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Utilizo la expresión crímenes de guerra para abarcar la comisión de todos los actos declarados ilegales bajo las reglas internacionales de la guerra como fueron enumerados en los diversos acuerdos y convenciones de La Haya y Ginebra y sentenciados en los tribunales de Nuremberg y de Tokio. Entre estos actos están la realización de guerras de agresión, el uso de gases tóxicos y otras armas inhumanas, el asesinato deliberado y la matanza por hambre de poblaciones civiles, y el uso de la fuerza más allá de la necesidad militar. Los crímenes de guerra pueden ser realizados directamente o a través de fuerzas secretas financiadas, fomentadas y protegidas en su propia criminalidad de guerra. Esto significa que la inacción -la falta de disuasión o prevención de la realización de crímenes de guerra, que se sabe que están ocurriendo, que se está planeando ampliarlos y que pueden ser impedidos- es en sí misma una forma de criminalidad de guerra. Así, si la administración Clinton sabía que Indonesia estaba asesinando a muchos habitantes del Timor Oriental y planeando devastar en gran escala el Timor Oriental si perdía un referéndum sobre la independencia, y no hizo nada por impedir los crímenes, Clinton y sus asociados son culpables de crímenes de guerra por inacción.
Clinton y Suharto
Pongo el adjetivo «activo» en el título de este articulo porque el presidente de Indonesia -ahora retirado- Suharto posee probablemente hoy en día el lugar predominante mundial, como responsable de tres genocidios (Indonesia, Timor Oriental y Papua Occidental). Pero Suharto tuvo 33 años para realizar sus crímenes mientras Clinton ha logrado competir con él en sólo 7 años. ¿Quién puede dudar de que si Glinton tuviera más tiempo para aumentar su huella en la historia, podría sobrepasar fácilmente a Suharto? Hay vínculos entre Suharto y Clinton. Cuando Suharto visitó Washington en 1995 un funcionario de la administración Clinton fue citado por el NW York Times declarando que Suharto era «nuestro tipo de tío.» Pero sería erróneo deducir de ésto que el funcionario de Clinton estaba expresando su aprobación de los asesinatos en masa de Suharto; más bien, estaba diciendo que era fácil hacer negocios con Suharto, llegando a acuerdos comerciales y declaraciones conjuntas de relaciones públicas. Aún así, estaba bien claro que los asesinatos y el régimen dictatorial de Suharto eran de poco interés para el liderazgo de Clinton, sin quitarle suficientes méritos como para hacerlo «un tipo malo».
Esto nos lleva a la conexión más profunda en tre Clinton y el establishment económico y político de los EE.UU. y los crímenes de Suharto: porque Suharto ha sido «nuestro tipo de tío' desde 1965 cuando tomó el poder durante su primer arrebato genocida, ha sido protegido y ha recibido apoyo positivo del establishment de los EE UU. el que, por lo tanto, comparte la responsabilidad por sus crímenes. Esto quedó claramente en evidencia a través del suministro de armas y apoyo diplomático de los EE.UU. durante la primera ronda de genocidio indonesio en Timor Oriental y ha sido seguido contando con el apoyo de los EEUU en ia segunda vuelta, en la que este país, con los lazos más estrechos con los militares indonesios, no actuó para restringir la conducta de su cliente.
Esta forma de crimen de guerra -mediante el suministro de apoyo militar seguida por la inacción mientras el ejército testaferro asesina- es un modo de operación de los EE.UU. que viene de antiguo Estos ejércitos testaferros organizados y/o apoyados por los EE.UU. han asesinado principalmente a personas que los EEUU quieren muertos, aunque a veces «hayan ido demasiado lejos» y se puedan deplorar, pero no detener, sus excesos. Esta determinación fue obvia y notoria en el surgimiento del Estado Nacional de Seguridad en América Latina en los años 50 y más tarde. Documentos internos aclaran la preocupación oficial sobre el castrismo, la hostilidad a los movimientos populares que buscaban «una mejora inmediata del bajo nivel de vida de las masas» (NSC, 1954) y la determinación de combatirlas. Este se hizo a través de la ayuda y el entrenamiento militar, el suministro de armas y la politización antipopulista de los militares latinoamericanos que sirvieron como gendarmes de los EE.UU. El triunfo de estos testaferros de los EE.UU. estuvo en correlación directa con el fin de la democracia -11 regímenes constitucionales fueron depuestos por nuestros gendarmes latinoamericanos en los años 60-, junto con el surgimiento de los escuadrones de la muerte, las desapariciones y los sistemas de tortura. Sin embargo con la ayuda y el genio de los medios de comunicación de los EE.UU., la conexión y la responsabilidad de los EE.UU. en la regresión de todo un continente, no fue reconocida - todo fue un acontecimiento extraordinario que lamentamos, pero que al parecer no pudimos influenciar. Por otro lado, en la campaña de falsedades de los años 80 para culpar a la Unión Soviética por el terrorismo internacional, bastaba encontrar cualquier lazo entre los terroristas y los Soviets para que éstos fueran responsables. Como indicara el Economist de Londres: «La Unión Soviética, meramente pone la pistola sobre la mesa y deja que otros conduzcan una guerra global por poder.» Pero aunque los Estados Unidos hicieron mucho más que «dejar las pistolas sobre la mesa», las acciones de sus testaferros nunca fueron de su responsabilidad.
Poder, Arrogancia y Criminalidad
Clinton continúa una gran tradición, aunque las características especiales del hombre y de su Administración, así como el fin de la contención limitada de la Unión Soviética del intervencionismo antipopulista de los EE.UU han ayudado convertir a un villano global de hace tiempo en un supervillano. Los EE.UU. han considerado durante mucho tiempo que tienen el derecho de intervenir a su gusto entre los «salvajes que ocupan su propio patio trasero en América Latina, pero especialmente después de la Segunda Guerra Mundial, donde su predominancia fue abrumadora y sus intereses globales crecían rápidamente, sus gerentes pensaron que podían ajustar las cuentas en todas partes. Debido al poder de los EE.UU. y la tradicional arrogancia racista de sus dirigentes, nunca han considerado que las leyes se aplicaran también a ellos -sólo se aplicaban a los demás. Y lo que en el caso de la Unión Soviética sería descrito como una «agresión» o «subversión» se consideraba perfectamente razonable si lo hacíamos nosotros. Se declaraba que la Unión Soviética estaba involucrada en la subversión o incluso en agresión en América Central cuando Checoslovaquia embarcó un barco con armas a Guatemala en mayo de 1954, mientras ese país virtualmente desarmado, bajo un ataque subversivo incesante de los EE.UU., estaba a un mes de ser sometido a una invasión de testaferros, organizada por los EE.UU. Los EE.UU. podían subvertir deliberadamente a una docena de países en América Latina mediante armas, entrenamiento militar y el apoyo de golpes (especialmente en Brasil y Chile) y no ser culpables de mala conducta alguna.
Podía invadir y bombardear a otros países a su discreción y continuar libre de sanciones internacionales. En el caso de Indochina, los EE.UU. y los medios que los apoyan, lograron cometer otro milagro propagandístico. Cometieron una agresión flagrante, revocaron los Acuerdos de Ginebra de 1954, instalaron a su títere en «Vietnam del Sur» y tratando de mantener a ese títere en el poder, asesinaron a 4 millones de personas y destruyeron prácticamente todo Vietnam, Camboya y Laos. Lo hicieron utilizando la tecnología más pavorosa -incluyendo la mayor cantidad de armas químicas jamás empleada- contra sociedades campesinas prácticamente indefensas. El racismo que daba base este asesinato en masa era fuerte: «En Vietnam el racismo llegó a ser una virtud patriótica. Todos los vietnamitas se volvieron 'dinks', 'sesgos', 'torcidos', o 'amarillentos' y el único bueno era el que estaba muerto.» Y había gran entusiasmo por «cacerías de idiotas» y «cazas de pavos» que mataban a innumerables campesinos y a sus mujeres y niños. (Philip Knightley, The First Casualty).
Sin embargo, los únicos crímenes que el mundo ahora reconoce en relación a este holocausto fueron los de Pol Pot, cuya criminalidad fue real, pero de mucha menos envergadura que la de los EE.UU., y que fue en un sentido importante, un derivado del inmenso ataque militar, trastorno y asesinato en masa realizados por los EE.UU. En los Estados Unidos, sin embargo, esto se ve como que este país perdió la guerra por causa de los medios de comunicación que se le oponían y por el insuficiente uso de la fuerza (el punto de vista conservador); o como resultado de un «error trágico» realizado con las «mejores intenciones» (el punto de vista liberal); o por un esfuerzo noble, fracasado, que fue una parte «necesaria» de la lucha del bien contra el mal (el último revisionismo, volviendo a hablar con la ideología de la vieja Guerra Fría y del neocon).
El sistema de propaganda permite que el liderazgo de los EE.UU. cometa crímenes sin límite y sin que se sugiera que haya mala conducta o criminalidad. En realidad, grandes criminales de guerra como Henry Kissinger aparecen regularmente en la televisión para comentar sobre los crímenes de los carniceros dependientes. Los leales aliados de los EE.UU. ni siquiera discuten esta visión de criminalidad ni impiden seriamente la conducta del villano global.
De Truman a Bush
Por su poderío y sus intereses globales, los dirigentes de los EE.UU. han cometido crímenes como un asunto natural y una necesidad estructural. Una aplicación estricta de la ley internacional, en los últimos 50 años, hubiera llevado a que todos los presidentes de los EE.UU. recibieran el tratamiento de Nuremberg. El santificado Harry Truman, por ejemplo, no sólo lanzó bombas atómicas sobre dos ciudades japonesas, violando claramente las leyes contra el uso de armas inhumanas y el ataque contra civiles, también fue el ingeniero de la viciosa guerra anti-insurgentede los EE.UU. en Grecia en 1947-1949 que restableció el régimen de los fascistas que habían apoyado a los nazis. También en Corea, aunque otros también fueron culpables de crímenes serios, el uso feroz del poder aéreo en el que «quemamos todos los pueblos en Corea del Norte y también del Sur» (General Curtis LeMay), lo hizo el principal responsable de la devastación de Corea, del asesinato de unos cuatro millones de coreanos, y del fortalecimiento en el poder del dictador criminal Syngman Rhee. Con su considerable uso de napalm en todos esos países víctimas, el respaldo de la tortura y de los campos de concentración en Grecia durante esa guerra, el uso despiadado del poderío aéreo contra objetivos civiles y una estrategia de privación de alimentos en Corea, la administración Truman proporcionó una advertencia anticipada del tipo de guerra feroz y antipopular que los EE.UU. llevarían a su culminación en Indochina.
Pasando al predecesor inmediato de Clinton, George Bush, durante su mandato se cometieron crímenes de guerra en su invasión de Panamá en 1989, podría decirse una guerra de agresión en violación evidente del acuerdo de la OEA y de la Carta de la ONU. Se hizo para capturara un gobernante que estaba involucrado en el tráfico de drogas, aunque los EE.UU. lo habían respaldado durante muchos años con pleno conocimiento y sin hacer objeciones a sus conexiones con la droga, hasta que dejó de cooperar en el apoyo a la guerra de EE.UU. en Nicaragua. Varios miles de civiles panameños fueron asesinados y muchos miles fueron heridos en la invasión EEUU, muchos de ellos en muchos en ataques aéreos sobre áreas civiles en Ciudad de Panamá. La criminalidad de Bush se intensificó en su guerra contra Irak. Aunque los EE.UU. lograron conseguir acuerdo del Consejo de Seguridad para este asalto, eludió los esfuerzos por lograr una solución pacífica en violación de la Carta de la ONU, de manera que incluso esta guerra autorizada por la ONU puede ser calificada una guerra de agresión. La guerra también fue librada utilizando armas que serían condenadas en un hipotético Tribunal Bush-lrak de Crímenes de Guerra, incluyendo proyectiles de Uranio empobrecido y bombas de combustible aéreo. Miles de iraquíes indefensos reclutas y refugiados que huían, fueron masacrados a sangre fría en el «tiro al pavo» de la «Carretera de la Muerte», y cientos de iraquíes fueron deliberadamente enterrados vivos en la arena, y muchos de ellos fueron enterrados en fosas comunes sin identificaren violación de las reglas de la guerra. La infraestructura de la sociedad civil del Irak fue hecha añicos mucho más allá de cualquier justificación militar. En el período siguiente, Bush insistió en continuar las sanciones que impidieron la recuperación de la sociedad civil y fue responsable de miles de muertes por enfermedad y hambre. Esto fue criminalidad de primera clase.
Clinton Criminalidad de Guerra Postmoderna
Esto nos lleva a Bill Clinton, que ha ido más allá del récord de criminalidad de Bush, y ha traído a la comisión de crímenes de guerra un alcance ecléctico nuevo y un estilo postmoderno. Siendo una persona hábil en las relaciones públicas, ha refinado la retórica de la preocupación humanística y ética y puede disculparse con una aparente gran sinceridad por nuestro anterior respaldo y apoyo de asesinatos en masa en Guatemala, mientras realiza al mismo tiempo políticas similares o aún más sanguinarias en Colombia e Irak.
Las incursiones agresivas militares y de otro tipo en el exterior han sido en parte el resultado de su debilidad política, de la necesidad de distraer la atención de sus fracasos en la política interior y de la antigua necesidad de los demócratas de probar sus credenciales anticomunistas y militaristas. Se recordará que Truman no pudo terminar la Guerra de Corea; su fin tuvo que esperar a la llegada del republicano Eisenhower. Kennedy y Johnson no pudieron sacarnos de la Guerra de Vietnam; fue necesario Nixon, aunque con una demora horrenda.
Los crímenes de Clinton van desde bombardeos ad hoc a boicots y sanciones concebidas para llevar a la sumisión matando de hambre, el apoyo a la limpieza étnica en una guerra brutal de contrainsurgencia, y la agresión y la devastación mediante bombardeos hechos para volver a los tunantes a la edad de piedra y mantenerlos allí.
El 26 de junio de 1.993, Clinton bombardeó Bagdad en represalia por un complot de Irak, aducido pero no probado, para asesinar al ex-Presidente George Bush. Ocho civiles iraquíes, incluyendo a la distinguida artista iraquí Layla-al-Attar, fueron asesinados en el ataque, y 12 más fueron heridos. Este tipo de acción unilateral en respuesta a una acusación no probada es una violación de la ley internacional. La excusa legal dada por funcionarios de los EE.UU., en la que se basaron para justificar el bombardeo de Libia en 1986, es el derecho de autodefensa bajo el Artículo 51 de la Carta de la ONU. Pero ese artículo requiere que la respuesta sea dada a una amenaza inmediata a la parte que realiza la represalia, lo que evidentemente no es el caso, y por ello se trata de un fraude legal. Fue un crimen -pequeño según los estándares usuales de los EEUU- pero sigue siendo un crimen. Y tuvo otra característica repelente adicional y es que es casi seguro que fue hecho por razones de pura política interna para mostrar la dureza de Clinton, a pesar de su pasado en la Guerra de Vietnam, y para contrarrestar los ataques de la derecha por su falta de militancia. El mismo aspecto puede notarse en lo que respecta a sus bombardeos de 1998 de Afganistán y del Sudán. Se desconoce la cantidad de personas muertas en Afganistán (y en Pakistán por misiles caídos accidentalmente) y la fábrica farmacéutica destruida en el Sudán era la mayor fuente de medicamentos en ese país pobre. Toda la evidencia apunta a que la fábrica en Sudán no tenía relación alguna con armas químicas o con Bin Laden, y que fue bombardeada sobre la base de datos insuficientes y pobremente evaluados. Pero, después de los ataques a las embajadas estadounidenses en Africa, Clinton se sintió una vez más obligado a actuar por razones políticas internas, y no hay limitaciones o costos internacionales para él o para su país si escoge bombardear a países pequeños y débiles para apuntarse puntos políticos en casa. Esto fue una conducta deshonesta y criminal.
Clinton no ha escatimado su apoyo a Turquía en su guerra contra sus kurdos indígenas. También ha intensificado su ayuda a Colombia. En ambos países, las víctimas civiles de la guerra contrainsurgente y de las operaciones de los escuadrones de la muerte durante los años Clinton han excedido ampliamente las muertes en Kosovo antes de los bombardeos de la OTAN.
En los años Clinton, estas políticas recurrentes de los EE.UU. han impactado profundamente a Cuba y de la forma más dramática a Irak. La intensificación del embargo a Cuba bajo la ley Toricelli-Helms, firmada y hecha respetar por Clinton, que prohibió la venta de alimentos estadounidenses y redujo el acceso a los productos químicos de tratamiento de agua y a las medicinas, tuvo efectos graves. De acuerdo con un informe de 1997 de la Asociación Americana de Salud Mundial, la prohibición de ventas de alimentos «ha contribuido a déficits nutritivos serios, particularmente entre las mujeres embarazadas, llevando a un aumento en la cantidad de niños de bajo peso al nacer. Además, la escasez de alimentos estuvo relacionada con un brote devastador de neuropatía que afectó a decenas de miles de personas. Según un cálculo el consumo diario de calorías descendió 33 por ciento entre 1989 y 1993.» Pero la consideración compensatoria decisiva fue que Clinton pudo conservar algo del apoyo político del poderoso grupo de presión cubano en Florida.
Sin embargo, el más descomunal de los crímenes de guerra de Clinton ha sido su política de sanciones contra Irak, complementada por el mantenimiento de una intensa vigilancia por satélite y de ataques regulares de bombardeo que a menudo han producido bajas civiles. La UNICEF informa que en 1999 había más de 1 millón de niños iraquíes de menos de 5 años sufriendo desnutrición crónica y que entre 4.000 y 5.000 niños mueren al mes, mucho mas allá de los índices normales de mortalidad, debido a una combinación de desnutrición y enfermedad. Las muertes por enfermedad han aumentado considerablemente por la escasez de agua potable y medicinas, que ha llevado a un aumento por un múltiplo de 20 de los casos de malaria (entre otras dolencias). Este sistema feroz de sanciones, que causa ia exterminación paulatina de un pueblo, ha generado ya más de un millón de muertes adicionales, y John & Karl Mueller afirman que las «sanciones de destrucción en masa» de Clinton han causado «la muerte de más gente en Irak que las que han sido asesinadas por las llamadas armas de destrucción en masa» (Foreign Affairs, Mayo/Junio 1999). Los reporteros de los medios dominantes, que han seguido ansiosamente los sufrimientos de los albaneses de Kosovo, nunca logran, de ninguna manera, llegar a Irak para obtener fotos de miles de niños desnutridos.
Una de las características notables de la guerra de la OTAN-EE.UU contra Yugoslavia fue la extensión gradual de los objetivos a la infraestructura civil y a las instalaciones civiles -por consiguiente a civiles que estarían en casas, hospitales, escuelas, trenes, fábricas, centrales eléctricas e instalaciones emisoras. Dos meses después de haber terminado la guerra, la BBC «reveló» que el ataque a la televisión yugoslava el 23 de abril fue parte de una intensificación de los bombardeos de la OTAN en la que la lista de objetivos fue extendida a objetivos no militares. La OTAN se «estaba sacando los guantes.» Según las autoridades yugoslavas un 60 por ciento de los objetivos de la OTAN fueron civiles, incluyendo 33 hospitales y 344 escuelas, así como 144 grandes plantas industriales y una gran planta petroquímica cuyo bombardeo causó una catástrofe de contaminación. John Pilger apunta que la lista de objetivos civiles incluyó «barrios residenciales, hoteles, bibliotecas, centros juveniles, teatros, museos, iglesias y monasterios del siglo XIV que se encontraban en la lista del Patrimonio de la Humanidad. Se han bombardeado granjas e incendiado sus cosechas.»
Estos objetivos de la OTAN eran una violación de las leyes de la guerra, aunque esto por cierto, no fue ni publicado ni condenado por los medios dominantes; expertos estadounidenses como Thomas Friedman del New York Times frecuentemente llamaban a bombardear más agresivamente los objetivos civiles serbios y a cometer más crímenes de guerra (Rachel Coen, «Lecciones de la Guerra: Diarios principales llaman a atacar más objetivos civiles la próxima vez,» EXTRA! Update, agosto 1999). No puede caber gran duda de que Yugoslavia aceptó finalmente la salida militar de Kosovo sobre todo porque reconoció que, aunque sus fuerzas no habían sido derrotadas en el campo de batalla, la estrategia de la OTAN de atacar objetivos civiles, en violación de la ley internacional, no estaba sujeta a límite alguno.
El 27 de mayo, en medio de esta operación criminal de la OTAN, Louise Arbour fiscal jefe del Tribunal Criminal Internacional para la Antigua Yugoslavia, extendió cargos contra Milosevic por crímenes de guerra, exonerando implícitamente y facilitando con ello la comisión de crímenes de guerra por la OTAN. Podría decirse que al permitir que su tribunal fuera así movilizado en el servicio de propaganda de la OTAN, Arbour y sus colegas se hicieron culpables ellos mismos de crímenes de guerra.
Los EE.UU. jugaron un papel importante en el fracaso, de la «comunidad internacional» en Ruanda, ya que trabajó duro para impedir toda acción internacional para interferir con las gigantescas masacres de 1994. (OmaarydeWaal, «Genocidio en Ruanda: complicidad por silencio de los EE.UU.» Covert Action Primavera de 1995). Bill Clinton se ha disculpado por esto, sugiriendo que su reconocimiento del fracaso anterior lo motivó en su política para Kosovo, que significó su comisión de ulteriores crímenes de guerra bajo el disfraz de la «intervención humanitaria» que estaba desprovista de intención o efecto humanitario.
Además, en 1988-1999, Clinton fue puesto a prueba una vez más en Timor Oriental, donde él y su Administración conocían los planes indonesios de interferir con el referéndum y, finalmente, vengarse por cualquier derrota resultante de éste, pero no hizo nada para impedir este crimen. Fue peor que en Ruanda, ya que Clinton tenía amplio conocimiento previo de las intenciones indonesias y acceso fácil y lazos estrechos con los dirigentes indonesios, lo que hacía que la prevención hubiera sido relativamente fácil. Pero la prevención hubiera sido al precio de afectar la larga y cálida relación de Clinton y sus asociados con los asesinos. Clinton, una vez más, falló en la prueba moral y es culpable de conducta criminal por inacción.
Conclusión
Los dirigentes de los EE.UU. cometen crímenes de guerra como un asunto de necesidad institucional, ya que su papel imperial exige que mantengan a los pueblos subordinados en el lugar que íes corresponde y que aseguren «un clima favorable a las inversiones» en todas partes. Hacen esto utilizando su poder económico, pero también «haciendo estallar bombas en el aire» y apoyando a los Diem, Mobutu, Pinochet, Suharto, Savimbi, Marcos, Fujimori, Salinas y numerosos dirigentes similares. También llegan fácilmente a cometer crímenes de guerra porque los dirigentes de los EE.UU. se consideran vehículos de una moralidad y verdad superior y pueden actuar violando la ley sin costo alguno. También ayuda que su prensa dominante está de acuerdo con que su país está por encima de la ley y que apoyará y racionalizará toda y cualquier iniciativa y la comisión de crímenes de guerra.
De esta manera la política de exterminio civil de Clinton en Irak, la que según opinan los Mueller ha exterminado más gente que todas las armas químicas y nucleares a través de la historia, es vista con completa normalidad en los EE.UU. y no desacredita a este país a través del sistema global dominado por la élite. La derrota de Milosevic, no en el campo de batalla, sino que por un ataque creciente contra la sociedad civil en Serbia en violación directa de las leyes de la guerra, también hace que pocos frunzan el ceño en Occidente y no es considerada incompatible con la nueva política exterior «humanitaria» de este país y de la OTAN. Mientras se considera la toma de rehenes como una forma de terrorismo, el trato rehenes de poblaciones enteras de Irak y de Serbia, y la imposición de sufrimiento y muerte en masa a éstas para conseguir un fin político, es aceptable para Occidente.
Pero cualquiera que sea el éxito del doble-pensamiento al hacer factible la comisión de crímenes de guerra, Clinton ha abierto nuevos caminos como criminal de guerra, y la gente con alguna preocupación por los derechos humanos debiera reconocerlo como el auténtico líder mundial en este terreno.
Edward S. Herman es un economista y analista de medios. Su último libro es «El Mito de los Medios Liberales: Un Libro de Lectura de Edward Herman» (Peter Lang). Diciembre de 1999. Traducido por Germán Leyens y revisado por Deborah Gil, octubre de 2000