
Hacía
tiempo que la idea me rondaba la cabeza. No sabía muy bien ni dónde, ni
cómo, ni cuándo... pero lo que sí tenía claro es que, allá donde fuera,
no iría con las manos vacías. Unas veces por temor, otras por falta de
oportunidad, otras por circunstancias de la vida fui posponiendo este
pequeño gran sueño, hasta que por fin este verano decidí que había llegado
el momento. Cuando, gracias a Interpueblos, a través de una carta me puse
por vez primera en contacto con el Grupo Venancia de Nicaragua, les ofrecí
lo que sabía: historias. Mi proyecto consistía en acercarles historias
de mujeres del mundo, historias que versaran sobre la mujer rural y urbana,
donde se hicieran palpables las formas de sentir y de pensar mediatizadas
por las circunstancias. Historias que les hicieran comprender que los
muros que parecen infranqueables a veces se resquebrajan con la facilidad
de las tiras de papel. También quería que ellas fueran las creadoras de
sus propias historias, que su imaginación les sirviera de válvula de escape,
que despertaran a esos personajes que, sin duda, tenían en su interior,
pues ellas mejor que nadie sabrían reflejar lo que sienten. Historias,
por otra parte, que sólo podrían surgir allí, pues responden a una problemática
y a una realidad concretas. Mi duda era pensar si esto que ofrecía podría
servirles para algo. Cuando llegué allí, a una zona llamada La Perla del
Septentrión -Matagalpa-, cuando me enfrenté a su realidad y fui consciente
de la situación que vivían las mujeres allí, cuando vi el trabajo diario
del Grupo Venancia ( mujeres de manos verdes) mis miedos se fueron diluyendo
y comprendí que mis historias eran una buena herramienta para hacer ver
que no estaban solas en esa lucha, que en el mundo hay mujeres que han
padecido lo mismo y siguen padeciendo. La expresión facial del "Síndrome
del Recién llegado" tardó un poco en desaparecer de mi rostro. Al principio
tuve la sensación de haber viajado en el tiempo y no en el espacio. Todo
sorprende. Todo es extraño. Todo distinto a lo que estamos acostumbrados.
Su realidad es diferente. Durante mes y medio estuve viviendo en ese precioso
país. Un país que no es pobre, sino que está empobrecido, donde chocan
frontalmente la riqueza de su paisaje con la miseria de su paisanaje.
En ese mes y medio conté cuentos en escuelas, en la radio, en algún encuentro
que organizaba la Red de Mujeres y aún tengo grabadas en ese CDRom llamado
memoria las miradas, entre sorprendidas y azoradas, de aquellas mujeres
a las que un día, a través de un cuento, les descubrí quiénes eran las
personas más especiales del mundo mostrándoles, acercándome a ellas una
a una, su imagen en un espejo. No puedo explicar con palabras lo que he
sentido ni lo que siento. Sólo puedo haceros llegar que me traje a España
bastante más de lo que dejé. Mi equipaje se vio triplicado en maletas
imaginarias donde guardé aprendizajes nuevos y ,otros, ya sabidos que
conviene rescatarlos del olvido, como por ejemplo que la felicidad tiene
mucho que ver con lo realmente necesario no con las cosas superfluas que,
a menudo, nos rodean en esta sociedad donde nos ha tocado vivir. También
me traje una pregunta: ¿Cuál es ese primer mundo? Yo, particularmente,
no sabría responder.
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