El
pasado 21 de junio a las 15:29 hs. el señor Siestoes escribió:
Buenas, camaradas
Lo primero de todo, felicitaros por vuestro trabajo, se
aprende muchísimo con vuestros artículos. El motivo por el que os escribo es
acerca de la Renta Básica Universal. En los últimos años hasta los capitalistas
más descarados no han podido negar que las contradicciones internas del
capitalismo desembocarán en un futuro no muy lejano en cada vez mayor
automatización de la producción con el desempleo (y pérdida de valor de las
mercancías) que ello generaría.
Ante este dilema, muchos teóricos burgueses están abogando
ya, entre otras cosas, por la Renta Básica Universal como solución a largo
plazo. Entiendo que la RUB es sólo otra de las utopías capitalistas que intentan
anteponer al lógico socialismo-comunismo, pero si me gustaría que, si os
interesa y os parece de utilidad, dierais vuestra opinión en concreto sobre
este tema y lo refutarais.
Un saludo y gracias por adelantado!
Sin
ganancias que superen con creces el costo en salarios para producirlas, el
capitalismo deja de funcionar
Señor
Siestoes:
Sí. Como hemos dejado dicho en nuestra
última publicación, la propiedad
privada sobre los medios de producción y la consecuente competencia entre sus propietarios,
son los dos principios activos
del capitalismo que han venido impulsado la productividad en la producción de
riqueza para fines de acumular capital. Principio activo es todo aquello que
mueve a la realización de un fin, y la finalidad del movimiento social que hace
al capitalismo, es la acumulación de ganancia económica explotando trabajo
ajeno. Pero contradictoriamente, ese movimiento sustituye trabajo asalariado —única fuerza creadora de valor económico en forma de
ganancia—, por medios técnicos cada vez más eficaces que,
contablemente, se limitan a trasladar
su costo de mercado al producto,
en forma de amortización por desgaste. O sea, que no generan ganancia
ninguna. Así las cosas, la tendencia objetiva
del movimiento que genera la combinación entre la propiedad privada y la
competencia intercapitalista, ambos principios activos van en dirección inevitable
hacia el automatismo como sustituto de trabajo humano por máquinas en las
distintas ramas de la producción; un hecho que ha venido aproximando el
capitalismo hacia el fin de su existencia. Y el caso es que hoy día, esa
tendencia es ya casi una realidad actual que no permanece a la espera de un
futuro próximo, señor Siestoes. Porque la creciente automatización de la producción,
determina que la ganancia creciente capitalista remita con tendencia inevitable
a desaparecer. Y es que la pérdida de puestos de trabajo no solo reduce la
ganancia, sino que siembra la exclusión social profunda
entre los sectores mayoritarios de la sociedad explotados, cada vez más más numerosos
y desfavorecidos, un fenómeno que así, de haber sido una excepción durante las precedentes
recesiones económicas periódicas, ha pasado cada vez más a ser la norma. Pero los
intelectuales pequeñoburgueses —férreamente aquerenciados en el sistema
capitalista entendido por ellos como el non plus ultra eterno de la convivencia
humana—, se inventaron eso de la Renta Básica Universal a la que definieron
como “el derecho de todo ciudadano y
residente acreditado, a percibir una cantidad periódica que cubra, al menos,
sus necesidades vitales sin que por ello deba contraprestación alguna”4 5.
Sin pararse a pensar que la producción acumulativa de ganancia, es
históricamente incompatible con el principio activo de la competencia entre
propietarios de los medios de producción.
Bajo tales condiciones económicas
terminales deletéreas
del capitalismo, descritas aquí, cabe preguntarse ¿de dónde los distintos
Estados nacionales podrán obtener los medios, para financiar la tan cacareada
Renta Básica Universal, si no es engrosando sine die la deuda pública por falta
de recursos materiales genuinos que respalden la emisión monetaria? Y ya
sabemos lo que sucede cuando la economía capitalista se prolonga a caballo de
semejante alternativa. Cuando Lehman Brothers estalló en 2008 anunciando la
última recesión económica todavía no superada, la deuda financiera de los
principales Estados nacionales de Occidente había crecido hasta alcanzar los 59
billones de dólares. Cuatro años después alcanzó los 67 billones y en 2014 llegó a los 65.
Todo parece indicar que vamos hacia otra debacle financiera como parte
constitutiva del inevitable proceso hacia un cambio revolucionario del sistema, que acabará para siempre
con la explotación del trabajo asalariado. En medio de semejante situación, la
pequeñoburguesía intelectual que, a cambio de promocionar la presunta eternidad
del capitalismo ha venido sobreviviendo cómodamente a expensas de las dádivas
del sistema en condiciones favorables, ahora no sabe cómo explicar que las noxas
sociales de la presente recesión económica se
prolonguen. Un significativo ejemplo de esta desorientación, es el trabajo
titulado “Crisis y fractura en Europa”, que
un conjunto de profesionales en la materia han elaborado para la Obra Social de La Caisha,
publicado en 2012 y que nosotros a continuación reproducimos aquí:
<<INTRODUCCIÓN.
La
intensa crisis económica de alcance internacional, originada en el ámbito de
las finanzas está teniendo un gran impacto en las economías nacionales. Entre
las consecuencias más directas debemos citar el descenso de la actividad
económica, el declive de las inversiones y el consumo, además de una fuerte
caída del empleo en la mayoría de los países. Nos enfrentamos a una crisis de
carácter global porque está afectando, de un modo u otro, a todos los países, pero
también porque incide en muchas esferas de la vida, no solo la financiera y
económica, sino en el espacio social y en el mundo de las ideas y los valores.
Este carácter global y su prolongada duración suponen una evidente amenaza para
la cohesión social.
Dada
la magnitud de esta crisis, la multiplicidad de análisis y debates han
trascendido la esfera política y académica extendiéndose a la opinión pública a
través de los medios de comunicación. Ello permite el seguimiento de la crisis
a una ciudadanía atenta a la evolución del Producto Interior Bruto (PIB), los
niveles de déficit y gasto, la prima de riesgo y las evaluaciones que las
agencias de rating realizan sobre entidades financieras, empresas o estados. De
este modo, despertamos cada mañana con información cambiante sobre el estado de
las bolsas, la situación de las economías más frágiles o los nuevos paquetes de
reforma emprendidos por los gobiernos. Paradójicamente, esta proliferación de
información económica convive con una escasa presencia de información y
discusión política sobre las consecuencias sociales de la crisis.
La
destrucción de empleo ha traído consigo la preocupación por el grandísimo
incremento de las cifras de personas desempleadas en algunos países que, debido
a su magnitud, son en sí mismas una muestra inapelable crisis y fractura social
en Europa de la gravedad de los efectos sociales de la crisis. Sin embargo, la
tasa de desempleo resulta insuficiente para mostrar los efectos de la falta de
ingresos por trabajo en las condiciones de vida de las personas y sus hogares.
El desempleo, al igual que el empleo, se distribuye de manera desigual entre la
población, por lo que existen determinados grupos sociales con una mayor
probabilidad de verse afectados en función del sector económico en el que
trabajaban, el carácter de la contratación o el grado de cualificación. Del
mismo modo que los efectos de esta crisis están siendo más intensos en algunos
grupos poblacionales determinados por el sexo, la edad o la pertenencia a minoría
étnica. También sabemos que el desempleo no tiene una relación directa con la
pobreza y la exclusión social. La respuesta de los sistemas de protección
social a través de las prestaciones de desempleo y las pensiones, por un lado,
y la protección familiar, por otro, están amortiguando los efectos de la
destrucción de empleo en Europa. Sin embargo, hay personas que quedan al margen
de esta protección o la han agotado debido a su prolongada situación en
desempleo. Por este motivo, dentro del desempleo existen casos, cada vez más
numerosos, en los que la falta de ingresos por trabajo y la ausencia de otros
mecanismos de protección provocan situaciones de pobreza y privación económica
que, a su vez, se traducen en falta de acceso a bienes básicos, dificultades en
el mantenimiento de la vivienda y otro tipo de problemas.
No
es la primera vez que las ciencias sociales se enfrentan al estudio del impacto
social de las crisis económicas. El crac del 29 o las reconversiones industriales
originadas por la crisis del petróleo en los setenta provocaron un aumento de
la pobreza y amenazaron seriamente la cohesión social. Por ello sabemos que,
incluso una vez superadas las etapas de recesión económica, los efectos
perduran y que determinados fenómenos alcanzan carácter estructural: personas
expulsadas para siempre del mercado laboral, generaciones de jóvenes perdidas,
proliferación de conductas anómicas –consumo de drogas, alcoholismo, etc.–,
deterioro de la salud mental o fractura de las relaciones familiares.
Es
cierto que la sensibilidad social hacia las graves consecuencias de la crisis
actual ha provocado una explosión de reacciones críticas y de protesta a lo
largo y ancho del territorio físico y virtual, que alertan tanto sobre los
efectos de la misma como sobre las medidas de ajuste. Entre estas reacciones,
las entidades de acción social fueron las que denunciaron con bastante
celeridad el impacto de la crisis en la demanda de atención y cobertura de
necesidades básicas ante la lentitud y limitación de los sistemas públicos de
res-puesta a las situaciones urgentes.
Sin
embargo, y a pesar de la alarma social, los instrumentos disponibles en cada
país para el seguimiento del impacto social de la crisis son escasos. Están
mejor desarrollados los indicadores relacionados con el empleo y los salarios,
y los que recogen razonablemente la respuesta de los sistemas de protección
social –pensiones y prestaciones sociales–. Por el contrario, los indicadores
que señalan los efectos sociales de la crisis tienen poca capacidad
comparativa. Tan solo la Labour Force Survey (EU-LFS) nos proporciona un
indicador coyuntural muy aproximativo de los hogares que carecen de ingresos
–en los que no hay personas ocupadas ni tienen pensiones o protección por
desempleo–. La Encuesta Europea de condiciones de Vida, con la que se puede
hacer un acercamiento a la medición de la pobreza y las privaciones, tiene una
periodicidad anual y recoge los ingresos del año anterior. En consecuencia, a
pesar del esfuerzo realizado para adelantar los primeros resultados, los datos
llegan tarde para informar las decisiones políticas, sobre todo cuando los
procesos avanzan y los acontecimientos se suceden con una extraordinaria
rapidez como está ocurriendo en esta crisis. En los informes de la comisión
Europea y del comité de Protección Social se ha reconocido que los indicadores
«no son suficientemente reactivos en un contexto de cambio rápido» (comisión
Europea, 2009). Su propio informe, que trata de analizar el impacto social, es
un buen ejemplo del desequilibrio en cuanto al conocimiento disponible en estos
ámbitos: en realidad de lo que habla más es del impacto en el empleo y de las
consecuencias para los distintos sistemas de protección social. Los cambios en
las condiciones de vida de la población están prácticamente ausentes y la
evolución de los fenómenos de pobreza y de exclusión social se mantienen en
parte desconocidos.
El
presente trabajo de investigación analiza el impacto social de la crisis
partiendo de una perspectiva multidimensional que tenga en cuenta los
diferentes procesos de exclusión social que se producen en el ámbito
estructural, institucional e individual-familiar en varios países europeos. De
hecho, este estudio parte de la hipótesis de que las características difieren ciadas de los mercados laborales, las
políticas sociales y el tejido social dan lugar a procesos de exclusión
diferentes en cada país.
En
el campo de las ciencias sociales y especialmente en el estudio de las
políticas sociales, es frecuente recurrir a la comparación internacional para
entender la complejidad de los diversos modelos. Factores económicos, sociales,
culturales e ideológicos resultan claves para explicar el desarrollo de los
distintos modelos de bienestar en Europa. Por este motivo, dentro de la
política social se ha dedicado un importante esfuerzo al establecimiento de
clasificaciones que, aunque simplifiquen la realidad, resultan de utilidad para
el análisis comparado. Entre ellas, una de las más compartidas ha sido la de
Gøsta Esping-Andersen, quien diferencia tres regímenes de bienestar en Europa
(1993): socialdemócrata, liberal y conservador o corporativista, en función de
diversos factores, además de los ideológicos, tales como la capacidad de
protección de las distintas prestaciones públicas o el papel que asumen los
estados en las funciones de cuidado y atención familiar.
a) Régimen de bienestar socialdemócrata.
Este modelo hace referencia a los sistemas de protección instaurados en
Dinamarca, Suecia o Finlandia. En estos países la tradición de gobiernos
socialdemócratas desde los años cuarenta y cincuenta favoreció la implantación
de sistemas caracterizados por el universalismo de la protección que han ido
manteniéndose gracias a una sólida legitimidad social.
b) Régimen de bienestar liberal. Este
modelo explica la realidad de los países anglosajones como EE. UU., Australia y
el Reino Unido. En estos países, de tradición liberal, el grado de protección
asumido desde el sector público es menor ya que se potenció que los ciudadanos
la consiguieran a través de la familia o el mercado. A diferencia de EE. UU.,
en el Reino Unido se desarrolló un sistema unificado de seguros, un sistema de
salud público y un nivel asistencial que garantiza unos ingresos a aquellas
personas que han demostrado su situación de necesidad y no pueden proveerse la
protección en el mercado.
c) Régimen de bienestar conservador o
corporativista. Este modelo define los sistemas de protección forjados en
países del centro y sur de Europa tales como Francia, Países Bajos, Alemania,
Italia o España. En ellos se fueron implantando sistemas de protección social
basados en la contribución previa de los trabajadores. En este modelo, los
derechos sociales
se vinculan a la posición respecto del
mercado de trabajo a lo largo del ciclo vital, por ello la cuantía y la
duración de las prestaciones se establecen en función de las aportaciones de
cada trabajador. Las especificidades de los sistemas de protección de los
países del sur de Europa, como Italia, España o Grecia, han llevado a varios
autores a hablar de un modelo de bienestar mediterráneo o católico diferente
del corporativista, con un alto componente familista (Ferrera, 1996; Sarasa y
Moreno, 1995). En estos países, la protección contributiva aparece más
fragmentada en diversos niveles y con complementos asistenciales.
Esta
clasificación sigue contando con un elevado respaldo en el campo de los
análisis comparados en política social y, por su utilidad y vigencia, se ha
utilizado como referencia en este trabajo, con la finalidad de analizar el
impacto de la actual crisis de manera comparada en cada modelo de bienestar se
han seleccionado cuatro países: Reino Unido, Francia, Dinamarca y España, que
representan cada uno de los modelos de Estado de bienestar de la clasificación
de Gosta Esping-Andersen. Dinamarca encarna el modelo socialdemócrata; Reino
Unido como prototipo de país liberal; Francia, el régimen corporativista-conservador;
y España, aparte del interés en analizar nuestra realidad, como representante
de un país mediterráneo. Estos países muestran una clara diversidad respecto al
impacto de la crisis, así como en la orientación introducida en la reforma de
las políticas sociales.
Esta
comparación entre modelos se ha aplicado en cada uno de los análisis que se
realizan en este trabajo con el objetivo de ubicar la realidad del caso español
en el mapa de la diversidad de modelos sociales europeos. Para ello se ha
contado con las fuentes de datos europeas (Eurostat) y con el análisis directo
de fuentes de datos nacionales realizados e interpretados por tres
investigadoras pertenecientes a universidades y centros de investigación de
Dinamarca, Francia y el Reino Unido.
El
trabajo se estructura en cinco capítulos que tratan de abordar algunas de las
líneas de estudio consideradas relevantes. En el primer capítulo se realiza una
revisión de los distintos estudios surgidos en fechas recientes acerca del
impacto social de la crisis con el propósito de establecer el marco analítico
del presente estudio comparado. El segundo capítulo analiza el comportamiento
de los mercados laborales en el período de crisis y los fenómenos de desempleo
y precarización del empleo identificando los colectivos más afectados por
dichos procesos. El tercer capítulo se centra en la evolución de las
desigualdades sociales, especialmente en el seguimiento de la pobreza y de la
pobreza extrema en cada territorio. El cuarto capítulo se dedica al estudio de
la exclusión social, mediante un planteamiento multidimensional que permite
identificar distintos procesos de pérdida de integración social en las
condiciones de vida de los hogares más afectados por la crisis. Paralelamente,
se lleva a cabo un análisis de las estrategias que, en este contexto de
dificultad, estos hogares desarrollan día a día; consisten en combinaciones de
acceso a recursos públicos, apoyos familiares e incremento de actividades laborales.
La ausencia de estrategias conlleva la desprotección y el empeoramiento de las
condiciones de vida. Por último, el quinto capítulo explora la evolución de las
políticas de bienestar en el actual contexto de crisis en los cuatro escenarios
analizados.
I EL IMPACTO SOCIAL DE LA CRISIS:
¿QUÉ SABEMOS?
Comenzamos
este trabajo realizando una revisión de los diferentes informes, estudios o
evaluaciones surgidos sobre el impacto social de la crisis en Europa. Dada la
proliferación de trabajos publicados en lo que llevamos de crisis, el objeto de
esta revisión no ambiciona, ni mucho menos, compilar ni abarcar su totalidad,
sino que la aspiración es configurar un mapa de la diversidad de ámbitos que
están siendo objeto de preocupación en relación con el impacto social de la
crisis. La idea es conformar un marco analítico en el que ubicar los distintos
estudios comparados sobre los efectos sociales de la crisis que forman parte de
esta publicación. La revisión de los estudios se ha estructurado en torno a
algunos grandes ámbitos de interés social: empleo y mercado laboral,
condiciones de vida, vivienda, relaciones sociales, educación, salud y
políticas sociales.
I.1.
SOBRE EL IMPACTO DE LA CRISIS EN LOS MERCADOS LABORALES.
Fenómenos
como la flexibilización, la deslocalización, el deterioro de las rentas del
trabajo, el retroceso en la evolución de los salarios reales y, en general, el
aumento de la desigualdad que todo ello causa anteceden a la crisis; sin
embargo, esta supone hoy una clara amenaza para los avances laborales logrados
(Vaughan-Whitehead, 2011).
En
los inicios de la crisis, una de cada tres personas paradas en Europa era
desempleada de larga duración pues hacía más de un año que se encontraba en esa
situación. Gran parte de los despidos iniciales correspondieron al personal
poco cualificado de las empresas manufactureras (ibídem). Al mismo tiempo, la
extensión de bajas remuneraciones, rebajas de los salarios asociadas a recortes
en la jornada de trabajo o reorganizaciones internas como alternativa a los
despidos o a la congelación del salario insertan a un número cada vez mayor de
personas en el espacio de la pobreza y la exclusión social.
La
destrucción de empleo ha traído consigo la preocupación por el grandísimo
incremento de las cifras de personas desempleadas en algunos países que, debido
a su magnitud, son en sí mismas una muestra inapelable de la gravedad de los
efectos sociales de la crisis. Sin embargo, la tasa de desempleo resulta
insuficiente para mostrar los efectos de la falta de ingresos por trabajo en
las condiciones de vida de las personas y sus hogares. El desempleo, al igual
que el empleo, se distribuye de manera desigual entre la población, por lo que
existen determinados grupos sociales con una mayor probabilidad de verse
afectados en función del sector económico en el que trabajaban, el carácter de
la contratación o el grado de cualificación. Del mismo modo que los efectos de
esta crisis están siendo más intensos en algunos grupos poblacionales
determinados por el sexo, la edad o la pertenencia a minoría étnica. También
sabemos que el desempleo no tiene una relación directa con la pobreza y la exclusión social.
La respuesta de los sistemas de protección social a través de las prestaciones
de desempleo y las pensiones, por un lado, y la protección familiar, por otro,
están amortiguando los efectos de la destrucción de empleo en Europa. Sin
embargo, hay personas que quedan al margen de esta protección o la han agotado
debido a su prolongada situación en desempleo. Por este motivo, dentro del
desempleo existen casos, cada vez más numerosos, en los que la falta de
ingresos por trabajo y la ausencia de otros mecanismos de protección provocan
situaciones de pobreza y privación económica que, a su vez, se traducen en
falta de acceso a bienes básicos, dificultades en el mantenimiento de la
vivienda y otro tipo de problemas.
No es la
primera vez que las ciencias sociales se enfrentan al estudio del impacto
social de las crisis económicas. El crac del 29 o las reconversiones
industriales originadas por la crisis del petróleo en los setenta provocaron un
aumento de la pobreza y amenazaron seriamente la cohesión social. Por ello
sabemos que, incluso una vez superadas las etapas de recesión económica, los
efectos perduran y determinados fenómenos alcanzan carácter estructural:
personas expulsadas para siempre del mercado laboral, generaciones de jóvenes
perdidas, proliferación de conductas anómicas –consumo de drogas, alcoholismo,
etc.–, deterioro de la salud mental o fractura de las relaciones familiares.
Es cierto
que la sensibilidad social hacia las graves consecuencias de la crisis actual
ha provocado una explosión de reacciones críticas y de protesta a lo largo y
ancho del territorio físico y virtual, que alertan tanto sobre los efectos de
la misma como sobre las medidas de ajuste. Entre estas reacciones, las
entidades de acción social fueron las que denunciaron con bastante celeridad el
impacto de la crisis en la demanda de atención y cobertura de necesidades
básicas ante la lentitud y limitación de los sistemas públicos de respuesta a
las situaciones urgentes.
Sin
embargo, y a pesar de la alarma social, los instrumentos disponibles en cada
país para el seguimiento del impacto social de la crisis son escasos. Están
mejor desarrollados los indicadores relacionados con el empleo y los salarios,
y los que recogen razonablemente la respuesta de los sistemas de protección
social –pensiones y prestaciones sociales–. Por el contrario, los indicadores
que señalan los efectos sociales de la crisis tienen poca capacidad
comparativa. Tan solo la Labour Force Survey (EU-LFS) nos proporciona un
indicador coyuntural muy aproximativo de los hogares que carecen de ingresos
–en los que no hay personas ocupadas ni tienen pensiones o protección por
desempleo–. La Encuesta Europea de Condiciones de Vida, con la que se puede
hacer un acercamiento a la medición de la pobreza y las privaciones, tiene una
periodicidad anual y recoge los ingresos del año anterior. En consecuencia, a
pesar del esfuerzo realizado para adelantar los primeros resultados, los datos
llegan tarde para informar las decisiones políticas, sobre todo cuando los
procesos avanzan y los acontecimientos se suceden con una extraordinaria
rapidez como está ocurriendo en esta crisis. En los informes de la Comisión
Europea y del Comité de Protección Social se ha reconocido que los indicadores
«no son suficientemente reactivos en un contexto de cambio rápido» (Comisión
Europea, 2009). Su propio informe, que trata de analizar el impacto social, es
un buen ejemplo del desequilibrio en cuanto al conocimiento disponible en estos
ámbitos: en realidad de lo que habla más es del impacto en el empleo y de las
consecuencias para los distintos sistemas de protección social. Los cambios en
las condiciones de vida de la población están prácticamente ausentes y la
evolución de los fenómenos de pobreza y de exclusión social se mantienen en
parte desconocidos. (….)
Los
ajustes de Francia y España han incrementado la segmenta ción del mercado
laboral (Dolado y Felgueroso, 2011) al utilizarse los contratos temporales como
amortiguación del empleo, representando en el caso español hasta el 90% de los
puestos de trabajo eliminados (Vaughan-Whitehead, 2011). La flexibilidad
interna del modelo alemán, sostenida sobre la reducción de las jornadas
laborales y la contención salarial (Herzog-Stein et al 2010), ha permitido
inicialmente mantener el empleo, las expectativas laborales, el trabajo
cualificado y ahorrar los costes del desempleo (Fröhlich, 2010). Sin embargo,
ese denominado milagro alemán, apoyado en la financiación pública y el diálogo
social (Vaughan-Whitehead, 2011), esconde jornadas parciales, temporales y unos
salarios ínfimos (Knuth, 2012; Lehndorff, 2012).
En
Dinamarca se reflexiona sobre el modelo de flexiguridad y su pertinencia en la
regulación del empleo y el mercado laboral en momentos de crisis (Tangian,
2010; Jørgensen, 2011). Suecia ha desarrollado medidas encaminadas al
mantenimiento del empleo juvenil y programas de formación que eviten un aumento
del desempleo a largo plazo. En Italia, el sistema Cassa Integrazione (prestación
económica a personas empleadas en empresas con dificultades) ha contribuido a
mitigar el efecto de la crisis en el desempleo.
La
afección sobre el cuerpo social también es dispar. Si se atiende al género, la
incidencia ha sido desigual. El mercado de trabajo concentró un mayor impacto
en los sectores tradicionalmente masculinos como, por ejemplo, la construcción.
En el resto de los sectores afectados, las mujeres fueron las primeras en ser
despedidas o en experimentar mayores recortes salariales (Vaughan-Whitehead,
2011). Este prematuro impacto ha contribuido a que la proporción de mujeres
desempleadas de larga duración sea extremadamente alta (Maier, 2011). Los
citados recortes salariales y su tradicional inserción en empleos de bajos
salarios (Grimshaw y Rafferty, 2011) impiden eliminar la brecha salarial
existente y ralentizan la eliminación de desigualdades en el mercado laboral
(Sallé y Molpeceres, 2010).
En cuanto
a la edad, la mayoría de los países europeos presentan tasas duplicadas de desempleo
juvenil con respecto al resto de la población activa. Los incrementos más
pronunciados se producen en Estonia, Lituania y Letonia, así como en Irlanda,
Grecia y España (García, 2011; Bell y Blanchflower, 2011). En el caso de
España, la tasa de paro entre las personas menores de 25 años alcanza ya el 52%
(Encuesta de Población Activa, 2012).
Con
respecto a los colectivos minoritarios (inmigrantes, otros grupos étnicos,
etc.), han reproducido el desempleo hipercíclico: las tasas de desempleo crecen
vertiginosamente en épocas de recesión y descienden también de manera rápida en
recuperación (Hogarth et al. 2009). El colectivo inmigrante encarna de manera
ejemplar este proceso. La crisis supone un indiscutible impacto en los flujos
migratorios (Kahanec y Zimmermann, 2010) que tardará en concretarse debido a la
distancia entre las transformaciones económicas y su efecto en los flujos
(triandafyllidou, 2010). El descenso en las llegadas y el incremento de las
partidas es evidente en países como Irlanda, España y el Reino Unido, donde la
inmigración laboral antes de la crisis era elevada (Pajares, 2010). La
condición flexible del colectivo inmigrante en el espacio laboral –en especial
las personas en situación irregular– impulsa políticas destinadas a vetar el
acceso –explícita o implícitamente– como forma de paliar los efectos en el
desempleo. Entre estas medidas se encuentran la reducción de entradas legales
por motivos laborales, obstaculización del reagrupamiento, incremento de la
penalización por entrada ilegal o incentivación del retorno (Felgueroso y
Vázquez, 2009). Es esperable que estas políticas restrictivas se incrementen
ante la permanencia de la crisis (Zincone et al., 2012).
Por
último, es preciso señalar que las realidades descritas pueden tener un
carácter acumulativo que multiplique los efectos. Por ejemplo, una mujer
inmigrante joven podría concentrar gran parte de los impactos descritos
(Harcourt y Woestman, 2010)
I.2. SOBRE EL IMPACTO DE LA CRISIS EN LOS HOGARES
Las
transformaciones en el mercado de trabajo tienen una lógica repercusión en los
recursos económicos disponibles y el consumo de los hogares. El 40% de las
personas con trabajo, predominantemente con contrato no permanente y por cuenta
propia, señalaban sus problemas para llegar a fin de mes (Eurofound, 2012;
Anderson, 2010). Este impacto es extensible a la mayoría de los países
miembros, con las lógicas variaciones nacionales, y provoca una reducción del
consumo en ocio, vestido y calzado, teléfono e internet, gastos indispensables
como la luz o el agua y, por último, en la cesta de la compra.
Este
retraimiento del consumo se produce en todos los sectores sociales pero con
diferencias cuantitativas y cualitativas en los distintos grupos sociales
(Laparra y Pérez, 2011). Los colectivos más vulnerables –jóvenes, minorías, etc.–, que ya sufrían un significativo número de privaciones,
ahora ni siquiera pueden cubrir las necesidades más básicas (Mc Dermott y
Stephens, 2010). Por ejemplo, la especial incidencia de la crisis en el
colectivo de inmigrantes irregulares sumerge a una parte de ellos en realidades
de extrema necesidad, sobre todo en países del área mediterránea (Engbersen y
Broeders, 2011).
Pero el
efecto del desempleo o la reducción de salarios en los hogares no se corresponden
con realidades similares de crisis anteriores. La intensidad del ajuste de
gasto y el incremento en el nivel deseado del ahorro ha sido explicado por
otros factores como, por ejemplo, el flujo previsto de rentas futuras (Sastre y
Fernández-Sánchez, 2011). Este es significativamente menor que en épocas de
recesión análogas debido a la negativa concurrencia de diversas variables:
situación financiera general, percepción de pobreza, riesgo de perder el empleo
y la vivienda habitual (Gallup, 2010).
Por
último, uno de los únicos aspectos positivos del impacto de la crisis es que el
decrecimiento de la economía y la significativa reducción del consumo en los
hogares –cifrada en torno al 5%– han reducido el consumo energético y las
emisiones de Co2 de la mayoría de los países europeos (Colectivo Ioé, 2011).
I.3. SOBRE EL IMPACTO DE LA CRISIS EN EL MERCADO DE LA
VIVIENDA
Un
escenario de tipos de interés bajos llevó a muchas personas a un alto nivel de
endeudamiento. La paulatina subida de los tipos provoca que muchas de estas
personas comiencen a dejar de pagar las cuotas mensuales. Las penalizaciones
por los impagos incrementan las deudas en un escenario en el que el precio de
la vivienda sufre también una gran caída. El resultado es un empeoramiento de
las condiciones de habitabilidad, especialmente en los hogares más vulnerables,
culminando en muchas ocasiones en embargos y desahucios (Babés et al., 2011).
La
profunda crisis económica y las medidas de austeridad extienden la pobreza y la
exclusión residencial a lo largo de Europa. Países como Francia, el Reino Unido
o Irlanda incrementan las demandas de vivienda social en un contexto donde los
presupuestos nacionales dedicados a las políticas de vivienda se han reducido
nítidamente a la vez que han aumentado las dificultades para conseguir
préstamos hipotecarios (Pittini y Laino, 2011).
Ante este
conjunto de circunstancias, se articulan diversas estrategias de optimización
de los recursos residenciales desde las redes de apoyo informal. Por ejemplo,
la conformación de hogares en torno a personas con ingresos estables –personas
empleadas, pensionistas, etc.–, lo que transforma notablemente la estructura
residencial y puede ocasionar, entre otros efectos, un incremento de conflictos
en los hogares y las personas que los conforman (Laparra y Pérez, 2011).
I.4. SOBRE EL IMPACTO DE LA CRISIS EN LAS CONDUCTAS y
RELACIONES SOCIALES
La crisis
ha acentuado la dimensión conflictiva de la realidad social europea en
múltiples direcciones. Según la denominada teoría de la motivación criminal,
las transformaciones económicas traumáticas impulsarían el desarrollo de
conductas ilegales y criminales. Por ejemplo, en el caso de la violencia de
género, factores como la pobreza y el desempleo son identificados como la
tercera y la cuarta causa más común de esta violencia (Gallup, 2010).
El
potencial incremento de las tensiones se interpreta también en clave
intergeneracional. Así, algunos estudios apuntan la emergencia de una nueva
clase social, compuesta principalmente por jóvenes que no logran un trabajo
digno ni un nivel de vida razonable. En este grupo, denominado el precariado y
caracterizado por la ira, la anomia, la ansiedad y la alienación (Standing,
2011a), se da un elevado grado de precariedad laboral, resultante del
encadenamiento de trabajos temporales, que impide la construcción de
identidades laborales y dificulta el acceso a las prestaciones sociales.
En esta
línea, los acontecimientos del verano de 2011 en el Reino Unido han sido
interpretados como las protestas de un amplio sector de personas excluidas, con
importantes privaciones y atenazadas por el desempleo y los recortes (Žižek,
2011). Del mismo modo, la juventud congregada la primavera de 2011 en las
principales plazas de sus países –Tahrir, Syntagma, puerta del Sol o plaza de
Catalunya– encarnaría a las personas formadas pero vetadas para entrar en el
mercado laboral (observatorio Metropolitano, 2011). Aunque es evidente el
desencanto general, el estallido social se contiene debido a que las personas
en situación más precaria habitan todavía en el hogar familiar y están bajo su
protección (Dolado y Felgueroso, 2011). Por último, un importante número de
personas ha perdido seguridad material y estatus social e imputan su situación
al colectivo extranjero cuya otredad se ve intensificada en épocas de
dificultades económicas (Cachón, 2009). Todo ello constituye un caldo de
cultivo ideal para formaciones políticas populistas, antiinmigrantes y antieuropeas,
bajo la amenaza de la xenofobia, la discriminación y sus manifestaciones más
violentas (International Labour Organization, 2009).
Por
último, entre 2007 y 2009 se plasma una disminución de la confianza general en
los gobiernos y en la clase política, especialmente en los países más afectados
por la recesión o con mayores niveles de corrupción (Della Porta y Vannucci,
2007; Jiménez y Villoria, 2012). En consecuencia, los partidos, tanto
socialdemócratas como conservadores, se enfrentan a importantes
transformaciones políticas, junto a un aumento del peso electoral y mediático
de las posiciones más extremas. Por un lado, partidos de ultraderecha que
defienden políticas de protección económica nacional y mano dura frente a la
inmigración y el delito. Por otro, grupos de izquierda y multitud de
movimientos sociales con actitudes críticas ante la falta de medidas drásticas
de penalización al gran capital y contra los recortes sociales.
Estas
transformaciones apuntan incluso a una crisis de la representación en la que
una parte creciente de la ciudadanía no se sentiría adecuadamente representada
por las instituciones existentes ni por las fuerzas sociales que las ocupan
(observatorio Metropolitano, 2011b)
I.5. SOBRE EL IMPACTO DE LA CRISIS EN LA EDUCACIÓN
La
especial incidencia del desempleo en las personas más jóvenes y, por tanto, el
retraso en su inserción laboral sitúan el espacio educativo en un lugar central
en esta crisis.
En
ocasiones se achaca a la crisis el absentismo escolar, como si este fuera
consecuencia del caos y el estrés existentes en determinados hogares con
dificultades económicas (Federación de Entidades de Atención y de Educación a
la Infancia y la Adolescencia-FEDAIA, 2012). Sin embargo, este hecho contrasta
con las cifras de abandono escolar de los últimos años ya que desde 2000 se han
reducido en la mayoría de los países. En el año 2011 se cifraba en el 14,4% la
media de personas de la Unión Europea que abandonaban prematuramente los
estudios. No obstante, eran notables las diferencias entre países, por ejemplo,
Austria, la República Checa, Eslovaquia, Eslovenia, Finlandia, Lituania,
Luxemburgo y Polonia alcanzaban el 10%. En cambio España, Malta y Portugal
presentaban índices superiores al 30%. En el caso español, ello se explica, por
un lado, debido al fácil acceso al mercado laboral en sectores emergentes
–construcción, servicios, etc.– que supuso un reclamo para la juventud, y por
otro, un abandono prematuro entre el colectivo inmigrante (Comisión Europea,
2011).
La cada
vez mayor exigencia profesional y, por tanto, la demanda de formación alargan
la estancia en el sistema educativo, incluso en los niveles superiores donde,
al mismo tiempo, se reduce el número de becas, se limita la investigación o se
suprimen los intercambios (OECD, 2011).
I.6. SOBRE EL IMPACTO DE LA CRISIS EN LA SALUD
El
comienzo de la crisis económica es considerado como un riesgo para el espacio
sanitario en una doble dimensión: el estado de salud y la propia articulación
del sistema sanitario. Por ello, son varias las medidas propuestas en la
dirección de identificar, prevenir y actuar contra los factores de mayor riesgo
globalmente (World Health Organization, 2009).
Es muy
reveladora la incidencia de la crisis en el espacio de la salud mental. Los
momentos iniciales de la recesión mostraban un descenso de la satisfacción con
el nivel de vida que se traducía en un incremento de los cuadros de ansiedad,
depresión o estrés (Anderson et al. , 2010). En esta
línea, se estudia incluso la relación entre recursos y salud mental: el riesgo
de sufrir una enfermedad mental se incrementa con el aumento de las deudas
(Stuckler et al., 2011). Estas realidades de dificultad se han vinculado
también frecuentemente a las tasas de muerte por suicidio o los consumos de
sustancias estupefacientes (World Health Organization, 2011).
En
relación con la primera realidad, y pese a las dificultades para su
identificación, se constata un aumento de los suicidios en el período de
crisis, especialmente en países con grandes dificultades económicas. Entre 2007
y 2009 la tasa de suicidio en hombres se ha incrementado más del 24% en Grecia
y más del 16% en Irlanda. En el caso de Italia, el incremento de suicidios
motivados por dificultades económicas entre 2005 y 2010 es del 52% (Povoledo y
Carvajal, 2012). Este hecho manifiesta la extrema desesperación asociada a la
crisis.
En lo
relativo al consumo de drogas, las dificultades económicas son detonantes o
acentuadoras; sin embargo, la pérdida de ingresos también es interpretada como
reductora del gasto en drogas o impulsora de modalidades menos costosas como,
por ejemplo, cambiar el consumo de cocaína y drogas de diseño por el de hachís,
la marihuana o el alcohol. Las altas tasas de desempleo juvenil se vinculan
también al incremento de personas dedicadas a la venta de estas sustancias
(observatorio Europeo de las Drogas y las toxicomanías-OEDT, 2010).
En cuanto
al sistema sanitario, los recortes suponen importantes riesgos para la salud de
la población (Stuckler et al, 2011). Véase el caso del sistema nacional de
salud del Reino Unido (Taylor-Gooby y Stoker, 2011) o el de España, donde la
merma de la cobertura –principalmente en el caso de la población más
vulnerable– pone en riesgo su carácter universal (López-Fernández et al.,
2012).
I.7. SOBRE EL IMPACTO DE LA CRISIS EN LAS POLÍTICAS SOCIALES
El
cuestionamiento del Estado de bienestar en Europa y la situación de contención
del gasto social existían ya antes de la crisis. Sin embargo, la presión actual
por la reducción del déficit ha situado el gasto social en el punto de mira de
los gobiernos europeos intensificando y acelerando la transformación de las
políticas sociales. De este modo, las propuestas de asistencialización de la
protección social o una creciente presencia de la provisión privada de
servicios de bienestar en detrimento de los servicios públicos están
encontrando viabilidad en un contexto de escasa capacidad de contestación
social por parte de la sociedad en general y de los agentes sindicales en
particular. Este sería el caso de España, con reformas de la legislación laboral
tendentes a abaratar los costes de despido o medidas dirigidas a reducir la
protección pública en los sistemas de pensiones, sanitarios o educativos.
Ciertamente
la presente crisis destaca por su impacto en los derechos colectivos y la
amenaza que ello supone a la condición ciudadana. Si bien se continúa
insistiendo en que los derechos sociales son una exigencia del principio de
solidaridad e imprescindibles para la cohesión y la integración,
paradójicamente se acepta que no es posible reforzarlos si antes no se han
restringido, condición sine qua non para apaciguar los poderes del mercado que
operan al margen de todo control y límite jurídico (Pisarello, 2011).
Son
escasos los estudios sobre el impacto de los recortes de las políticas sociales
ya que la mayor parte de las políticas de ajuste implantadas no van acompañadas
de evaluaciones previas ni posteriores. Sin embargo, tanto en el ámbito
nacional como en el internacional, los expertos ya alertan sobre los riesgos
sociales de estas políticas de ajuste entre los que se encuentran el
empobrecimiento y la caída en la exclusión de una parte de la población
europea. Las evidencias muestran que estos efectos se concentran precisamente
en los colectivos más vulnerables. Las entidades no lucrativas de acción social
advierten que una de las consecuencias directas de las políticas de ajuste es
el deterioro de los servicios de atención a las necesidades más básicas de la
población como son información, atención urgente, rentas mínimas y servicios
sociales. Este hecho incrementa el riesgo de exclusión entre la población
vulnerable (Frazer y Marlier, 2011). En Dinamarca un estudio editado por The
Economic Council of the Labour Movement (2011), evaluó el impacto social de las
medidas de ajuste tomadas en una segunda fase de la crisis, tales como la
subida de impuestos indirectos y los recortes de determinadas prestaciones de
desempleo, familiares, ayudas a procesos de fertilidad y otras. Este estudio
revelaba que, si bien el impacto social de dichas medidas afecta a amplios
grupos de población, el efecto era mucho mayor en el 10% de los hogares con
ingresos más bajos. Emmenegger, et al. (2012) señalan que, además de los
factores económicos, las políticas sociales son también responsables del riesgo
progresivo de dualización social. Las crecientes desigualdades generadas por el
mercado laboral pueden ser incrementadas o bien amortiguadas en cada contexto
nacional por las políticas sociales, que incluyen no solo las regulaciones
laborales sino también los sistemas de protección social. La intensidad de la
protección de cada modelo social en Europa es fruto de las distintas
correlaciones de fuerzas e ideologías políticas y de las organizaciones
empresariales y sindicales en cada ámbito de toma de decisiones.
Por todo
ello, y ya en un plano propositivo, los investigadores del ámbito de la
inclusión social que conforman la Red Europea de Expertos Independientes, en su
informe: Impacto social de la crisis y desarrollos a la luz de medidas de
consolidación fiscal”, publicado en 2011, recomiendan intensificar el
seguimiento de fenómenos como la pobreza y la exclusión. Igualmente estiman
urgente evaluar los riesgos y efectos de las medidas de austeridad implantadas.
El objetivo es evitar que estas afecten a la provisión de los servicios que
atienden las necesidades básicas de la población y, entre ellas, priorizar la
garantía de ingresos mínimos para llevar una vida digna (Frazer y Marlier, 2011).
Morel,
Palier y Palme (2012) consideran preciso dar un paso más allá de las políticas
de respuesta urgentes y utilizar este contexto de crisis para redefinir los
principios, los objetivos y los instrumentos del Estado de bienestar y
adaptarlos al nuevo contexto socioeconómico actual. Bajo la propuesta de un
nuevo paradigma de la inversión social, estos expertos proponen políticas
orientadas al desarrollo del capital humano a través de la promoción de
servicios a las personas –educación infantil y cuidados de larga duración,
educación continua, formación y reciclaje profesional– y mediante regulaciones
laborales que contemplen fórmulas que combinen flexibilidad y seguridad y
promuevan un uso eficiente del capital humano –políticas que incentiven el
empleo de las mujeres y que activen el mercado de trabajo–. En la misma línea,
Frazer y Marlier (2011) advierten de que los estados miembros de la Unión
Europea, con sus políticas de austeridad, están haciendo caso omiso de las
recomendaciones pactadas para la Agenda Europea 2020, entre otras, invertir en
políticas de inclusión activa. Igualmente Clasen y Clegg (2011) reivindican la
necesidad de combinar políticas de protección económica con medidas de
activación para hacer frente a la perversa combinación de riesgos que forman el
desempleo y la precariedad laboral.
Todos
coinciden en que, para emprender esta línea de reformas, es precisa una
correlación de fuerzas sociales que aúne los intereses de diversos grupos
sociales y políticos de la izquierda y el centro derecha. De hecho,
Vandenbroucke, et al. (2011) plantean la necesidad de un «nuevo pacto social
europeo por la inversión social» en el que los estados miembros de la Unión
Europea se comprometan a cumplir una Agenda 2020 que apueste por una estrategia
a largo plazo de reorientación de las políticas económicas y sociales hacia el
paradigma de la inversión social.
I.8. CONCLUSIONES Y PROPUESTAS METODOLÓGICAS
I.8.1. La
heterogeneidad de los efectos de la crisis.
Tras la
revisión de estudios realizada, la primera conclusión que sacamos es la
profunda heterogeneidad de los efectos de la crisis. Los ya distantes niveles
de cohesión social en Europa se han acentuado. La larga lista de análisis
comparados evidencia que estamos lejos de alcanzar un único modelo social
europeo. Como hemos mencionado la relación entre la situación económica y la
evolución de los mercados no es ni directa ni unívoca. El resultado de las
reformas económicas en los mercados laborales europeos depende de factores como
la estructura productiva, los niveles de productividad, la distribución del
tiempo de trabajo o la vinculación entre flexibilidad y seguridad en las
relaciones laborales. Esta última cuestión ya motivó múltiples análisis de
comparación entre los distintos mercados europeos. Desde la flexibilidad más
extendida del mercado laboral británico a la fórmula de flexiguridad pactada en
países del norte de Europa o los mercados que han mantenido mayores cotas de
seguridad en detrimento de la flexibilidad como el francés o el alemán. El caso
español es atípico en el contexto europeo, porque en él convive un nivel
elevado de seguridad para una parte de los trabajadores más antiguos con una
fuerte flexibilidad concentrada en los trabajadores recién llegados, sobre
todo, jóvenes, mujeres y personas extranjeras.
No es
casualidad que el modelo económico español, basado en sectores de baja
cualificación y menor productividad y con cotas de temporalidad elevadas, haya
sido uno de los que más empleo ha destruido durante la crisis. En el resto, el
descenso de la actividad económica no ha influido tan directamente en la
destrucción de empleo. Por ejemplo, en el modelo danés, se ha tendido a
intensificar las estrategias laborales previas a la crisis como, por ejemplo,
incrementar la flexibilidad reforzando las apuestas por la innovación y el
sector de las comunicaciones. En Francia, se ha optado por mantener la misma
protección en las relaciones laborales a pesar de la crisis.
Igualmente,
la crisis evidencia que los sistemas económicos caracterizados por la presencia
de burbujas inmobiliarias, el caso de Estados Unidos, Irlanda o España, han
sufrido un mayor impacto tanto en el plano económico y laboral, debido al
descenso de la actividad económica ligada a la construcción, como en el social,
debido al efecto de la pérdida de empleo en hogares con elevadas cotas de
endeudamiento.
Existe una
larga tradición de estudio comparado de las políticas sociales en Europa que
tiene como resultado la clasificación de regímenes de bienestar diferenciados.
Estas clasificaciones tienen en cuenta el peso que asume el Estado en la
protección de necesidades frente a la provisión familiar o mercantil y los
resultados de los distintos regímenes en cuanto a la igualdad social y el
bienestar de la población. Es decir, existía en Europa antes del Impacto social
de la crisis una gran distancia entre modelos de protección que daban lugar a
sociedades más o menos igualitarias y cohesionadas.
De este
modo, una de las líneas de estudio pertinentes en este contexto consistiría en
evaluar el grado de resistencia de cada modelo de protección social ante el
impacto económico y social de la crisis, intuyendo que a mayor capacidad de
desmercantilización del Estado, menor impacto del desempleo en el bienestar
social de la ciudadanía (Esping-Andersen, 1993). Específicamente se ha
evidenciado una relación directa entre el alcance de la protección de desempleo
y la garantía de ingresos mínimos, y la reducción de los niveles de desigualdad
y de la pobreza.
Parece que
las políticas de austeridad son una respuesta común e inevitable de los
gobiernos europeos a la crisis. Frente a esta pretendida inevitabilidad
encontramos políticas de ajuste de gran diversidad y alcance; sin embargo, es
preciso tener en cuenta que tanto los recortes como la congelación del gasto
parten de realidades de protección muy distintas y, por tanto, producen efectos
desiguales en la ciudadanía. En este caso también cabe prever que en modelos
como el liberal o el mediterráneo, con sistemas de protección pública más
débiles y en los que las personas y familias asumen la responsabilidad en la
protección del desempleo o la pobreza, la reducción del gasto social se sienta
con mayor intensidad.
Falta mencionar como otro factor diferenciador el
tratamiento del fenómeno de la inmigración en los distintos escenarios
europeos. El control de los flujos de entrada, los procesos de regularización y
el acceso de la población inmigrante al mercado laboral y los sistemas de protección
han dado lugar a niveles muy diferentes de integración social. Esta sería una
cuestión que debería evaluarse: en qué medida cada modelo de integración de la
población inmigrante está influyendo en el grado de vulnerabilidad de dicha
población frente a la crisis en función de su fragilidad laboral o situación de
regularidad.
A modo de
conclusión metodológica, pensamos que para conocer la dimensión del impacto
diferenciado en cada entorno es preciso atender a la diversidad de procesos de
integración que se producen en cada escenario, entendiendo que los procesos de
integración social y, en definitiva, el nivel de cohesión social de un
territorio, se articula a través de la relación de sus miembros con el mercado
laboral, la protección de los sistemas públicos y los propios lazos familiares
y sociales que protegen a los individuos entre sí.
I.8.2. SIDERENTES NIVELES DE ANÁLISIS EN LOS PROCESOS
DE EXCLUSIÓN
Del
apartado anterior se deriva la necesidad de que el esfuerzo futuro destinado a
profundizar en el análisis del impacto social de la crisis tenga en cuenta la
existencia de procesos de exclusión al menos en tres ámbitos: estructural,
institucional e individual-relacional. La siguiente tabla (1.1), inspirada en
otros trabajos previos (Laparra y Pérez, 2008) sobre los procesos de exclusión
social, puede servir de esquema analítico del impacto social de la crisis en
distintos países
En el
ámbito estructural, quizá el más visible y analizado por el momento, hay
evidencias de que la crisis está reforzando un aumento de las desigualdades
debido a la destrucción de empleo, por un lado, y a la precarización de parte
del mercado laboral, por otro. Tanto la falta de ingresos por empleo como el
estancamiento o la disminución de los salarios de una parte de los trabajadores
dan lugar a procesos de pérdida de nivel adquisitivo más o menos extendidos en
cada territorio y al empobrecimiento de determinados grupos poblacionales. Es
decir, que el resultado de estos procesos es el aumento de las desigualdades y
de la pobreza. Indicadores como las tasas de desempleo y de pobreza relativa
–moderada y severa–, hogares sin ingresos y el índice de desigualdad (Gini) o
la medición de diferentes tipos de privación, aunque constituyen indicadores
algo lentos para captar la sensibilidad de los rápidos procesos de cambio
político y económico originados por la crisis, resultan útiles para la
comparación y el seguimiento del impacto social en los próximos años.
Las tasas
de pobreza relativa en Europa, de momento, no parecen haber sufrido incrementos
notables a pesar del aumento del desempleo, seguramente por el efecto
amortiguador de la familia o la protección de las prestaciones de desempleo.
Sin embargo, sí aparecen indicios en estudios nacionales del incremento de las
tasas de pobreza severa y los niveles de privación de una parte de población.
Por tanto,
para conocer el impacto del desempleo o la pérdida de ingresos es necesario
atender también a los procesos que se desarrollan en el ámbito institucional.
Es decir, al efecto de los distintos mecanismos de protección diseñados en cada
modelo de bienestar para proteger a la población al margen del empleo y las
medidas de respuesta diseñadas para hacer frente a la crisis.
Mencionábamos
anteriormente la distinta capacidad de protección según los modelos de
bienestar y los diversos grados de eficacia de las prestaciones frente a la
pobreza. Cada país cuenta con información acerca de la cobertura de sus
prestaciones; sin embargo, es preciso avanzar en la comparabilidad y agilidad
de dichos indicadores con el fin de conocer su capacidad para ayudar a la
población vulnerable en esta crisis, así como para evidenciar el volumen y el
perfil de las personas que van agotando la protección de prestaciones, pues
tiene carácter limitado en la mayor parte de los modelos.
La
construcción de los sistemas de protección de desempleo ha sido muy heterogénea
en cada país y está más o menos sujeta al principio de cotización previa, esto
da lugar a niveles de protección muy diferenciados. En España, la protección
del desempleo en la crisis ampara razonablemente a los desempleados con
contribuciones más largas y de mayor cuantía en el mercado laboral, mientras
que la mayor parte de los trabajadores temporales y autónomos quedan al margen
de la protección de desempleo. De nuevo los jóvenes y el colectivo extranjero
ocupan este espacio de desprotección al que se suman progresivamente el resto
de los desempleados que agotan las prestaciones.
No contamos con información que nos permita evaluar
los diversos paquetes de medidas anticrisis, ni de prever su impacto, ni de
valorar su efectividad a posteriori. Obviamente, las medidas emprendidas por
los gobiernos para hacer frente a la crisis y a su situación de déficit están
claramente ideologizadas y tienen consecuencias en la población. Si van
orientadas a mejorar los ingresos del Estado a través del aumento de la
recaudación fiscal, la subida de los impuestos tendrá efectos muy
diferenciados: si atañe a los impuestos de consumo, se ha demostrado su efecto
regresivo al perjudicar más a las personas que menos ganan; si concierne a los
impuestos sobre la renta, en algunos casos, se han diseñado subidas
proporcionales para el conjunto de la población, en otros, se ha optado por
gravar más las rentas medias; existe un clamor crítico social que aboga por
gravar el capital, internacional o nacional, o las rentas más altas.
Tampoco
son inocuos los procesos de toma de decisión relacionados con la reducción del
déficit de los estados. La reducción de gasto puede o no venir de la mano del
gasto social (sanitario, educativo o de servicios sociales, prestaciones de
desempleo), que es, sin duda, una de las mayores partidas de gasto de los
estados. Si esto sucede, puede tener un gran impacto en el bienestar de la
población, todavía sin calibrar ante la falta de estudios de impacto de
determinados recortes en las áreas de salud y educación, o en la pérdida de
cohesión de las sociedades europeas. Precisamente por eso llama la atención la
adopción de medidas de austeridad de manera indiscriminada. el
Impacto social de la crisis.
Por
último, el ámbito más complejo e inaccesible, pero imprescindible en el estudio
del impacto social de la crisis, es aquel en el que confluyen el conjunto de
procesos originados en el mercado laboral o en la presencia o no de protección
pública. Es el caso de las personas y sus familias afectadas por la ausencia de
empleo y la presencia o no de apoyos institucionales. Aquí se ponen en marcha
estrategias de apoyo y supervivencia de carácter informal, como la ayuda
económica entre miembros de una familia a través de ingresos del trabajo o
pensiones si los hubiera, estrategias de ahorro y privaciones, incremento del
empleo o de actividades informales por parte de algunos miembros. Es el espacio
también en el que se detectan los efectos más graves del desempleo, en forma de
endeudamientos, impagos, afecciones físicas y mentales. Por último, es el
espacio en el que se produce el deterioro o el conflicto de las relaciones
emocionales entre las parejas y en el que la educación y el desarrollo de los
menores pueden verse afectados.
Son
escasas las fuentes que nos permiten conocer las condiciones de vida de la
población de un modo multidimensional y la comparabilidad a escala europea. Sin
embargo, este es el nivel en el que se observan verdaderamente las
consecuencias de otros procesos en el día a día de las familias y el efecto de
los mecanismos de protección tanto públicos como familiares. Es el espacio
donde se puede identificar a las personas desempleadas que más sufren por
carecer de apoyos tanto familiares como institucionales.
Este
trabajo nace de la necesidad de establecer fuentes de información que
consideren los tres tipos de procesos de exclusión. Prescindir de cualquiera de
ellos en el análisis o el diseño de medidas frente a la crisis conlleva
riesgos. Plantear la pobreza y la exclusión de algunas familias como un
problema propio de personas que adolecen de cualificación, recursos y
estrategias, sin tener en cuenta las consecuencias originadas tanto en el
sistema económico como en los límites y la orientación de nuestras políticas
sociales, nos cegaría ante la realidad y limitaría la búsqueda de soluciones.
Tratar los problemas generados en el ámbito económico tan solo con información
y recetas de carácter económico, soslayando los efectos del desempleo en las
personas y sus familias, tampoco resulta útil como medida para minimizar las
consecuencias negativas para la colectividad en el medio y largo plazo. Por
último, ignorar los efectos diferenciados de las medidas de austeridad
emprendidas sería del todo inconsciente en el actual contexto.
En
resumen, existe cierta experiencia de análisis comparado de los modelos de
protección social y sus efectos en la pobreza o las privaciones. Igualmente, se
ha desarrollado una amplia línea de trabajo en el estudio comparado de los
mercados laborales y las economías europeas y sus efectos en el desempleo. Pero
no existe una trayectoria de investigación que trate de poner en relación los
distintos ámbitos, social-relacional, laboral y político, en la configuración
de distintos modelos de integración social, y, sin embargo, sería muy útil para
valorar su eficacia en la amortiguación de los efectos de la crisis.
I.8.3. EL EFECTO INTENSIFICADOR DE LA CRISIS
La
presente crisis ha precipitado procesos que venían produciéndose en Europa
desde hace décadas tales como la destrucción de empleo, la demanda de
flexibilidad laboral traducida en la precarización de parte de la población
empleada o los serios cuestionamientos de la viabilidad del gasto social.
Hay
evidencias suficientes que muestran cómo en las etapas de mayor crecimiento se
han mantenido o incluso incrementado las desigualdades sociales. Las
desigualdades generadas por los mercados laborales, más o menos precarizados, y
los límites de las políticas sociales o las dinámicas migratorias han
contribuido al mantenimiento de fenómenos de carácter estructural como el
desempleo de larga duración y la pobreza.
El riesgo
derivado de esta confusión radica en que, en situaciones delicadas como la
actual, el miedo y la sensibilidad de la opinión pública generen un contexto
propicio para determinados cambios sociales y políticos difíciles de emprender
en momentos de estabilidad o bonanza económica. Es el caso de reformas
laborales tendentes al incremento de la flexibilidad laboral que impliquen
menores costes salariales o de despido. Asimismo, el temor al incremento del
déficit está intensificando, como hemos mencionado, los planteamientos de
inviabilidad de los modelos de bienestar actuales y, por tanto, la
inevitabilidad de los recortes sociales.
Llama la
atención que las estrategias de austeridad emprendidas por los gobiernos
nacionales no van acompañadas de estudios de impacto, ni han sido sometidas a
debates políticos o públicos en relación con las consecuencias sociales de las
mismas. Se esgrimen argumentos que ya cuentan con cierta trayectoria en la
crítica neoliberal al Estado de bienestar. Son argumentos simples y en buena
medida erróneos en relación con las políticas sociales amenazadas por los
recortes. En primer lugar, el argumento del elevado coste de las políticas
sociales se confunde intencionadamente con el de la escasa eficacia de los
sistemas públicos. Si algo ha podido evidenciarse en las políticas sociales de
los estados de bienestar europeos es, precisamente, su eficacia: el éxito de la
atención sanitaria en la calidad y esperanza de vida de la población: el efecto
de los sistemas educativos en la extensión de la igualdad de oportunidades y en
la mejora de la productividad de los recursos humanos, la incidencia de las
pensiones y prestaciones de desempleo en la redistribución de ingresos y la
disminución de la pobreza. De hecho, en esta crisis, frente a los fallos de los
mercados financieros o la debilidad de los sectores productivos, las políticas
sociales europeas han mostrado su fortaleza y eficacia amortiguando los efectos
negativos. Sería distinto sostener un profundo debate público que se ciñera
exclusivamente al coste de estos mecanismos estabilizadores e incluyera
advertencias sobre los costes implícitos del recorte, así como los riesgos de
una sociedad cada vez más desigual y, por tanto, de una pérdida de cohesión
social.
I.8.4. EL IMPACTO ES GENERALIZADO, PERO LA CRISIS SE
ENSAÑA CON ALGUNOS GRUPOS SOCIALES
La crisis
está afectando a buena parte de la sociedad europea. Los datos y los
pronunciamientos cotidianos muestran su incidencia en el consumo, el ahorro, el
ocio y las condiciones de vida de la ciudadanía europea. Sin embargo, es
notoria una mayor repercusión en determinados grupos, especialmente los más
vulnerables.
En el
mundo laboral, es destacable el impacto en las personas empleadas
temporalmente, con baja cualificación y cortos períodos de cotización,
etcétera. Sabemos de otras crisis que, incluso cuando se produce una fase de
recuperación y surgen nuevas oportunidades laborales, no serán estas personas
las beneficiadas debido a sus déficits de cualificación y a su menor capital
social.
La
identificación de las personas más vulnerables y en peores condiciones de vida
debe ayudar al establecimiento de políticas que rescaten a quienes han sido más
golpeados por los procesos de exclusión social.
II. LOS PROCESOS DE EXCLUSIÓN DEL EMPLEO
La
cuestión del impacto de la crisis en los procesos de exclusión es sin duda
compleja. Una primera reflexión nos debe llevar a poner el foco de atención en
el mercado de trabajo. El análisis de las transformaciones acaecidas en el
mundo laboral es el primer paso para entender la dinámica de la integración y
la exclusión social. El acceso al empleo o al empleo de calidad no es la única
vía para conseguir mejorar la situación de dificultad de colectivos que
experimentan situaciones de vulnerabilidad en mayor proporción que la población
general, pero es considerado como un instrumento valioso de integración.
Entendemos
que resulta de especial interés la reflexión sobre los procesos de exclusión
del empleo en perspectiva comparada. Las diferencias en los sistemas de
protección del empleo y las características propias de los mercados laborales
marcan importantes diferencias en las estrategias adoptadas en cada país para
el abordaje de la crisis así como en las consecuencias para los sectores más
desfavorecidos.
En la
primera parte presentamos los indicadores de exclusión en un sentido amplio:
definimos la exclusión del empleo como las situaciones de desempleo y de empleo
precario. Incluimos la reflexión sobre la precariedad considerándola un
impedimento, para quien la padece, en la regulación de su vida de acuerdo con
unos estándares de calidad mínimos (colectivo Ioé, 2008). Posteriormente
centramos la atención en el desempleo antes y durante la crisis. En particular
estudiamos la transición del empleo al desempleo y las características de los
que tienen menos probabilidad de percibir prestaciones de desempleo.
La fuente
principal de datos que analizamos es la Encuesta de Población Activa europea
–EU-LFS en sus siglas en inglés– que agrupa las encuestas de población activa
nacionales realizadas por cada instituto de estadística nacional. Eurostat
armoniza las clasificaciones empleadas, agrupa los valores de algunas variables
para anonimizar los datos –caso, por ejemplo, de la edad– y pone los datos a
disposición de los investigadores.
En nuestro
caso, hemos usado los datos correspondientes a España, Francia, el Reino Unido
y Dinamarca entre los años 2006 y 2010 aunque, por motivos de espacio,
presentamos principalmente resultados para los años 2006, antes de que
comenzara la crisis, y 2010, último año disponible de la EU-LFS. Debe tenerse
en cuenta que no siempre se pueden comparar las mismas variables en todos los
países o todos los años ya que, a pesar del trabajo de Eurostat, las encuestas
nacionales no son completamente equivalentes en su diseño y contenido.
II.1. Indicadores de exclusión del empleo
II.1.1.
Personas en los márgenes del empleo y en el desempleo
La crisis
está incidiendo de manera distinta, y con ritmos diversos, en los países que
analizamos. Se trata de países con estructuras productivas, mercados de trabajo
y formas diferentes de organizar la negociación colectiva entre el gobierno y
los principales agentes sociales. Además, cada gobierno ha abordado la
situación de manera distinta y, a menudo, contradictoria con la de otros países.
La
principal característica del mercado de trabajo en España en las últimas
décadas es el aumento brutal del desempleo en períodos de crisis. Es un rasgo
estructural que se repite en la actual coyuntura y que distingue a España del
resto de los países objeto de comparación. En España, de 2005 a 2011 el
desempleo ha pasado del 9,2% al 22%. En cambio, la crisis del empleo es mucho
menor en los otros países que, además, partían de cifras de desempleo mucho más
bajas. El desempleo en 2010 se situaba en algo menos de un 8% en Dinamarca y el
Reino Unido, y un 9,3% en Francia. Este último es el país que muestra una mayor
estabilidad y un menor efecto de la crisis en cuanto al aumento del desempleo
si se compara con 2006. En el Reino Unido y en Dinamarca el incremento del
desempleo ha sido moderado: entre tres y cuatro puntos porcentuales. En la
tabla 2.1., se ve perfectamente cómo la traducción de la crisis económica en
reducción del empleo y aumento del paro es muy destacable en España en relación
con el resto de los países.
La
principal característica del mercado de trabajo en España en las últimas
décadas es el aumento brutal del desempleo en períodos de crisis. Es un rasgo
estructural que se repite en la actual coyuntura y que distingue a España del resto
de los países objeto de comparación. En España, de 2005 a 2011 el desempleo ha
pasado del 9,2% al 22%. En cambio, la crisis del empleo es mucho menor en los
otros países que, además, partían de cifras de desempleo mucho más bajas. El
desempleo en 2010 se situaba en algo menos de un 8% en Dinamarca y el Reino
Unido, y un 9,3% en Francia. Este último es el país que muestra una mayor
estabilidad y un menor efecto de la crisis en cuanto al aumento del desempleo
si se compara con 2006. En el Reino Unido y en Dinamarca el incremento del
desempleo ha sido moderado: entre tres y cuatro puntos porcentuales. En la
tabla 2.1., se ve perfectamente cómo la traducción de la crisis económica en
reducción del empleo y aumento del paro es muy destacable en España en relación
con el resto de los países.
Son
diversas las razones para explicar por qué, a diferencia de España, el
desempleo ha afectado relativamente poco en estos países. En el caso del Reino
Unido, autores como Bell y Blanchflower consideran que el aumento del desempleo
es menor que el esperado, dado que el PIB y los niveles de empleo han caído
significativamente en estos años, debido a la elevada flexibilidad del mercado
de trabajo británico que, como veremos, no consiste exclusivamente en la
temporalidad (Bell y Blanchflower, 2010 y 2011).
También se ha señalado que las condiciones laborales y
medidas como la reducción temporal del impuesto sobre las ventas (IVA)
influyeron en la baja de los salarios. Por último, la importancia del desempleo
y su duración están estrechamente vinculadas al sistema de protección al
desempleo, y la protección en el Reino Unido es la más baja de los países que
se comparan. Hay que señalar, en cualquier caso, que el nuevo Gobierno
conservador eliminó en 2010 el Future Jobs Fund, un ambicioso programa recién
iniciado de protección e inserción para los jóvenes desempleados (Aricò y
Stein, 2012: 18), y también aumentó el IVA al 20% en enero de 2 011.
En el caso
francés se argumenta que una de las razones de que aumente poco el desempleo,
en términos comparativos, se debe a que una parte importante de los empleados
están razonablemente seguros en su empleo –a través del CDI o contrato de
duración indefinida– y el nivel de flexibilidad externa es bajo. En 2007, un
86% de los asalariados privados tenían este tipo de contrato (DARES, 2008). Se
ha de tener en cuenta que, de los países analizados, Francia es el que ha
experimentado un menor decrecimiento del PIB en 2009 y que en 2010 hubo un
ligero crecimiento del empleo.
Dinamarca partía
de los valores más bajos de desempleo antes de la crisis pero ha experimentado
un crecimiento importante, lo que ha puesto en entredicho el éxito en períodos
de recesión del modelo de flexiguridad del que es su máximo exponente. En este
modelo se combina un elevado nivel de flexibilidad para los empleadores con
elevados niveles de seguridad para los trabajadores. La flexibilidad se
concreta principalmente en bajos niveles de protección legal (2) con el
consenso de los sindicatos. La seguridad se traduce en altos salarios,
sindicatos fuertes y generosas prestaciones por desempleo y asistenciales.
El modelo
danés de flexiguridad supone una rotación importante entre el empleo y el
desempleo; se calcula que aproximadamente medio millón de asalariados o cerca
de una quinta parte de la fuerza de trabajo entra en el desempleo cada año. A
pesar de ello, se encontraba un nuevo empleo con facilidad debido al apoyo de
unas políticas activas de empleo mucho más desarrolladas que las de otros
países. Sin embargo, en los años de crisis se ha destruido empleo; ha decrecido
en un 5,2% en 2009 y en un 2,1% en 2010.
Con la
crisis también ha aumentado la duración del desempleo. En el año 2010, en
Dinamarca y el Reino Unido aumentó el desempleo de larga duración por primera
vez en relación con los años anteriores, mientras que en España venía
aumentando ya desde 2009, lo que representa un vuelco en la tendencia a la
reducción del desempleo de un año o más que caracterizó la primera mitad de la
década de 2000 en estos países.
De nuevo
Francia registra una tendencia diferente. Partía y se ha mantenido con las
tasas de paro de larga duración –más de un año– más altas, con valores cercanos
o por encima del 40%. En el lado contrario, Dinamarca partía y se ha mantenido
con la tasa más baja, en torno al 20%. En cambio, España y el Reino Unido han
sufrido el incremento más alto en estas tasas: 16 puntos porcentuales España
–hasta alcanzar el 35% en 2010– y 10 puntos porcentuales el Reino Unido –hasta
alcanzar el 37%–. En todos los países, salvo el Reino Unido, el desempleo de
las mujeres era superior al de los hombres antes de la crisis, pero en 2010 se
ha igualado. El caso más extremo es el de España donde el desempleo de las
mujeres prácticamente duplicaba el de los hombres en 2006. En 2010 se ha
reducido la diferencia a un punto.
En cambio,
el desempleo de larga duración es mayor entre los hombres que entre las
mujeres, salvo en España. El Reino Unido es el país donde las diferencias son
más marcadas: en 2006 había casi el doble de paro de larga duración entre los
hombres que entre las mujeres (27,4% frente a 14,7%), pero en 2010 hubo un
aumento considerable en los dos grupos y la brecha se redujo (37,4 frente a
22,3%).
La incidencia del desempleo durante la crisis es más marcada
en ciertos grupos de edad. El paro juvenil triplica el de los adultos mayores
en España y Francia, y lo cuadriplica en el Reino Unido. En Dinamarca solo lo
duplica. Es interesante observar que estas ratios se mantienen prácticamente
constantes antes y durante la crisis. En otras palabras: la crisis ha causado
el incremento del desempleo en todos los grupos de edad, pero las posiciones
relativas se mantienen inalteradas, si bien son los más jóvenes los más
perjudicados.
Tradicionalmente
el paro de larga duración se da con más frecuencia entre las personas mayores
de 50 años. Por ejemplo, en 2006 en España este tipo de paro era más de cuatro
veces superior entre estas personas que entre los menores de 25 años, y dos
veces y media más alto que entre las personas de 25 a 49 años. con la crisis las diferencias se han atenuado, pasando a ser
un 80% y un 50% más alto, respectivamente.
Francia es
el país donde más peso tiene el paro de larga duración, particularmente entre
los adultos mayores; durante los años de la crisis ha disminuido algo entre los
mayores de 25 años, pero ha aumentado entre los más jóvenes. En el otro
extremo, Dinamarca es el país donde la gran mayoría de las personas
desempleadas menores de 25 años lo son por un período menor a seis meses en
2010 el 81,9% de ellos había perdido su empleo hacía menos de seis meses. Aun
así, de 2006 a 2010 aumentó la proporción de desempleados que lo han sido
durante más de seis meses.
El
desempleo afecta más a la población extranjera en todos los países pero las
tendencias en los años que median entre 2006 y 2010 son diferentes. El cambio
más radical se registra en España donde en 2006 la diferencia entre el
desempleo de los nacionales y el de los no nacionales era la más baja de los
países analizados, mientras que en 2010 el paro de los extranjeros supera en
más de catorce puntos al de los nacionales –32,1% y 17,9% respectivamente–. En
cambio, en el Reino Unido el proceso ha sido el inverso y se ha reducido la
diferencia de 3,1 puntos porcentuales a solo 0,3.
Los
extranjeros desempleados tienen tasas más altas de desempleo de larga duración
en Dinamarca y Francia, mientras que en España y el Reino Unido estas
corresponden a los desempleados nacionales. Sin embargo, la crisis ha implicado
un aumento mayor del desempleo de larga duración entre los no nacionales en
todos los países excepto en Francia. En este país la pauta es la misma que
antes de la crisis; no obstante, en 2006 y 2010 el desempleo de larga duración
afectó más a los individuos que no tienen la nacionalidad francesa.
El
desempleo de larga duración es mayor en las personas cuyo nivel de estudios
finalizados es bajo; esta es una pauta general en los países analizados.
Además, en los años de crisis, la distancia se ha acrecentado, sobre todo en
España, donde el cambio ha sido mucho más intenso; en 2010 el paro afecta a más
de una cuarta parte de las personas con bajo nivel formativo, quince puntos por
encima del desempleo de quienes tienen un nivel alto de educación, según la
EU-LFS.
Mientras
que en Dinamarca el paro de larga duración afecta por igual a los desempleados
con nivel educativo bajo (inferior a secundaria), medio (secundaria) o alto
(estudios postsecundarios), en España, Francia y el Reino Unido el desempleo de
larga duración afecta más a los desempleados más desfavorecidos en cuanto a
capital educativo. Sin embargo, en España las diferencias entre los dos
extremos son sensiblemente menores que las que se observan en Francia y Reino
Unido: el desempleo de larga duración en 2010 era un 30% más alto entre los que
tienen un nivel de estudios bajo frente a los de nivel de estudios alto;
mientras que en Francia la diferencia es del 60% y en el Reino Unido del 70%.
Además de
las personas que cumplen las condiciones para ser consideradas desempleadas,
hay otro colectivo heterogéneo que se sitúa en la frontera del desempleo. Son
los que tienen una relación marginal con el mercado de trabajo, personas que no
han buscado trabajo activamente durante las pasadas cuatro semanas, pero lo
quieren y están disponibles para ello (OCDE, 2011). En esta situación se halla
un variado elenco de personas: todas aquellas que, por diversas circunstancias,
han perdido empleabilidad de manera severa pero quisieran estar trabajando aun
a pesar de no buscar activamente empleo. En particular, comprende a mayores
desanimados, a amas de casa que desearían trabajar de forma remunerada y
también a jóvenes que ni estudian ni trabajan pero que desearían trabajar.
En España,
según datos de Eurostat, este colectivo de jóvenes que se encuentran fuera del
sistema educativo y de la actividad es especialmente relevante: en 2011 un
23,1% de los jóvenes entre 18 y 24 años, cuando en el Reino Unido es del 18,4%,
en Francia representan un 15,9% y en Dinamarca un 8,4%. Sin embargo España se
asemeja a Dinamarca y el Reino Unido –aunque no a Francia– en que la crisis ha
agrandado este segmento de jóvenes excluidos.
En general
España ya era, en el período anterior a la crisis, según cálculos basados en la
EU-LFS, el país con el colectivo de personas marginalmente vinculadas al
mercado de trabajo más numeroso en relación con el total de las personas
inactivas, un 20% en 2010, seguido de Dinamarca y el Reino Unido con un 19,5 y
18,1% respectivamente. Francia es el país donde menos peso tiene, comprende a
un 6% de los inactivos. Respecto a 2006, este colectivo aumentó 2,5 puntos
porcentuales en España y más de cuatro puntos en Dinamarca, mientras que se
redujo un punto en el Reino Unido y se mantuvo en Francia.
II.2. El desempleo y la no ocupación en los hogares.
Las
situaciones de exclusión del empleo de las personas no pueden abordarse sin
comprender su entorno familiar. La familia, en un sentido amplio, es la red
básica de seguridad de la persona. Por ello cuando falta este apoyo, bien sea
por la ausencia –en términos físicos y emocionales– de familia, o bien por la
acumulación de problemas en la misma, se dispara la espiral de la exclusión
social en sus múltiples dimensiones. Además, como es bien sabido, las
dificultades laborales afectan a las relaciones familiares, de tal manera que
la intensidad de empleo, según la incidencia mayor o menor del desempleo, y la
inactividad en el hogar influyen directamente en su vulnerabilidad social y en
sus relaciones internas.
Para comparar la intensidad de la exclusión del empleo
en los hogares entre los países utilizaremos el indicador de las personas que
viven en hogares con una intensidad de empleo muy baja. Este indicador forma
parte del indicador agregado de pobreza y exclusión social que se ha definido
en la Estrategia Europa 2020 junto al de población por debajo del umbral de
pobreza y el de privación severa. La intensidad de trabajo en el hogar se
refiere a la relación entre el número de personas que efectivamente trabajan en
un hogar y las que están en edad de trabajar. Se calcula a partir del número de
meses que los miembros en edad de trabajar del hogar han estado trabajando el
año de referencia de los ingresos. Se considera que la intensidad es muy baja
si se está por debajo del 0,2. Este indicador recoge la dimensión del desempleo
pero también la de la inactividad, ya sea debido a estudios, a trabajo en
exclusiva en el hogar u otras razones.
Los datos
para 2010 (Eurostat, EU-LFS) muestran que es en el Reino Unido donde hay la
mayor proporción de personas que viven en hogares con muy baja intensidad de
trabajo (un 13,1%), mientras que en Dinamarca es del 10,3% y en España y
Francia del 9,8%. Sin embargo es España el país donde más ha aumentado durante
la crisis: cuatro puntos respecto al 6% de 2006. En el Reino Unido el
incremento ha sido de poco más de un punto y todavía menor en Francia y
Dinamarca.
Se ha de
tener en cuenta que en estos datos influyen factores como las tasas de
desempleo y las de actividad de los miembros del hogar, también otros como el
peso del trabajo a tiempo parcial y el tamaño y la composición de los hogares.
En España, el desempleo es mucho mayor y la tasa de actividad de las mujeres es
menor en relación con el resto de los países analizados, pero al mismo tiempo
el peso del empleo a tiempo parcial es inferior.
Si se
compara la vulnerabilidad ligada a la baja intensidad del empleo en el hogar de
colectivos específicos, entonces emerge con fuerza la imagen del Reino Unido
como el país con mayor vulnerabilidad, siendo especialmente relevante la
situación de las familias con hijos. La muy baja intensidad de empleo entre los
hogares con hijos dependientes afecta en el Reino Unido al 11,6% de las personas
que viven en este tipo de hogares, mientras que en España representa un 8,1%;
la proporción es menor en Francia y Dinamarca –6,9% y 5,1% respectivamente–.
Los
mayores porcentajes de hogares con muy baja intensidad de empleo corresponden a
los hogares de personas solas con hijos dependientes, alrededor de un 20% y 21%
en España y Francia, y algo menos en Dinamarca (18,9%). En cambio en el Reino
Unido un 43,7% de estos hogares tiene una muy baja intensidad de empleo.
Reflejan la misma tendencia los datos sobre los
hogares donde ningún adulto está trabajando. En el Reino Unido es más alta la
proporción de niños que viven en estos hogares: un 17,9%, en los otros países
oscila entre el 8,9% de Dinamarca y el 10,8% de España. De nuevo es en España
donde más ha aumentado durante el período de crisis económica: más de cinco
puntos en cuatro años. Sin embargo en 2011 España es el país con el mayor
porcentaje de adultos que viven en un hogar formado por una pareja con hijos en
el que ningún adulto está trabajando: un 9,1%; en el Reino Unido es del 6,7% y
en Francia y Dinamarca, inferior al 5% (EU-SILC).
El
indicador que mejor refleja la gravedad de la exclusión del empleo en el caso
español es la proporción de los desempleados en el hogar. Los hogares con todos
los activos parados han crecido ininterrumpidamente en estos años de crisis;
representaban un 13,3% de las viviendas familiares con al menos un activo en el
primer trimestre de 2012, casi diez puntos más que en el mismo trimestre de
2006. Los hogares con al menos la mitad de los activos parados se aproximaba en
este primer trimestre de 2012 al 30%, según los datos de la Encuesta de
Población Activa (EPA).
No se dispone de datos estrictamente comparables para
todos los países que se analizan, pero si se atiende a la percepción subjetiva
del desempleo recogida por la EU-SIL c, en 2009 en España habría un 7,65% de
los hogares con todos los activos parados, el tercer país en desempleo total en
el hogar, por detrás de Letonia y de Irlanda (véanse los resultados en el
capítulo 4), cuando solo dos años antes, en 2007, era del 3,9%. En cambio,
tanto en Francia como en Dinamarca se ha mantenido estable (4,5% en Francia y
3,38% en Dinamarca en 2009). El Reino Unido es el único de estos países, además
de España, en el que han aumentado los hogares con todos los activos parados:
de un 2% a un 3,4% en 2009 (EU-SILC).
Aunque en
España la actual crisis afecta a todos los miembros del hogar, está creciendo
el número de personas principales desempleadas. En el primer trimestre de 2012
el 38,4% de los desempleados son personas principales –42,3% en el caso de los
hombres–, este porcentaje era del 29,3% en el mismo trimestre de 2006.
A medida
que se prolonga el desempleo y acaba la percepción de la prestación o subsidio se
agudizan las dificultades para subsistir, en particular si no hay otros
perceptores de ingresos derivados del trabajo o de una pensión de jubilación o
de otro tipo en el hogar. En España los hogares sin perceptores de ingresos
representan un 3,4% de las viviendas familiares en el primer trimestre de 2012,
cuando en el equivalente de 2006 representaban un 2,1% (INE, EPA). La cobertura
de las prestaciones por desempleo, cuya evolución veremos en otro apartado, y
la propia estructura de la familia española con un peso importante de la
convivencia de la gente mayor con sus hijos, explica que el aumento de los
hogares sin ningún tipo de ingreso sea más moderado que el incremento general
del desempleo, sobre todo si tenemos en cuenta que los datos más recientes del
primer trimestre de 2012 señalan que en un 46,2% de las viviendas con persona
principal parada, esta no percibe prestación.
II.2.1. Abordando la precariedad: la temporalidad, el
tiempo parcial y el subempleo
El
contrato temporal puede considerarse como el modelo de contrato atípico por
excelencia del modelo español de mercado de trabajo (cachón, 1995) –distinto
del trabajador en un centro de trabajo con contrato indefinido a tiempo
completo–. España es el país que presenta un mayor porcentaje de contratos
temporales. Distintos estudios (Gebel, 2010: 18) han demostrado que las
personas con contrato temporal son las que más probabilidades tienen de acabar
en el desempleo y de volver una y otra vez a ser demandantes de prestaciones
por desempleo al finalizar sus contratos.
No es de
extrañar, por tanto, que su peso relativo se haya reducido con el avance de la
crisis, al ser los contratos más vulnerables en los ciclos de recesión; si en
2006 la proporción era del 28,4%, en 2010 se redujo a un 21,3% y, según los
últimos datos correspondientes al primer trimestre de 2012, representan un
23,8% de los asalariados.
Destaca
asimismo el alto nivel de autoempleo, un 16%, el más elevado entre los países
que se comparan. Aquí puede influir la extensión del fenómeno de los falsos
autónomos, es decir, personas que trabajan para una única empresa pero no se
les contrata como empleados sino como autónomos para servicios concretos.
A pesar de
que el contrato de duración indeterminada es el normal en Francia, este país
muestra, en términos comparativos con el modelo liberal inglés o el de
flexiguridad danés, altos niveles de temporalidad: un 14,1% en 2010, frente al
4,5% y el 8,1% británico y danés respectivamente. Podría decirse a simple vista
que Francia es el país que se asemeja más a España en lo que al peso de la
contratación temporal se refiere. Es más, el peso de este tipo de contratos se
mantiene en el tiempo. Sin embargo, a este respecto hay que señalar tres
cuestiones. En primer lugar, sabemos que en Francia el empleo temporal se
encuentra, o bien en el sector público, o como una forma de empleo subsidiado
y, por tanto, inducido por el Estado. En segundo lugar, el nivel de
temporalidad francés está en la media europea (Laparra, 2006). Por último, debe
tenerse en cuenta que algunos contratos que no son indefinidos difícilmente
pueden equipararse a lo que aquí identificamos como un contrato temporal –los contractuels en la administración pública
francesa, por ejemplo–
El modelo
danés y el británico son los que presentan un mayor porcentaje de contratos
indefinidos. Sin embargo, hemos de tener en cuenta que en el Reino Unido se da
la circunstancia de que, por un lado, la proporción de contratos temporales es
baja, pero, por otro, es alta la proporción de contratos cuya duración real es
corta (Laparra, 2006). Hay que tener en cuenta también que en el Reino Unido
los contratos indefinidos no ofrecen la misma protección por despido que en
países más regulados como Francia.
En estos
años de crisis, en Dinamarca, el Reino Unido y Francia la proporción de
contratos temporales apenas ha variado. En todos los países, la proporción de
autónomos se ha mantenido prácticamente constante, aunque en el Reino Unido ha
aumentado un punto. Dado que, de media, los auto-empleados tienen menos
remuneración que los asalariados (Bell y Blanchflower, 2011), esto supone un
refuerzo de la precarización frente a la opción de un mayor aumento del
desempleo.
Entre las
mujeres, es menor la proporción de autoempleo y mayor la de contratos
temporales en todos los países. No obstante, debido a la crisis ha bajado la
proporción de mujeres con contratos temporales, sobre todo en España y en menor
medida en Dinamarca, se mantiene en el Reino Unido y se constata un ligero
aumento en Francia.
Para
entender la situación de precariedad es fundamental tener en cuenta a las
personas que tienen contrato temporal porque no han tenido acceso a uno
indefinido. Por tanto, en la encuesta EU-LFS se definen personas con un
contrato temporal no deseado a aquellas que declaran que no pudieron conseguir
un contrato permanente como razón para tener uno temporal.
En España
en el año 2006, el 85,7% de las personas con contrato temporal señalaban
encontrarse en dicha situación, mientras que este porcentaje en los restantes
países era bastante más bajo, entre el 41,4% del Reino Unido y el 55,6% de
Francia.
En estos
años de crisis ha aumentado el trabajo con contrato temporal no deseado o
involuntario en todos los países excepto en Dinamarca donde el trabajo temporal
entre los jóvenes es entendido, en buena medida, como un período necesario en
la formación.
En España
en 2010 los contratados temporales involuntarios suponían el 91,5% del total.
Sin embargo se ha de señalar que es en el Reino Unido donde se detecta un
cambio más brusco; ha aumentado en quince puntos entre 2006 y 2010 llegando al
57,2% el trabajo con contrato temporal no deseado. Según Bell y Blanchflower,
1,6 millones de trabajadores en 2010 tenían un contrato temporal o trabajaban a
tiempo parcial pero querían un contrato indefinido o trabajar a tiempo completo
(2011: R25).
La temporalidad afecta más a los jóvenes y va en
aumento. Estamos señalando así un contexto muy complicado para la integración
social de los jóvenes porque tienen unas altas tasas de paro, acceden a puestos
temporales y, por tanto, más vulnerables al despido, pero además esto
representa una rebaja en los estándares que no están dispuestos a aceptar.
España es
el país con menos peso del empleo a tiempo parcial (13,5% en 2010) y el Reino
Unido y Dinamarca donde más peso tiene. Se trata de características
estructurales que han cambiado poco en los últimos años. En todo caso, el
tiempo parcial ha aumentado más en Dinamarca, de tal manera que ahora supera
ligeramente –en un punto– al Reino Unido. Se constata así que se mantiene una
tendencia general al alza de este tipo de empleos en países europeos muy
distintos.
El menor porcentaje de contratos a tiempo parcial en
España debe ser interpretado según las razones con las que se justifica. Los
niveles salariales, en especial cuando el trabajo a tiempo parcial se
desarrolla en empleos poco cualificados, hacen también que la opción por un
empleo a media jornada pueda desempeñarse más fácilmente de forma voluntaria en
los países con salarios más altos. En buena medida, la media jornada en España
no es una opción atractiva por los bajos salarios.
El trabajo
a tiempo parcial afecta, con independencia del país analizado, fundamentalmente
a las mujeres y esta circunstancia no se modifica con la crisis. Se constata
una estabilidad en España, Francia y el Reino Unido. Dinamarca es el único país
que ve aumentado en términos significativos el porcentaje de mujeres con
contrato parcial. Esto es una muestra de las dificultades para introducir una
lógica igualitaria en el mercado de trabajo.
En España el acceso generalizado a jornadas completas
hace que las diferencias por sexo sean menores. El Reino Unido es el país que
muestra una mayor brecha de género, de 30 puntos porcentuales.
Las
diferencias en España en función de la nacionalidad se han acrecentado con la
crisis. En 2010 había un 50% más de trabajadores extranjeros con jornada
parcial que trabajadores nacionales (19% frente al 12,7%), lo que refleja la
descarga de las necesidades de flexibilización del mercado de trabajo español
en la población extranjera. En el otro extremo, el Reino Unido era en 2010 el
país con menos diferencias.
Los
jóvenes son los que más habitualmente ocupan empleos a tiempo parcial en todos
los países. El alto porcentaje de Dinamarca, seguida del Reino Unido, debe ser
entendido como una estrategia vinculada a los estudios.
El tiempo
parcial involuntario, entendido como la imposibilidad de acceder a una jornada
completa, es un importante indicador de situaciones de subempleo. Se ha de
señalar, sin embargo, la ambigüedad de la apreciación de voluntariedad. En la UE-LFS se considera que es involuntario cuando
se declara que la razón por la que se dispone de un contrato a tiempo parcial
es que no se ha podido acceder a uno a tiempo completo pero se está disponible;
en cambio, el cuidado de niños se integra en el trabajo a tiempo parcial voluntario.
En España
la cuestión del alto porcentaje de jornadas parciales no deseadas nos remite a
la cuestión de la precariedad y su avance en la crisis. Si en España en 2006,
el 33,2% de las personas encuestadas hizo referencia a esta cuestión, en 2010
lo señalan el 49,3%. En los demás países, en los años los procesos de exclusión
del empleo de crisis, también ha aumentado el trabajo a tiempo parcial
involuntario. Sin embargo, en los países donde más peso tiene el contrato a
tiempo parcial, menor es la incidencia de la «involuntariedad»: un 15% en
Dinamarca y un 16% en el Reino Unido.
Otra forma
de aproximarse al subempleo, es la que considera en tal situación a las
personas a tiempo completo o a tiempo parcial asalariadas, o con empleo
independiente que se encuentran trabajando, o con empleo pero sin trabajar y
que durante el período de referencia trabajan involuntariamente menos de la
duración normal del trabajo para la actividad correspondiente, y que buscaban
un trabajo adicional o estaban disponibles para desempeñarlo.
En España,
el subempleo así considerado según la UE-LFS comprende a un 7,9% de las
personas que trabajan, un porcentaje inferior al de Francia (un 10,7%), pero
que desde 2006 ha aumentado en España en casi tres puntos con la crisis. El
subempleo es más reducido en el Reino Unido (5,6%) y sobre todo en Dinamarca
(4,4%) aunque en ambos países ha aumentado. (3)
En cambio
en Francia se ha reducido de 2006 a 2010 de un 13,3% a un 10,7%. La importancia
del subempleo en Francia es consecuencia de las (4) que se aplican a través de
dos instrumentos: el desempleo parcial y la reducción del tiempo de trabajo. El
desempleo parcial se ha utilizado de forma intensiva y sostenida sobre todo en
los sectores del automóvil y del textil; su incidencia era mayor antes de 2008,
de ahí los datos de 2006, porque entonces no existía la actual regulación de la
reducción del tiempo de trabajo, pero todo parece indicar que en los últimos
años está aumentando como resultado de la crisis.
También en
el Reino Unido la crisis ha supuesto un ligero incremento, lo que sumado al
aumento del empleo a tiempo parcial no deseado conforma un escenario de
especial relevancia. Se ha de tener en cuenta que el número total de horas
trabajadas ha tendido a disminuir en los últimos años (Bell y Blanchflower,
2011b: R26).
Los países
analizados tienen en común que el subempleo se concentra en las mujeres –aunque
en Dinamarca la diferencia por sexo apenas es perceptible–, en los más jóvenes,
en las personas extranjeras y en las que tienen un nivel de estudios bajo o
medio. En estos años de crisis se ha intensificado el subempleo en estos
colectivos, sobre todo, en España.
II.3. ¿De qué situaciones provienen las personas
desempleadas?
II.3.1. Una panorámica general de los flujos al
desempleo
En este
apartado consideramos los flujos que tienen como destino el desempleo, lo que
incluye la permanencia en el desempleo, así como las transiciones del empleo al
desempleo y de la inactividad al desempleo. Este análisis es posible porque en
la encuesta EU-LFS se pregunta a los entrevistados «cuál era su actividad el
año anterior».
Los
desempleados que declaran estar en la misma situación que el año anterior
comprenden (incluyen) a los desempleados de larga duración y a los que han
experimentado repetidos períodos de desempleo; es decir, incluye a las personas
que, si bien en el momento de realización de la encuesta y un año antes estaban
desempleadas, no lo han estado continuamente –pueden haber atravesado períodos
de ocupación o inactividad–.
En España
la permanencia en el desempleo es mucho mayor en 2010 que en los otros países.
Un 58,3% de los desempleados en 2009 se mantenían en paro un año después. En el
extremo opuesto está Dinamarca, con un 33,4%. Sin embargo, en todos los países,
excepto en Francia, se observa la misma tendencia: el flujo de permanencia en
el desempleo aumenta entre 2006 y 2010.
Por otro
lado, en España la transición del desempleo al empleo es la más baja: solo un
26% de los desempleados en 2009 encontraron empleo en 2010, en la misma
transición entre 2005 y 2006 la proporción fue del 42,9%. También el flujo del
empleo al desempleo aumentó: un 7% de los empleados en 2009 estaban
desempleados en 2010.
Un proceso
parecido pero menos acusado se observa en Dinamarca y el Reino Unido, mientras
que en Francia, de acuerdo con las tendencias del desempleo que hemos visto
antes, se mantiene estable en estos años tanto la permanencia en el desempleo
como el paso del empleo al desempleo.
En España,
el Reino Unido y Dinamarca entre el 10 y el 13% de los estudiantes en 2009
acaban desempleados en 2010, mientras que en Francia la proporción es mucho
menor (5,3%). En España, Reino Unido y Dinamarca la proporción de personas al
cuidado del hogar en 2009 que pasan a ser desempleadas en 2010 está entre el 8
y el 10%, mientras que en Francia es del 6%. En todos los países excepto en
Francia estos flujos de inactividad al desempleo aumentan con la crisis.
II.3.2. La transición del empleo al desempleo
Se ha
estudiado con más detenimiento la transición del empleo al desempleo usando
modelos de regresión logística. En ellos la variable dependiente (es decir, que
se ha de explicar) consiste en la probabilidad de realizar la transición. Y las
variables que explican tal probabilidad son el sexo, la edad, el nivel de
estudios, el estado civil, la nacionalidad y el sector de actividad en que se
trabajaba el año anterior. A continuación reseñamos los principales resultados.
En primer
lugar, es interesante notar que en España no había diferencias significativas
entre hombres y mujeres en la probabilidad de perder el empleo en 2010, pero sí
las había en 2008. Sin embargo, en el Reino Unido y Dinamarca hubo una
desventaja masculina en 2010, mientras que en Francia la desventaja es
femenina.
Tanto antes
como después de la crisis, en España, Reino Unido y Francia el grupo de edad
con una probabilidad mayor de pasar del empleo al desempleo es el formado por
las personas entre 15 y 24 años. Llama la atención el caso de Francia, puesto
que allí los más jóvenes tienen una probabilidad dos veces mayor de pasar del
empleo al desempleo que el grupo de referencia (el de personas entre 24 y 49
años). En Dinamarca, en cambio, es menos probable que este grupo de edad pase a
ser desempleado que el grupo con edades entre 25 y 49 años.
En España,
Reino Unido y Francia, el grupo de más edad, entre 50 y 64 años, tenía una
probabilidad menor de pasar al desempleo que el grupo de las edades centrales,
tanto en 2008 como en 2010. Este resultado puede estar relacionado tanto con el
hecho de que ocupan puestos de trabajo en el sector primario, más estables,
como con el hecho de que tienen unas tasas más altas de transición a la
inactividad y no al desempleo –por ejemplo, retiros o jubilaciones
anticipadas–. En cambio, en Dinamarca no hay diferencias estadísticamente
significativas en la probabilidad de transitar del empleo al desempleo entre
las personas de más de 50 años en relación con las personas en las edades
centrales, tanto en 2008 como en 2010.
Por
último, estar casado o separado/divorciado en todos los años y países implica
una menor probabilidad de pasar al desempleo respecto a ser soltero; en 2010 se
acentúan las diferencias.
El flujo
al desempleo es más probable en las personas con niveles educativos bajos. En
España, Reino Unido y Francia, tanto antes como durante la crisis, las personas
con estudios superiores tienen en torno a la mitad de las probabilidades de
pasar al desempleo que las personas con estudios bajos. En cambio, en Dinamarca
las probabilidades son parecidas: las personas con estudios superiores tienen
alrededor de un 33% menos de probabilidades de pasar al desempleo que las
personas con el nivel de estudios más bajo. Lo más notable, pues, es que las
diferencias por nivel de estudios persisten antes y durante la crisis.
Las
personas con la nacionalidad del país tienen un riesgo menor de pasar a ser
desempleadas que los extranjeros tanto en 2008 como en 2010 en todos los países
menos el Reino Unido, donde no hay diferencias. En 2010, en España, Francia y
Dinamarca los nacionales tenían la mitad de probabilidades de pasar al
desempleo que los extranjeros.
En 2010 los trabajadores de todos los sectores
económicos tenían una probabilidad de pasar a ser desempleados, menor que los
trabajadores de la construcción, aunque en Francia no hay diferencias
significativas entre estos y los trabajadores del sector servicios.
II.4. La cobertura de las prestaciones por desempleo
Uno de los elementos clave para entender hasta qué
punto están desprotegidos los desempleados es comparar la cobertura de las
prestaciones por desempleo entre los países que analizamos. Sin embargo, la
comparación no es fácil. Las fuentes administrativas para el análisis de la
cobertura conllevan dificultades derivadas de los diferentes registros de las
personas desempleadas en cada país. En España, por ejemplo, no constan en la
estadística de paro registrado los fijos discontinuos ni los que realizan
programas formativos ocupacionales, aunque en ambos casos se percibe
prestación. El resultado es que la tasa de cobertura se incrementa. En cambio
las personas que están en programas de formación sí se incluyen en las
estadísticas de parados en Dinamarca a partir de 2010, y también figuran, por
ejemplo, las prestaciones complementarias de desempleo para trabajadores a
tiempo parcial en determinados supuestos.
En España,
según los últimos datos del INEM, en enero-mayo de 2012 el número de
beneficiarios de prestaciones por desempleo era 2.965.943, distribuidas así:
46,6% de tipo contributivo, 45,6% asistencial y 7,8% de la Renta Activa de
Inserción. En conjunto representa una cobertura del 66,8%, inferior en cinco
puntos porcentuales a la del mismo período del año anterior; a esta reducción
ha contribuido sin duda el que haya finalizado el PRODI (programa temporal de
protección por desempleo e inserción) (Ministerio de Empleo y Seguridad Social,
2012).
Para
comparar los distintos países necesitamos utilizar la cobertura por desempleo
estimada a partir de los datos de la EU-LFS para los años 2006 y 2010. Se
entiende por cobertura la ratio entre los desempleados que dicen recibir
prestaciones por desempleo (contributivas o asistenciales) y el conjunto de los
desempleados, estén o no inscritos en la oficina de desempleo y hayan tenido o
no experiencia previa de empleo. Según
la EU-LFS, la cobertura en España en 2010 era del 42,1%, pero según los
registros administrativos del mismo año era del 78,4%. Esta gran diferencia se
debe a dos circunstancias, la primera es que en el INEM se contabilizaron
706.809 desempleados menos que en la EU-LFS, y la segunda y principal, que los
desempleados con prestaciones eran 1.109.791, es decir, un 36,7% más.
De acuerdo
con la EU-LFS, la cobertura ha aumentado en estos años de crisis: el 42,1% en
2010 frente al 25,2% en 2006, lo que concuerda con la tendencia que se observa
en los registros administrativos, aunque los últimos datos de dicha fuente
indican, como hemos visto, una reducción en el período 2011-2012. Se ha de
tener en cuenta que la destrucción de empleo ha afectado a muy distintos
segmentos de la sociedad y, por tanto, también en mayor medida a personas que
reunían las condiciones de cotización para recibir la prestación. Pero a medida
que se prolonga la crisis, son cada vez más las personas que han agotado el
período máximo de prestaciones al que tenían derecho.
En
relación con los otros países, la cobertura en España en 2010 era inferior a la
de Dinamarca y un punto por encima de la de Francia. El Reino Unido en 2008
(último dato que disponemos) tenía una baja cobertura del desempleo, un 33,2%.
Si se
comparan los resultados obtenidos de la encuesta EU-LFS con los de la EU-SILC,
las tendencias son similares aunque la cobertura de las prestaciones no es
comparable porque en la EU-SILC se utiliza la percepción subjetiva de
desempleo. En España, en 2009 la cobertura –referida a la situación y las
prestaciones del año anterior de la renta– era del 54,4%, cobertura mayor que
la obtenida de la EU-LFS debido tanto a que se contemplan más desempleados como
también –y sobre todo– a que se contemplan más beneficiarios de prestaciones
(2.747.818).
En
definitiva, a pesar del aumento de la cobertura en los años de crisis, la
extensión estimada de las prestaciones en España continúa siendo inferior a la
de Dinamarca aunque se ha igualado con la cobertura que se registra en Francia
y es superior a la del Reino Unido. Según la EU-LFS (la estimación más
pesimista), había en España 2.652.925 desempleados sin prestaciones en 2010.
Los registros administrativos cifran en una media de 1.181.024 las personas
desempleadas sin prestaciones en 2011 y, según los últimos datos de
enero-febrero de 2012, hay registradas 1.386.367 personas desempleadas sin
prestaciones de ningún tipo, ni contributivo ni asistencial.
La situación
es particularmente dramática. La explosión del desempleo en estos años de
crisis ha dado lugar a un aumento sin precedentes de los demandantes, al mismo
tiempo que las políticas de activación del empleo son muy frágiles y la gestión
en las oficinas públicas de empleo es ampliamente reconocida como ineficaz. Por
esta razón, aunque se dedica el mayor porcentaje del PIB a las políticas de
empleo en los países que se analizan, un 3,7% en 2009, el grueso de los
recursos se derivan a las prestaciones directas y muy pocos a las políticas de
activación (un 0,6%).
Por lo que
se refiere a la intensidad protectora, entendida como proporción de los
ingresos previos, en 2007 era del 35,9%, dos puntos y medio menos que la de
diez años antes (OCDE, 2011).
Dinamarca
es el país de los que se comparan donde mayor es la intensidad de la protección
y también la cobertura de las prestaciones por desempleo. En 2007 se recibía un
47,7% de media de los ingresos del año precedente; téngase en cuenta que en
1997 era del 62,5% (OCDE, 2011). En Dinamarca, para beneficiarse de la
prestación por desempleo, se ha de haber trabajado 12 meses en los tres años
precedentes y la duración de la prestación por dicho concepto era de cuatro
años, pero en 2010 se redujo a dos años si bien a finales de 2011 no se había
aplicado todavía. Además, se reciben prestaciones por desempleo complementarias
si se está en un trabajo a tiempo parcial involuntario hasta cubrir el
equivalente a las 37 horas semanales. En 2010 la cobertura de las prestaciones
por desempleo era del 46,4% y se había reducido en los años de la crisis. Aun
así es el país donde una mayor proporción de desempleados disponen de cobertura
y la reciben en mejores condiciones. Asimismo es el único país donde la
estrategia de activación del empleo ocupa un papel central: en 2009, del 3,2%
del PIB dedicado a desempleo, un 1,2% se empleaba en la formación e inserción.
Las estrategias de activación han tenido un indudable éxito en períodos de
expansión, sin embargo están diseñadas para un volumen relativamente bajo de
demandantes, por lo que son menos efectivas en la situación actual de desempleo
creciente y destrucción de empleo.
En
Francia, las condiciones para el acceso a las prestaciones son haber cotizado 4
meses sobre los 28 precedentes que se convierten en 30 meses para los mayores
de cincuenta años. La prestación puede recibirse entre cuatro meses y dos años
(tres años para los mayores de cincuenta años). El nivel de cobertura en
Francia en 2006 era mucho mayor (40,7%) que el de España y el del Reino Unido.
Sin embargo, en los años que median entre 2006 y 2010 se ha mantenido mientras
que ha aumentado en los restantes países, por lo que tiende a converger.
Francia dedica un 2,4% del PIB (2009) a políticas de empleo, un 1,4% a
prestaciones a los desempleados y un 0,7% a políticas de activación. Aunque el
peso del desempleo es muy inferior al de España, las medidas de activación no
son el eje central de las políticas de empleo hasta el momento.
El Reino
Unido es el país con menor cobertura e intensidad de protección al desempleo;
se mantiene como el ejemplo paradigmático del régimen liberal de bienestar. En
los años 2006, 2007 y 2008, la cobertura se mantuvo en torno al 33%. Las
prestaciones comprendían un escaso 12,1% de media de las remuneraciones previas
en 2007 y se habían reducido casi seis puntos respecto a diez años antes (OCDE,
2011). En 2009 dedicaba un escaso 0,65 del PIB a políticas de empleo, del cual
un 0,33% se destinaba a prestaciones, una proporción ligeramente inferior a la
destinada a los servicios públicos de empleo (un 0,28%).
En otras
palabras, en los tres países que se han podido comparar, la tendencia en estos
años de crisis es similar; aumenta ligeramente la cobertura pero la intensidad
protectora sigue tendencias distintas: se reduce en España, en Dinamarca y en
el Reino Unido, y se mantiene en Francia.
Excepto en
Dinamarca, las políticas de activación no están plenamente desarrolladas en los
otros países. En este momento de destrucción de empleo, intensificar este tipo
de medias activadoras, en un contexto de aumento significativo del paro,
posiblemente tendría una eficacia muy limitada en cuanto al crecimiento del
empleo y, por el contrario, podría poner en cuestión el derecho de muchos
desempleados a la protección social que reciben.
II.4.1. Los receptores de prestaciones de desempleo
En la EU-LFS se pregunta a las personas desempleadas
si reciben prestaciones por desempleo. A partir de esta cuestión, se ha
analizado la probabilidad de que se reciba prestación, con el mismo tipo de
análisis (regresión logística) aplicado en las transiciones del empleo al
desempleo, según el sexo, la edad, el nivel de formación y la nacionalidad; se
han comparado Francia, España y Dinamarca para los años 2006 y 2010, y con el
Reino Unido para 2006 y 2008.
La crisis
ha supuesto una mayor desprotección de la mujer en todos los países, aunque se
parte de situaciones muy distintas. Las diferencias son particularmente agudas
en España y el Reino Unido. En ambos países la desprotección del desempleo se
escribe en clave femenina puesto que los hombres desempleados tenían en 2010
más del doble de probabilidades de recibir una prestación en España, y más del
triple de probabilidades en el Reino Unido en 2008; las peores condiciones de
empleo de las mujeres repercuten en la cotización, por esto no reúnen los
requisitos de cotización que les permitan acceder a las prestaciones en la
misma proporción que los hombres.
La brecha
en la desprotección por sexos es menor en Francia y Dinamarca: en 2010 las
probabilidades de tener prestaciones por desempleo de los hombres eran un 23% y
17% mayores respectivamente, que las de las mujeres. La crisis parece haber
hecho mella también en ambos países puesto que las diferencias no eran significativas
en 2006.
Con
respecto a la edad, los jóvenes, en todos los países, tienen menos
probabilidades de tener protección que las personas entre 25 y 49 años ya que
en estas edades se concentran los demandantes de primer empleo. En España, en
2006, los jóvenes tenían un 76% menos de probabilidades de ser beneficiarios de
una prestación por desempleo, contributiva o asistencial, y un 78% menos en
2010.
La
situación de los jóvenes desempleados españoles, por lo que respecta a la
protección en términos comparativos con otras edades, es peor que la de sus
coetáneos en Francia o en el Reino Unido –en ambos países, además, ha mejorado
ligeramente–, aunque es en Dinamarca donde la probabilidad es todavía menor por
la peculiar estructura de las prestaciones en este país.
En cambio
en todos los países –excepto en el Reino Unido– los adultos mayores tienen más
probabilidades de tener protección que los desempleados entre 25 a 49 años,
pero con la crisis han perdido en parte esta ventaja.
En España,
de nuevo, es donde el cambio ha sido más profundo: se ha pasado de casi el
doble de probabilidades de tener prestación en 2006 a solo un 19% más en 2010.
Las
diferencias por nivel formativo no son significativas en España y apenas se han
modificado con la crisis. Es decir, la protección/desprotección atraviesa todos
los niveles formativos. Este rasgo distingue el caso español del francés y
danés, en estos países, si se dispone de un nivel formativo medio o superior,
se tienen más probabilidades de ser beneficiario de una prestación. Además la
crisis ha supuesto que las diferencias de protección de los desempleados según
su formación se incrementen en estos países.
Las
diferencias más acusadas se registran en Dinamarca, y el efecto de la crisis en
este país es más acusado. Los desempleados con estudios medios han pasado de
tener un 58% a un 63% más de probabilidades de recibir prestaciones respecto de
los desempleados con estudios básicos, y de no haber diferencias
estadísticamente significativas, a tener un 49% más de probabilidades los
desempleados con estudios superiores que los desempleados con estudios básicos.
La
desigualdad en el acceso a las prestaciones según los estudios es totalmente
distinta en el Reino Unido; las personas con nivel de estudios medio o alto
tienen menos probabilidades de recibir prestaciones por desempleo y la brecha
aumentó de 2006 a 2008, pasando del 31% al 49% menos de probabilidades en el
caso de los estudios superiores, y del 25% al 27% en los estudios medios,
siempre en comparación con los desempleados con estudios básicos –inferiores a
secundaria–. Es posible que esta diferente pauta se explique por la ya
mencionada escasa repercusión de la protección por desempleo en el Reino Unido.
En países como España, cobrar el desempleo es una situación normal para quien
se ha quedado sin empleo, y se siente como un derecho adquirido durante los
años de trabajo; sin embargo, en el Reino Unido, cobrar el desempleo es estar on the dole (en el paro), expresión despectiva que refleja la fuerte estigmatización que supone.
Es más bien una situación extrema de marginalidad laboral y social. Además,
como se ha expuesto, en el Reino Unido los beneficiarios son pocos y reciben
poco.
En España,
Francia y Dinamarca las personas casadas tienen más probabilidades de acceder a
las prestaciones por desempleo que los solteros; lo mismo sucede con los
divorciados y viudos respecto a los solteros. En España y Dinamarca la
probabilidad ha aumentado con la crisis mientras que en Francia se ha reducido
ligeramente. En el Reino Unido la pauta es distinta pues tienen menos
probabilidades de recibir prestaciones las personas casadas, sobre todo las
mujeres desempleadas casadas.
Por
último, el tener la nacionalidad del país es uno de los factores fundamentales para
elevar la probabilidad de recibir prestaciones; o sea, que el colectivo de
desempleados extranjeros están más desprotegidos y
quizá sea este el rasgo más contundente que comparten España, Francia y el
Reino Unido. Con la crisis la brecha en la desprotección en razón de la
nacionalidad tiende a disminuir en España y Francia pero aumenta en el Reino Unido,
mientras que en Dinamarca las diferencias no son significativas en los años
analizados.
El
resultado es que en España, en 2010, los nacionales tienen un 23% más de
probabilidades de recibir prestaciones que los extranjeros; esta proporción se
eleva al 56% en Francia. Las regresiones separadas por sexo permiten comprobar
que en Francia son las mujeres extranjeras las más desprotegidas en este contexto
de crisis, y en España los hombres.
Sin
embargo, tanto en España como en Francia, el efecto fue mayor en 2006 que en
2010, es decir, con la crisis se han acortado las diferencias entre nacionales
y extranjeros en las probabilidades de tener prestaciones; esta reducción en la
brecha se debe en ambos países a que ha disminuido la desprotección entre los
que no tenían la nacionalidad del país, a consecuencia no solo del propio
proceso de consolidación de los inmigrantes en el mercado de trabajo español –para
reunir, a medida que pasan los años, las condiciones requeridas para acceder a
las prestaciones– sino también por los procesos de irregularidad sobrevenida y
de posibles abandonos del país de los desempleados extranjeros sin prestación.
El Reino
Unido sigue una pauta distinta, si en 2006 los nacionales tenían un 40% más de
probabilidades de recibir prestaciones, en 2008 la brecha entre unos y otros ha
aumentado y la probabilidad de protección de los que tienen la nacionalidad del
país es más del doble.
Conclusiones
Cuando
pretendemos valorar cómo afecta la crisis del empleo a los colectivos más
desfavorecidos en los países que comparamos, el primer interrogante que debemos
plantear es hasta qué punto se ha decantado la balanza hacia el desempleo o
hacia el subempleo/precarización o hacia ambos y qué relación puede
establecerse con los sistemas de protección al desempleo.
En España
la crisis ha supuesto, tal como sucedió en las anteriores, un aumento
desorbitado del desempleo y en especial del desempleo juvenil. La
generalización del desempleo en los períodos de crisis es un rasgo estructural
que la opción a la temporalidad como mecanismo de flexibilidad, tras la crisis
de los ochenta, más que resolver, enquistó a través de
la consolidación de un segmento de contratados estables –que cada vez son
menos– y de un trabajo precario basado en la flexibilidad externa mediante la
contratación temporal. En las sucesivas reformas laborales de los últimos
veinte años se ha intentado reducir sin demasiado éxito la temporalidad por la
vía de extender la flexibilización. El resultado es la combinación de una
relativamente elevada protección al desempleo con una elevada temporalidad,
aunque esta se ha reducido con la crisis, y la ausencia de una regulación
efectiva y de prácticas generalizadas de flexibilidad interna, todo lo cual
constituye un incentivo para recurrir al desempleo más que a otros mecanismos
como la reducción de los tiempos de trabajo. En definitiva, una vez más se ha
optado por el desempleo en detrimento del subempleo.
En cambio,
Francia aparece como el país más estable, donde ha incidido menos la crisis en
el empleo hasta el momento, menos que en países como el Reino Unido y
Dinamarca. La práctica de mecanismos de flexibilidad interna para adaptar las
condiciones laborales junto a una elevada protección, parecen incidir en
amortiguar o retrasar los efectos de la crisis en cuanto al desempleo en
comparación con los otros países de referencia.
En el
Reino Unido la crisis ha comportado tanto un aumento notable del desempleo como
un incremento de la contratación temporal, del contrato a tiempo parcial
involuntario y de trabajar menos horas de las deseadas; la escasa protección al
desempleo permite poco margen al trabajador, le coloca en una posición más
débil, le fuerza a aceptar peores condiciones laborales, en definitiva,
incentiva la precariedad.
Dinamarca
está también profundamente afectada por la crisis del empleo. Aunque partía de
valores muy bajos, la crisis ha producido un aumento del desempleo y también de
la duración del desempleo, sin alcanzar los valores de los otros países. Pero
el principal cambio en Dinamarca es que se están abriendo brechas en los
colectivos más afectados por la crisis en un país donde no había diferencias
significativas por sexo, edad, nivel de estudios y nacionalidad. Aun así es el
país con menos exclusión total o parcial del empleo en un sentido amplio.
La
concentración del desempleo en los hogares está siendo muy intensa en España:
un 13% de los hogares con al menos un activo tiene a todos sus miembros
desempleados. En cambio otros indicadores que recogen no solo el desempleo,
como es el caso de la baja intensidad del empleo en el hogar o la ausencia de
empleo entre todos los adultos, permiten comprobar la vulnerabilidad de los
hogares, en especial en el Reino Unido y, sobre todo, en los hogares con un
adulto y niños.
Por lo que
respecta a los colectivos más desfavorecidos con la crisis se detecta una
notable convergencia entre los países, bien porque se han profundizado las
brechas existentes en algunos casos, o bien porque han cambiado en la misma
dirección, en estos años de crisis, sin que sea ajena la cuestión de la
orientación predominante en las políticas laborales desarrolladas en la última
década.
En España
es donde más cambios se han producido debido a la aguda crisis del empleo que
atraviesa todas las edades. No obstante, son los jóvenes los más afectados por
el desempleo en estos años y los que tienen más probabilidad de perder el
empleo en comparación con otras edades. Sin embargo, no debemos olvidar que se
trata de un rasgo estructural del mercado de trabajo español, de hecho la
diferencia –ratio– en la probabilidad de perder el empleo respecto a los
adultos jóvenes y los adultos mayores apenas ha variado en estos años.
La
desventaja de género en España también experimenta una curiosa evolución con la
crisis. Si antes de la crisis las mujeres tenían más probabilidades de perder
el empleo, ahora, debido a la destrucción masiva de puestos de trabajo en
sectores masculinizados, se neutralizan las diferencias, en particular, en
determinados sectores de actividad. Un nivel formativo bajo y ser extranjero
son circunstancias que aumentan la probabilidad de perder el empleo, pero en
ambos casos el incremento ha sido moderado en estos años de crisis y las
desventajas son similares a las de otros países como Francia o el Reino Unido.
En Francia
se detectan pocos cambios en cuanto a los colectivos más desfavorecidos porque
la crisis afecta en menor medida al empleo, a pesar de ello es el país donde
los jóvenes tienen más probabilidades de perder el empleo en relación con otras
edades. También ser extranjero aumenta la probabilidad de pasar al desempleo.
En el
Reino Unido los hombres son los más afectados por la probabilidad de perder el
empleo y esta diferencia se ha agrandado en los últimos años. También la brecha
por edad es importante aunque en este caso la crisis no la ha profundizado, más
bien todo lo contrario.
Por
último, en Dinamarca donde, como hemos visto, las desventajas de los distintos
colectivos son más reducidas, la crisis ha supuesto una mayor probabilidad de
perder el empleo tanto entre los hombres como entre los jóvenes. Pero es el
cambio en la brecha por nacionalidad el que más destaca; por primera vez tienen
más probabilidades de perder el empleo los extranjeros.
Por otra
parte, la crisis está incidiendo de manera distinta en la protección según los
colectivos en los países que analizamos. Los colectivos más afectados por el
desempleo con frecuencia son también los más desprotegidos, aunque no siempre
es así.
En España
destaca, en primer lugar, la desprotección de las mujeres en cuanto a la
probabilidad de recibir prestaciones de desempleo, esta desprotección se ha
agudizado con la crisis. En segundo lugar, la desprotección de los jóvenes, una
constante que no varía sustancialmente con la crisis. En tercer lugar, la
desprotección de los extranjeros, aunque con la crisis se han reducido las
diferencias.
En
Francia, la principal brecha en la desprotección corresponde a los extranjeros,
la más alta de los países considerados; y en segundo lugar la desprotección
según el nivel de estudios, aunque en ambos casos hay pocos cambios en los
últimos años. En el Reino Unido la mayor desprotección recae en las mujeres y
en los extranjeros, y la brecha aumenta con la crisis.
Por
último, en Dinamarca la crisis del empleo ha abierto brecha entre los distintos
segmentos, pero estas diferencias no se traducen en una menor protección por desempleo.
Un caso significativo es el de los extranjeros: tienen más probabilidad de
perder el empleo que los nacionales pero parecida probabilidad de recibir
prestaciones por desempleo. En definitiva, el modelo de flexiguridad no
ha evitado el aumento de las desigualdades en los años de crisis, pero en
comparación con otros países, ha amortiguado las desigualdades en la
protección.
-
III. El impacto de la crisis sobre la desigualdad y la
pobreza en la Unión Europea
Desde el
comienzo de lo que se ha venido a considerar como la gran recesión, el drástico
cambio de ciclo económico ha afectado a varios de los pilares sobre los que
descansa el bienestar de los ciudadanos en la mayoría de las sociedades
europeas. El aumento del desempleo en muchos países y la caída de los salarios
de los trabajadores con menos recursos han dado origen, en la mayoría de los
casos, a un estancamiento –cuando no empeoramiento– de los niveles de vida y a
un veloz aumento de las situaciones de vulnerabilidad. Paralelamente, las crecientes
dificultades para financiar el gasto social han limitado las posibilidades de
la red de protección para dar respuesta a un crecimiento sin parangón de la
demanda de intervención pública redistributiva.
Según
datos de Eurostat, a finales de 2010 había más de 82 millones de pobres en la
Unión Europea. La tasa de desempleo creció desde el 7,2% de 2007 al 9,6% en
2011, lo que representa una variación al alza de más de un tercio respecto a su
nivel inicial. El desempleo pasó a afectar a más de uno de cada cinco jóvenes
europeos, y se alcanzó un nivel similar en el riesgo de pobreza de este
colectivo. También en otros grupos, como los inmigrantes, se elevó el riesgo de
insuficiencia de ingresos o pobreza monetaria hasta alcanzar tasas cercanas al
30% de estos hogares.
Siendo
indudable que todos los países de la Unión Europea han registrado aumentos en
las necesidades sociales, lo es también que la pobreza y la desigualdad se han
manifestado en cada caso con diferente intensidad y alcance. Por un lado, los
cambios en el desempleo no han sido uniformes y su crecimiento es mucho mayor
en unos países que en otros. Así, mientras que en vísperas de la crisis España
pasó de una tasa de paro ligeramente superior al 8% a otra cercana al 25% a
comienzos de 2012, para el promedio de la UE-27 el salto fue del 7,2 al 9,6%.
Algo similar puede decirse respecto a los cambios en la estructura salarial.
Por otro lado, la traducción del deterioro económico en la mengua de ingresos y
cambios en las condiciones de vida de los hogares está intermediada por la
fortaleza de las redes de protección. Las diferencias observables en los
indicadores básicos de pobreza y
Desigualdad, no solo tienen su origen en el mayor o
menor agravamiento de determinados desequilibrios macroeconómicos, sino también
en la diferente cobertura proporcionada por los sistemas de protección social.
De hecho,
ya antes de la crisis en muchos países existían indicios de que la onda larga
de crecimiento económico no había modificado sustancialmente el riesgo de
pobreza de amplias capas de la población. La emergencia de nuevos retos
demográficos, ligados sobre todo a los cambios en la estructura de los hogares,
el envejecimiento de la población y los flujos de trabajadores entre países, no
fue suficientemente compensada por un reparto progresivo de los frutos del
crecimiento económico. Por una parte, en varios países, los procesos de
internacionalización económica y la desregulación de los mercados de trabajo
hicieron aumentar el empleo de bajos salarios y, con ello, la vulnerabilidad de
amplios segmentos de trabajadores. Por otra, la mayor selectividad de las
políticas sociales, el tono más restrictivo de estas y la generalización de
reformas tributarias tendentes a la rebaja de tipos impositivos limitaron
considerablemente la capacidad de la intervención pública para corregir las
desigualdades y aliviar la pobreza.
La amplia
variedad de experiencias internacionales en el desarrollo de las políticas
públicas dio forma antes de la crisis a un singular mosaico de combinaciones de
eficiencia y equidad. En algunos países, principalmente de renta media y baja,
la puesta en marcha de severos procesos de ajuste y liberalización económica se
saldó, en términos generales, con mejoras notables en el ritmo de crecimiento
económico, pero con consecuencias muy variadas sobre las situaciones de
insuficiencia de ingresos. Así lo confirman tanto los casos en que el
crecimiento de la renta media fue compatible con reducciones significativas de
la pobreza como el de otros en los que esta aumentó. En los países de mayor
renta, la puesta en marcha de distintos procesos de ajuste de las cuentas
públicas también dio origen a comportamientos muy heterogéneos en el
crecimiento de las rentas de los hogares y en la reducción de la pobreza; pese
a ello, no puede afirmarse en ningún caso que la prolongación del crecimiento
económico en los años anteriores a la crisis sirviera para generar mejoras
sustanciales en el bienestar social.
Con el
desarrollo de la crisis, esos niveles de bienestar se han reducido en muchos
países, si bien la diversidad de tipologías en el diseño de la protección social,
la generosidad de los sistemas y la capacidad de los mecanismos de garantía de
ingresos mínimos han dado origen a una notable heterogeneidad en el aumento de
las necesidades sociales ante la gran recesión. Las acusadas diferencias entre
los países europeos en esas tres dimensiones obligan a anticipar que la
respuesta a la crisis ha sido más eficaz donde las redes de protección eran más
sólidas. La atonía de la actividad económica y el aumento de las necesidades
sociales han puesto de manifiesto, precisamente, la debilidad de estas redes en
algunos países y su fortaleza en otros, y en tal divergencia encontramos un
factor determinante de las posibles diferencias en los efectos de la crisis.
Estos
elementos de reflexión remiten al análisis detallado de los datos de ingresos y
condiciones de vida de los hogares, tanto para identificar la similitud o
diferencia en los procesos de desigualdad y la pobreza en los países de la
Unión Europea como para trazar un posible cuadro de determinantes, ya sean
comunes o diferentes, de dichos procesos. El objetivo de este capítulo es
ofrecer un cuadro amplio de indicadores de pobreza y desigualdad en la crisis
referido a la muestra de países seleccionada para este proyecto. Con tal
objetivo se explota la información que ofrece Eurostat a través de la EUSILC (Encuesta
de Ingresos y Condiciones de Vida de la Unión Europea). En el primer
apartado se revisan los principales cambios en los indicadores de desigualdad.
En el segundo se analizan los efectos de la crisis sobre las tendencias de la
pobreza en los países objeto del estudio. En el tercer apartado se estudian los
cambios en los perfiles de la pobreza. En el cuarto apartado se examinan los
cambios en la intensidad y la severidad de la pobreza. El trabajo se cierra con
una breve relación de conclusiones.
III.1. Los efectos de la crisis en la distribución de
la renta
Son varios
los canales a través de los cuales la prolongación de la recesión en la
economía europea ha incidido en el bienestar de los hogares, pero el más inmediato
es, probablemente, el efecto de la crisis en los niveles de renta y su distribución.
Los modelos de análisis más extendidos sobre los efectos del cambio de ciclo
económico en la desigualdad y la pobreza parecen confirmar que en las etapas de
expansión económica, y sobre todo de creación de empleo, la desigualdad se
reduce, mientras que en las fases de deterioro de las condiciones
macroeconómicas empeoran más drásticamente las rentas de los hogares que se
hallan en la parte inferior de la distribución de la renta, cuya participación
laboral es más inestable (Blank, 2009).
No
obstante, no existe un cuadro de efectos bien definido y común a todos los países.
En algunos casos, por ejemplo, se ha constatado que no se registra esa simetría
en las distintas fases del ciclo económico. Si bien son escasos los trabajos que
han tratado de medir la posibilidad de efectos diferentes de las expansiones y
las recesiones, la limitada evidencia disponible parece mostrar que la
desigualdad aumenta en las recesiones, sin que necesariamente se reduzca con la
reactivación de la actividad económica. Estas constataciones invitan a tomar
como punto de partida el supuesto de que la caída de las rentas ha tenido un
efecto adverso en la desigualdad (Hines et al., 2001).
Una manera
muy intuitiva de comprobarlo es observar los cambios en el índice de Gini. Este
índice, además de ser el indicador más generalizado en la medición de la
desigualdad, cuantifica la concentración de la renta y ofrece una medida
ajustada de cómo los grupos con ingresos más bajos reciben menos de lo que les
correspondería según su peso en la población, mientras que sucede lo contrario
en los hogares más ricos. Con valores posibles entre 0 y 1, cuanto más alto es
el índice, mayor es la desigualdad observada.
Desde la
perspectiva comparada, el rasgo más destacado es cierta convergencia en los
índices correspondientes a cada país, junto a la estabilidad aparente del
comportamiento de la desigualdad en el promedio de los 27 países pertenecientes
a la Unión Europea (gráfico 1).(2) Francia registró el
mayor incremento del índice de Gini, lo que situó a este país prácticamente en
la media de la UE-27 pese a presentar un nivel de desigualdad inferior a ese
promedio antes de la crisis. En España, que antes del comienzo de las
turbulencias económicas presentaba un nivel de desigualdad superior a la media
de la Unión Europea, el crecimiento de este indicador fue mayor que el del
promedio de países. El aumento de la desigualdad en España, de hecho el mayor desde
que se dispone de información anual, lleva el indicador a uno de los valores
más altos de la UE-27.
Cualquier
valoración del bienestar que se pretenda establecer ligada a los cambios en la
renta media y la desigualdad está condicionada por la limitada capacidad
informativa que proporciona el uso de solo dos de las dimensiones que afectan a
la situación económica de los hogares. No se tiene en cuenta, por ejemplo, la
estructura de la desigualdad y la posibilidad de que el aumento de las
diferencias entre determinados grupos de renta pueda estar compensada por el
estrechamiento de las existentes entre otros grupos. Cambios muy moderados en
la desigualdad global pueden esconder aumentos de las distancias entre las
rentas medias y las más altas compatibles con reducciones de las diferencias
entre las rentas medias y las rentas bajas. En crisis anteriores, de hecho, la
ralentización de la actividad económica dio origen a ritmos muy distintos de
variación de las rentas correspondientes a distintos percentiles, pero también
de cada fuente de renta, más concentradas las de capital en los hogares con
mayores recursos económicos.
La revisión
histórica elaborada por Atkinson (2009) sugiere que los hogares de mayor renta
suelen salir bien parados de las recesiones, con caídas iniciales de renta que
pueden ser importantes, pero que son seguidas por aumentos prolongados de sus
rentas hasta superar los niveles anteriores. En el caso de Estados Unidos, por
ejemplo, las pérdidas de renta fueron claramente mayores en términos absolutos
en los hogares más ricos, sobre todo al principio de la crisis, por la caída de
las rentas de la propiedad; pero en términos relativos
las pérdidas más acusadas las registraron los hogares situados en las partes media
y baja de la distribución de la renta. Los datos de consumo y de ganancias en
los mercados de capitales revelan también que los grupos con mayores rentas se
están recuperando más rápidamente que el resto. Las pérdidas de riqueza de los
hogares con rentas más altas se concentraron, además, en la gama baja del
estrato con mayor renta, más que en los más ricos (Smeeding y Thompson, 2011).
Para el
caso de los países seleccionados, los datos disponibles de la EU-SILC permiten
analizar también los cambios en la estructura de la desigualdad. El indicador
de distancias –la distancia se calcula como el cociente de los ingresos que
dividen a la población en dos grupos de renta o percentiles distintos– entre
los percentiles altos y los bajos de renta (percentil 90 / percentil 10) se puede
descomponer como el producto de la distancia entre las rentas altas y medias
(percentil 90 / percentil 50) y la distancia entre rentas medias y bajas (percentil
50 / percentil 10). Los datos de la tabla 3.1 revelan que antes de la crisis en
la mayoría de los países estudiados, salvo Francia, donde pesan casi igual los
dos componentes, el factor más determinante de las diferencias entre los
perfiles extremos era la distancia entre la mediana y las rentas más bajas, especialmente
en países como España (3). La crisis no ha alterado este cuadro, salvo en el
caso del Reino Unido, donde las diferencias se dan más en la parte alta de la distribución
de la renta.
El
análisis diferenciado de ambos componentes confirma que la crisis ha afectado
de diferente manera a cada grupo de renta en los países estudiados. En
Dinamarca y España, países, junto a Francia, en los que aumentó el indicador
general, crecieron tanto las distancias entre las rentas altas y la mediana
como las que van de ese punto central a las rentas bajas, pero la diferencia
aumentó mucho más en la parte inferior de la distribución. En el caso de
España, destaca en el contexto comparado la caída de las rentas bajas, con un
descenso de la ratio P50/P10 superior al 16% desde el comienzo de la crisis. En
Francia y el Reino Unido la evolución ha sido distinta, al registrar un mayor
ensanchamiento de las diferencias en la parte alta de la distribución de la
renta. En el Reino Unido, de hecho, el otro componente disminuyó y lo mismo
sucedió en Alemania, donde no ha habido cambios
en las diferencias entre las rentas más altas y la mediana. La desigualdad,
por tanto, aumentó de forma distinta en cada uno de los países estudiados,
aunque dentro de una tendencia más o menos común al alza; se observan, además,
diferencias importantes en el modo en que el deterioro de las condiciones
macroeconómicas afectó a cada grupo de renta. La diferente intensidad de los
procesos de pérdida de empleo, las divergencias en los cambios en la estructura
salarial o la intermediación de otras redes informales de protección
influyeron, sin duda, en las consecuencias de la gran recesión sobre la desigualdad
en cada país. No obstante, es difícil pensar que la diferente fortaleza de los
instrumentos redistributivos no haya condicionado la traducción de la caída de
la actividad económica y el crecimiento del desempleo en menor o mayor
desigualdad.
Los sistemas
de impuestos y transferencias han modulado el cambio en la renta disponible de
los hogares, aunque en cada país lo han hecho con distinta intensidad. La
diferenciación entre la renta de mercado —rentas primarias de los hogares, resultante
de la participación en los mercados de trabajo y capital— y la renta disponible
—que llega a los hogares una vez descontado el pago de impuestos y añadida la
percepción de prestaciones— permite apreciar, de nuevo, la existencia de
comportamientos poco uniformes durante la crisis en los países objeto de
estudio (gráfico 2). En Dinamarca y España, tanto las rentas de mercado como la
renta disponible de los hogares registraron crecimientos muy moderados, aunque
con un mayor incremento de la segunda de estas variables, mientras que lo
contrario sucedió en Alemania y Francia. En el Reino Unido se produjo una
drástica caída de los dos tipos de renta….>>.
Este trabajo al servicio de “La
Caisha”, tiene un mérito indiscutible por el hecho de haber puesto de
manifiesto la llamada exclusión social. Pero fijémonos en que a lo largo de
toda esta exposición citada, no aparece absolutamente nada que permita explicar
las “causas” o principios activos fundamentales
del capitalismo, que provocan la creciente desigualdad en el reparto de
la riqueza y, finalmente, la marginación de
las mayorías absolutas trabajadoras, en gran parte confinadas a sufrir las
consecuencias del desempleo permanente. Otro detalle del texto, es que la
palabra “crisis” aparece 203 veces;
“impacto” 57 y su más preciso y
significativo sucedáneo: “consecuencias”, sólo 15. Pero el vocablo “causas”
no se ve por ningún sitio. Como si las consecuencias
surgieran automáticamente de sí mismas por generación espontánea, de modo tal
que así, estos señores pudieran omitir referirse a los ya mencionados principios activos del capitalismo,
como es el caso de la propiedad
privada (de los medios de producción y de cambio) y la competencia, dos causas fundamentales objetivamente
determinantes de todas las consecuentes desigualdades y noxas sociales propias del capitalismo. Finalmente, la expresión
“inversión social” aparece sólo
tres veces en los dos últimos párrafos del texto, cuyo significado va vinculado al concepto de “capital social”, que las
usinas ideológicas del sistema definen eufemísticamente como capital humano, para ocultar que
se trata de trabajo asalariado creador de plusvalor o ganancia, es decir, trabajo explotado sin
contraprestación alguna.
La
hipocresía y el cinismo que caracterizan a la pequeñoburguesía intelectual —odiosos defectos humanos en
parte intrínsecos a su naturaleza de clase y, en parte, forzada por sus propias
circunstancias—, sólo pueden y son superados en crueldad por los propios e
irrenunciables intereses creados del sistema en esta clase intermedia, comprometida
en la tarea irrenunciable de prolongar indefinidamente aun cuando “alegro ma
non tropo”, semejante
sistema de vida explotador y genocida, tal como ha venido demostrando ser desde
sus orígenes, día que pasa cada vez más insoportable.
Un
saludo: GPM.