Las previsiones de Marx y la
paradoja de la industrialización financiarizada de nuestro tiempo
<<El
obrero que a diferencia del artesano, no posee instrumentos de trabajo y
dificilmente puede cambiar de ocupación, debido a la especialización engendrada
por la división del trabajo, debe someterse a las exigencias de su empleador.
Al obligar al obrero a producir cada vez más por un salario más reducido, el
capitalista, que sólo existe por el obrero que trabaja para él, tiende
paradójicamente a destruirlo. La producción en función de la ganancia y no del
trabajador es la ley del capital, y el obrero que no puede obtener a cambio de
un trabajo de animal de carga, más que lo estrictamente necesario para vivir,
no puede acomodar su vida a su producción, que se desarrolla en detrimento de
su ser; lejos de poder desarrollarse produciendo libremente en plena armonía
consigo mismo y con los demás, no tiene en la vida otra perspectiva que la
servidumbre y el embrutecimiento. Y al capitalista como sólo le interesa la
ganancia, se preocupa tan poco del obrero sin trabajo, como de una mercancía de
la cual no tiene necesidad, y abandona al desocupado al cuidado de la policía, tanto
como a la caridad pública y privada.
Al dejar
de trabajar cada día tras hacerlo para el patrón, el obrero se convierte en una
carga para la sociedad, obligado a asegurar su mantenimiento y, por ello
convertido en un objeto, no sólo inútil sino perjudicial. Por tal “razón” David
Ricardo y James Mill declararon
que los desocupados constituían un peligro social, y también por esa razón
proclamó Malthus la
necesidad de extirpar el excedente de población.
Esta
hostilidad del capitalismo frente a la clase obrera resulta de la naturaleza
misma de la alienación, que
de indiferente se vuelve hasta necesariamente hostil. Al transformarse el
trabajo asalariado en mercancía, es decir, en capital, el producto alienado del
trabajo del obrero se convierte en una fuerza extraña que lo domina y avasalla.
Este
régimen deshumaniza y envilece, por lo demás, no sólo al obrero, sino también
al capitalista, el cual al sufrir igualmente los efectos del régimen de la
propiedad privada, cae él también bajo la influencia del mundo alienado.
La
alienación del producto del trabajo tiene entre los obreros efectos no sólo
objetivos, sino subjetivos, que se traducen en sentimientos de privación, de
explotación, de opresión que, transformándose en cólera y odio, dan origen a
conflictos sociales, [que la
burguesía no podrá impedir y lo que se acerca cada vez más, será,
inevitablemente, su bancarrota como clase social dominante, dejando paso en la
historia por fin y con total seguridad, a “La libertad, la
igualdad y la fraternidad entre los seres humanos”]. (Auguste Cornú:
“Karl Marx – Federico
Engels” Ed. Ciencias sociales. La Habana, Cuba/1976. Tomo
tres Pp. 176 a 178. Lo entre corchetes nuestro. No hay
versión digitalizada).
¿Qué es la libertad? Aquella cuyo ejercicio no menoscaba o
restringe la libertad de los demás, diferenciada de comportamientos que no
respetan los derechos ajenos, vigentes hasta hoy desde el reinado de Luis XV
entre febrero de 1710 y mayo de 1774, que todavía permanecen bien encubiertos
para que no lo parezca. Así las cosas, para que la libertad sea un ejercicio
efectivo y real entre los seres humanos, se impone que la igualdad sea la misma para todos. Para demostrarlo
remitámonos ahora a la más radical de las constituciones burguesas, la de 1793,
que mucho más tarde inspiró la Declaración Universal de los DD.HH. en 1948.
Allí se dice que los llamados derechos humanos atañen a las personas
en tanto que individuos: los droits de l’homme. Tal como aparecen literalmente
consagrados en el artículo 2 de la mencionada Constitución francesa de 1793, "Ces
droits, etc. (les droits naturels et imprescriptibles) sont: l’égalité, la
liberté, la sûreté, la proprieté" [Estos derechos, etc. (los derechos naturales e imprescriptibles son: la
igualdad, la libertad, la seguridad y la propiedad)].
La propiedad privada se considera como un atributo o
prerrogativa del individuo, que según se afirma proviene del orden natural,
entendido como aquel estadio en el que todos los sujetos son libres e iguales
por naturaleza. El dominio es un
derecho natural inherente a la persona humana, del que el individuo goza y
representa la exteriorización y proyección de su personalidad, como propietario
sobre las cosas que le pertenecen. El ius utendi es el derecho de uso sobre una cosa. Y servirse
de la cosa propia da lugar al interés, ya sea personal o colectivo sobre esa
cosa. Y de acuerdo con la función social del derecho, el interés resulta ser
legítimo siempre y cuando esa conducta no viole preceptos legales ya
establecidos, o viole derechos de otros propietarios. Por ejemplo, bajo el
principio del ius utendi no podría el propietario de un bien inmueble
justificar la tenencia de una plantación de marihuana, al estar prohibida por
la mayoría de los ordenamientos jurídicos. De la misma forma, un empresario no
puede justificar bajo este principio ruidos excesivos típicos de una actividad
industrial, en una zona residencial que hagan intolerable la vivencia de sus
vecinos.
El ius
fruendi es el
derecho que ostenta el propietario de una cosa, a gozar y disponer de ella sin
más limitaciones que las establecidas por las leyes. Además, esta facultad de
goce se extiende a los frutos o productos que pueda producir la cosa propia.
Así, por ejemplo, tratándose de un manzanar,
las manzanas no son productos fabricados sino frutos naturales. Y el fruto
civil que percibe el propietario del manzanar, es la renta que
obtiene por haber puesto ese manzanar en arrendamiento
al inquilino que se “apropia” de las manzanas. Tratándose de dinero,
el monto que percibe el propietario del manzanar es en concepto de alquiler.
Veamos ahora el fruto
civil percibido por el propietario de unas cosas —en este caso medios
técnicos de producción— que los cede día que pasa y por tiempo determinado a
otros sujetos de condición asalariada,
para que los usen produciendo con ellos determinados productos, de los cuales el
propietario se apropia, a cambio de un salario que acuerda con ellos a
instancias de un contrato de trabajo, como es el caso bajo el capitalismo entre
el propietario de las esas cosas
llamadas herramientas o maquinarias instrumentales, y sus asalariados
dependientes encargados de utilizarlas para fabricar dichos productos a cambio
de un salario.
A continuación demostraremos aquí que históricamente, la propiedad privada capitalista
se ha encargado de enterrar en el
mundo las virtudes de la igualdad, la libertad y la seguridad de las personas.
Y ni que decir tiene donde fue a parar la fraternidad entre ellas.
¿Qué es la igualdad para la doctrina
de los DD.HH bajo el capitalismo? Según el artículo 3 de la constitución francesa
en 1795: "La igualdad consiste en que la ley es la misma para todos, así
en cuanto protege como en cuanto castiga". Tal es el espíritu y la letra
omnipresentes en todas las constituciones burguesas desde entonces hasta hoy.
¿Qué es lo que norman, rigen, regulan y consagran las leyes vigentes bajo el
capitalismo? El comportamiento de los seres humanos como almas
propietarias. O sea, su relación social contractual por mediación de la
cual, por ejemplo, los propietarios privados de medios de producción desde los
orígenes del capitalismo hasta hoy, ofrecen dinero en forma de salario a cambio
de trabajo asalariado:
<<Para
que perdure esta relación es necesario que el poseedor de la fuerza de
trabajo la venda siempre por un
tiempo determinado [durante jornadas diarias de la misma
duración] y nada más, ya que si la vende
toda junta de una vez para siempre, se vende a sí mismo, se transforma de
hombre libre en esclavo, de poseedor de mercancía (su fuerza potencial de
trabajo) en simple mercancía. Como persona [el asalariado] tiene que comportarse constantemente con
respecto a su fuerza de trabajo, como con respecto a su propiedad [sobre
ella] y, por tanto, a su propia
mercancía [para que su patrón la utilice sumando riqueza y ganancia en los
productos fabricados durante cada jornada laboral], y únicamente está en condiciones de hacer eso, en la medida en que la
pone a disposición del comprador —se la cede para su consumo— sólo
transitoriamente cada día y por un tiempo determinado [según lo acordado en
el contrato de trabajo], no renunciando,
por tanto, a su propiedad sobre ella [sobre su fuerza de trabajo]>>.
(K. Marx: “El Capital” Libro
I Cap. IV Aptdo. 3. Compra y venta de la fuerza de trabajo. Ed. Siglo XXI/1978
Cap. IV Pp. 204. Lo entre corchetes nuestro).
Este galimatías dialéctico basado en la igualdad formal que figura en la
normativa jurídica y en los contratos de trabajo, desfigura la realidad cuando
por ejemplo en ese acto, parece supuestamente que se intercambian equivalentes,
pero a la postre resulta ser éste un intercambio
desigual, porque la ganancia capitalista crece sin cesar a expensas del
salario, paradoja que tiene su fundamento no precisamente en el ámbito de la relación contractual sino en el
trabajo efectivo y real ¿Dónde ha venido radicando la desigualdad entre
patronos y obreros en favor de los primeros? Para descubrir el secreto de este
galimatías, hay que comenzar por decir que la fuerza o capacidad de trabajo en todo individuo vivo, está
contenida en su cuerpo y para ejercerla en forma de trabajo, necesita esencialmente a cambio cierta cantidad en
medios de subsistencia:
<<Por tanto, el tiempo de trabajo
necesario [previo] para
la producción de la fuerza [potencial]
de trabajo [desplegada posteriormente
en cada jornada de labor por el obrero en cualquier fábrica de propiedad
privada burguesa], se resuelve en el tiempo de trabajo
necesario para la producción de los medios de subsistencia o, dicho de
otra manera, el valor de la fuerza
de trabajo [potencial del asalariado]
es el valor contenido en los medios de subsistencia necesarios para la conservación del poseedor de
aquella>>. (Ed. Siglo XXI/1978 Cit. Libro I Cap. IV Pp. 207. El
subrayado y lo entre corchetes nuestro).
<<Considerándolo
según su forma real, el dinero —esa
parte del capital que el capitalista gasta para adquirir capacidad de trabajo
humano— no representa nada más que los medios de subsistencia existentes en el
mercado o lanzados en él en ciertas condiciones (within certain terms) que entran en el consumo individual del
obrero>>. (K. Marx: “El Capital” Libro I Cap. VI
(inédito): “Resultados del proceso inmediato de producción” 13ª. Edición. Ed. Siglo XXI/1990 Pp. 12).
Pero no basta con esto, porque la
reproducción potencial de la fuerza de trabajo en un individuo, también exige
determinada formación técnica previa que justifique el monto del salario
percibido según su mayor o menor cualificación
para los fines de su empleo rentable,
incluyendo el necesario gasto
personal en medios de subsistencia para el consumo de sus descendientes en su
familia: medios de vida, vestimenta, mobiliario del hogar, etc., que se
consumen en distintos lapsos de tiempo, unos más prolongados que otros. Dicho
esto, hay que tener en cuenta, además, que la fuerza de trabajo desplegada por
el obrero no se paga por adelantado sino cada semana o mensualmente, después de
que esa fuerza haya sido utilizada como trabajo efectivo por el patrón, durante
cada jornada de labor acordada en el contrato. Esto significa que el asalariado
adelanta al capitalista el
valor de uso de su fuerza de trabajo, gastándola trabajando para su patrón antes de percibir a cambio el salario
acordado con él:
<<En
todas partes, pues, el obrero adelanta al
capitalista el valor de uso de su fuerza de trabajo, antes de haber
recibido el pago de su precio (salario)
correspondiente. En todas partes, pues,
es el obrero el que abre crédito al
capitalista>> (Ed. cit. Libro I. cap. IV Pp. 212).
Así las cosas, el capitalista se vale del
asalariado para los fines de producir un valor
de uso útil, cuyo valor de
cambio sea rentable o
sea mayor al costo de producirlo. Por lo tanto, producir una cosa para venderla
por un precio equivalente o menor
al costo de producirla, carece para él de sentido. Quiere producir una
mercancía destinada a la venta, cuyo valor de cambio supere al de los salarios.
Teniendo en cuenta que el valor de los medios técnicos de trabajo utilizados
por el asalariado para tal fin —como máquinas materias primas y auxiliares
(combustibles y lubricantes), necesarios para la producción— es trasladado al
producto fabricado. ¿De dónde sale, pues, la rentabilidad del capitalista que justifique comercialmente la
fabricación de un producto para su venta en el mercado? De la diferencia entre
el valor de cambio creado por
el trabajo del obrero empleado, respecto del relativamente menor valor de uso de ese trabajo pagado por
el capitalista bajo la forma de salario. Por ejemplo:
<<El hecho de que sea necesaria
media jornada laboral para [producir
los medios de vida del asalariado cuyo consumo permite] mantenerlo vivo durante 24 horas, en modo alguno impide al obrero
trabajar durante una jornada completa. El
valor [de uso] de su fuerza [potencial] de trabajo [contenido en el salario
contratado] y su valorización en el
proceso laboral [de producción] son,
pues, dos magnitudes diferentes [la segunda necesariamente mayor que
la primera]. El capitalista tenía muy
presente esa diferencia de valor
cuando [al firmar el contrato] adquirió
la fuerza de trabajo>>. (K. Marx: “El Capital” Ed. Siglo XXI/1978. Libro
I. Cap. V. Pp.
234. Lo entre corchetes y el subrayado nuestros) […….]
[……]<<“¿Qué es una jornada laboral?”. “¿Durante
qué espacio de tiempo el capital tiene derecho a consumir la fuerza de trabajo
cuyo valor diario ha pagado?”. “¿Hasta qué
punto se puede prolongar la jornada laboral más allá del tiempo de trabajo
necesario para reproducir la fuerza de trabajo misma?” A estas
preguntas, como hemos visto, responde el capital: La jornada laboral comprende
diariamente pocas horas de descanso sin las cuales la [propia] fuerza de
trabajo [por cansancio] rechaza terminantemente la prestación de nuevos
servicios. Ni qué decir tiene, por de pronto, que el obrero a lo largo de su
vida no es otra cosa que fuerza de
trabajo, y que en consecuencia todo
su tiempo disponible es, según la naturaleza y el derecho, tiempo de trabajo para la autovalorización
del capital perteneciente a su patrón. Dejando a un lado el tiempo para su
educación humana, para su desenvolvimiento intelectual, para el desempeño de
funciones sociales, para el trato social, para el libre desenvolvimiento de las
fuerzas vitales físicas y espirituales etc, etc, e incluso para santificar el domingo>>
(K. Marx: “El capital” Libro I Cap. VIII. Ed. cit. Apartado 5. “La lucha por la jornada normal de trabajo.
Leyes coercitivas para la prolongación de la jornada laboral, Pp. 318 [……]
[….,..]<<La producción capitalista, que en
esencia es producción de plusvalor y absorción de plustrabajo, produce por
tanto, con la prolongación de la jornada laboral, no sólo atrofia de la fuerza humana a la que
despoja —en lo moral y en lo físico de sus condiciones normales de
desarrollo y actividad. Produce el
agotamiento y muerte prematuros de la fuerza de trabajo misma. Prolonga
durante un lapso dado, el tiempo de
producción del obrero reduciéndole la duración
de su vida>> (K. Marx: “El Capital” Libro I Cap. VIII: La jornada laboral. Apartado 5:
“Leyes coercitivas para la prolongación
de la jornada laboral, desde mediados del Siglo XIV a fines del Siglo XVVII”. Pp.
318 a 320 [……]
Como
han hecho los terratenientes en los tiempos del esclavismo, algo parecido han
venido haciendo los burgueses bajo el capitalismo con sus trabajadores.
“Libertad, igualdad y fraternidad”: Tal fue el lema de la República francesa en
1793, que en el siglo XIX,
se convirtió en el grito de republicanos y liberales
a favor de la democracia
y el derrocamiento
de gobiernos feudales opresores y tiránicos de todo tipo. Los “próceres” de
aquella revolución retomaron ese lema sin que la Monarquía de Julio lo adoptara. Fue
establecido por primera vez como lema oficial del Estado en 1848, por
el gobierno de la Segunda República francesa.
Prohibido durante el Segundo Imperio, la Tercera República francesa lo
adoptó como lema oficial del país en 1880, ratificado posteriormente por las constituciones francesas
de 1946 y 1958).
Durante la ocupación alemana de Francia en la Segunda Guerra Mundial, el Gobierno
de Vichy sustituyó ese lema por la frase Travail,
famille, patrie (“Trabajo, familia, patria”), para ilustrar el nuevo rumbo
del gobierno. Desde los tiempos de la Primera república francesa hasta el día
de hoy, bajo este falso lema la burguesía internacional ha venido escamoteando
el verdadero fundamento de su sistema de vida. Absolutamente nada que ver con
ninguna de las tres virtudes humanas a las que todavía tan hipócrita, cínica y
criminalmente se sigue abrazando.
¿Qué
es la libertad? Segun el artículo 6 de la Constitución en 1793, es "el
poder de todo ser humano que haga lo que no atente contra la libertad de los
demás". Pero según hemos visto, la libertad del capitalista que se apropia
del valor de cambio contenido en el producto fabricado por el obrero, no es la misma que al obrero le
permite el salario que, a cambio de su trabajo recibe de su patrón. O sea, que
la relación social entre patronos y obreros supone dos distintos grados de
libertad, como resultado del embeleco que
contiene oculto la palabra “igualdad” (formal) montado expresamente, para
beneficio del timador burgués
contenido de modo engañoso en los términos del contrato de trabajo. Y si como
es cierto que los patronos en realidad son más libres que los asalariados, es
falso que sus respectivos derechos civiles, económicos y políticos puedan ser
iguales, de lo cual se infiere la imposibilidad de que entre estas dos clases
sociales, puedan germinar las virtudes humanas de la libertad, la igualdad y la fraternidad. O sea, que como le
dijera Marx a Engels en abril de 1868:
<<...En fin, dando por sentado que
estos tres elementos: salario del trabajo, renta del suelo y ganancia son las
fuentes de ingreso de las tres clases, a saber: la de los terratenientes, la de
los capitalistas (ya sean
industriales, comerciales o financieros) y la de los obreros asalariados:
como conclusión LA LUCHA DE CLASES, en la cual el movimiento (de la
sociedad burguesa) se descompone y es el desenlace de toda esta
mierda...>>. (Carta de Marx a Engels del 30/04/1868.
Editora Política/La Habana 1983 Pp. 218. Lo entre paréntesis nuestro).
Ahora bien, ya hemos dicho que: de todos los derechos de
los individuos "libres", el
más elemental y originario derecho que cada uno puede ejercer
libremente, además de los objetos de su propiedad, es la de su relativo cuerpo y/o del comportamiento
de otras personas por tiempo determinado. Ese derecho de cualquiera
para disponer de lo que es suyo, es un ejercicio de poder. Así, por ejemplo, el
capitalista dispone libremente de su capital
privado invertido en medios de producción, para que sean puestos en
movimiento por empleados a cambio de un salario. En este sentido, ambos
contratantes son dos personas aparentemente "libres" e
"iguales"; libres
porque en su condición de almas propietarias, ambas disponen discrecionalmente
de lo que es suyo. Cada una de las dos partes dispone a instancias de sus
respectivas voluntades, de las cosas suyas propias de que disponen como
propietarios. El capitalista sus medios de producción y el asalariado su cuerpo
propio, a instancias de un contrato
de trabajo y de acuerdo con la ley vigente al respecto. Pero como
acabamos de insistir cuatro párrafos más arriba una vez más en demostrar, esas
libertades son desiguales a la hora de ejercer efectivamente esa “libertad”.
Porque una vez que el asalariado firma su contrato de trabajo, cede en la
fábrica su libertad de acción en favor de su patrón:
<<En toda la Edad Media, una gran
posesión de tierras fue la condición necesaria para que la nobleza feudal
pudiera contar con campesinos tributarios obligados a prestaciones gratuitas. Y
hoy día, hasta un niño de seis años puede ver que la riqueza [en
manos de la burguesía] domina personas
exclusivamente por medio de las cosas de que dispone>> (F. Engels: “Anti Dühring” Cap. V. Teoría del valor.
Ed. Grijalbo. México/1977. Pp. 193).
¿Qué es la seguridad? La
Constitución de 1793 estipula que,
"La seguridad consiste en la protección que la sociedad otorga a cada uno
de sus miembros para la conservación de su persona, de sus derechos y de su
propiedad". Segun Marx, la seguridad es el supremo concepto social de
la sociedad burguesa, el concepto de
la policía según el cual, la sociedad, entendida como un conjunto de
relaciones entre propietarios privados, existe sólo si la policía garantiza a
todos y cada uno de sus miembros, la conservación de su persona y de sus
derechos en tanto que propietarios privados.
El concepto de seguridad bajo el capitalismo significa,
pues, que la sociedad no está por encima del egoísmo, sino que lo preserva. Y
en tanto que la sociedad está fundada sobre las desigualdades reales de las almas propietarias, por lógica
debe privar —y de hecho prevalece— el egoísmo de los más iguales (la burguesía)
sobre los menos (el proletariado). Por tanto, la Declaración de los DD.HH.
aprobada por la ONU el 10/12/1948, establece que la única libertad y seguridad
prevista por esa filosofía, es la de los propietarios. Y que la igualdad de las
almas en tanto que se someten al cumplimiento de unas leyes de común
aplicación, cuya esencia es la propiedad con fines gananciales crecientes a expensas del trabajo ajeno,
resulta que esas leyes implícitamente perpetúan las desigualdades reales en
perjuicio de los que sólo pueden disponer poco más que de su cuerpo propio. O
sea, que favorecen a los propietarios de los medios de producción y del dinero
bancario. Por lo tanto, la burguesía en cualquier parte del mundo sólo está
dispuesta a respetar la seguridad y el derecho a la vida de sus semejantes
asalariados, en la medida en que renuncien a su verdadera libertad y se sometan
a las condiciones de explotación que exige la ley de la propiedad que garantiza
el beneficio capitalista, de tal modo que sus reclamos, por justos que sean no
hagan peligrar la continuidad del sistema, garantizando así la distribución
cada vez más escandalosamente desigual de la riqueza:
<<El
1% de la población mundial dispone hoy del 80% de ella. Según la consultoría Wealth-X and UBS, la riqueza de los multimillonarios
en el Mundo desde 2009 se duplicó, alcanzando los 6,5 trillones de dólares en
2013: U$S 6.500.000.000.000.000.000. ¿De dónde pudo salir esa riqueza si no de
la ganancia a expensas del trabajo no remunerado sustraído a los
asalariados? ¿Y qué decir de la corrupción generalizada entre las minorías
sociales que siguen ejerciendo el poder económico y político? ¿Y del
contubernio entre políticos y empresarios? ¿Y de la creciente miseria
absoluta de una mayoría de asalariados y autónomos en general? ¿Y del
engaño mutuo y la mentira sistemática como medio de medrar a expensas de los
demás? ¿Y del fraude de las “acciones preferentes” de Bankia? ¿Y de los
desahucios: 362.776 lanzamientos
en España entre 2008 y 2012? ¿Y del despido masivo, el trabajo
precario y a tiempo parcial? ¿Y de las guerras genocidas de rapiña? ¿Y de la
corrupción generalizada por la “democracia representativa”, que hace a ese
contubernio de intereses privados entre políticos profesionales a cargo del
Estado y empresarios? ¿Y de las muertes prematuras por cada vez más accidentes,
crímenes y delincuencia, enfermedades curables y suicidios, a raíz de la
situación crítica insostenible de cientos de millones de personas en más de 150
países? ¿Y de la desgracia de 65,3
millones de refugiados en 165 países? De esto se desprende que la
justicia del sistema jamás actúa en contra de estos intereses materiales. Más
aun cuando se trata de cuantiosos beneficios económicos y políticos
geoestratégicos, como los que ahora mismo están en juego>>. https://www.europapress.es/internacional/noticia-ciento-poblacion-mundial-acapara-82-ciento-riqueza-180122154309.html).
Ahora
bien: ¿De dónde sale el beneficio capitalista que hace a la creciente distribución desigual
de la riqueza? Como hemos dicho siguiendo a Marx, ese beneficio resulta de la
diferencia entre el valor de cambio contenido en los productos fabricados por
el trabajo a cargo de
personal asalariado, y el valor de uso de su fuerza de trabajo equivalente al
salario pagado por el capitalista. Según este razonamiento, hay dos formas de aumentar el
beneficio de la patronal en perjuicio del asalariado: el plusvalor absoluto
y el plusvalor relativo
son esas dos formas. El plusvalor
absoluto consiste en aumentar la masa de plusvalor mediante el alargamiento de la jornada de
labor, más allá del tiempo en
que cada obrero produce el equivalente al valor de los medios de vida que
necesita para reproducir su fuerza de trabajo. De ahí el calificativo de
“absoluto” referido a un tiempo de trabajo
adicional creador de un plus de valor que se apropia el capitalista.
Suponiendo, por ejemplo, que la jornada de labor es de ocho horas y la tasa de
explotación de la fuerza de trabajo es equivalente al 100% del salario, el
plusvalor será creado durante las últimas cuatro horas de la jornada de
ocho horas, porque durante las primeras
cuatro el asalariado producirá el equivalente a su salario. ¿Qué pasa si la
jornada de labor aumenta de 8 a 10 horas? Pasa que el tiempo en que el
asalariado produce los medios de vida equivalentes al salario que percibe para
el mantenimiento de su fuerza de trabajo, sigue siendo de cuatro horas, pero el
tiempo de plustrabajo aumenta de 4 a 6 horas. Por tanto, el plusvalor aumenta
del 100% al 150% y la ganancia del capitalista se incrementa en el equivalente
al valor creado en esas dos horas adicionales de trabajo ejecutado inadvertida y gratuitamente por
el asalariado.
Y en cuanto al plusvalor relativo (respecto del salario), consiste en crear
más plusvalor manteniendo el mismo salario y la misma duración de la jornada de
labor, pero aumentando la eficacia productiva del trabajo.
¿Cómo? Acelerando el ritmo de los
medios técnicos entre una
operación y la siguiente, de modo tal que cada operario sea forzado a
producir más por unidad de tiempo empleado en ello, o bien que produzca lo
mismo que antes pero en la mitad de tiempo. O sea aumentando la intensidad del trabajo:
<<Resulta
pues sumamente ventajoso hacer que los mecanismos de los medios técnicos
funcionen infatigablemente, reduciendo al mínimo posible los intervalos de
reposo: la perfección en la materia sería trabajar siempre (se ha introducido
en el mismo taller a los dos sexos y a las tres edades, explotados en
rivalidades, de frente y, si podemos hablar en estos términos, arrastrados sin
distinción por el motor mecánico hacia el trabajo prolongado, hacia el trabajo
de día y de noche, para acercarse cada vez más al movimiento perpetuo>>. (Barón
Dupont: “Informe a la cámara de París,
1847. Cita de Benjamín Coriat en su obra: “El Taller y el cronómetro” Ed. Siglo XXI/1982 Cap. III Pp. 38).
Por ejemplo, si la capacidad productiva o eficacia técnica
de la maquinaria se duplica, el valor de la fuerza de trabajo equivalente al
salario se producirá en 2 horas en vez de 4. Así, el tiempo de producción del
plusvalor capitalizado por la patronal, aumentará de 4 a 6 horas. Lo cual
suponiendo que la jornada laboral sigue
siendo de 8 horas y la eficacia del trabajo aplicado a la maquinaria se duplica, resulta que la
producción del valor contenido en el salario medido en términos de tiempo de trabajo se reduce de 4 a 2
horas, aumentando así el tiempo (seis horas) en que el obrero pasa de tal modo inadvertido y gratuito a trabajar gratis
para el capitalista. O sea, que durante las 8 horas de la jornada de labor, el
obrero ha trabajado 2 horas para sí mismo y las restantes seis horas
gratuitamente para el capitalista:
<<Así
las cosas, la producción capitalista no solo es producción de mercancías: es, en esencia, producción de
plusvalor (ganancia para el patrón). El obrero no produce para sí sino para el capital. Por tanto ya no
basta con que produzca en general. Tiene que producir plusvalor. Sólo es productivo el trabajador que produce
plusvalor para el capitalista o que sirve para la autovalorización del capital.
Si se nos permite ofrecer un ejemplo al margen de la esfera de la producción
material, digamos que un maestro de escuela es un trabajador productivo
cuando, además de cultivar las cabezas infantiles, se mata trabajando para
enriquecer al empresario. Que este último haya invertido su capital en una
fábrica de enseñanza en vez de hacerlo en una fábrica de embutidos, no altera
en nada la relación. El concepto de trabajador productivo, por ende, en modo
alguno implica meramente una relación entre actividad y efecto útil, entre el
trabajador y el producto del trabajo, sino además una relación específicamente
social, que pone en el trabajador la impronta de (ser convertido en) medio directo de valorización del capital (incremento
de ganancia). De ahí que ser trabajador
productivo no constituya ninguna dicha (para él), sino una maldición>>. (K. Marx: “El Capital” Ed. cit. Libro I Sección V Cap. XIV Pp. 616. Lo entre
paréntesis y el subrayado nuestros).
Según lo razonado hasta aquí, tanto la libertad como la
igualdad formal de las personas, se supeditan y reducen esencialmente al derecho de propiedad. El
artículo 16 de la Constitución desde 1793 dice que: "El derecho de ‘propiedad’ es el derecho de todo ciudadano a gozar
y disponer ‘a su antojo’, de sus bienes, de sus rentas, de los frutos de su
trabajo y de sus actividades”. En buen romance, pues, el derecho de
propiedad es el derecho de cada individuo a procurarse y si es posible
incrementar su patrimonio personal, sin preocuparse por los demás, es decir, independientemente
de la sociedad. ¿Y qué es la sociedad? Marx respondió a esta pregunta diciendo
que:
<<Aquella
libertad individual y esta aplicación suya, constituyen el fundamento de la
sociedad burguesa. Sociedad que hace que todo individuo encuentre en otros
individuos, no la realización, sino, por el contrario, la limitación de su
libertad. Y proclama por encima de todo, el derecho humano "a disponer de
sus ingresos fruto de su trabajo y de su industria”>>. (K.
Marx: “La cuestión Judía” Versión
digitalizada Pp. 24 segundo párrafo).
En
general, la producción de plusvalor
relativo basado exclusivamente
en el creciente adelanto tecnológico contenido en los medios de producción,
consiste en poner al asalariado en condiciones de producir más plusvalor con el mismo gasto de energía vital en
un mismo tiempo. O sea trabajar más
intensamente por cada unidad de tiempo empleado en la producción. Pero
dado que este progreso técnico supone un costo
creciente, la mayor productividad bajo el capitalismo determina la tendencia contrarrestante, a intensificar el trabajo físico del
asalariado por unidad de tiempo empleado en el uso de tales medios de
producción.
Pues bien, en este punto del proceso de explotación,
la creciente intensidad del esfuerzo —físico y mental— exigido a los
asalariados en cada jornada laboral diaria, entra en contradicción lógica con su duración, dando pábulo a la ley según la cual, la eficiencia
de la fuerza humana de trabajo, está en razón
inversa al tiempo en que opera, de modo que la tendencia de la patronal a extender la jornada de labor,
tiene un límite a partir del cual, el esfuerzo adicional que se le exige al
trabajador para hacer posible dicha eficiencia, se agota antes de finalizar
cada jornada:
<<Con todo, se
comprende fácilmente que en el caso de un trabajo [excesivo] que
no se desenvuelve en medio de paroxismos pasajeros, sino con una uniformidad
regular, reiterada día tras día, ha de alcanzarse un punto nodal en que la extensión de la jornada laboral y
la intensidad del trabajo [con vistas a obtener la mayor productividad con más esfuerzo] se excluyan recíprocamente, de tal modo que la prolongación de la
jornada sólo sea compatible con un menor grado de intensidad en el trabajo
y, a la inversa, que un grado mayor de intensidad sólo pueda conciliarse con la
reducción de la jornada laboral. (K. Marx: "El Capital" Libro I Sección cuarta Cap. XIII Página 499).
Pero
esta ley no se resuelve como en la física, sino históricamente a instancias de
la lucha entre patronos y asalariados.
La contradicción y la consecuente lucha
social, explican la evolución de la legislación laboral al respecto, que aparece ante la conciencia de la
sociedad como una revelación de las
luchas obreras por la reducción de la jornada de labor. Parece, pues,
como si tales luchas fueran producto del factor histórico-moral, es decir, de
una voluntad política asentada en consideraciones de pura justicia distributiva. Las investigaciones de Marx niegan
esta falacia de sentido común, al demostrar que estas luchas están objetivamente
determinadas.
En
los "Manuscritos de 1861/63” (MEGA
II, 3, 6 Pp. l906 citado por Ernest Mandel
en "Marx y El Porvenir del Trabajo Humano" Revista
"Inprecor" Nº 50 octubre/1986 Pp.7), Marx llega
a la previsora conclusión de
que en un punto determinado de la acumulación —y a este punto se llegó
posteriormente con el "Fordismo" y el Taylorismo"— se establece
una relación inversa entre la intensidad y la extensión de la jornada de labor:
<<Y esto —dice Marx— no es un asunto
especulativo. Cuando el hecho se manifiesta hay un medio muy experimental de
demostrar esta relación: cuando, por ejemplo, aparece como físicamente
imposible para el obrero proporcionar durante doce horas la misma masa de
trabajo que efectúa ahora durante diez o diez horas y media. Aquí, la reducción
necesaria de la jornada normal o total de trabajo, resulta de una mayor
condensación del trabajo, que incluye una mayor intensidad, una mayor tensión
nerviosa, pero al mismo tiempo un mayor esfuerzo físico. Con el aumento de los
dos factores —velocidad y amplitud (número o masa) de las máquinas— se llega
necesariamente a una encrucijada, en la que la intensidad y la extensión del
trabajo ya no pueden crecer simultáneamente, porque el aumento de una excluye
necesariamente el de la otra...>> (Op. cit. El subrayado nuestro).
Comprobaciones empíricas contemporáneas permiten confirmar
este aserto. Mediante un estudio riguroso de las estadísticas comparadas de
mortalidad en los EE.UU., los doctores Eyers y Sterling, han demostrado que:
<<...después
de la adolescencia, la mortalidad [de los asalariados] está más relacionada con la organización
capitalista de la producción que con la organización médica en los
hospitales....Una conclusión general, es que un gran componente de la patología
física y muerte del adulto, no deben ser considerados actos de Dios ni de
nuestros genes, sino una medida de la tragedia causada por nuestra organización
económica y social...>> Stress-Related. “Mortality and Social Organization".
En "Salud Panamericana"
Vol. 8‑l. El subrayado nuestro).
Estos autores consideran al
"estrés" como el eslabón entre las "noxas" (daños) sociales
y el deterioro biológico del cuerpo humano. Eyers y Sterling definen al
"estres" como:
<<...los cambios que ocurren en un sujeto
llamado a responder a una situación externa, para enfrentar a la cual, él no
tiene capacidad o está dudoso de tenerla...Ello produce un estado de alerta
psicológica y física que se inicia en la conciencia, en el cerebro y pone en
tensión el cuerpo…>>. (Op. cit)
Las estadísticas de mortalidad
reconocen al "estrés" en el suicidio, el homicidio y los accidentes,
así como en enfermedades crónicas como el infarto, la cirrosis, el cáncer
y la hipertensión. Según un informe de CC.OO., los
accidentes laborales en España aumentaron un 46% en l988, o sea, 326.308
accidentes más que el año anterior. A pesar de la gravedad de los datos, la
situación de la salud laboral en España puede ser todavía más trágica: al menos
un 30% de los trabajadores de este país, escapan a las estadísticas
oficiales sobre siniestralidad, ya que se trata de trabajos marginales a tiempo
parcial. Según CC.OO., "...los que tienen contrato temporal, se accidentan
dos veces más que el personal fijo...".
En otras palabras, la tendencia del
capital a aumentar la plusvalía relativa, es decir, el desarrollo de las
fuerzas productivas "objetivas" expresado en las máquinas, los
sistemas mecánicos, los sistemas semi-automatizados, la automatización en gran
escala, los robots, tiene efectos contradictorios
sobre el trabajo. Reduce la cualificación, suprime empleos, presiona a la baja
los salarios por la presión que ejerce sobre los empleados el aumento del
ejército de reserva de parados. Pero simultáneamente, la extensión de la
mecanización tiende a aumentar la intensidad del esfuerzo en el trabajo por
unidad de tiempo (a la vez físico y psíquico, o al menos uno de los dos), y
ejerce, pues, una presión objetiva hacia la reducción de la
jornada de trabajo.
Las distintas formas de lucha con
que el proletariado ha venido desbaratando la "organización científica del
trabajo", responden a todas estas "noxas" sociales. Entre ellas
el ausentismo, el sabotaje durante el proceso de producción tipificado como
"faltas de cuidado", "defectos", "porcentajes
crecientes de desperdicios"; actitudes que Benjamín Coriat
ha visto como "una resistencia a entrar en la fábrica" y que pueden
ser actos voluntarios o resultantes de una fatiga excesiva:
<<Si
entre todas las luchas obreras, la de 1971 en el taller de los “térmicos” en
Renault-Le Mans señaló un punto de ruptura, fue porque funcionó, a su
manera, como un perfecto “analizador,
poniendo al descubierto una triple evidencia:
Ante
todo la de la vulnerabilidad la de la
vulnerabilidad de los aparatos de producción moderna, racionalizados y
especializados: unas cuantas decenas de obreros que se declaran en huelga en un
taller donde se produce una pieza esencial paralizan por efectos…en cadena, no
sólo la fábrica de Le Mans, sino la casi totalidad de la compañía.
Después
se confirma, a pesar de las disparidades
de salario, primas y situaciones de trabajo, la posibilidad de “masificación”
de la lucha obrera, la unidad fundamental de sus aspiraciones, el riesgo de
hegemonía que acompaña en lo sucesivo el movimiento del obrero-masa;
Por último, y detalle importante, los obreros
de Le Mans son franceses y
esencialmente de origen rural; la huelga surge allí donde tradicionalmente la
línea de montaje y la organización científica del trabajo pensaban encontrar
unos márgenes y para su expansión y desarrollo.
Parece que el trabajo parcelado y
repetitivo encuentra aquí una especie de
límite “social”, una crisis de su
eficacia como técnica de dominio sobre el trabajo……..>>. (Benjamín
Coriat "El Taller y El Cronómetro" Cap. 8 II Ed. Siglo
XXI Cap. Aptdo. 8 Pp.124/130. No hay versión digitalizada).
Versión textual
de Michael Hudson:
Más que
ningún otro economista de su siglo, Marx logró vincular los tres tipos más
importantes de crisis que estaban sucediendo. Sus Teorías de la Plusvalía
explicaban las dos formes principales de crisis a que habían apuntado sus
predecesores, y en torno a las cuales se libraron las revoluciones burguesas de
1848. Esas crisis eran resultado de supervivencias en Europa de la época feudal
de la aristocracia terrateniente y las grandes fortunas bancarias.
Financieramente,
Marx apuntó a la tendencia de las deudas a crecer exponencialmente con
independencia de la capacidad de pago de la economía, y aun a mayor velocidad
que la economía misma. El incremento de la deuda y el crecimiento de los
intereses, eran autónomos respecto de la dinámica del capital industrial y del
trabajo asalariado, en que se centraba el volumen I de “El Capital”. Las deudas se expanden por sí propias, siguiendo
reglas puramente matemáticas: la “magia del interés compuesto”.
Podemos
ver en Norteamérica y en Europa cómo las cargas de los intereses, la recompra
de acciones, el apalancamiento de las deudas y otras maniobras financieras, se
comen los beneficios y previenen la inversión en plantas y equipos, derivando
ingresos hacia operaciones financieras económicamente vacías. Marx llamó al
capital financiero “imaginario” o “ficticio”, en la medida en que no procede
del seno de la economía industrial y porque —al final— sus demandas de pago no
pueden ser satisfechas. Llamó a ese incremento financiero una “forma vacía de
capital.” [1] Ficticio, porque
consistía en bonos, hipotecas, préstamos bancarios y otros títulos rentistas,
sobre los medios de producción y sobre el flujo de salarios, beneficios e
inversión en capital tangible.
El
segundo factor que llevaba a crisis económicas era más a largo plazo: la
renta agraria ricardiana. Los terratenientes y los monopolistas
cargaban a la economía con un “impuesto de propiedad”, extrayendo rentas
resultantes de privilegios que (como el interés) eran independientes del modo
de producción. La renta agraria crecería a medida que las economías llegaran a
ser más grandes y más prósperas. Una parte cada vez mayor del excedente económico
(beneficios y plusvalía), sería derivada hacia los propietarios de la tierra,
de los recursos naturales y de los monopolios. Esas formas de renta económica
resultaban de privilegios que no tenían ningún valor intrínseco o coste de
producción. Al final, contribuirían a empujar al alza los niveles salariales,
dejando margen cero para los beneficios. Marx llamó a eso el “Armagedón
ricardiano”.
Esas
dos fuerzas que contribuían a las crisis, señaló Marx, eran una herencia de los
orígenes feudales de Europa: señores de la tierra que conquistaban territorios
y se apropiaban de recursos naturales e infraestructuras; y bancos que seguían
siendo, y por mucho, usureros y depredadores en su actividad de hacer préstamos
de guerra a los Estados y de explotar a los consumidores con mezquindad
usurera. La renta y el interés eran en muy buena medida productos de las
guerras. Como tales eran fenómenos externos a los medios de producción y a su
coste directo (esto es, al valor de los productos).
Pero,
sobre todo —huelga decirlo—, Marx apuntó a la forma de explotación del trabajo
asalariado por sus empleadores. Y esto, en efecto procedía del proceso de
producción capitalista. Bertell Ollman
acaba de explicar tan bien esa dinámica, que no será necesario repetirla aquí.
La crisis económica actual en
Occidente: extracción financiera y rentista que conduce a la deflación
por deuda
Bertell
Ollman ha mostrado cómo analizaba Marx las crisis económicas a partir de la
incapacidad del trabajo asalariado, para comprar todo lo necesario que él produce.
Esa es la contradicción interna característica del capitalismo industrial. Cómo
se explica en el volumen I de “El Capital”
de Marx, que los empleadores buscan maximizar los beneficios pagando a los trabajadores lo menos
posible. Eso lleva a una excesiva explotación del trabajo asalariado,
causando subconsumo y saturación de los mercados.
Nosotros
queremos centrarnos aquí en la cuestión siguiente: hasta qué punto la actual
crisis financiera es holgadamente independiente del modo industrial de
producción. Como observó Marx en los volúmenes II y III de su obra: “El Capital”, así como en “Teorías
sobre la plusvalía”,
la actividad bancaria y la extracción de rentas son hostiles de varias maneras
al capitalismo industrial. Nuestro debate versa sobre cómo analizar la crisis
actual de las economías occidentales. Para nosotros se trata, por lo pronto y
sobre todo, de una crisis financiera. La crisis bancaria y el endeudamiento
proceden, y por mucho, de los préstamos inmobiliarios e hipotecarios, así como
del tipo de fraude masivo que a Marx le parecía característico de las altas
finanzas de su tiempo, particularmente de la financiación de canales y
ferrocarriles.
De
manera que para responder a la cuestión antes planteada sobre si Marx estaba o
no en lo cierto, habría que decir que Marx, sin ninguna duda, suministró las
herramientas necesarias para analizar las crisis que las economías industriales
capitalistas han venido padeciendo en los últimos doscientos años. Pero la
historia no ha discurrido del modo que Marx esperaba. Lo que él esperaba era
que todas las clases actuaran conforme a sus intereses de clase. Que es el
único modo de proyectar razonablemente el futuro. La tarea histórica y el
destino del capitalismo industrial, escribió Marx en el Manifiesto
comunista, era liberar a la sociedad de las “excrecencias” del
interés y de la renta (sobre todo de la renta de la tierra y de los recursos
naturales, junto con la renta monopólica) que el capitalismo industrial había
heredado de la sociedad medieval
y aun de la sociedad antigua.
Esas inútiles cargas rentistas a la producción son falsos costes, costes que
ralentizan la acumulación de capital industrial. No proceden del proceso
productivo, sino que son una herencia de los señores feudales, de la guerra en
que le permitieron conquistar a Inglaterra y otros reinos europeos, para fundar
aristocracias terratenientes hereditarias. Por otro lado, las cargas
financieras en forma de capital usurero han sido para Marx, una herencia de las
familias banqueras que amasaron fortunas con préstamos bélicos y usura.
El
concepto marxiano del ingreso nacional difiere radicalmente de la actual
contabilidad en términos de ingreso y producto nacional. Todas las economías
occidentales miden sus ganancias en términos de Producto Interior Bruto (PIB). Este formato contable incluye al sector de Finanzas, Seguros
y Bienes Raíces (FIRE), por sus siglas
en inglés) como parte del producto de la economía. Y lo hace porque trata a la renta
e interés como “ingresos ganados”, al mismo nivel que salarios y beneficios
industriales: como si las finanzas privatizadas, las compañías de seguros y los
bienes raíces fueran parte del proceso de producción. Marx los consideraba
externos a ese proceso. El ingreso dimanante de ese sector no era “ganado”,
sino “no-ganado”. Compartía ese concepto con los fisiócratas, con Adam Smith, con Stuart Mill
y con otros grandes economistas clásicos. Marx no hacía aquí sino empujar a la
teoría económica clásica hasta sus últimas consecuencias lógicas.
En
interés de la clase en auge de los capitalistas industriales estaba en liberar
a las economías de esta herencia del feudalismo, de los innecesarios costes de
producción falsos, de los precios por encima del valor real de coste. El
destino del capitalismo industrial —eso creía Marx— era el de racionalizar las
economías librándolas de la clase ociosa de banqueros y terratenientes por la
vía de socializar la tierra, nacionalizar los recursos naturales y la
infraestructura básica, e industrializar el sistema bancario. Y todo ello a los
fines de financiar la expansión industrial, en vez de la usura improductiva.
Si el
capitalismo hubiera cumplido ese destino, lo que habría subsistido
primordialmente serían las crisis entre los empleadores y los trabajadores
industriales, explicadas en el volumen I de “El
Capital”: la explotación del trabajo asalariado hasta el punto en que los
explotados no pueden comprar sus productos. Pero, al propio tiempo, el
capitalismo industrial habría preparado el camino al socialismo, porque los
industrialistas necesitaban sacudirse el yugo político de la aristocracia
terrateniente y del poder financiero de la banca. Necesitaban promover reformas
políticas de tipo democrático para derrotar a los intereses creados que
controlaban el Parlamento, y a su través el sistema fiscal. La organización de
los trabajadores y su conquista del derecho al sufragio, promoverían sus
intereses y así se pasarían del capitalismo al socialismo.
Y
China, en efecto, ha ejemplificado ese camino. Pero no se ha dado en Occidente.
Los
tres tipos de crisis descritos por Marx se están dando. Pero Occidente se halla
ahora en una depresión crónica, la que se conoce como deflación por deuda.
En vez de una banca industrializada como Marx esperaba, es la industria la que
se ha financiarizado. En vez de una democracia que liberara a las economías de
la renta de la tierra, de la renta de los recursos naturales y de la renta
monopólica, lo que tenemos son unos rentistas que han contraatacado tomando el
control de los gobiernos, de los sistemas jurídicos y de las políticas fiscales
occidentales. Resultado: estamos asistiendo a un regreso involutivo hacia la
problemática precapitalista tan bien descrita por Marx en los volúmenes II y
III de “El Capital”
y en sus “Teorías sobre la
plusvalía”.
Aquí se
ubica el debate entre Bertell Ollman
y nosotros, quienes proponemos unas finanzas y unas rentas que ganan la mano al
capitalismo industrial, para imponer una depresión dimanante de la deflación
por deuda. Ese sobreendeudamiento empeora los problemas del capital/trabajo, al
debilitar la posición política y económica del trabajo. Y para empeorar las
cosas, los partidos obreros occidentales, a diferencia de lo que ocurría antes
de la Ia Guerra
Mundial, ya no luchan por cuestiones económicas.
Nuestras diferencias con Ollman
y John
E. Roemer: Nosotros nos centramos en los costes no productivos.
Bertell
sigue a Marx cuando se centra en el sector productivo: alquilar trabajo para
producir productos, pero tratando de lograr el mayor margen posible y batir al
propio tiempo por ventas a los rivales. Esa es la gran contribución de Marx al
análisis del capitalismo y de su modo de producir: emplear trabajo asalariado
con beneficio. Concordamos con ese análisis.
Sin
embargo, nosotros nos centramos en las causas de la crisis actual, que son
independientes y autónomas respecto de la producción: títulos rentistas de
renta económica, de ingreso sin trabajo: precios “vacíos” sin valor. Ese foco
puesto en la renta y el interés difiere del de Bertell Ollman y —ni que decir
tiene— del de [John E. Roemer].
Cualquier modelo de la crisis está obligado a incorporar las finanzas, los
bienes raíces y otras formas de búsqueda de renta, además de la industria y el
empleo.
El
gasto creciente en deuda puede rastrearse matemáticamente, lo mismo que la
simbiosis de finanzas, seguros y bienes raíces (el sector FIRE). Pero las
interacciones son demasiado complejas para resumirlas en un único “modelo”
económico. A mí me preocupa particularmente que el modelo de Roemer encuentre
seguidores aquí en China, porque pasa por alto precisamente las tendencias que
del modo más peligroso, amenazan a la China de nuestros días: las prácticas
financieras occidentales y sus políticas fiscales pro-rentistas.
China
ha empleado el último medio siglo en resolver el problema planteado en el
volumen I de “El Capital” —las
relaciones entre el trabajo y los empleadores— reciclando el excedente
económico hacia nuevos medios de producción, a fin de generar más producto,
niveles de vida más altos y, lo más evidente de todo, más infraestructuras
(carreteras, ferrocarriles, aerolíneas) y más vivienda.
Pero
precisamente ahora está sufriendo problemas financieros, a causa de una
creación de crédito destinada al mercado de valores, en vez de a la formación
de capital tangible y a la elevación de los niveles de consumo. Y, claro está,
China ha experimentado un enorme boom
en los bienes raíces. Los precios de la tierra están subiendo en China, casi al
nivel en que están en Occidente.
¿Qué
habría dicho Marx sobre eso? Yo creo que habría alertado a China y le habría
aconsejado no recaer en los problemas precapitalistas de especulación
financiera con los bienes raíces —conversión de la creciente renta de la tierra
en interés— y no permitir que los precios inmobiliarios crezcan sin frenos ni
gravámenes fiscales.
La
planificación soviética fracasó a la hora de tomar en cuenta la renta de
emplazamiento, a la hora de planificar el lugar de construcción de viviendas y
fábricas. Pero al menos la era soviética no forzó al trabajo o a la industria a
pagar intereses, ni estimuló el aumento del precio de la vivienda. Los bancos
del Estado simplemente creaban crédito allí donde se necesitaba para expandir
los medios de producción, para construir fábricas maquinaria y equipo,
viviendas y edificios de oficinas.
Lo que
a mí me preocupa de las consecuencias políticas del modelo de [John E. Roemer],
es que se centra exclusivamente en lo que Marx dijo sobre el sector de
producción y las relaciones emplea- dor-trabajo. No se pregunta de dónde vienen
las “dotaciones”, o de cómo ha cambiado tan radicalmente China en esta última
generación. Pasa, así pues, por alto el peligro de un capitalismo industrial en
vías de involución hacia una economía de renta e interés. Y por lo mismo,
subestima el peligro que para China y otras economías socialistas, representa
adoptar las prácticas occidentales reminiscentes del feudalismo, de burbuja
financiera (deuda apalancada para elevar los precios) y riqueza en forma de
cargas de renta terrateniente.
Esas dos dinámicas —interés y renta—
representan una privatización de la banca y de la tierra que son, en realidad,
utilidades públicas. Marx esperaba que el capitalismo industrial lograría esa
transición. ¡Las economías socialistas deberían lograrla!
China
no tiene la menor necesidad de crédito bancario exterior, (salvo para cubrir el
coste de importaciones y el coste en el comercio exterior, de la inversión en
otros países). Pero las reservas del comercio exterior chino son ya lo
suficientemente grandes para que sea básicamente, independiente del dólar
norteamericano y del euro. Entretanto, las economías norteamericana y europea
están sufriendo de deflación crónica por deuda, y de una depresión que reducirá
su capacidad para servir como mercados para sus propios productos y para los
chinos.
Las
actuales economías desarboladas por la deuda, plantean precisamente la cuestión
del tipo de crisis que están viviendo los países capitalistas. El análisis de
Marx ofrece instrumentos para entender sus problemas financieros, bancarios y
de extracción de renta. Sin embargo, el grueso de los marxistas todavía ve el
desplome financiero y de hipotecas basura de 2008, como si resultara en última
instancia de una actividad de los empleadores tendente a exprimir el trabajo
asalariado. El capital financiero es visto como un derivado de esa explotación,
y no como la dinámica autónoma que tan bien fue capaz de describir Marx.
Los
costes de sostener la creciente carga deudora (intereses, amortización y
recargos), deflacionan el mercado de mercancías absorbiendo un creciente
volumen de negocio viable e ingreso personal. Eso deja menos para el gasto en
bienes y servicios, causando excesos de superabundancia que llevan a crisis, en
las que las empresas pugnan por dinero. Los bancos fracasan a medida que
proliferan las bancarrotas. Al agotar los mercados, el capital financiero se
hace hostil a la expansión de los beneficios, y a la inversión en capital
físico tangible.
A pesar
de esa esterilidad, el capital financiero ha logrado una posición dominante
sobre el capital industrial. Las transferencias de propiedad de deudores a
acreedores —incluso la privatización de empresas y activos públicos— resultan
inevitables a medida que el crecimiento de los títulos financieros, rebasa la
capacidad de la producción y de las ganancias productivas para seguir sus
pasos. Y en la estela de los desplomes, llegan entonces las ejecuciones
hipotecarias, lo que permite a las finanzas tomar el control de compañías
industriales y aun de Estados.
China
ha resuelto bien el problema del “volumen I”: el de expandir el mercado interno
para el trabajo, invirtiendo el excedente económico en formación de capital y
aumento de los niveles de vida. Eso la confronta con las economías
occidentales, que han fracasado a la hora de resolver ese problema. Y que han
fracasado también a la hora de resolver los problemas de los “volúmenes II y
III”: finanzas y renta de la tierra. Sin embargo, pocos marxistas occidentales
han aplicado esas teorías de Marx al presente declive y al problema rentista
que va con él. Siguiendo a Marx, creen que la tarea de resolver ese problema corresponde
al capitalismo industrial, desde los tiempos de las revoluciones burguesas de
1848.
Ya en su
trabajo: “Miseria de la
filosofía (1847)”,
Marx describió el odio que los capitalistas sentían por los terratenientes,
cuyas rentas hereditarias chupaban ingresos que iban a parar a una clase
ociosa. Cuando una generación después, en 1881, recibió un ejemplar de “Progress and Poverty”
(Progreso y pobreza) del economista norteamericano Henry George,
Marx escribió a John Swinton
que gravar fiscalmente la renta de la tierra era “un último intento para salvar al régimen capitalista”.
Despreció el libro [de George] como si sus argumentos hubieran quedado ya
despachados con su propia crítica a Pierre Joseph Proudhon
en 1847: “Nosotros interpretamos que estos economistas exigen pasar al Estado
la renta de la tierra, a modo de substituto de los impuestos. Eso es una franca
expresión del odio sentido por el capitalista industrial, contra el propietario
terrateniente que le parece cosa inútil, una excrecencia parasitaria del cuerpo
general de la producción burguesa. [2]
El capitalismo industrial ha fracasado en punto a liberar las economías del
interés y de la extracción de renta por los elitistas
Como
programa que era del capital industrial, el movimiento de fiscalización de la
tierra no llegó hasta el punto de abogar por los derechos de los trabajadores y
sus niveles de vida. Marx había criticado a Proudhon
y a otros críticos de los terratenientes diciendo que, una vez que te libras de
la renta (y del interés usurero bancario), aún tienes que enfrentarte al
problema de los industriales que explotan el trabajo asalariado, y buscan
minimizar el pago de sus salarios agostando el mercado para los bienes que
producen. Ese es el problema económico “último” que habría que resolver,
presumiblemente mucho después de que el capitalismo industrial hubiera resuelto
los problemas de la renta y el interés.
Vistas
las cosas retrospectivamente, Marx fue demasiado optimista respecto del futuro del capitalismo industrial. Como ha observado
antes, Marx vio como misión histórica del capitalismo industrial, la de liberar
a las economías de la renta y el interés usurero. El sistema financiero de
nuestros días ha generado un hipercrecimiento del crédito, al tiempo que las
rentas elevadas están empujando el precio del trabajo norteamericano fuera de
los mercados mundiales. Los salarios se están estancando, mientras que el Uno
Por Ciento (1%) viene monopolizando
el crecimiento de la riqueza y del ingreso desde 1980, (sin invertir en nuevos
medios de producción). De manera que todavía tenemos los “problemas de los
volúmenes II y III” (de “El Capital”), y no sólo el “problema del volumen I”. Nos
las vemos ahora con un caso de fallo múltiple de órganos.
En vez
de financiar más formación de capital, los mercados de valores y de bonos lo
que hacen son transferencias de propiedad de compañías, bienes raíces e
infraestructuras ya existentes. Cerca del 80% del crédito bancario se presta a
compradores de bienes raíces, hinchando una burbuja hipotecaria. En vez de
gravar fiscalmente al alza el valor rentista y de emplazamiento de la tierra,
(que John Stuart Mill
describió como lo que hacen los terratenientes “cuando duermen”), las economías
actuales dejan fiscalmente intacto el ingreso rentista, “libre” para que sirva
de garantía a los bancos. El resultado es que los bancos juegan ahora el papel
desempeñado por los terratenientes en tiempos de Marx: hacerse con el creciente
valor rentista del suelo. Y eso invierte el dogma central de la economía
política clásica: arrebata al Estado esa renta junto con las rentas dimanantes
de los recursos naturales y de los monopolios.
Las
economías industriales se están viendo asfixiadas por la dinámica financiera y
otras dinámicas rentistas. Deuda hipotecaria creciente, préstamos
estudiantiles, endeudamiento con tarjetas de crédito, deuda por la compra de
automóviles, anticipos sobre el salario; todas esas cosas han metido el miedo
en el cuerpo a los trabajadores a la hora de plantearse una huelga, o aun de
protestar por las condiciones laborales. En la medida en que crecen los
salarios, tiene que pagarse crecientemente a los acreedores (y ahora, a
monopolios privatizados de aseguradoras médicas y compañías farmacéuticas), en
vez de gastar en los bienes de consumo que producen. La dependencia que tiene
el mundo del trabajo respecto de la deuda agrava, así pues, el “problema del
volumen I”: la incapacidad del trabajo para comprar el producto que produce. Y
para terminar de rizar el rizo, cuando los trabajadores tratan de integrarse en
la “sociedad de propietarios” de la clase media, comprando sus hogares con
hipotecas en vez de pagar alquiler, el precio que pagan les aprisiona en una
servidumbre por deuda.
Las
compañías industriales se benefician del trabajo, no sólo empleándolo, sino
prestando a los consumidores. General Motors hizo el grueso de sus beneficios
durante años con su filial de crédito, GMAC
(General Motors Acceptance Corporation), lo mismo que General
Electric a través de su brazo financiero. Los beneficios realizados por Macy’s
y otros minoristas a través del préstamo de sus tarjetas de crédito, a veces
significaron la totalidad de sus ganancias.
Esa
privatización de las rentas y su transformación en un flujo de pagos de
intereses, (desplazando la carga fiscal hacia el ingreso asalariado y hacia los
beneficios empresariales), significa un fracaso del capitalismo industrial en
punto a liberar a la sociedad de las herencias del feudalismo. Marx esperaba
que el capitalismo industrial actuara en interés propio industrializando la
banca, como estaba ya haciendo Alemania conforme a las orientaciones a que
había urgido del reformador francés Henry Saint-Simon.
Sin embargo, el capitalismo industrial ha fracasado a la hora de romper las
cadenas de las prácticas bancarias usureras preindustriales. Y en la esfera de
la política fiscal,
no ha gravado con impuestos la renta de la tierra y de los recursos naturales.
Ha hecho lo inverso de la idea, pregonada por los reformadores clásicos de
“mercado libre”, en el sentido de libre de renta económica y de préstamo
monetario depredador. La consigna del “mercado libre” significa ahora
exactamente lo contrario: libertad de la clase rentista para extraer intereses
y rentas a su buen placer.
¿Modo de producción o modo de
parasitismo?
Lejos de estar al servicio del
capitalismo industrial, lo que hace el actual sector financiero es desangrarlo
hasta la agonía. Lejos de perseguir beneficios empleando trabajo para producir
bienes con margen, ni siquiera quiere alquilar trabajo o embarcarse en el
proceso de producción y desarrollar nuevos mercados. El epítome de esta
economía postindustrial es Enron: sus
ejecutivos no querían en absoluto capital, y nada de empleo, sólo vendedores de
pupitre (y contables falsarios).
El modo
de acumulación de riqueza característico de nuestro tiempo, tiene que ver con
medios financieros más que industriales:
va a lomos de la ola de la inflación de precios de activos financiada con
deuda, en pos de “ganancias de capital”. Eso parecía harto improbable en la
época de Marx, la era del patrón oro. Sin embargo, hoy el grueso de los
académicos marxistas todavía se concentran en su crisis
del “volumen I”, ignorando prácticamente la realidad del fracaso
del capitalismo industrial en punto a liberar a las economías de las dinámicas
rentistas, sobrevivientes del feudalismo europeo y de las tierras coloniales
conquistadas por Europa.
Los
marxistas que han trabajado en Wall Street han aprendido sus lecciones de los
volúmenes II y III en “El Capital”. Pero el marxismo
académico ha ignorado el sector FIRE (Finanzas,
Seguros y Bienes Raíces, por sus siglas en inglés). Es como si el interés y la
extracción de renta fueran problemas secundarios en relación con la dinámica
del trabajo asalariado.
La gran
cuestión de nuestro tiempo es si el capitalismo rentista pos-feudal, lejos de
servirlo, lo que terminará es asfixiando al capitalismo industrial. El
propósito de las finanzas de nuestros días no es explotar el trabajo, sino conquistar
y adueñarse de la industria, de los bienes raíces y del Estado. El resultado es
una oligarquía financiera, no capitalismo industrial, ni, menos, una tendencia
evolutiva hacia el socialismo.
Acerca de cómo la igualdad formal
social bajo el capitalismo, se trueca en desigualdad real
Para
demostrarlo remitámonos ahora a la más radical de las constituciones burguesas,
la de 1793, que más tarde inspiró la Declaración Universal de los DD.HH. en
1948. Allí se dice que los llamados derechos humanos atañen a las personas
en tanto que individuos: los droits de l’homme. Tal como aparecen
literalmente consagrados en el artículo 2 de la mencionada Constitución
francesa de 1793, "Ces droits, etc. (les droits naturels et
imprescriptibles) sont: l’égalité, la liberté, la sûreté,
la proprieté" [Estos
derechos, etc. (los derechos naturales e imprescriptibles) son: igualdad,
libertad, seguridad y propiedad)].
¿Qué es
la igualdad para la doctrina de los DD. HH bajo el capitalismo? Según el
artículo 3 de la constitución francesa en 1795: "La igualdad consiste en
que la ley es la misma para todos, así en cuanto protege como en cuanto
castiga". Tal es el espíritu y la letra omnipresentes en todas las
constituciones burguesas desde entonces hasta hoy. ¿Qué es lo que supuestamente
norman, rigen, regulan y consagran las leyes vigentes bajo el capitalismo? El
comportamiento de los seres humanos como almas propietarias. O
sea, su relación social contractual por mediación de la cual intercambian cosas
de su propiedad. Una relación cuyo fundamento consiste en que los capitalistas
ofrecen un salario y los obreros su fuerza de trabajo:
<<Para
que perdure esta relación, es necesario que el poseedor de la fuerza de trabajo
la venda siempre por un tiempo determinado (durante jornadas diarias de la
misma duración) y nada más, ya que si la
vende toda junta de una vez para siempre, se vende a sí mismo, se transforma de
hombre libre en esclavo, de poseedor de mercancía (su fuerza de trabajo) en simple mercancía (su trabajo hasta
la muerte). Como persona (el asalariado) tiene que comportarse constantemente con
respecto a su fuerza de trabajo, como con respecto a su propiedad (sobre
ella) y, por tanto, a su propia
mercancía, y únicamente está en condiciones de hacer eso en la medida en que
diariamente la pone a disposición del comprador [su correspondiente patrón desde ese momento] —que se la cede diariamente para su consumo— sólo transitoriamente por
un lapso determinado (según lo acordado en el contrato de trabajo), no renunciando, por tanto, a su
enajenación, a su propiedad sobre ella>>. (K. Marx: “El Capital” Libro I Cap. IV Aptdo. 3 Compra y venta de la fuerza
de trabajo. Ed. Siglo XXI/1978 Pp. 204. Lo entre paréntesis nuestro).
Este galimatías dialéctico basado en
la igualdad formal donde
supuestamente se intercambian equivalentes, a la postre resulta ser éste un intercambio desigual, donde
la ganancia capitalista crece a expensas del salario, paradoja que tiene su
fundamento no precisamente en el ámbito de la relación contractual. ¿Dónde radica la desigualdad? Para
descubrir el secreto de este galimatías, hay que comenzar por decir que la fuerza o capacidad de trabajo en
todo individuo vivo que la pone a disposición de su patrón, está contenida en
su cuerpo, y para ejercerla en forma de trabajo
necesita esencialmente cierta cantidad de medios de subsistencia:
<<Por
tanto, el tiempo de trabajo necesario para la producción de la fuerza de
trabajo (del obrero), se resuelve en el tiempo de trabajo
necesario para la producción de sus correspondientes medios de subsistencia o,
dicho de otra manera, el valor de la
fuerza de trabajo es el valor de los medios
de subsistencia necesarios para
la conservación del poseedor de aquella puesta al servicio de quien desde
ese momento pasa a ser su patrón>>.
(Ed. Cit. Pp. 209).
Pero no basta con esto, porque la
reproducción de la fuerza de trabajo en un individuo, también exige determinada
formación técnica previa que justifique el monto del salario percibido según su
mayor o menor cualificación
para los fines de su empleo rentable,
incluyendo el necesario gasto en medios de subsistencia para consumo de sus
descendientes en su familia: medios de vida, vestimenta, mobiliario del hogar,
etc., que se consumen en distintos lapsos de tiempo, unos más prolongados que
otros, de modo que entre todos ellos, unos deben pagarse diariamente, otros
semanalmente o cada trimestre, etc., etc. Dicho esto, hay que tener en cuenta,
además, que la fuerza de trabajo del obrero no se paga por adelantado sino
mensualmente, después de que esa fuerza ha sido utilizada diariamente como
trabajo por el patrón durante cada jornada de labor, acordada en el contrato.
Esto significa que el asalariado adelanta
al capitalista el valor de uso de su fuerza de trabajo, y que seguidamente la
gasta trabajando para su patrón antes
de recibir a cambio el salario acordado con él:
<<En todas partes, pues, el obrero adelanta al
capitalista el valor de uso de su fuerza de trabajo, antes de haber recibido el pago de
su precio (salario) correspondiente. O sea que en todas partes
es el obrero el que abre crédito al
capitalista>> (Ibíd Pp. 212).
Así las cosas, el capitalista se vale
del asalariado para los fines de producir un
valor de uso útil cuyo valor de cambio sea rentable para su patrón. Producir una cosa para venderla por
un precio equivalente o menor al costo de producirla, carece para él de
sentido. Quiere producir una mercancía destinada a la venta, cuyo valor de
cambio supere al de los salarios, medios técnicos de trabajo, materias primas y
auxiliares (combustibles y lubricantes), necesarios para su producción. ¿De
dónde sale, pues, la rentabilidad del capitalista que justifique comercialmente la fabricación de un producto para
su venta en el mercado? De la diferencia entre el valor de cambio creado por el trabajo del obrero empleado
para tal fin, respecto del valor de
uso de ese trabajo pagado por el capitalista bajo la forma de salario.
Por ejemplo:
<<El hecho de que sea necesaria media
jornada laboral para (producir los medios de vida del asalariado cuyo consumo permite) mantenerlo vivo durante 24 horas, en modo
alguno impide al obrero trabajar durante una
jornada completa. El valor (de
uso) de su fuerza (potencial) de trabajo (contenido en el salario
contratado) y su valorización en el
proceso laboral (de producción) son,
pues, dos magnitudes diferentes (la segunda necesariamente mayor que
la primera). El capitalista tenía muy
presente esa diferencia de valor
cuando adquirió la fuerza de trabajo del obrero>>. (K. Marx: Ibíd Pp.
234. Lo entre paréntesis y el subrayado nuestros).
“Libertad, igualdad, fraternidad”.
Tal fue el lema de la República francesa en 1793, que en el siglo XIX,
se convirtió en el grito de republicanos y liberales
a favor de la democracia
y el derrocamiento
de gobiernos feudales opresores y tiránicos de todo tipo. Los “próceres” de
aquella revolución retomaron ese lema sin que la Monarquía de Julio lo adoptara. Fue
establecido por primera vez como lema oficial del Estado en 1848, por
el gobierno de la Segunda República francesa.
Prohibido durante el Segundo Imperio, la Tercera República francesa lo
adoptó como lema oficial del país en 1880, ratificado posteriormente por las constituciones francesas
de 1946 y 1958).
Durante la ocupación alemana de Francia en la Segunda Guerra Mundial, el Gobierno
de Vichy sustituyó ese lema por la frase Travail,
famille, patrie (“Trabajo, familia, patria”), para ilustrar el nuevo rumbo
del gobierno. Desde los tiempos de la Primera república francesa hasta el día
de hoy, bajo este falso lema la burguesía internacional ha venido escamoteando
el verdadero fundamento de su sistema de vida. Absolutamente nada que ver con
ninguna de las tres virtudes humanas a las que todavía tan hipócrita, cínica y
criminalmente se sigue abrazando.
¿Qué
es la libertad? Segun el artículo 6 de la Constitución en 1793, es "el
poder del hombre de hacer todo lo que no atente contra la libertad de los
demás". Pero según hemos visto, la libertad del capitalista que se apropia
del valor de cambio contenido en el producto fabricado por el obrero, no es la misma que al obrero le
permite el salario que, a cambio de su trabajo recibe de su patrón. O sea, que
la relación social entre patronos y obreros supone dos distintos grados de
libertad, como resultado del embeleco que
contiene oculto la palabra “igualdad” (formal) montado expresamente, para
beneficio del timador burgués
[su patrón] contenido en los términos del contrato de trabajo. Y si como es
cierto por lo dicho hasta este punto, que
los patronos son más libres que los asalariados, también es mentira que
sus respectivos derechos civiles, económicos y políticos puedan ser iguales, de
lo cual se infiere que entre estas dos clases sociales puedan germinar las
virtudes humanas de la igualdad
y la fraternidad. O sea, que
como le dijera Marx a Engels en abril de 1868:
<<...En fin, dando por sentado que estos tres
elementos: salario del trabajo, renta del suelo y ganancia [del
capitalista] son las fuentes de ingreso de las tres clases, a saber: la de
los terratenientes, la de los capitalistas (ya sean industriales,
comerciales o financieros) y la de los obreros asalariados: como conclusión
LA LUCHA DE CLASES, en la cual el movimiento (de la sociedad burguesa) se
descompone y es el desenlace de toda esta mierda...>>. (Carta de Marx a Engels del 30/04/1868. Editora Política/La Habana 1983 Pp. 218. Lo
entre paréntesis nuestro).
Ahora
bien, ya hemos dicho que: de todos los objetos exteriores al espíritu y la
voluntad de los individuos "libres", el más elemental y originario sobre el que cada uno tiene el
derecho natural a ejercer libremente su
propiedad, es su relativo
cuerpo. Así, por ejemplo, el capitalista dispone libremente de su
capital privado para emplearlo bajo la forma de salario, y el obrero de su
cuerpo bajo la forma de capacidad o fuerza (potencial) de trabajo, convertido
durante cada jornada de labor en trabajo
efectivo, es decir ganancial. En este sentido, ambos contratantes son
dos personas "libres" e "iguales"; libres porque en su condición de almas propietarias,
disponen discrecionalmente de lo que es suyo; e iguales porque ambas partes equiparan las dos cosas
exteriores de que disponen como propietarios, mediante sus respectivas
voluntades expresadas en un contrato y de acuerdo con la ley vigente al
respecto.
Según lo razonado hasta aquí, tanto la
libertad como la igualdad formal de las personas, se supeditan y reducen
esencialmente al derecho de propiedad. El artículo 16 de la Constitución de
1793 dice que: "El derecho de
‘propiedad’ es el derecho de todo ciudadano a gozar y disponer ‘a su antojo’,
de sus bienes, de sus rentas, de los frutos de su trabajo y de sus actividades”.
En buen romance, pues, el derecho de propiedad es el derecho de cada individuo
a procurarse y si es posible incrementar su patrimonio personal, sin preocuparse
por los demás, es decir, independientemente de la sociedad. ¿Y qué es la
sociedad? Marx respondió a esta pregunta diciendo que:
<<Aquella
libertad individual y esta aplicación suya, constituyen el fundamento de la
sociedad burguesa. Sociedad que hace que todo individuo encuentre en otros
individuos, no la realización, sino, por el contrario, la limitación de su
libertad. Y proclama por encima de todo, el derecho humano "a disponer de
sus ingresos fruto de su trabajo y de su industria”>>. (K. Marx: “La cuestión
judía” Ver
Pp. 24. Lo entre paréntesis nuestro).
¿Qué es la seguridad? Al respecto la
Constitución de 1793 estipula que,
"La seguridad consiste en la protección que la sociedad otorga a cada uno
de sus miembros para la conservación de su persona, de sus derechos y de su
propiedad". Segun Marx, la seguridad es el supremo concepto social de
la sociedad burguesa, el concepto de
la policía según el cual, la sociedad, entendida como un conjunto de
relaciones entre propietarios privados, existe sólo si la policía garantiza a
todos y cada uno de sus miembros, la conservación de su persona y de sus
derechos en tanto que propietarios privados.
El concepto de seguridad bajo el
capitalismo significa, pues, que la sociedad no está por encima del egoísmo,
sino que lo preserva. Y en tanto que la sociedad está fundada sobre las desigualdades reales de las almas
propietarias, por lógica debe privar —y de hecho prevalece— el egoísmo
de los más iguales (la burguesía) sobre los menos (el proletariado). Por tanto,
la Declaración de los DD.HH. aprobada por la ONU el 10/12/1948, establece que
la única libertad y seguridad prevista por esa filosofía, es la de los
propietarios. Y que la igualdad de las almas en tanto que se someten al
cumplimiento de unas leyes de común aplicación, cuya esencia es la propiedad
con fines gananciales crecientes a
expensas de trabajo ajeno, resulta que perpetúa las desigualdades reales en perjuicio de los que sólo
pueden disponer poco más que de su cuerpo propio. O sea, que favorecen a los
propietarios de los medios de producción y de cambio en perjuicio de sus
obreros. Por lo tanto, la burguesía en cualquier parte del mundo sólo está
dispuesta a respetar la seguridad y el derecho a la vida de sus semejantes
asalariados, en la medida en que renuncien a su verdadera libertad y se sometan
a las condiciones de explotación que exige la ley de la propiedad y garantiza
el beneficio capitalista, de tal modo que sus reclamos, por justos que sean no
hagan peligrar la continuidad del sistema, garantizando así la distribución
cada vez más escandalosamente desigual de la riqueza:
<<El
1% de la población mundial dispone hoy del 80% de ella. Según la consultoría Wealth-X and UBS, la riqueza de los multimillonarios
en el Mundo desde 2009 se duplicó, alcanzando los 6,5 trillones de dólares en
2013: U$S 6.500.000.000.000.000.000. ¿De dónde pudo salir esa riqueza si no de
la ganancia de os patronos a expensas del trabajo no remunerado
sustraído a los asalariados? ¿Y qué decir de la corrupción generalizada entre
las minorías sociales que siguen ejerciendo el poder económico y
político? ¿Y del contubernio entre políticos y empresarios? ¿Y de la creciente miseria
absoluta de una mayoría de asalariados y autónomos en general? ¿Y del
engaño mutuo y la mentira sistemática como medio de medrar a expensas de los
demás? ¿Y del fraude de las “acciones preferentes” de Bankia? ¿Y de los
desahucios: 362.776 lanzamientos
en España entre 2008 y 2012? ¿Y del despido masivo, el trabajo precario
y a tiempo parcial? ¿Y de las guerras genocidas de rapiña? ¿Y de la corrupción
generalizada por la “democracia representativa”, que hace a ese contubernio de
intereses privados entre políticos profesionales a cargo del Estado y
empresarios? ¿Y de las muertes prematuras por cada vez más accidentes, crímenes
y delincuencia, enfermedades curables y suicidios, a raíz de la situación
crítica insostenible de cientos de millones de personas en más de 150 países?
¿Y de la desgracia de 65,3
millones de refugiados en 165 países? De esto se desprende que la
justicia del sistema jamás actúa en contra de estos intereses materiales. Más
aun cuando se trata de cuantiosos beneficios económicos y políticos
geoestratégicos, como los que ahora mismo están en juego>>.
Ahora bien: ¿De dónde sale el beneficio
capitalista que hace a la creciente
distribución desigual de la riqueza? Como hemos dicho siguiendo a Marx,
resulta de la diferencia entre el valor de cambio contenido en los productos
fabricados por el trabajo a
cargo de personal asalariado, y el valor de uso de su fuerza de trabajo
equivalente al salario pagado por el capitalista. Según este razonamiento, hay dos formas de aumentar el
beneficio de la patronal en perjuicio del asalariado: el plusvalor absoluto
y el plusvalor relativo
son esas dos formas. El plusvalor
absoluto consiste en aumentar la masa de plusvalor mediante el alargamiento de la jornada de
labor, más allá del tiempo en
que cada obrero produce el equivalente al valor de los medios de vida que
necesita para reproducir su fuerza de trabajo. De ahí el calificativo de “absoluto”
referido a un tiempo de trabajo
adicional creador de un plus de valor que se apropia el capitalista.
Suponiendo, por ejemplo, que la jornada de labor es de ocho horas y la tasa de
explotación de la fuerza de trabajo es equivalente al 100% del salario, el
plusvalor será creado durante las últimas cuatro horas de la jornada de
ocho horas, porque durante las primeras
cuatro el asalariado producirá el equivalente a su salario. ¿Qué pasa si la
jornada de labor aumenta de 8 a 10 horas? Pasa que el tiempo en que el
asalariado produce los medios de vida equivalentes al salario que percibe para
el mantenimiento de su fuerza de trabajo, sigue siendo de cuatro horas, pero el
tiempo de plustrabajo aumenta de 4 a 6 horas. Por tanto, el plusvalor aumenta
del 100% al 150% y la ganancia del capitalista se incrementa en el equivalente
al valor creado en esas dos horas adicionales de trabajo ejecutado inadvertida y gratuitamente por
el asalariado.
Y en cuanto al plusvalor relativo (respecto del salario), consiste en crear
más plusvalor manteniendo el mismo salario y la misma duración de la jornada de
labor, pero aumentando la eficacia productiva del trabajo.
¿Cómo? Acelerando el ritmo de los
medios técnicos entre una
operación y otra, de modo tal que cada operario sea forzado a producir
más por unidad de tiempo empleado en ello, o bien que produzca lo mismo que
antes pero en la mitad de tiempo. O sea aumentando la intensidad del trabajo:
<<Resulta
pues sumamente ventajoso hacer que los mecanismos de los medios técnicos funcionen
infatigablemente, reduciendo al mínimo posible los intervalos de reposo: la
perfección en la materia sería trabajar siempre (se ha introducido en el mismo
taller a los dos sexos y a las tres edades, explotados en rivalidades, de
frente y, si podemos hablar en estos términos, arrastrados sin distinción por
el motor mecánico hacia el trabajo prolongado, hacia el trabajo de día y de
noche, para acercarse cada vez más al movimiento perpetuo>>. (Barón Dupont: “Informe a la cámara de París, 1847. Cita de Benjamín Coriat en su obra: “El Taller
y el cronómetro” Ed. Siglo XXI/1982 Cap. III
Pp. 38).
Por ejemplo, si la capacidad productiva o eficacia
técnica de la maquinaria se duplica, el valor de la fuerza de trabajo
equivalente al salario se producirá en 2 horas en vez de 4. Así, el tiempo de
producción del plusvalor capitalizado por la patronal, aumentará de 4 a 6
horas. Lo cual suponiendo que la jornada laboral sigue siendo de 8 horas y la eficacia del trabajo aplicado a
la maquinaria se duplica,
resulta que la producción del valor contenido en el salario medido en términos de tiempo de trabajo
se reduce de 4 a 2 horas, aumentando así el tiempo (seis horas) en que el
obrero pasa de tal modo inadvertido y
gratuito a trabajar gratis para el capitalista. O sea, que durante las
8 horas de la jornada de labor, el obrero trabaja 2 horas para sí mismo y las
restantes seis horas gratuitamente para el capitalista:
<<La
producción capitalista no solo es producción
de mercancías: es, en esencia, producción de plusvalor (ganancia).
El obrero no produce para sí sino para el capital. Por tanto ya no basta con
que produzca en general. Tiene que producir plusvalor. Sólo es productivo el trabajador que produce plusvalor para el
capitalista o que sirve para la autovalorización del capital. Si se nos
permite ofrecer un ejemplo al margen de la esfera de la producción material,
digamos que un maestro de escuela es un trabajador productivo cuando, además de
cultivar las cabezas infantiles, se mata trabajando para enriquecer al
empresario. Que este último haya invertido su capital en una fábrica de
enseñanza en vez de hacerlo en una fábrica de embutidos, no altera en nada la
relación. El concepto de trabajador productivo, por ende, en modo alguno
implica meramente una relación entre actividad y efecto útil, entre el
trabajador y el producto del trabajo, sino además una relación específicamente
social, que pone en el trabajador la impronta de (ser convertido en) medio
directo de valorización del capital (incremento de ganancia). De ahí que ser
trabajador productivo no constituya ninguna dicha (para él), sino una maldición>>.
(K. Marx: “El Capital” Ed. cit. Libro
I Sección V Cap. XIV Pp. 616. Lo entre paréntesis y el subrayado nuestros).
La sociedad y el individuo: ¿Dónde
está la corrupción que corrompe?
Que el
capitalismo se basa esencialmente en la producción de ganancia no es así sólo
porque lo haya dicho Marx. El 13 de
setiembre de 1970 el conocido neoliberal Milton
Friedman (1912-2006), publicó un artículo en el periódico “The New York Times Magazine”, donde declaró que la producción de
ganancias crecientes es una responsabilidad
de las empresas:
<<La
"responsabilidad” [de los ejecutivos de las empresas]... por lo general
será producir tanta ganancia como sea posible observando las reglas básicas de
la sociedad, tanto las que están contenidas en las leyes como aquellas en las
costumbres éticas (leyes y
costumbres basadas en la consagración del egoísmo personal de la propiedad
privada)>>.
Friedman
también expresó allí que:
<<….las únicas entidades que pueden tener responsabilidades (ante las
leyes vigentes) son los individuos...
Una empresa no puede tener responsabilidades. Por lo tanto la pregunta es: ¿Es
que los ejecutivos empresariales, siempre y cuando cumplan con las leyes,
tienen otras responsabilidades por las actividades empresariales además de maximizar
la ganancia para sus accionistas? Y mi respuesta es que, no, ellos no la
tienen." Un relevamiento realizado el año 2011 en diversos países, reveló
que los niveles de aceptación para dicho punto de vista fue del 30% al 80%
entre el "público informado">> («The
Social Responsibility of Business is to Increase Its Profits».
Lo entre paréntesis nuestro).
Evidentemente Milton Friedman confundió interés con
responsabilidad, palabras que no significan lo mismo. Las leyes bajo el
capitalismo consagran la propiedad
privada y el intercambio —ya sea en los mercados de cada país o entre
países—, donde la función fundamental de las distintas empresas consiste en
obtener cada una para sí, la
parte alícuota mayor posible de la ganancia global que circula entre ellos.
Cada una naturalmente interesada en capitalizar dichos réditos vendiendo en el
mercado respectivo sus propios productos, según el valor contenido en ellos. Y
el caso es que no resulta ser lo mismo vender periódicos que, por ejemplo,
tomates enlatados. Porque la calidad, tanto como el prestigio y los réditos
empresariales de un periódico, se miden no sólo por la veracidad de sus noticias, sino también y sobre todo, por el
comportamiento en sociedad de sus propietarios. Y esta es una de las
contradicciones del capitalismo que la burguesía no puede resolver, mal que les
pese a los dueños del New York Times, cuyos directivos para fines gananciales
propios, han seguido al pie de la letra eso de que —según Milton Friedman—
ninguna empresa puede responsabilizarse del modo en que se maximicen sus
ganancias, sino que los responsables de ello son los propietarios quienes, con
tal finalidad, violen las leyes. Y el caso es que:
<<El
New York Times ha ido publicando una serie de artículos sobre Emilio Botín,
presentado por tal rotativo como el banquero más influyente de España y
Presidente del Banco de Santander, que tiene inversiones financieras de gran
peso en Brasil, Gran Bretaña y Estados Unidos, además de en España. En EE.UU.
el Banco de Santander es propietario de Sovereign Bank. Lo
que le interesa al rotativo estadounidense (que es de donde salen sus
ganancias) no es, sin embargo, el
comportamiento bancario del Santander, sino el de su Presidente y el de su
familia, así como su enorme influencia política y mediática en España. Un
indicador de esto último es que ninguno de los cinco rotativos más importantes
del país ha citado o hecho comentarios sobre esta serie de artículos publicados
en el diario más influyente de EE.UU. y uno de los más influyentes del mundo (que
lo es precisamente por encargarse de difundir el morbo y las consecuentes
ganancias que suponen para engrosas el patrimonio de los dueños de tal
periódico este tipo de noticias).Una
discusión importante de tales artículos, es el ocultamiento por parte de Emilio
Botín y de su familia de unas cuentas secretas establecidas desde la Guerra
Civil española en la banca suiza HSBC. Por lo visto, en las cuentas de tal
banco había 2.000 millones de euros que nunca se habían declarado a las
autoridades tributarias del Estado español. Pero, un empleado de tal banco suizo, despechado ante el maltrato
recibido por tal banco, decidió publicar los nombres de las personas que
depositaban su dinero en dicha banca suiza, sin nunca declararlo en sus propios
países. Entre ellos había nada menos que 569 españoles, incluyendo a Emilio
Botín y su familia, con grandes nombres de la vida política y empresarial
(entre ellos, por cierto, el padre del President de la Generalitat, el Sr.
Artur Mas; José María Aznar; Dolores de Cospedal; Rodrigo Rato; Narcís Serra;
Eduardo Zaplana; Miguel Boyer; José Folgado; Carlos Solchaga; Josep Piqué;
Rafael Arias-Salgado; Pío Cabanillas; Isabel Tocino; Jordi Sevilla; Josu Jon
Imaz; José María Michavila; Juan Miguel Villar Mir; Anna Birulés; Abel Matutes;
Julián García Vargas; Ángel Acebes; Eduardo Serra; Marcelino Oreja...). Según
el New York Times, esta práctica es muy común entre las grandes familias, las
grandes empresas y la gran banca. El fraude fiscal en estos sectores es enorme.
Según la propia Agencia Tributaria española, el 74% del fraude fiscal se centra
en estos grupos, con un total de 44.000 millones de euros que el Estado español
(incluido el central y los autonómicos) no ingresa. Esta cantidad, por cierto,
casi alcanza la cifra del déficit de gasto público social de España respecto de
la media de la UE-15 (66.000 millones de euros), es decir, el gasto que España
debería gastarse en su Estado del Bienestar (sanidad, educación, escuelas de
infancia, servicios a personas con dependencia, y otros) por el nivel de
desarrollo económico que tiene y que no se gasta porque el Estado no recoge tales
fondos. Y una de las causas de que no se recojan es, precisamente, el fraude
fiscal realizado por estos colectivos citados en el New York Times. El
resultado de su influencia personal (la de los directivos de tales
empresas) es que el Estado no se atreve
a recogerlos. En realidad, la gran mayoría de investigaciones de fraude fiscal
de la Agencia Tributaria se centra en los autónomos y profesionales liberales,
cuyo fraude fiscal representa —según los técnicos de la Agencia Tributaria del
Estado español— sólo el 8% del fraude fiscal total. Es también conocida la
intervención de autoridades públicas para proteger al Sr. Emilio Botín de las
pesquisas de la propia Agencia Tributaria.
El caso
más conocido es la gestión realizada por la exvicepresidenta del Gobierno
español, la Sra. De la Vega, para interrumpir una de tales investigaciones.
Pero el Sr. Botín no es el único. Como señala el New York Times, hace dos años,
César Alierta, presidente de Telefónica, que estaba siendo investigado, dejó de
estarlo. Como escribe el New York Times con cierta ironía, "el Tribunal
desistió de continuar estudiando el caso porque, según el juez, ya había pasado
demasiado tiempo entre el momento de los hechos y su presentación al
tribunal". Una medida que juega a favor de los fraudulentos es la
ineficacia del Estado así como su temor a realizar la investigación. Fue nada
menos que el Presidente del Gobierno español, el Sr. José Mª Aznar, que en un
momento de franqueza admitió que "los ricos no pagan impuestos en España".
Tal tolerancia por parte del Estado con el fraude fiscal de los superricos, se
justifica con el argumento de que, aun cuando no pagan impuestos, las
consecuencias de ello son limitadas porque son pocos. El Presidente de la
Generalitat de Catalunya, el Sr. Artur Mas, ha indicado que la subida de
impuestos de los ricos y súper ricos tiene más un valor testimonial que
práctico, pues su número es escaso. La solidez de tal argumento, sin embargo,
es nula. En realidad, alcanza niveles de frivolidad.
Ignora
la enorme concentración de las rentas y de la propiedad existente en España (y
en Catalunya), uno de los países donde las desigualdades sociales son mayores y
el impacto redistributivo del Estado es menor. Los 44.000 millones de euros al
año que no se recaudan de los super ricos por parte del Estado, hubieran
evitado los enormes recortes de gasto público social que el Estado español está
hoy realizando.
Pero otra
observación que hace el New York Times sobre el fraude fiscal y la banca, es el
silencio que existe en los medios de información sobre tal fraude fiscal. El
rotativo cita a Salvador Arancibia, un periodista de temas financieros en
Madrid, que trabajó para el Banco Santander, quien señala como causas de este
silencio el hecho de que el Banco Santander gasta mucho dinero en anuncios
comerciales, siendo la banca uno de los sectores más importantes en la
financiación de los medios, no sólo comprando espacio de anuncios comerciales,
sino también proveyendo créditos —aclara el Sr. Salvador Arancibia— "...medidas
de enorme importancia en un momento como el actual, donde los medios están en
una situación financiera muy delicada". De ahí que tenga que agradecer al
diario que se atreva a publicarlo, porque hoy, artículos como los que publica
el New York Times y el mío propio, no tienen fácil publicación en nuestro país.
Es lo que llaman "libertad de prensa">>. (Palabras todas estas aquí citadas,
atribuidas por un anónimo publicista a Vicenç Navarro López,
catedrático de Políticas Públicas de la Universidad Pompeu Fabra y Profesor de
Public Policy en The Johns Hopkins University. Lo entre paréntesis nuestro). Confrontar.
En todos estos delitos de los que se
inculpa a los sujetos mencionados en este párrafo, empezando por el extinto
Emilio Botín, el derecho burgués imperante ha soslayado la verdad de que
no hayan sido ni son los individuos, quienes hacen al sistema económico
capitalista corrupto y delictivo, sino precisamente al revés. Como que
la comisión de todo delito siempre ha estado necesariamente predeterminada,
por la naturaleza pro-delictiva de la organización económica, social y política
corrupta vigente. Así abordó Marx esta cuestión en el prólogo al primer libro
de su obra central titulada: “El Capital”:
<<Dos
palabras para evitar posibles equívocos. No pinto de color de rosa, por cierto,
las figuras del capitalista y el terrateniente. Pero aquí sólo se trata de personas en la medida en que son la personificación de categorías económicas,
portadores de determinadas relaciones e intereses de clase (en el contexto de una determinada
sociedad). Mi punto de vista con
arreglo al cual concibo como proceso de
historia natural el desarrollo de la formación económico-social (capitalista), menos
que ningún otro podría responsabilizar al individuo por relaciones de las
cuales él sigue siendo una creatura por más que subjetivamente pueda
elevarse sobre las mismas>>. (Ed. cit. Pp. 8. Lo entre paréntesis y
el subrayado nuestros).
Esto es tan indubitable y
categóricamente cierto, como lo que hizo aquél anónimo autor del “Génesis” en la primera parte de las
Sagradas Escrituras, cuando atribuyó al todopoderoso, profético y vengativo Dios de los
cristianos, haber creado el corrupto y corruptor Paraíso Terrenal junto a Eva y
Adán —a quienes también previamente dio vida—, prohibiéndoles comer de un tentador fruto prohibido,
puesto allí precisamente ¡a sabiendas
de que iban a pecar! para poder condenarles en lo sucesivo fuera del
Eden, a “ganarse el pan con el sudor de su frente”.
La moraleja o enseñanza que cabe sacar de
tal pasaje bíblico aplicado a la corrupta y decadente sociedad actual, es que
las víctimas de la explotación, el engaño,
la corrupción y la violencia —con ese regusto
cinematográfico escatológico tan burgués, proclive a lo más irracional y
monstruoso—, es que la humanidad jamás podrá emanciparse de semejantes lacras
inhumanas y genocidas que recrudecen durante las crisis económicas periódicas
—cada vez más trágicas y a la postre imposibles de superar—, mientras las
mayorías sociales sigamos tolerando este sistema de vida corrompido y
corruptor. Y no podremos hacerlo si en la lucha por liberarnos humanamente de toda esta porquería histórica para
siempre, no liberamos también a los explotadores, a los sofistas,
a los corruptos y a los violentos que, en última
instancia, todos ellos se dedican a preservar el mismo sistema de vida
esencialmente basado en la explotación, el engaño, la corrupción y la violencia
genocida. Porque todo eso es lo que les hace sentir bien mientras puedan eludir
ser víctimas de los mismos males que propician, dedicándose a descargarlos
sobre los demás. Y contribuir a que tal propósito humanitario
superior se cumpla, será imposible sin que las víctimas de tales barbaridades
decidamos acabar con el actual sistema económico, jurídico y político de
vida ya caduco, que lleva en sí mismo todos esos desechos
humanos socialmente contaminantes, allí donde sigan disimuladamente
amparados por la oculta realidad del capitalismo, que las leyes y la moral
pública vigente consagran.
Y para
tal propósito humanitario el remedio está, insistimos, en dejar fuera de
la ley a la propiedad privada sobre los medios de producción y de cambio
en las grandes y medianas empresas capitalistas. De este modo, la
sociedad podrá empezar a sacudirse la condición sistémica fundamental
corrupta y corruptora de la sociedad. Pero, al mismo tiempo, es
imprescindible legitimar el obligado control
democrático y permanente de los productores libres
asociados a escala estatal, nacional e internacional, sobre la producción
y la contabilidad en
todas las empresas. Tanto como para garantizar que el reparto
de lo producido por la sociedad en esta etapa del proceso histórico —cada vez
más avanzado de la productividad del trabajo social—, se haga según el criterio
jurídico-político de que, a cada individuo en edad y
disposición de trabajar, se le recompense según su capacidad, de
modo que la sociedad pueda recibir de cada cual según su trabajo.
Pero
además y en lo que respecta a la actual forma de gobierno vigente a escala
planetaria, es necesario acabar con la corrupta y corruptora “democracia”
representativa que, apelando a la máxima de Maquiavelo: “divide
et impera”, efectivamente impide la unión política de las mayorías sociales explotadas,
dispersas entre distintos partidos políticos que, aparentemente confrontados
unos contra otros para ganarse con promesas la voluntad política de los
electores durante cada comicio, en realidad estratégicamente todos ellos sin
excepción no dejan de ser proclives a
sostener el actual sistema de vida. Así las cosas, frente al engaño de
los explotadores los explotados debemos unirnos en torno a la verdad, para
luchar por imponer la democracia
directa como en los tiempos de
Clístenes. Donde los más importantes asuntos de Estado y las
distintas leyes que hacen a la
convivencia en la sociedad sin clases, se aprueben por mayoría en
Asambleas convocadas por distrito, imponiendo democráticamente esta norma en
todos los países a escala planetaria, y donde desde la mayor hasta la
menor atribución de responsabilidad de los cargos políticos electos en los tres
poderes de los respectivos Estados nacionales, sea proporcional a los votos
obtenidos por cada candidato, todos ellos revocables en cualquier momento
según el mismo procedimiento democrático directo, en caso de que
cualquiera de esos cargos públicos —ya sean individuales o de grupo— decidan
ejecutar actos de gobierno en contra de lo más mínimo convertido en ley
democráticamente acordada por el pueblo llano.
Vayan
estas palabras dirigidas a los cientos —si no miles de millones— de ciudadanos
de condición social subalterna en el Mundo, que todavía sometidos a la mentira
temen a la verdad universal y se niegan a luchar por ella, sometidos al chantaje permanente de sus
actuales inmediatos superiores jerárquicos, defensores a ultranza del llamado Pensamiento Único
Burgués en todo el Orbe:
<<Hasta que se crea una situación (insufrible) que
no permite volverse atrás y las circunstancias mismas gritan: ¡Demuestra lo que
eres capaz de hacer!>>. (K.
Marx: “El 18 Brumario de Luis Bonaparte”.
Obra publicada en mayo de 1852. Cap.
I. Ed. Ariel-Barcelona/1982 Pp. 16-17. Lo entre paréntesis nuestro) Versión
digitalizada
Y en ese trecho entre lo tolerado y lo
intolerable, ahora mismo estamos los individuos explotados y oprimidos en su
inmensa mayoría, cada vez más cerca de rebelarse ante lo insufrible.
Un saludo: GPM.
El optimismo de Marx sobre la
capacidad del capitalismo industrial para someter las finanzas a sus propias
necesidades
Luego de ofrecer un compendio de
citas para documentar el modo en que el “capital usurero” parasitario se
multiplicaba a interés compuesto, Marx anunció en un tono de optimismo darwiniano
que el destino del capitalismo industrial era movilizar el capital financiero,
para financiar su expansión económica convirtiendo a la usura en un vestigio
obsoleto del modo de producción “antiguo”. Es como si “en el curso de su
evolución el capital industrial tendiera, pues, a someter esas formas y a
transformarlas en funciones derivadas o especiales de sí mismo”. Lejos de
crecer para terminar dominando al capital industrial, el capital financiero
quedaría subordinado a la dinámica del capital industrial:
“Allí
donde la producción capitalista ha manifestado todas sus variadas formas y ha
llegado a convertirse en el modo de producción dominante” —concluía Marx sus
notas manuscritas de las Teorías sobre la plusvalía— “el capital portador de
interés es dominado por el capital industrial, y el capital comercial se
convierte meramente en una forma de capital industrial derivada del proceso de
circulación.” [3]
Marx
esperaba que las economías actuaran a largo plazo en interés propio, para
incrementar los medios de producción y evitar el ingreso rentista improductivo,
el subconsumo y la deflación por deuda. Creyendo que cualquier modo de
producción estaba configurado por las necesidades tecnológicas, políticas y
sociales de progreso de las economías, Marx esperaba que la banca y las
finanzas llegarían a subordinarse a esa dinámica:
“No hay
duda” —escribió— “de que el sistema de crédito servirá como poderosa palanca
durante la transición del modo capitalista de producción, a la producción por
medio del trabajo asociado; pero sólo como un elemento en conexión con otras
grandes revoluciones orgánicas del propio modo de producción.” [4]
El
problema financiero se resolvería por sí mismo, a medida que el capitalismo
industrial movilizara productivamente el ahorro, subordinando al capital
financiero y poniéndolo al servicio de sus necesidades. Y eso es lo que estaba
pasando entonces en Alemania y en Francia.
Parecía
que el papel del sistema bancario como asignador de crédito, allanaría el
camino a una organización socialista de las economías. Marx aceptó el libre
comercio en la idea de que el capitalismo industrial transformaría y
modernizaría a los países atrasados. Lejos de eso, lo que hizo el libre
comercio fue traer consigo las finanzas rentistas occidentales, y la occidental
privatización del suelo y de los recursos naturales. Incluso trajo consigo el
derecho de uso de las monedas y de los sistemas financieros de esos países como
casinos. Y en las naciones acreedoras avanzadas, el fracaso de EEUU y de las
economías europeas a la hora de recuperarse de su crisis financiera de 2008,
viene de dejar intactas las deudas de las “hipotecas basura”, cuyos recargos
absorben los ingresos. Los bancos han sido rescatados, no las economías
industriales, cuyas deudas quedaron intactas. .
Irving Fisher
acuñó el término de deflación por
deuda en 1933. Dijo que ocurre cuando el servicio de la deuda
(intereses y amortización) para pagar a los bancos y a los tenedores de bonos,
desvía el ingreso e impide gastarlo en bienes de consumo e inversión en
infraestructura, educación, salud y otras partidas de bienestar social. [5]
Ningún observador de la época de Marx
fue tan pesimista como para esperar que el capital financiero le ganaría la
mano al capitalismo industrial, asolando a las economías como se está viendo en
el mundo de nuestros días. Reflexionando sobre la crisis financiera de 1857,
Marx mostró hasta qué punto resultaba impensable entonces nada parecido al
rescate de los especuladores financieros, acometido en 2008 por Bush y Obama:
“El
entero sistema artificial de expansión forzada del proceso de reproducción no
puede, claro está, remediarse permitiendo que algún banco, digamos, el Banco de
Inglaterra, proporcione con papel a todos los especuladores el capital faltante,
y compre todas las mercancías depreciadas a sus antiguos valores nominales.” [6]
Cuando
Marx escribió esta “reductio ad absurdum”
no podía imaginar ni en sueños que esta sería precisamente la política de la Reserva
Federal en otoño de 2008. El Tesoro estadounidense se hizo cargo
a expensas del contribuyente, de todas las pérdidas de la especulación
aventurera de A.I.G.
y otros “capitalistas de casino” asociados. A lo que siguió la compra a valor
nominal por la Reserva Federal de los paquetes de hipotecas basura.
La política socialista respecto de
la reforma financiera y fiscal
Marx
dejó dicho que el destino histórico del capitalismo industrial, era el de
liberar a las economías de las finanzas improductivas y depredadoras: de la
especulación, del fraude y del desvío del ingreso para pagar intereses, sin
financiar nuevos medios de producción. Conforme a esa lógica, el destino de las
economías socialistas tenía que ser el de tratar la función bancaria de
creación de crédito, como una función pública que tenía que servir a propósitos
públicos: incrementar la prosperidad y los medios de producción, a fin de
ofrecer una vida mejor a las poblaciones. Las naciones socialistas han liberado
a sus economías de las contradicciones internas del capitalismo industrial, que
asfixian al trabajo asalariado.
China
ha resuelto el problema del “volumen I”.
Pero aún debe enfrentarse a los problemas de los “volúmenes II y III”,
irresueltos en Occidente: las finanzas privatizadas, las rentas de la tierra y
de los recursos naturales. Las economías occidentales buscan extender esas
prácticas neoliberales de servirse de las finanzas, como palanca de pillaje del
excedente económico, a fin de financiar la transferencia de propiedad con
interés y de convertir los beneficios, las rentas, los salarios y otros
ingresos, en interés.
El
fracaso en punto a socializar la banca (o a completar siquiera su
industrialización) es la tragedia más notoria del capitalismo industrial occidental.
Llegó a ser también la tragedia de la Rusia pos-soviética luego de 1991, que
permitió la financiarización de sus recursos naturales y de su economía
industrial al tiempo que dejaba sin gravar fiscalmente la renta de la tierra y
de los recursos naturales. Las cúspides de comando fueron vendidas a oligarcas
nacionales y a inversores occidentales que compraban a crédito con sus propios
bancos o en asociación con bancos occidentales. Ese crédito bancario fue lisa y
llanamente creado sobre teclados de ordenador. Esa creación de crédito debería
ser una utilidad pública, pero se ha independizado de la regulación pública en
Occidente. Y ese crédito está llegando ahora a China y a las economías
pos-soviéticas como instrumento de apropiación de recursos.
La Eurozona
parece incapaz de salvarse a sí propia de la deflación por deuda, y
análogamente, los EEUU y la Gran Bretaña cojean y trastabillan a medida que se
desindustrializan. Por eso albergan la esperanza de que la China socialista los
salvará, libre como está hasta ahora de la plaga financiera, de la liquidación
de activos y de la deflación por deuda. Los economistas occidentales
neoliberales sostienen que esta finaciarización del otrora capitalismo
industrial es “progreso” y aun el fin de la historia. Sin embargo, habiendo
visto a China crecer mientras sus economías seguían estancadas desde 2008
(salvo para el Uno por Ciento), su esperanza es que el mercado de la China
socialista pueda salvar a sus economías financiarizadas, demasiado hundidas en
la deuda para salvarse por sí mismas.
Notas:
[1] En volumen III de Capital (cap.
xxx; Chicago 1909: p. 461) y volumen III de Teorías sobre la plusvalía.
[2] Karl Marx, The Poverty of Philosophy [1847] (Moscú, Progress Publishers,
n.d.): 155.
[3] Karl Marx, Theories of Surplus Value, III: 468
[4] Capital III (Chicago, 1909), p. 713.
[5] Véase Irving Fisher,
“The Debt-Deflation Theory of the Great Depression,” Econometrica (1933), p.
342. Online en: http://fraser.stlouisfed.org/docs/m....
Fisher usó el término para referirse a bancarrotas que aniquilaban el crédito
bancario y la capacidad de gasto, y así, la capacidad de las economías para
invertir y contratar a nuevos trabajadores. Discuto técnicamente este asunto en
mi libro “Killing the Host” (ISLET 2015), capítulo 11, así como en:
“Saving, Asset-Price Inflation and Debt Deflation”, reproducido como capítulo
11 de mi libro The Bubble and Beyond (ISLET 2012), pp. 297-319).
[6] Capital III (Moscú: Foreign Languages Publishing House, 1958), p. 479.
Traducción
para www.sinpermiso.info:
Mínima Estrella.
Versión PDF:
Descargar artículo en PDF | Enlace
permanente: info.nodo50.org/5623.
La precariedad de las condiciones de
trabajo
La precariedad de las condiciones
de trabajo, junto con la vulnerabilidad económica de una enorme y heterogénea
masa de población, que no estaba circunscrita a los grupos tradicionalmente
marginales de la sociedad, obligó a tener que volver a considerar la naturaleza
misma del contrato social como medio fundamental del trabajo asalariado, y a
reflexionar sobre las bases políticas e históricas en que se vino fundamentando.
Esta crisis del vínculo social que se
expresa en la incapacidad de los sistemas de protección social, hasta entonces
vigentes para lograr ofrecer no sólo cobertura frente a las necesidades de la
pura subsistencia, sino también para dotar de sentido vital y proporcionar una
identidad socialmente reconocida, al conjunto de la ciudadanía más empobrecida,
es la que acaba expresándose política y prácticamente en la ley francesa sobre Revenu
Minimum d’Insertion (RMI)
aprobada en diciembre de 1988.
Tal y como se concibió esta ley
francesa en su origen, se trataba de reconocer el derecho a unos ingresos
mínimos que hicieran posible a ese país continuar
insertado en el tejido social, aun cuando ni la fuente ni la legitimidad de
esos ingresos pudiera atribuirse a una previa contribución a la caja de la
seguridad social, vía empleo, de los futuros beneficiarios, sino que se trataba
de reconocer que, por el hecho mismo de ser miembro de la sociedad francesa, se
podía tener «derecho» a una renta mínima garantizada sobre la contrapartida de
quedar incorporado a algún programa de trabajo social, en una reedición
actualizada del contrato social originario, que quedaba plasmada en un
documento contractual —el contrato de inserción— firmado por la persona beneficiaria
del RMI y por los Servicios Sociales.
Esta relación ya desde el origen,
entre el concepto de exclusión y las políticas de inserción, pone de relieve el
carácter dinámico, estructural y colectivo que encierra la noción, puesto que
la realidad de la exclusión puede ser modificada y alterada sólo si se actúa al
mismo tiempo sobre las actitudes, motivaciones o conductas de las personas
excluidas y, también, sobre los fundamentos en los que reposa la sociedad
excluyente. Como dos caras de la misma moneda que en unos casos presenta su
cara más sonriente y en otros muestra su cruz más dolorosa. Ya no bastarían
pues, los viejos paradigmas que estudiaban la marginalidad como una realidad
exótica, extraña y cargada de atipicidad, en línea con lo que fueron los
primitivos estudios sobre desviación de la Escuela de Chicago; ni tampoco era
suficiente el análisis de la pobreza en tanto que privación esencialmente
material y económica, puesto que a la insuficiencia de los ingresos se podían
unir otras muchas carencias, de hecho, la experiencia muestra que en el marco
de las sociedades contemporáneas, en muchas ocasiones, unos ingresos
irregulares, precarios o inestables pero relativamente elevados, no acaban de
representar una protección suficiente frente a los riesgos y la inseguridad que
emergen de las condiciones sociales del presente.
Por todas estas razones, junto a la
dimensión económica de la exclusión, que la asimila al concepto de pobreza, se
insiste cada vez más en la dimensión relacional que remite a la pérdida de
redes de apoyo y sostén, así como sobre la dimensión política que hunde sus
raíces en la cuestión de la ciudadanía, como expresión efectiva y real de una
serie de derechos reconocidos. Esta triple dimensión es la que se encuentra
recogida en la definición de exclusión social ofrecida por J.
Estivill (2003) cuando dice que «puede ser entendida como una
acumulación de procesos confluyentes con rupturas sucesivas que, arrancando del
corazón de la economía, la política y la sociedad, van alejando e
“inferiorizando” a personas, grupos, comunidades y territorios con respecto a
los centros de poder, los recursos y los valores dominantes». Si el término
pobreza indicaba una posición en base a la desigualdad y al tener más o menos,
la referencia topológica del excluido no remite tanto al hecho de estar más
arriba o más abajo en la escala de la desigualdad, sino al hecho de quedar
«fuera» y apartado de los que se hallan «dentro». Este es el sentido de la
primera acepción del verbo «excluir» en el diccionario de la Real Academia de
la Lengua: «quitar a una persona o cosa del lugar que ocupaba». Este
apartamiento territorial, que te desplaza del sitio que ocupabas, del lugar que
te correspondía y te traslada geográficamente a otro lado, te manda afuera, te
vuelve excéntrico y periférico, es sin duda un elemento que está presente en
cada forma con-creta de exclusión. Es la participación misma como actor y parte
de la sociedad, la que se encuentra amenazada y puesta en entredicho. El
excluido es, ante todo, aquél a quien se le niega el acceso, el derecho a
entrar y sentarse para participar en el banquete general. Las razones por las
cuales alguien resulta excluido se producirán en base a circunstancias de lo
más diverso: en ocasiones será la renta, en otras será la cultura, la edad, el
género, la condición étnica, la nacionalidad, etc.
En todo caso, será la naturaleza de
las barreras más o menos insalvables que impiden el acceso a los derechos
civiles, políticos y sociales que la mayoría de los miembros de la sociedad
disfrutan, las que se constituirán en el objeto de estudio y análisis
preferente, de modo que estudiando tales barreras para la inclusión social, se
pueda llegar a determinar cuáles habrían de ser las políticas sociales más
eficaces para modificarlas, disminuir-las o incluso eliminarlas. En este
sentido, el espaldarazo definitivo al concepto de exclusión, como herramienta
para el análisis de la realidad y como instrumento de acción social, vendrá de
la mano de su incorporación a los planes de actuación frente a la pobreza que
se diseñan desde las instituciones europeas. En 1975 se puso en marcha el
Primer Programa Europeo de Lucha contra la Pobreza, en donde se partía de una
visión algo indefinida de la misma, según la cual se entendía por personas
pobres a aquellos «individuos, familias y grupos de personas cuyos recursos
(materiales, culturales y sociales) son tan escasos que están excluidas de los
modos de vida mínimos aceptables en el Estado miembro donde viven». Junto a
esta definición, relativamente próxima al concepto de exclusión, el Segundo
Programa (1985-1989), representa un avance de la visión más cuantitativa y
economicista de la misma como estrategia para tratar de hacerla operativa y
facilitar así la comparabilidad entre países, con lo que los pobres pasan a ser
aquellas «personas que disponen de ingresos inferiores a la mitad de los
ingresos medios per cápita equivalentes en su país».
Esto no significa en ningún momento
que se pierda de vista la existencia de otros factores, más allá de los
ingresos que actúan sobre las personas empobrecidas y hacen que su existencia
no pueda revestir unas «condiciones de vida mínimamente aceptables». De hecho,
el Plan siguiente (1989-1994) que pasaría a ser conocido como Pobreza-3 para
evitar el alambicado nombre de «Programa Comunitario para la Integración
Económica y Social de los grupos menos favorecidos», dio lugar entre otros
resultados a la creación de un «Observatorio Europeo sobre la Lucha contra la
Exclusión Social». A partir de ahíla noción de exclusión social no ha hecho
sino expandirse desde mediados de los 90, de modo que ha quedado recogida
prácticamente en todos los textos fundamentales de la política social de la
Unión Europea: Tratado
de Maastricht, Libros
Verde y Blanco sobre Política Social, Programas de Acción Social, Carta Europea
de los Derechos Sociales, etc.
En definitiva, se habla de exclusión
social para referirnos a un proceso dinámico y cambiante que cursa con una
quiebra de la identidad personal y que normalmente hunde sus raíces en un
debilitamiento, mayor o menor, e los dos ejes básicos en los que se fundamenta
la inserción social; a) el eje socio-relacional merced al cual disponemos de
una serie de apoyos, vínculos sociales y contactos, con familiares, amigos,
vecinos, colegas, etc. que constituyen nuestro capital relacional, y b) el eje
que nos inserta por lo económico y lo laboral, habitualmente merced a un empleo
por el que recibimos un salario que se constituye en el componente fundamental
de nuestro capital económico, aquella base material con que intentamos afrontar
las contingencias materiales de la existencia.
Tanto en términos de capital
económico, como de capital social, pueden darse situaciones muy diferentes en
cantidad y calidad. Aquellas personas que disfrutan de buenos trabajos,
prestigiosos, estables y bien pagados, y que además disponen de un amplio
abanico de relaciones, contactos y amistades de todo tipo, se encuentran mucho
mejor cubiertos frente al riesgo y la inseguridad.
Habitualmente ocupan el espacio de la
integración social. Más allá de este espacio, se encuentran quienes disponen de
empleos precarios, mal pagados, irregulares e inestables, lo que a veces se
acompaña también de relaciones débiles, escasas, o mal situadas socialmente,
que apenas si pueden brindar protección y refugio en caso de que las cosas
empeoren aún más. Esta zona de vulnerabilidad se hace aún mayor cuando las
políticas sociales se vuelven más escasas y la protección social garantizada
por las instituciones sociales frente a la enfermedad, la vejez, el desempleo,
etc., no llega a todos los ciudadanos. Cuando esto sucede en su grado más
extremo, nos encontramos con que aquellas personas que no cuentan con recursos
económicos suficientes, ni con una red social de apoyo mínima, y que además no
se encuentran cubiertas por políticas de protección social eficaces, terminan
por habitar en el espacio degradado y mísero de la exclusión.
Según hemos expresado gráficamente en
otras ocasiones, el proceso de exclusión avanza o retrocede a través de estos
tres espacios de integración, vulnerabilidad y exclusión, según se debilite o
fortalezca la capacidad de incorporación social que emergen del mercado de
trabajo y de los vínculos sociales. Todo ello matizado por el efecto de
contención de la vulnerabilidad y de reforzamiento de la cohesión social que
aporten las políticas sociales.
Nuevas tecnologías y exclusión
social
Ahora bien, según lo que llevamos expuesto, conviene detenerse en
algunos de los rasgos más característicos que se perciben en el hecho de la
exclusión. La exclusión social es un proceso, una realidad dinámica y cambiante,
tanto da que la consideremos en términos globales o personales, individuales.
La exclusión no tiene por qué considerarse un lugar definitivo, inevitable,
cerrado y terminal. Puede y debe ser abordado como un lugar de paso, un espacio
del que se puede retornar y que se puede reducir hasta su mínima expresión.
Puede y debe tener un carácter reversible de hecho, Así sucede en la mayoría de
los casos en los que se interviene con metodologías apropiadas, con recursos
suficientes, en procesos personalizados y a largo plazo.
Una cuestión de grados, se puede estar
más o menos excluido. De hecho, tal y como pusieron de relieve hace años los Basaglia
(La mayoría marginada en 1977): la inmensa mayoría de los seres humanos estamos
de un modo u otro excluidos, de alguno u otro espacio. Sin embargo, cuando nos
referimos con propiedad a la exclusión como problema social y de derechos
humanos, nos referimos al hecho de que existan personas cuyas condiciones de
vida, no revistan los mínimos de dignidad y bienestar que son considerados
imprescindibles en la actualidad.
Es un dato estructural, que no puede
ser eliminado con actuaciones puntuales y momentáneas, o mucho menos, confiando
en la premisa de que una modificación en la conducta de algunos individuos
afectados, puede eliminarla. Como señala Serge Paugam
«no se trata de un fenómeno de orden individual, como lo entendían los
discípulos de la tesis de la “pobreza voluntaria”, sino más bien de un fenómeno
social cuyo origen ha de investigarse en los principios mismos de
funcionamiento de las sociedades modernas» (1996:10) y que remite por tanto a
causas sociales, como puedan ser, la urbanización demasiado rápida, el
desarraigo ocasionado por la movilidad profesional, la violencia omnipresente
en los medios de comunicación y en las relaciones sociales e internacionales,
las desigualdades de renta, etc
.
Es una realidad multidimensional. La
cual pone de relieve la existencia de una serie de componentes que pueden
confluir en exclusión social y que remiten a campos de la práctica en los
cuales puede expresarse la exclusión de forma visible, así por ejemplo, junto a
una dimensión económica de la exclusión que recoge buena parte de la vieja
sociología de la pobreza, entendida como pobreza material, existirían otras
dimensiones que se refieren a aspectos culturales, sociales, políticos,
administrativos, etc. Todo esto se traducirá en una severa dificultad para
operativizar un concepto que se encuentra atravesado por una amplia serie de
dimensiones, que en cada caso se organizan en proporción y cantidad diversa.
Es un hecho esencialmente relacional.
No es tanto un problema de distribución desigual (que lo es también), o de
afirmación de las diferencias interindividuales, como un problema de relaciones
personales sobre la base de la eliminación, subordinación o dominación de
terceras personas. End.
Así se está hundiendo el empleo en España, comunidad a
comunidad: en un mes se han perdido dos años.
Andalucía, Canarias y la Comunidad Valenciana están
liderando las caídas. España en su conjunto ha perdido en un mes, el empleo que
había creado en los dos últimos años.
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Destruidos
empleos en Andalucía, más de 100.000 en la Comunidad Valenciana, 130.000, en
Cataluña, otros tantos y en Madrid… La lista es tan desoladora como el resumen
de conjunto: en solo un mes, en marzo, el
empleo que ha destruido en toda España la crisis del coronavirus equivale,
prácticamente, a todo el que se había creado en el último bienio en 2018
y 2019. Y es solo el principio, porque el
hundimiento del mercado laboral suma y sigue. Y, en las regiones más turísticas, aún está
por llevar el grueso del envite.
En los
últimos días, la Seguridad Social ha desvelado los datos de detalle que muestran
a las claras cuánto empleo se destruyó en marzo en cada región. Las cifras por
autonomías que dio hace 15 días eran de medias mensuales, que ofrecían un
cálculo edulcorado del desplome. Las nuevas estadísticas, sin embargo, reflejan
cuánto se ha perdido realmente, cuántos ocupados había en cada región el último
día de febrero y cuántos de esos quedaban el último día de marzo. Y eso sin
contar los afectados por los ERTE, que al tener los contratos suspendidos, sus
puestos siguen apareciendo en alta en la Seguridad Social.
Así se
está desplomando el mercado laboral en toda España, comunidad a comunidad, con
referencia a algunas de las provincias especialmente castigadas. Cádiz ha sido
la más golpeada en términos relativos: una destrucción del 8,3% del empleo en
solo un mes.
Canarias:
destruida el 6,5% de la ocupación.
En
porcentaje, ha sido la autonomía que
más empleo perdió en marzo. En Canarias se destruyeron en marzo 53.511
empleos, sin contar los ERTE. En solo un mes, el Archipiélago perdió el 6,5% del
empleo, que tenía antes de que estallara la crisis del coronavirus en España.
Andalucía:
-193.851 empleos en 30 días
La
economía andaluza es la segunda más golpeada por la crisis. En marzo se
destruyeron en esta región, exactamente, 193.851 puestos de trabajo, siempre
sin contar los afectados por los ERTE. En apenas 30 días se volatilizó el 6,2%
de su mercado laboral. Andalucía, en un mes, ha retrocedido a niveles de hace
tres años en términos de ocupación. Cádiz
es la provincia más castigada, y no solo de Andalucía sino de toda
España en términos relativos: 31.185 puestos de trabajo fulminados, el 8,3% de toda la ocupación que tenía.
Comunidad
Valenciana
Con un desplome de la ocupación del 5,3% en marzo,
la Comunidad Valenciana es la tercera más golpeada en esta primera fase de la
crisis económica del coronavirus. En esta región se perdieron en marzo 103.079
empleos. Por provincias, la más
golpeada es Alicante, con una destrucción del 6,7%. Solo Cádiz y Málaga
(-7,3%) presentan tasas peores en el desplome laboral de marzo.
Madrid hace
frente a la crisis
Pese a ser
la Comunidad golpeada más precozmente y con más crudeza por la pandemia, su economía no figura entre las más
castigadas por la crisis económica del coronavirus. En marzo perdió el
4,1% de su ocupación, idéntico porcentaje que arrojó la media nacional. Eso sí,
en cifra absoluta el número es también contundente: 134.294 empleos destruidos en marzo.
Cataluña:
-130.000 empleos
En
Cataluña, la primera fase de la crisis
fulminó en marzo 130.513 puestos de trabajo, el 3,8% de la afiliación
que tenía justo antes de que estallara la pandemia en España. De ellos, 97.444
se destruyeron en la provincia de Barcelona, 12.201 en la de Gerona, 12.080 en
la de Tarragona y 8.788 en la de Lérida, la más castigada de las provincias
catalanas en términos relativos, en porcentaje.
Castilla-La
Mancha
El primer
mes de crisis del coronavirus se ha
llevado por delante más de 30.000 puestos de trabajo en Castilla-La
Mancha. En marzo, exactamente, se destruyeron en esta región 32.657 empleos
netos, sin contar los ERTE. En 30 días perdió el 4,6% de sus afiliados a la
Seguridad Social.
Aragón y
Murcia
En Aragón se perdieron 23.418 empleos en marzo.
En apenas treinta días se han ido al
traste todos los puestos de trabajo que Aragón había creado en los dos últimos
años. Además, ya son al menos 65.000 los trabajadores afectados por
ERTE.
En Murcia, el primer
mes de crisis del coronavirus, se ha llevado por delante 26.245 puestos de trabajo, el 4,4% de
los que tenía.
Castilla y
León, Galicia y País Vasco
En Galicia se destruyeron en marzo 32.353
empleos netos, una caída del -3,2%, siempre sin contar los afectados por
los ERTE. La provincia más castigada ha
sido Pontevedra (-13.906), seguida de La Coruña (-13.566).
En Castilla y León, el primer mes de la
crisis económica del coronavirus ha
fulminado 29.600 puestos de trabajo, el 3,2% de la afiliación que tenía
justo antes de que la pandemia estallara en España.
En el País Vasco, por su parte, marzo
destruyó 22.994 puestos, un
2,4%. Es de las comunidades menos azotadas hasta el momento en términos de
empleo.
Baleares,
Cantabria y Asturias
Por su
parte, en Baleares se han destruido
4.861 empleos, pero hay que tener en cuenta que en este caso el gran impacto se teme para los próximos
meses, cuando esta Comunidad registra la gran oleada anual de
contrataciones coincidiendo con el turismo estival.
En Cantabria, por su parte, se han destruido en solo un mes 7.936 puestos
de trabajo, un 3,7% de los que tenía un mes antes. Y en Asturias se perdieron en marzo 11.078
empleos, el 3% de su ocupación total.
Extremadura,
Navarra y La Rioja
La Comunidad Foral ha perdido 6.917 puestos de
trabajo en solo un mes, y eso que se cuenta entre las autonomías donde
el impacto laboral fue menos severo en marzo. En Navarra la caída del empleo ha
sido del 2,4%. En La Rioja, el
mes pasado se destruyeron el 3,3% de los puestos de trabajo, un total de 4.295 fulminados. Y en Extremadura, un porcentaje similar,
una caída del 3,8%, lo que ha supuesto la destrucción de 14.912 empleos solo durante el mes de marzo, en el
primer envite de la crisis del coronavirus.
Ceuta y Melilla
En las
ciudades autónomas de Ceuta y Melilla
se han destruido 859 y 606 puestos de trabajo, respectivamente; el 3,7%
y el 2,5% de los que tenían antes de la crisis.
Albert
Einstein
¿Debe quién no es un experto en
cuestiones económicas y sociales, opinar sobre el socialismo para imponer
el comunismo revolucionario?
Por una serie de razones creo que
sí.
Permítasenos primero considerar la
cuestión desde el punto de vista del conocimiento científico. Puede
parecer que no hay diferencias metodológicas esenciales entre
la astronomía y la economía: los científicos en ambos campos procuran
descubrir leyes de aceptabilidad general para un grupo circunscrito de
fenómenos, para hacer la interconexión de estos fenómenos tan claramente
comprensible como sea posible. Pero en realidad estas diferencias
metodológicas existen. El descubrimiento de leyes generales en el campo de
la economía es difícil, porque la observación de fenómenos económicos es
afectada a menudo por muchos factores que son difícilmente evaluables por
separado.
Además, la experiencia que se ha
acumulado desde el principio del llamado período civilizado de la historia
humana —como es bien sabido— ha sido influida y limitada en gran parte por
causas que no son de ninguna manera exclusivamente económicas en su origen.
Por ejemplo, la mayoría de los grandes Estados de la historia debieron su
existencia a la conquista de territorios ajenos. Los pueblos conquistadores se
establecieron, legal y económicamente, como la clase privilegiada del país
conquistado. Se aseguraron para sí mismos el monopolio de la propiedad de
la tierra y designaron un sacerdocio de entre sus propias filas. Los
sacerdotes, con el control de la educación, hicieron de la división de la sociedad en clases una institución
permanente y crearon un sistema de valores por el cual la gente estaba a
partir de entonces, en gran medida de forma inconsciente, dirigida en su
comportamiento social.
Pero la tradición histórica es, como
se dice, de ayer; en ninguna parte hemos superado realmente lo que Thorstein Veblen
llamó "la fase depredadora"
del desarrollo humano. Los hechos económicos observables pertenecen a esa
fase e incluso las leyes que podemos derivar de ellos, no son aplicables a
otras fases. Puesto que el verdadero propósito del socialismo es
precisamente superar y avanzar más allá de la fase depredadora del
desarrollo humano, la ciencia económica en su estado actual puede arrojar
poca luz sobre la sociedad socialista del futuro.
En segundo lugar, el socialismo está
guiado hacia un fin ético-social. La ciencia, sin embargo, no puede
establecer fines, e incluso menos, inculcarlos en los seres humanos; la
ciencia puede proveer los medios con los que lograr ciertos fines. Pero los
fines por si mismos son concebidos por personas con altos ideales éticos y —si
estos fines no son endebles, sino vitales y vigorosos— son adoptados y
llevados adelante por muchos seres humanos quienes, de forma
semi-inconsciente, determinan la evolución lenta de la sociedad.
Por estas razones, no debemos
sobrestimar la ciencia y los métodos científicos cuando se trata de
problemas humanos; y no debemos asumir que los expertos son los únicos que
tienen derecho a expresarse en las cuestiones que afectan a la organización de
la sociedad. Muchas voces han afirmado desde hace tiempo, que la sociedad
humana está pasando por una crisis, y que su estabilidad ha sido gravemente
dañada. Es característico de tal situación, que los individuos se sientan
indiferentes o incluso hostiles hacia el grupo, pequeño o grande, al que
pertenecen. Como ilustración, déjenme recordar aquí una experiencia
personal. Discutí recientemente con un hombre inteligente y
bien dispuesto, la amenaza de otra guerra que, en mi opinión, pondría en
peligro seriamente la existencia de la humanidad; y subrayé que solamente
una organización supranacional ofrecería protección frente a ese peligro.
Frente a eso mi visitante, muy calmado y tranquilo, me dijo: "¿por
qué se opone usted tan profundamente a la desaparición de la raza
humana?"
Estoy seguro que hace tan sólo un
siglo nadie habría hecho tan ligeramente una declaración de esta clase. Es
la declaración de un hombre que se ha esforzado inútilmente en lograr un
equilibrio interior, y que tiene más o menos perdida la esperanza de
conseguirlo. Es la expresión de la soledad dolorosa y del aislamiento
que mucha gente está sufriendo en la actualidad. ¿Cuál es la causa? ¿Hay
una salida?
Es fácil plantear estas preguntas,
pero difícil contestarlas con seguridad. Debo intentarlo, sin embargo, lo
mejor que pueda, aunque soy muy consciente del hecho de que nuestros
sentimientos y esfuerzos, son a menudo contradictorios y obscuros y que
no pueden expresarse en fórmulas fáciles y simples.
El ser humano es, a la vez, un ser
solitario y un ser social. Como ser solitario, procura proteger su propia
existencia y la de los que estén más cercanos a él, para satisfacer
sus deseos personales, y para desarrollar sus capacidades naturales. Como
ser social, intenta ganar el reconocimiento y el afecto de sus compañeros
humanos, para compartir sus placeres, para confortarlos en sus dolores, y
para mejorar sus condiciones de vida. Solamente la existencia de éstos
diferentes y frecuentemente contradictorios objetivos, por el carácter
especial del ser humano y su combinación específica, determina el grado
con el cual un individuo puede alcanzar un equilibrio interno y puede
contribuir al bienestar de la sociedad. Es muy posible que la fuerza
relativa de estas dos pulsiones esté, en lo fundamental, fijada
hereditariamente. Pero la personalidad que finalmente emerge
está determinada en gran parte por el ambiente en el cual un hombre se
encuentra durante su desarrollo, por la estructura de la sociedad en la
que crece, por la tradición de esa sociedad, y por su valoración de los
tipos particulares de comportamiento. El concepto abstracto
"sociedad" significa para el ser humano individual, la suma total de
sus relaciones directas e indirectas con sus contemporáneos y con todas
las personas de generaciones anteriores. El individuo puede pensar,
sentirse, esforzarse, y trabajar por sí mismo; pero él depende tanto de la
sociedad —en su existencia física, intelectual, y emocional— que es
imposible concebirlo, o entenderlo, fuera del marco de la sociedad. Es la
"sociedad" la que provee al hombre de alimento, hogar, herramientas
de trabajo, lenguaje, formas de pensamiento, y la mayoría del contenido de
su pensamiento; su vida es posible por el trabajo y las realizaciones de
los muchos millones en el pasado y en el presente, que se ocultan detrás
de la pequeña palabra "sociedad".
Es evidente, por lo tanto, que la
dependencia del individuo de la sociedad es un hecho que no puede ser
suprimido exactamente como en el caso de las hormigas y de las abejas. Sin
embargo, mientras que la vida de las hormigas y de las abejas está fijada
con rigidez en el más pequeño detalle, los instintos hereditarios, el
patrón social y las correlaciones de los seres humanos son muy
susceptibles de cambio. La memoria, la capacidad de hacer combinaciones,
el regalo de la comunicación oral, ha hecho posible progresos entre los seres
humanos que son dictados por necesidades biológicas. Tales progresos se
manifiestan en tradiciones, instituciones y organizaciones; en la literatura; en
las realizaciones científicas e ingenieriles; en las obras de arte. Esto
explica que, en cierto sentido, el ser humano puede influir en su vida y
que puede jugar un papel en este proceso el pensamiento consciente y los
deseos.
El ser humano adquiere en el
nacimiento, de forma hereditaria, una constitución biológica que debemos
considerar fija e inalterable, incluyendo los impulsos naturales que
son característicos de su especie. Además, durante su vida adquiere
una constitución cultural que adopta de la sociedad con la comunicación y
a través de muchas otras clases de influencia. Es esta constitución
cultural la que, con el paso
del tiempo, puede cambiar y determina en un grado muy importante la
relación entre el individuo y la sociedad, como la antropología
moderna nos ha enseñado, con
la investigación comparativa de las llamadas culturas primitivas,
que el comportamiento social de seres humanos puede diferenciar
grandemente, dependiendo de patrones culturales que prevalecen y de los
tipos de organización que predominan en la sociedad. Es en esto en lo que
los que se están esforzando en mejorar la suerte del ser humano,
pueden basar sus esperanzas: los seres humanos no están condenados, por su
constitución biológica, a aniquilarse o a estar a la merced de un destino cruel, infligido por ellos mismos.
Si nos preguntamos cómo la estructura
de la sociedad y de la actitud cultural del ser humano en general deben ser cambiadas, para hacer la vida
humana tan satisfactoria como sea posible, debemos ser constantemente
conscientes del hecho de que hay ciertas condiciones que no podemos
modificar. Como mencioné antes, la naturaleza biológica del hombre
es, para todos los efectos prácticos, inmodificable. Además, los progresos
tecnológicos y demográficos de los últimos siglos han creado condiciones
que están aquí para quedarse. En poblaciones relativamente densas
asentadas con bienes que son imprescindibles para su existencia
continuada, una división del trabajo extrema y un aparato altamente productivo
son absolutamente necesarios. Los tiempos —que, mirando hacia atrás,
parecen tan idílicos— en los que individuos o grupos relativamente
pequeños podían ser totalmente autosuficientes, se han ido para siempre. Es sólo una leve exageración
decir que la humanidad ahora constituye incluso una comunidad
planetaria de producción y consumo.
Ahora he alcanzado el punto donde
puedo indicar brevemente lo que para mí constituye la esencia de la crisis de nuestro tiempo. Se refiere a la
relación del individuo con la sociedad. El individuo es más consciente que nunca de su dependencia de la
sociedad. Pero no ven la dependencia como un hecho positivo, como
un lazo orgánico, como una fuerza protectora, sino como algo que amenaza sus derechos naturales,
o incluso su existencia económica. Por otra parte, su posición en la
sociedad es tal, que sus pulsiones egoístas
se están acentuando constantemente, mientras que sus pulsiones sociales, que son
por naturaleza más débiles, se deterioran
progresivamente. Todos los seres humanos, cualquiera que sea su
posición en la sociedad, están sufriendo este proceso de deterioro. Los
presos a sabiendas de su propio egoísmo, se sienten inseguros, solos,
y privados del disfrute ingenuo, simple, y sencillo de la vida. El ser
humano sólo puede encontrar sentido a su vida, corta y arriesgada como es,
dedicándose a la sociedad para
comprenderla y así poder progresivamente hacerla cada vez más perfeccionable.
La anarquía económica de la sociedad capitalista tal como
existe hoy es, en mi opinión, la verdadera
fuente del mal. Vemos ante nosotros a una comunidad enorme de
productores que se están esforzando incesantemente privados de los frutos de
su trabajo colectivo, no por la fuerza, sino en general en conformidad
fiel con reglas legalmente establecidas según los intereses de una minoría
sin distinción de naciones. A este respecto, es importante señalar que los
medios de producción —es decir, la capacidad productiva entera que es
necesaria para producir bienes de consumo tanto como capital adicional— puede legalmente ser, y en su
mayor parte es, propiedad
privada de particulares.
En aras de la simplicidad, en la
discusión que sigue llamaré "trabajadores" a todos los que no
comparten la propiedad de los medios
de producción, aunque esto no corresponda al uso habitual del
término. Los propietarios de los medios de producción están en posición de
comprar la fuerza de trabajo del trabajador. Usando los medios
de producción, el trabajador produce nuevos bienes que se convierten en
propiedad del capitalista. El punto esencial en este proceso es la
relación entre lo que produce el trabajador y lo que le es pagado, ambos
medidos en valor real. En cuanto que el contrato de trabajo es "libre",
lo que el trabajador recibe está determinado no por el valor real de los
bienes que produce, sino por sus necesidades mínimas y por la demanda de
los capitalistas de fuerza de trabajo en relación con el número de
trabajadores compitiendo por trabajar. Es importante entender que incluso
en teoría el salario del trabajador, no está determinado por el valor de
su producto.
El
capital privado tiende a concentrarse en pocas manos, en parte debido a
la competencia entre los
capitalistas, y en parte porque el desarrollo tecnológico y
el aumento de la división del trabajo animan la formación de unidades de
producción más grandes a
expensas de las más pequeñas. El resultado de este proceso es una oligarquía del capital privado
cuyo enorme poder no se puede controlar con eficacia incluso en
una sociedad organizada políticamente de forma democrática. Esto es así
porque los miembros de los
cuerpos legislativos son seleccionados por los partidos políticos, financiados en gran parte o influidos de otra manera por los capitalistas privados quienes, para
todos los propósitos prácticos, separan
al electorado de la legislatura. La consecuencia es que los representantes del pueblo de
hecho no protegen
suficientemente, los intereses
de los grupos no privilegiados de la población. Por otra parte, bajo
las condiciones existentes, los
capitalistas privados inevitablemente controlan, directamente o indirectamente, las fuentes principales de información (prensa,
radio, educación). Es así extremadamente difícil, y de hecho en la mayoría
de los casos absolutamente imposible para el ciudadano individual, obtener
conclusiones objetivas y hacer un uso inteligente de sus derechos políticos.
La situación que prevalece en una
economía basada en la propiedad privada del capital, está así
caracterizada en lo principal: primero, los medios de la producción (capital),
son poseídos de forma privada y los propietarios disponen de ellos como lo
consideran oportuno; en segundo lugar, el contrato de trabajo es libre.
Por supuesto, no existe una sociedad capitalista pura en este sentido. En
particular, debe notarse que los trabajadores, a través de luchas
políticas largas y amargas, han tenido éxito en asegurar una forma algo
mejorada de "contrato de trabajo libre" para ciertas categorías
de trabajadores. Pero tomada en su conjunto la economía actual no se
diferencia mucho de capitalismo "puro". La producción está orientada hacia el beneficio, no hacia el uso.
No está garantizado que todos los que tienen capacidad y quieran trabajar,
puedan encontrar empleo; existe casi
siempre un "ejército de parados". El trabajador está
constantemente atemorizado con perder su trabajo. Desde que parados y
trabajadores mal pagados no proporcionan un mercado rentable, la
producción de los bienes de consumo está restringida, y la consecuencia es una
gran privación. El progreso tecnológico produce con frecuencia más
desempleo en vez de facilitar la carga del trabajo para todos.
La motivación del beneficio, conjuntamente con la competencia entre capitalistas,
es responsable de una inestabilidad en la acumulación y en la utilización
del capital, que conduce a depresiones
cada vez más severas. La competencia ilimitada conduce a
un desperdicio enorme de trabajo, y a ése amputar la conciencia social de
los individuos que mencioné antes.
Considero esta mutilación de los individuos el peor mal del capitalismo.
Nuestro sistema educativo entero sufre de este mal. Se inculca una actitud
competitiva exagerada al estudiante, que es entrenado para adorar el éxito
codicioso como preparación para su carrera futura.
Estoy convencido de que hay solamente
un camino para eliminar estos graves males:
el establecimiento de una
economía socialista, acompañado por un sistema educativo orientado
hacia metas sociales. En una economía así, los medios de producción
son poseídos por la sociedad y utilizados de una forma planificada. Una economía planificada que ajuste
la producción a las necesidades de la comunidad, distribuiría el trabajo a
realizar entre todos los capacitados para trabajar, y garantizaría un sustento
a cada hombre, mujer, y niño. La educación del individuo, además de
promover sus propias capacidades naturales, procuraría desarrollar en él
un sentido de la responsabilidad para sus compañeros-hombres en lugar de
la glorificación del poder y del éxito que se da en nuestra sociedad
actual.
Sin embargo, es necesario recordar que
una economía planificada no es todavía socialismo. Una economía
planificada puede estar acompañada de la completa esclavitud del
individuo. La realización del socialismo requiere solucionar
algunos problemas sociopolíticos extremadamente difíciles: ¿cómo es
posible, con una centralización de gran envergadura del poder político y
económico, evitar que
la burocracia minoritaria llegue a ser todopoderosa y arrogante?
¿Cómo de lo contrario pueden estar protegidos los derechos del individuo,
y cómo asegurar un contrapeso democrático al poder de la burocracia?
Cfr.
con “Monthly Review”, Nueva York,
mayo de 1949
GPM.
Breve
historia de la más reciente propiedad privada capitalista en España
<<En un Estado, es decir, en
una sociedad en la que hay leyes, la libertad sólo puede consistir en poder
hacer lo que se debe querer y en no estar obligado a hacer lo que no
se debe querer>>. (Montesquieu: “El espíritu de las leyes”. Cap. III Pp.
15. El subrayado nuestro).
<<La corrupción no es algo de un
partido ni de una organización concreta, sino que va unida a la condición
humana>>. (Mariano Rajoy Brey: 16/09/2016
en Bratislava. Lo entre paréntesis nuestro). La “condición
humana” de Mariano Rajoy ha sido su propia corrupción>>.
Lo
que Montesquieu ha querido
significar en este pasaje de su obra mal que le pese a gentuza como los
Marianos Rajoy Brey que acabamos de citar, es que en toda sociedad racional y sin excepción para
nadie, no es lícito que el querer
de cada cual se ponga por encima de su deber
ser según la ley.
Pero ha omitido la verdad del conocido refrán que dice: “hecha la ley, hecha la trampa”. ¿Está esa trampa en la
condición humana, tal como sostiene el católico y consuetudinario mentiroso
liberal burgués, Mariano Rajoy, según consta en el mitológico primer capítulo
de las Sagradas Escrituras, a tenor del pecado original supuestamente cometido
por Adán y Eva en el Paraíso Terrenal? La prueba que desmiente semejante
superchería, está en la histórica y ejemplar sociedad iroquesa
constituida en el Siglo XII:
<<¡Admirable
constitución esta de la gens,
con toda su ingenua sencillez! Sin soldados, gendarmes ni policía, sin nobleza,
sin reyes, virreyes, prefectos o jueces, sin cárceles ni procesos, todo marcha
con regularidad. Todas las querellas y todos los conflictos los zanja la
colectividad a quien conciernen, la gens o la tribu, o las diversas gens entre
sí; sólo como último recurso, rara vez empleado, aparece la venganza de sangre,
de la cual no es más que una forma civilizada de nuestra pena de muerte, con
todas las ventajas y todos los inconvenientes de la civilización (…) Tal era el
aspecto de los hombres y de la sociedad humana antes de que se produjese la
escisión en clases sociales>> (F. Engels: “El origen de la familia, la propiedad
privada y el Estado” Cap. III. Ed. Progreso Moscú/1986 Pp. 281. Versión
digitalizada Pp. 47).
El caso es, en realidad,
que esa trampa del querer a costa de
otros, se montó cuando el derecho
a la propiedad privada individual generó la competencia económica, dando pábulo a las clases burguesas y la
consecuente desigualdad social en el reparto de la riqueza. Y a propósito del
tiempo y las trampas, cabe destacar que desde hace más de tres siglos se nos ha
venido inculcando la idea de que el interés
privado —que induce a la desigualdad
económica entre individuos y familias en la sociedad civil—, está de hecho en relación de armónica identidad con los intereses generales de todos los
individuos como ciudadanos iguales
ante la ley. Pero Montesquieu,
considerado sin discusión como el padre del constitucionalismo moderno, al
decir que el derecho privado
se encuentra en intrínseca dependencia y subordinación,
respecto del derecho público estatal,
ha venido a significar que esa supeditación legal de lo privado a lo público no es natural o espontánea y por
tanto consentida, sino políticamente
forzada. Ergo, reconoció la tendencia de los propietarios privados, a contradecir y hasta violar una y otra vez, la ley
del derecho público a la igualdad
de oportunidades de los individuos, lo cual niega o vulnera esa
supuesta supeditación voluntaria de los intereses particulares a los generales.
Y por esto mismo Hegel apostilló, que el Estado es una necesidad externa de intervención en la sociedad civil, es
decir, algo ajeno a la naturaleza
egoísta de la propiedad privada personal, que supuestamente irrumpe en ella y la condiciona con arreglo a los
intereses personales. O sea, que al exigir qué y cómo debe ser la sociedad civil, la ley estatal de naturaleza
verdaderamente social sanciona la
intrínseca propensión de los propietarios privados a no respetarla.
Tal es el fundamento del derecho público coercitivo
basado en el interés general, como condición
de que el querer de cada cual,
es decir, su interés privado
particular, sea siempre según su
deber determinado por la Ley que el Estado social dicta e impone como
representación del interés general.
Y de tal determinación Montesquieu concluyó que, todo comportamiento particular
al margen de la Ley —que
supuestamente vela por el interés general—, es corrupto y disoluto, un mal
ejemplo que tiende a propagarse disolviendo la sociedad y su Estado, en el
sálvese quien pueda de cada individuo o grupo de individuos propietarios, ya
sea por sí solos o asociados:
<<…Cuando
en un gobierno popular caen las leyes en el olvido, y como esto sólo puede
provenir de la corrupción de la república, está ya perdido el Estado (en
tanto que representante de los intereses generales)>>. (Montesquieu: Op. Cit. Pp. 38.
(Lo entre paréntesis nuestro).
En semejantes condiciones
carentes de un poder público eficaz
que salvaguarde los intereses
generales, sobreviven miserablemente hoy a duras penas dos mil millones de personas en
más de sesenta países, cuyos
gobiernos son incapaces de garantizar las mínimas normas de seguridad y
supervivencia a la mayoría de
sus habitantes. Son los llamados Estados
fallidos, síntoma indiscutible de la decadencia sistémica terminal del
capitalismo, en un proceso que ha discurrido entre el llamado Siglo de las Luces
y el soterrado mundo de las sombras,
donde hoy se urden las tramas corruptas del sistema que alumbran la verdadera
realidad actual....:
<<….Bajo
el reino arbitrario y brutal de milicias, de grupos criminales y de señores de
la guerra. Si esas nociones son vagas y discutidas, si los expertos se pelean sobre
los calificativos y si algunos gobiernos se escandalizan al ser rebajados de
tal manera, la realidad de un archipiélago de Estados vulnerables o fracasados
es obvia para todos. Según las fuentes y las definiciones, entre 20 y 60 países
se moverían en ese "entre dos luces" de la humanidad>> (Gabriel
Mario Santos Villareal: “Estados
fallidos. Definiciones conceptuales”.
México/2009. Pp. 3).
¿Hay alguna duda de que
todo este proceso histórico ha sido presidido por la todavía vigente
consagración de la propiedad privada
capitalista, en combinación sistémica delincuencial con la “democracia representativa”? Para
responder a este interrogante, es necesario entrar en materia desde los tiempos
de la tardía Edad media feudal,
en que los reyes católicos promulgaron la llamada “ley de Toro”
que, corriendo el año 1505 implantó el Mayorazgo como derecho individual hereditario,
privilegiando al primogénito
respecto de los demás descendientes en cada familia.
Durante la transición del feudalismo al
capitalismo, en 1747 Montesquieu hizo valer el deber ser del nuevo espíritu jurídico en el Estado moderno burgués,
sentenciando que:
<<Las
leyes deben quitar a los nobles el derecho de primogenitura a fin de que,
mediante el reparto continuo de las herencias, las fortunas (de
los herederos) tornen a ser
iguales>>. (Montesquieu: Op. cit. Pp. 86)
En 1843 Marx publicó su “Crítica a la filosofía hegeliana del
derecho estatal”, donde contribuyó a reforzar este razonamiento de
Montesquieu, en salvaguarda del poder conferido al Estado burgués republicano
moderno, frente al denostado privilegio feudal atribuido al primogénito en las
familias de la nobleza. Consideró que su derogación fue un progreso en la
historia de la humanidad. Pero inmediatamente señaló, que al emancipar a la
sociedad civil erradicando el privilegio feudal del mayorazgo, la flamante
república burguesa elevó la propiedad
privada a la más alta jerarquía del poder social y político real. No puso ningún límite a ese
derecho, hasta el extremo de consagrar la explotación del trabajo asalariado y
su inevitable consecuencia: la creciente desigualdad
económica entre las dos clases sociales universales:
<<
¿Qué poder (y privilegio) tiene y ejerce el Estado político (feudal) sobre la propiedad privada en el (derecho al) mayorazgo? El de aislarlo de la familia y la sociedad, el de
llevarlo a (ejercer irrestrictamente) su
abstracta (e incondicional)
autonomía (personal: la del
primogénito). ¿Cuál es, por
tanto, el poder del Estado político (capitalista) sobre la propiedad privada (al abolir el mayorazgo)? El propio
poder de la propiedad privada, su ser (egoísta) hecho existencia (libre de toda restricción). ¿Qué le queda al Estado político (burgués) frente a este (nuevo) ser?
La ilusión de que es él quien determina, cuando en realidad es
determinado (porque la propiedad privada rige tanto en la sociedad civil
como en el Estado). Ciertamente (al
quitarle el derecho a la primogenitura) el
Estado (capitalista) doblega la voluntad
de la familia y de la sociedad, pero solo para dar existencia a la voluntad
de una propiedad privada sin familia ni sociedad (la propiedad privada pura, individual). Y (lo hace) para reconocer
esta existencia como la suprema del Estado político, como la suprema existencia
ética (personal,
elitista, despótica y totalitaria)>>. (K. Marx: Op.
cit. Pp. 136. Lo
entre paréntesis nuestro).
Pero
con esto no está todo dicho, porque falta demostrarlo. Y para esto es necesario
discernir acerca de cuál es el verdadero
sujeto soberano de la voluntad
en esta emergencia histórica
que consagra el derecho burgués a ejercer irrestrictamente la propiedad
privada. O sea, que hace falta señalar dónde reside el principio activo de ese derecho. Pues, bien, ya hemos visto
que, bajo el mayorazgo, el requisito para ejercer la voluntad del derecho a la
herencia, le venía dado al heredero como individuo desde fuera de sí mismo.
¿Residía en la voluntad del testador? ¡Residía en la propiedad privada sobre
los bienes que legaba, registrados a nombre del primogénito! Éste fue el
principio activo del mayorazgo. O sea, que el verdadero sujeto del derecho a la herencia y la verdadera voluntad de
ejercitarlo, en realidad no emanaba
del sujeto beneficiado, sino de la propiedad
privada sobre los bienes que le eran legados. Y tal como así ha sido y
sigue siendo al interior de la sociedad dividida en clases, la “libertad”
supuestamente basada en la voluntad de los individuos con arreglo a la ley,
resulta ser falsa superficialidad, un embeleco. Porque no es la supuesta
“libre” voluntad reglada del sujeto propietario sino su propiedad, lo que le permite ejercerla, lo que realmente determina el comportamiento de
las almas propietarias en los individuos. Nadie puede disponer libremente de lo
que no sea propiedad suya. Ergo: la libertad
del propietario no está en él
—en su persona—, sino en la propiedad
que desde fuera de sí mismo se le atribuye y por eso la detenta. De este modo:
<<La propiedad privada se ha convertido en el
(verdadero) sujeto (impulsor y
determinante) de la voluntad (humana,
que solo pueden ejercer los individuos-propietarios. Por lo tanto), la voluntad (deja de ser subjetiva en tanto que) ya no es más que el predicado de la propiedad privada (la que se le
atribuye desde fuera de sí mismo al sujeto propietario). La propiedad privada ya no es (tampoco) un objeto preciso (que
necesite) de la libre disposición
(personal del heredero beneficiado), es
el predicado
preciso de la propiedad
privada (o sea, lo que se predica, atribuye o infiere de ella en términos
de voluntad)>>. (K. Marx: Op.
cit. Pp. 137. (Lo entre paréntesis nuestro).
Tal es la forma del mundo al revés, donde la libre
voluntad de los individuos es la que sólo pueden ejercen algunos, ya sea merced
a la propiedad sobre determinados objetos en la sociedad civil, ya sea mediante los atributos de mando
jerárquico en las instituciones estatales.
La propiedad privada es, pues, el verdadero sujeto que hace a la voluntad supuestamente “libre” de los
propietarios, de tal modo enajenados
bajo el capitalismo. Tal como aparece legislado ese atributo en el derecho
burgués moderno, tanto en el privado
que impera en la sociedad civil, como en el público que hace al distinto alcance de la voluntad
individual sobre cosas y terceras personas subalternas, según la escala
jerárquica de mando en las instituciones estatales. Un mundo en el que, merced
a la práctica del intercambio mercantil ya durante la etapa postrera del
feudalismo, la “voluntad” de los sujetos deviene como voluntad y libertad de su propiedad privada en la
sociedad civil, la que cada uno detenta porque le viene dada desde fuera de sí mismo y así
puede disponer a cambio de un equivalente. Es éste, pues, el mundo de la enajenación humana general
respecto de las cosas. Una cosificación
del comportamiento social general, o sea, el de cada individuo en su
relación social con los demás. Donde cada uno es en la vida no por sí mismo,
sino por lo que le permiten ser las cosas de su propiedad.
<<La esencia de la voluntad humana desde los tiempos del
incipiente capitalismo, se muestra en el hecho de que todo propietario es como persona en la sociedad,
no por sus propias facultades o virtudes personales, sino por las cosas de su
propiedad que puede disponer, ejercitando ese derecho sobre ellas llamado patrimonio. Sin propiedad
privada, pues, no puede haber voluntad
jurídicamente valida. Y dado que en la sociedad capitalista —a
diferencia de sus antecesoras esclavista o feudal—, la propiedad privada solo
puede recaer sobre cosas, he
aquí la cosificación de la voluntad
humana en este sistema de vida, donde como reza el refrán: “tanto
tienes, tanto vales”. Ergo, tanto
puedes. El poder en general es, sin duda, por tanto, un subproducto de
la propiedad privada sobre cosas, medidas en términos de valor económico. Dicho
más claramente, la voluntad humana bajo el capitalismo ha sido secuestrada por
la propiedad privada:
<<Mi
voluntad ya no posee, se halla poseída (por la propiedad que
detento). Tal es precisamente el
cosquilleo romántico de la gloria del mayorazgo: la propiedad privada, o
sea la arbitrariedad privada en su figura más abstracta (ajena al individuo
que la posee), la voluntad más
mezquina, inmoral, bruta, aparece como la suprema enajenación de la
arbitrariedad, como la lucha más dura y sacrificada con la debilidad humana;
y como debilidad humana se presenta aquí la humanización de la propiedad
privada (que determina la deshumanización del propietario). El mayorazgo es la propiedad
privada convertida por sí misma en religión, abismada en sí misma, extasiada
ante su autonomía y su gloria>>. (K. Marx: Op
cit. Pp. 138. Lo entre paréntesis nuestro).
Ha
quedado claro que bajo el esclavismo y el feudalismo, la voluntad “libre” de
cierta minoría de individuos, permaneció sujeta casi exclusivamente a la propiedad territorial como el principal medio de producción
existente hasta entonces. Sin la propiedad sobre la tierra el esclavismo y el
feudalismo no hubieran sido posibles. Del mismo modo ha quedado igualmente
claro bajo el capitalismo,
que la distinta jerarquía en el ejercicio de la voluntad humana
presuntamente “libre” en general —tanto en la sociedad
civil como en el Estado— estuvo y sigue férreamente
sujeta al ejercicio de la propiedad privada sobre cosas materiales, que
hacen a las jerarquías sociales de mando sobre terceras personas. Y esas cosas
de carácter fundamental son los
medios de producción y de cambio en la sociedad civil, que a su vez
hacen a la escala jerárquica en los ámbitos estatales. Una autoridad ejercida
por determinados individuos, que los ciudadanos delegan con su voto en los
comicios periódicos. Así fue cómo la historia ha dado fe de la certeza, en cuanto a que el
concepto de propiedad privada
permitió a una minoría de esclavistas y señores feudales en la sociedad antigua, tanto como a
los capitalistas en la sociedad
moderna, ejercer su voluntad política supuestamente “libre” (en realidad
enajenada), para despojar a las mayorías por mediación alternativa del engaño y
la violencia. Tanto más cuanto mayor alcanzó a ser sucesivamente su censo de riqueza en propiedad,
al interior de la sociedad civil y/o el rango jerárquico de poder disponer privadamente sobre las cosas y
el personal en las instituciones políticas del Estado:
<<La
Constitución política (en la Revolución francesa) culmina por tanto en la constitución de
la propiedad privada. La suprema convicción política es la convicción
de la propiedad privada (individual)>>. (K. Marx: Op. cit. Pp.
134)
Fue precisamente John Locke quien introdujo el concepto de individuo propietario, cuya propiedad privada aparece como
un derecho natural,
base sobre la cual todavía se sostiene el constitucionalismo político liberal
del Estado burgués. Una constitución que consagra el derecho “humano” de cada
individuo a su propiedad privada, si es posible rebasando el límite de la que
ostentan los demás individuos, como signo distintivo de su poder personal
superior, tanto en la sociedad civil
como en el Estado. Incluyendo naturalmente al poder judicial, que así pasa
subrepticiamente a depender del Poder ejecutivo y éste, a su vez, del poder económico concentrado en
determinadas minorías acaudaladas. Tal como sucediera en 2013, por ejemplo en
España, con la reforma del Consejo
General del Poder Judicial durante el mandato
del Partido Popular, cuya mayoría absoluta de representantes
políticos en el Congreso de los diputados, le permitió poner a ese órgano
judicial bajo el dominio del poder ejecutivo, ejerciendo en última instancia
ese poder delegado, al dictado de los
grandes capitales en medio de la última recesión económica, que parece
haber llegado para quedarse. Un dominio cuyos diputados hicieron valer en su
condición de propietarios privados mayoritarios de los escaños en el Congreso,
para poder así haber impuesto esa reforma. He aquí la verdad del capitalismo descubierta por Marx, según la
cual la democracia representativa
es, en última instancia, la dictadura de
la propiedad privada sobre el capital en manos de una minoría opulenta.
¿Dónde si no en el poder económico
manifiesto de la propiedad privada del capital en la sociedad civil, está el
sustento del poder político en el Estado? ¿Cabe dudar, pues, de que bajo la sociedad de clases la “libertad”
individual haya sido y siga siendo un atributo
político esencial y exclusivo de la propiedad privada? ¿Cabe dudar a
estas alturas de la historia moderna,
de que el Estado “democrático” haya sido y siga siendo, sistemáticamente sometido a la voluntad política dictatorial de la propiedad privada,
detentada desde la sombra por la minoría de capitalistas más acaudalados que
hoy deciden el futuro inmediato de la humanidad agrupados en el llamado ”Club
de Bilderberg”?
Desde fines de marzo de 1871, el perro
sangriento que devoró a la Comuna de París estuvo encarnado en Louis Adolphe Thiers
y demás secuaces suyos: Jules Favre,
Ernesto
Picard, Agustín
Pouyer-Quertier y Jules Simon.
Todos ellos en virtud de la propiedad sobre sus respectivos mandatos políticos,
decidieron discrecionalmente repartirse en concepto de comisión, buena parte
los dos mil millones de francos que costó a los ciudadanos franceses, el hecho
de que estos sujetos gestionaran ante Alemania un préstamo al Estado francés
por esa cantidad, bajo la condición de que tal coima no se hiciera efectiva,
hasta después de conseguirse el aplastamiento de la “Comuna” y la “pacificación
de París” por las tropas prusianas. ¿Cuántos crímenes y actos de corrupción
desde el ejercicio del poder en virtud de la propiedad sobre cargos políticos
—como éstos—, se han podido venir cometiendo hasta hoy en el Mundo impunemente, en nombre de la
bendita palabra: naturaleza
cuyo significado bajo el capitalismo tanto se parece a esta otra: facilidad?
¿Puede alguien dudar, pues, de que la
corrupción política haya tenido su origen y resultado en el maridaje entre la democracia representativa —que
hace a la propiedad privada periódica
discrecional de ciertos individuos sobre los altos cargos que detentan en las instituciones del Estado burgués—
por una parte, y la propiedad privada
capitalista sobre los medios
de producción y de cambio que hacen al poder político personal de otros tantos sujetos en la sociedad civil por otra? ¿Puede alguien dudar de que este maridaje
siga siendo posible, a instancias de la prerrogativa
exclusiva de los más altos representantes
políticos electos,
actuando en secreto contubernio
con los propietarios del capital global en cada país? ¿Puede alguien dudar de
que todo esto haya consistido y consista, en que ambas partes conviertan la cosa pública en propiedad
privada individual? ¿Cabe dudar de que los tan cacareados ideales de
“libertad, igualdad y fraternidad” hayan sido y sigan siendo un maldito timo?
¿Cabe dudar, en definitiva, que bajo semejante estado de cosas los ciudadanos de a pie hayamos venido
siendo —y así seguimos—, políticamente contando como un cero a la izquierda en esta historia?
¿Por qué tenaz e insensata estupidez
seguir negándonos, entonces, a que como mayorías
sociales seamos nosotros quienes, de una vez por todas, decidamos realmente poner las cosas en su sitio implantando la
verdadera y genuina democracia? Pero ponerlas una vez más por encima de
nosotros mismos, eso no. Porque así los bribones nos seguirían aplastando con
el peso muerto de la historia “democrático-representativa” sobre nuestras
cabezas. Hay que poner las cosas en el sitio justo, según el conocimiento de lo
que es necesario hacer para tal fin, que nos concientiza, eleva y proyecta a la
condición de sujetos auténticamente libres. Porque la genuina libertad democrática no ha sido nunca más que esto: actuar como mayorías absolutas con el
previo conocimiento de la verdad sobre la realidad para transformarla,
con arreglo al ser humano genérico,
sin distinción de clases sociales.
Y aquí vuelve con toda su fuerza
esclarecedora el genio inmortal de Shakespeare: “Ser o no ser. Esta es la cuestión”. Pero ser en un mundo donde
resplandezca la verdad, dejando atrás la ficción del engaño y el sometimiento
político a la dictadura económica de la sinrazón capitalista. Y para eso es
necesario, ante todo, comprender
en su plenitud esencial la
realidad que exige ser transformada, apoderándose de ella para ponerla en
armonía con la LIBERTAD y la igualdad
UNIVERSAL descosificadas.
Las escandalosas fechorías cometidas por numerosos miembros de formaciones
políticas como el Partido Popular a cargo del gobierno en la España más
reciente, haciendo negocios con empresarios a expensas del erario público, son
las mismas que desde la segunda mitad de los años veinte auspició Stalin el
siglo pasado con sus secuaces en la ex URSS tras la muerte de Lenin. Todas
ellas han sido y son de la misma naturaleza social perversa. Y todas sin
excepción han sido inducidas por la propiedad
privada. Ya sea de modo encubierto a instancias del llamado
“enchufismo” de los políticos
profesionales en disputa por ocupar las instituciones estatales en cada país, ya sea del modo más
abierto y manifiesto por los empresarios,
dueños directos de los medios de
producción y de cambio en la sociedad
civil. La propiedad privada hace a la competencia intercapitalista, y
está última genera necesariamente 1) la creciente desigualdad social entre las
dos clases sociales universales y 2) las disputas comerciales entre
capitalistas y políticos agrupados en distintos países, que suelen desembocar
en guerras de rapiña por apropiarse del “territorio enemigo”, incluyendo los
medios de producción y de cambio allí localizados.
Bajo condiciones económicas de acumulación de capital
explotando trabajo asalariado en la
sociedad civil, la clase propietaria de los medios de producción y de
cambio convierte a los
distintos Estados nacionales
en mercados, donde las distintas empresas compiten
entre sí para poner el poder político
de las instituciones estatales al servicio de sus respectivos intereses económicos particulares.
Para tal fin, los capitalistas compran
la voluntad de los políticos profesionales que gobiernan esos Estados. Les
corrompen. Un modus operandi que no sería posible sin la democracia representativa que les posibilita lograr ese
propósito de un modo indirecto:
por mediación del sufragio universal que delega
la voluntad política de los electores,
en determinados sujetos electos
organizados en distintos partidos políticos, quienes prometen representarles en
las instituciones estatales. Es esta una tramposa y delincuencial conjugación
de la praxis política entre candidatos
a ser representantes, y electores
que les votan para que supuestamente
les representen. Tramposa y delincuencial, porque tras cada acto electoral los
candidatos electos dejan en papel mojado sus promesas, para lucrarse atendiendo
a los intereses de los empresarios capitalistas. Burlan así la voluntad popular
y el interés general. Un negocio que se acuerda y ejecuta en la discrecional intimidad
que permiten los muy bien alfombrados y amueblados despachos de las distintas
dependencias estatales, donde los políticos y los empresarios convierten secretamente la cosa
pública en cosa privada.
Tal es la ceremonia y el embeleco sobre
el cual se ha podido venir sosteniendo, durante dos siglos, el sistema de vida
basado en la explotación de trabajo ajeno y el reparto cada vez más desigual de
la riqueza. Incluso
en épocas de crisis[1][1]. Hablar de un máximo histórico de desigualdad social relativa entre ricos y pobres, no significa que ese proceso
haya llegado a su límite, sino que la desigualdad ya no se nutre tanto de la plusvalía relativa (que aumenta
por efecto de la productividad a expensas del salario sin perjuicio de su poder adquisitivo)[2][2], sino más bien de la plusvalía absoluta que solo
aumenta por el mayor esfuerzo en el trabajo y la penuria creciente de los más pobres: el aumento de su
miseria en perjuicio de su vida[3][3]. Un fenómeno ligado a la ignorancia, que a su vez
induce a la pasividad y la sumisión:
dos preciadas “virtudes ciudadanas” cuyo cultivo en la conciencia de los
explotados la gran burguesía encarga a los más hábiles administradores políticos, formados en esos estratos
intermedios de la sociedad, es decir, la pequeña
burguesía intelectual. De modo que:
<<Mientras la clase oprimida
—en nuestro caso el proletariado— no está madura para liberarse ella misma (porque
desconoce la verdad sobre la realidad en que vive), su mayoría reconoce el orden social de hoy como el único posible, y
políticamente forma la cola de la clase capitalista, su extrema izquierda (a
instancias de partidos reformistas estatizados, como es hoy el caso en España
de “Izquierda Unida”, “Podemos” y demás “mareas” adosadas)>>. (F. Engels: “El
origen de la familia, la propiedad privada y el Estado” Cap.
IX Barbarie y Civilización Pp. 105. Versión
digitalizada Pp. 100. Lo entre paréntesis nuestro.).
La propiedad privada sobre los medios
de producción y de cambio, ha demostrado ser el resultado del instinto animal más primario en
que se ha convertido buena parte del género humano, tras haber dejado su
impronta en la destrucción y el holocausto de las dos guerras mundiales. Un proceso que actualmente se
prolonga en conflictos bélicos que sacuden a países como es el caso de Gaza,
Palestina, Siria, Irak, Sudán del sur, Afganistán, Yemen, Chad, Libia, Burundi,
República centroafricana, Somalia y Nigeria, con un total de 65 millones de
refugiados en otros
tantos países. La mayoría de ellos por causas que radican en la
disputa económica del gran capital multinacional, por la propiedad y el control
de recursos naturales:
<<Ergo, en la presente emergencia histórica
la consigna es, porque así debe ser: propiedad privada sí, pero sólo sobre
los medios de consumo que momentáneamente cada cual con su capacidad en el
trabajo sepa ganarse. No precisamente como “Los hombres de la viga”
construyendo el “Rockefeller Center”
durante la gran depresión económica de los años treinta el siglo pasado, tal
como lo muestra la siguiente fotografía. Desafiando a la ley física de la
gravedad en octubre de 1932 a 270 metros de altura, casi todos ellos inmigrantes
irlandeses preparándose para el almuerzo donde trabajaban por unos pocos
dólares al día. Ignorantes de la forma en que más abajo y muy cómodamente
instalados en sus despachos, unos pocos individuos propietarios asociados
capitalizaban la ganancia menguante, obtenida con el producto del riesgoso
esfuerzo humano ajeno.
Por
aquí sin embelecos retóricos engañabobos, ha discurrido la intención de este
trabajo divulgativo nada original, fundamento indiscutible de seis necesidades
sociales y políticas, de cada vez más urgente realización a escala
internacional:
1) Expropiación de todas las grandes y medianas empresas
industriales, comerciales y de servicios, sin compensación alguna.
2) Cierre
y desaparición de la Bolsa de Valores y los paraísos fiscales.
3) Control
obrero colectivo permanente y democrático de la producción y de
la contabilidad en todas las empresas, privadas y públicas, garantizando la transparencia
informativa en los medios de difusión para el pleno y universal conocimiento
de la verdad, en todo momento y en todos los ámbitos de la vida
social.
4) El que
no trabaja en condiciones de hacerlo, no come.
5) De
cada cual según su trabajo y a cada cual según su capacidad.
6)
Régimen político de gobierno basado en la democracia directa, donde los
más decisivos asuntos de Estado se aprueben por mayoría en Asambleas,
simultánea y libremente convocadas por distrito, y los altos cargos de los tres
poderes, elegidos según el método de la representación proporcional, sean revocables
en cualquier momento de la misma forma.
Teniendo en cuenta que desatender la
urgencia de lo que es cada vez más necesario hacer, supone agudizar y prolongar
todas las fatales y dolorosas consecuencias de esa renuncia:
<<Hace ochenta y siete años,
nuestros padres hicieron nacer en este continente una nueva nación concebida en
la libertad y consagrada en el principio de que todas las personas son creadas
iguales.
Ahora estamos empeñados en una gran
guerra civil que pone a prueba si esta nación, o cualquier nación así concebida
y así consagrada, puede perdurar en el tiempo. Estamos reunidos en un gran
campo de batalla de esa guerra. Hemos venido a consagrar una porción de ese
campo como lugar de último descanso para aquellos que dieron aquí sus vidas
para que esta nación pudiera vivir. Es absolutamente correcto y apropiado que
hagamos tal cosa.
Pero, en un sentido más amplio, nosotros no podemos dedicar, no podemos consagrar, no podemos santificar este terreno. Los valientes hombres, vivos y muertos, que lucharon aquí ya lo han consagrado, muy por encima de lo que nuestras pobres facultades podrían añadir o restar. El mundo apenas advertirá y no recordará por mucho tiempo lo que aquí digamos, pero nunca podrá olvidar lo que ellos hicieron aquí. Somos, más bien, nosotros, los vivos, quienes debemos consagrarnos aquí a la tarea inconclusa que los que aquí lucharon hicieron avanzar tanto y tan noblemente. Somos más bien los vivos los que debemos consagrarnos aquí a la gran tarea que aún resta ante nosotros: que de estos muertos a los que honramos tomemos una devoción incrementada a la causa por la que ellos dieron la última medida colmada de celo. Que resolvamos aquí firmemente que estos muertos no habrán dado su vida en vano. Que esta nación, Dios mediante, tendrá un nuevo nacimiento de libertad. Y que el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo no desaparecerá de la Tierra>>. (Confrontar con: https://es.wikipedia.org/wiki/Discurso_de_Gettysburg).
GPM.