¿Por
qué el nuevo gobierno de Trump abandona la “globalización”, entendida como
libre circulación de capitales y personas?
<<Lo
bueno si breve, dos veces bueno>> Baltasar
Gracián
La situación económica en el Mundo actual, donde la competencia
interburguesa —hija predilecta de la propiedad privada sobre los medios de producción y de cambio—
ha venido sustituyendo mano de obra por instrumentos técnicos materiales cada
vez más eficaces, deprimió paulatinamente las ganancias globales hasta dejar
sin sentido histórico al capitalismo. Es ésta una realidad día que pasa cada
vez más evidente. Así las cosas, lo que la gran
burguesía de los países más ricos e industrializados necesita hoy para seguir
conservando su hegemonía económica y política internacional, es que además del libre acceso a mercados
comerciales, recursos minerales, empresas estatales y tierras fértiles, pueda
emplear la más barata fuerza de
trabajo vigente. Pero el caso es que esos puestos de trabajo disponibles
pagando los salarios más bajos posibles, están en los países de menor desarrollo relativo, donde
los desarraigados han venido siendo cada vez más numerosos y emigran hacia el
norte opulento, dispuestos a trabajar allí por un salario más bajo del mínimo, sin
embargo superior al de sus propios países
de origen, lo cual en EE.UU. ha
venido redundando en perjuicio de los asalariados norteamericanos, de
tal modo buena parte de ellos empujados a formar parte del ejército de parados:
<<Así, por ejemplo, el tratado de
libre comercio para América del Norte (NAFTA) suscrito por EEUU, Canadá y México
habría costado cerca de 700.000 puestos de trabajo a los EEUU (que
fueron ocupados por los inmigrantes extranjeros). Desde la incorporación de China a la Organización Mundial de Comercio
(OMC) en 2001, se han perdido más de 2 millones de empleos industriales.
Mientras que (gracias a sus mayores ganancias relativas a cambio de
salarios más bajos) las grandes empresas
estadounidenses pudieron construir y afianzar su papel dirigente a escala
planetaria, los trabajadores de su propio país (desplazados por los
inmigrantes extranjeros) perdieron
puestos de trabajo estables y poder de negociación sindical>>. (Gabriela
Simón: “Donald
Trump y el nuevo orden mundial que se avecina”. Lo entre
paréntesis nuestro).
Otro tanto ha sucedido con los 279.399
musulmanes, que desde 2003 se refugiaron en territorio norteamericano, huyendo de
las Guerras en Afganistán e Irak emprendidas por EE.UU. en el marco de
la OTAN.
¿Qué hacía nuestro inefable Donald John
Trump por entonces, si no aprovecharse de la globalización y las supuestas “guerras contra los terroristas”,
para aumentar su patrimonio personal usufructuando
indirectamente ese negocio, que le valió estar hoy
entre las 324 personas más ricas del Mundo?:
<<La
agenda hegemonial de los EEUU se ve, pues, confrontada, por un lado, con la
creciente insatisfacción de los trabajadores y los estratos medios desclasados (de
ese país que Trump llamó “perdedores de la globalización”) y, por el otro, con el creciente poder de los países en vías de
desarrollo robustecidos económicamente, los cuales pretenden ahora —sobre todo
los llamados BRICS: Brasil,
Rusia, India, China y Suráfrica—
codeterminar las reglas del juego de la economía mundial y sus instituciones.
En
ese telón de fondo, la victoria electoral de un político (forzado
por las circunstancias a transmutarse pragmáticamente de liberal en) acérrimo nacionalista, como Donald Trump, representa un punto de inflexión.
Trump ha anunciado en su campaña electoral que los EEUU no seguirán pagando
el precio de sus estrategias hegemónicas. Ni pérdida de puestos de trabajo, ni
inmigración procedente del Sur, ni transferencias de poder en desfavor de los
EE.UU>>. (Op. Cit. Lo entre paréntesis y el subrayado nuestros).
Esto explica que entre sus primeras medidas
de gobierno, Trump haya prohíbido temporalmente a los ciudadanos en siete
países de confesión religiosa mayoritariamente musulmana, entrar al territorio
de los Estados Unidos incluso si disponen de visados o permisos de residencia
válidos. Tales emigrados son oriundos de Libia, Sudán, Somalia, Siria, Irak,
Irán y Yemen. Países todos estos envueltos en guerras o en peligro de sufrir tales
conflictos, interesadamente proyectados y ejecutados por países de la cadena
imperialista que lidera EE.UU, como ahora mismo es el caso de Irán amenazado estos últimos
días por el propio Trump. Pero el país que encabeza la lista de extranjeros
residentes en territorio norteamericano, es México con más de 11.7 millones de
personas. El siguiente con la cifra más alta de ciudadanos emigrados incluye a
China (1.9 millones). Le sigue Filipinas (1.7 millones), India (1.5 millones),
El Salvador y Vietnam (ambos con 1.1 millones), Corea (1 millón). Finalmente
Cuba, Canadá y la República Dominicana, completan con el menor número la lista
de diez países con inmigrantes en EE.UU. Y lo que el taimado
sujeto Donald John Trump
omite significar, es que la mayoría de estos países son económica y políticamente dependientes del capital imperialista,
no pocos de ellos intervenidos militarmente por el ejército norteamericano en
los últimos tiempos. Teniendo en cuenta
que este trasiego incesante de personas entre un país y otro, es la
consecuencia del desarrollo económico
desigual entre países, cuya causa es el capitalismo, es decir, la propiedad privada sobre los medios de
producción y de cambio cuya consecuencia inmediata es la competencia a
escala internacional.
¿Por qué no bregar, pues, por la libre
circulación internacional de personas sin menoscabo de la igualdad de
oportunidades para todos? La respuesta a esta pregunta desde el punto de vista puramente
humano es: ¡Sí, hoy más que nunca se impone garantizar jurídica y fácticamente la irrestricta libertad de movimiento y elección de residencia
sin distinción, a las personas que habitan en todo el Planeta! Pero para eso,
es cada vez más necesario un Mundo globalizado en el que se prohíba la grande y mediana propiedad privada
sobre los medios de producción y de cambio, es decir, sin explotadores ni explotados. Donde
cada cual aporte a la sociedad el producto íntegro de su trabajo, recibiendo a
cambio el equivalente a su relativa capacidad de producir; una medida que
acabara en todo el Orbe con la competencia
intercapitalista —que contribuye a provocar las crisis económicas y las
guerras—, sustituyendo ese flagelo por la cooperación
de los trabajadores libres asociados.
Pero no la cooperación en asociaciones
empresariales privadas —como es el caso de las sociedades cooperativas—,
sino públicas o estatales y con proyección
internacional.
A comienzos de los años 30 del siglo
XIX y tras haber conseguido que, por primera vez en la historia del capitalismo,
se aprobara en Inglaterra la ley de la diez horas semanales de trabajo
asalariado, el proletariado británico a iniciativa de Robert
Owen alumbró aun cuando todavía no se ha podido
conquistar, lo que Marx en 1864 dio en llamar “Economía política del trabajo” en contraposición a la “Economía política de la propiedad
capitalista”:
<<Es
imposible exagerar la importancia de estos grandes experimentos sociales que
han mostrado con hechos, no con simples argumentos, que la producción en gran
escala y al nivel de las exigencias de la ciencia moderna, pueda prescindir de
la clase de los patronos, que utiliza el trabajo de la clase de las
«manos»; han mostrado también que no es necesario a la producción, que los
instrumentos de trabajo estén monopolizados como instrumentos de dominación y
de explotación contra el trabajador mismo; y han mostrado, por fin, que lo
mismo que el trabajo esclavo, lo mismo que el trabajo siervo, el trabajo
asalariado no es sino una forma transitoria inferior, destinada a
desaparecer ante el trabajo asociado que cumple su tarea con gusto, entusiasmo
y alegría. Roberto Owen fue quien sembró en Inglaterra las semillas del sistema
(empresarial)
cooperativo; los experimentos realizados
por los obreros en el continente no fueron de hecho más que las consecuencias
prácticas de las teorías, no descubiertas, sino proclamadas en voz alta en
1848.
Al
mismo tiempo, la experiencia del período comprendido entre 1848 y 1864 ha
probado hasta la evidencia que, por excelente que sea en principio, por útil
que se muestre en la práctica, el trabajo cooperativo, limitado estrechamente a
los esfuerzos accidentales y particulares de los obreros (empleados
por empresas privadas), no podrá detener
jamás el crecimiento en progresión geométrica del monopolio, ni emancipar a las
masas, ni aliviar siquiera un poco la carga de sus miserias. Este es, quizá, el
verdadero motivo que ha decidido a algunos aristócratas bien intencionados, a
filantrópicos charlatanes burgueses y hasta a economistas agudos, a colmar de
repente de elogios nauseabundos al sistema (empresarial) cooperativo, que en vano habían
tratado de sofocar en germen, ridiculizándolo como una utopía de soñadores o
estigmatizándolo como un sacrilegio socialista. Para emancipar a las masas
trabajadoras, la cooperación debe alcanzar un desarrollo nacional y, por
consecuencia, ser fomentada por medios nacionales. Pero los señores de la
tierra y los señores del capital se valdrán siempre de sus privilegios
políticos para defender y perpetuar sus monopolios económicos. Muy lejos de
contribuir a la emancipación del trabajo, continuarán oponiéndole todos los
obstáculos posibles. Recuérdense las burlas con que lord
Palmerston
trató de silenciar en la última sesión del parlamento a los defensores del
proyecto de ley sobre los derechos de los colonos irlandeses. “¡La Cámara de
los Comunes —exclamó— es una Cámara de propietarios territoriales!”.
La
conquista del poder político ha venido a ser, por lo tanto, el gran deber de la
clase obrera. Así parece haberlo comprendido ésta, pues en Inglaterra, en
Alemania, en Italia y en Francia, se han visto renacer simultáneamente estas
aspiraciones y se han hecho esfuerzos simultáneos para reorganizar
políticamente el partido de los obreros.
La
clase obrera posee ya un elemento de triunfo: el número. Pero el número no pesa
en la balanza si no está unido por la asociación (política)
y guiado por el saber. La experiencia
del pasado nos enseña cómo el olvido de los lazos fraternales, que deben
existir entre los trabajadores de los diferentes países y que deben incitarles
a sostenerse unos a otros en todas sus luchas por la emancipación, es castigado
con la derrota común de sus esfuerzos aislados. Guiados por este
pensamiento, los trabajadores de los diferentes países, que se reunieron en un
mitin público en Saint Martin's Hall el 28 de septiembre de 1864, han resuelto
fundar la Asociación Internacional (luego conocida por “Primera Internacional”)>>. (K. Marx: “Manifiesto inaugural de la Asociación
Internacional de los trabajadores”. Escrito entre el 21 y el 27 de octubre de
1864. El subrayado y lo entre paréntesis nuestros). Versión digitalizada.
Hoy día entre los viejos pero sobre
todo los más nobeles aprendices a charlatanes
de feria en materia económica y política social, todavía destacan quienes
debidamente instruidos por los aparatos ideológicos del Estado burgués en sus
respectivos países —muy hábiles todos ellos en el arte de manipular conciencias—,
se limitan con su engañoso lenguaje a deambular sobre la superficie de una
“realidad” que sólo parece ser y oculta su verdadera
esencia. Por ejemplo, si bien reconocen el hecho evidente del reparto cada vez más desigual de
la riqueza entre las dos clases sociales fundamentales del capitalismo, al
mismo tiempo y contradictoriamente, sostienen la especie según la cual, el estímulo a producir riqueza en
cualquier empresa capitalista, no responde a la segura previsión esperada por
los patronos capitalistas de obtener ganancias
crecientes, sino al “piadoso”
aumento de los salarios y la consecuente mayor
demanda efectiva o solvente de productos para el consumo humano en la sociedad civil. Es decir, que la fuerza
motriz de la producción bajo el
capitalismo es el creciente consumo. Estos despreciables sujetos han
venido repitiendo semejante falacia, —desde los tiempos de Joseph Proudhon hasta
los más recientes en la historia, como es el caso de John
Maynard Keynes hasta hoy—, para ocultar el verdadero móvil explotador —ya caduco— del
sistema. Así aludió Marx a esta caterva de
sujetos engañabobos en la
siguiente cita que reproducimos aquí, porque tal parece que nunca será
suficiente:
<<Decir que las
crisis provienen de la falta de un consumo en condiciones de pagar, de la
carencia de consumidores solventes, es incurrir en una tautología
cabal. El sistema capitalista no conoce otros tipos de consumidores que los que
pueden pagar [porque nadie
les regala nada], exceptuando el consumo sub forma pauperis (propio de los
indigentes) o el del "pillo" [“robagallinas”]. Que las
mercancías sean invendibles significa únicamente que no se han encontrado
compradores capaces de pagar por ellas, es decir, consumidores (ya que las
mercancías, en última instancia, se compran con vistas al consumo, productivo o
individual). Pero si se quiere dar a esta tautología una apariencia de
fundamentación profunda diciendo que la clase obrera recibe una parte demasiado
exigua de su propio producto, y que por ende el mal [que presuntamente
provoca las crisis] se remediaría si recibiera una fracción mayor de dicho
producto, aumentando su salario, pues, bastará con observar que invariablemente
las crisis son preparadas por un período en el que el salario sube de
manera general y la clase obrera obtiene realiter [realmente] una
porción mayor del producto destinado al consumo. Desde el punto de vista de
estos caballeros del "sencillo" (!) sentido común, esos períodos, a la
inversa, deberían conjurar las crisis. Parece, pues, que la producción
capitalista implica condiciones que no dependen de la buena o mala voluntad,
condiciones [objetivamente determinadas] que sólo toleran
momentáneamente esa prosperidad relativa de la clase obrera, y siempre en
calidad de ave de las tormentas, anunciadora de las crisis [en realidad
acaecidas por falta de rentabilidad superior al costo de producirla]>>.
(K.
Marx: "El Capital" Libro II Cap. XX. Ed. Siglo XXI.
Madrid/1976 Tomo V. Pp. 502. El subrayado y lo entre corchetes nuestros. Confrontar).
¿Qué ha sido de la historia entre los seres humanos
tras haber discurrido por la etapa del llamado “comunismo
primitivo”?
Ha sido la sociedad dividida en
clases sociales, explotadoras y explotadas —dominantes y dominadas—,
empezando por la etapa esclavista
hasta el capitalismo actual,
pasando por el feudalismo. ¿Y
qué ha sido lo esencialmente
determinante en ese proceso histórico de la humanidad, entre una etapa y
la siguiente? El desarrollo de las
fuerzas humanas productivas que determinó el cambio radical en la esencia o especificidad
de las relaciones sociales típicas
de cada etapa, es decir, que cada uno
de esos períodos en la historia del desarrollo humano, operó en su
respectiva sociedad una transformación
esencial distintiva no solo de sus respectivas clases sociales, sino de
la relación entre ellas y hasta del carácter
específico o esencial propio de los individuos integrantes de cada
clase social específica.
Pues bien, lo que han venido proponiendo
solapadamente los políticos
pequeñoburgueses reformistas del capitalismo —al estilo hoy en España
del PSOE o la más reciente formación política “Podemos” y demás adláteres suyos—,
es impedir por todos los
medios posibles el cambio o
transformación ESENCIAL del sistema capitalista como relación social
entre patronos y obreros, para convertirlo en otro superior sin explotadores ni
explotados. Y para tal fin contrarrevolucionario, se limitan a consagrar y proponer
cambios o transformaciones de
la realidad capitalista históricamente
intrascendentes que dejan intacta esa relación.
Otro tanto es lo que, por ejemplo,
sucede en la naturaleza con el agua, entendida como relación combinatoria entre dos átomos de hidrógeno y uno de
oxígeno, dos elementos que se oponen el uno al otro pero que al combinarse
forman agua que, a su vez, puede cambiar del estado líquido al sólido convertido
en hielo, o al gaseoso en forma de vapor según su grado de temperatura. Así es
como se opera en el agua una transformación,
donde cada uno de estos tres estados físicos
naturales es distinto y se contrapone a los otros dos. Pero ninguno de ellos altera la naturaleza de
su composición, es decir, que cualquiera sea el cambio de forma que pueda adoptar el agua según las
circunstancias, sigue siendo esencialmente
H20. Ergo, esa transformación o cambio es aparente y, por
tanto, la cosa llamada agua no se altera.
Esto mismo es lo que sucede con la relación social de producción en
el sistema capitalista entre obreros y patronos, donde cada asalariado desde el
punto de vista esencial (de clase social explotada) es la negación distintiva respecto de su patrón. Pero una vez que ambas
partes firman el contrato de trabajo y mientras se comporten con arreglo a la forma de manifestación
contractualmente acordada, en los hechos y durante cada jornada de labor esas
dos partes pasan a ser capital
en tanto y cuanto lo reproducen e incrementan, contribuyendo de tal modo al
sostenimiento del sistema capitalista. Ésta es, precisamente, la solapada función política estratégica propia
de los reformistas pequeñoburgueses, que
quieren el capitalismo pero no sus necesarias consecuencias. Y para tal
propósito prometen engañosamente a
los explotados, una y otra vez en cada proceso electoral, ejecutar determinadas
transformaciones políticas-económicas “progresistas” al interior del sistema, sin
perjuicio para su continuidad. Por ejemplo, el aumento de los salarios. Pero
resulta que bajo el sistema capitalista las cosas no suceden como en el agua,
donde 1) las formas aparentes de manifestarse que cambian del estado
líquido al sólido y al gaseoso en el agua,
no dependen de la relación entre el oxígeno y el hidrógeno, sino de algo externo ajeno e impropio a esa
relación natural: la temperatura ambiente. Y 2) Bajo el capitalismo, por el contrario, el cambio en el resultado
de la forma de manifestarse la relación entre patronos y obreros, se produce no por algo ajeno a ella sino precisamente
inducida por ella. Es allí, en la relación asalariado-patrón durante cada
jornada de labor, donde la fuerza
productiva creciente del trabajo logra transformar cada vez más salario en plusvalor o ganancia
capitalista. ¿Cómo? Modificando en términos de valor económico creciente la relación entre la parte de
capital invertida en maquinaria y
materia prima respecto de la invertida en salarios. O sea, sustituyendo
cada vez más trabajo
asalariado creador de plusvalor, por medios
materiales de producción que sólo se limitan a trasladar su valor al
producto, sin agregarle un solo átomo de ganancia. E aquí expuestos
sintéticamente según este proceso irrefutable descrito por Marx, los límites históricos absolutos del capitalismo
que nadie puede ni podrá impedir, porque radican en la propia
naturaleza del sistema. Un sistema autotanático.
¿Para qué puede querer Trump, más inmigrantes en semejantes condiciones deletéreas?
¡A ver, pues, quién o quiénes de entre
los más destacados intelectuales pequeñoburgueses en su función de políticos oportunistas
defensores incondicionales del sistema —todos ellos fieles discípulos de Keynes—,
pueden demostrar fehacientemente
“ad hominem” que lo dicho en este breve trabajo no se ajuste a la verdad y, en
fin, a ver si esa genuina verdad
sobre la realidad del capitalismo en su etapa postrera, pugnando día que pasa
con más fuerza persuasiva, se apodera de la conciencia colectiva de los
explotados para que entre todos decidamos superar, de una vez por todas, esa
engañosa superchería sin
futuro que han hecho suya los actuales aspirantes a seguir gobernando este maldito
tinglado, desde donde siguen hipócrita
y mentirosamente vendiéndolo como si fuera perfectible y eterno, “per
omnia secula seculorum”!
GPM.
Anexo
El jueves 16/02/2017 a
las 10:45 Hs. el GPM escribió:
Señor Alberola:
Al respecto de nuestro último trabajo
recientemente publicado, se apresuró Ud. a decirnos según le han enseñado y así
parece haberlo aceptado, que:
<<Mientras
haya compradores para lo que producen las máquinas, los propietarios de las
máquinas (los capitalistas) podrán seguir sacando plusvalor. El problema, para
los propietarios de las máquinas (los capitalistas), es que si las máquinas
suplantan a los trabajadores se reduce el número de compradores cada vez más y
con ello el plusvalor... Pero, como los capitalistas son conscientes de ello y
no son socialistas, nunca han pensado en mecanizar y automatizar todo el
trabajo, reservando la mecanización y la automatización a sectores clave para
el desarrollo del sistema productivo, de manera a perennizar el sistema de
gestión capitalista con lo del paro subvencionado o el invento de una renta
universal...
Esperar que el sistema capitalista se
auto-suicide es una ilusión desmovilizadora que contribuye a perennizarlo. Hay
que seguir combatiéndolo no solo por robar el plusvalor al trabajador sino
también porque es un sistema predador que puede destruir el planeta>>.
Nosotros siguiendo a Marx —no por
simple y sumisa falacia de autoridad
sino tras haber llegado a la conclusión de que es una verdad científicamente
comprobada— hemos dicho lo siguiente:
<<Es
allí, en la relación asalariado-patrón durante cada jornada de labor,
donde la fuerza productiva creciente del trabajo logra transformar
cada vez más salario en plusvalor o ganancia capitalista. ¿Cómo?
Modificando en términos de valor económico creciente (plusvalor) la
relación entre la parte de capital invertida en maquinaria y materia prima
respecto de la invertida en salarios. O sea, sustituyendo cada vez más
trabajo asalariado creador de plusvalor, por medios materiales de producción
que sólo se limitan a trasladar su valor al producto, sin añadirle un solo
átomo de ganancia. E aquí expuestos sintéticamente según este proceso
irrefutable descrito por Marx, los límites históricos absolutos del
capitalismo que nadie puede ni podrá impedir, porque radican en la propia
naturaleza del sistema. Un sistema autotanático>>.
Esto significa: 1) que los productores de máquinas no son los capitalistas sino los asalariados
a instancias de los medios mecánicos para tal fin; 2) que los capitalistas en general no se lucran con la producción y
venta de maquinaria sino explotando trabajo ajeno; 3) que la ganancia no se crea en la esfera de la circulación de mercancías —donde
se intercambian equivalentes—, sino en el acto de su producción; 4)
que: ningún plusvalor o ganancia
puede surgir directamente del
funcionamiento de la maquinaria, dado que su cometido se limita exclusivamente a trasladar —en cada momento de la
producción— partes alícuotas de su valor económico al producto fabricado, naturalmente por la fuerza humana de
trabajo empleada. No es casual, pues, que ese trasiego de valor de la
maquinaria al producto, equivalga a su desvalorización
por desgaste físico llamado amortización
y: 5) que la tendencia a la automatización de la producción no
es el resultado de lo que deciden hacer los capitalistas, sino una realidad objetivamente inducida
por la competencia intercapitalista,
a su vez férreamente determinada por
propiedad privada sobre los medios de producción y de cambio. Dos
condiciones sin las cuales el capitalismo —y, con él, la propia burguesía— desaparecen ipso facto automáticamente.
Lo esencial que ha hecho al capitalismo y lo que ha llegado a ser, no fue ni es
como es por la voluntad de nadie, señor Alberola. Ergo, que los capitalistas
sean conscientes de las necesarias consecuencias deletéreas de su sistema de
vida, no quiere decir que las puedan contrarrestar indefinidamente, porque
forman parte de su propia naturaleza históricamente
provisoria, señor Alberola.
Sin embargo Ud. nos dice que los
capitalistas todavía “pueden reservar la
mecanización y la automatización a determinados sectores” sin menoscabo “para el desarrollo del sistema productivo”.
Y a tales efectos habla Ud. de un supuesto “paro
subvencionado” y del presunto “invento
de una renta universal…”. Pero nada nos dice acerca de cómo la burguesía
puede solventar esa reforma,
sosteniendo al mismo tiempo la propiedad privada y la consecuente competencia,
que pugnan ambas por incrementar el cada vez más escandaloso reparto desigual
de la riqueza, atacando para tal fin las
condiciones de vida y de trabajo de las mayorías asalariadas, es decir,
no ya mediante la productividad que permite transformar salario —sin menoscabo
de su poder adquisitivo— en plusvalor. Algo que bajo tales condiciones terminales del sistema es ya objetivamente imposible.
Solo en EE.UU. su deuda pública desde 2011 fue de 14 billones 660.000 millones 14.660.000.000.000.
Y tres años después casi alcanzó los 18 billones.
Finalmente acabó Ud. su breve mensaje
diciendo:
<<Esperar que el sistema
capitalista se auto-suicide es una ilusión desmovilizadora que contribuye a
perennizarlo. Hay que seguir combatiéndolo no solo por robar el plusvalor al
trabajador sino también porque es un sistema predador que puede destruir el
planeta>>.
En este párrafo su pensamiento se
contradice, porque si como es cierto que la burguesía es una clase explotadora
y belicosa que “puede destruir el
Planeta”, no es una mera ilusión pensar que pueda incluso acabar con
todo rastro de vida en él. Entonces cabe la pregunta: ¿combatiendo al sistema
cómo y para qué, Señor Alberola? En el último párrafo del trabajo anterior que
acabamos hace pocos días de publicar y que, según Ud. ha merecido el mensaje
que nos acaba de remitir críticamente —como si nosotros estuviéramos esperando
que el sistema se diluya por el propio peso de sus contradicciones insolubles—,
insistimos allí en difundir el programa político donde proponemos, una vez más,
la lucha por acabar con la propiedad privada sobre los medios de producción y
de cambio. Y al respecto en los últimos tres párrafos de ese texto decimos lo
siguiente:
<<Ya
hemos reincidido en explicar el porqué de este proceso histórico necesario. Y
es que según aumenta la productividad del trabajo determinada por el adelanto
científico-técnico incorporado a los instrumentos de producción, el empleo de
trabajo asalariado disminuye relativamente cada vez más y, con él, la
masa de ganancia. Hasta que la producción global llega a un punto en que no
puede continuar sin que la ganancia sólo pueda surgir a costa de la disminución
no sólo relativa sino absoluta de los salarios. O sea, el pauperismo
creciente:
“La pauperización (de los
asalariados) es el punto conclusivo
necesario del desarrollo al cual tiende inevitablemente la acumulación
capitalista, de cuyo curso no puede ser apartada por ninguna reacción sindical
por poderosa que ésta sea. Aquí se
encuentra fijado el límite objetivo de la acción sindical. A partir de un
cierto punto de la acumulación, el plusvalor obtenido no resulta suficiente
para que la acumulación de capital pueda proseguir sin atacar las
condiciones de vida y de trabajo de los asalariados. O el nivel de los
salarios es deprimido por debajo del nivel anteriormente existente, o la
acumulación se estanca, es decir, sobreviene el derrumbe del sistema
capitalista”. (Henryk Grossmann: “La
ley de la acumulación y del derrumbe del sistema capitalista” Ed. Siglo
XXI/México1979. Cap. 3 Consideraciones finales Pp. 386).
Pero que se sepa, ninguno de los más
destacados teóricos asumió la supuesta teoría del derrumbe automático del capitalismo. En una carta ya citada
por nosotros que Marx remitió a Engels el 30 de abril de 1868, siguiendo el
curso de su pensamiento en los Tomos II y III de su obra central: “El capital”, concluyó diciéndole a su entrañable amigo que:
“En
fin, dando por sentado que estos tres elementos (salario del trabajo, renta del
suelo, ganancia e interés) son las tres fuentes de ingreso de las tres clases,
a saber: la de los terratenientes, la de los capitalistas y la de los obreros
asalariados —como conclusión LA LUCHA DE CLASES—, en la cual el movimiento se
descompone y es el desenlace de toda esta mierda”. (“Cartas sobre El Capital” Editora
política La Habana/1983 Pp. 218).
Ergo: Si a estas alturas del proceso,
los explotados y oprimidos seguimos confiando en que los vividores políticos profesionales de todos los colores
al servicio del sistema, asuman nuestros propios intereses, ¡vamos de culo! ¡A
ver si espabilamos de una vez por todas! Porque como dijera el propio Marx:
“Nadie hará por los trabajadores lo que ellos no sepan hacer por sí mismos”.
Dicho esto y dado que Ud. en su mensaje
no se moja diciendo para qué
es necesario y cada vez más urgente combatir al capitalismo, sin duda la lucha
que Ud. propone carece de todo propósito
estratégico, porque nada dice acerca de acabar con el actual sistema de
vida para sustituirlo por otro humanamente superior y, por tanto, cabe pensar
que sólo se propone reformarlo
Sr. Alberola.
Un saludo: GPM.
Anexo
El
jueves 16/12/2017 a las 12:40 Hs. el señor Alberola escribió
Podría comenzar dirigiéndome a los "señores" de
"gpm"; pero me parece más correcto trataros de
"compañeros", ya que supongo pertenecemos a la misma clase, la de los
explotados y luchamos por el mismo objetivo: la emancipación social...
Vayamos pues al fondo de la cuestión que nos plantea la
mecanización del trabajo en el sistema capitalista, hoy hegemónico en el planeta,
a los que luchamos contra este sistema para hacerlo desaparecer y sustituirlo
por uno sin explotación ni dominación. Más concretamente: a los que luchamos
por una sociedad sin clases.
El problema es, pues, cómo conseguir este objetivo, que nos
es común, en un momento histórico en el que los avances tecnológicos
estimulados por el capitalismo le van permitiendo, de más en más, sustituir el
trabajo humano por el de las máquinas para aumentar la rentabilidad del capital
invertido y la expansión de los mercados...
Efectivamente, si el objetivo del capitalismo es el aumento
del Capital gracias al plusvalor producido por la explotación del trabajo, de
llegar a la sustitución total de la participación humana por máquinas, en el
trabajo, se produciría automáticamente el colapso del sistema, como ya lo
habían previsto Marx y otros... Pero eso no se ha producido todavía ni es
posible afirmar que un día se producirá...
Lo que si se puede constatar es lo que está sucediendo ya y
que, por el momento, le está permitiendo al capitalismo seguir siendo
hegemónico en el mundo: una sustitución controlada de la mecanización del
trabajo, con un paro creciente y un relativo recorte salarial, y, sin embargo,
sin que eso ponga en peligro la estabilidad del sistema, al resignarse los
parados y los asalariados al consumo que los subsidios y el nivel de salario
permiten y sin manifestar deseos verdaderos de rebelarse como clase explotada.
Yo constato esto y me he limitado a recordar que los
explotados debemos ser conscientes de la continuidad (una obviedad) de la
explotación y del efecto destructor del desarrollo capitalista sobre el entorno
natural, por lo que los que luchamos contra el capitalismo para poner fin a la
explotación debemos hacerlo también por esta amenaza para la sobrevivencia de
la especie humana.
Una amenaza cada vez más real y próxima, que nos obliga o
debería obligar a no confiar en el colapso final del capitalismo y a cuestionar
este sistema y combatirlo por ser irracional y llevarnos al ecocidio.
¿Cómo cuestionarlo y combatirlo? Me parece que lo primero
es ser consciente del peligro que nos amenaza y a continuación decidirnos a no
ser cómplices del desastre que se anuncia y a buscar y poner en marcha formas
de resistencia idóneas con cuantos no se resignen a la historia que el
capitalismo nos está imponiendo.
Me parece que las fórmulas de resistencia son múltiples y
que lo esencial es no oponerlas, lograr que potencien la conciencia y la acción
anticapitalista y antiautoritaria; pues la lucha contra el Capital implica la
lucha contra el Estado, su asociado.
Fraternalmente.
El
viernes 17/02/2017 a las 17:13 Hs. el señor Alberola escribió:
Los señores de gpm
escribieron:
Para nosotros todo lo que se pueda lograr luchando contra
la explotación del trabajo asalariado, sus consecuentes desigualdades en el
reparto de la riqueza y demás noxas sociales vinculadas a este sistema, todo
esto no sirve para nada sin proponerse dejar expresamente fuera de
la ley a esa la causa esencial del capitalismo que es, precisamente, la
más moderna forma de propiedad privada. O sea que para los señores
de gpm es suficiente con poner fuera de la ley "la causa
esencial del capitalismo" para poner fin a la explotación
capitalista...
El problema es que eso hicieron en la URSS, China, etc., y
ahí tenemos de nuevo la explotación capitalista, y, en los países en
donde la ley es la ley capitalista, hay que ser "un imbécil"
para soñar poner fuera de la ley lo que es su fundamento.
Un saludo fraternal, Alberola.
El
sábado 20/02/2017 a las 11:57 Hs. el GPM escribió:
Señor Alberola:
Lo que nosotros dejamos textualmente negro sobre blanco
ante Ud., es que sin proponerse dejar
fuera de la ley la esencia del capitalismo, toda lucha contra la
explotación capitalista, la distribución desigual de la riqueza y demás lacras
económicas y sociales de este maldito sistema, no servirá para nada. ¿Por qué?
Pues porque la propiedad privada sobre los medios de producción y de cambio es,
precisamente, la esencia del
capitalismo sin cuya existencia, este sistema ya caduco de vida se
diluye como un azucarillo en el agua.
Y al respecto de lo que dejó escrito Ud. atribuyendo erróneamente a Marx la posibilidad del colapso económico
automático del capitalismo —añadiendo seguidamente que “eso no se ha producido todavía ni es
posible afirmar que un día se producirá...”—, pues resulta que en nuestro
último mensaje y acordando allí con
Ud., en primer lugar le hemos aclarado textualmente ser “falso que Marx haya previsto en ningún
pasaje de su obra tal posibilidad”. Y a continuación le preguntamos si “sabe Ud. de alguien que confíe hoy día en
el colapso económico automático del capitalismo, porque sería un imbécil”.
Ante esto contestó Ud. interpretando tan equivoca y
tendenciosamente mal esa parte de nuestro claro mensaje, que sintiéndose
ofendido montó en cólera y nos atribuyó haber afirmado, que para poner fin a la
explotación capitalista “es suficiente” con
dejar fuera de la ley esa causa esencial del capitalismo. Y a continuación
apelando falsa y groseramente a una historia que solo a Ud. se le pudo imaginar
de lo sucedido en la ex URSS y China, acabó largando la siguiente frase típica
de la retórica tautológica
pontificando que: <<en los países donde la ley es la ley
capitalista, hay que ser “un imbécil” para soñar poner fuera de la ley lo que
es su fundamento>>. Sin reparar en que de ser cierta semejante afirmación, la humanidad
todavía estaría detenida en su etapa más primaria.
Pues bien, si nuestros interlocutores habituales vuelven sobre lo escrito
en nuestro último mensaje, podrán comprobar que nada de lo dicho allí coincide
con lo que Ud. nos atribuye, así como tampoco hubo en nosotros la menor
intención malévola que nos endilgó como para sentirse ofendido en lo más
mínimo, señor Alberola. Y en lo que respecta al malogrado proceso
revolucionario en países como la URSS entre octubre de 1917 y diciembre de
1991, decir que haber acabado con la propiedad privada sobre los medios
de producción y de cambio en la Rusia zarista, fue solo el
principio de la revolución proletaria en la URSS. Por lo tanto, el
pueblo llano en toda Rusia y sus líderes políticos, en modo alguno consideraron
que ese cambio esencial fuera suficiente sino meramente
transitorio para los fines estratégicos de la revolución. Fue necesario
momentáneamente sostenerlo a escala nacional sorteando las
acechanzas de la burguesía internacional, como condición para proponerse llevar
a cabo el cambio de sistema a escala mundial:
<<Hasta ahora,
todos los movimientos sociales habían sido movimientos desatados por una
minoría o en interés de una minoría. El movimiento proletario es el movimiento
autónomo de una inmensa mayoría en interés de una mayoría inmensa. El
proletariado, la capa más baja y oprimida de la sociedad actual, no puede
levantarse, incorporarse, sin hacer saltar hecho añicos desde los cimientos
hasta el remate, todo ese edificio que forma la sociedad oficial (capitalista). Por su forma, aunque no por su
contenido, la campaña del proletariado contra la burguesía empieza siendo
nacional. Es lógico que el proletariado de cada país ajuste ante todo
las cuentas con su propia burguesía>> (K. Marx-F. Engels: “Manifiesto del Partido Comunista” 1872. El
subrayado y lo entre paréntesis nuestro. Ver Pp. 63.).
Pero
lamentablemente, el brillo doctrinal de Lenin siguiendo a Marx durante esa
primera etapa de la revolución rusa, duró poco, en un país multinacional y multicultural
que, después de la primera guerra mundial y una vez que la revolución
socialista se hubo consolidado, en marzo de 1919 fue creada la Internacional
Comunista —también conocida como IIIa Internacional—,
para los fines de impulsar y extender desde la Rusia soviética el socialismo
revolucionario a escala planetaria, tal como así figuró en sus primeros
estatutos. Y el caso es que tras la muerte de Lenin en enero de 1924 y una vez
aupado al poder absoluto, Stalin sacrificó el internacionalismo
proletario alcanzado en territorio soviético y adoptado por las
distintas nacionalidades e idiomas existentes, para subordinarlo a la razón de
Estado y al exclusivo interés nacional pequeñoburgués de Rusia,
con su doctrina del “socialismo en un solo país”, que ni siquiera
resolvió el problema nacional sino que multiplicó una serie infinita de
discordias y odios nacionales entre sus pueblos y culturas, a los que se les
negó la autodeterminación nacional y se les impuso el idioma ruso por la
fuerza. Y donde la pequeña propiedad privada capitalista en la sociedad civil a
instancias de la competencia, acabó haciendo de ese gran país socialista lo que
ha llegado a ser hoy, junto a las demás potencias imperialistas que se disputan
el poder en el Mundo.
Así las cosas, tildar de “soñadores
imbéciles” a insuperables científicos sociales como Marx y a estrategas
políticos de la enorme talla de Lenin, en fin Ud. sabrá lo que pretende con
semejante modo de interpretar la historia, despreciando lo que es necesario
hacer por el progreso de la humanidad en cada momento, señor Alberola.
Un saludo: GPM.