonas del
cuerpo.
entonces corremos a escondernos en la cocina. entre sus
paredes resbaladizas y agrias. cubiertas de grasa y moho. donde las
mujeres vuelven a hacer de la muerte algo comestible.
*****
3.
en
ocasiones nos acercamos a la ciénaga. despacio.
con cuidado de
no rozar las ortigas. contenemos la respiración para que el
veneno
no penetre en la sangre y las avispas no huelan el sudor.
el
terreno se reblandece a medida que nos acercamos y hay que quitarse
los zapatos y sostenerlos en la mano.
una vez en el lodo
caminamos más seguros. como animales anfibios. con branquias.
fluctuante sonido del barro a medida que nos adentramos en las partes
más oscuras y frías de la ciénaga. risas
nerviosas. chirridos de
pájaros atrapados en los arbustos. anegados por la última
crecida.
y de pronto la sensación de que alguien. de que algo se
ha hundido en el barro.
Los
tres poemas pertenecen a Cerca.
Ellas
dicen (22):
3
poemas de Lucía Boscà
Ser
tierra,
surcos arremolinados
de tanta espera, daño
de lo
indecible. Ser
entre el deseo y las huellas.
Extender la mano,
perfilar
vigilias de un duelo
que hoy tampoco
termina
ni
para nuestros muertos.
*****
Y
nunca hubo menos,
la verdad fue dicha
justo ahí. Otro
silbo
sin desconcierto
en la espalda de un padre,
una piedra
envuelta
y otro motivo más.
La tierra no era de este mundo.
(No del nuestro).
Entonces, alguien leyó y,
como si
siempre hubiésemos estado
en la misma tierra, la tierra
-esa
tierra- comenzó,
de pronto, a pedirnos perdón.
*****
Mirar
desde aquí
es más fácil.
O ser recuerdo.
¿Hay ausencia
en la belleza?
Desde aquí
el sauce llueve
en su jardín
infinito.
Desde aquí las hojas,
la verticalidad.
Entre sus
ramas
tirita un pájaro de cristal,
imperceptible,
invencible,
como un cuchillo.
Ellas
dicen (21):
Tres
poemas de Sara Herrera Peralta
[Daumesnil]
Se asemejan las libertades.
Materias contenciosas: el
peligro de ir en línea recta.
En esta parada dibujamos
círculos de oxígeno para el horror de la existencia.
Aún
quedan esperanzas clavadas en los jirones del vagón.
Y entonces
sobreviene el porqué de las cosas. De todos los sueños.
Casi
dormidos. Sin estar alerta, podremos todavía imaginar.
Hay
rastrojos y escombros en sus párpados,
pero el vagabundo sabe de
dónde vino.
El futuro es un vagón de metro.
Sonámbulos
que gritan: vagabundos.
Quizá
sean los únicos que conozcan,
a ciencia cierta,
su destino.
*****
[Place
d’Italie]
Desde el horizonte, el cristal de esta ventana,
las minúsculas lentes de todos los ojos, de todas las almas,
sin que el sol llegue, sin que caigan los rayos de luz
semi-transeúntes,
se van cerrando.
Vamos hacia un
sendero insospechado, pero nada importa.
Cada vez que la ciudad
se sumerge y los lagartos buscan su casa, esa casa malherida,
y
las hormigas corren, los reptiles dan marcha atrás y todos a la
vez
enmudecemos,
el vagón se para.
Ritmo de lejos. Dejé a
todos los mamíferos llorar por nuestros muertos.
Ahora sus
casas son mi casa y no pertenezco a ninguna estancia
que no sea
la suya.
Creí en el dolor de los que lloran
y ellos me
enseñaron que la vida se hace con remiendos.
Sonidos
estridentes. Bombas azules.
La verdad, no tengo fe en los
diagnósticos.
*****
[Raspail]
Esta parada está próxima al atelier de Giacometti.
Retratos intimistas. Cultura japonesa.
Castillos en
ruinas, brasseries, pintores, poetas.
No existen héroes
integrados en la historia de estas calles.
Son hombres mundanos,
mujeres desconocidas.
Los vagones siguen tan sucios,
el
cansancio permanece en los ojos, infinitamente apreciable.
Las
cicatrices están marcadas en los cristales y el vaho forma las
páginas
de aquellos que, con hierro y tinta, crearon la luz. Las
luces.
Aquellos que ocultan su valentía ante la vida
lo
hacen por un miedo patológico.
Chagall, Soutine, Miró,
Kandinsky, Picasso, Hemingway,
Sartre en reposo. Qué dirían hoy
los exiliados políticos,
los vanguardistas. Cocteau. Stravinsky.
Nos da miedo indagar.
Echamos de menos nombres de
mujeres.
Otra luz. Otras luces. Aquí.
Ahora.
Los
tres poemas pertenecen a su libro De
ida y vuelta
(Difácil, Valladolid, 2009).
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MANUAL
DE LECTURAS RÁPIDAS
PARA LA SUPERVIVENCIA
www.nodo50.org/mlrs
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