La más
breve y reveladora polémica que Marx sostuvo en toda su vida
<<Hasta ahora, la ignorancia jamás ha sido de provecho
para nadie>>
El presente trabajo, tiene por objeto,
ante todo, pedir disculpas a nuestros lectores por el descuido que hemos
cometido, al deslizar involuntariamente un error
informático en el texto que publicamos el pasado mes de octubre de 2015
bajo el título: “Reformismo
pequeñoburgués del capitalismo: Un remedio peor que la enfermedad”. El error consistió en que allí quedó sin reparar un enlace fallido con otro escrito
nuestro, en el que aludimos resumidamente a lo que, entre 1857-58 Marx publicó
en sus “Grundrisse” (fundamentos),
donde demostró matemáticamente la
tendencia objetiva al derrumbe económico del sistema capitalista.
Dicho enlace ahora mismo reactivado, aparece destacado casi al final de ese trabajo nuestro
en la expresión: “una vez más aquí para que se difunda”. Se trata de un
resumen también elaborado por nosotros a modo de introducción a esa
demostración de Marx, que aparece desarrollada a partir de la página 276 traducida
al castellano por José Aricó, Miguel Murmis y Pedro Scaron, que publicó la Editorial Siglo XXI en versión electrónica. Rogamos
encarecidamente que se ocupen Uds. de comprender
este importantísimo y trascendental aporte teórico, tarea para la cual no duden
en solicitar si es preciso nuestra ayuda, en todo lo que pueda estar a nuestro
alcance. Pero una vez comprendido, tan necesario es ¡¡que se dé a conocer!! Y para tal cometido la iniciativa
personal de cada uno de vosotros es insustituible.
A continuación, queremos volver sobre
lo que ya publicáramos en julio de 2005 acerca del “Manifiesto
Comunista”, donde Marx y Engels pusieron énfasis en la necesidad de acabar
con “los tópicos, las palabras sin
sentido, los caminos trillados y el curanderismo reformista social y político
del capitalismo”. Y es que la mayoría de los individuos a quienes les tocó
vivir en las distintas etapas
del desarrollo histórico de la humanidad, concibieron la suya propia tan estable como eterna. Tal fue
el caso, por ejemplo, de Pierre Joseph Proudhon y todavía hoy lo
es, para los interesados dirigentes políticos que militan ya sea en partidos de
la derecha ultraliberal, como en la izquierda populista y socialdemócrata
tradicional, para quienes el capitalismo es
tan eterno como perfectible. Acerca de este error de muchos se refirió Marx,
en una carta que remitió al escritor y crítico literario Pavel Vasilievitch Annenkov el 28 de
diciembre de 1846, aludiendo a la conocida obra que Proudhon tituló “Filosofía
de la miseria”:
<<El señor Proudhon
se halla tan lejos de la verdad que omite incluso lo que los economistas
profanos toman en consideración. Cuando habla de la división del trabajo, no
siente la necesidad de hablar del mercado mundial. Pues bien, ¿acaso
la división del trabajo en los siglos XIV y XV, cuando no había aún colonias,
cuando América no existía aún para Europa y al Asia Oriental sólo se podía
llegar a través de Constantinopla, acaso esa división del trabajo no debía distinguirse
esencialmente de la división del trabajo en el siglo XVII, cuando las colonias
se hallaban ya desarrolladas?
Pero esto no es todo. Toda la
organización interior de los pueblos, todas sus relaciones internacionales,
¿son acaso otra cosa que la expresión de cierta división del trabajo?, ¿no
deben cambiar con los cambios de la división del trabajo?
El señor Proudhon ha
comprendido tan poco el problema de la división del trabajo, que ni siquiera habla de la separación de
la ciudad y el campo, que en Alemania, por ejemplo, se operó del siglo IX al
XII. Así, pues, esta separación debe ser ley eterna para el señor Proudhon, ya
que no conoce ni su origen ni su desarrollo. En todo su libro habla como si
esta creación de un modo de producción determinado debiera existir (y
ser la misma) hasta el fin del mundo.
Todo lo que el señor Proudhon dice de la división del trabajo es sólo un
resumen, por cierto muy superficial, muy incompleto, de lo dicho antes por Adam
Smith y otros mil autores>>. (Op. Cit. Subrayado nuestro)
Annenkov pudo conocer a Marx en marzo
de aquél año, por la circunstancial mediación de un opulento “bon vivant”, el
latifundista “de las estepas rusas” llamado Tolstoy ―nada que ver con el
célebre novelista— excelente intérprete de canciones zíngaras, buen jugador de
cartas y experimentado cazador”, cuando le entregó una carta de recomendación
“para el famoso Karl Marx”. Tal fue el pretexto del que se valió Annenkov para
conocer al personaje, quien le recibió en su por entonces domicilio de Bruselas
el 30 de ese mes de marzo de 1846. En ese primer encuentro, Marx le invitó a
una reunión que junto con Engels ambos habían previsto celebrar en su casa el
día siguiente con el sastre Wilheim
Weitling,
quien por aquél entonces “dirigía en Alemania un partido político de respetable
envergadura”. La reunión fue convocada con el fin de poder establecer una
táctica común entre los dirigentes del movimiento obrero. Y “como era de
suponer ―dice Annenkov―, no vacilé lo más mínimo en aceptar la
invitación”.
Según el relato del escritor alemán Hans Magnus Enzensberger en su obra
titulada: “Conversaciones con Marx y
Engels” publicada por la Editorial
“Anagrama/1974:
<<Al
otro día, tras las presentaciones de rigor, tomamos asiento junto a una pequeña mesita verde, a cuya cabecera se
sentó Marx con un lápiz en la mano y su testa de león inclinada sobre una hoja
de papel. Fue Engels quien inició la sesión hablando de la necesidad de
que quienes se dedican a la tarea de transformar la sociedad, “tengan las ideas
claras acerca de sus respectivas opiniones, y que era preciso crear una
doctrina común que sirviera de bandera, en torno a la cual pudieran congregarse
todos aquellos que no tuvieran el tiempo o las posibilidades de ocuparse en
cuestiones teóricas”. Engels no había acabado todavía su discurso, cuando Marx
levantó la cabeza y preguntó directamente a Weitling:
―Díganos,
Weitling, usted que ha venido armado tanto jaleo en Alemania con su propaganda
comunista, y que ha reunido en torno suyo a tantos obreros, que de esta forma
perdieron el trabajo y el pan, ¿con qué argumentos defiende usted su actividad
revolucionaria y social, y cómo piensa usted basarla en el futuro?
Todavía recuerdo con todo detalle
―dice Annenkov― la forma brusca de esa pregunta, dado que, en aquél
reducido grupo de personas, dio lugar a una apasionada discusión que, como
explicaré más adelante, no duró mucho tiempo.
Weitling
parecía querer mantener la discusión en lugares comunes de la retórica liberal.
Con semblante serio, preocupado, comenzó a explicar que no era tarea suya el
crear nuevas teorías, sino, el aceptar aquellas que, ―como había quedado
demostrado en Francia— eran las más adecuadas para que los obreros abrieran sus
ojos ante lo desesperado de su situación, ante todas las injusticias que les
infligían los gobernantes y la sociedad, y que les enseñaran a no conceder
crédito a ninguna promesa, poniendo todas sus esperanzas en ellos mismos, en la
construcción de la sociedad comunista democrática.
Habló mucho, pero, con gran extrañeza por
mi parte y a diferencia del discurso de Engels, sus palabras eran oscuras y
enredadas, incluso en la forma, repitiéndose a menudo y corrigiendo sus propias
palabras. Con grandes dificultades llegó a la conclusión, que en su caso vino
retrasada o con antelación a las premisas. En aquél momento estaba hablando a
unos oyentes muy distintos a los que habitualmente le rodeaban en su taller o
leían su diario o sus panfletos sobre la situación económica actual. De esta
forma, perdió la libertad de pensamiento y de lenguaje.
A buen seguro habría continuado hablando de
no ser porque Marx le interrumpió enfadado y frunciendo las cejas, para iniciar
su sarcástica respuesta. Ésta venía a decir, en esencia, que era sencillamente
un fraude sublevar al pueblo sin darle algunas bases firmes y elaboradas para
su actividad. Marx continuó afirmando que, despertar unas esperanzas
fantásticas nunca llevaría a la salvación de los que sufrían, sino que
conduciría a su fracaso. Y esto era todavía más válido en Alemania, donde
dirigirse a los obreros sin unas doctrinas concretas y unas ideas rigurosamente
científicas, equivalía a un juego vacío e inconsistente con la propaganda, que
presupone, por una parte, un apóstol entusiasmado, y, por otra, unos asnos que
le prestan atención boquiabiertos. Y señalándome con un brusco gesto, continuó:
Aquí, entre nosotros, se encuentra un ruso. En su país, Weitling, quizás
estuviera indicado su papel. Sólo allí pueden constituirse asociaciones entre
apóstoles absurdos y discípulos igualmente absurdos>> (Hans Magnus Enzensberger: Op. Cit. T. 1 Pp. 66)
Annenkov sigue diciendo que Marx
insistió en la idea de que sin una doctrina sólida, concreta, que oriente la
lucha política en un sentido efectivamente revolucionario, es imposible lograr
algo en tal sentido estratégico y que, hasta el momento, en Alemania y demás
países europeos “no se había conseguido más que ruido, arrebatos perniciosos y
fracaso de la causa misma que uno ha tomado en sus manos”. Y continuando su
relato según Enzensberger, Annenkov recuerda que tras el duro discurso de Marx….:
<<…las
pálidas mejillas de Weitling se colorearon y sus palabras adquirieron viveza.
Con voz trémula por la excitación, comenzó a demostrar que una persona que
había logrado reunir en torno suyo a centenares de personas en nombre de la
idea de la justicia, la solidaridad y el amor fraterno, no podía ser tildada de
persona sin contenido, ociosa; que él ―Weitling―, se consolaba
frente a los ataques de hoy, con los centenares de cartas y manifestaciones de
adhesión y gratitud que recibía desde todos los rincones de su patria, y que su
modesta labor de preparación para la tarea común, tenían mayor
importancia que la crítica y los análisis de gabinete, que se efectuaban lejos
de los sufrimientos del mundo y de las vicisitudes del pueblo.
Estas últimas palabras despertaron
definitivamente la ira de Marx, quien, en su exasperación, golpeó la mesa con
el puño con tal fuerza, que la lámpara comenzó a tambalearse, y dando un salto
gritó: “Hasta ahora, la ignorancia jamás ha sido de provecho para nadie”.
Nosotros seguimos su ejemplo y también nos
levantamos. La entrevista había llegado a su fin. Y mientras Marx iba recorriendo
la estancia de un extremo a otro con desacostumbrada ira y excitación, me
despedí rápidamente de él y de los demás, y regresé a casa sumamente
sorprendido por todo cuanto acababa de ver y oír>>. (Ibíd Pp. 67-68)
El 31 de marzo, es decir, al
otro día de la reunión, Weitling le escribió a Moses
Hess
para comunicarle lo sucedido, y resultó que en torno a aquella “pequeña mesita
verde” se habían reunido, además de los ya nombrados, Philippe Gigot, Louis
Heilberg, Sebastián Seiler, Edgar von Westphalen y Joseph Weydemeyer. Después
de nombrar a todos los asistentes a esa reunión, Weitling le dijo a Hess lo
siguiente:
<<...Marx
trajo a alguien, a quien nos presentó como un ruso [Annenkov] y que no dijo
palabra en toda la velada. La discusión giró en torno a la pregunta: ¿Cuál es
la mejor forma de hacer propaganda política en Alemania? Fue Seiler quien la
había planteado, pero declaró que, en aquél momento no podía dedicarse a
concretar respuestas, pues existía el peligro de que se trataran algunos
asuntos delicados, etc. Marx intentó en vano hacer hablar a S[eiler]. Ambos se
excitaron, sobre todo Marx. Por fin, fue éste quien desarrolló la cuestión.
Llegó a las siguientes conclusiones:
1.
En el seno del Partido comunista (se refiere a la “Liga de los Justos”) debe
llevarse a cabo una purga.
2.
Ésta puede efectuarse criticando a los que no sean aptos y separándolos de las
fuentes de dinero.
3.
Esta purga es, en los momentos actuales, la principal tarea que pueda
realizarse en interés del comunismo.
4.
Aquél que tenga el poder de procurarse influencia sobre los financieros,
también posee los medios de alejar a los demás y hace bien en utilizarlos.
5.
El “comunismo de los artesanos”, el “comunismo filosófico” [esta distinción la
utilizó primero Marx o quien fuera, yo no] deben ser combatidos. Debe
ridiculizarse el sentimiento. Eso sólo es una fantasía. Nada de propaganda
oral, ninguna constitución de propaganda clandestina. En resumen, en adelante
no debe utilizarse el término propaganda.
6.
Por de pronto, no puede hablarse de la realización del comunismo. Ante todo, ha
de subir al poder la burguesía.......>> (Ibíd. Lo entre
paréntesis es nuestro)
En el resto de la carta, Weitling dio
rienda suelta a su amor propio tan cruelmente vapuleado por Marx, producto de
su concepción idealista y artesanal
de la política, con un criterio de verdad y eficacia de su propia práctica,
únicamente basado en su valioso e indiscutible carisma personal y en los
elogios de sus no pocos seguidores, quienes le tenían entre los mejores
artífices de la única táctica de lucha conocida y probada hasta entonces. Estas
condiciones crearon en torno suyo una prejuiciosa barrera intelectual, que le
incapacitó para comprender los contenidos
políticos revolucionarios e inauditos de Marx, superadores de la utópica e ingenua militancia de
andar por casa en el movimiento. No viendo alternativa ninguna al riguroso y
convincente pensamiento sin fisuras de su oponente ―como dijera el propio
Annenkov en su relato― Weitling acabó “perdiendo toda libertad de
pensamiento y de lenguaje”, desahogándose ante Hess mediante el recurso
deshonesto de darle la vuelta a la justa observación de Marx, respecto a evitar
el uso del dinero como instrumento de poder, habitualmente sustituto de las
ideas al interior de las organizaciones políticas, acusándole de obtener
predicamento mediante ciertas personas adineradas ―como era cierto— que
en ese momento apoyaban, a través suyo (de Weitling), a la “Liga de los
justos”.
Es de imaginar la cantidad de
episodios parecidos a éste, que los creadores del Materialismo Histórico han
debido protagonizar en su lucha tenaz contra el divorcio entre práctica
científica y práctica política, reflejo en el movimiento obrero políticamente
organizado, de la originaria división del trabajo en intelectual y manual, que
ha venido regimentando la producción y reproducción de la vida en la sociedad
de clases. Y no hace falta demasiada agudeza de pensamiento, para advertir la
notable coincidencia en letra y espíritu, entre el relato de Annenkov y la
carga de significación que Marx y Engels pusieron en el pasaje del “Manifiesto”,
que hemos comentado en esta última parte de lo que llevamos escrito hasta aquí,
sobre la ―en apariencia— insignificante palabra “phrase” (frase):
conjunto de palabras usuales, sinónimo de “tópico” o “lugar común”.
En un principio, estos lugares comunes
sólo ocupan un espacio nada común en la sesera de unos pocos
sujetos políticos inquietos, talentosos e inteligentes, aunque ingenuos precursores en aquellas
circunstancias, del pensamiento social científico ―como Owen o Fourier— quienes, en vez
de aplicar su pensamiento a las condiciones
económico-sociales que determinan la vida social de su época,
―y en cuyas contradicciones se prefigura la sociedad del futuro―
pensaban en lo que ellos habían imaginado previamente, en una vida social ideal
por contraposición a la realmente existente, proponiendo
construirla mediante el sólo ejercicio de la voluntad política. La imaginación
―que interponían entre su intelecto y la realidad― era el velo que
les impedía descubrir la naturaleza o legalidad interna
del objeto social a transformar (el capitalismo), con lo que la dirección y el
sentido de la voluntad política guiada por esos productos puros de la mente, no
podían —según Marx y Engels— conducir más que a verdaderos despropósitos
políticos.
Esta metodología ilusoria y fantástica
de la relación sujeto-objeto, es lo que Hegel y Marx coincidían en llamar “determinaciones abstractas” del
pensamiento sobre su objeto material específico ―en nuestro caso, la
sociedad capitalista. Y estas determinaciones abstractas eran el resultado
falsamente positivo ―y aun así se sigue― de aplicar
la negatividad del pensamiento sobre los efectos o consecuencias
de las condiciones sociales de vida en la sociedad, y no sobre las condiciones reales mismas
de la vida social que provocan tales efectos. Es el desprecio,
desconsideración o abstracción del sujeto social pensante
respecto de sus condiciones materiales de vida ―en las que
él mismo está inmerso― y de las que su vida misma es el resultado
inevitable. Este yerro epistemológico en origen, es el
que induce y conduce al error de las “determinaciones abstractas”, esto es, la
creación de formas de vida “ideales” presuntamente superadoras de las realmente
existentes sólo mediante la
imaginación. Una vez creadas las “formas ideales” —de tal modo
imaginadas—, sólo resta poner en movimiento la voluntad política pura, esto es,
su ejercicio sin condiciones con arreglo al objetivo ideal
propuesto. Así, del mismo modo en que se creó la tal “forma ideal”, se la
persigue, esto es, incondicionalmente. Tal es la definición de la
utopía sobre algo que, habiéndolo concebido al margen de sus premisas y condiciones reales,
su ideal sólo puede acercarse asintóticamente a la realidad, mediante la acción
determinada por la imaginación de unas premisas igualmente imaginadas. Contra
semejante concepción idealista y utópica del mundo, Marx y Engels oponían la concepción científica:
<<Las premisas de que partimos no son
arbitrarias (ideadas,
imaginadas o inventadas al margen de las condiciones históricas materiales que
las determinan), no son dogmas sino premisas reales, de las que sólo es
posible abstraerse en la imaginación. Son los individuos reales, su acción y
sus condiciones materiales de vida, tanto aquellas con que se ha encontrado ya
hechas, como las engendradas por su propia acción. Estas premisas pueden
comprobarse, consiguientemente, por la vía puramente empírica. (K. Marx - F.
Engels: “La Ideología alemana” Cap. I Aptdo. 2. Lo entre paréntesis
nuestro) [...]
Para nosotros el comunismo no es un estado (de cosas) que
debe implantarse (con arreglo a unas premisas imaginadas), un ideal al
que ha de sujetarse la realidad. Nosotros llamamos comunismo al
movimiento real que anula y supera al estado de cosas actual. Las condiciones
de este movimiento (su principio activo) se desprenden de la premisa
actualmente existente (la relación económica entre el trabajo asalariado y
el capital)>> (Op. Cit. Cap.2
Aptdo. 5 Lo entre paréntesis y el subrayado nuestros)
Cuando en este contexto Marx habla del
“movimiento real”, se refiere a las premisas de la realidad (en nuestro caso,
al principio activo contenido en la relación entre capital y
trabajo)[1] y a la materia u objetividad a través
de la cual opera el movimiento de ese principio (las condiciones históricas:
económicas, sociales, ideológicas y políticas vigentes en cada momento,
incluidas las propias condiciones en que actúa el proletariado: su masa social,
desarrollo cultural, conciencia de su propia situación, grado de cohesión o
dispersión ideológica, política, organizativa, etc.), elementos todos ellos, cuyo
conocimiento permite elaborar la “lógica (política) específica
del objeto (económico-social) específico” (Lenin).
Al abstraer su pensamiento de todos estos condicionantes de la realidad, los comunistas utópicos se vieron
limitados a oponerle un “modelo” de sociedad alternativa puramente ideal, determinado para siempre por la pura
imaginación supuestamente incondicionada, y una línea de acción igualmente ilusoria,
trazada por la pura e ideal voluntad política, completamente al margen de la realidad. Con
estas abstracciones, los comunistas utópicos —como ha sido del caso de
Weitling—, construyeron erróneas “fórmulas políticas inalterables”
(inhaltsleere formel), “lugares comunes” por los que inducían a que otros
muchos abnegados militantes seguidores suyos, transiten con la mirada fija
puesta en el horizonte histórico promisorio que sus líderes imaginaron, creyendo ver en esa
perspectiva imaginada, los perfiles paradigmáticos de la sociedad futura perfecta,
justa e igualitaria de ese futuro, arbitraria o incondicionalmente
concebida.
Así es como, en general, se ha venido
leyendo y “comprendiendo” el “Manifiesto comunista” desde enero de 1848.
Y tal fue el caldo de cultivo donde, llegada a un punto, la ingenuidad de
muchos se trucó hoy en bribonería
subyacente de unos relativamente pocos advenedizos y oportunistas políticos
que, de ilusorias “comprensiones” similares a las de los comunistas utópicos de
entonces, como quien no quiere la cosa todavía los de hoy pueden seguir
haciendo de la política un confortable modo de vida. Tal es el caso, por
ejemplo, de la bisoña organización política española “Podemos”, que en su
“programa de gobierno” prometió alegremente aumentar el gasto público en más de 107.000 millones
de Euros para el año 2019, de los cuales 15.154 millones para
garantizar a los hogares sin ingresos una renta mínima de 600 Euros mensuales, 35.000 para
educación y sanidad, más 33.000 para financiar la llamada transición energética, la protección social (mejora de pensiones,
atención a la dependencia) y el aumento en I+D+I. Lo cual abultaría todavía más
la deuda pública, que en mayo de este año superó el escandaloso
billón de Euros alcanzando el 100% del PIB.
Estos advenedizos han prometido
solventar ese gasto de casi 10 puntos más de PIB para dentro de tres años,
apelando supuestamente a la “lucha
contra el fraude que practican los que más tienen”, lucha de la cual aseguraron
que aportaría al Estado 12.000 millones; una reforma fiscal con la que también presuntamente recaudarían 28.000
millones más, cuyo costo igualmente de palabra se comprometieron a cargar sobre
las "rentas más acomodadas y sobre los sectores de población con mayor
patrimonio"; pronosticando un "efecto económico multiplicador" derivado del "efecto expansivo" causado
por tal política presupuestaria, cuyo impacto evaluaron en 29.700 millones de Euros. Una política
económica de un aventurerismo tal, que si en el hipotético caso de que esta
organización, diera el “sorpasso” en
todas las encuestas de voto previas a los comicios, dado el paupérrimo grado de
conciencia social y dispersión política de los explotados, con toda seguridad bastaría
con que la gran burguesía amenace con un golpe de Estado, para dar al traste
con todas esas incautas promesas y el orden de las cosas en España siga inalterable
su curso. Algo así parecido al resultado que Herbert Marcuse propuso, cuando
lanzó aquella consigna: “la imaginación
al poder” que movió a los acontecimientos del llamado mayo francés en
1968.
Estos
señores de “Podemos” aunque lo parezca, en realidad no ignoran que la
“democracia” desde su consolidación como régimen político de gobierno más
moderno en el Mundo, no ha dejado de
ser en realidad la dictadura
del capital. O sea, que allí donde impera
la propiedad privada sobre los medios de producción y de cambio —y más
aún en condiciones de aguda recesión económica—, se impone que el pago de la
deuda de cada país, deba tener absoluta prioridad y recaiga sobre las mayorías
explotadas. Incluso antes que atender al mantenimiento de sus servicios
sociales básicos, como es el caso de la educación, la sanidad o la dependencia.
Ni más ni menos que como así se impuso y así ha sido. Mientras la propiedad
privada del capital siga determinando el hecho, de que los intereses de las
minorías opulentas invariablemente
prevalezcan sobre los de las mayorías más empobrecidas, es precisamente
éste el fundamento de la cohesión social y política en el sistema de vida
capitalista. No puede ser otro. Ergo: las mayorías sociales que parecen ser
“ciudadanos” iguales ante la Ley, en realidad no han dejado de ser jamás unos mandados, verdaderos súbditos
económicos y políticos al servicio e interés de sus “señores”, las
minorías de condición burguesa. Por lo tanto, las reformas económico-sociales
favorables a las mayorías, siempre deben supeditarse a los intereses de las
minorías sociales. De lo contrario, el creciente y cada vez más escandaloso
reparto desigual de la riqueza entre burgueses y proletarios —verificado a lo
largo de la historia bajo el capitalismo—, no se podría explicar. Y ahí está hoy
a la vista y conocimiento de cualquiera.
Sin embargo, estos noveles reformistas
mistificadores impenitentes de la realidad, llamados “populistas”, al igual que
sus antecesores históricos socialdemócratas, todos ellos sostienen que dejando
intacta la propiedad privada
sobre los medios de producción y de cambio, es posible una política económico-social
que garantice una distribución más equitativa de la riqueza entre las dos
clases sociales universales. Cuando la realidad es que tales relaciones de propiedad son las
que precisamente garantizan la creciente desigualdad de ese reparto, convirtiendo
en papel mojado el imposible sortilegio de la política redistributiva favorable a los más pobres. Esos a quienes con la misma hipocresía la
clase opulenta enaltece, como los sacerdotes fundadores de la Santa Iglesia
Católica, que dedicaron tres cuartas partes de las Sagradas Escrituras a
glorificarles. Creyendo así, de paso, neutralizar los efectos políticos de la tendencia económica al derrumbe del
sistema capitalista, que Marx demostrara matemáticamente hace ya casi 160 años.
Lo cual explica que estos farsantes
—ya sean populistas o socialdemócratas—, vengan todos ellos al unísono insistiendo
hoy en engañar a los explotados, con eso de prometer “políticas de cambio y de progreso”. No en vano desde los
tiempos del ingenuo y honesto sastre, Wilhelm Weitling, han transcurrido 170
años. Tiempo suficiente para que a buena parte de los políticos profesionales
de hoy, se les pueda ver incluso chapoteando en el barro y el estiércol de la corrupta
inmoralidad en pos del peculado personal, una vez que desde la sociedad civil los
empresarios han invadido las instituciones Estatales.
Pero al margen de los delitos de
corrupción económica, los políticos profesionales institucionalizados de todos los partidos, sin
excepción, al disputarse comicialmente
la representación política de
las mayorías sociales explotadas en los distintos gobiernos de otros tantos Estados
nacionales del planeta Tierra, tampoco
pueden ignorar que su función y propósito
institucional nada tiene que ver con la “democracia”, ni con la “igualdad de
posibilidades económicas” de la mayoría de los votantes de condición asalariada
que les eligen, sino con los
intereses de los candidatos políticos electos, en tanto y cuanto que como
profesionales al servicio del Estado, todos ellos al ser elegidos pasan a formar
parte constitutiva de la misma clase social
explotadora, con la cual comparten el producto de la explotación a
instancias de las más altas remuneraciones que perciben, financiadas con cargo
a la recaudación impositiva en gran parte a expensas de las propias mayorías
asalariadas, en su condición de “ciudadanos contribuyentes” que votan. Pero es
que, además, al disputarse entre ellos la representación política de los
“ciudadanos” en sus respectivos Estados nacionales, estos bribones solapados
tampoco pueden ignorar, que como en los tiempos de Maquiavelo a instancias de los comicios, dividen la voluntad política de las
mayorías sociales explotadas entre las
distintas opciones partidarias de gobierno, debilitando así su fuerza
política contestataria que facilita su control social permanente.
Tal es el fundamento político esencial de la “democracia representativa”,
que hace al contubernio entre políticos profesionales institucionalizados
y empresarios, basado en la propiedad
privada sobre los medios de producción y de cambio. Todo lo demás
acerca del vocablo “democracia” es puro cuento, para seguir engañando
y explotando a las mayorías sociales ignorantes de la realidad.
[1] El
principio activo o tendencia, contenida en la relación entre capital y trabajo,
es el plusvalor para los fines de la acumulación. Cfr.: http://www.nodo50.org/gpm/plusvalia/todo.html