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ISSN 1886-2799
Progresión geométrica
Un hombre cumple treinta, setenta años...
Y este es todo el misterio de la vida.
Gerardo Diego.
Ocho
El descampado aún continúa allí
pero, ahora, habría que atar a los críos
para que metieran el pie en una bota de la Tórtola
con suela, puntera y un extraño parche
también de plástico, a la altura del tobillo.
Los dos mejores formaban los equipos
alejándose ritualmente y volviendo
un pie tras otro,
oro,
plata,
hasta encontrarse.
Las porterías eran cuatro piedras.
Los goles por alto, las faltas, los fueras y los penaltys una tragedia
en nuestros partidos sin árbitro.
Recuerdo, después de veinte años, algún gol de aquellas tardes
y un penalty que le paró Fernando a su primo
en una estirada de palomita como jamás he vuelto a ver.
No había tiempo en nuestros juegos que podían terminar 14 a 30.
A veces, se nos hacía de noche y seguían los goles
o era el cuchillo de algún vecino el que decidía dar por terminado el encuentro
tal y como hizo después la navaja del tiempo con todos nosotros
niños que fuimos cuando este pueblo fue otro pueblo
tan perdido ya
como nosotros
para siempre.
Dieciséis
Yo también tengo una vieja biblioteca pública que fue arrasada por las llamas
aunque no eran los libros lo que más me interesaba de ella
sino la vieja cama donde el guía decía que había dormido Juan Ramón Jiménez.
Me citaba allí con mi chica en las lentas tardes del verano del sur de España
y entre risas
nos desnudábamos
retozando sobre el primer edredón que veían mis ojos,
nos colocábamos los trajes del difunto,
las gafas de Zenobia,
su ropa interior,
y jugábamos por las habitaciones
creyéndonos los amos de aquella casa.
De los más de seis mil libros que allí había,
eres tú, amor,
lo único lúcido e interesante que recuerdo
lo único.
Treinta y dos.
En la ducha,
me he acordado de que hoy,
hace treinta y tres años,
se terminó para mí una larga temporada de agua caliente
en el centro del vientre de mi madre.
Tal vez, por eso, no me ha importado llegar tarde al trabajo
y tal vez, por eso, no me ha importado decirle al jefe,
en medio de la broca por mi retraso de ocho minutos,
que el tiempo es un arma de dominación política,
o a los compañeros, que en un sistema democrático de derecho
no hay opción para los dilemas morales,
que hay que elegir entre justicia social y obediencia legal
y que sólo en la segunda hay posibilidad de creer en los ángeles
y en viajes salvíficos a la India.
Hoy, que he cumplido treinta y tres años,
ha sido leer en una pared
"GÁSTALES UN BROMITA A LAS ETT's"
después de meses sin ver nada,
lo que me ha hecho sentarme a escribir,
y no mis años,
ni mi ombligo,
que sigue creciendo en el mismo, exacto, sitio de siempre,
por mucho que mis contemporáneos piensen lo contrario
y lo sometan a una vigilancia
sólo comparable a la que les someten
aquellos por quienes han votado
en toda una señal de íntima confianza por el sistema
democrático
de derecho
que, por si acaso, sigue ofertando seis mil plazas anuales
para cubrir
fuerzas
y cuerpos
de seguridad
del Estado.
La edad no me parece hoy una vergüenza
la vergüenza es no tener valor para seguir esas y otras consignas
y refugiarme aquí, entre estos poemas, esperando
que unos me llamen terrorista
y desaconsejen mis libros,
que otros sigan celebrándolos
y adornen también con ellos su impotencia.
Setenta y cuatro.
Abrirán bares que no pisaré
licores que no beberé
cajetillas que no fumaré
caerá la tarde
recordaré en mi patio
que alguien me habló en días así de la muerte
y yo pelearé más por recordar el nombre del poeta
que por evitar que me posea
esa mujer
a la que espero
no le desagrade
que no apure mi copa
que ya no me empalme,
que me quede
el cigarrillo
ardiendo entre los dedos.
Material Inflamable para Manos Incendiarias, Edic. MLRS, Alcobendas 2000.
Derribando ascetas a pedradas.
Por fin he abierto las manos y las uñas
(y los ojos de paso)
y ahora sé que las vallas publicitarias,
el crédito de lujo,
el trabajo con futuro pero sin presente,
las promesas incumplidas,
el amor como chantaje,
los sueños hipotecados a veinticinco años,
toda esta muerte en cómodos plazos
comprada en la quinta planta del corte inglés,
toda esta muerte en el pánico diario,
toda esta muerte que se extiende sin fin
en esta llanura inabarcable,
forma un laberinto infinito
por el que deambular sin aliento
hasta el último jirón de segundo
sin encontrar el centro
(porque ahora sé que no habrá ningún centro)
prendido desesperadamente a este hilo en cuyo fin
(temblad porque ahora lo sé)
no me espera ninguna Ariadna
sino el dios banquero del billete de dólar
o una golfa cargada de bisones,
una infeliz a la que también
habéis hecho creer que es Ariadna,
pero no lo es,
como yo no soy Teseo
(escuchadme, porque ahora lo sé)
sino este desgraciado creado por vosotros
para este laberinto de falsos espejismos,
de deudas contraídas,
de obligaciones mortales,
de falsas riquezas,
de ira contenida y
frustraciones aceptables.
Por fin he abierto las manos y las uñas
(y los ojos de paso)
y he recordado quién soy
y no podéis convencerme
ni un minuto, ni un segundo más,
de ser Teseo, ese falso héroe,
ese triste perpetuador de laberintos.
No jugaré vuestro juego nunca más,
aquí proclamo que este será el centro ahora
de vuestro maldito laberinto porque
(morid, ahora lo sé)
enviaréis cientos de falsos Teseos,
infelices ascetas,
y aquí tendréis,
esperándoles,
sin miedo,
al Minotauro.
Material Inflamable para manos incendiarias, edic. del MLRS, Alcobendas, 2000.
En blanco y negro.
Me despierto y hay un vaso medio lleno
de bourbon encima de la mesa, unas cerillas,
un paquete de Winston en el que alguien
ha garabateado su número de teléfono; son las siete
y cinco minutos de la mañana, James Mason me contempla
en blanco y negro desde el televisor, y vocaliza
palabras que no logro entender ni oír siquiera.
Y después de lavarme y acercarme
al baño, y echar el asco y las entrañas
por las cañerías, y tirar de la cadena, se me ocurre
que es agradable estar vivo y hacer la guerra
y el amor y este poema, y que el mundo
bien merece
otra mirada.
Roger Wolfe, Días Perdidos en los Transportes Públicos, Anthropos.
Guggeheim: Octava Maravilla.
En la ría bilbaína ha ido creciendo (y no precisamente lenta y sigilosamente) un ente, extraño y no, que ha terminado, hace apenas unos meses, por dominar Bilbao. El Gran Buque de Titanio, como algunos lo llaman (como todo hecho notorio ha recibido ya miles de sobrenombres) ha atracado en las márgenes del Nervión; para escándalo de la mayor parte de la sesuda comunidad crítica de la arquitectura y para regocijo de instituciones, administración, nacionalismos, banca y (también) vulgo y esnobismo recalcitrante.
Ante el clamor popular, los primeros se tiran de los pelos en silencio, mordiéndose concienzudamente la mano, sin darse cuenta que es absurdo pretender atacar a este edificio ignorándolo, despreciar con el silencio (como postura no como resultado). Es absurdo por muchos motivos. Frank O.Gehry se ha desmarcado de sí mismo como arquitecto, deja a un lado sus templos a Walt Disney, sus babosas creaciones que fácilmente derrumbaban los más puristas en un solo asalto y destila un edificio que ha dejado a ésta en una situación comprometida, dormida en sus propios tópicos y carente de reflejos. Las cifras, y aquí siempre se hace el silencio, avalan a El Guggenheim (24.043 millones de ptas. generados, 3.816 empleos, representa ingresos del 0,47% del PIB del País Vasco, 8.500 registros de prensa en todo el mundo y "un valor intangible en prestigio internacional", EL PAÍS) y son demasiado rotundas como para ignorarlas. A propósito de algo que ya dijo Aldo Rossi, brillante crítico aunque casi siempre nefasto arquitecto, el museo se ha convertido en parte de la ciudad, ha roto la barrera de la arquitectura para convertirse en un vasto movimiento cultural para discutirse y criticarse fuera del estrecho cerco de especialistas. Olvidemos por un momento los juicios estéticos.
Guggenheim: 8ª maravilla; primera del mundo moderno. Es sencillo ver que aquellas siete maravillas no fueron señaladas precisamente por su valor arquitectónico, ni por su depurada sensibilidad, tampoco por su técnica, ni siquiera únicamente por su tamaño. Fueron elegidas (sabio personaje Antípater de Sidón) por una totalidad de circunstancias que las hacían especialmente notorias. Eran aquellas obras, arquitectónicas o no, las únicas capaces de sobrecoger, apabullar y transmitir con fuerza colosal la potencia de una Sociedad, Imperio, Potencia, Rey... Eran seleccionadas por su objetivo cumplido de perfectas embajadoras, ante los confusos e intimidados contempladores, de la fuerza del poder dominador que las había levantado (nunca de las manos que lo habían levantado). Cualquiera de ellas habría sido repudiada por parte de la sesuda comunidad crítica (o cuando menos obviada en un juicio para la determinación de las obras más bellas, o más útiles, o más generosas de la humanidad) y sin embargo fueron aceptadas (y en su medida lo siguen siendo) como las Siete Maravillas del Mundo.
El Guggenheim es la Maravilla consagrada del fin del milenio. Cumple punto por punto los requisitos para alzarse con esa categoría y se ha erigido Maravilla de la sociedad del libre mercado, del marketing, de la especulación, de la riqueza no productiva, de la bolsa, de la economía global (a la que jamás se añadirá su segundo adjetivo intrínseco: desequilibrada). El Gran Buque de Titanio pertenece a estos valores, no ha Bilbao, ni a la Euskal Herria que lo quiso como símbolo de su fuerza nacionalista (que con tener su txapela de titanio y la admiración del visitante impresionado no ha entrado en más análisis), pertenece al gran mercado que se permite medir el éxito de su obra (consagración como Maravilla) en datos macroeconómicos: número de visitantes, divisas generadas, movimiento de capital. Efectivamente, todo son cifras positivas en el balance del Gran Buque de Titanio; y hasta el arquitecto y su equipo se permiten hablar de adelanto de lo que será la construcción del s. XXI que, gracias a la tecnología industrial, podrá por fin desprenderse del lastre de la "seriación" para dar paso a la "imaginación".
Pero nuestra economía global necesita el desequilibrio para el equilibrio. La bonanza de la macroeconomía (en Bilbao, en la siempre Comunidad ECONÓMICA Europea, en EEUU, en el paraíso de la economía global) se permite su Maravilla sabiendo siempre donde caerá el desecho -desagradable, "feo"- del sueño. El poder que levanta la Maravilla sabe sus espaldas cubiertas y manda a sus felices ciudadanos (los que están en el paraíso dentro del paraíso, claro) con sus maletas a la Maravilla del Mundo para hacer circular el capital. Dinero que siempre se queda dentro del círculo del paraíso pero que no deja de exprimir la economía global (a la parte en sombra que carga con el segundo adjetivo) para que no cese el flujo hacia adentro. -¡Hasta el insignificante BBV descubre que aún puede dar un par de vueltas a la tuerca en Sudamérica para pagar su parte de su museoMaravilla!-. La construcción del s. XXI quiere decir la del círculo dentro del círculo,- en el lado "feo" del mundo no han llegado aún la del s. XIX (siempre y cuando no se trate, por ejemplo, de alguna enorme central eléctrica cuya explotación esté en manos "responsables")-. Como las viejas pirámides, el Guggenheim ha sido levantado por esclavos, que no eran los obreros con sus aceptables sueldos (ni siquiera este dato puede ser negativo en las impolutas e idílicas cuentas del Gran Buque de Titanio), sino, quizá, los obreros de las minas rusas de titanio (en alguna de las empresas expoliadas por las mafias), los millones de ciudadanos de países cuyo PIB anual (viva los macronúmeros) no alcanza para pagar alguna de las piezas que contiene el museo, los esclavos del sudeste asiático, que producen los componentes para la industria de la construcción del s. XXI, incluso los niños que trabajan en las plantaciones de flores exóticas que en ocasiones cubren al asqueroso perrito guardián del Museo. El Gran Buque de Titanio cumple contundentemente con su objetivo como 8ª Maravilla y se convierte en perfecto embajador ante los confusos e intimidados contempladores de la fuerza del poder que la ha levantado; contempladores que ya ni siquiera son los del otro mundo (atenazados y bien atrapados en su lado) sino que somos nosotros mismos que bajo el peso de La Maravilla aceptamos el orden y nos damos cuenta (o eso pretenden) de que no puede ser de otra forma.
La sociedad del mercado santo, libre del lastre de los "otros sistemas", pierde su miedo y levanta sus -plural- "Maravillas"; porque, no nos contagiemos de ombliguismo vasco, ésta no es -ni mucho menos- la primera, ni será -ni mucho menos- la única 8ª Maravilla.
Material Inflamable para manos incendiarias, edic. del MLRS, Alcobendas, 2000.
Maniobras de mi abuela
Cada día estoy más convencido
de que se postró en una silla de ruedas
para obligar
a mis tías
a mi madre
a volver a la iglesia.
Mi abuela
I.
La memoria de mi abuela
funciona perfectamente
después de 84 años
sólo recuerda
lo que la interesa.
II.
De pequeños
mi abuela
castigaba a cualquiera de sus nietos
con un "cucón"
si se chivaban de algo.
Hoy, veinte años después,
ese es él único dedo
que aún le funciona.
III. o un buen trabajo.
Un día,
durante su cumpleaños,
como en una película de verdad,
a mi abuela se le cayó
la cara, entre risas, contra
el pastel.
Era estupendo,
cómo una vieja
con 81 años
recién cumplidos,
era capaz de hacer esas cosas.
Después, las risas se apagaron
cuando primero no reconoció a mi tía,
ni a mi madre,
a mi casi nunca.
Sin embargo
supo
recitar perfectamente el Rosario.
Tengo dos abuelas
Después
del infierno, en que
ha convertido su vida,
cualquier cosa
que hay después
seguro
que le parecerá el cielo.
Josué Moreno, inéditos.
Dios y yo no nos entendemos:
Él, con esa costumbre de estar en todas partes,
no me deja sitio.
La aguja la encontré
lo que no encuentro es el pajar.
¿Para qué preocuparse,
si, a la velocidad que va la ciencia
pronto la perderemos de vista?
Hay dos maneras de vivir:
la tercera es perfecta.
Cada vez que me piden el curriculum vitae
me arrepiento de todo.
Eduardo Mazo, Prohibido Morir (Publicación propia. Podéis encontrar a E. Mazo en algún punto indeterminado de La Rambla barcelonesa).
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