07. Donde
dije digo, digo Diego
Ramiro insiste:
<<…Y el que la relación (de
lo destruido medido en términos de valor) sea mayor en capital constante no impide que a la salida de
la guerra pueda haber una faltante de fuerza de trabajo. Porque una cosa es
que haya una cantidad de obreros en reserva y otra que exista la cantidad que
el capital necesita para depreciar el salario lo suficiente para relanzar la
ganancia>>. Lo entre paréntesis nuestro.
Es curiosa la prolífica inventiva del señor
Ramiro, en sacar recursos retóricos polémicos de su chistera para salir airoso
de un debate. ¿No había quedado consigo mismo en que los “desastres naturales”
respetan la composición orgánica del capital? ¿Por qué le preocupa tanto que
la burguesía pueda disponer o no de lo que necesita?
El “eje del debate” —que con estas palabras comenzó su discurso nuestro crítico—,
no es este, sino lo que en realidad resulta de una guerra como consecuencia
de una crisis. Si se supone que a la salida de un siniestro de magnitud hay
un faltante de mano de obra respecto de lo que la burguesía necesita, tal supuesto
excluye la posibilidad de que al mismo tiempo exista
un ejército de reserva en paro forzoso, dos circunstancias
tan excluyentes, que la lógica del capital no permite el hecho de que puedan
coexistir al mismo tiempo.
Que
el señor Ramiro no haya podido pensar desprejuiciadamente
el “eje de este debate”, se pone de manifiesto al suponer que para “relanzar
la ganancia” tras una guerra, la burguesía necesita un ejército
reserva que permita “depreciar el salario lo suficiente”. Tras una guerra de
magnitud como consecuencia de una crisis, en realidad la recuperación de la
ganancia con déficit de mano de obra disponible, se opera precisamente sobre
esta base misma como condición de lograr la recuperación. Porque esto es lo
que hay. Se parte de una masa de capital reducido y una composición
orgánica que ha descendido y aumenta muy lentamente.
En tales condiciones, el ritmo de la acumulación es también pausado y,
por tanto, la tasa a la cual el capital de incrementa, también es relativamente
pequeña. Pero como cada cierto número de rotaciones el capital
invertido es mayor por acumulación de un excedente también
cada vez mayor en manos de la clase capitalista, tal enriquecimiento
resultante le crea a la burguesía la necesidad y posibilidad
real de nuevos empleos. La demanda de nuevo capital fijo aumenta
aunque todavía menos que la demanda de nuevos empleos, lo cual
determina que los salarios aumenten más que los precios del capital fijo y circulante.
Tal
es la dinámica que se verifica en circunstancias muy parecidas a la que Marx
expuso en “El Capital”, al principio
del capítulo XXIII del primer Libro, donde supone un proceso de acumulación
en escala ampliada con mayor demanda de fuerza de trabajo, pero
con una composición orgánica del capital constante:
<<Así como la reproducción
simple (en
la misma escala) reproduce continuamente
la
relación capitalista misma —capitalistas por un lado, proletariados por
el otro— La reproducción en escala ampliada,
o sea la acumulación, reproduce la relación capitalista en escala ampliada; más capitalistas
o capitalistas más ricos en este polo y más asalariados en aquel […].
Acumulación (bajo tales condiciones) es, por tanto, aumento del proletariado>>
(Op. cit. Lo entre paréntesis nuestro)
Este proceso de acumulación típico del capitalismo temprano, es parecido al que deja tras de sí una crisis bajo el capitalismo tardío. Más aún si a las crisis le suceden guerras. En ambas situaciones, un capital disminuido se corresponde con una reducida población obrera empleada. La dos realidades difieren una de otra, en cuanto a magnitud y composición respecto del proceso de acumulación que se verifica en circunstancias inmediatamente previas a las crisis, donde el exceso de capital se correspondía con un exceso de población (ejército de reserva), situación que, tras la crisis, tiende a invertirse. En el contexto de lo dicho por Ramiro, cabe responder que un ejército de reserva no se crea por la necesidad económica ni teórica subjetiva de nadie, sino por la propia dinámica objetiva del sistema, según las circunstancias por las que atraviesa el proceso de acumulación. La burguesía no consigue lo que necesita por voluntad propia, sino por lo que la propia dinámica del sistema exige, es decir, por la Ley del valor.
La destrucción de riqueza y aniquilamiento de vidas humanas durante una
guerra o desastre de magnitud, determinan, pues, que el aparato
productivo de la sociedad capitalista retroceda en cuanto a la magnitud
de su capital —físico y humano— disponible, tanto como retrocede su capacidad
de producir riqueza y plusvalor acumulable; se ha empobrecido.
Pero así aleja el inminente horizonte de su derrumbe económico.
Al hacerlo retroceder económicamente, lo relanza en el tiempo hacia el futuro.
Esto demuestra que a la burguesía los seres humanos y su bienestar le importan
poco más que un pimiento. ¿Qué las guerras se llevan por delante la vida de
una relativa minoría de burgueses y otra mucho mayor de asalariados? Todo vale
con tal de preservar el sistema. Los grandes burgueses y políticos profesionales
de todos los países a cargo de los distintos gobiernos, que hoy aparecen agrupados
en organismos internacionales como el Club de Bilderberg, el Fondo Monetario
Internacional, el Banco Mundial, la ONU, la OIT o la CEE, saben esto
de sobra. Pero también son conscientes
de que a la salida de cada crisis, se comienzan a crear las condiciones
de futuros descalabros económicos y consecuentes genocidios, "necesarios"
para su supervivenvia como clase dominante. Tanto más destructivos y monstruosos,
cuanto mayor es inevitablemente la masa de capital excedente que será necesario
—para sus "necesidades"— destruir. Sin embargo están dispuestos a
provocar cuantas más monstruosidades el sistema les obligue a cometer. Y por
eso siguen mintiendo acerca de la naturaleza y dinámica del capitalismo.
Éste es el quid de la cuestión que el señor Ramiro ha perdido de vista, empeñado
en algo que nada tiene que ver con la búsqueda de la verdad científica.