La gran burguesía que se ha enriquecido depauperando al proletariado.
I) La
“democracia” bajo el capitalismo, es la dictadura del capital.
Durante la etapa histórica del esclavismo,
la tierra y el trabajo fueron las dos fuerzas productivas fundamentales, donde
la producción de riqueza por mediación del trabajo
humano explotado, estuvo determinada por la esclavitud, entendiendo al
esclavo como una posesión animada bajo el poder
omnímodo de todo propietario de tierra. Tal ha sido la definición
aristotélica de la esclavitud. La idea por entonces de que haya seres humanos
desposeídos de toda libertad, hoy nos parece una relación social aberrante e
insostenible. ¿No hay acaso una fuerte contradicción ética en el fenómeno de la
explotación de trabajo ajeno, cuando por el hecho de que un sujeto sea
propietario de otro, se le haya permitido abusar de él hasta el extremo de
causarle la muerte? Posteriormente bajo el sistema feudal en Europa entre los
siglos IX y XV, el vasallaje
que
consistió en la relación de dependencia entre dos sujetos
libres a través de la ceremonia del homenaje, el
vasallo mantuvo una relación con su respectivo señor, mediante el pago de
impuestos, fidelidad y otras relaciones de dependencia extraeconómicas.
El ascenso de la burguesía a finales
de la época feudal, fue asimilándose paulatinamente a la importancia
fundamental de la propiedad sobre cosas, que permitieron a la clase social
dominante, un poder limitado sobre personas dependientes que dieron origen al
moderno proletariado. Al principio del capitalismo casi no existía una
regulación sobre la propiedad, transmisión y herencia de las propiedades
personales. Pero la creciente clase media
que acumulaba riqueza, pudo transmitirla
fácilmente mediante un testamento.
Con la Revolución Industrial
y el consiguiente abandono de la agricultura, el poder de los propietarios privados sobre sus
medios de producción se proyectó sobre las personas empleadas en la producción
con fines gananciales. Así las cosas,
la burguesía incipiente tras haber acabado con el absolutismo político de la
monarquía dinástica decadente durante la Revolución francesa en 1789,
propugnó el establecimiento de un gobierno republicano democrático, difundiendo
en 1791 por el mundo los ideales de libertad,
igualdad, fraternidad y soberanía popular. También divulgó
primordialmente el conocimiento de los derechos fundamentales de los
ciudadanos. Pero desde ese momento emprendió el proceso de auparse pugnando por
alcanzar su condición de la más moderna y poderosa
clase social dominante bajo el capitalismo y, dado el proceso
productivo con fines gananciales, convirtió aquel originario lema de la Revolución
Francesa en papel mojado
hasta todavía hoy.
Y ¿qué pensar precisamente hoy bajo el capitalismo
postrero, de quienes por ser propietarios
de los medios de producción y el dinero bancario, tras firmar con sus empleados el contrato de
trabajo, pasaron a ejercer sobre ellos un dominio personal cuasi
absoluto hasta todavía hoy, en virtud de esa propiedad privada? Y es que desde
los orígenes del capitalismo, la
magnitud del salario percibido por cualquier obrero a instancias del contrato de trabajo con su respectivo
patrón: 1) Está en relación
con la medida económica inversamente
proporcional a la plusvalía o ganancia obtenida por su empleador, es
decir, que al aumentar su ganancia disminuye relativamente el salario de su
empleado y viceversa y 2) Que el
límite mínimo del salario, está determinado por el mínimo histórico de los
medios de vida, que el obrero necesita para reproducir su energía y fuerza
diaria de trabajo, en condiciones de uso óptimo, necesidades que varían en cada
momento y lugar. Pero hay más, porque 3)
Bajo tales circunstancias, el límite máximo del salario también está objetivamente determinado por el poder
que los patronos ejercen sobre sus subordinados, a instancias de la
propiedad privada sobre sus medios de producción y el dinero bancario, de modo
que cualquier aumento del salario, sólo es posible, en tanto y cuanto no
disminuya la masa de plusvalor producido, que haga descender relativamente esa
ganancia y el capitalista entre en pérdidas e inicie el proceso de desinversión
productiva material, dejando a sus asalariados en el paro que les genera la
miseria relativa más absoluta. Tal como así ha venido sucediendo.
Dicho
esto con más precisión, la cosa se explica así: el incremento de los salarios
reales del trabajador empleado, encuentra su límite máximo en el mínimo
plusvalor o ganancia de su patrón, compatible con la rentabilidad del capital
vigente en el mercado, mientras que el mínimo salario relativo del empleado,
está determinado por el costo laboral compatible con el mayor rendimiento de su
trabajo en términos gananciales. Entre estos dos límites queda fijado el campo
de la relación entre las dos clases
sociales universales, en pugna por la participación en la productividad
del trabajo dentro del sistema capitalista. Teniendo en cuenta todos estos
elementos, siguiendo a Marx comprobaremos que durante cada jornada de trabajo,
el valor de la fuerza desplegada por el asalariado y la plusvalía obtenida por
el patrón, fluctúan dentro de unos márgenes estrictamente acotados. Si nos
salimos de ellos en cualquier supuesto con visos de realidad, estaremos
violando las leyes objetivas del propio capital y los resultados a que
lleguemos serán engañosos, totalmente faltos de toda veracidad científica para
explicar el cambio desigual
permanente que se ha venido verificando desde un principio entre las
dos partes, explotadoras y explotadas. Así, es cómo las consignas entre
patronos y obreros de “libertad,
igualdad y fraternidad” se han quedado efectivamente en papel mojado.
Pero es que, además, un procedimiento de la patronal
burguesa para aumentar la plusvalía capitalista, ha consistido y todavía
consiste, en extender la jornada de labor haciendo trabajar al obrero durante
más tiempo en cada jornada, a cambio del mismo salario. A esta forma de
aumentar la producción de riqueza que se apropian los capitalistas en perjuicio
de los trabajadores, se la denomina plusvalía
absoluta porque crece respecto de sí misma, produciendo más valor del
equivalente al salario. Dicho de otra forma, consiste en que el asalariado
trabaje más tiempo que el contenido en los medios de vida equivalentes a su
salario percibido a cambio, acordado en el contrato de trabajo. En la etapa
infantil o temprana del capitalismo, los patronos sólo podían aumentar la
plusvalía haciendo trabajar durante más horas a sus empleados, o bien
aumentando el número de éstos, es decir que el incremento de la plusvalía total
apropiada por los patronos capitalistas, se producía como consecuencia de la extensión de la jornada total o
colectiva de labor. Porque como acertara en decir Marx:
<<El trabajo pretérito [potencial o anterior a su ejercicio]
contenido en la capacidad energética de cada obrero que le permite trabajar
para su patrón, y el trabajo vivo que esa capacidad puede ejecutar, sus costos
diarios de mantenimiento y su rendimiento diario, son dos magnitudes
completamente diferentes. La primera determina su valor de cambio
[acordado en el contrato de trabajo] la otra conforma su valor de uso.
Así las cosas, el hecho de que sea necesaria media jornada de labor para
mantenerlo vivo durante 24 horas, en modo alguno impide al obrero trabajar durante una jornada completa. El
valor de la fuerza [contenida en el salario o capacidad de
trabajo] y su valorización [rendimiento] en el proceso laboral [diario del que
de hecho se apropia el capitalista] son, pues, dos magnitudes diferentes [y esto
malversa el concepto de igualdad en los intercambios]. El capitalista tenía muy
presente esa diferencia de valor cuando adquirió la fuerza de trabajo [firmando
el contrato]. Su propiedad útil, la de hacer hilado o botines, era sólo una conditio sine qua non, porque para
formar valor es necesario gastar trabajo de manera útil. Pero lo decisivo fue
el valor de uso de esa mercancía [llamada
trabajo], el de ser fuente de valor y
de más valor que ella contiene [comparada con el valor contenido en el salario contratado].
Es éste el servicio específico que el
capitalista esperaba de ella [la mercancía trabajo]. Y procede, al hacerlo,
conforme a las leyes [que él supone] eternas del intercambio mercantil
[desigual haciendo trabajar a sus empleados durante más tiempo respecto del
acordado en el contrato]>>.
(K. Marx: “El capital” Libro I Cap.
V: “Proceso de trabajo y proceso de valorización”. Ed. Siglo XXI/1978. Pp. 234.
El subrayado y lo entre corchetes nuestro).
Pero además, es que según progresa la productividad contenida en los
medios materiales técnicos de producción [llamado capital constante] —la
maquinaria— al sustituir el trabajo humano contratado como capital variable, de aquí resultó que esa producción
creciente a instancias de ese medio material de producción cada vez más eficaz,
ha ido dejando sin trabajo a los asalariados, donde los supernumerarios
sustituidos sin trabajo, presionan a los ocupados para que trabajen más por
menos salario:
<<La
población obrera, pues, con la acumulación de capital [constante producido] por
ella misma, produce en volumen creciente los mismos medios [técnicos de producción] que permiten convertirla en relativamente supernumeraria [sustituida
por esos medios, sembrando así el paro y la consecuente penuria relativa]. Es ésta una ley de la población que es peculiar al modo de producción capitalista, ya que de hecho todo modo de
producción histórico particular, tiene sus leyes de población particulares
históricamente válidas. Una ley abstracta de población sólo rige, mientras el
hombre no interfiere históricamente en esos dominios, como en el caso de las
plantas y los animales. Pero si una sobrepoblación obrera [sustituida por la maquinaria], es el producto necesario de la acumulación
o del desarrollo de la riqueza sobre una base capitalista, esta sobrepoblación se convierte, a su
vez, en palanca de la acumulación capìtalista [presionando a los
trabajadores activos para que produzcan más ganancia en menos tiempo], e incluso en condición de existencia del modo capitalista de producción. Constituye
un ejército industrial de reserva a disposición del capital, que le pertenece a
este [y así permanece] tan
absolutamente como si lo hubiera criado a sus expensas>>. (K. Marx: “El
Capital” Libro primero Volúmen 3 Ed. “Siglo XXI España/Julio 1975. Cap. XXIII: “La ley general de la
acumulación capitalista”. Pp. 786).
Así es cómo la burguesía internacional
se ha enriquecido ejerciendo su poder social sobre sus empleados, sembrando en
el mundo entero la penuria de los supernumerarios que hoy día siguen padeciendo
las mayorías sociales de condición asalariada en paro, a raíz de la todavía
vigente propiedad privada sobre los
medios de producción y el dinero bancario, que alumbró así entre la
clase explotada y supernumeraria, la necesidad de organizarse para luchar a
escala nacional e internacional, hasta dar término de una vez para siempre, con
este maldito flajelo, que es la dictadura
del capital y su desigual reparto de la riqueza:
<<Por favorables que sean las
condiciones en que se haga el intercambio (entre capitalistas) de una mercancía por otra, mientras subsistan las relaciones [desiguales]
entre el trabajo asalariado y el
capital, siempre existirán la clase de los explotadores y la clase de los
explotados. Verdaderamente es difícil comprender la pretensión de los
librecambistas [burgueses], imaginándose
que un empleo más ventajoso del capital hará desaparecer el antagonismo entre
los capitalistas industriales y los trabajadores asalariados. Por el contrario,
ello no puede acarrear sino una manifestación aún más neta de la oposición
entre estas dos clases sociales.
Señores: No os dejéis engañar por la
palabra abstracta de libertad. ¿Libertad
de quién? No es la libertad de cada individuo con relación a otro individuo. Es
la [única] libertad, [la] del capital para machacar al
trabajador>>. (K. Marx: “Miseria
de la filosofía”. Respuesta a la ‘Filosofía de la miseria’ del Señor
Proudhon. Apéndices: ‘Discurso sobre el librecambio’. Discurso Pronunciado por K. Marx el 7 de enero de
1848 en una sesión pública de la “Asociación
Democrática de Bruselas”. Ed.
cit. Pp. 186. Lo entre paréntesis y
los entre corchetes nuestro. Versión
digitalizada bajo el mismo subtítulo en Pp. 11 a 13).
“La
historia no es historia a menos que sea la verdad”. Abraham Lincoln.
“Las mentiras repetidas se convierten en
historia, pero no necesariamente se convierten en verdad”. Colum
Mc. Cann.
“Los pueblos que olvidan su historia
están condenados a repetirla”. Nicolás Avellaneda.
<<Las fuerzas activas de la
sociedad mientras no las conocemos y contamos con ellas [es decir las soportamos] obran exactamente lo mismo que las fuerzas
de la naturaleza: de un modo ciego, violento, destructor. Pero una vez
conocidas, tan pronto como se ha sabido comprender su acción, su tendencia y
sus efectos, en nuestras manos está el supeditarlas cada vez más de lleno a
nuestra voluntad y alcanzar por medio de ellas los fines propuestos. Tal es lo
que ocurre muy señaladamente, con las gigantescas fuerzas modernas de
producción [bajo el capitalismo].
Mientras nos resistamos obstinadamente a comprender su naturaleza y su
carácter —y a esta comprensión se oponen el modo capitalista de producción
y sus defensores— estas fuerzas actuarán a pesar de nosotros, contra nosotros,
y nos dominarán…>>. (F. Engels: “Del
socialismo utópico al socialismo científico”. Obras Escogidas Ed.
Progreso/1986. Cap. III Pp. 154-155. Versión
digitalizada ver Pp. 70. Lo entre corchetes nuestro).
<<No es la conciencia del hombre la
que determina su ser, sino, por el contrario, el ser social es lo que determina
su conciencia. Es una tesis tan sencilla, que por fuerza debería ser la
evidencia misma para todo el que no se hallase empantanado en las filfas
idealistas (imperantes). Pero esto no sólo implica consecuencias
altamente revolucionarias para la teoría, sino también para la práctica: En
cierta fase de su desarrollo, las fuerzas productivas materiales de la sociedad
entran en contradicción con las relaciones de producción existentes, o bien, lo
que no es más que la expresión jurídica de éstas, con las relaciones de
propiedad en el seno de las cuales se han desenvuelto hasta entonces. De formas
de desarrollo de las fuerzas productivas, estas relaciones se convierten en
trabas suyas. Y se abre así una época de revolución social. A1 cambiar la
base económica, se transforma más o menos rápidamente toda la superestructura
inmensa... Las relaciones de producción burguesas son la última forma
antagónica del proceso social de producción, antagónica no en el sentido de un
antagonismo individual, sino de un antagonismo que emana de las condiciones
sociales de vida de los individuos. Pero las fuerzas productivas que se
desarrollan en el seno de la sociedad burguesa brindan, al mismo tiempo, las
condiciones materiales para resolver dicho antagonismo". Por tanto, si
seguimos desarrollando nuestra tesis materialista y la aplicamos a los tiempos
actuales, se abre inmediatamente ante nosotros la perspectiva de una poderosa
revolución, la revolución más poderosa de todos los tiempos >>. (K. Marx: “Contribución
a la crítica de la economía política”. Versión digitalizada
Pp. 162 de 175).
Pero
esta dinámica de la burguesía, que al obrero le ha venido forzando a trabajar
más tiempo empleado en la producción de riqueza, a cambio del mismo salario, no
es única porque a partir de determinado momento, mediante el progreso científico-técnico incorporado a los medios
materiales de producción, que permiten una
mayor productividad por unidad de tiempo empleado, el capitalismo hizo
posible, también, la aplicación de métodos de trabajo no ya extensivos en el tiempo sino intensivos en un mismo lapso de
tiempo. Precisamente para aumentar la producción de plusvalía respecto
del salario, utilizando para ello más
eficaces medios técnicos que lo permitan. O sea, que cada operario
ponga en movimiento más y mejores medios de producción al mismo tiempo. Pero tal proceso no se ve completamente
realizado en el ámbito de la producción, si no que se completa en el mercado, donde los capitalistas concurren
y compiten ofreciendo sus productos, en
términos de posibles menores costes y más calidad, todos ellos
procurando acaparar una cuota parte mayor en el reparto del plusvalor global
producido. Un fenómeno que tiene su causa en la productividad del trabajo, cuyo
efecto se traduce en un descenso relativo del valor incorporado a cada unidad
de mercancía creada, determinado por
el tiempo de trabajo socialmente necesario para producirla. Y una de
las consecuencias de la mayor productividad del trabajo es, pues, que las
mercancías que el asalariado necesita para vivir se obtienen en un menor
tiempo, de ahí que la fuerza de su trabajo se desvalorice en igual medida que
los medios de vida producidos, aumentando así el plusvalor que se embolsan los
capitalistas. Este método descrito hasta aquí llamado plusvalía relativa, es uno de los dos procedimientos
determinados por el sistema capitalista para aumentar la ganancia del patrón y,
por tanto, su masa de capital en funciones, es decir, su enriquecimiento a
expensas del trabajo más intenso
de sus empleados.
Son estas unas
verdades de a puño ante la cuales, esa clase social burguesa relativamente ultra-minoritaria
de ambiciosos y enriquecidos sujetos oportunistas, “atados y bien atados” a las
distintas instituciones políticas estatales corrompidas en todo el Orbe, que al
ser beneficiadas mutua y personalmente concernidas por el sistema, han
venido callando la verdad de esa realidad sistémicamente por la cuenta que les
trae. Ante semejante perspectiva cabe insistir diciendo con Marx que:
<<Las revoluciones burguesas, como las del siglo XVIII,
avanzan arrolladoramente de éxito en éxito, sus efectos dramáticos se
atropellan, los hombres y las cosas parecen iluminados por fuegos diamantinos,
el éxtasis es el estado permanente de la sociedad; pero estas revoluciones son de
corta vida, llegan en seguida a su apogeo y una larga depresión se apodera de
la sociedad antes de haber aprendido a asimilar serenamente los resultados de
su período impetuoso y turbulento. En cambio, las revoluciones proletarias,
como las del siglo XIX, se critican constantemente a sí mismas, se interrumpen
continuamente en su propia marcha, vuelven sobre lo que parecía terminado, para
comenzarlo de nuevo desde el principio, se burlan concienzuda y cruelmente de
las indecisiones, de los lados flojos y de la mezquindad de sus
primeros intentos, parece que solo derriban a su adversario para que éste saque de la tierra más fuerza:
<<Os horrorizáis de que queramos abolir la propiedad privada [capitalista].
Pero en vuestra sociedad actual, esa propiedad privada está abolida para las
nueve décimas partes de sus miembros; precisamente porque [esa propiedad] no existe para esas nueve décimas partes [de
la población obrera mundial explotada].
Nos reprocháis, pues, el querer abolir una forma de propiedad que no puede
existir sino a condición de que la inmensa mayoría de la sociedad sea privada
de propiedad. En una palabra nos acusáis de querer abolir vuestra propiedad
[exclusiva, que convirtió la democracia en dictadura de vuestro capital]. Efectivamente eso es lo que queremos.
Según vosotros, desde el momento en que el trabajo no puede ser convertido en
capital, en dinero, en renta de la tierra, en una palabra, en poder social
susceptible de ser monopolizado; es decir, desde el instante en que la
propiedad personal no puede transformarse en propiedad burguesa, desde ese
instante la personalidad [de quienes han venido viviendo enriquecidos] queda suprimida.
Reconocéis, pues, que por personalidad no
entendéis sino al burgués. Y esta personalidad ciertamente debe ser suprimida.
El comunismo no arrebata a nadie la facultad de apropiarse de los productos
sociales; no quita a nadie la facultad de apropiarse de los productos sociales;
no quita más que el poder de sojuzgar [a sus semejantes] por medio de esta
apropiación del trabajo ajeno.
Se ha objetado que con la abolición de la
propiedad privada [capitalista]
cesaría toda actividad y sobrevendría
una indolencia general. Si así fuese, hace ya mucho tiempo que la sociedad
burguesa hubiese sucumbido a manos de la holgazanería, puesto que en ella, los
que trabajan no adquieren y los que adquieren no trabajan. Toda la objeción se
reduce a esta tautología: no hay trabajo asalariado donde no hay capital.
Todas las objeciones dirigidas contra el
modo comunista de apropiación y de producción de bienes materiales, se hacen
extensivas igualmente respecto a la apropiación y a la producción de los
productos del trabajo intelectual. Lo mismo que para el burgués la desaparición
de la propiedad de clase equivale a la desaparición de toda producción, la
desaparición de la cultura de clase significa para él la desaparición de toda
cultura.
La cultura cuya pérdida deplora, no es
para la inmensa mayoría de los hombres, más que el adiestramiento que los
transforma en máquinas. Mas no discutáis con nosotros mientras apliquéis a la
abolición de la propiedad burguesa el criterio de vuestras nociones burguesas
de libertad, cultura, derecho, etc. Vuestras ideas mismas son el producto de
relaciones de producción y de propiedad burguesas, como vuestro derecho no es
más que la voluntad de vuestra clase erigida en ley; voluntad cuyo contenido
está determinado por las condiciones materiales de existencia de vuestra clase.
La concepción interesada que los ha hecho
erigir en leyes eternas de la Naturaleza y de la Razón, las relaciones sociales
dimanadas de vuestro modo de producción y de propiedad —alusiones históricas
que surgen y desaparecen en el curso de la producción— la compartís con todas
las clases dominantes [que lo han
sido] hoy ya desaparecidas. Lo que
concebís para la propiedad antigua esclavista, lo que concebís para la
propiedad feudal [ambas históricamente provisorias y caducas como se ha
demostrado], no os atrevéis a concebirlo
para la propiedad burguesa [que consideráis eterna]>>. (K. Marx y F. Engels: “Manifiesto del Partido comunista” Ed. l’eina/1989. Cap. II Pp. 53. Año 1848). Versión
digitalizada ver Pp. 55. Lo entre corchetes nuestro).
En síntesis, que la verdadera democracia no es la
representativa porque sus efectos políticos no van más allá de cada
elección periódica, cuando la mayoría de los electores de condición social
asalariada, estúpidamente votan
delegando el poder político en favor de terceras personas, potencialmente corrompidas por el sistema capitalista
decrépito, hoy ya en fase de extinción. La verdadera y auténtica democracia, es
la decidida y ejercida directamente
por el pueblo y para el pueblo emancipado. Habida cuenta de que,
mientras tanto, la propiedad privada capitalista que determina la competencia interburguesa, no
hace más que acelerar el creciente
proceso científico-técnico incorporado a los medios materiales de
producción, sustitutos de trabajo
humano. Una realidad vigente a escala planetaria, que inevitablemente
tiende a retraer el empleo asalariado y, con ello, las ganancias de los
capitalistas, al mismo tiempo que siembra la miseria más absoluta entre
millones de desempleados, a merced de una irrisoria minoría de grandes y medianos empresarios privados,
en contubernio permanente con esa otra parte de la sociedad: los políticos profesionales corruptos a
cargo de las instituciones estatales en todo el Mundo. Un entramado que
se ha venido sustentando en la propiedad privada de los medios de producción y
el dinero bancario.
Así
las cosas los ciudadanos de a pie sin poderes fácticos
privilegiados, como los que ha venido
ostentando la burguesía seguimos atados a un vil entramado de poder
económico y político que, aun a sabiendas de lo demostrado por Marx y Engels en
el sentido de que, la propiedad privada de los medios de producción y el dinero
bancario, a instancias de la competencia
intercapitalista y el consecuente desarrollo científico-técnico,
incorporado a esos medios de producción, de no mediar otras deliberadas circunstancias
revolucionarias que suplanten este proceso explotador y genocida, el
sistema capitalista no podrá impedir la deriva natural inevitable hacia su
colapso económico definitivo. Porque la competencia intercapitalista derivada
de la propiedad privada, no pudo ni podrá evitar el forzoso progreso científico
técnico incorporado a los medios de producción, que tiende inevitablemente a sustituir el trabajo humano, la
única fuerza social con capacidad de generar la ganancia capitalista que ha
venido sosteniendo al sistema y enriqueciendo a sus interesados gestores.
Pues
bien, precisamente para retardar ese proceso, la burguesía internacional se ha
venido empeñando en crear deliberadas circunstancias favorables —como es el
caso de conflictos políticos entre países que derivan en guerras destructivas
de riqueza y vidas humanas—, todo ello a sabiendas de que como consecuencia de
esas pérdidas, el sistema capitalista lejos de tender a disolverse se
restablece, fortifica y perdura, retrotrayéndose a épocas pasadas. O bien
recurre a los más misteriosos y recientes proyectos de intervención
“científica”, como el fraguado en los años 80 el siglo pasado a instancias de
la fuerza aérea norteamericana y la Universidad de Alaska, que a raíz del
proyecto que modifica el clima con resultados igualmente devastadores y
mortales, como el que sigue causando el llamado “Proyecto HAARP”, cuyos
experimentos de consecuencias destructoras y mortales —como las más recientes—,
incluso las Naciones Unidas no han podido aún evitar que se sigan produciendo.
Lo cual demuestra que esa organización mundial muy poco es lo que tiene que ver
con la promulgada función consagrada por su Consejo de Seguridad, frente a los
intereses de la burguesía internacional corrompida hasta los tuétanos,
enriquecida a expensas del trabajo asalariado cada vez más supernumerario y
depauperado:
<<Así
las cosas, la pauperización [de los asalariados] es el punto conclusivo
necesario del desarrollo al cual tiende inevitablemente la
acumulación capitalista, de cuyo curso no puede ser apartada a instancias de
ninguna reacción sindical por poderosa que ésta sea. Aquí se encuentra fijado el límite objetivo de la acción sindical. A
partir de un cierto punto de la acumulación, el plusvalor disponible no resulta
suficiente para proseguir acumulando capital con salarios fijos. Bajo tales circunstancias deletéreas del sistema,
o el nivel de los salarios es
deprimido por debajo del nivel
anteriormente existente, o la acumulación se estanca, es decir, sobreviene
el derrumbe del mecanismo capitalista. De esta manera, el desarrollo [del
proceso] conduce a desplegar y agudizar
las contradicciones internas entre el capital y el trabajo a un punto tal, que
la solución sólo puede ser encontrada a través de la lucha entre estos dos momentos>> (Henryk Grossmann: “La
ley de la acumulación y del derrumbe del sistema capitalista”. Consideraciones
finales. Ed. siglo XXI/1979. Pp. 386. No hay versión digitalizada).
<<En la era de la
globalización la eliminación gradual de la toma de decisiones, en las
cámaras democráticas por parte de las élites económicas burguesas de la
Unión Europea, sirven de plan para la gobernanza postdemocrática (totalitaria del gran capital) en todo el mundo. Las personas progresistas deben ser ambiciosas y
empezar a proponer ideas para un Gobierno mundial democrático como
alternativa viable a la dictadura todavía vigente de la gran burguesía en el
mundo.
La realidad es que las
estructuras postdemocráticas que gobiernan la eurozona, existen también a lo
ancho de la UE y son anteriores a la introducción del Euro. Así las cosas la
Comisión Europea no se elige. Los miembros del Consejo de Ministros y su
encarnación al máximo nivel, el Consejo Europeo, solo se eligen indirectamente
y las leyes son elaboradas en secreto durante el transcurso de sesiones,
a las que no se permite la entrada ni a la prensa ni al público. Los
legisladores habituales del Consejo no son ni siquiera ministros nacionales,
sino diplomáticos trileros del Comité de Representantes Permanentes (COREPER), y las docenas de subcomités
y grupos de trabajo que deliberan, también en secreto, fuera del
escrutinio de los electores.
El
presidente del Consejo Europeo —llamado a menudo ‘presidente europeo’— tampoco
se elige; se le escoge, cual papa secular, tras puertas cerradas después de
horas de tira y afloja entre jefes de Estado y de Gobierno. La única
institución elegida directamente de la fábrica de salchichas
legislativa, que es la UE —el Parlamento Europeo— no tiene derecho de
iniciativa legislativa; es decir, no puede proponer ni aprobar leyes. Solo
puede enmendar lo que la Comisión y el Consejo le envíen para su conformidad. Estos
poderes son importantes y los grupos de presión de las (más poderosas) empresas (privadas) y
de las ONG (desde la sociedad civil) sienten tanta atracción por los escaños mellizos de Bruselas y
Estrasburgo, como por los del Congreso estadounidense en Washington, pero al
estar restringido de esta manera, el Parlamento Europeo no se parece a ningún
otro Parlamento del mundo “democrático”.
Los europarlamentarios
tampoco son representantes de ningún pueblo europeo soberano, sino los
conocidos llamados ‘recogepedos’ de los altos funcionarios de la tecnocracia en
las instituciones de la UE>>, como es el caso de (Leigh Phillips en cada “orden global postdemocrático”. El subrayado y lo entre paréntesis
nuestros).
<<Los
burgueses tienen razones muy fundadas para atribuir al trabajo una fuerza creadora
sobrenatural; se basan precisamente en el hecho de que el trabajo está
condicionado por la naturaleza, y se deduce que el hombre que no dispone de más
propiedad que su fuerza de trabajo, tiene que ser, necesariamente, en todo
estado social y de civilización, esclavo de otros hombres, de aquellos que se
han adueñado de las condiciones materiales del trabajo y el dinero. Y no podrá
trabajar, ni, por consiguiente, vivir, más que con su permiso>> (Karl Marx: “Crítica
del Programa de Gotha”.
Ver en Pag. 8 último párrafo).
¿Está
claro que la propiedad privada de los
medios de producción y el dinero bancario, más que privilegios
personales y/o sociales son delitos de lesa humanidad, mientras la
justicia del sistema mira para otro
lado? ¿No son estos verdaderos poderes
fácticos ilegítimos encubiertos por las corruptas instituciones jurídicas
y políticas estatales, aún todavía vigentes a escala planetaria? ¿Está claro?
¿Cuántos son hoy los que constituyen la minoria relativa de
los empresarios en la sociedad civil del mundo, quienes haciendo contubernio con
los políticos profesionales en las instituciones políticas de sus respectivos
Estados nacionales, todos ellos unos más que otros se han venido enriqueciendo
a expensas de la penuria creciente, que hacen pesar sobre sus correspondientes súbditos empleados? Teniendo en
cuenta que “súbdito” es todo
aquél individuo en la sociedad civil, que permanece toda su vida útil sujeto al
poder omnímodo superior de la burguesía, que debe someterse a las autoridades
superiores, ya sean públicas o privadas. Teniendo en cuenta que el poder de
esos sujetos al jubilarse, siguen enriqueciéndose utilizando las llamadas puertas
giratorias, que les permiten recalar en aquellas grandes y
medianas empresas privadas para tales fines gananciales.
He aquí por qué todos estos
interesados empresarios y políticos profesionales corruptos degenerados
mentales, callan a sabiendas de que la propiedad privada sobre los medios de
producción y el dinero bancario, haya sido la causa fundamental de que la
burguesía como clase dominante, llegara a campar por sus respetos en todo el
Orbe y que Marx, con toda razón científica, haya concluido en que: “La
más moderna democracia burguesa es la dictadura del capital”. GPM.
Pero según se
sucede la competencia intercapitalista y avanza el proceso científico técnico
incorporado a los medios técnicos materiales de producción:
<<Cuanto mayores sean la riqueza social, el
capital en funciones, el volumen y vigor de su crecimiento y, por tanto también, la magnitud absoluta de
la población obrera y la fuerza productiva de su trabajo, tanto mayor será
pluspoblación relativa o ejército industrial de reserva. La fuerza de trabajo disponible se
desarrolla [aumenta] por
las mismas causas que la fuerza expansiva del capital [acumulado].
La magnitud proporcional del ejército
industrial de reserva [sin empleo]. La
fuerza de trabajo disponible se
desarrolla por las mismas causas que
la fuerza expansiva del capital. La
magnitud del ejército industrial de reserva, pues, se acrecienta a la par de
las potencias de la riqueza [disponible]. Pero cuanto mayor sea este ejército de
reserva [sin empleo], pues, se
acrecienta a la par con la potencia de la riqueza. Pero cuanto mayor sea este
ejército de reserva en proporción al ejército obrero activo, tanto mayor será
la masa [poblacional] de la
pluspoblación consolidada o las capas
obreras cuya miseria está a la en razón
inversa a la tortura de su trabajo. Cuanto mayores sean finalmente, las capas
de la clase obrera formadas por menesterosos enfermizos y el ejército
industrial de reserva, tanto mayor será el pauperismo oficial. . Esta es la ley general absoluta de la
acumulación capitalista. En su aplicación, al igual que en todas las demás
leyes, se ve modificada por múltiples circunstancias, cuyo análisis no
corresponde efectuar aquí>>. (K. Marx: El Capital” Libro primero Volúmen 3. El proceso de acumulación de
capital. Ed. Siglo XXI. Argentina. Julio 1975. Capítulo XXIII Pp. 803).
<<El actual derrumbe del capitalismo
está poniendo al descubierto esa realidad, que muchos prefirieron ignorar y se
acoplaron a ella. Unas decenas, o quizás unas centenares de familias en todo el
mundo, poseedoras de inmensas fortunas acumuladas a través de la especulación y
la explotación despiadada, imponen su voluntad a seis mil millones de seres
humanos. La necesidad de reproducción infinita de sus capitales pone en peligro
a la humanidad y el planeta entero. No importa que el cambio climático o la
extinción de las especies sea ya una realidad que todavía nadie cuestiona. No
importa que se hayan provocado crisis económicas sin precedentes hundiendo en
la pobreza a millones y millones de trabajadores en todo el mundo. Nadie les va
a pedir cuentas. Ninguna “honorable” institución los va a señalar con el dedo,
ningún gobierno capitalista va a enfrentarse a sus designios. A través de sus
imperios económicos ponen y deponen a los gobiernos “democráticos” y definen
qué políticas se deben de llevar a cabo. A través de sus ejércitos mediáticos
engañan y manipulan, creando corrientes de opinión conforme a sus intereses.
Financian a los partidos y a la burocracia de los sindicatos para conseguir su
complicidad, y de esta manera mantener la ficción democrática. La democracia
burguesa se desenmascara cada vez más, para dejar al descubierto su verdadero
rostro psicópata, destructivo y brutal.
El derrumbe capitalista ha hecho que las
florituras de la democracia formal salten por los aires. La izquierda y la
derecha del sistema tienen cada vez menos espacio de maniobra para
diferenciarse. La izquierda clama por la intervención estatal, la derecha
defiende el dejar hacer y la intervención del Estado tiene que limitarse a las
guerras, a la represión y a los momentos en que tenga que acudir en auxilio de
los poderosos. La izquierda del sistema oculta que la intervención estatal y el
aumento del gasto social, en un momento en el que caen los ingresos fiscales,
aumentará el déficit económico y hará impagable la deuda. La derecha disimula
que con el recorte de las ayudas y los subsidios, crecerá la pobreza y el
desempleo, agravando la caída de los ingresos del Estado y volviendo también
impagable la deuda pública. Todos los caminos conducen a Roma. El gran capital
necesita liquidar las conquistas y los derechos de los trabajadores para
aumentar su explotación y miseria sobrevenida. No existe otra forma para
aumentar sus plusvalías>>. (En
defensa del Marxismo. Principal).
II) Pero el socialismo revolucionario hará
justicia con ella.
El “Manifiesto del Partido Comunista” ha sido
escrito y publicado en común por Marx y Engels entre diciembre de 1847 y enero
de 1848. Como aporte a esa obra, Federico
Engels a fines de octubre y principios de noviembre de 1847, incluyó en ella
dejando negro sobre blanco para la posteridad, sus “Principios del
Comunismo” que reproducimos aquí, donde respondió a los siguientes
interrogantes en XXV apartados, destacados en números romanos de menor a mayor,
donde lo entre corchetes y el subrayado son nuestros. GPM.
Principios del Comunismo
I:
¿Qué es el comunismo?
El comunismo es la doctrina de las
condiciones de liberación del proletariado. [En el más pleno ejercicio de su
libertad y respeto hacia los demás como miembro de una sociedad, sin
explotadores ni explotados].
II: ¿Qué
es el proletariado?
El proletariado es la clase social que
[bajo el capitalismo] consigue sus medios de subsistencia exclusivamente
vendiendo su trabajo, y no del rédito de algún capital; es la clase cuya dicha
y pena, vida y muerte y toda su existencia, dependen de la demanda de trabajo,
es decir, de los periodos de crisis y de prosperidad de los negocios, de las
fluctuaciones de una competencia [interburguesa] desenfrenada. Dicho en pocas
palabras, el proletariado, o la clase de los proletarios, es la clase
trabajadora del siglo XIX [llamado siglo de la
industrialización].
III:
¿Quiere decir que los proletarios no han existido siempre?
No. Las clases pobres y trabajadoras han
existido siempre, siendo pobres en la mayoría de los casos. Ahora bien. Los
pobres, los obreros que viviesen en las
condiciones que acabamos de señalar, o sea los proletarios, no han existido
siempre, del mismo modo que la competencia no ha sido siempre libre y
desenfrenada.
IV: ¿Cómo
apareció el proletariado?
El proletariado nació a raíz de la
revolución industrial, que tuvo lugar en Inglaterra durante la segunda mitad
del siglo pasado. Y se repitió luego en todos los países civilizados del mundo.
Dicha revolución se debió al invento de la máquina de vapor, de las diversas
máquinas de hilar, del telar mecánico y de toda una serie de otros dispositivos
mecánicos. Estas máquinas que costaban muy caro y, por eso sólo estaban al alcance
de los grandes capitalistas, transformaron completamente el antiguo modo de
producción y desplazaron a los obreros anteriores, puesto que las máquinas
producían mercancías más baratas que las que se podían hacer manualmente con
ayuda de las ruecas y telares
imperfectos. Las máquinas pusieron la industria enteramente en manos de los
grandes capitalistas y redujeron a la nada el valor de la pequeña propiedad de
los obreros (instrumentos, telares, etc.), de modo que los capitalistas pronto
se apoderaron de todo y los obreros se quedaron con nada. Así se instauró
en la producción de tejidos el sistema fabril. En cuanto se dio el primer
impulso, a la producción de máquinas y al sistema fabril, este último se
propagó rápidamente en las demás ramas de la industria, sobre todo en el
estampado de tejidos, la impresión de libros, la alfarería y la metalurgia. El
trabajo comenzó a dividirse más y más entre los obreros individuales de tal
manera, que el que antes efectuaba todo el trabajo pasó a realizar nada más que
una parte del mismo. Esta división del trabajo permitió fabricar los productos
más rápidamente y, por consecuencia, de modo más barato. Ello redujo la
actividad de cada obrero a un procedimiento mecánico muy sencillo,
constantemente repetido, que la máquina podía realizar con el mismo éxito o
incluso mucho mejor. Por tanto, todas estas ramas de la producción, cayeron una
tras una bajo la dominación del vapor, de las máquinas y del sistema fabril, exactamente
del mismo modo que la producción de hilados y de tejidos. En consecuencia ellas
se vieron enteramente en manos de los grandes capitalistas, y los obreros
quedaron privados de los últimos restos de su independencia. Poco a poco el
sistema fabril extendió su dominación no ya sólo a la manufactura, en el
sentido estricto de la palabra, sino que comenzó a apoderarse de más y más de
las actividades artesanas, ya que también en esta esfera los grandes
capitalistas desplazaban cada vez más a los pequeños maestros, montando grandes
talleres, en los que era posible ahorrar muchos gastos e implantar una
detallada división del trabajo. Así llegamos a que en los países civilizados,
casi en todas las ramas del trabajo se afianza la producción fabril y, casi en todas
estas ramas la gran industria desplaza a la artesanía y la manufactura. Como
resultado de ello se arruina más y más la antigua clase media, sobre todo los
pequeños artesanos, cambia completamente la antigua situación de los
trabajadores y surgen dos clases nuevas, que absorben a todas las demás a
saber:
1) La clase de los grandes capitalistas,
que son ya en todos los países civilizados, casi los únicos poseedores de todos
los medios de existencia, como igualmente de las materias primas y de los
instrumentos (máquinas, fábricas, etc.), necesarios para para la producción de los medios de
existencia. Es la clase de los burgueses, o sea, la burguesía.
2) La clase de los completamente
desposeídos, de los que en virtud de ello se ven forzados a vender su trabajo a
los burgueses, al fin de recibir en cambio los medios de subsistencia para
vivir. Esta clase se denomina la clase de los proletarios, o sea el
proletariado.
V. ¿En qué
condiciones se realiza esta esta venta del trabajo de los proletarios a los burgueses?
El trabajo es una mercancía como otra
cualquiera, y su precio depende, por consiguiente, de las mismas leyes que las
de cualquier otra mercancía. Pero, el precio de una mercancía, bajo el dominio
de la gran industria o de la libre competencia, que es lo mismo, como lo
veremos más adelante es, por término medio, siempre igual a los gastos de
producción de dicha mercancía. Por tanto, el precio del trabajo es también
igual al costo de producción del trabajo.
Ahora bien, el costo de producción del
trabajo consta precisamente de la cantidad de medios de subsistencia
indispensables, para que el obrero esté en condiciones de mantener su capacidad
de trabajo y para que la clase obrera no se extinga. El obrero no percibirá más
que lo indispensable para ese fin; el precio del trabajo o el salario será, por
consiguiente, el más bajo, constituirá el mínimo de lo indispensable para
mantener la vida [en condiciones de desplegar su fuerza de trabajo necesaria
durante cada jornada de labor]. Pero, por cuanto en los negocios existen
períodos mejores y peores, el obrero percibirá unas veces más y otras menos,
exactamente de la misma manera que el fabricante cobra unas veces más y otras
menos por sus mercancías. Y al igual que el fabricante que, por término medio,
contando los tiempos buenos y los tiempos malos, no percibe por sus mercancías
vendidas ni más ni menos que su costo de producción, el obrero percibirá por
término medio ni más ni menos que ese mínimo. Esta ley económica del salario se
aplicará más rigurosamente en la medida en que la gran industria vaya
penetrando en todas las ramas de la producción.
VI. ¿Qué
clases trabajadoras existían antes de la revolución industrial?
Las clases trabajadoras han vivido en
distintas condiciones, según las diferentes fases de desarrollo de la sociedad,
y han ocupado distintas posiciones respecto de las clases poseedoras y
dominantes. En la antigüedad, los trabajadores eran esclavos de sus amos, como lo son todavía en un gran número de
países atrasados e incluso en la parte meridional de los EE.UU. En la Edad
Media eran siervos de los nobles propietarios de tierras, como lo son todavía
en Hungría, Polonia y Rusia. Además, en la Edad Media, hasta la revolución
industrial existieron en las ciudades oficiales artesanos que trabajaban al
servicio de la pequeña burguesía y, poco a poco, en la medida del progreso de
la manufactura, comenzaron a aparecer obreros de manufactura que iban a
trabajar contratados por grandes capitalistas.
VII. ¿Qué
diferencia hay entre el proletario y el esclavo?
El esclavo está vendido de una vez para
siempre, en cambio, el proletario tiene que venderse él mismo cada día y cada
hora. Todo esclavo individual, propiedad de un
señor determinado, tiene ya asegurada su existencia, por miserable que sea,
por interés de este. En cambio el proletario individual es, valga la expresión,
propiedad de toda la clase de la burguesía. Su trabajo no se compra más que
cuando alguien lo necesita, por cuya razón no tiene la existencia asegurada
como empleado. Esta existencia está asegurada únicamente a toda la clase de los proletarios. El esclavo
está fuera de la competencia. El proletario se halla sometido a ella y siente
todas sus fluctuaciones. El esclavo es considerado como una cosa y no como un
miembro de la sociedad civil. El proletario es reconocido como persona, como
miembro de la sociedad civil. Por consiguiente, el esclavo puede tener una
existencia mejor que el proletario, pero este último pertenece a una etapa
superior de desarrollo de la sociedad y
se encuentra en un nivel social más alto que el esclavo. Este se libera cuando
de todas las relaciones de la propiedad privada no suprime más que una, la
relación de esclavitud, gracias a lo cual sólo entonces se convierte en
proletario; en cambio, el proletario sólo puede liberarse [social y
políticamente], suprimiendo toda la propiedad privada en general.
VIII. ¿Qué
diferencia hay entre el proletario y el siervo? El siervo posee en propiedad y usufructo
un instrumento de producción y una porción de tierra. A cambio de lo cual
entrega una parte de su producto o cumple ciertos trabajos. El proletario
trabaja con instrumentos de producción pertenecientes a otra persona, por
cuenta de ella, a cambio de una parte del producto [o del equivalente a él en
dinero llamado salario]. El siervo da, al proletario le dan. El siervo tiene la existencia asegurada, el
proletario no. El siervo está fuera de la competencia. El proletariado se halla
sujeto a ella. El siervo se libera ya refugiándose en la ciudad y haciéndose
artesano, ya dando a su amo dinero en lugar de trabajo o productos a su señor,
transformándose en libre arrendatario. Ya expulsando a su señor feudal y
haciéndose él mismo propietario. Dicho en breves palabras, se libera entrando de una manera u
otra en la clase poseedora y en la esfera de la competencia. El proletario
se libera suprimiendo la competencia, la propiedad privada y todas las
diferencias de clase [que hacen al poder social y personal de unos
individuos sobre otros].
IX. ¿Qué
diferencia hay entre el proletario y el artesano? [Aquí Engels deja en blanco
el manuscrito para redactar luego la respuesta a la pregunta] Nota del editor.
X. ¿Qué
diferencia hay entre el proletario y el obrero de manufactura?
El obrero de manufactura de los siglos
XVI al XVIII, poseía casi en todas partes instrumentos de producción: su telar
su rueca para la familia y un pequeño terreno que cultivaba en las horas
libres. El proletario no tiene nada de eso. El obrero de manufactura vive casi
siempre en el campo y se halla en relaciones más o menos patriarcales con su
señor o patrono. El proletario suele vivir en grandes ciudades y no lo unen a
su patrono más que relaciones de dinero. La gran industria arranca al obrero de
manufactura de sus condiciones patriarcales; éste pierde la propiedad que
todavía poseía y sólo entonces se convierte en proletario.
XI.
¿Cuáles fueron las consecuencias directas de la revolución industrial y de la
división en la sociedad en burgueses y proletarios?
En primer lugar, en virtud de que el
trabajo de las máquinas reducía más y más del precio de los artículos
industriales, en casi todos los países del mundo el viejo sistema de la
manufactura o de la industria basada en el trabajo manual fue destruido
enteramente. Todos los países semibárbaros que todavía quedaban más o menos al
margen del desarrollo histórico y cuya industria se basaba todavía en la
manufactura, fueron arrancados violentamente de su aislamiento. Comenzaron a
comprar mercancías más baratas a los ingleses, dejando que se muriesen de
hambre sus propios obreros de manufactura. Así, países que durante milenios no
conocieron el menor progreso, como por ejemplo, la India, pasaron por una
completa revolución, e incluso la China marcha ahora de cara a la revolución.
Las cosas han llegado a tal punto que ahora una nueva máquina que se invente
ahora en Inglaterra podrá, en el espacio de un año, condenar al hambre a
millones de obreros en China. De este modo, la
industria ha ligado los unos con los otros a todos los pueblos de la
tierra, ha unido en un solo mercado todos los pequeños mercados locales, ha
preparado por doquier el terreno para la civilización y el progreso y ha hecho
las cosas de tal manera, que todo lo que se realiza en los países civilizados,
debe necesariamente repercutir en todos los demás, por tanto, si los obreros de
Inglaterra o de Francia se liberan ahora, ello debe suscitar revoluciones en
todos los demás países, revoluciones que tarde o temprano culminarán también
allí en la liberación de los obreros.
En
segundo lugar, en todas las partes en que la gran industria ocupó el lugar
de la manufactura, la burguesía aumentó extraordinariamente su riqueza y poder
y se erigió en primera clase del país. En consecuencia, en todas las partes en
las que se produjo ese proceso, la burguesía tomó en sus manos el poder
político y desalojó las clases que dominaban antes: la aristocracia, los
maestros de gremio y la monarquía absoluta, que representaba a la una y a los otros.
La burguesía acabó con el poderío de la aristocracia y de la nobleza, suprimiendo el mayorazgo o
la inalienabilidad de la posesión de tierras, como también todos los
privilegios de la nobleza. Destruyó el poderío de los maestros de gremio
eliminando todos los gremios y los privilegios gremiales. En el lugar de unos y
otros puso la libre competencia, es decir, un estado de la sociedad, en la que
cada cual tenía el derecho a la rama de la industria que le gustase, y nadie
podía impedírselo a no ser la falta de capital necesario para tal actividad.
Por consiguiente, la implantación de la libre competencia es la proclamación
pública de que, de ahora en adelante, los miembros de la sociedad no son
iguales entre sí únicamente en la medida en que no lo son sus capitales, que el
capital se convierte en la fuerza decisiva y que los capitalistas, o sea, los
burgueses, se erigen así en la primera
clase de la sociedad. Ahora bien, la libre competencia es indispensable en el período
inicial del desarrollo de la gran
industria, porque es el único régimen social con el que la gran industria puede
progresar. Tras de aniquilar de este modo el poderío social de la nobleza, y de
los maestros de gremio, puso fin también al poder político de la una y los
otros. Llegada a ser la primera clase de la sociedad, la burguesía la burguesía
se proclamó también la primera clase en la esfera política. Lo hizo implantando
el sistema representativo, basado en la igualdad burguesa ante la ley y en el
reconocimiento legislativo de la libre competencia. Este sistema fue implantado
en los países europeos bajo la forma de monarquía constitucional. En dichas
monarquías sólo tienen derecho de voto los poseedores de cierto capital, es
decir, únicamente los burgueses. Estos electores burgueses solo eligen a los
diputados, y estos diputados burgueses, valiéndose del derecho a negar los
impuestos, eligen un gobierno burgués.
En tercer
lugar, la revolución industrial en todas partes ha creado el proletariado
en la misma medida que la burguesía cuanto más ricos se hacían los burgueses,
más numerosos eran los proletarios. Visto que solo el capital puede dar
ocupación a los proletarios y que el capital sólo aumenta cuando emplea
trabajo, el crecimiento del proletariado se produce en exacta correspondencia
con el del capital. Al propio tiempo, la revolución industrial agrupa a los
burgueses y los proletarios en grandes ciudades, en las que es más ventajoso
fomentar la industria, y con esa concentración de grandes masas en un mismo lugar, le inculca a los proletarios
la conciencia de su fuerza. Luego, en la medida del progreso de la revolución
industrial,, en la medida en que se inventan nuevas
máquinas, que eliminan el trabajo manual, la gran industria ejerce una presión
creciente sobre los salarios y los reduce, como hemos dicho, al mínimo,
haciendo la situación del proletariado cada vez más insoportable. Así, por una
parte, como consecuencia del descontento creciente del proletariado y, por la
otra, del crecimiento del poderío de éste, la revolución industrial prepara la
revolución social que ha de realizar el proletariado.
XII.
¿Cuáles han sido las consecuencias siguientes de la revolución industrial?
En
primer lugar La gran industria creó, con la máquina de vapor y otras
máquinas, los medios de aumentar la producción industrial rápidamente, a bajo
costo y hacia el infinito. Merced a esta facilidad de ampliar la producción, la
libre competencia, consecuencia necesaria de esta gran industria, adquirió
pronto un carácter extraordinariamente violento, un gran número de capitalistas
se lanzó a la industria, y en breve plazo se produjo más de lo que se podía
consumir. Como consecuencia, no se podían vender las mercancías fabricadas y
sobrevino la llamada crisis comercial; las fábricas tuvieron que parar, los
fabricantes quebraron y los obreros se quedaron sin pan. Y en todas partes se
extendió la mayor miseria. Al cabo de cierto tiempo se vendieron los productos
sobrantes, las fábricas volvieron a funcionar, los salarios subieron y, poco a
poco, los negocios marcharon mejor que nunca. Pero no por mucho tiempo, ya que
pronto volvieron a producirse demasiadas mercancías y sobrevino una nueva
crisis que transcurrió exactamente de la misma manera que la anterior. Así,
desde comienzos del presente siglo [1848], en la situación de la industria se
han producido contínuamente oscilaciones entre períodos de prosperidad y
períodos de crisis, y casi regularmente, cada cinco o siete años se ha producido tal crisis, con la particularidad
de que cada vez acarreaba las mayores calamidades para los obreros, una
agitación revolucionaria general y un peligro colosal para el régimen
existente.
XIII.
¿Cuáles son las consecuencias de estas crisis comer4ciales que se repiten
regularmente?
En
primer lugar, la de que la gran industria, que en el primer período de su
desarrollo creó la libre competencia, la ha rebasado ya; que la competencia y,
hablando en términos generales, la producción industrial en manos de unos u
otros particulares se ha convertido para ella en una traba a la que debe y ha
de romper; que la gran industria, mientras siga sobre la base actual, no puede
existir sin conducir cada siete años a un caos general que supone cada vez un peligro para toda la
civilización y no solo sume en la miseria a los proletarios, sino que arruina a
muchos burgueses que, por consiguiente, la gran industria debe destruirse ella
misma, lo que es absolutamente imposible, o reconocer que hace imprescindible
una organización completamente nueva de la sociedad, en la que la producción no
será dirigida por unos u otros fabricantes en competencia entre sí, sino por
toda la sociedad con arreglo a un plan determinado y de conformidad con las
necesidades de todos los miembros de la sociedad.
En
segundo lugar, que la gran industria
y la posibilidad, condicionada por ésta, de ampliar hasta el infinito la
producción, permiten crear un régimen social en el que se producirán tantos
medios de subsistencia que cada miembro de la sociedad estará en condiciones de
desarrollar y emplear libremente todas su fuerzas y facultades; de modo que
todas sus fuerzas y facultades; de modo que, precisamente la peculiaridad de la
gran industria que en la sociedad moderna engendra toda la miseria y todas las
crisis comerciales, será en la otra organización social justamente la que ha de
acabar con esa miseria y esas fluctuaciones preñadas de tantas desgracias.
Por tanto está probado claramente:
1) que en la actualidad todos estos males
se deben únicamente al régimen social existente, el cual ya no responde más a las
condiciones existentes;
2) que ya existen los medios de supresión
definitiva de estas calamidades por vía de la construcción de un nuevo orden
social.
XIV. ¿Cómo
debe ser este nuevo orden social?
Ante todo, la administración de la
industria y de todas las ramas de la producción en general dejará de pertenecer
a unos u otros individuos [propietarios organizados en distintas empresas
privadas] en competencia unas con otras. En lugar de esto, las ramas de la
producción pasarán a manos de toda la
sociedad, es decir, serán administradas en beneficio de toda la sociedad, con
arreglo a un plan general y con participación de todos los miembros de la
sociedad. Por tanto, el nuevo orden social suprimirá la competencia y la
sustituirá por la asociación. En vista
de que la dirección de la industria al hallarse en manos de particulares,
implica necesariamente la existencia de la propiedad privada y por cuanto la
competencia no es otra cosa que ese modo de dirigirse la industria, en el que
la gobiernan propietarios privados, la propiedad privada va inseparablemente
unida a la dirección individual de la
industria y a la competencia. Así
también la propiedad privada debe también ser suprimida y ocuparán su
lugar el usufructo colectivo de todos
los instrumentos de producción y el reparto de los productos de común acuerdo,
lo que se llama la comunidad de bienes. La supresión de la propiedad privada es
incluso la expresión más breve y más característica de esta transformación de
todo el régimen social, que se ha hecho posible merced al progreso de la
industria. Por eso los comunistas la plantean con razón como su principal
reivindicación.
XV. ¿Eso
quiere decir que la supresión de la propiedad privada no era posible antes?
No,
no era posible. Toda transformación del orden social, todo cambio de las
relaciones de propiedad es consecuencia necesaria de la aparición de nuevas
fuerzas productivas que han dejado de corresponder a las viejas relaciones de
propiedad. Así ha surgido la misma propiedad privada. La propiedad privada no
ha existido siempre; cuando a fines de la Edad Media surgió el nuevo modo de
producción bajo la forma de manufactura, que no encuadraba en el marco de la
propiedad feudal y gremial, esta manufactura que no correspondía ya a las
viejas relaciones de propiedad, dio vida a una nueva forma de propiedad: la
propiedad privada. En efecto, para la manufactura y para el primer período de
desarrollo de la gran industria, no era posible ninguna otra forma de propiedad
además de la propiedad privada, no era posible ningún orden social además del
basado en esta propiedad. Mientras no se pueda conseguir una cantidad de
productos que no sólo baste para todos, sino que se quede cierto excedente para
aumentar el capital social y seguir fomentando las fuerzas productivas, deben
existir necesariamente una clase dominante que disponga de las fuerzas
productivas, deben existir necesariamente una clase dominante que disponga de
las fuerzas productivas de la sociedad y una clase pobre y oprimida. La
constitución y el carácter de estas clases, dependen del grado de desarrollo de
la producción. La sociedad de la Edad Media, que tiene por base el cultivo de
la tierra, nos ha dado al señor feudal y al siervo; las ciudades de la
postrimería de la Edad Media, nos dan el maestro artesano, el oficial y el
jornalero; en el Siglo XVII, el propietario de manufactura y el obrero de ésta;
en el siglo XIX el gran fabricante y el proletario. Es claro que hasta el
presente, las fuerzas productivas no se han desarrollado aún al punto de proporcionar
una cantidad de bienes suficiente para todos y para que la propiedad privada
sea ya una traba, un obstáculo para el progreso. Pero hoy, cuando al desarrollo
de la gran industria, en primer lugar
se han constituido capitales y fuerzas productivas en proporciones sin
precedentes y existen medios para aumentar en breve plazo hasta el infinito las
fuerzas productivas; cuando en segundo
lugar, estas fuerzas productivas se concentran en manos de un reducido
número de burgueses; cuando en tercer
lugar estas poderosas fuerzas productivas, que se multiplican con tanta
facilidad hasta rebasar el marco de la propiedad privada y del burgués,
provocan contínuamente las mayores conmociones del orden social, sólo ahora la
supresión de la propiedad privada se ha hecho posible e incluso absolutamente
necesaria.
XVI. ¿Sera
posible suprimir por vía pacífica la propiedad privada?
Sería de desear que fuese así, y los
comunistas, como es lógico, serían los últimos en oponerse a ello. Los
comunistas saben muy bien que todas las conspiraciones, además de inútiles, son
incluso perjudiciales. Están perfectamente al corriente de que no se pueden
hacer las revoluciones premeditada y arbitrariamente, y que estas han sido
siempre y en todas partes una consecuencia necesaria de circunstancias que no
dependían en absoluto de la voluntad de unos u otros partidos o clases enteras.
Pero al propio tiempo, ven que se viene aplastando por la violencia el
desarrollo del proletariado en casi todos los países civilizados y que, con
ello, los enemigos mismos de los comunistas trabajan con todas sus energías
para la revolución. Si todo ello termina en fin de cuentas empujando al
proletariado a la revolución, nosotros los comunistas defenderemos con hechos,
no menos que como ahora lo hacemos de palabra, la causa del proletariado.
XVII.
¿Será posible suprimir de golpe la propiedad privada?
No, no será posible, del mismo modo que
no se pueden aumentar de golpe las
fuerzas productivas existentes en la medida necesaria, para crear una economía
colectiva. Por eso, la revolución del proletariado que se avecina según todos
los indicios, sólo podrá transformar paulatinamente la sociedad actual, y
acabará con la propiedad privada únicamente cuando haya creado la necesaria
cantidad de medios [materiales técnicos]
de producción [cada vez más eficaces sustitutos de trabajo humano
explotado, lo cual acabará dejando sin sentido al capitalismo].
XVIII.
¿Qué vía de desarrollo tomará esa revolución?
Establecerá un régimen democrático y, por tanto, directa o indirectamente, la
dominación política del proletariado. Directamente en Inglaterra, donde los
proletarios constituyen ya la mayoría del pueblo. Indirectamente en Francia y
en Alemania, donde la mayoría del pueblo no consta únicamente de proletarios,
sino, además, de pequeños campesinos y pequeños burgueses de la ciudad, que se
encuentran sólo en la fase de transformación en proletariado y que, en lo
tocante a la satisfacción de sus intereses políticos, dependen cada vez más del
proletariado, por cuya razón han de adherirse pronto a las reivindicaciones de
éste. Para ello, quizá, se necesite una nueva lucha que, sin embargo, no puede
tener otro desenlace que la victoria del proletariado].
La democracia sería absolutamente inútil
para el proletariado si no la utilizara inmediatamente como medio para llevar a
cabo amplias medidas que atentasen directamente contra la propiedad privada y
asegurasen la existencia del proletariado. Las medidas más importantes que
dimanan necesariamente de las condiciones actuales, son:
1) Restricción de la propiedad privada
mediante el impuesto progresivo, el alto impuesto sobre las herencias, la
abolición del derecho de herencia en las líneas laterales(hermanos, sobrinos
etc.), préstamos forzosos, etc.
2) Expropiación gradual de los
propietarios agrarios, fabricantes, propietarios de ferrocarriles y buques,
parcialmente con ayuda de la competencia por parte de la industria estatal y,
parcialmente de modo directo, con indemnización en asignados.
3) Confiscación de los bienes de todos
los emigrados y de los rebeldes contra la mayoría del pueblo.
4) Organización del trabajo y ocupación
de los proletarios en fincas, fábricas y tallares nacionales, con lo cual se
eliminará la competencia entre los obreros, y los fabricantes que queden,
tendrán que pagar salarios tan altos como el Estado.
5) Igual deber obligatorio de trabajo
para todos los miembros de la sociedad hasta la supresión completa de la
propiedad privada. Formación de ejércitos industriales, sobre todo para la agricultura.
6) Centralización de los créditos y la
banca en manos del Estado a través del Banco Nacional, con capital del Estado.
Cierre de todos los bancos privados.
7) Aumento del número de fábricas,
talleres, ferrocarriles y buques nacionales, cultivo de todas las tierras que
están sin labrar y mejoramiento del cultivo de las demás tierras en consonancia
con el aumento de los capitales y del número de obreros de que dispone la
nación
8) Educación de todos los niños en establecimientos estatales y a cargo del Estado, desde el momento en que
puedan prescindir del cuidado de la madre. Conjugar la educación con el trabajo
fabril.
9) Construcción de grandes palacios en
las fincas del Estado, para que sirvan de vivienda a las comunas de ciudadanos
que trabajen en la industria, en la agricultura y además logren unir las
ventajas de la vida en la ciudad y en el campo, evitando así el carácter
unilateral y los defectos de la una y la otra.
10) destrucción de todas las casas y
barrios insalubres mal construidos.
11) Igualdad del derecho de herencia para
los hijos legítimos y naturales.
12) Concentración de todos los medios de
transporte en manos de la nación.
Por supuesto, todas estas medidas no podrán
ser llevadas a la práctica de golpe. Pero cada una entraña necesariamente la
siguiente. Una vez emprendido el primer ataque radical contra la propiedad
privada, el proletariado se verá obligado a seguir siempre adelante y a
concentrar más y más en las manos del Estado, todo el capital, toda la
agricultura, toda la industria, todo el transporte y todo el cambio. Este
es el objetivo a que conducen las medidas mencionadas. Ellas serán aplicables y
surtirán su efecto centralizador exactamente en el mismo grado en que el
trabajo del proletariado multiplique las fuerzas productivas del país.
Finalmente, cuando todo el capital, toda la producción y todo el cambio estén
concentrados en manos de la nación, la propiedad privada dejará de existir, de
por sí el dinero se hará superfluo, la producción aumentará y los hombres
cambiarán tanto que se podrán suprimir también las últimas formas de relaciones
de la vieja sociedad.
XIX. ¿Es
posible esta revolución en un solo país?
No. La gran industria, al crear el mercado
mundial, ha unido ya tan estrechamente todos los pueblos del globo terrestre,
sobre todo los pueblos civilizados, que cada uno depende de lo que ocurre en la
tierra de otro. Además, ha nivelado en todos los países civilizados, que cada
uno depende de lo que ocurre en la tierra del otro. Además, ha nivelado en
todos los países civilizados el desarrollo social a tal punto que en todos
estos países la burguesía y el proletariado se han erigido en las dos clases
decisivas de la sociedad, y la lucha entre ellas se ha convertido en la
principal lucha de nuestros días. Por consecuencia, la revolución comunista no
será una revolución puramente nacional, sino que se producirá
simultáneamente en todos los países
civilizados, es decir, al menos en Inglaterra, en América, en Francia y en
Alemania. Ella se desarrollará en cada uno de estos países más rápidamente o
más lentamente, dependiendo en el grado en que esté cada uno de ellos más
desarrollada la industria, en el que más se hayan acumulado más riquezas y se disponga
de mayores Por eso será más lenta y difícil en Alemania y más rápida y fácil en
Inglaterra. Ejercerá igualmente una influencia considerable en los demás países
del mundo, modificará de raíz y acelerará extraordinariamente su anterior
marcha del desarrollo. Es una revolución universal y tendrá, por eso, un ámbito
universal…
XX. ¿Cuáles serán las consecuencias de la supresión definitiva de la
propiedad privada?
Al quitar a los capitalistas privados el
usufructo de todas las fuerzas productivas y medios de comunicación, así como
el cambio [en los bancos] y el
reparto de los productos, al administrar todo eso con arreglo a un plan basado
en los recursos disponibles y las necesidades de toda la sociedad, ésta
suprimirá, primeramente, todas las consecuencias nefastas legadas al actual
sistema de dirección de la gran industria. Las crisis [que
lo fueron como consecuencia inevitable de la propiedad privada y la competencia
intercapitalista], desaparecerán; la producción ampliada que es, en la sociedad actual,
una superproducción y una causa tan poderosa de la miseria, será entonces muy
insuficiente y deberá adquirir proporciones mucho
mayores. En lugar de engendrar la miseria, la producción superior a las
necesidades perentorias de la sociedad permitirá satisfacer las demandadas de
todos los miembros de ésta, engendrará nuevas demandas y creará, a la vez, los
medios de satisfacerlas. Será la condición y la causa de un mayor progreso y
los llevará a cabo, sin suscitar, como antes, el trastorno periódico de todo el
orden social. La gran industria liberada de las trabas de la propiedad privada,
se desarrollará en tales proporciones que, con su estado actual parecerá tan
mezquino como la manufactura el lado de la gran industria moderna. Este avance de la
industria brindará a la sociedad suficiente cantidad de productos para poder
satisfacer las necesidades de todos. Del mismo modo, la agricultura, en la que,
debido al yugo de la propiedad privada y al fraccionamiento de las parcelas,
resulta difícil el empleo de los perfeccionamientos ya existentes y de los
adelantos de la ciencia, experimentará un nuevo auge y ofrecerá a disposición
de la sociedad una cantidad suficiente de productos. Así, la sociedad producirá
lo bastante para organizar la distribución con vistas a cubrir las necesidades
de todos sus miembros. Con ello quedará superflua la división de la sociedad en
clases distintas y antagónicas. Dicha división, además de superflua será
incluso incompatible con el nuevo régimen social [sin explotadores ni explotados].
La existencia de clases se debe a la división del trabajo, y esta última, bajo
su forma actual, desaparecerá enteramente, ya que, para elevar la producción
industrial y agrícola al mencionado nivel, no bastan sólo los medios auxiliares
mecánicos y químicos. Es preciso desarrollar correlativamente las aptitudes de
los hombres que emplean estos medios. Al igual que en el siglo [XVII]
pasado,
cuando los campesinos y los obreros de las manufacturas, tras de ser
incorporados a la gran industria, modificaron todo su régimen de vida y se
volvieron completamente otros, la dirección colectiva de la producción por toda
la sociedad y el nuevo progreso de dicha producción que resultará de ello,
necesitarán hombre nuevos y los formarán.
La gestión colectiva de la producción no
puede seguir a cargo de los hombres tales como lo son hoy [siglo XVIII],
hombres que dependen cada cual de una rama determinada de la producción, están
aferrados a ella, están explotados por ellas, desarrollan nada más que un
aspecto de sus aptitudes a cuenta de todos los otros y solo conocen una
rama o parte de alguna rama de toda la producción de toda la sociedad. La
industria de nuestros días está ya cada vez menos en condiciones de emplear
tales hombres. La industria que funciona de modo planificado merced al esfuerzo
común de toda la sociedad, presupone con más motivo hombres con aptitudes
desarrolladas universalmente, hombres capaces de orientarse en todo el sistema
de la producción. Por consiguiente, desaparecerá del todo la división del
trabajo, minada ya en la actualidad por la máquina, la división que hace que
uno sea campesino, otro zapatero, un tercero obrero fabril, y un cuarto
especulador dela bolsa. La educación dará a los jóvenes la posibilidad de
asimilar rápidamente en la práctica todo el sistema de producción y les
permitirá pasar sucesivamente de una rama de la producción a otra, según sean
las necesidades de la sociedad o sus propias inclinaciones. Por consiguiente la
educación los liberará de ese carácter unilateral que la división actual del
trabajo impone a cada individuo. Así, la sociedad organizada sobre bases
comunistas dará a sus miembros la posibilidad
de emplear en todos los aspectos sus facultades desarrolladas
universalmente, Pero, con ello desaparecerán inevitablemente la diversas
clases. Por tanto, de una parte la sociedad organizada sobre bases comunistas
es incompatible con la existencia de clases sociales y, de la otra, la propia
construcción de esa sociedad brinda los medios para suprimir las diferencias de
clase.
De ahí se desprende que ha de desaparecer
igualmente la oposición entre la ciudad y el campo. Unos mismos hombres se
dedicarán al trabajo agrícola y al industrial, en lugar de dejar que lo hagan
dos clases diferentes. Esta es una condición necesaria de la asociación
comunista ya por razones muy materiales. La dispersión de la población rural
dedicada a la agricultura, a la par de la concentración de la población
industrial en las grandes ciudades,
corresponde solo a una etapa todavía inferior del desarrollo de la
agricultura, a la par con la concentración
de la población industrial en las grandes ciudades, a la par con la
concentración de la población industrial en las grandes ciudades
corresponde sólo a una etapa todavía
inferior del desarrollo de la agricultura y la industria y es un obstáculo para
el progreso, cosa que se hace ya sentir con mucha fuerza.
La asociación general de todos los
miembros de la sociedad al objeto de utilizar colectiva y racionalmente las
fuerzas productivas; el fomento de la producción en proporciones suficientes
para cubrir las necesidades de todos; la liquidación del estado de cosas en el
que las necesidades de unos se satisfacen a costa de otros; la supresión
completa de las clases y del antagonismo entre ellas; el desarrollo universal
de las facultades de todos los miembros de la sociedad merced a la eliminación
de la anterior división del trabajo, mediante la educación industrial, merced
al cambio de actividad, a la participación de todos en el usufructo de los bienes creados por todos y,
finalmente, mediante la fusión de la ciudad con el campo serán los principales
resultados de la supresión de la propiedad privada.
XXI. ¿Qué
influencia ejercerá el régimen social comunista en la familia?
Las relaciones entre los sexos tendrán un
carácter puramente privado, perteneciente sólo a las personas que toman parte
en ellas, sin el menos motivo para la injerencia de la sociedad. Eso es posible
merced a la supresión de la propiedad privada y del matrimonio actual ligadas a
la educación de los niños por la sociedad, con lo cual se destruyen las dos
bases del matrimonio actual ligadas a la propiedad privada: la dependencia de
la mujer respecto del hombre y la dependencia de los hijos respecto de los
padres. En ello reside precisamente la respuesta a los alaridos altamente
moralistas de los burguesotes, con motivo de la comunidad de las mujeres que, según estos, quieren implantar los comunistas.
La comunidad de las mujeres es un fenómeno que pertenece enteramente a la
sociedad burguesa y existe hoy plenamente bajo la forma de prostitución. Pero
la prostitución descansa en la propiedad privada y desaparecerá junto con ella.
Por consiguiente, la organización comunista, en lugar de implantar la comunidad
de las mujeres, la suprimirá.
XXII.
¿Cuál será su actitud de la organización comunista hacia las nacionalidades
existentes?
—Queda
(ver: cita 42 al final del texto).
XXIII. ¿Cuál será la actitud hacia las religiones existentes?
—Queda
XXIV.
¿Cuál es la diferencia entre los comunistas y los socialistas?
Los llamados socialistas se dividen en
tres categorías. La primera consta de partidarios de la nueva sociedad feudal y
patriarcal, que ha sido destruida y sigue siéndolo por la gran industria, el
comercio mundial y la sociedad burguesa creada por ambos. Esta categoría saca
de los males de la sociedad moderna la conclusión de que hay que restablecer la
sociedad feudal y patriarcal, ya que estaba libre de estos males. Todas sus
propuestas persiguen, directa o indirectamente, este objetivo. Los comunistas
lucharán siempre enérgicamente contra esta categoría de socialistas reaccionarios, peses a su fingida
compasión de la miseria del proletariado y las amargas lágrimas que vierten con
tal motivo, puesto que estos socialistas:
1) se proponen un objetivo absolutamente
imposible;
2) se esfuerzan por restablecer la
dominación de la aristocracia, los maestros de gremio y los propietarios de
manufacturas, con su séquito de monarcas absolutos o feudales, funcionarios,
soldados y curas, una sociedad que, cierto, estaría libre de los vicios de la
sociedad actual, pero, en cambio, acarrearía, cuando menos, otros tantos males
y, además, no ofrecería la menor perspectiva de liberación, con ayuda de la
organización comunista, de los obreros oprimidos.
3) Muestran sus verdaderos sentimientos cada vez que el proletariado se
hace revolucionario y comunista: se alían inmediatamente con la burguesía
contra los proletarios.
La segunda categoría consta de
partidarios de la sociedad actual a los que los males necesariamente provocados
por ésta inspiran temores en cuanto a la existencia la misma. Ellos quieren,
por consiguiente, conservar la sociedad actual, pero suprimir los males ligados
a ella. A tal objeto, unos proponen medidas de simple beneficencia; otros,
grandiosos planes de reformas que, so pretexto de reorganización de la
sociedad, se plantean el mantenimiento de las bases de la sociedad actual y,
con ello, la propia sociedad actual. Los comunistas deberán igualmente combatir
con energía contra estos socialistas
burgueses, puesto que estos trabajan contra
trabajan para los enemigos de los comunistas y defienden la sociedad que
los comunistas quieren destruir [estos socialistas burgueses son los que hoy
todavía cogobiernan los distintos Estados naciones capitalistas en proceso
terminal de extinción].
Finalmente, la tercera categoría consta
de socialistas democráticos. Al seguir el mismo camino que los comunistas, se
proponen llevar a cabo una parte de las medidas señaladas en la pregunta…*,
pero no como medidas de transición al comunismo, sino como un medio suficiente
para acabar con la miseria y los males de la sociedad actual. Estos socialistas democráticos son los
proletarios que no ven todavía con bastante claridad las condiciones de su
liberación, o representantes de la pequeña burguesía, es decir, de la clase que
hasta la conquista de la democracia y la aplicación de las medidas socialistas
dimanantes de ésta, tiene en muchos aspectos los mismos intereses que los
proletarios. Por eso, los comunistas se entenderán con esos socialistas
democráticos en los momentos de acción y deben, en general, atenerse en esas
ocasiones y en lo posible a una política común con ellos, siempre que estos
socialistas no se pongan al servicio de la burguesía dominante y no ataquen a
los comunistas. Por supuesto, estas acciones comunes no excluyen la
discusión de las divergencias que existen
entre ellos y los comunistas.
XXV. ¿Cuál
es la actitud de los comunistas hacia los demás partidos políticos de nuestra
época?
Esta actitud es distinta en los
diferentes países. En Inglaterra, Francia y Bélgica, en las que domina la
burguesía, los comunistas todavía tienen intereses comunes con diversos
partidos democráticos, con la particularidad de que esta comunidad de intereses
es tanto mayor cuanto más los demócratas se acercan a los objetivos de los
comunistas en las medidas socialistas que los demócratas defienden ahora en
todas partes, es decir, cuanto más clara y explícitamente defienden los
intereses del proletariado y cuanto más se apoyan en el proletariado. En Inglaterra, por ejemplo, los cartistas,
que constan de obreros, se aproximan inconmensurablemente más a los comunistas
que los pequeñoburgueses democráticos o los llamados radicales.
En Norteamérica
donde ha sido proclamada la Constitución democrática, los comunistas deberán
apoyar al partido que quiere encaminar esta Constitución contra la burguesía y
utilizarla en beneficio del proletariado, es decir, al partido de la reforma
agraria nacional.
En Suiza
los radicales, aunque constituyen todavía un partido de composición muy
heterogénea, son, no obstante, los únicos con los que los comunistas pueden concertar
acuerdos y entre estos radicales los más progresistas los de Vand y los de
Ginebra.
Finalmente, en Alemania está todavía por
delante la lucha decisiva entre la burguesía y la monarquía absoluta. Pero como
los comunistas no pueden contar con una lucha decisiva con la burguesía antes
de que ésta llegue al poder, les
conviene a los comunistas ayudarle a que conquiste lo más pronto posible la
dominación, a fin de derrocarla, a su vez, lo más pronto posible. Por tanto, en
la lucha de la burguesía liberal contra los gobiernos [de la monarquía], los
comunistas deben estar siempre del lado de la primera, precaviéndose, no
obstante, contra el autoengaño en que incurre la burguesía y sin fiarse en las
aseveraciones seductoras de ésta acerca de las benéficas consecuencias que,
según ella, traerá al proletariado la victoria de la burguesía. Las únicas
ventajas que la victoria de la burguesía brindará a los comunistas serán:
1)
Diversas concesiones que aliviarán a los comunistas la defensa, la defensa, la
discusión y propagación de sus principios y, por tanto, aliviarán la cohesión
del proletariado en una clase organizada, estrechamente unida y dispuesta a la
lucha, y…
2)
La seguridad de que el día en que caigan los gobiernos absolutistas, llegará la
lucha entre los burgueses y los proletarios. A partir de ese día, la política
del partido de los comunistas, será aquí la misma que en los países en que
domina ya la burguesía. [En todo el texto lo entre corchetes y el subrayado
nuestros]. (Cfr: F. Engels: “Principios
del comunismo”. Ed. L’eina/1989. Pp. 75 a 93. Versión
digitalizada).
La industria moderna en su proceso de
desarrollo inducido por la competencia
interburguesa, impulsó el cada vez más perfeccionado pensamiento
científico-técnico incorporado a los medios de producción, que al sustituir el
trabajo humano por maquinaria, la patronal burguesa como ya hemos visto más
arriba, para capitalizar su ganancia creciente ha debido aumentar el ritmo del
proceso productivo de la maquinaria, tanto como para que la ganancia surja del
más intenso ejercicio de atención por el empleado a su cargo, dado que tales
medios técnicos materiales productivos no hacen más que trasladar su valor al
producto fabricado, al mismo tiempo que los empleados remanentes ven cómo a instancias del poder fáctico
de sus patronos, se les hace trabajar más intensamente por cada unidad de
tiempo empleado, a cambio de iguales salarios, lo cual crea coaliciones
entre los obreros que a menudo desembocan en sublevaciones.
III)
“Proletarios y Comunistas”.
El
siguiente trabajo, que también forma parte de aquél “Manifiesto del Partido Comunista”, fue redactado en idioma inglés por Karl Marx y
Federico Engels la primera vez en 1848, respondiendo a preguntas de sus
eventuales interlocutores.
<<¿Cuál es la posición de los comunistas con respecto a
los proletarios en general?
Los
comunistas no forman un partido aparte, opuesto a los otros partidos obreros.
No tienen intereses que los separen del
conjunto del proletariado.
No proclaman principios especiales* a los
que quisieran amoldar el movimiento proletario.
Los comunistas sólo se distinguen de los
demás partidos proletarios en que, por una parte, en las diferentes luchas
nacionales de los demás partidos proletarios, destacan y hacen valer los
intereses comunes a todo el proletariado, independientemente de la
nacionalidad; y por otra parte,, en que en las
diferentes fases de desarrollo por que pasa la lucha entre el proletariado y la
burguesía, representan siempre los intereses del movimiento en su conjunto…
Prácticamente los comunistas son, pues,
el sector más resuelto de los partidos obreros de todos los países, el sector
que siempre impulsa adelante** a los demás; teóricamente tienen sobre el resto
del proletariado la ventaja de su clara visión
de las condiciones, de la marcha y de los resultados del movimiento proletario
El objetivo inmediato de los comunistas
es el mismo que el de todos los demás partidos proletarios: constitución de los
proletarios en clase, derrocamiento de la dominación burguesa, conquista del
poder político por el proletariado.
Las tesis teóricas de los comunistas no
se basan en modo alguno en ideas y principios inventados o descubiertos por tal
o cual reformador del mundo.
No son sino la expresión de conjunto de
las condiciones reales de una lucha de clases existente, de un movimiento
histórico que se está desarrollando ante nuestros ojos.
La abolición de las relaciones de
propiedad existentes desde antes, no es una característica propia del comunismo
Todas las relaciones de propiedad han
sufrido constantes cambios históricos, continuas trasformaciones históricas.
La revolución francesa, por ejemplo,
abolió la propiedad feudal en provecho de la propiedad burguesa.
El rasgo distintivo del comunismo no es
la abolición de la propiedad en general, sino la abolición de la propiedad
burguesa
Pero la propiedad burguesa moderna es la
última y más acabada expresión del modo de producción y de apropiación de los producido basado en los antagonismos
de clase, en la explotación de unos por los otros*
En este sentido los comunistas
pueden resumir su teoría en esta fórmula
única: abolición de la propiedad privada
Se nos ha reprochado a los comunistas el
querer abolir la propiedad personalmente adquirida fruto del trabajo propio,
esa propiedad que forma la base de toda libertad, actividad e independencia
individual. ¡La propiedad adquirida, fruto del trabajo, del esfuerzo personal!
¿Os referís acaso a la propiedad del pequeñoburgués, del pequeño labrador, esa
forma de propiedad [de
los tiempos pasados anteriores al capitalismo] que ha precedido a la propiedad burguesa? No tenemos que abolirla: el
progreso de la industria la ha abolido y está aboliéndola a diario. ¿O tal vez
os referís a la propiedad burguesa moderna?
¿Es que el trabajo asalariado, el trabajo
del proletario, crea propiedad para el proletario?
De ninguna manera. Lo que crea es
capital, es decir la propiedad que
explota al trabajo asalariado. Y que no puede acrecentarse si no a
condición de producir nuevo trabajo asalariado, para volver a explotarlo. En su
forma actual, la propiedad se mueve en el antagonismo entre el capital y el
trabajo asalariado. Examinemos los dos términos de este antagonismo. Ser
capitalista significa ocupar, no sólo una posición puramente personal en la
producción, sino también una posición social. El capital es un producto
colectivo; no puede ser puesto en movimiento sino por la actividad conjunta de
muchos miembros de la sociedad y, en última instancia por la actividad conjunta
de todos los miembros de la sociedad. El capital no es, pues, una fuerza
personal; es una fuerza social. En consecuencia, si el capital es transformado
en propiedad colectiva, perteneciente a todos los miembros de la sociedad, no
es la propiedad personal la que se trasforma en propiedad social. Sólo cambia
el carácter social de la propiedad. Esta pierde su carácter de clase.
Examinemos el trabajo asalariado. El precio medio del trabajo asalariado es el
mínimo del salario. Es decir, la suma de los medios de subsistencia
indispensable al obrero para conservar su vida como tal obrero. Por
consiguiente, lo que el obrero asalariado se apropia por su actividad es
estrictamente lo que necesita para la mera reproducción de su vida como tal
obrero. No queremos de ninguna manera abolir esta apropiación personal de los
productos del trabajo, indispensables para la mera reproducción de la vida
humana, esa apropiación que no deja ningún beneficio líquido que pueda dar un
poder sobre el trabajo de otro. Lo que queremos suprimir es el carácter
miserable de esa apropiación, que hace que el obrero no viva sino para
acrecentar el capital y tan sólo en la medida en que el interés de la clase
dominante exige que viva. En la sociedad burguesa, el trabajo vivo no es más
que un medio de incrementar el trabajo acumulado [producto del trabajo dependiente
vivo y explotado]. En la sociedad
comunista, el trabajo acumulado no es más que un medio de ampliar, enriquecer y
hacer más fácil la vida de los trabajadores.
De este modo, en la sociedad burguesa el
trabajo domina sobre el presente; en la sociedad comunista es el presente el
que domina sobre el pasado. En la sociedad burguesa el capital es independiente
y tiene personalidad [la
del burgués que está en condiciones sociales de apropiarse de él], mientras que el individuo que trabaja [para
su patrón], carece de independencia y
está personalizado. ¡Y la burguesía dice que la abolición de semejante estado
de cosas es la abolición de la personalidad y de la libertad! Y con razón. Pues
se trata precisamente de abolir la personalidad burguesa, la independencia
burguesa y la libertad burguesa.
Desaparecida la compraventa, desaparecerá
también la libertad de compraventa, lo mismo que las demás bravatas liberales
de nuestra burguesía, sólo tienen sentido aplicadas a la compraventa encadenada
y al burgués sojuzgado de la Edad Media; pero no ante la abolición comunista de
la compraventa de las relaciones de producción burguesas [basadas en la explotación de
trabajo ajeno] y de la propia burguesía.
Os horrorizáis porque queramos abolir la
propiedad privada. Pero en vuestra sociedad actual, la propiedad privada está
abolida para las nueve décimas partes de sus miembros; Nos reprocháis, pues, el
querer abolir una forma de propiedad que no puede existir sino a condición de
que la inmensa mayoría de la sociedad sea privada de propiedad
En una palabra, nos acusáis de querer
abolir vuestra propiedad. Efectivamente eso es lo que queremos.
Según vosotros, desde el momento en que
el trabajo no puede ser convertido en capital, en dinero, en renta de la
tierra, en una palabra en poder social susceptible de ser monopolizado; es
decir, desde el instante en que la propiedad personal no puede transformarse en
propiedad burguesa, desde ese instante la personalidad queda suprimida.
Reconocéis, pues, que por personalidad no
entendéis sino al burgués, al propietario burgués. Y esta personalidad
ciertamente debe ser suprimida.
El comunismo no arrebata a nadie la
facultad de apropiarse de los productos sociales; no quita más que el poder de
sojuzgar por medio de esta apropiación el trabajo ajeno.
Se ha objetado que con la abolición de la
propiedad privada [burguesa]
cesaría toda actividad y sobrevendría
una indolencia general.
Si así fuese, hace ya mucho tiempo que la
sociedad burguesa habría sucumbido a manos de la holgazanería, puesto que en
ella los que trabajan no adquieren y los que adquieren no trabajan. Toda la
objeción se reduce a esta tautología:
No hay trabajo asalariado donde no hay capital.
Todas las objeciones dirigidas contra el
modo comunista de apropiación y de producción de bienes materiales se hacen
extensivas igualmente respecto a la apropiación y a la producción de los
productos del trabajo intelectual. Lo mismo que para el burgués la desaparición
de la propiedad de clase equivale a la desaparición de toda producción, la desaparición
de la cultura de la cultura de clase significa para él, la depauperación de
toda cultura.
La cultura cuya pérdida deplora, no es
para la inmensa mayoría de los seres humanos, más que adiestramiento que los
transforma en máquinas.
Mas no discutáis con nosotros mientras
apliquéis a la abolición de la propiedad burguesa, el criterio de vuestras
nociones burguesas de libertad, cultura, derecho, etc. Vuestras ideas mismas
son producto de las relaciones de producción y de propiedad burguesas, como vuestro
derecho no es más que la voluntad de vuestra clase erigida en ley; voluntad
cuyo contenido está determinado por las condiciones materiales de existencia de
vuestra clase.
La concepción en leyes eternas de la Naturaleza y de la
Razón las relaciones sociales dimanadas
de vuestro modo de producción y de propiedad —relaciones históricas que surgen
y desaparecen en el curso de la producción—, la compartís con todas las clases
dominantes hoy desaparecidas. Lo que concebís para la propiedad antigua, no os
atrevéis admitirlo para la propiedad burguesa.
¡Querer
abolir la familia! Hasta los más radicales se indignan ante este infame
designio de los comunistas
¿En qué bases descansa la familia actual,
la familia burguesa?
En el capital, en el lucro privado. La
familia plenamente desarrollada, no existe más que para la burguesía; pero
encuentra su complemento en la supresión forzosa de toda familia para el
proletariado y en la prostitución pública.
La familia burguesa desaparece
naturalmente al dejar de existir ese
complemento suyo, y ambos desaparecen con la desaparición del capital.
¿Nos reprocháis al querer abolir la
explotación de los hijos por sus padres? Confesamos este crimen.
Pero decís que destruimos los vínculos
más íntimos, sustituyendo la educación doméstica por la educación social.
Y vuestra educación, ¿no estará también
determinada por la sociedad, por las condiciones sociales en que educáis a
vuestros hijos, por la intervención directa o indirecta de la sociedad a través
de la escuela, etc? Los comunistas no han inventado la ingerencia de la
sociedad en la educación, no hacen más que cambiar su carácter y arrancar la
educación a la influencia de la clase dominante
Las declamaciones burguesas sobre la
familia y la educación, sobre los dulces lazos que unen a los padres con sus
hijos, resultan más repugnantes a medida que
la gran industria destruye todo vínculo de familia para el proletario y
transforma a los niños en simples artículos de comercio, en simples
instrumentos de trabajo.
¡Pero es que vosotros, los comunistas
queréis establecer la comunidad de las mujeres! —nos grita a coro toda la
burguesía.
Para el burgués, su mujer no es otra cosa
que instrumento de producción. Oye decir que los instrumentos de
producción deben ser de utilización
común, y, naturalmente, no puede por menos de pensar que las mujeres correrán la misma suerte de la
socialización.
No sospecha que se trata precisamente de
acabar con esa situación de la mujer como simple instrumento de producción.
Nada más grotesco, por otra parte, que el
horror ultramoral que inspira a nuestros burgueses la pretendida comunidad
oficial de las mujeres que atribuyen a los comunistas. Los comunistas no tienen
necesidad de introducir la comunidad de las mujeres: casi siempre ha existido.
Nuestros burgueses no satisfechos con
tener a su disposición las mujeres y las hijas de sus obreros, sin hablar de la
prostitución oficial, encuentran un placer singular en seducirse mutuamente las
esposas.
El matrimonio burgués es, en realidad, la
comunidad de las esposas. A lo sumo se podría acusar a los comunistas de querer
sustituir una comunidad de las mujeres hipócritamente disimulada, por una
comunidad franca y oficial. Es evidente, por otra parte, que la abolición de
las relaciones de producción actuales desaparecerá la comunidad de las mujeres
que de ellas se deriva, es decir, la prostitución oficial y no oficial. Se
acusa también a los comunistas de querer abolir la patria, la nacionalidad. Los
obreros no tienen patria, no se les puede arrebatar lo que no poseen. Mas,
cuanto que el proletariado debe en primer lugar conquistar el poder político,
elevarse a la condición de clase nacional*, constituirse en nación, todavía es
nacional aunque de ninguna manera en el sentido burgués. El aislamiento
nacional y los antagonismos entre los pueblos, desaparecen de día en día con el
desarrollo de la burguesía, la libertad de comercio y el mercado mundial, con
la uniformidad de la producción industrial y las condiciones de existencia que
le corresponden. El dominio del proletariado los hará desaparecer más de prisa
todavía, La acción común, al menos de los países civilizados, es una de las
primeras condiciones de su emancipación.
En la misma medida en que sea abolida la
explotación de una nación por otra.
Al mismo tiempo que el antagonismo de las
clases en el interior de las naciones, desaparecerá la hostilidad de las
naciones entre sí.
En cuanto a las acusaciones lanzadas
contra el comunismo, partiendo del punto de vista de la religión, de la
filosofía y de la ideología en general, no merecen un examen detallado.
¿Acaso no se necesita una gran
perspicacia para comprender que con toda modificación en las condiciones de
vida, en las relaciones sociales, en la existencia social, cambian también las
ideas, las nociones y las concepciones, en una palabra, la conciencia del ser
humano?
¿Qué demuestra la historia de las ideas
sino que la producción intelectual se transforma con la producción material?
Las ideas dominantes en cualquier época no han sido nunca más que las ideas de
la clase dominante.
Cuando se habla de ideas que revolucionan
toda una sociedad, se expresa solamente el hecho de que en el seno de la vieja
sociedad se han formado los elementos de una nueva, y la disolución de las
viejas ideas marcha a la par con la disolución de las antiguas condiciones de
vida.
En el ocaso del mundo antiguo, las viejas
religiones fueron vencidas por la religión cristiana. Cuando en el siglo XVIII
las ideas cristianas fueron vencidas por las ideas de la ilustración, la
sociedad feudal libraba una lucha a muerte contrala burguesía, por entonces
revolucionaria. Las ideas de libertad religiosa y de libertad de conciencia no
hicieron más que reflejar el reinado de la libre concurrencia en el dominio del
saber.
“Sin duda —se nos
dirá—, que las ideas religiosas, morales, filosóficas, jurídicas, etc., se han
ido modificando en el curso del desarrollo histórico. Pero la religión, la
moral, la filosofía, la política, el derecho se han mantenido siempre a través
de estas transformaciones.
Existen, además,
verdades eternas, tales como la libertad, la justicia, etc., que son comunes a
todo estado de la sociedad. Pero el comunismo quiere abolir estas verdades
eternas, quiere abolir la religión y la
moral, en lugar de darles una forma nueva, y por eso contradice todo el
desarrollo histórico anterior”.
¿A qué se reduce esta acusación? La
historia de todas las sociedades que han existido hasta hoy se desenvuelve en medio
de contradicciones de clase, de contradicciones que revisten formas diversas en
las diferentes épocas.
Pero cualquiera que haya sido la forma de
estas contradicciones, la explotación de una parte de la sociedad por la otra,
es un hecho común a todos los siglos anteriores. Por consiguiente no tiene nada
de asombroso que la conciencia social de todos los siglos, a despecho de toda
variedad y de toda diversidad, se haya movido siempre dentro de ciertas formas
comunes, dentro de unas formas —formas de conciencia—, que no desaparecerán
completamente más que con la desaparición de los antagonismos de clase.
La revolución comunista es la ruptura más
radical con las relaciones de propiedad tradicionales.
Pero dejemos aquí las objeciones hechas
por la burguesía al comunismo.
Como
ya hemos visto más arriba, el primer paso de la revolución obrera es la
elevación del proletariado a clase dominante, la conquista de la democracia.
El proletariado se valdrá de su
dominación política para ir arrancando gradualmente a la burguesía todo el
capital, para centralizar todos los
instrumentos de producción en manos del Estado, es decir, del proletariado como
clase dominante, y para aumentar con la mayor rapidez, posible la forma de las
fuerzas productivas.
Esto naturalmente, no podrá cumplirse al
principio más que por una violación despótica del derecho de propiedad y de las
relaciones burguesas de producción, es decir, por la adopción de medidas que
desde el punto de vista económico parecerán insuficientes e insostenibles, pero
que en el curso del movimiento se sobrepasarán a sí mismas* y serán
indispensables como medios para transformar radicalmente todo el modo de
producción.
Estas medidas, naturalmente serán
diferentes en los diversos países.
Sin embargo, en los países más avanzados
podrán ser puestas en práctica casi en todas partes las siguientes medidas:
1. Expropiación
de la propiedad territorial y empleo de la renta de la tierra para los gastos
del Estado.
2. Fuerte impuesto
progresivo.
3. Abolición del derecho
de herencia.
4. Confiscación de la
propiedad de todos los emigrados y sediciosos.
5. Centralización del
crédito en manos del Estado por medio de un Banco nacional con capital del Estado y monopolio
exclusivo.
6. Centralización en manos
del Estado de todos los medios de transporte.
7. Multiplicación de las
empresas fabriles pertenecientes al Estado y de los instrumentos de producción,
roturación de los terrenos incultos y mejoramiento de las tierras, según un
plan general.
8. Obligación de
trabajar para todos; organización de ejércitos industriales, particularmente
para la agricultura.
9. Combinación de
la agricultura y la industria; medidas encaminadas a hacer desaparecer
gradualmente la diferencia entre la ciudad y el campo*
10. Educación pública y
gratuita de todos los niños; abolición del trabajo de estos en las fábricas tal
como se practica hoy; régimen de educación combinado con la producción
material, etc., etc.
Una vez que en el curso del
desarrollo hayan desaparecido las diferencias de clase y se haya concentrado
toda la producción en manos de los individuos asociados, el poder público
perderá su carácter político. El poder político, hablando propiamente, es la
violencia organizada de una clase para la opresión de otra. Si en la lucha
contra la burguesía el proletariado se convierte indefectiblemente en clase
dominante y, en cuanto que clase dominante, suprime por la fuerza las viejas
relaciones de producción y de poder, suprime al mismo tiempo que estas
relaciones, las condiciones para la existencia de los antagonismos de clase.
Así, en sustitución de la antigua
sociedad burguesa, con sus clases y sus antagonismos de clase, surgirá una
asociación en que el libre desenvolvimiento de cada uno, será la condición del
libre desenvolvimiento de todos>>. (K. Marx: Op.
cit. Ed. “L’eina/1989. Pp. 50 a 60. Texto traducido del inglés por Jacobo Muñoz
Veiga). Cfr. con Versión
digitalizada.
IV) Vladimir Ilich Lenin: “Tesis e
informe sobre la democracia burguesa y la dictadura del proletariado.
Presentado al Congreso de la IIIa
Internacional.
Primera
publicación: En 1921, en
el libro "Primer Congreso de la Internacional Comunista. Actas",
Petrogrado.
Fuente: V. I. Lenin, Discursos pronunciados en los congresos de la
Internacional Comunista. Editorial Progreso, Moscú, s.f.
Digitalización: Juan
R. Fajardo, para el Marxists
Internet Archive (M.I.A.) en
enero de 2001.
1. El desarrollo del movimiento revolucionario del
proletariado en todos los países, ha hecho que la burguesía y sus agentes en las
organizaciones obreras, forcejeen convulsivamente con el fin de hallar
argumentos ideológico-políticos para defender la dominación de los
explotadores. Entre esos argumentos se esgrime particularmente la condenación
de la dictadura y la defensa de la democracia. La falsedad y la hipocresía de
este argumento, repetido en mil variantes por la prensa capitalista y en la
Conferencia de la Internacional amarilla de Berna [ 1], celebrada en febrero de
1919, son evidentes para todos los que no quieren hacer traición a los
principios elementales del socialismo.
2. Ante todo, ese argumento se basa en los conceptos de
"democracia en general" y "dictadura en general", sin
plantear la cuestión de qué clase se tiene presente. Ese planteamiento de la
cuestión al margen de las clases o por encima de ellas, ese planteamiento de la
cuestión desde el punto de vista —como dicen falsamente—- de todo el pueblo, es
una descarada mofa de la teoría principal del socialismo, a saber, de la teoría
de la lucha de clases, que los
socialistas que se han pasado al lado de la burguesía reconocen de palabra y
olvidan en la práctica. Porque en ningún país capitalista civilizado
existe la "democracia en general", pues lo que existe en ellos, los
capitalistas, es únicamente la democracia burguesa, y de lo que se trata no es
de la "democracia en general", sino de la dictadura de la clase
emancipada, o sea, del proletariado sobre los opresores y los explotadores, es
decir, sobre la burguesía, con el fin de vencer la resistencia que los
explotadores oponen en la lucha por su dominación.
3. La historia enseña que ninguna clase oprimida ha
llegado ni podría llegar a dominar sin un período de dictadura sobre ella, es
decir, sin conquistar el poder político y aplastar por la fuerza la resistencia
más desesperada de la burguesía, más rabiosa esa resistencia que no se detiene
ante ningún crimen, que siempre han opuesto los explotadores. La burguesía, cuya
dominación defienden hoy los socialistas, que hablan contra la "dictadura
en general" y se desgañitan defendiendo la "democracia en
general", conquistó el poder en los paises adelantados mediante una serie
de insurrecciones y guerras civiles, aplastando por la violencia a los reyes, a
los señores feudales, a los esclavistas y sus tentativas de restauración. En
sus libros y folletos, en las resoluciones de sus congresos y en sus discursos
de agitación, los socialistas de todos los países han explicado miles y
millones de veces al pueblo el carácter de clase explotadora de esas
revoluciones burguesas, de esa dictadura burguesa. Por eso, la defensa que hoy
hacen de la democracia burguesa, encubriéndose con sus discursos sobre la
"democracia en general", y los alaridos y voces que hoy lanzan contra
la dictadura del proletariado, encubriéndose con sus gritos sobre la
"dictadura en general", son una traición descarada al socialismo
revolucionario, el paso efectivo al lado de la burguesía, la negación del
derecho del proletariado a su revolución, a la revolución proletaria, la
defensa del reformismo burgués
en un período histórico en el que dicho reformismo ha fracasado en todo el
mundo y en que la guerra ha creado una situación revolucionaria.
4. Todos los socialistas, al explicar el carácter de
clase explotadora de la “civilización burguesa”, de la democracia burguesa, del
parlamentarismo burgués, han expresado el pensamiento que con la máxima
precisión científica formularon Marx y Engels al decir que la república
burguesa, aun la más democrática, no es más que una máquina para la opresión de
la clase obrera por la burguesía, de la masa de los trabajadores por un puñado
de capitalistas. No hay ni un solo revolucionario, ni un solo marxista de los
que hoy vociferan contra la dictadura y en favor de la democracia, que no haya
jurado ante los obreros por todo lo humano y lo divino, que reconoce ese axioma
fundamental del socialismo; pero ahora, cuando el proletariado revolucionario
empieza a agitarse y a ponerse en movimiento para destruir esa máquina de
opresión y para conquistar la dictadura proletaria, esos traidores al
socialismo presentan las cosas como si la burguesía hubiera hecho a los
trabajadores el don de la "democracia pura", como si la burguesía
hubiera renunciado a la resistencia y estuviese dispuesta a someterse a la
mayoría de los trabajadores, como si en la república democrática no hubiera
habido y no hubiese máquina estatal alguna para la opresión del trabajo por el
capital.
5. La Comuna de París, a la que de palabra honran todos
los que desean hacerse pasar por socialistas, porque saben que las masas
obreras simpatizan con ella ardiente y sinceramente, mostró con particular
evidencia el carácter históricamente condicionado y el limitado valor del parlamentarismo
burgués y la democracia burguesa, instituciones progresivas en alto grado en
comparación co el medievo, pero que exigen inevitablemente un cambio radical en
la época de la revolución proletaria. Precisamente Marx que aquilató mejor que
nadie la importancia histórica de la Comuna, mostró, al analizarla, el carácter
explotador de la democracia burguesa y del parlamentarismo burgués, bajo los
cuales las clases oprimidas tienen el derecho de decidir una vez cada
determinado número de años, qué miembros de las clases poseedoras han de
"representar y aplastar" (ver- und zertreten al pueblo en el
Parlamento. Precisamente ahora, cuando el movimiento soviético, extendiéndose a
todo el mundo, continúa a la vista de todos la causa de la Comuna, los traidores
al socialismo olvidan la experiencia concreta y las enseñanzas concretas de la
Comuna de París, repitiendo la vieja cantinela burguesa de la "democracia
en general". La Comuna no fue una institución parlamentaria.
6. La importancia de la Comuna consiste, además, en que
hizo un intento de aniquilar, destruir hasta los cimientos el aparato del
Estado burgués, burocrático, judicial, militar y policíaco, sustituyéndolo con
una organización autónoma de las masas obreras que no conocía la división entre
el poder legislativo y el ejecutivo. Todas las repúblicas democráticas
burguesas contemporáneas, comprendida la alemana, a la que los traidores al
socialismo, mofándose de la verdad, llaman república proletaria, conservan ese
aparato estatal. Por tanto, se confirma una y otra vez con toda evidencia, que
los gritos en defensa de la "democracia en general" son de hecho
defensa de la burguesía y de sus privilegios de explotación.
7. La "libertad de reunión puede ser tomada como
modelo de las reivindicaciones de la "democracia pura." Cada obrero
consciente que no haya roto con su clase comprenderá en seguida que sería una
estupidez prometer la libertad de reunión a los explotadores en un período y en
una situación en que los explotadores se resisten a su derrocamiento y
defienden sus privilegios. La burguesía, cuando era revolucionaria, ni en la
Inglaterra de 1649 ni en la Francia de 1793 dió "libertad de reunión"
a los monárquicos y los nobles, que llamaban en su ayuda a tropas extranjeras y
"se reunían" para organizar intentonas de restauración. Si la
burguesía actual, que hace ya mucho que es reaccionaria, exige del proletariado
que éste le garantice de antemano la "libertad de reunión para los
explotadores, sea cual fuere la resistencia que presten los capitalistas a su
expropiación, los obreros no podrán sino reírse del fariseísmo de la burguesía.
Por
otra parte, los obreros saben perfectamente que la "libertad de
reunión" es, incluso en la república burguesa más democrática, una frase
vacía, ya que los ricos poseen todos los mejores locales sociales y privados,
así como bastante tiempo libre para sus reuniones, que son protegidas por el
aparato burgués de poder. Los proletarios de la ciudad y el campo, así como los
pequeños campesinos, es decir, la mayoría gigantesca de la población, no
cuentan con nada de eso. Mientras las cosas sigan así, la "igualdad",
es decir, la "democracia pura", sería un engaño. Para conquistar la
verdadera igualdad, para dar vida a la democracia para los trabajadores, hay
que quitar primero a los explotadores todos los locales sociales y sus lujosas
casas privadas, hay que dar primero tiempo libre a los trabajadores, es
necesario que la libertad de sus reuniones la defiendan los obreros armados, y
no señoritos de la nobleza ni oficiales hijos de capitalistas mandando a
soldados que son instrumentos ciegos.
Sólo
después de tal cambio se podrá hablar de libertad de reunión e igualdad sin
mofarse de los obreros, de los trabajadores, de los pobres. Pero ese cambio
sólo puede realizarlo la vanguardia de los trabajadores, el proletariado, que
derroca a los explotadores, a la burguesía.
8. La "libertad de imprenta" es asimismo una
de las principales consignas de la "democracia pura". Los obreros
saben también, y los socialistas de todos los paises lo han reconocido millones
de veces, que esa libertad será un engaño mientras las mejores imprentas y
grandísimas reservas de papel se hallen en manos de los capitalistas y mientras
exista el poder del capital sobre la prensa, poder que se manifiesta en todo el
mundo con tanta mayor claridad, nitidez y cinismo cuanto más desarrollados se
hallan la democracia y el régimen republicano, como ocurre, por ejemplo, en
Norteamérica. A fin de conquistar la igualdad efectiva y la verdadera
democracia para los trabajadores, para los obreros y los campesinos, hay que
quitar primero al capital la posibilidad de contratar a escritores, comprar las
editoriales y sobornar a la prensa, y para ello es necesario derrocar el yugo
del capital, derrocar a los explotadores y aplastar su resistencia. Los
capitalistas siempre han llamado "libertad" a la libertad de lucro
para los ricos, a la libertad de morirse de hambre para los obreros. Los
capitalistas llaman libertad de imprenta a la libertad de soborno de la prensa
por los ricos, a la libertad de utilizar la riqueza para fabricar y falsear la
llamada opinión pública. Los defensores de la "democracia pura"
también se manifiestan de hecho en este caso como defensores del más inmundo y
venal sistema de dominio de los ricos sobre los medios de ilustración de las
masas, resultan ser embusteros que engañan al pueblo y que con frases bonitas,
bellas y falsas hasta la médula distraen de la tarea histórica concreta de
liberar a la prensa de su sojuzgamiento por el capital. Libertad e igualdad
verdaderas será el orden de cosas que están instaurando los comunistas, y en él
será imposible enriquecerse a costa de otros, no habrá posibilidad objetiva de
someter directa o indirectamente la prensa al poder del dinero, no habrá
obstáculo para que cada trabajador (o grupo de trabajadores, sea cual fuere su
número) posea y ejerza el derecho igual de utilizar las imprentas y el papel
que pertenecerán a la sociedad.
9. La historia de los siglos XIX y XX nos ha mostrado ya
antes de la guerra qué es de hecho la cacareada "democracia pura"
bajo el capitalismo. Los marxistas siempre han dicho que cuanto más
desarrollada y más "pura" es la democracia, tanto más franca, aguda e
implacable se hace la lucha de clases, tanto más "puras" se
manifiestan la opresión por el capital y la dictadura de la burguesía. E1
asunto Dreyfus en la Francia republicana, las sangrientas represalias de los
destacamentos mercenarios, armados por los capitalistas, contra los huelguistas
en la libre y democrática República de Norteamérica, estos hechos y miles de
otros análogos demuestran la verdad que la burguesía trata en vano de ocultar,
o sea, que en las repúblicas más democráticas imperan de hecho el terror y la
dictadura de la burguesía, ue se manifiestan abiertamente n cuanto a los
explotadores les parece que el poder del capital se tambalea.
10. La guerra imperialista de 1914-1918
ha revelado definitivamente hasta a los obreros atrasados el verdadero carácter
de la democracia burguesa, que es, incluso en las repúblicas más libres, una
dictadura de la burguesía. En aras del enriquecimiento del grupo alemán o
inglés de millonarios y multimillonarios perecieron decenas de millones de
hombres, y en las repúblicas más libres se instauró la dictadura militar de la
burguesía. Esta dictadura militar sigue en pie en los países de la Entente
incluso después de la derrota de Alemania. Precisamente la guerra es lo que más
ha abierto los ojos a los trabajadores; ha arrancado sus falsas flores a la
democracia burguesa y ha mostrado al pueblo cuán monstruosos han sido la
especulación y el lucro durante la guerra y con motivo de la guerra. En nombre
de "la libertad y la igualdad" llevó esa guerra la burguesía, en
nombre de "la libertad y la igualdad" se han enriquecido
inauditamente los mercaderes de la guerra. Ningún esfuerzo de la Internacional
amarilla de Berna podrá ocultar a las masas el carácter explotador, hoy
definitivamente desenmascarado, de la libertad burguesa, de la igualdad
burguesa, de la democracia burguesa.
11. En el país capitalista más
desarrollado del continente europeo, en Alemania, los primeros meses de plena
libertad republicana, traída por la derrota de la Alemania imperialista, han
mostrado a los obreros alemanes y a todo el mundo cuál es la verdadera esencia
de clase de la república democrática burguesa. El asesinato de Carlos
Liebknecht y Rosa Luxemburgo no sólo es un acontecimiento de importancia
histórica mundial porque hayan perecido trágicamente los jefes y bríllantísimas
personalidades de la Internacional Comunista, Internacional verdaderamente
proletaria, sino también porque se ha puesto de manifiesto con toda plenitud la
esencia de clase de un Estado adelantado de Europa, de un Estado —puede
afirmarse sin incurrir en exageración— adelantado entre todos los Estados del
mundo. El hecho de que los detenidos, es decir, gente que el poder del Estado
ha tomado bajo su custodia, hayan podido ser asesinados impunemente por
oficiales y capitalistas, gobernando el país los socialpatriotas, evidencia que
la república democrática en que ha sido posible tal cosa es una dictadura de la
burguesía. La gente que expresa su indignación ante el asesinato de Carlos
Liebknecht y Rosa Luxemburgo, pero no comprende esta verdad, pone de manifiesto
o bien pocas luces o bien su hipocresía. La libertad en una de las repúblicas
más libres y adelantadas del mundo en la república alemana, es la libertad de
asesinar impunemente a los jefes del proletariado detenidos. Y no puede ser de
otro modo mientras se mantenga el capitalismo pues el desarrollo de la
democracia no embota, sino que agudiza la lucha de clases, que en virtud de
todos los resultados e influjos de la guerra y de sus consecuencias ha
alcanzado el punto de ebullición.
En todo
el mundo civilizado se deporta hoy a los bolcheviques, se les persigue, se les
encarcela, como ha ocurrido en Suiza, una de las repúblicas burguesas más
libres; en Norteamérica se organizan contra ellos pogromos, etc. Desde el punto
de vista de la "democracia en general" o de la "democracia
pura" es verdaderamente ridículo que países adelantados, civilizados,
democráticos, armados hasta los dientes, teman la presencia en ellos de un
puñado de personas de la atrasada, hambrienta y arruinada Rusia, a la que en
decenas de millones de ejemplares los periódicos burgueses tildan de salvaje,
criminal, etc. Está claro que la situación social que ha podido engendrar tan
flagrante contradicción es, de hecho, la dictadura de la burguesía.
12. Con tal estado de cosas, la
dictadura del proletariado no sólo es por completo legítima, como medio para
derrocar a los explotadores y aplastar su resistencia, sino también
absolutamente necesaria para toda la masa trabajadora como única defensa contra
la dictadura de la burguesía, que ha llevado a la guerra y está gestando nuevas
matanzas.
Lo
principal entre lo que no comprenden los socialistas —y de aquí su miopía
teórica, su cautiverio en poder de los prejuicios burgueses y su traición
política al proletariado— es que en la sociedad capitalista, cuando la lucha de
clases inherente a ella experimenta una agudización más o menos seria, no puede
haber nada intermedio, nada que no sea la dictadura de la burguesía o la
dictadura del proletariado. Todo sueño en una tercera solución es un
reaccionario gimoteo de pequeño burgués. Así lo evidencian tanto la experiencia
de más de cien años de desarrollo de la democracia burguesa y del movimiento
obrero en todos los países adelantados como, particularmente, la experiencia
del último lustro. Así lo dice también toda ciencia de la economía política,
todo el contenido del marxismo, que esclarece la inevitabilidad económica de la
dictadura de la burguesía en toda economía mercantil, burguesía que nadie puede
sustituir de no ser la clase que está siendo desarrollada, multiplicada, unida
y fortalecida por el propio desarrollo del capitalismo, es decir, la clase de
los proletarios.
13. Otro error teórico y político de
los socialistas consiste en que no comprenden que las formas de la democracia
han ido cambiando inevitablemente en el transcurso de los milenios, empezando
por sus embriones en la antigüedad, a medida que una clase dominante iba siendo
sustituida por otra. En las antiguas repúblicas de Grecia, en las ciudades del
medievo, en los países capitalistas adelantados, la democracia tiene distintas
formas y se aplica en grado distinto. Sería una solemne necedad creer que la
revolución más profunda en la historia de la humanidad, el paso del poder de
manos de la minoría explotadora a manos de la mayoría explotada —paso que se
observa por primera vez en el mundo— puede producirse en el viejo marco de la
vieja democracia burguesa, parlamentaria, sin los cambios más radicales, sin
crear nuevas formas de democracia, nuevas instituciones que encarnen las nuevas
condiciones de su aplicación, etc.
14. Lo que tiene de común la dictadura del proletariado
con la dictadura de las otras clases es que está motivada, como toda otra
dictadura, por la necesidad de aplastar por la fuerza la resistencia de la
clase que pierde la dominación política. La diferencia radical entre la
dictadura del proletariado y la dictadura de las otras clases —la dictadura de
los terratenientes en la Edad Medía, la dictadura de la burguesía en todos los
países capitalistas civilizados— consiste en que la dictadura de los
terratenientes y la burguesía ha sido el aplastamiento por la violencia de la
resistencia ofrecida por la inmensa mayoría de la población, concretamente por
los trabajadores. La dictadura del proletariado, por el contrario, es el
aplastamiento por la violencia de la resistencia que ofrecen los explotadores,
es decir, la minoría ínfima de la población, los terratenientes y los
capitalistas.
De aquí
dimana, a su vez, que la dictadura del proletariado no sólo debía traer consigo
inevitablemente el cambio de las formas y las instituciones de la democracia,
hablando en general, sino precisamente un cambio que diese una extensión sin
precedente en el mundo al goce efectivo de la democracia por los hombres que el
capitalismo oprimiera, por las clases trabajadoras.
En
efecto, esa forma de la dictadura del proletariado que ha sido ya forjada de
hecho —el Poder soviético en Rusia, el Räte~System en Alemania, los Shop
Stewards Committees y otras instituciones soviéticas análogas en otros
países— todas ellas significan y son precisamente para las clases trabajadoras,
o sea para la inmensa mayoría de la población, una posibilidad efectiva, real,
de gozar de las libertades y los derechos democráticos, posibilidad que nunca
ha existido, ni siquiera aproximadamente, en las repúblicas burguesas mejores y
más democráticas.
La
esencia del Poder soviético consiste en que la base permanente y única de todo
el poder estatal, de todo el aparato del Estado, es la organización de masas
precisamente de las clases que eran oprimidas por el capitalismo, es decir, de
los obreros y los semiproletarios (los campesinos que no explotan trabajo ajeno
y que recurren constantemente a la venta, aunque sólo sea en parte, de su
fuerza de trabajo). Precisamente las masas que hasta en las repúblicas
burguesas más democráticas, aunque con arreglo a la ley sean iguales en
derechos, de hecho, por medio de procedimientos y artimañas, se han visto
apartadas de la participación en la vida política y del goce de los derechos y
libertades democráticos, tienen hoy necesariamente una participación constante
y, además, decisiva en la dirección democrática del Estado.
15. La igualdad de los ciudadanos
independientemente de su sexo, religión, raza y nacionalidad, que la democracia
burguesa ha prometido siempre y en todas partes, pero que no ha dado en ningún
sitio ni ha podido dar debido a la dominación del capitalismo, la realiza
inmediatamente y con toda plenitud el Poder soviético, o sea, la dictadura del
proletariado, pues eso únicamente puede hacerlo el poder de los obreros, que no
están interesados en la propiedad privada sobre los medios de producción ni en
la lucha por repartirlos una y otra vez.
16. La vieja democracia, es decir, la
democracia burguesa y el parlamentarismo fueron organizados de tal modo, que
precisamente las masas trabajadoras se vieran más apartadas que nadie del
aparato de gobernación. El Poder soviético, es decir la dictadura del
proletariado está organizado por el contrario de modo que acerca a las masas
trabajadoras al aparato de gobernación. El mismo fin persigue la unión del
poder legislativo y el poder ejecutivo en la organización soviética del Estado
y la sustitución de las circunscripciones electorales territoriales por
entidades de producción, como son las fábricas.
17. El ejército ha sido un aparato de
opresión no sólo en las monarquías. Sigue siéndolo también en todas las
repúblicas burguesas, incluso en las más democráticas. Sólo el Poder soviético,
organización estatal permanente precisamente de las clases oprimidas antes por
el capitalismo, está en condiciones de acabar con la subordinación del ejército
al mando burgués y de fundir efectivamente al proletariado con el ejército, de
llevar efectivamente a cabo el armamento del proletariado y el desarme de la
burguesía, sin lo que es imposible la victoria del socialismo.
18. La organización soviética del
Estado está adaptada al papel dirigente del proletariado, la clase más
concentrada e ilustrada por el capitalismo. La experiencia de todas las revoluciones
y de todos los movimientos de las clases oprimidas y la experiencia del
movimiento socialista mundial nos enseñan que sólo el proletariado es capaz de
reunir y llevar tras de sí a las capas dispersas y atrasadas de la población
trabajadora y explotada.
19. Sólo la organización soviética del
Estado puede en realidad demoler de golpe y destruir definitivamente el viejo
aparato> es decir, el aparato burocrático y judicial burgués, que se ha
mantenido y debía inevitablemente mantenerse bajo el capitalismo, incluso en
las repúblicas más democráticas, siendo, de hecho, la mayor traba para la
realización de la democracia para los obreros y los trabajadores. La Comuna de
Paris dio el primer paso de importancia histórica mundial por ese camino, y el
Poder soviético, el segundo.
20. La destrucción del poder del Estado
es un fin que se han planteado todos los socialistas, entre ellos, y a la
cabeza de ellos, Marx. La verdadera democracia, es decir, la igualdad y la
libertad, es irrealizable si no se alcanza ese fin. Pero a él sólo lleva
prácticamente la democracia soviética, o proletaria, pues, al incorporar las
organizaciones de masas de los trabajadores a la gobernación permanente e
ineludible del Estado, empieza a preparar inmediatamente la extinción completa
de todo Estado.
21. La bancarrota absoluta de los socialistas que se han
reunido en Berna, su absoluta incomprensión de la nueva democracia, es decir,
de la democracia proletaria, se ve particularmente en lo que sigue. El 10 de
febrero de 1919, Branting cerró en Berna la Conferencia de la Internacional
amarilla. El 11 de febrero del mismo año, Die Freiheit, periódico que
editan en Berlín los adeptos de dicha Internacional, publicó un llamamiento del
partido de los "independientes al proletariado. En este llamamiento se
reconoce el carácter burgués del Gobierno Scheidemann, se reprocha a éste el
deseo de abolir los Soviets, a los que se llama Täger und Schützer der
Revolution —portadores y defensores de la revolución— y se propone
legalizar los Soviets, concederles derechos estatales, concederles el derecho
de suspender las decisiones de la Asamblea Nacional, sometiéndolas a votación
de todo el pueblo.
Esa
propuesta es la plena bancarrota ideológica de los teóricos que defendían la
democracia y no comprendían su carácter burgués. La ridícula tentativa de unir
el sistema de los Soviets, es decir, la dictadura del proletariado, con la
Asamblea Nacional, es decir, la dictadura de la burguesía, desenmascara por
completo la indigencia mental de los socialistas y socialdemócratas amarillos,
su carácter político reaccionario, propio de pequeños burgueses, y sus cobardes
concesiones a la fuerza, en crecimiento incontenible, de la nueva democracia,
de la democracia proletaria.
22. Al condenar el bolchevismo, la mayoría de la
Internacional amarilla de Berna, que no se ha atrevido a votar formalmente la
correspondiente resolución por miedo a las masas obreras, ha procedido
acertadamente desde el punto de vista de clase. Precisamente esta mayoría se
solidariza por entero con los mencheviques y los socialistas revolucionarios
rusos y con los Scheidemann en Alemania. Los mencheviques y los
socialrevolucionarios rusos, al quejarse de que los bolcheviques los persiguen,
intentan ocultar que eso ocurre porque participan en la guerra civil al lado de
la burguesía, contra el proletariado. De la misma manera, los Scheidemann y su
partido han demostrado ya en Alemania que participan de la misma manera en la
guerra civil al lado de la burguesía, contra los obreros.
Es
completamente natural, por ello, que la mayoría de los hombres de la
Internacional amarilla de Berna se haya pronunciado por la condenación de los
bolcheviques. Eso no ha sido la defensa de la "democracia pura", sino
la autodefensa de gentes que saben y perciben que en la guerra civil se
encuentran al lado de la burguesía, contra el proletariado.
Por
eso, desde el punto de vista de clase, no puede por menos de reconocerse
acertada la decisión de la mayoría de la Internacional amarilla. El
proletariado debe afrontar sin temor a la verdad y sacar de ello todas las
conclusiones políticas pertinentes.
Camaradas:
Yo quisiera añadir alguna cosa más a los dos últimos puntos. Creo que los
camaradas que deben informarnos de la Conferencia de Berna nos hablarán de ello
con mayor detalle.
En toda
la Conferencia de Berna no se ha dicho ni una sola palabra sobre la importancia
del Poder soviético. En Rusia llevamos ya dos años discutiendo esta cuestión.
En abril de 1917, en la Conferencia del partido, planteamos ya teórica y
políticamente la cuestión "¿Qué es el Poder soviético, cuál es su
contenido, en qué consiste su importancia histórica?" Llevamos casi dos
años discutiendo esta cuestión, y en el Congreso de nuestro partido hemos
adoptado una resolución al respecto [2].
El Freiheit,
de Berlín, publicó el 11 de febrero un llamamiento al proletariado alemán,
firmado no sólo por los líderes de los socialdemócratas independientes de
Alemania, sino también por todos los miembros de su minoría parlamentaria. En
agosto de 1918, el mayor teórico de los independientes, Kautsky, declaró en su
folleto La dictadura del proletariado que era partidario de la
democracia y de los organismos soviéticos, pero que los Soviets debían tener
únicamente un carácter de gestión económica y no debían reconocerse, de ningún
modo, como organizaciones estatales. Kautsky repite lo mismo en los números de Freiheit
del 11 de noviembre y del 12 de enero. El 9 de febrero apareció un artículo de
Rudolf Hilferding, también considerado como una gran autoridad teórica de la II
Internacional. Hilferding propone unir el sistema de los Soviets con la
Asamblea Nacional por vía jurídica, a través de la 1egislación del Estado. Eso
ocurrió el 9 de febrero. El 11 del mismo mes, dicha propuesta fue aceptada por
todo el partido de los independientes y publicada en forma de llamamiento.
A pesar
que la Asamblea Nacional ya existe, incluso después de que la "democracia
pura" ya es un hecho y que los mayores teóricos de los socialdemócratas
independientes han declarado que las organizaciones soviéticas no deben ser
organizaciones estatales, ¡a pesar de todo eso, vuelven a vacilar! Ello
demuestra que, en realidad, esos señores no han comprendido nada del nuevo
movimiento ni de las condiciones de su lucha. Pero, además, Demuestra otra
cosa: que debe haber condiciones, causas que motiven esa vacilación. Después de
todos estos acontecimientos, después de casi dos años de revolución triunfante
en Rusia, cuando se nos ofrecen resoluciones como Las adoptadas en la
Conferencia de Berna, en las que no se dice nada de los Soviets ni de su
importancia; cuando vemos que en esa Conferencia ningún delegado ha dicho
siquiera una palabra sobre el particular en sus discursos, podemos afirmar con
todo derecho que como socialistas y como teóricos, todos esos señores han
muerto para nosotros.
Pero
prácticamente desde el punto de vista de la política, eso es camaradas una
demostración de que entre las masas se está produciendo un gran viraje, pues,
de otro modo, esos independientes que estaban en teoría y por Principio contra
estas organizaciones estatales, no hubieran propuesto de buenas a primeras una
necedad como es unir "pacíficamente" la Asamblea Nacional con el
sistema de los Soviets, es decir, unir la dictadura de la burguesía con la
dictadura del proletariado. Somos testigos de que todos ellos están en
bancarrota como socialistas y como teóricos y del enorme cambio que se está
produciendo en las masas. ¡Las masas atrasadas del proletariado alemán se
acercan a nosotros, se han unido a nosotros! Por tanto, la importancia del
Partido Socialdemócrata Independiente de Alemania, lo mejor de la Conferencia
de Berna, es, desde el punto de vista de la teoría y del socialismo, igual a
cero; sin embargo, continúa teniendo cierta importancia, y consiste ésta en que
esos elementos vacilantes nos sirven de indicador del estado de ánimo de los
sectores atrasados del proletariado. En eso, a mi entender, reside la
grandísima importancia histórica de esa Conferencia. Nosotros hemos vivido algo
parecido en nuestra revolución. Nuestros mencheviques recorrieron casi
exactamente el mismo camino de desarrollo que los teóricos de los
independientes en Alemania. Al principio, cuando tenían la mayoría en los
Soviets, se pronunciaban por éstos. Entonces no se oía más que gritar:
"¡Vivan los Soviets!" "¡Por los Soviets!" "¡Los
Soviets son la democracia revolucionaria!" Cuando los bolcheviques
conquistamos la mayoría en los Soviets, entonaron otra canción, diciendo que
los Soviets no debían existir paralelamente a la Asamblea Constituyente; y
distintos teóricos mencheviques hacían propuestas casi idénticas, como la de
unir el sistema de los Soviets con la Asamblea Constituyente e incluirlos en la
organización estatal. Esto revela, una vez más, que el curso general de la
revolución proletaria es igual en todo el mundo. Primero la formación
espontánea de los Soviets, luego su extensión y desarrollo, más tarde se
plantea prácticamente la cuestión: Soviets o Asamblea Nacional, o Asamblea
Constituyente, o parlamentarismo burgués; completo desconcierto entre los
líderes y, por último, la revolución proletaria. Pero yo creo que después de
casi dos años de revolución no debemos plantear la cuestión así, sino que
debemos tomar acuerdos concretos, ya que la extensión del sistema de los
Soviets es para nosotros, y particularmente para la mayoría de los países de
Europa Occidental, la más importante de las tareas.
Quisiera
citar aquí una resolución, una sola resolución de los mencheviques. Pedí al
camarada Obolenski que la tradujera al alemán. Me prometi6 que lo haría, pero,
desgraciadamente, no está aquí. Trataré de reproduciría de memoria, pues no
tengo a mano el texto íntegro.
A un extranjero
que no haya oído nada del bolchevismo le será muy difícil hacerse una idea de
nuestras cuestiones litigiosas. Todo lo que afirman los bolcheviques lo
discuten los mencheviques, y viceversa. Naturalmente, en tiempos de lucha no
puede ser de otro modo, por ello tiene gran importancia que la última
Conferencia del partido de los mencheviques, celebrada en diciembre de 1918,
aprobara una extensa y detallada resolución, que fue publicada íntegra en la Gazeta
Pechátnikov, periódico menchevique. En esa resolución, los propios
mencheviques exponen concisamente la historia de la lucha de clases y de la
guerra civil. La resolución dice que ellos condenan a los grupos de su partido
que están aliados a las clases poseedoras en los Urales, en el Sur, en Crimea y
en Georgia, y se enumeran estas zonas. La resolución condena a los grupos del
partido menchevique que, aliados a las clases poseedoras han luchado contra el
Poder soviético; el último punto condena también a los que se han pasado a los
comunistas. De aquí se desprende que los mencheviques se ven obligados a
confesar que en su partido no hay unidad y que están unos al lado de la
burguesía y otros al lado del proletariado. La mayor parte de los mencheviques
se pasó al lado de la burguesía y durante la guerra civil combatió contra
nosotros. Naturalmente nosotros perseguimos a los mencheviques e incluso los
fusilamos, cuando participan en la guerra que se nos hace, combaten contra
nuestro Ejército Rojo y fusilan a nuestros jefes militares rojos. A la guerra de
la burguesía respondimos con la guerra del proletariado: no puede haber otra
salida. Así, pues, desde el punto de vista político todo eso no es más que
hipocresía menchevique. Históricamente no se comprende como en la Confererencia
de Berna, hombres que no han sido declarados dementes oficialmente, pudieron,
por encargo de los mencheviques y los social-revolucionarios, hablar de la
lucha de los bolcheviques contra ellos, pero silenciar que ellos, unidos a la
burguesía, luchan contra el proletariado.
Todos
ellos nos atacan encarnizadamente pues nosotros los perseguimos. Eso es cierto.
¡Pero no dicen ni una sola palabra sobre su participación en la guerra civil!
Creo que debo facilitar para el acta el texto íntegro de la resolución, y ruego
a los camaradas extranjeros que le presten atención, pues es un documento
histórico que plantea acertadamente el problema y ofrece los mejores elementos
de juicio para apreciar el litigio entre las tendencias "socialistas"
en Rusia. Entre el proletariado y la burguesía existe gente que ora se clina a
un lado, ora al otro; así ha sido siempre en todas las revoluciones y es
absolutamente imposible que en la sociedad capitalista donde el proletariado y
la burguesía forman dos campos hostiles, no existan entre ellos capas intermedias.
La existencia de esos elementos vacilantes es históricamente inevitable, y,
desgraciadamente, esos elementos, que no saben ellos mismos al lado de quién
van a luchar mañana, seguirán existiendo mucho tiempo todavía.
Quiero hacer una propuesta práctica, que consiste en que
aprobemos una resolución en la que deben destacarse especialmente tres puntos.
Primero: Una de las tareas más importantes para los camaradas
de los países de Europa Occidental, consiste en aclarar a las masas la
significación, la importancia y la necesidad del sistema de los Soviets. Se
observa que no existe la suficiente comprensión de este problema. Si bien es
verdad que Kautsky e Hilferding han fracasado como teóricos, los últimos artículos
publicados en Freiheit demuestran, sin embargo, que reflejan fielmente el
estado de ánimo de las capas atrasadas del proletariado alemán. En Rusia pasó
lo mismo: en los primeros ocho meses de la revolución rusa, el problema de la
organización soviética se discuti6 muchísimo, y para los obreros no estaba
claro en qué consistía el nuevo sistema ni si se podría formar el aparato del Estado
a base de los Soviets. En nuestra revolución, nosotros no avanzamos por el
camino de la teoría, sino por el camino de la práctica. Por ejemplo, la
cuestión de la Asamblea Constituyente no la planteábamos antes teóricamente y
no decíamos que no reconocíamos la Asamblea Constituyente. Sólo más tarde,
cuando las organizaciones soviéticas se extendieron por todo el país y
conquistaron el poder político, fue cuando nos resolvimos a disolver la
Asamblea Constituyente. Ahora vemos que en Hungría y Suiza, la cuestión se
plantea de modo mucho más agudo. De una parte, eso está muy bien, pues nos da
la firme seguridad de que la revolución avanza más rápidamente en los países de
Europa Occidental y nos traerá grandes victorias. De otra parte, ello encierra
cierto peligro: concretamente el de que la lucha sea tan vertiginosa, que la
conciencia de las masas obreras quede a la zaga del desarrollo. Incluso ahora,
la importancia del sistema de los Soviets no está todavía clara para grandes
masas de obreros alemanes instruidos políticamente, pues han sido educados en
el espíritu del parlamentarismo y en los prejuicios burgueses.
Segundo: Sobre la extensión del sistema de los Soviets. Las
noticias de la rapidez con que se propaga la idea de los Soviets en Alemania e
incluso en Inglaterra son para nosotros una importantísima demostración de que
la revolución proletaria ha de vencer. Únicamente por breve tiempo puede
detenerse su marcha. Otra cosa es cuando los camaradas [M.] Albert y [Federico]
Platten nos declaran que entre los obreros agrícolas y los pequeños campesinos
de sus aldeas apenas si hay Soviets. He leído en Rote Fahne un artículo
contras los Soviets campesinos, pero, muy acertadamente, en favor de los
Soviets de jornaleros y campesinos pobres [3]. La burguesía y sus lacayos,
como Scheidemann y Cía., ya han lanzado la consigna de Soviets campesinos. Pero
lo que necesitamos nosotros son Soviets de jornaleros y campesinos pobres. Sin
embargo por los informes de los camaradas Albert, Platten y otros colegimos
que, excepto en Hungría, se hace muy poco desgraciadamente para la propagación
del sistema soviético en el campo. En ello reside, quizá, el peligro, aun real
y bastante considerable, de que el proletariado alemán no pueda conquistar la
victoria segura. La victoria podrá considerarse garantizada únicamente cuando
no solo estén organizados los obreros de la ciudad, sino también los
proletarios del campo, y, además, no organizados como antes, en sindicatos y
cooperativas, sino en Soviets. A nosotros nos fue más fácil conseguir la
victoria porque en octubre de 1917 marchábamos con el campesinado, con todo el
campesinado. En este sentido, nuestra revolución era entonces burguesa. El
primer paso de nuestro Gobierno proletario fue reconocer en la ley, promulgada
por él al día siguiente de la revolución, el 26 de octubre de 1917 (según el
viejo calendario), las viejas reivindicaciones de todo el campesinado,
expresadas ya bajo Kerenski por los Soviets campesinos y las asambleas rurales.
En eso consistía nuestra fuerza, por eso nos fue tan fácil conquistar una
mayoría aplastante. Para el campo, nuestra revolución continuaba siendo una
revolución burguesa. Y solo mas tarde, al cabo de
seis meses, nos vimos obligados en el marco de la organización del Estado, a
comenzar en las aldeas la lucha de clases, a instituir en cada aldea comités de
campesinos pobres, de semiproletarios, y a luchar sistemáticamente contra la
burguesía rural. En Rusia eso fue inevitable, dado su atraso. En Europa
Occidental las cosas se producirán de modo diferente y por eso debemos subrayar
que es absolutamente necesaria la propagación del sistema de los Soviets, en
formas pertinentes, quizás nuevas, también entre la población rural.
Tercero: Debemos decir que la conquista de una mayoría
comunista en los Soviets constituye la tarea fundamental en todos los países en
los que el Poder soviético aún no ha vencido. Nuestra comisión redactora de las
resoluciones discutió ayer este problema. Quizás otros camaradas hablen todavía
de ello, pero yo quisiera proponer que estos tres puntos se adopten como
resolución especial. Naturalmente, no estamos en condiciones de prescribir el
camino que ha de seguir el desarrollo. Es muy probable que la revolución llegue
muy pronto en muchos países de Europa Occidental, pero nosotros, como parte
organizada de la clase obrera, como partido, tendemos y debemos tender a lograr
la mayoría en los Soviets. Entonces estará garantizada nuestra victoria, y no
habrá fuerza capaz de emprender nada contra la revolución comunista. De otro
modo, la victoria no se conseguirá tan fácilmente ni será duradera. Así, pues,
yo quisiera proponer que se aprueben estos tres puntos como resolución especial.
V) NOTAS
1. Del 3 al 10 de febrero de 1919, en
Berna —Suiza—, se celebró la primera conferencia de partidos chovinistas y centristas
con la intención de reconstituir la II Internacional después de su bancarrota
durante la I Guerra Mundial. El problema principal que se discutió en la
conferencia fue el de la democracia y la dictadura. En la resolución aprobada
por los delegados, se aplaude la revolución en Rusia, Alemania y Hungría, a la
vez que se condena la dictadura del proletariado y se elogia la democracia
burguesa.]
2. Lenin hace referencia al acuerdo
del VII Congreso Extraordinario del Partido Comunista (bolcheviques) de Rusia,
realizado del 6 al 8 de marzo de 1918, sobre el cambio de nombre del partido y
su programa.
Ver: "Informe sobre
la revisión del programa y el cambio de nombre del partido. 8 de marzo."
en V. I. Lenin, Discursos pronunciados en los congresos del Partido (1918 -
1922) (Moscú: Editorial Progreso, 1976), págs. 38-51. Correspondiente a las
págs. 102-114 del T. 27 de las Obras Completas.
3. Lenin alude al artículo de Rosa
Luxemburgo, "Der Anfang" ("El comienzo"), en el núm.
3, 18 de noviembre de 1918, de Die Rote Fahne ("La Bandera
Roja"), periódico central de los espartaquista y, más tarde, órgano
central del Partido Comunista de Alemania.
Para volver al comienzo pulse aquí.
VI) ¿Hungría se derrumba?
Por Robert Kurz:
La economía de guerra alemana y el socialismo de
Estado.
Sociologismo de lucha de clases y cobertura formal
burguesa.
La ilusión estatal-socialista se encuentra de modo
paradigmático en Lenin, quien tomó el Estado planificado de economía de guerra
del imperio alemán, como modelo de la naciente economía soviética, con la única
condición de que un poder social de otro tipo se sirviera de él. Es famoso su
aplauso al correo alemán, como modelo organizativo para una organización
socialista de la sociedad, en su obra “El
estado y la revolución”,
escrita a finales del verano de 1917:
Un paso más avanza Lenin en el artículo «Sobre el infantilismo "de
izquierda" y la condición de pequeño-burgués», escrito en mayo de 1918,
donde ya no quiere liberar del «capitalismo de estado» al ominoso y, por su
propia forma, absolutamente indeterminado «mecanismo de dirección social de la
economía», sino que, a partir de ese momento, quiso instrumentalizar
directamente a ese mismo capitalismo de Estado:
<<Económicamente, el capitalismo de Estado es incomparablemente
superior a nuestra actual economía, esto para empezar. En segundo lugar, no
tiene nada de terrible en sí para el poder soviético, pues el estado soviético
es un estado donde el poder de los trabajadores y campesinos pobres está seguro
[...], para dejar la cuestión más clara, mencionaremos un ejemplo,
absolutamente concreto, del capitalismo de estado. Todos saben de qué ejemplo
se trata: Alemania. Ahí tenemos el «último grito» de la técnica del gran
capital moderno y de la organización planificada, que están subordinados
al imperialismo aristocrático-burgués.
Quítense las palabras subrayadas, póngase en lugar del estado militarista,
aristocrático, burgués e imperialista un estado de otro tipo social, con otro
contenido de clase, el estado soviético, es decir, un estado proletario, y se
obtendrá la suma total de condiciones que conducen al socialismo. El socialismo
es impensable sin la técnica del gran capital, la cual está construida con la
última palabra de la más moderna ciencia, y sin la organización estatal
planificada, que obliga a decenas de millones de seres humanos al más estricto
cumplimiento de una norma unitaria en la producción y distribución de los
productos>>. (V. I.
LENIN 1978/1918, pp. 331 s.)
Declaraciones
como ésta son extraordináriamente características, no sólo para Lenin o los
bolcheviques, sino para el conjunto del movimiento obrero (también para el
occidental) de la época, el cual incluye a los inmediatos enemigos «radicales
de izquierda» de Lenin en la citada disputa. La base teorética e ideológica de
este modo de pensar yace ya en la comprensión particularmente sociologista de
la socialidad y las formaciones sociales históricas.
La
teoría marxiana, vulgarizada unilateralmente como «marxismo» fue desprovista de
su decisiva crítica formal del moderno sistema de reproducción burgués; se
eliminó la crítica a la forma de mercancía, agudizada en el concepto marxiano
de fetichismo, y fue proscrita a un más allá teórico e histórico, desacreditada
por obscura o degradada a fenómeno meramente subjetivo de la conciencia.
En lugar
de un concepto de la forma de sistema productor de mercancías y de sus
condiciones históricas, aparece un concepto reduccionista de «classes en
lucha», como presunto fundamento último de la socialidad; el constitutum
se convirtió en constituens, el fenómeno derivado de las clases
sociales, en esencia última. Así, no se criticó propiamente al capital, sino
más bien a «los capitalistas», que debieron aparecer como sujetos personales de
la relación social de mercancía, en realidad carente de sujeto. Los
mistificados meta-sujetos sociales de las «clases», recibieron, así un curioso
carácter familiar, como los dioses de la Antigüedad, que también aparecieron
provistos de caracteres personales muy terrenos.
Así, de
una categoría social analítica, la «clase obrera», surgió una persona colectiva
inmediata con identidad consistente, que «actúa» quasi-históricamente, con
independencia de las personas empíricas reales. La identidad de la clase halla
su fundamentación en un falsa ontología del trabajo, el cual no fue comprendido
como momento y parte constitutiva del sistema fetichista de la mercancía, sino,
de modo estrictamente bíblico («protestante», para ser precisos), como esencia
humana eterna, que sólo externamente era violentada por el sujeto «explotador»
de los «capitalistas». E inversamente, pudo entonces aparecer la presunta
liberación de la relación de capital como desposesión de «los capitalistas» o,
en el peor de los casos, como su liquidación jacobina*1 ; es decir, la posición de los críticos «radicales de izquierda»
de Lenin, todavía más jacobino-burguesa: como presunta alternativa al
«capitalismo de estado», que proponían con toda inocencia el «exterminio total
de la burguesía».
La
argumentación de Lenin debió resultar completamente plausible a la comprensión
del antiguo movimiento obrero. Si el trabajo aparecía al margen de su
determinación formal histórico- social, como el fundamento positivo de todo
«socialismo» pensable, entonces estos debían ser igualmente válidos para las
categorías básicas del sistema productor de mercancías. La denuncia al trabajo
abstracto como forma del capital faltó totalmente en Lenin (y no sólo en él).
Por ello, ha podido emerger de nuevo como reflexión positiva de modo
curiosamente grosero, confusionista y aconceptual, en forma de «planificación
económica» o de «mecanismo de dirección social de la economía», íntimamente
ligado con la «última palabra de la técnica del gran capital» [!] y de la «más moderna ciencia», finalmente, sin tapujos,
como «organización estatal planificada».
En
estas formaciones conceptuales, se ha escondido una comprensión claramente
ingenua e indefensa frente a la lógica del capital, que, en nuestro lenguaje
actual se llamaría tecnológico-social *2. La sociedad de la Revolución de Octubre como «gigantesco
laboratorio», fue una metáfora corriente no sólo entre los bolcheviques. El
presunto socialismo parecía ser una tarea organizativa meramente externa,
aunque poderosa, que debía ejecutarse de las mismas maneras y con los mismo
medios, sólo que por el «verdadero» sujeto obrero, en lugar de por el falso
sujeto «aristocrático-imperialista».
Naturalmente,
ni aun con la mejor intención, se podía dar vida inmediata al mistificado
sujeto «clase obrera»; el entusiasmo y la excitación de las «masas trabajadoras»
en los soviets y su disposición para la acción, debió agotarse en la misma
medida en que esas masas fueron enroladas en el gasto de fuerza de trabajo: una
obligación no sólo inevitable, en vista del débil desarrollo de la
productividad, sino algo que debía llevarse a cabo contra la pesada inercia del
sistema campesino de producción. Así, el partido se convirtió en la encarnación
del sujeto metafísico de clase, al que habría sido ideológicamente insoportable
desenmascarar como mecanismo burgués de modernización: esto explica también el
criminal terror estalinista dirigido contra la vieja guardia bolchevique (de
cualquiera de los cuales, sin embargo, y de Trotski en primer lugar, habría
podido salir otro Stalin).
Mientras
el partido se amalgamó con la economía de guerra burocrático-estalinista, en
parte ya presente, en parte creada por ellos mismos, pudo justificar, como
representante de la clase obrera en la tierra, prácticamente todas sus
acciones, incluso las insensata y sangrientamente represivas. El partido, que
«siempre tiene razón», creó, así, según su propia comprensión, una nueva
sociedad socialista, que, de hecho, no era más que el tardío reclutamiento
forzoso de una clase obrera moderna bajo dirección estatal. Los críticos y
escépticos, socialistas o marxistas, que en la Unión Soviética fueron
eliminados físicamente por el aparato estalinista, de un modo jacobino que
repetía el de la Revolución Francesa, ni tenían una alternativa histórica que
ofrecer, ni estaban en condiciones de abarcar conceptualmente el proceso social
que se consumaba ante sus ojos. La orientación trotskista hacia la «revolución
proletaria en occidente», porque el socialismo en un solo país, y especialmente
en la «subdesarrollada» Rusia, era imposible, mientras que en Europa se daban
ya las condiciones tanto objetivas como subjetivas, era pura ilusión.
En
realidad, también en el Oeste, el desarrollo capitalista de la fuerzas de
producción estaba muy lejos aún de alcanzar su umbral crítico. Las revoluciones
occidentales y los movimientos de masas del final de la Primera Guerra Mundial
pertenecen aún, como ésta misma y como la Revolución de Octubre, a la historia
de la realización del sistema productor de mercancías y no a su madurez para
ser superado y a la madurez interna de la crisis. Los portadores de estos
desarrollos ya eran, ciertamente, hombres modernos, constituidos
capitalistamente, y sus enfrentamientos estaban acuñados ya por las
contradicciones del sistema productor de mercancías, pero esas contradicciones
todavía no eran superables. También en Occidente debieron ser disueltos, en
esas convulsiones sociales, restos y escorias estamentales, precapitalistas y
temprano-capitalistas, estructuras sociales y relaciones de dependencia, formas
de derecho, ligaduras, etc. En general, toda la época de las guerras mundiales
pertenece aún a la historia global del desarrollo del capital, el cual debía
desarrollarse como sistema mundial inmediato, maduro e idéntico consigo mismo
sólo después de 1945.
La
caída del imperio alemán y de la monarquía absburguesa, la eliminación del
derecho electoral prusiano de las tres clases, el victorioso avance del derecho
electoral femenino en los países occidentales, etc. estaban a la orden del día;
no la supresión del sistema productor de valores, la cual, por ello, no podía
ser formulada teoréticamente ni aun por los trotskistas, «radicales de
izquierda», etc. (exceptuando algunas, pocas, tematizaciones abstractas y
conceptualmente obscuras); precisamente por ello, esta presunta radicalidad
debía permanecer presa en la mistificación de la clase obrera.
Este
estado de cosas señala, naturalmente, a la, en su conjunto, aún precaria
madurez de la socialización capitalista mundial. Al marxismo mismo se le puede
aplicar lo que Marx dijo ya en su Crítica de la economía política de
1859:
Una
formación social no se derrumba jamás antes de haber desarrollado todas las
fuerzas productivas de que es capaz y jamás aparecen nuevas y superiores
fuerzas de producción antes de que sus condiciones materiales de existencia
hayan brotado en el seno de la antigua sociedad misma. Por ello, la humanidad
se propone sólo tareas que puede resolver, pues, considerado con más precisión,
sucede siempre que la tarea misma surge sólo donde las condiciones materiales de
su solución están ya presentes o, por lo menos, se pueden pensar como en
proceso de realización. (MARX 1968/1859, pp. 15 s.)
Al
final de la Primera Guerra Mundial, no podía tratarse aún, en modo alguno, de
la supresión del sistema productor de mercancías o capital, sino, por el
contrario, de una más amplia realización del mismo. En ningún sitio de
Occidente existían las fuerzas productivas que hubiesen posibilitado la
supresión de la clase obrera, es decir, una separación de la reproducción
social del sistema de gasto abstracto y masivo de fuerza de trabajo. La
alternativa habría sido siempre un retroceso a formas de indigencia agraria y
rusticidad pre-moderna*3 . A causa de ello, también los críticos radicales de izquierda
fueron incapaces de imaginar una sociedad revolucionaria más que como un
radical y jacobino «autogobierno de la clase obrera»: una contradicción en sí,
una imposibilidad lógica, puesto que decisiones autónomas de la sociedad sobre
los contenidos del valor de uso, o de los contenidos de las necesidades, y una
existencia como tramoya de la fuerza de trabajo se excluyen mutuamente.
La
famosa fórmula leninista del comunismo como «poder de los sóviets más
electrificación» no sólo expresa una manera externa, tecnológica, de entender
la emancipación social, sino que refleja una contradicción entonces insoluble:
los «obreros» no pueden, como tales, «dominar», porque no disponían de
experiencia para ello y porque hay que dejar de «trabajar» para poder
«dominar»; sin embargo, si esto fuese posible, entonces ya no se precisaría de
«dominio» alguno y éste habría devenido, en sentido social, totalmente
superfluo. El «dominio de la clase obrera», por tanto no podía transformarse,
independientemente de su signo ideológico, más que en una dictadura, burguesa y
jacobina, de la modernización. Irónicamente, y en contradicción con todas las
leyendas de los izquierdistas radicales, no hubo revolución proletaria alguna
en Occidente, precisamente por ello; puesto que el Oeste estaba ya más
desarrollado y no precisaba de la misma para dar el siguiente paso en la
modernización burguesa.
Comunistas
(«leninistas») y socialdemócratas occidentales, los enemistados hermanos del
viejo movimiento obrero, no sólo coincidían en su, aún socio-laboral,
comprensión básica de la socialidad, sino que eran también idénticos en su
función histórica como fuerzas burguesas y socio-laborales de la modernización.
Para esta tarea, la socialdemocracia y su política bastaban en Occidente,
mientras que el relativo subdesarrollo en Rusia exigía medios más radicales.
Sólo esto explica el cisma; del mismo modo que la actual y lamentable
«reunificación» de la, por fin autoidentificada, pansocialdemocracia*4 se explica porque este modelo ha devenido históricamente carente
de sentido, dado que la historia burguesa de la modernización ha entrado en su
crisis final.
En
cierto modo, tuvieron razón los socialdemócratas mencheviques respecto del
carácter «objetivamente burgués» que correspondía a la revolución rusa, y,
ciertamente, más de la que podían imaginar; obviamente, sólo en el sentido
lógico, no en el histórico o empírico. Pues, la tarea pendiente de la
modernización burguesa en Rusia no podía ser realizada por el agente al que
correspondía —por decirlo en la terminología sociologista—, o sea, por la
«burguesía liberal», que jugó un papel meramente secundario en la revolución
rusa. Sólo un partido obrero radical, con un estricto deslinde respecto al
capitalismo occidental, era capaz, en esas condiciones, de sacar de debajo de
las piedras un desarrollo capitalista de recuperación.
Así,
tenían razón, en la «práctica» los bolcheviques; debieron, sin embargo,
engañarse ideológicamente acerca del contenido de su revolución y,
precisamente, con la ilusión leninista del primado de la política. La voluntad
política del partido tuvo que substituir la abolición del trabajo abstracto,
imposible en la práctica. De este modo, pudo ocultarse sistemáticamente la
identidad interna de «capital» y «trabajo» y, con ello, la intercambiabilidad
de los portadores sociales e institucionales de las «máscaras» (Marx) del
sistema productor de mercancías, las cuales sólo se oponen en la superficie del
mercado. Con ello, el comunismo se convirtió en una ideología legitimadora
«proletaria» de la burguesa modernización forzada tardía.
De hecho, todos los hagiógrafos de
Lenin, sean del color que sean, olvidan el ser histórico de la Revolución de
Octubre, precisamente porque comparten la ilusión leninista y, por tanto,
proyectan alternativas hacia el pasado, como si éstas fuesen meramente puestas
por la «correcta» o «falsa» decisión del sujeto que actúa. La liberación de las
leyes coactivas de forma de mercancía, es decir, la abolición de un
condicionamiento ciego que yace exterior a los sujetos, está también
condicionada hasta hoy, pues, los mejoradores de la historia izquierdista y
socialdemócrata han debido plantearse mal la tarea. Quien exige «auto-acción»,
«autogestión», «democracia de base», etc., de modo ahistórico e ilustrado, sin
tocar siquiera conceptualmente la estructura fetichista básica del sistema
productor de mercancías, quiere hacer válido aún el cielo ideal burgués de
libertad, igualdad y fraternidad contra la realidad burguesa. Este evergreen
de la ilusión burguesa de sujeto no ha perdido nada de su encanto desde los
días de la Revolución Francesa y, por ello, ha sido pacientemente soportada
hasta hoy*5 .
VII) El problema del orientalismo.
No
mucho mejor que los radicales de izquierda o tardo-ilustrados burgueses de
izquierda, que insensatamente reprochan al régimen bolchevique de la
modernización haber realizado los ideales burgueses tan poco como la burguesía misma,
aparecen aquellos críticos complementarios que pretender remontar el
estatalismo bolchevique a la «tradición asiática», a los momentos asiáticos y
despóticos del zarismo y de su legado social (DUTSCHKE 1974, BAHRO 1977, entre
otros). Con ello, se ocultan y eliminan precisamente las raíces y momentos
estatalistas y despóticos del propio pensamiento democrático e ilustrado y sus
fundamentos sociales y se borran, aunque quizá involuntariamente, las huellas
históricas del sistema occidental productor de mercancías.
Sólo un
pensamiento analógico completamente superficial puede amalgamar el despotismo
asiático con un régimen de economía de guerra de la modernización, que, en
realidad, copiaba a Occidente y que no tomó como modelo precisamente a Iván el
Terrible, sino al aún más terrible correo alemán. Naturalmente, es fácil
reducir todas las manifestaciones depóticas en la historia mundial a un supremo
concepto formal y vacío, entonces el bolchevismo puede ser comparado, igual de
bien, con el imperio faraónico —y hasta se ha hecho, por ejemplo, por un
anarquismo noble crítico de las fuerzas productivas, que sirve de substrato
ideológico al Mito de la máquina de Lewis Mumford (MUMFORD 1974). Pero,
con ello, no se comprende ni una sola formación social real en su historia
completa de las condiciones y procesos de constitución.
Los
fundamentos históricos y sociales del despotismo asiático son totalmente
distintos a los del sistema productor de mercancías de la modernidad, e
incomparables con éste. La producción agraria de subsistencia, y su
«esquilmamiento» por un pueblo de señores despóticamente centralizado, y las
culturas económico-naturales basadas en el regadío, «sociedades hidráulicas» (WITTFOGEL
1957/1977) con una burocracia administrativa despóticamente coronada*6 , no tienen, como nexo social básico, a la mercancía y al dinero.
El estatalismo moderno, por el contrario, por mucho que pueda mostrar en
determinados estadios de desarrollo del sistema de producción, similitudes
formales con el despotismo oriental, es todo lo contrario, un momento de la
constitución del individuo abstractamente libre conformado a la mercancía, cuya
verdadera heteronomía interna no surge de la «arbitrariedad burocrática», sino
de las leyes coactivas y carentes de sujeto de la forma de mercancía y del
dinero.
Si en
las economías de guerra del imperio alemán, y de los otros estados
imperialistas del sistema productor de mercancías, al igual que en las
economías de guerra de la Segunda Guerra Mundial, vuelve a aparecer, con una
nueva forma y en un estadio superior de desarrollo, el estatalismo de la época
mercantilista y de la revolución temprano-moderna; si tanto los críticos
liberales como los de la izquierda denuncian la «burocracia capitalista» ligada
con aquél, el «mundo administrado» etc., como característica estructural
negativa (v. MIKE JACOBY
1969); entonces detrás de estos fenómenos no se oculta ningún burocratismo
autóctono proveniente del despotismo, sino la consecuencia de la libertad
democrática misma: la coerción material del gobierno del automovimiento del
dinero y la ejecución de los juicios que caen bajo la legalidad de la «segunda
naturaleza».
El
estatalismo despótico de la naciente sociedad soviética fue erigido
precisamente contra los fundamentos sociales y económicos del despotismo
oriental heredado por el imperio zarista; las constantemente repetidas
declaraciones de Lenin de que había que aprender a asumir las formas de
cultura, ciencia, administración, etc. burguesas de Occidente estaban en
armonía no sólo con la función burguesa de modernización de la Revolución de
Octubre, sino también con las formas estatalistas. Los restos del orientalismo
fueron descompuestos y remodelados con los mismos medios estatalistas de la
moderna socialización conformada a la mercancía, del mismo modo que los
productos de descomposición feudal lo fueron, en Occidente, por medio del
estatalismo temprano-moderno:
En
tanto que la revolución demora aún su «nacimiento» en Alemania, es nuestro
deber aprender del capitalismo de estado de los alemanes, asimilarlo con todas nuestras fuerzas, no
vacilar ante los medios dictatoriales para acelerar esta asimilación,
como Pedro aceleró la asimilación de la cultura occidental por la Rusia
bárbara, sin temer los métodos bárbaros de la lucha contra la barbarie. (LENIN
1978/1918 p. 333)
Esta
declaración, en el ya mencionado artículo Acerca del infantilismo «de
izquierda» y de la condición pequeño-burguesa, refleja la esencia real de
la Revolución de Octubre más de lo que hubiese querido. Pero, de hecho, tal
como, antes de la Revolución Francesa, los príncipes y monarcas absolutos
habían puesto en marcha la destrucción del modo feudal de producción y la
depresión de la nobleza, un proceso del cual ellos mismos acabaron siendo
víctimas, también los zares «modernistas» pusieron en marcha procesos contra el
orientalismo y esquilaron y decapitaron a los boyardos; como la Revolución
Francesa asumió y desarrollo el estatalismo mercantilista, así hizo la
Revolución de Octubre con los momentos previos no del despotismo oriental, sino
de la estatalidad temprano-moderna sobre la base de una extensión de la
producción de mercancías, tal como ya había sido iniciada en los proyectos
zaristas de industrialización. Sólo un pensamiento preso en el sociologismo,
«de clase», puede pasar por alto esta identidad del proceso formal de la
modernidad a través de los diversos grados de desarrollo, «sistemas de
dominio», formas de estado y «luchas de clase».
Remitirse
al despotismo oriental es, por tanto, una maniobra de despiste en la que se
borra el rastro sangriento de la democracia occidental. La peculiar virulencia
de la modernización burguesa soviética se explica por el hecho de que condensó,
en un espacio de tiempo enormemente reducido, una época de doscientos años: mercantilismo
y revolución burguesa, proceso de industrialización y economía imperialista de
guerra, todo en una pieza. No es de extrañar que esa sociedad se militarizara
hasta el tuétano, que elevara a ideal práctico no sólo al «capitalismo de
estado» de la economía alemana de guerra, sino también las virtudes militares
del imperio prusiano, disciplina y obediencia encubiertas en una, presuntamente
opuesta, ideología legitimadora «proletaria».
VIII) La cualidad de capital y de
la «acumulación socialista originaria».
Cuando,
bajo el régimen estalinista se introdujo la nimiedad de la pena de muerte para
los retrasos laborales, como medio para acelerar la doma de las masas agrarias
rusas, no acostumbradas a la coerción material de la disciplina fabril, no sólo
se prosiguió en línea recta la «militarización de la economía» trotskista del
período de la guerra civil, sino que fue el reflejo del violento proceso de
modernización de una acumulación originaria de capital, tal como Marx la
había descrito con idénticas cualidades, ya para la Inglaterra de la
industrialización. Hoy, leídos con otros ojos, aparecen estremecedores y
grotescos los increiblemente crispados y retorcidos intentos de legitimación,
con que marxistas presuntamente críticos (tanto en la Unión Soviética como en
Occidente), intentaban redimir como «alternativa socialista» la acumulación de
trabajo muerto puesta en marcha violentamente.
Naturalmente,
esto sólo les «funcionó» porque no fijaron la transcendencia postburguesa a la
forma básica de reproducción social, sino a la actuación de aquel
«proletariado» mistificado. Ya Preobrasensky, más tarde condenado y ejecutado
como «trotskista», había acusado la inconcebible lógica de una «acumulación originaria
socialista»*7 (PREOBRASHENSKY 1971/1926). También los marxistas occidentales de
oposición justificaban, hasta mucho después de la Segunda Guerra Mundial, las
más crueles formas represivas de la acumulación originaria de capital contra el
proletariado empírico, en nombre del metafísico: La dictadura proletaria,
sin embargo, es necesaria aun para la clase obrera misma, mientras predominen
en la clase obrera las maneras de pensar y las costumbres heredadas del
capitalismo. Mientras las nuevas maneras de pensar y actuar, socialistas y
colectivistas, no se hayan transformado en carne y sangre para las masas
laboriosas y no hayan devenido preponderantes. Por tanto, hasta alcanzar esta
situación, tampoco respecto a la clase obrera misma y las otras clases
laboriosas, se puede pasar sin violencia, sin medios de coerción, sin dictadura
proletaria. (BRANDLER 1982/1950, pp. 48 s.)
Declaraciones
como ésta del comunista alemán Heinrich
Brandler (presidente del Partido Comunista Alemán a principios
de los años veinte, poco después excluído como opositor) muestran hasta qué punto
el pensamiento del movimiento obrero, preso en el fetiche del capital, se
mantuvo hasta el último momento, incluso en Occidente, en la tradición
estatalista burguesa desde la modernidad temprana. El «socialismo», para tales
cabezas, era idéntico al «buen estado» colectivista en el sentido de Fichte.
Con ello, se invirtió la crítica marxiana a la economía política. Sólo en este
clima ideológico, acuñado ya en Alemania por Lassalle, pudo elogiarse, incluso
como ideal de futuro, el ethos
protestante que se realizaba coactivamente y, así, defenderse
casi toda medida terrorista de la acumulación originaria en la Unión Soviética,
como necesidad presuntamente postcapitalista.
Los
problemas de una tardía modernización burguesa fueron redefinidos, simplemente,
como «problemas del socialismo real» hasta el actual derrumbamiento de esta ilusión
histórica. Leído correctamente y desprovisto de su mistificación ideológica,
resulta completamente clara la inevitable tarea planteada en la Unión
Soviética, incluso formulada inequívocamente por Stalin, por ejemplo, en el
tristemente famoso libro de texto Historia
del PCUS(B): Evidentemente,
construcciones nuevas tan grandes exigían inversiones millonarias. [...]
Nuestro país, sin embargo, no era entonces rico en absoluto. En esto consistía
una de las dificultades principales. Los países capitalistas levantaron su
industria pesada con el flujo de medios a partir de fuentes extranjeras: a
través del saqueo de las colonias, de tributos impuestos a los pueblos
vencidos, de créditos del extranjero. La patria soviética no podía, por
principio, beber de fuentes tan inmundas como el saqueo de pueblos coloniales o
vencidos para obtener los medios para su industrialización. Por lo que
concierne a los préstamos extranjeros, esta fuente estaba vedada a la Unión
Soviética, puesto que los países capitalistas negaban los préstamos. Se
tuvieron que encontrar los medios en el interior del país. (STALIN
sf/1939, pp. 340 s.)
Si no
se trata de la «construcción del socialismo», sino, más bien, de la
construcción tardía del capitalismo, entonces Stalin tiene toda la
razón. Por lo menos una parte de los medios para la acumulación originaria
histórica de Europa occidental fue obtenida a través de la expansión colonial
desde el siglo 16 (y no en último lugar, la inmensa cantidad de oro robada a
Sudamérica). Tales caminos ya no estaban abiertos, de hecho, para la Unión
Soviética. Pero si el preciso capital líquido debía procurarse exclusivamente
«en el interior del país», esto significa que el «material humano» propio debía
ser tanto más despiadadamente exprimido y que debía ser tanto más rigurosamente
transformado en productor de riqueza abstracta, por tanto, en productor de
dinero o plusvalor.
No sólo
la falta de medios exteriores forzó la presión acumulativa interna, sino
también el carácter tardío de todo el proceso, que exigía muchos más medios de
salida que la acumulación originaria histórica en Occidente. Es fácil de
comprender que, son esta constelación específica, el estatalismo debía jugar un
papel mucho mayor que en Occidente. Lo que ha aparecido siempre a los
observadores burgueses como un momento del «socialismo», lo que ya Fichte había
proclamado como «estado racional», debió devenir realidad. También aquí, Stalin
es inequívoco:
Y en la
Unión Soviética se hallaron estos medios. En la Unión Soviética se hallaron
fuentes de acumulación como no ha conocido ni un solo estado capitalista. El estado
soviético dispuso de todas las empresas y tierras que fueron quitadas a
capitalistas y propietarios por la Revolución de Octubre, de los medios de
circulación, de los bancos, del comercio interior y exterior. Los beneficios de
las fábricas y obras estatales, de la circulación, del comercio, de los bancos,
ya no se usaron para el consumo de la clase parásita de los capitalistas, sino
para la más amplia construcción de la industria. [...] Todas estas fuentes de
ingresos estuvieron a la disposición del estado soviético. Pudieron producir
millones y decenas de millones de rublos para la creación de la industria
pesada. (STALIN
op. cit. p. 341)
Con
toda inocencia e ingenuidad, Stalin describe aquí la lógica de acumulación del
sistema productor de mercancías, que produce, más allá de las necesidades y
cualidades sensibles, «beneficios» abstractos en la encarnación de dinero.
«Demasiado poco» dinero se transforma, a través de su automovimiento por medio
de procesos de utilización económico- industriales, en «más dinero»; bajo
dirección estatal (pues, la «clase parásita» de los antiguos «capitalistas»
está desposeída), ya no aparece como capitalismo. El «capitalismo de estado»,
que ya Lenin concibió con extraordinaria obtusidad y lo deslindó muy
imprecisamente del «socialismo», se confunde, en el concepto de socialismo del
antiguo movimiento obrero, con la existencia real de un régimen estatalista de
la acumulación.
IX) El Trotskismo hijo de la contrarrevolución.
Los grupos trotskistas, independientemente de las
divergencias que justifican su existencia separada, se presentan todos, sin
excepción, como los continuadores de la política revolucionaria del partido bolchevique
y de la III Internacional. En esto, no se distinguen de otras fracciones de la
izquierda del capital que, para justificar una actividad contrarrevolucionaria
en el seno de la clase obrera, se reclaman de las luchas pasadas de ésta y de
los órganos de los que se ha dotado. Pero, para dar cuerpo a lo que afirman,
los grupos trotskistas se apoyan sobre dos hechos:
1º) En el seno de la III
Internacional se desarrolla a partir de 1924 una reacción al “estalinismo”
naciente, la “Oposición de Izquierda”, en Rusia primero, internacionalmente
enseguida, quien, bajo la dirección de Trotski, daría nacimiento en 1938 a la
IV Internacional de la que los grupos trotskistas actuales han salido.
2°) Apoyándose sobre los cuatro
primeros congresos de la IC la “Oposición de Izquierda” prosigue su actividad
política y es a partir de ciertas posiciones de los 2º , 3º y 4º congresos que
Trotski elabora las posiciones políticas comunes a los grupos que se reclaman
de él.
De hecho la “relación” que trazan entre los revolucionarios
de los años 20 y ellos mismos no tiene consistencia más que en la medida en
que:
Por una parte retoman a su cuenta y erigen en principios
políticos inmutables lo que constituyeron los “errores” del movimiento obrero
de la época y no las posiciones que la oleada revolucionaria de 17-23 había
permitido destacar;
Por otra parte, es a partir de estas posiciones erróneas
(de las cuales se había hecho ferviente defensor desde el 2º congreso de la IC)
como Trotski elaboró las posiciones fundamentales del “trotskismo”, posiciones
erróneas que han servido durante 50 años de contrarrevolución de garantía de
“izquierda” a la política anti proletaria de la burguesía.
X) Primeras reacciones obreras a la degeneración de
la Internacional Comunista.
La guerra de 1914 que enfrentó a las principales potencias
imperialistas, marca la entrada del sistema capitalista en su fase de
decadencia, “abriendo la era de las guerras, crisis y revoluciones sociales”
(I Congreso de la IC). En reacción a esta primera guerra mundial, el
proletariado surgió internacionalmente y vio a su fracción rusa tomar el poder
a partir de la insurrección de Octubre del 17. La lucha de la clase obrera va a
proseguir durante varios años sobre todo en Alemania, Italia y Hungría... Dentro
de este contexto general las organizaciones revolucionarias se reagrupan en la
IC durante su primer congreso en 1919 y adoptan, a la luz de la revolución
rusa, las orientaciones políticas que son la manifestación del paso enorme que
acaba de dar la clase obrera mundial. A este título rechaza las concepciones de
la II Internacional y de los “centristas” tipo Kautsky como burguesas
(reformismo, parlamentarismo, nacionalismo...), y llama a la clase obrera a
instaurar la dictadura de los Consejos Obreros.
Sin embargo, desde 1919, el fracaso sangriento del
proletariado en Alemania de entrada, en Hungría enseguida, anuncia el reflujo
de la lucha mundial y viene a reforzar el aislamiento de la revolución en Rusia
que los esfuerzos desplegados por la clase obrera en 1920-21 no lograron
frenar.
Desde los primeros signos del reflujo, las concepciones que
habían prevalecido en el curso del periodo progresivo del capitalismo
(parlamentarismo, sindicalismo, en el marco de la lucha por reformas), y que
continúan manifestándose en el seno de la clase obrera van a pesar cada vez más
sobre la IC. Es lo que traduce el retorno progresivo a las viejas tácticas
tomadas del arsenal de la socialdemocracia. Ello desde el 2º Congreso de la IC,
y sobre todo desde el 3º y 4º: conquista de los sindicatos, parlamentarismo,
alianzas con fracciones de la burguesía, luchas de liberación nacional,
gobierno obrero y campesino... En Rusia, donde el proletariado ha tomado el
poder, el aislamiento de la revolución va a hacer que las confusiones del
partido bolchevique sobre la naturaleza del poder de la clase obrera (es el
partido el que ejerce el poder) le llevan a tomar medidas opuestas a los
intereses de la clase obrera: sumisión de los soviet al partido, enrolamiento
de los obreros en los sindicatos, firma del Tratado de Rapallo (diplomacia
secreta de Estado a Estado: derecho para las tropas alemanas de entrenar en el
territorio ruso), represión sangrienta de las luchas obreras (Kronstadt,
Petrogrado 1921). Pero la adopción de tales orientaciones por el partido
bolchevique y la IC que van a jugar un papel de acelerador del reflujo de las
que eran expresión, no se hace sin suscitar oposiciones en su seno.
Es así que en el 3º Congreso de la IC, los que Lenin llamó
“izquierdistas”, reagrupados en el seno del KAPD, se elevan contra el retorno
al parlamentarismo, al sindicalismo, y muestran cómo estas posiciones van en
contra de las adoptadas en el primer congreso que intentaban sacar las
implicaciones para la lucha del proletariado del nuevo periodo abierto por la
primera guerra mundial.
Es también en ese congreso donde la Izquierda Italiana que
dirige el Partido Comunista de Italia reacciona vivamente —aunque en desacuerdo
profundo con el KAPD— contra la política sin principios de alianza con los
“centristas” y la desnaturalización de los PC por la entrada en masa de
fracciones salidas de la socialdemocracia.
XI) La significación de la Oposición de Izquierda.
Pero es en Rusia misma (cuenta tenida de las confusiones
del partido bolchevique que se manifiestan en el contexto de aislamiento de la
revolución) donde aparecen las primeras oposiciones. Es así que desde 1918, el
“Komunist” de Bujarin y Ossinsky, ponen en
guardia al partido contra el peligro de asumir una política de capitalismo
de Estado. Tres años más tarde, después de haber sido excluido del
partido bolchevique, el “Grupo Obrero” de Miasnikov lleva la lucha en la
clandestinidad en estrecha relación con el KAPD y el PCO de Bulgaria, hasta 1924 en
que desaparece bajo los golpes repetidos de la represión de que es objeto. Este
grupo critica al partido bolchevique por sacrificar los intereses de la
revolución mundial, en provecho de la defensa del Estado ruso reafirmando que
sólo la revolución mundial, puede permitir a la revolución mantenerse en Rusia.
Por tanto, contrariamente a lo que dejan creer los
trotskistas que guardan silencio sobre esas oposiciones, esas tendencias, que
se situaban resueltamente en el punto de vista de los intereses proletarios no
esperaron a Trotski y la “Oposición de Izquierda” para luchar por la
salvaguarda de las adquisiciones fundamentales de la revolución en Rusia y de
la Internacional Comunista (IC).
Solamente después de la quiebra de la política de la IC en
Alemania en 1923 y en Bulgaria en 1924, hecha de una mezcla de “frentismo” y
“putchismo” [golpismo], cuando comienza a constituirse en el seno del partido
bolchevique y más precisamente en sus esferas dirigentes, la corriente conocida
bajo el nombre de “Oposición de Izquierda”.
Esta “Oposición de Izquierda” se cristalizará alrededor de
jefes prestigiosos del partido bolchevique, como Trotski y Preobrasensky, pero no
encuentran verdadero eco en una clase obrera que sale desangrada de la guerra
civil. Los puntos sobre los cuales lleva la lucha son expresados, en lo que
concierne a Rusia, a través de su consigna: “fuego sobre el kulak, el Kepler, la burocracia”. De una
parte critica la política interclasista del “enriqueced a la campiña”
recomendada por Bujarin y, de
otra parte, ataca la burocracia del partido y sus métodos. Continúa su combate
hasta el momento de su exclusión y de la represión a sus miembros (ejecuciones,
internamientos, deportaciones, suicidios, exilio de Trotski).
A escala internacional, a partir del 1925-26, la “Oposición
de Izquierda” se levanta contra la constitución del “comité anglo-ruso” y la
alianza con las Trade Unions (sindicatos ingleses) que acaban de hacer fracasar
la gran huelga general de los obreros ingleses. De otra parte, bajo el impulso
de Trotski, la
Oposición de Izquierda lleva una lucha resuelta contra la política criminal de
la IC “estalinizada” en China preconizando la ruptura del joven Partido
Comunista Chino con el Kuomintang y las
diversas fuerzas burguesas pseudo-progresistas. Afirma que los intereses del
proletariado mundial no deben sacrificarse a la política y los intereses del
Estado ruso.
Por otra parte, emprende la lucha contra la teoría del
socialismo en un sólo país (desarrollada por Bujarin a cuenta
de Stalin). En el 14º congreso del Partido Comunista Ruso, donde se adopta esta
tesis, sólo la voz de los miembros de la oposición de izquierda se hace
escuchar para rechazarla.
Es pues como reacción proletaria a los efectos desastrosos
de la contrarrevolución como aparece, se desarrolla y luego muere la Oposición
de Izquierda en Rusia. Pero el hecho mismo que apareciese tan tardíamente pesa
duramente sobre sus concepciones y su lucha. Se muestra de hecho incapaz de
comprender la naturaleza real del “fenómeno estalinista” y “burocrático”,
prisionera como está de sus ilusiones sobre la naturaleza del Estado ruso. Es
así que, aun criticando las orientaciones de Stalin, ella es parte actuante de
la política de control sobre la clase obrera mediante la militarización del
trabajo bajo la égida de los sindicatos. Se hace también el adalid del
capitalismo de Estado que quiere impulsar más adelante mediante una
industrialización acelerada.
Cuando lucha contra la teoría del socialismo en un sólo
país no llega a romper con las ambigüedades del partido bolchevique sobre la
defensa de la “Patria soviética”. Y sus miembros, Trotski a la cabeza, se
presentan como los mejores partidarios de la defensa “revolucionaria” de la
“patria socialista”.
Prisionera de este tipo de concepciones, se prohíbe todo
combate verdadero contra la reacción estalinista limitándose a criticar ciertos
efectos.
Por otra parte, en la medida en que se concibe, a sí misma
no como una fracción revolucionaria buscando salvaguardar teórica y organizacionalmente
las grandes lecciones de la Revolución de Octubre, sino solo una oposición leal
al Partido Comunista Ruso, no saldrá de un cierto maniobrerismo hecho de
alianzas sin principios con miras a cambiar el curso de un partido casi
totalmente gangrenado (es así que Trotski buscará el apoyo de Zinoviev y Kamenev, quienes
no cesan de calumniarlo desde 1923). Por todas estas razones, se puede decir
que la Oposición de Izquierda de Trotski en Rusia, permanecerá siempre sin
llegar a las oposiciones proletarias que se manifestaban desde 1918.
XII) La Oposición de Izquierda Internacional.
A nivel internacional comienzan a aparecer en diferentes
secciones de la Internacional Comunista, tendencias e individuos que
manifiestan su oposición a la política cada vez más abiertamente
contrarrevolucionaria de ésta última. A pesar de un intercambio de
correspondencia entre algunas de estas tendencias y miembros de la “Oposición
de izquierda” en Rusia, no se logra crear inmediatamente ningún lazo sólido
entre ellos. Habrá que esperar hasta 1929, cuando en Rusia los
“oposicionistas de izquierda” son perseguidos y asesinados por los estalinistas,
para que comience a constituirse, alrededor y bajo el impulso de Trotski
exiliado, un reagrupamiento de esas tendencias e individuos que toma el nombre
de “oposición de izquierda Internacional”. Esta constituye en muchos aspectos
la prolongación de lo que había representado la constitución y la lucha de la
Oposición de Izquierda en Rusia. Retoma sus principales concepciones y se
reclama de los cuatro primeros congresos de la IC. Por otra parte perpetúa el
maniobrerismo que caracterizaba ya a la Oposición de Izquierda en Rusia.
En gran medida esta oposición es un reagrupamiento sin
principios que se limita a hacer una crítica de “izquierda” del estalinismo. Se
prohíbe toda verdadera clarificación política en su seno y deja a Trotski, a
quien ve el símbolo mismo de la Revolución de Octubre la tarea de hacerse
vocero y “teórico”. Se mostrará rápidamente incapaz en estas condiciones de
resistir a los efectos de la contrarrevolución que se desarrolla a escala
mundial sobre la base de la derrota del proletariado internacional.
XIII) La Contrarrevolución.
La derrota del proletariado mundial, que los fracasos en
Alemania en 1923, en China en 1927 vinieron a sancionar, lejos de marcar un
retroceso momentáneo del movimiento proletario, abre de hecho el período
contrarrevolucionario más largo y más profundo que la clase obrera haya
conocido en su historia.
En efecto, desmoralizada por sus fracasos sucesivos,
nuevamente atomizada y sometida a la ideología burguesa, la clase obrera se
mostrara incapaz de oponerse al curso hacia la guerra en la cual se introduce
de nuevo el sistema capitalista que ha entrado en una fase histórica donde no
cesa de ser corroído por sus contradicciones insuperables. En todas partes
donde, confrontada a la miseria que le impone el capital en crisis, la clase
obrera intenta aún resistir mediante su lucha, se enfrenta no solamente a los
partidos socialdemócratas que se han ilustrado a todo lo largo de la oleada
revolucionaria de los años 20 como los perros guardianes del capital, sino desde
entonces también a los partidos “comunistas” estalinistas. Estos pasados en
cuerpo y alma al campo del capital asumen su función de desviación de las
luchas obreras y enrolamiento en la vía del nacionalismo y en la lógica de los
enfrentamientos ínter imperialistas preparando la segunda carnicería
imperialista.
En este contexto general de contrarrevolución que se
acompaña de un profundo retroceso de la lucha de clase y de la conciencia del
proletariado, se vuelve cada vez más difícil para las fracciones y tendencias
que se reclaman de la revolución comunista resistir a la penetración de las
ideas burguesas en su seno, de luchar a contracorriente para mantener y
desarrollar las adquisiciones del movimiento revolucionario pasado. Tanto más
por cuanto que, contrariamente a la contrarrevolución que sigue a la derrota de
la Comuna de Paris y que no deja ninguna ilusión sobre la naturaleza de clase
de los “versalleses” verdugos de la clase obrera, la contrarrevolución que
triunfa, no solamente lo hace dejando tras de sí cientos de miles de cadáveres
obreros, sino igualmente mistificando a la clase obrera sobre su naturaleza. En
la medida en que triunfa a través de un lento proceso de degeneración de la Internacional
Comunista (IC) y de la Revolución Rusa, favorecen todas las
ilusiones de la clase obrera en el mantenimiento de la naturaleza “proletaria”
de Estado ruso y los partidos comunistas quienes, al continuar reclamándose de
Octubre 17, van a poder justificar su política de servicio al capital.
La “Oposición de Izquierda” que comparte y por tanto
difunde estas ilusiones, se constituye pues en este periodo de
contrarrevolución y retoma sin criticarlos, a la vez los errores de la (IC) que
han contribuido activamente al reflujo de la oleada revolucionaria de los años
20, y las concepciones falsas de la oposición de Izquierda rusa que la
condujeron al estancamiento en la lucha contra Stalin.
De 1929 a 1933 se concibe como “oposición leal” a la
política de la IC, a la que intenta enderezar desde el interior, cuando ya la
adopción por esta de la teoría del “socialismo en un solo país” venía a
confirmar su muerte como órgano proletario, y el pasaje de sus partidos al
campo del capital. A partir de 1933, aunque “comprendiera” al fin la función
contrarrevolucionaria de los partidos estalinistas y se orientara hacia la
constitución de organizaciones distintas de los PC, la Oposición de Izquierda
continúa considerándolos como “obreros” y actúa en consecuencia, desarrollando
hasta el absurdo las concepciones falsas que habían precedido su constitución,
y que van a mostrarse cada vez más crudamente como justificaciones de
“izquierda” de la contrarrevolución triunfante.
A todo lo largo del periodo que precede la celebración del
congreso de fundación de la IV Internacional en 1938, cuenta tenida de la
heterogeneidad de la “Oposición de Izquierda”, es Trotski mismo quien elabora a
partir de los errores de la IC las tácticas y orientaciones que, aún hoy, con
algunas diferencias de interpretación poco más o menos, sirven de fundamento a
la actividad contrarrevolucionaria de los grupos trotskistas en el seno de la
clase obrera y que se hallan en su forma acabada en el “programa de
Transición”.
A mediados de los años 30 el movimiento trotskista va ser
conducido a capitular frente a la contrarrevolución, poniéndose a remolque de
la política de los Frentes Populares destinados a enrolar al proletariado tras
la bandera nacional, es decir, a preparar la guerra. En este sentido, el
movimiento trotskista abandona objetivamente el principio fundamental del
movimiento obrero, el internacionalismo proletario que, en la época de la
decadencia del capitalismo, en la época de las “crisis, guerras y revoluciones”
más aún que en el pasado, en que el proletariado podía desarrollar su lucha por
reformas en el seno de las fronteras nacionales, constituye el criterio
decisivo de pertenencia al campo del proletariado y del comunismo.
XIV) «Estado obrero degenerado» y defensa de la
URSS.
Prisionero de las concepciones erróneas de la Oposición de
Izquierda rusa, Trotski, asimilando la medida de nacionalización de la
producción —es decir pasaje de la propiedad privada de los medios de producción
a una propiedad del Estado— con una medida “socialista”, va a situarse en el
mismo terreno que los estalinistas que justifican el mantenimiento y la
intensificación de la explotación de la clase obrera en nombre de la
construcción del socialismo en un solo país. En efecto, aunque condenando esta
teoría como burguesa, Trotski es llevado a reconocer implícitamente la
posibilidad de que sea destruida al menos en parte, dentro de las fronteras
nacionales, la ley del valor, es decir la producción para el intercambio, la
extorsión y la acumulación de plusvalor mediante el asalariado, la separación
de los productores de sus medios de producción.
Incapaz de reconocer en la “burocracia” que se desarrolla
en la URSS, al enemigo hereditario del proletariado que renacía sobre la base
de las relaciones de producción capitalistas, que habían persistido aún después
de la toma del poder político por el proletariado en 1917, Trotski no
comprenderá la función de gestión y conservación de estas relaciones por esta
“burocracia”, que él cree “obrera” cuando es completamente burguesa.
En los hechos Trotski se hará el cantor del capitalismo de Estado ruso,
circunscribiéndose a promover una revolución “política” que reinstaurara
la “democracia proletaria”.
Es así como en 1929 defenderá la intervención del ejército
ruso en China donde el gobierno de Tchang Kai Tchek cazaba a los funcionarios
rusos encargados de gestionar el ramal del transiberiano, que pasa por el
territorio chino y reviste una importancia estratégica desde el punto de vista
de los intereses nacionales del capital ruso.
En esa ocasión, Trotski lanza la consigna tristemente
famosa: “Por la patria socialista siempre, por el estalinismo, jamás”, que
disociaba los intereses estalinistas (es decir capitalistas) de los intereses
nacionales de Rusia. Con esto presentaba a los proletarios una
“patria” que defender, a ellos que no la tienen, y que trazaba en fin la vía
del apoyo al imperialismo burgués ruso.
XV) Antifascismo, Frentismo y Sindicalismo.
Incapaz de distinguir la naturaleza y la función
contrarrevolucionaria y burguesa de los partidos estalinistas y aún de los
partidos socialdemócratas, Trotski va a ver en las mistificaciones
desarrolladas por estos partidos (antifascismo democrático especialmente,
frente popular...) medios de reforzar la Oposición de Izquierda, con el fin de
lograr el surgimiento de un nuevo partido revolucionario.
En los zigzagueos de los estalinistas y las maniobras
socialdemócratas Trotski cada vez va a ver brechas provocadas por la presión de
una clase obrera de la cual no alcanza a comprender su derrota histórica.
Llamando al frente único, a la unidad sindical, no hace más que jugar el juego
de la contrarrevolución misma que tiene necesidad de volver a servir los viejos
mitos para desorientar aún más a la clase obrera, la que quiere conducir a una
nueva guerra mundial. En la alianza antifascista de los frentes populares
español y francés, Trotski va a ver un impulso para la política revolucionaria,
una base para el reforzamiento de las posiciones trotskistas mediante el
entrismo... en los partidos socialistas. Cada nueva táctica de Trotski será un
paso más en la capitulación y sumisión a la contrarrevolución.
Retomando por otra parte, siguiendo a los bolcheviques, la
consigna del “derecho de los pueblos a disponer de sí mismos”, que expresaba la
ilusión de estos últimos sobre la posibilidad para una nación bajo dominación
imperialista de “liberarse” sin caer bajo la férula de otro imperialismo,
Trotski y los grupos que participan en el Congreso de fundación de la IV Internacional
calificaron la guerra entre China y Japón como una guerra de liberación
nacional de China, la cual debería ser apoyada. Desde esta época se encuentran
así planteadas las bases que van a fundar el apoyo verbal y algunas veces
activo de los grupos trotskistas a las luchas de liberación nacional que, en la
época del capitalismo decadente, son otros tantos lugares de enfrentamiento
entre los diversos bloques imperialistas, en los cuales el proletariado no
puede servir más que como carne de cañón.
El programa político adoptado en el congreso de fundación
de la IV Internacional, redactado por Trotski mismo, y que sirve de base de
referencia a los grupos trotskistas actuales, retoma y agrava las orientaciones
de Trotski que han precedido ese congreso (defensa de la URSS, frente único
obrero, análisis erróneo del periodo ...) pero además tiene como eje una
repetición vacía de sentido del programa mínimo de tipo socialdemócrata
(reivindicaciones “transitorias”), programa vuelto caduco por la imposibilidad
de reformas, desde la entrada del capitalismo en su fase de decadencia, de
declive histórico.
Este Programa de Transición abría la vía a la integración
definitiva del movimiento trotskista en la cohorte de los partisanos del
capitalismo de Estado quienes, en nombre de la instauración de medidas
“socialistas”, van a enrolar a la clase obrera después de la segunda guerra
mundial en las reconstrucciones nacionales, es decir en la reconstrucción del
capital.
XVI) Las fracciones comunistas de Izquierda.
Confrontadas a la contrarrevolución más profunda de toda la
historia del movimiento obrero, las Fracciones Comunistas de Izquierda que
habían aparecido en los años 20 y que habían luchado desde esa época contra la
degeneración y los errores de la IC, se hallaron arrastradas también por el
flujo de la contrarrevolución. Es así que los elementos de la Izquierda
Alemana, quienes estuvieron sin embargo entre los primeros en elevarse contra
el retorno en la IC a las tácticas socialdemócratas y en romper con ella,
tendieron a perderse bajo diversas vías: abandonando toda actividad política o
cayendo en la ideología consejista que rechaza la necesidad del partido y la
propia la revolución rusa. Es la Izquierda Comunista Italiana la que va
a asegurar, a pesar de las debilidades ciertas e inevitables, lo esencial del
trabajo de defensa de las posiciones de clase. Es ella quien, a pesar de un
aislamiento dramático, va a asegurar todo un trabajo de comprensión política y
teórica de los efectos de la derrota del proletariado, llegando hasta plantear
la cuestión de la validez de ciertas posiciones de la IC que Bordiga no había puesto en cuestión
(como la cuestión nacional). Sobre cierto número de puntos cruciales, la
Izquierda italiana se opondrá a las orientaciones de Trotski (ver los anexos de
este folleto).
Pero cualesquiera que hayan sido sus límites, estas
fracciones, contrariamente a la Oposición de Izquierda de Trotski han permitido
mantener la tradición revolucionaria. Es también gracias a ellas que
actualmente la débil corriente revolucionaria ha podido renacer y
desarrollarse.
En cuanto a la corriente trotskista desde los años 30,
después de sus capitulaciones y a pesar del asesinato de Trotski en 1940 por el
estalinismo, se pasará con armas y bagajes al campo del capital enrolándose en
el campo del imperialismo democrático y del imperialismo ruso.
XVII) La congelación del
estatalismo y la militarización de la sociedad.
La
modernización-estatalismo bolchevique debía diferenciarse esencialmente, bajo
sus condiciones de partida a principios del siglo 20, de los fenómenos
comparables en la historia occidental y, precisamente, en un punto: el ciclo
estatalista ya no podía disolverse en un monetarista, el movimiento
oscilatorio, esbozado más arriba, en el proceso contradictorio de la modernidad
burguesa debió detenerse. El carácter peculiar, tardío, de un proceso
capitalista básico forzó a un régimen que tuvo que ser más absolutista que el
absolutismo y más de economía de guerra que la economía de guerra. La ideología
del ethos laboral «protestante», la militarización de la sociedad y la economía
de comando estatal de un «mercado planificado» se petrificaron, el barniz
extendido sobre la reproducción social se solidificó y devino mortaja para todo
desarrollo a largo plazo.
Ahora
bien, la época del nacimiento y ascenso de la Unión Soviética hasta
parapeto-potencia mundial fue, también en Occidente, un período de estatalismo:
las economías de guerra de ambas guerras mundiales (que habían sido modelo de
la «nueva economía» bolchevique), las intervenciones del estado, hasta entonces
inauditas, en la reproducción «normal» del capital durante la crisis económica
mundial, la
economía planificada del fascismo alemán en los años treinta y
la marcha triunfal del
keynesianismo en las teorías económico-políticas, y en la formación ideológica de un
paradigma del estado social, hicieron creer a los contemporáneos que el
particularmente riguroso y consecuente estatalismo soviético, era sólo la punta
de lanza de un proceso socio-mundial general y definitivo.
De
todos modos, en la historia de la modernidad hasta ahora, la tendencia
estatalista, de cualquier signo social e ideológico que sea, no ha sido
comprendida como parte integrante del proceso capitalista, sino como el polo
opuesto a éste y, si es posible, como potencia superadora. El tiempo de esa
superación ya había llegado, incluso a los ojos de aquellos que no saludarían
un desarrollo como ése. Si todos los marxistas tradicionales, pese a su cisma,
o sea, de Hilferding a Lenin, veían en la tendencia estatalista la «preparación
inmediata del socialismo», los críticos de la burocracia y del «totalitarismo»,
como Max Horkheimer
y Theodor Adorno,
entendían este mismo desarrollo, por el contrario, como la «superación mala de
las contradicciones capitalistas» en el terreno del propio capital. El «estado
autoritario» total de (HORKHEIMER 1972/1942) parecía ser la tendencia general
en la que se bloqueaba la modernidad en conjunto.
Obviamente,
este modo de ver las cosas estaba deslumbrado por la inmediatez del fenómeno
histórico tal como fue acuñado, positiva o negativamente, por las tradiciones
de la inmanente reflexión burguesa desde el «estado cerrado» de Johann Gottlieb
Fichte.
En realidad, sin embargo, el
estatalismo no podía ser, en modo alguno, la última palabra de la modernidad;
también en el siglo 20 seguía siendo un mero estadio transitorio del proceso de
las contradicciones capitalistas, que
no pueden ser superadas sobre sus propios fundamentos. De hecho, las
economías de guerra y las otras manifestaciones del estatalismo moderno en
Occidente, no podían en modo alguno, arraigar tan profundamente como en la
Unión Soviética. La actividad del proceso mercantil nunca fue sometida por
completo al comando estatal, la relación entre estado y mercado nunca fue
congelada por completo. Ya en el período de entreguerras se había relajado a la
intervención estatalista y el paradigma keynesiano entendía el estado como un
regulador auxiliar del mercado y no como su entrometido sujeto de mando.
Era,
pues, de prever que el reconocimiento del dinero, desde hacía ya mucho
convertido en hábito en Occidente, y su estructura de automovimiento forzarían
un nuevo viraje. Tras la Segunda Guerra Mundial, se inició, en varias etapas, el reascenso del paradigma monetarista —económico y teoréticamente, un amplio roll-back del
neoliberalismo. Empezando por Ludwig Erhard,
convertido en símbolo del «milagro económico» mercantil y competitivista de su «economía social de mercado»,
hasta la filosofía de la crisis, militante y directamente antisocial, del
expreso monetarismo de nuestros días, conformado por las doctrinas
político-sociales prácticas del thatcherismo
y la reagonomía
—la tendencia estatalista, incluso la meramente
keynesiana, devino cada vez más débil e impotente.
El
renovado giro monetarista estaba (y está) tan poco en condiciones de superar la
contradicción interna del capital, que empuja hacia la crisis, en su movimiento
mundial, como lo estuvo el «estado autoritario». Este nuevo viraje en el
proceso de la modernidad burguesa es ya él mismo una reacción a los fenómenos
de la crisis, que el estatalismo en retirada ya no podía dominar, y hallará de
nuevo su fin desencadenando un nuevo contragolpe estatalista, tanto más cuanto
que agudiza la crisis mundial y la tendencia monetarista deba mostrar su
específico déficit de dominio. Cuanto más se aproxima a los límites absolutos
de la moderna sociedad del trabajo abstracto, tanto desde el punto de vista
económico como desde el ecológico, tanto más rápida y desesperadamente deben
sucederse los cambios, tanto más cortas, pues, la oscilaciones entre
estatalismo y monetarismo.
Pero
precisamente esta flexibilidad versátil en las formas sociales de reacción,
esta capacidad para el cambio de posición en el infernal proceso de la
contradicción capitalista es, por otra parte, la que demora el fin, prolonga la
vida del capital y produce un curso de la crisis con momentos de control
temporal. Controlado estatalmente de modo meramente externo en las petrificadas
economías de guerra del realsocialismo, el capital ya no posee esta capacidad.
La realización del mercantilista «estado racional» burgués y la perpetuación de
la economía de guerra, debían convertir un mecanismo de desarrollo tardío en un
montón de chatarra incapaz de reaccionar al estancamiento. La crisis de la
sociedad del gasto abstracto de fuerza de trabajo golpea, en primer lugar y con
la mayor fuerza, las partes más inmóviles, estatalmente congeladas, del sistema
mundial productor de mercancías.
Este
derrumbamiento se muestra del modo más trágico en la periferia occidental de la
Unión Soviética y, particularmente, en la parte oriental de Alemania. Pues, en
esta región, la estatalización total del capital no pudo invocar —ya desde el
principio— la relativa racionalidad histórica de un desarrollo tardío de las
modernas sociedades burguesas; por lo menos en Alemania y Checoslovaquia (en
parte también Hungría y Polonia) ya habían alcanzado este estadio, más o menos,
pero, en todo caso, lo suficiente para que el proceso de modernización del
capital hubiese podido continuar sobre sus propios fundamentos. La
incorporación forzosa de esas sociedades a la esfera del estatalismo soviético
fue, por tanto, ya de buen principio, históricamente reaccionaria y
contraproductiva; de ello da cumplido testimonio la larga cadena de sublevaciones
populares y movimientos de masas desde los años cincuenta*8 .
Particularmente
en la RDA,
podían apoyarse claramente esta economía de guerra y este estatalismo
neomercantilista importados en cierta tradición interna. En el desarrollo
interno occidental, la alemana había sido, por decirlo así, la tardía entre
todas las sociedades burguesas modernas y aquí se formó el momento estatalista
del capital de un modo correspondientemente fuerte. No por casualidad, la
economía de guerra del imperio del Kaiser fue la
más acentuada y, por ello, pareció a los bolcheviques la preferible; y, no por
casualidad, la economía planificada fascista en Alemania fue la que más se
acercó, entre todos los países occidentales, al «estado racional» fichteano
de un «mercado planificado». El régimen impuesto a la fuerza, de provinencia
bolchevique, como retoño del proceso de una socialización burguesa tardía, se
encontró así, en Alemania, sobre las huellas internas, aunque debilitadas, de
una tradición de cuño temprano- moderno, emparentada a la suya.
Este
regimiento «típicamente alemán» de diligentes burócratas obreros, funcionarios
de una potencia de ocupación, que tan incómodamente se sentaba sobre las
bayonetas, sólo pudo —una fantástica ironía de la historia— apoyarse en
momentos, tradiciones y estructuras de pensamiento de la propia sociedad en la
medida en que, canturreando contínuamente una seca e increíble retórica de
revolución y progreso, intentaba obstinadamente movilizar en su favor los
contenidos reaccionarios, prusianos, guillermistas
(en algunos puntos, incluso los fascistas) del pasado: el paso de la oca del Ejército
Nacional Popular simboliza algo más que una mera herencia militar.
Aquí se
combinaron, en un conglomerado particularmente repugnante, el estatalismo
bolchevique y el prusiano, los engendros de diversas épocas del
desarrollo tardío del capital. Surgió, así, una mezcla de correo alemán,
acuartelamiento permanente de exploradores (desde la cuna hasta el ataúd) y
economía militarizada. Si ya la Unión soviética tuvo que ser más de economía de
guerra que la economía de guerra, la RDA (República
Democrática Alemana) fue más soviética que los sóviets y, justamente por ello,
más prusiana que Prusia. La economía del paso de la oca y el socialismo de
cuartel, produjeron en la RDA una desviación en la evolución de la
modernización capitalista que, en biología, sería una pesadilla darwiniana.
Tanto
más espantosa aparece la perspectiva de la reunificación de ambas Alemanias; no
sólo porque con ello podría despertarse un superestatalismo nacional, sino
porque ambas partes ya no cuadran entre sí y su soldadura sólo puede entenderse
como crisis, a la vista de la separación histórica de sus respectivas
situaciones actuales. La economía de guerra petrificada del capital desde 1916
con sus fósiles estructuras guillerminas tropieza con una sociedad de economía
de mercado tardo-capitalista y monadizada. Dos formas contrapuestas de la
crisis del sistema productor de mercancías chocan entre sí. Este proceso será
más bien un histórico accidente de circulación en la etapa final de la
modernidad que una suntuosa boda en el inicio de un nuevo auge.
*1. El rasgo jacobino-burgués de los bolcheviques (lo
que, naturalmente, implica un carácter girondino de sus adversarios
mencheviques) no sólo se ha señalado a menudo, sino que incluso ha sido
afirmado orgullosamente por ellos mismos y especialmente por Lenin. Que esto
apareciese para ellos sólo como una comparación histórica gloriosa, a la que
correspondía en su propia revolución «un contenido de clase totalmente
distinto», es sólo la reproducción histórica de su error en el
meta-nivel. El concepto personalista y sociologistamente reducido de
«adversario», que permite que parezca lógico decapitarlo como solución al problema,
caracteriza el jacobinismo bolchevique como la repetición de una revolución burguesa
bajo la condiciones de principios del siglo 20. Reiri
al la teksto
*2. Una ojeada al registro de las obras de Lenin basta
para dejar claro que allí no puede encontrarse siquiera el rastro de una
tematización del concepto económico de valor y de la crítica marxiana al
fetichismo; la condición histórica de esta ingenuidad teorética explica que
también el marxismo occidental la haya arrastrado hasta nuestros días, si se
exceptúan intentos aislados, nada claros, que han permanecido «solitarios» y
que nunca han fructificado Reiri al la
teksto
*3. Entretanto, esta opción ha devenido, con toda la
seriedad, buena para discursos y discusiones de salón con los verdes-fundamentalistas
«críticos de las fuerzas productivas», aunque, naturalmente, sólo como baratija
ideológica, explicable únicamente porque la distancia histórica a esas
relaciones ha devenido tan grande que pueden volver a glorificarse. El
movimiento obrero y los bolcheviques de 1917, que las tenían aún realmente ante los ojos, tenían toda la razón al no
hacer caso de una opción tan disparatada, reaccionaria y profundamente
antiemancipadora. Reiri
al la teksto
*4. Al principio, se dio esta reunificación socialdemócrata en la forma de un contrito regreso al hogar del hijo pródigo leninista-comunista: en toda Europa se arrancaron las estrellas rojas y los símbolos del martillo y la hoz y los partidos del socialismo de cuartel cambiaron su nombre a toda prisa por el de «socialista» o «socialdemócrata»; lo más grotesco: el SED, ya históricamente surgido de la boda forzada entre el SPD y el KPD, que ahora, como Partido del Socialismo Democrático, quisiera alcanzar, en un salto mortal ideológico, la posterior boda por amor. Este espectro se desvanecerá en la medida en que, también en el Oeste, se produzca el fin crítico de la función socialdemócrata de modernización y de la propaganda de conciliación social. El «modelo sueco», por ejemplo, cae mortalmente enfermo en su tierra materna, mientras los ingenuamente purificados ex-leninistas lo tratan como una perspectiva. Reiri al la teksto
*5. El tratamiento de la historia como
crítica maníaca contra el pasado, el que ha actuado incomprensiblemente mal,
donde habría podido hacerlo mucho mejor, es, en general, una característica
lógica del pensamiento ilustrado, así como el medir el pasado con principios
racionales abstractos, la historia de cuya constitución no se refleja en
absoluto. Este pensamiento supone siempre un sujeto burgués y lo proyecta en
los acontecimientos históricos, al menos los de la modernidad, sin reparar en
que toda la modernidad no es más que la historia de la constitución de
esa forma de subjetividad. Reiri
al la teksto
*6. También Wittfogel
intenta convertir su investigación de la «sociedades hidráulicas» del
despotismo oriental en una crítica del bolchevismo y al sociedad soviética; su
propuesta permanece, es este aspecto, tan estéril como todas las otras y parte
de las mismas incuestionadas premisas, occidentales, democráticas, del sistema
productor de mercancías. Reiri
al la teksto
*7. Acumulación ¿de qué? Esto es lo
que debería haberse preguntado de inmediato. Naturalmente, de capital, pero
esto no parece haber provocado ningún dolor de barriga a los marxistas.
«Acumulación socialista originaria de capital», una tal nonsense-concepción
muestra sólo que el «capital» y, por tanto, el modo fetichista, cosificado, del
proceso simbiótico con la naturaleza aparece como algo de formación
inespecífica y neutral, a la que tanto los «capitalistas» como el
«proletariado» pueden ser, presuntamente, contrapuestos. Reiri
al la teksto
*8. También en este aspecto, el
marxismo occidental y presuntamente crítico no ha producido, en gran medida,
más que apologética, así en una desamparada acentuación del «antifascismo» de
aquel orden estatalista y régimen de comando, cuya exterioridad se muestra hoy
vergonzosamente. En general, un «antifascismo» meramente declarativo, y
devaluado tras la Segunda Guerra Mundial, tuvo que servir como marco
aconceptual para muchos fenómenos y desarrollos incomprendidos Reiri
al la teksto.
XVIII) 6519 lecturas.
Los
grupos trotskistas, independientemente de las divergencias que justifican su
existencia separada, se presentan todos, sin excepción, como los continuadores
de la política revolucionaria del partido bolchevique y de la III
Internacional. En esto, no se distinguen de otras fracciones de la izquierda
del capital que, para justificar una actividad contrarrevolucionaria en el seno
de la clase obrera, se reclaman de las luchas pasadas de ésta y de los órganos
de los que se ha dotado. Pero, para dar cuerpo a lo que afirman, los grupos
trotskistas se apoyan sobre dos hechos:
1º) En el seno de la III Internacional
se desarrolla a partir de 1924 una reacción al “estalinismo” naciente, la
“Oposición de Izquierda”, en Rusia primero, internacionalmente enseguida, quien,
bajo la dirección de Trotski, daría nacimiento en 1938 a la IV Internacional de
la que los grupos trotskistas actuales han salido.
2°) Apoyándose sobre los cuatro
primeros congresos de la IC la “Oposición de Izquierda” prosigue su actividad
política y es a partir de ciertas posiciones de los 2º , 3º y 4º congresos que
Trotski elabora las posiciones políticas comunes a los grupos que se reclaman
de él.
De
hecho la “relación” que trazan entre los revolucionarios de los años 20 y ellos
mismos no tiene consistencia más que en la medida en que —por una parte retoman
a su cuenta y erigen en principios políticos inmutables lo que constituyeron
los “errores” del movimiento obrero de la época— y no las posiciones que la
oleada revolucionaria de 17-23 había permitido destacar;
Por
otra parte, es a partir de estas posiciones erróneas (de las cuales se había
hecho ferviente defensor desde el 2º congreso de la IC) como Trotski elaboró
las posiciones fundamentales del “trotskismo”, posiciones erróneas que han
servido durante 50 años de contrarrevolución de garantía de “izquierda” a la
política anti proletaria de la burguesía.
XIX) Primeras reacciones obreras ante la
degeneración de la Internacional Comunista.
La guerra de 1914 que enfrentó a las
principales potencias imperialistas, marca la entrada del sistema capitalista
en su fase de decadencia, “abriendo la era de las guerras, crisis y
revoluciones sociales” (I Congreso de la IC). En reacción a esta primera
guerra mundial, el proletariado surgió internacionalmente y vio a su fracción
rusa tomar el poder a partir de la insurrección de Octubre del 17. La lucha de
la clase obrera va a proseguir durante varios años sobre todo en Alemania,
Italia y Hungría... Dentro de este contexto general las organizaciones revolucionarias
se reagrupan en la IC durante su primer congreso en 1919 y adoptan, a la luz de
la revolución rusa, las orientaciones políticas que son la manifestación del
paso enorme que acaba de dar la clase obrera mundial. A este título rechaza las
concepciones de la II Internacional y de los “centristas” tipo Kautsky como
burguesas (reformismo, parlamentarismo, nacionalismo...), y llama a la clase
obrera a instaurar la dictadura de los Consejos Obreros.
Sin embargo,
desde 1919, el fracaso sangriento del proletariado en Alemania de entrada, en
Hungría enseguida, anuncia el reflujo de la lucha mundial y viene a reforzar el
aislamiento de la revolución en Rusia que los esfuerzos desplegados por la
clase obrera en 1920-21 no lograron frenar.
Desde los primeros signos del reflujo,
las concepciones que habían prevalecido en el curso del periodo progresivo del
capitalismo (parlamentarismo, sindicalismo, en el marco de la lucha por
reformas), y que continúan manifestándose en el seno de la clase obrera van a
pesar cada vez más sobre la IC. Es lo que traduce el retorno progresivo a las
viejas tácticas tomadas del arsenal de la socialdemocracia. Ello desde el 2º
Congreso de la IC, y sobre todo desde el 3º y 4º: conquista de los sindicatos,
parlamentarismo, alianzas con fracciones de la burguesía, luchas de liberación
nacional, gobierno obrero y campesino... En Rusia, donde el proletariado ha
tomado el poder, el aislamiento de la revolución va a hacer que las confusiones
del partido bolchevique sobre la naturaleza del poder de la clase obrera (es el
partido el que ejerce el poder) le llevan a tomar medidas opuestas a los
intereses de la clase obrera: sumisión de los soviet al partido, enrolamiento
de los obreros en los sindicatos, firma del Tratado de Rapallo (diplomacia secreta
de Estado a Estado: derecho para las tropas alemanas de entrenar en el
territorio ruso), represión sangrienta de las luchas obreras (Kronstadt,
Petrogrado 1921). Pero la adopción de tales orientaciones por el partido
bolchevique y la IC que van a jugar un papel de acelerador del reflujo de las
que eran expresión, no se hace sin suscitar oposiciones en su seno.
Es así que en el 3º Congreso de la IC,
los que Lenin llamó “izquierdistas”, reagrupados en el seno del KAPD, se elevan
contra el retorno al parlamentarismo, al sindicalismo, y muestran cómo estas
posiciones van en contra de las adoptadas en el primer congreso que intentaban
sacar las implicaciones para la lucha del proletariado del nuevo periodo
abierto por la primera guerra mundial.
Es también en ese congreso donde la
Izquierda Italiana que dirige el Partido Comunista de Italia reacciona
vivamente -aunque en desacuerdo profundo con el KAPD- contra la política sin
principios de alianza con los “centristas” y la desnaturalización de los PC por
la entrada en masa de fracciones salidas de la socialdemocracia.
XX) La significación de la Oposición de Izquierda.
Pero es
en Rusia misma (cuenta tenida de las confusiones del partido bolchevique que se
manifiestan en el contexto de aislamiento de la revolución) donde aparecen las
primeras oposiciones. Es así que desde 1918, el “Komunist” de Bujarin
y Ossinsky,
pusieron en guardia al partido contra el peligro de asumir una política
conocida como capitalismo de
Estado. Tres años más tarde y después de haber sido excluido del
partido bolchevique, el “Grupo Obrero” de Miasnikov lleva la lucha en la
clandestinidad en estrecha relación con el KAPD y el PCO de Bulgaria hasta
1924, en que desaparece bajo los golpes repetidos de la represión de que es
objeto. Este grupo critica al partido bolchevique por sacrificar los intereses
de la revolución mundial en provecho de la defensa del Estado ruso, reafirmando
que sólo la revolución mundial puede permitir a la revolución mantenerse en
Rusia.
Por
tanto, contrariamente a lo que dejan creer los trotskistas que guardan silencio
sobre esas oposiciones, esas tendencias, que se situaban resueltamente en el
punto de vista de los intereses proletarios no esperaron a Trotski y la
“Oposición de Izquierda” para luchar por la salvaguarda de las adquisiciones
fundamentales de la revolución en Rusia y de la Internacional Comunista.
Solamente
después de la quiebra de la política de la IC en Alemania en 1923 y en Bulgaria
en 1924, hecha de una mezcla de “frentismo” y “putchismo” [golpismo], cuando
comienza a constituirse en el seno del partido bolchevique y más precisamente
en sus esferas dirigentes, la corriente conocida bajo el nombre de “Oposición
de Izquierda”.
Esta
“Oposición de Izquierda” se cristalizará alrededor de jefes prestigiosos del
partido bolchevique, como Trotski, Preobrasensky, Ioffé, pero no encuentra
verdadero eco en una clase obrera que sale desangrada de la guerra civil. Los
puntos sobre los cuales lleva la lucha son expresados, en lo que concierne a
Rusia, a través de su consigna: “fuego sobre el kulak, el Keplen y la burocracia”. De una parte
critica la política interclasista del “enriqueced a la campiña” recomendada por
Bujarin y, de otra parte, ataca la burocracia del partido y sus métodos.
Continúa su combate hasta el momento de su exclusión y de la represión a sus
miembros (ejecuciones, internamientos, deportaciones, suicidios, exilio de
Trotski).
A
escala internacional, a partir del 1925-26, la “Oposición de Izquierda” se
levanta contra la constitución del “comité anglo-ruso” y la alianza con las
trade unions (sindicatos ingleses) que acaban de hacer fracasar la gran huelga
general de los obreros ingleses. De otra parte, bajo el impulso de Trotski, la
Oposición de Izquierda llevó una lucha resuelta contra la política criminal de
la IC “estalinizada” en China, preconizando la ruptura del joven Partido
Comunista Chino con el Kuomintang
y las diversas fuerzas burguesas pseudo-progresistas. Afirma que los intereses
del proletariado mundial no deben sacrificarse a la política y los intereses
del Estado ruso.
Por
otra parte, emprende la lucha contra la teoría del socialismo en un sólo país
(desarrollada por Bujarin a cuenta de Stalin). En el 14º congreso del Partido
Comunista Ruso, donde se adopta esta tesis, sólo la voz de los miembros de la
oposición de izquierda se hace escuchar para rechazarla.
Es pues como reacción proletaria a los efectos desastrosos
de la contrarrevolución como aparece, se desarrolla y luego muere la Oposición
de Izquierda en Rusia. Pero el hecho mismo que apareciese tan tardíamente pesa
duramente sobre sus concepciones y su lucha. Se muestra de hecho incapaz de
comprender la naturaleza real del “fenómeno estalinista” y “burocrático”,
prisionera como está de sus ilusiones sobre la naturaleza del Estado ruso. Es
así que, aun criticando las orientaciones de Stalin, ella es parte actuante de
la política de control sobre la clase obrera mediante la militarización del
trabajo bajo la égida de los sindicatos. Se hace también el adalid del
capitalismo de Estado, que quiere impulsar más adelante mediante una
industrialización acelerada.
Cuando
lucha contra la teoría del socialismo en un sólo país, no llega a romper con
las ambigüedades del partido bolchevique sobre la defensa de la “Patria
soviética”. Y sus miembros —Trotski a la cabeza— se presentan como los mejores
partidarios de la defensa “revolucionaria” de la “patria socialista”.
Prisionera
de este tipo de concepciones, se prohíbe todo combate verdadero contra la
reacción estalinista limitándose a criticar ciertos efectos.
Por
otra parte, en la medida en que se concibe, a sí misma no como una fracción
revolucionaria buscando salvaguardar teórica y organizacionalmente las grandes
lecciones de la Revolución de Octubre, sino solo una oposición leal al Partido
Comunista Ruso, no saldrá de un cierto maniobrerismo hecho de alianzas sin
principios con miras a cambiar el curso de un partido casi totalmente
gangrenado (es así que Trotski
buscará el apoyo de Zinoviev (https://es.wikipedia.org/wiki/Grigori_Zin%C3%B3viev)
y Kamenev (https://gl.wikipedia.org/wiki/Lev_Kamenev),
quienes no cesan de calumniarlo desde 1923). Por todas estas razones, se puede
decir que la Oposición de Izquierda de Trotski en Rusia, permanecerá siempre
sin llegar a las oposiciones proletarias que se vinieron manifestando desde
1918.
XXI) La Oposición de Izquierda Internacional.
A nivel
internacional comienza a aparecer en diferentes secciones de la Internacional
Comunista tendencias e individuos que manifiestan su oposición a la política
cada vez más abiertamente contrarrevolucionaria de ésta última. A pesar de un
intercambio de correspondencia entre algunas de estas tendencias y miembros de
la “Oposición de izquierda” en Rusia, no se logra crear inmediatamente ningún
lazo sólido entre ellos. Habrá que esperar hasta 1929, cuando en Rusia los
“oposicionistas de izquierda” son perseguidos y asesinados por los
estalinistas, para que comience a constituirse, alrededor y bajo el impulso de
Trotski exiliado, un reagrupamiento de esas tendencias e individuos que toma el
nombre de “oposición de izquierda Internacional”. Esta constituye en muchos
aspectos la prolongación de lo que había representado la constitución y la
lucha de la Oposición de Izquierda en Rusia. Retoma sus principales
concepciones y se reclama de los cuatro primeros congresos de la IC. Por otra
parte perpetúa el maniobrerismo que caracterizaba ya a la Oposición de
Izquierda en Rusia.
En gran
medida esta oposición es un reagrupamiento sin principios que se limita a hacer
una crítica de “izquierda” del estalinismo. Se prohíbe toda verdadera
clarificación política en su seno y deja a Trotski, a quien ve el símbolo mismo
de la Revolución de Octubre la tarea de hacerse vocero y “teórico”. Se mostrará
rápidamente incapaz en estas condiciones de resistir a los efectos de la
contrarrevolución que se desarrolla a escala mundial sobre la base de la
derrota del proletariado internacional.
XXII) La Contrarrevolución.
La
derrota del proletariado mundial, que los fracasos en Alemania en 1923 y en
China durante 1927, vinieron a sancionar lejos de marcar un retroceso
momentáneo del movimiento proletario, que abre de hecho el período
contrarrevolucionario más largo y profundo, que la clase obrera haya conocido
en su historia.
Y en
efecto, la clase social obrera desmoralizada por sus fracasos sucesivos,
nuevamente atomizada y sometida a la ideología burguesa, esa clase obrera se
volverá a mostrar incapaz de oponerse al curso hacia la guerra en la cual se
introduce de nuevo el sistema capitalista, que ha entrado en una fase histórica
donde no cesa de ser corroído por sus contradicciones insuperables. En todas
partes donde, confrontada a la miseria que le impone el capital en crisis, la
clase obrera intenta aún resistir mediante su lucha, se enfrenta no solamente a
los partidos socialdemócratas que se han ilustrado a todo lo largo de la oleada
revolucionaria de los años 20 como los perros guardianes del capital, sino
desde entonces también a los partidos “comunistas” estalinistas. Estos últimos
pasados en cuerpo y alma al campo del capital, que así asumen su función de
desviación de las luchas obreras y enrolamiento en la vía del nacionalismo
tanto como en la lógica de los enfrentamientos ínter imperialistas preparando
la segunda carnicería imperialista.
En este
contexto general de contrarrevolución que se acompaña de un profundo retroceso
de la lucha de clase y de la conciencia del proletariado, se vuelve cada vez
más difícil para las fracciones y tendencias que se reclaman de la revolución
comunista resistir a la penetración de las ideas burguesas en su seno, de
luchar a contracorriente para mantener y desarrollar las adquisiciones del
movimiento revolucionario pasado. Tanto más por cuanto que, contrariamente a la
contrarrevolución que sigue a la derrota de la Comuna de Paris y que no deja
ninguna ilusión sobre la naturaleza de clase de los “Versalleses” verdugos de
la clase obrera, la contrarrevolución que triunfa, no solamente lo hace dejando
tras de sí cientos de miles de cadáveres obreros, sino igualmente mistificando
a la clase obrera sobre su naturaleza. En la medida en que triunfa a través de
un lento proceso de degeneración de la IC y de la Revolución Rusa, favorecen
todas las ilusiones de la clase obrera en el mantenimiento de la naturaleza
“proletaria” de Estado ruso y los partidos comunistas quienes, al continuar
reclamándose de Octubre 17, van a poder justificar su política de servicio al
capital.
La
“Oposición de Izquierda” que comparte y por tanto difunde estas ilusiones, se
constituye pues en este periodo de contrarrevolución y retoma sin criticarlos,
a la vez los errores de la IC que han contribuido activamente al reflujo de la
oleada revolucionaria de los años 20 y las concepciones falsas de la oposición
de Izquierda rusa que la condujeron al estancamiento en la lucha contra Stalin.
De 1929
a 1933 se concibe como “oposición leal” a la política de la IC, a la que
intenta enderezar desde el interior, cuando ya la adopción por esta de la
teoría del “socialismo en un solo país” venía a confirmar sus muerte como
órgano proletario, y el pasaje de sus partidos al campo del capital. A partir
de 1933, aunque “comprendiera” al fin la función contrarrevolucionaria de los
partidos estalinistas y se orientara hacia la constitución de organizaciones
distintas de los PC, la Oposición de Izquierda continúa considerándolos como
“obreros” y actúa en consecuencia, desarrollando hasta el absurdo las
concepciones falsas que habían precedido sus constitución, y que van a
mostrarse cada vez más crudamente como justificaciones de “izquierda” de la
contrarrevolución triunfante.
A todo
lo largo del periodo que precede la celebración del congreso de fundación de la
IV Internacional en 1938, cuenta tenida de la heterogeneidad de la “Oposición
de Izquierda”, es Trotski mismo quien elabora a partir de los errores de la IC
las tácticas y orientaciones que, aún hoy, con algunas diferencias de
interpretación poco más o menos, sirven de fundamento a la actividad
contrarrevolucionaria de los grupos trotskistas en el seno de la clase obrera y
que se hallan en su forma acabada en el “programa de Transición”.
A
mediados de los años 30 el movimiento trotskista va ser conducido a capitular
frente a la contrarrevolución poniéndose a remolque de la política de los
Frentes Populares destinados a enrolar al proletariado tras la bandera
nacional, es decir, a preparar la guerra. En este sentido, el movimiento
trotskista abandona objetivamente el principio fundamental del movimiento
obrero, el internacionalismo proletario que, en la época de la decadencia del
capitalismo, en la época de las “crisis, guerras y revoluciones” más aún que en
el pasado, en que el proletariado podía desarrollar su lucha por reformas en el
seno de las fronteras nacionales, constituye el criterio decisivo de
pertenencia al campo del proletariado y del comunismo.
XXIII) «Estado obrero degenerado» y defensa de la
URSS.
Prisionero
de las concepciones erróneas de la Oposición de Izquierda rusa, Trotski,
asimilando la medida de nacionalización de la producción -es decir pasaje de la
propiedad privada de los medios de producción a una propiedad del Estado- con
una medida “socialista”, va a situarse en el mismo terreno que los estalinistas
que justifican el mantenimiento y la intensificación de la explotación de la
clase obrera en nombre de la construcción del socialismo en un solo país. En
efecto, aunque condenando esta teoría como burguesa, Trotski es llevado a
reconocer implícitamente la posibilidad de que sea destruida al menos en parte,
dentro de las fronteras nacionales, la ley del valor, es decir la producción
para el intercambio, la extorsión y la acumulación de plusvalor mediante el
asalariado, la separación de los productores de sus medios de producción.
Incapaz
de reconocer en la “burocracia” que se desarrolla en la URSS al enemigo
hereditario del proletariado que renacía sobre la base de las relaciones de
producción capitalistas que habían persistido aún después de la toma del poder
político por el proletariado en 1917, Trotski no comprenderá la función de
gestión y conservación de estas relaciones por esta “burocracia” que él cree
“obrera” cuando es completamente burguesa. En los hechos Trotski se hará el
cantor del capitalismo de Estado ruso circunscribiéndose a promover una
revolución “política” que reinstaurara la “democracia proletaria”.
Es así
como en 1929 defenderá la intervención del ejército ruso en China donde el
gobierno de Tchang Kai Tchek
cazaba a los funcionarios rusos encargados de gestionar el ramal del
transiberiano que pasa por el territorio chino y reviste una importancia
estratégica desde el punto de vista de los intereses nacionales del capital
ruso.
En esa
ocasión, Trotski lanza la consigna tristemente famosa: “Por la patria
socialista siempre, por el estalinismo, jamás”, que disociaba los intereses
estalinistas (es decir capitalistas) de los intereses nacionales de Rusia. Con
esto presentaba a los proletarios una “patria” que defender, a ellos que no la
tienen, que trazaba en fin la vía del apoyo al imperialismo ruso.
XXIV) Antifascismo, Frentismo y Sindicalismo.
Incapaz
de distinguir la naturaleza y la función contrarrevolucionaria y burguesa de
los partidos estalinistas y aún de los partidos socialdemócratas, Trotski va a
ver en las mistificaciones desarrolladas por estos partidos (antifascismo
democrático especialmente, frente popular...) medios de reforzar la Oposición
de Izquierda, con el fin de lograr el surgimiento de un nuevo partido
revolucionario.
En los
zigzagueos de los estalinistas y las maniobras socialdemócratas Trotski cada
vez va a ver brechas provocadas por la presión de una clase obrera de la cual
no alcanza a comprender su derrota histórica. Llamando al frente único, a la
unidad sindical, no hace más que jugar el juego de la contrarrevolución misma
que tiene necesidad de volver a servir los viejos mitos para desorientar aún
más a la clase obrera, la que quiere conducir a una nueva guerra mundial. En la
alianza antifascista de los frentes populares español y francés, Trotski va a
ver un impulso para la política revolucionaria, una base para el reforzamiento
de las posiciones trotskistas mediante el entrismo... en los partidos
socialistas. Cada nueva táctica de Trotski será un paso más en la capitulación
y sumisión a la contrarrevolución.
Retomando
por otra parte, siguiendo a los bolcheviques, la consigna del “derecho de los
pueblos a disponer de sí mismos”, que expresaba la ilusión de estos últimos
sobre la posibilidad para una nación bajo dominación imperialista de
“liberarse” sin caer bajo la férula de otro imperialismo, Trotski y los grupos
que participan en el Congreso de fundación de la IV Internacional calificaron
la guerra entre China y Japón como una guerra de liberación nacional de China
la cual debería ser apoyada. Desde esta época se encuentran así planteadas las
bases que van a fundar el apoyo verbal y algunas veces activo de los grupos
trotskistas a las luchas de liberación nacional que, en la época del
capitalismo decadente, son otros tantos lugares de enfrentamiento entre los
diversos bloques imperialistas en los cuales el proletariado no puede servir
más que como carne de cañón.
El
programa político adoptado en el congreso de fundación de la IV Internacional, redactado por Trotski
mismo, y que sirve de base de referencia a los grupos trotskistas actuales,
retoma y agrava las orientaciones de Trotski que han precedido ese congreso (defensa
de la URSS, frente único obrero, análisis erróneo del periodo ...) pero además
tiene como eje una repetición vacía de sentido del programa mínimo de tipo
socialdemócrata (reivindicaciones “transitorias”), programa vuelto caduco por
la imposibilidad de reformas desde la entrada del capitalismo en su fase de
decadencia, de declive histórico.
Este
Programa de Transición abría la vía a la integración definitiva del movimiento
trotskista en la cohorte de los partisanos del capitalismo de Estado quienes,
en nombre de la instauración de medidas “socialistas”, van a enrolar a la clase
obrera después de la segunda guerra mundial en las reconstrucciones nacionales,
es decir en la reconstrucción del capital.
XXV) Las fracciones comunistas de Izquierda.
Confrontadas
a la contrarrevolución más profunda de toda la historia del movimiento obrero,
las Fracciones Comunistas de Izquierda que habían aparecido en los años 20 y
que habían luchado desde esa época contra la degeneración y los errores de la
IC, se hallaron arrastradas también por el flujo de la contrarrevolución. Es
así que los elementos de la Izquierda Alemana, quienes estuvieron sin embargo
entre los primeros en elevarse contra el retorno en la IC a las tácticas
socialdemócratas y en romper con ella, tendieron a perderse bajo diversas vías:
abandonando toda actividad política o cayendo en la ideología consejista que
rechaza la necesidad del partido y la propia la revolución rusa. Es la Izquierda Comunista Italiana
la que va a asegurar, a pesar de las debilidades ciertas e inevitables, lo
esencial del trabajo de defensa de las posiciones de clase. Es ella quien, a
pesar de un aislamiento dramático, va a asegurar todo un trabajo de comprensión
política y teórica de los efectos de la derrota del proletariado, llegando
hasta plantear la cuestión de la validez de ciertas posiciones de la
Internacional Comunista, que Bordiga
no había puesto en cuestión (como la nacional). Sobre cierto número de puntos
cruciales, la Izquierda italiana se opuso a las orientaciones de Trotski (ver
los anexos en este folleto).
Pero
cualesquiera que hayan sido sus límites, estas fracciones, contrariamente a la
Oposición de Izquierda presidida por León Trotski,
han permitido mantener la tradición revolucionaria. Es también gracias a ellas
que actualmente la débil corriente revolucionaria ha podido renacer y
desarrollarse.
En cuanto a la corriente trotskista desde
los años 30, después de sucesivas capitulaciones y a pesar del asesinato de
Trotski en 1940 por el estalinismo, esas fracciones comunistas se pasaron con
armas y bagajes al campo del capital, enrolándose en la fracción democrática
del imperialismo ruso.
GPM.
XXVI) “Manifiesto del Partido Comunista”
<<Este
trabajo compartido por Marx y Engels, aunque fue la obra común de ambos, cabe
señalar que la tesis fundamental, el núcleo del mismo pertenece a Marx. Esta
tesis afirma que en cada época histórica, el modo predominante de producción
económica y de cambio, así como la organización social que de ello se deriva
necesariamente, forman la base sobre la cual se ha levantado y es la única que
con más certeza ha logrado explicar la historia política e intelectual de dicha
época que, por tanto (después de la disolución de la sociedad gentilicia
primitiva con su propiedad comunal de la tierra), toda la historia de la
humanidad ha sido una historia de la lucha de clases, lucha entre explotadores
y explotados, entre clases dominantes y clases oprimidas (ni más ni menos que como en los tiempos de Marx y
Engels: GPM); donde la historia
de esas luchas sociales es una serie de evoluciones que ha alcanzado en el
presente, un grado tal de desarrollo en que la clase explotada y oprimida —el
proletariado— no puede ya emanciparse del yugo de la clase explotadora y
dominante —la burguesía— sin emancipar al mismo tiempo y para siempre, a toda
la sociedad de toda explotación, opresión, división en clases y lucha de
clases.
A esta idea, llamada para la Historia lo
que la teoría de Charles Darwing14 ha sido para
la biología, ya ambos habían llegado paulatinamente unos años antes de 1845.
Hasta qué punto Engels avanzó independientemente en esta dirección, puede verse
mejor que en cualquier otra obra, por ejemplo en la “Situación
de la clase obrera en Inglaterra”*. Pero cuando Engels se volvió a
encontrar con Marx en Bruselas durante la primavera de 1845, Marx ya había
elaborado esta tesis y se la expuso a Engels en términos casi tan claros como
los que Marx ha expresado aquí.
Cabe citar pues las siguientes palabras
del prefacio a la edición alemana de 1872, escrito por nosotros conjuntamente:
Aunque las condiciones hayan cambiado mucho en los últimos veinticinco años,
donde los principios generales expuestos en este “Manifiesto” siguen siendo
hoy, en su conjunto, enteramente acertados, aun cuando algunos puntos deberían ser retocados. El
mismo “Manifiesto” explica que la aplicación práctica de estos principios dependerá
siempre, y en todas partes, de las circunstancias históricas existentes y que,
por tanto, no se concede importancia exclusiva a las medidas revolucionarias
enumeradas al final del capítulo II. Este pasaje tendría que estar redactado
hoy de distinta manera en más de un aspecto. Dado el desarrollo colosal de la
gran industria en los últimos 25 años, y con este, el de la organización del
partido de la clase obrera; dadas las experiencias, primero, de la revolución
de febrero, y después, en mayor grado aún de la Comuna de París15,
que ha conducido por primera vez al proletariado durante dos veces al poder
político, este programa ha envegecido en alguno de sus puntos. La Comuna ha
demostrado, sobre todo, que “la clase obrera no puede limitarse simplemente a
tomar posesión de la máquina del Estado tal y como está y servirse de ella para
sus propios fines”. (Véase “The
civil War in France; Adress of the General Council of the International Working-men´s
Association”. London, Truelove, 1871, p. 15**, donde esta idea está
más extensamente desarrollada). Además, evidentemente, la crítica de la
literatura socialista era incompleta para aquellos momentos, pues sólo llegaba
hasta 1847; y al propio tiempo, si las observaciones se hacen sobre la actitud
de los comunistas ante los partidos de oposición (capítulo IV), son exactas
todavía en sus trazos generales, y han quedado articuladas en sus detalles, ya
que la situación política ha cambiado completamente y el desarrollo histórico
ha borrado de la faz de la tierra, a la mayoria de los partidos políticos que
allí se enumeran.
Sin embargo, el “Manifiesto” del Partido
comunista elaborado por Marx y Engels, es un documento histórico que ya no
tenemos el derecho a modificar. Y en efecto, mediante la explotación del
mercado mundial, la burguesía ha dado un carácter cosmopolita a la producción y
al consumo en todos los países. A lo largo de su dominio de clase, que cuenta
con un siglo de existencia, ha creado fuerzas productivas más abundantes y
grandiosas que todas las generaciones pasadas juntas. El sometimiento de las
fuerzas de la naturaleza, el empleo de las máquinas sustitutas de trabajo
humano, la aplicación de la química a la industria y a la agricultura, la
navegación de vapor, el ferrocarril, el telégrafo eléctrico, la asimilación
para el cultivo de continentes enteros, la apertura a los ríos a la navegación,
poblaciones enteras surgiendo como por encanto, como si salieran de la tierra.
¿Cuál de los siglos pasados pudo sospechar siquiera, que semejantes fuerzas
productivas dormitasen en el seno del trabajo social?
Hemos visto, pues, que los medios de
producción y de cambio, sobre cuya base se ha formado la burguesía, fueron
creados en la sociedad feudal. Al alcanzar un cierto grado de desarrollo, estos
medios de producción y de cambio, las condiciones en que la sociedad feudal
producía y cambiaba, la organización feudal de la agricultura y de la industria
manufacturera, en una palabra, las relaciones feudales de propiedad, cesaron de
corresponder a las fuerzas productivas
ya desarrolladas. Frenaban la producción en lugar de impulsarla. Se
transformaron en otras tantas trabas. Era preciso romper es esas trabas, y las
rompieron.
En su lugar se estableció la libre
concurrencia, con una constitución social y política adecuada a ella, y con la
dominación económica y política de la clase burguesa. Ante nuestros ojos se ha
producido un movimiento análogo. Las relaciones de producción y de cambio, las
relaciones de producción burguesa de propiedad, toda esta sociedad burguesa
moderna, que ha hecho surgir como por encanto tan potentes medios de producción
y de cambio, se asemejan al mago que ya no es capaz de dominar las potencias
infernales que ha desencadenado con sus conjuros. Desde hace algunas décadas,
la historia de la industria y del comercio no es más que la historia de la
rebelión de las fuerzas productivas modernas, contra las actuales relaciones de
producción que condicionan la existencia de la burguesía y su dominación.
Basta mencionar las crisis comerciales
que, con su retorno periódico, plantean, en forma cada vez más amenazante, la
cuestión de la existencia de toda la sociedad burguesa. Durante cada crisis
comercial se destruye sistemáticamente, no sólo una parte considerable de
productos elaborados, sino incluso de las mismas fuerzas productivas ya
creadas. Durante las crisis, una
epidemia social, que en cualquier época anterior hubiera parecido absurda, se
extiende sobre la sociedad: la epidemia de la superproducción. La sociedad se
encuentra súbitamente retrotraída a un estado de súbita barbarie: diríase que
el hambre, que una guerra devastadora mundial la han privado de todos sus
medios de subsistencia; la industria y el comercio parecen aniquilados. Y todo
eso ¿por qué? Porque la sociedad posee demasiada civilización, demasiada
industria, demasiado comercio. Las fuerzas productivas de que dispone no
favorecen ya al régimen de la propiedad burguesa; por el contrario, resultan ya
demasiado poderosas para estas relaciones, que constituyen un obstáculo para su
desarrollo; y cada vez que las fuerzas productivas salvan este obstáculo,
precipitan en el desorden a toda la sociedad burguesa y amenazan la existencia
de la propiedad burguesa. Bajo tales circunstancias, las relaciones burguesas
resultan demasiado estrechas para contener las riquezas creadas en su seno.
¿Cómo vence esta crisis la burguesía? De una parte, por la destrucción obligada
de su masa de fuerzas productivas; de otra, por la conquista de nuevos mercados
y la explotación más intensa de los antiguos. ¿De qué modo lo hace, pues?
Preparando crisis más extensas y más violentas disminuyendo los medios de
prevenirlas.
Las armas de que se sirvió la burguesía
para derribar al feudalismo, se vuelven ahora contra la propia burguesía. Pero
la burguesía no ha forjado solamente las armas que deben darle muerte; ha
producido también a los hombres que empuñarán esas armas: los obreros modernos,
los proletarios.
En la misma
proporción en que se desarrolla la burguesía, es decir, el capital,
desarróllase también el proletariado, la clase de los obreros modernos, que no
viven sólo a condición de encontrar trabajo, y lo encuentran únicamente
mientras su trabajo acrecienta el capital. Estos obreros, obligados a venderse
al detalle, son una mercancía como cualquier otro artículo de comercio, sujeta
por tanto, a todas las vicisitudes de la competencia, a todas las
fluctuaciones del mercado.
El creciente empleo de las máquinas y la
división del trabajo, quitan al trabajo del proletario todo carácter propio y
le hacen perder con ello todo atractivo para el obrero. Éste se convierte en
un simple apéndice de la máquina, y sólo se le exigen las operaciones más
sencillas, más monótonas y de más fácil aprendizaje. Por tanto, lo que cuesta
hoy día el obrero a su patrón se reduce poco más o menos, que a sus medios
de subsistencia indispensa6bles para vivir y para perpetuar su linaje. Pero
el precio de todo trabajo28, como el de toda mercancía, es igual a
los gastos de producción. Por consiguiente, cuanto más fastidioso
resulta el trabajo, más bajan los salarios. Más aún, cuanto más se
desenvuelven la maquinaria y la división del trabajo, más aumenta la cantidad
de trabajo bien mediante la prolongación
de la jornada, bien por el aumento del trabajo exigido en un tiempo dado, la
aceleración del movimiento de las máquinas, etc.
Así las cosas la industria moderna ha
transformado el pequeño taller del maestro patriarcal, en la gran fábrica del
capitalista industrial. Masas de obreros hacinados en la fábrica son
organizadas en forma militar. Como soldados rasos de la industria, están
colocados bajo la vigilancia de toda jerarquía de oficiales y suboficiales. No
son solamente esclavos de la clase burguesa, del Estado burgués, sino
diariamente, a todas horas, esclavos de la máquina, del capataz y, sobre todo,
del burgués individual, patrón de la fábrica. Y este despotismo es tanto más
mezquino, odioso y exasperante, cuanto mayor es la franqueza con que proclama que no tiene otro fin que el lucro.
Cuanto menos habilidad y fuerza requiere
el trabajo manual, es decir, cuanto mayor es la proporción en que el trabajo de
los hombres es suplantado por el de las mujeres y los niños. Por lo que
respecta a la clase obrera, las diferencias de edad y de sexo pierden toda
significación social. No hay más que instrumentos de trabajo cuyo coste varía
según la edad y el sexo. Una vez que el obrero ha sufrido la explotación del
fabricante y ha recibido su salario en metálico, se convierte en víctima de
otros elementos de la burguesía: el casero, el tendero, el prestamista, etc.
Pequeños industriales, pequeños
comerciantes y rentistas, artesanos y campesinos, toda escala inferior de las
clases medias de otro tiempo, caen en las filas del proletariado; unos, porque
sus pequeños capitales no les alcanzan para acometer grandes empresas y
sucumben en la competencia con los capitalistas más fuertes; otros porque su
habilidad profesional se ve despreciada ante los nuevos métodos de producción.
De tal suerte el proletariado se recluta entre todas las clases de la
población. El proletariado pasa por diferentes etapas de su desarrollo. Su
lucha contra la burguesía comienza con su surgimiento. Al principio la lucha es
entablada por obreros aislados, después por los obreros de una misma fábrica,
más tarde por los obreros del mismo oficio de la localidad contra el burgués
individual, que los explota directamente. No se contentan con dirigir sus
ataques contra las relaciones burguesas de producción, y los dirigen contra los
mismos instrumentos de producción: destruyen las mercancías extranjeras que les
hacen competencia, rompen las máquinas, incendian las fábricas, intentan
reconquistar por la fuerza la posición perdida del artesano de la Edad Media.
En esta etapa los obreros forman una masa
diseminada por todo el país y disgregada por la competencia. Si los obreros
forman masas compactas, esta acción no es todavía consecuencia de su propia
unión, sino de la unión de la burguesía, que para alcanzar sus propios fines
debe —y por ahora aún puede— poner en movimiento a todo el proletariado.
Durante esta etapa los proletarios no combaten, por tanto, contra sus propios
enemigos, sino contra los enemigos de sus enemigos, es decir, contra los restos
de la monarquía absoluta, los propietarios territoriales, los burgueses no
industriales y los pequeños burgueses. Todo el movimiento histórico se concentra de esta suerte, en manos de la
burguesía; cada victoria alcanzada en estas condiciones es una victoria de la
burguesía.
Pero la industria en su desarrollo no
acrecienta el número de proletarios, sino que les concentra en masas
considerables; su fuerza aumenta y adquieren mayor conciencia de la misma. Los
intereses y las condiciones de existencia de los proletarios se igualan cada
vez más a medida que la máquina va borrando las diferencias en el trabajo y
reduce el salario, casi en todas partes, a un nivel igualmente bajo. Como
resultado de la creciente competencia de los burgueses entre sí y de las crisis
comerciales que ella ocasiona, los salarios son cada vez más fluctuantes; el
constante y acelerado perfeccionamiento de la máquinaria coloca al obrero en
situación cada vez más precaría. Las colisiones entre el obrero individual
y sus semejantes adquieren más y más el carácter de colisiones entre dos
clases. Los obreros empiezan a formar coalisiones* contra los
burgueses y actúan en común para la defensa de sus salarios. Llegan a
formar hasta asociaciones permanentes para asegurarse los medios necesarios, en
previsión de estos choques eventuales. Aquí y allá la lucha estalla en
sublevación.
A veces los obreros triunfan, pero es un
triunfo efímero. El verdadero resultado de sus luchas no es el éxito inmediato,
sino la acción cada vez más extensa de los obreros. Esta unión es propiciada
por el crecimiento de los medios de comunicación creados por la gran industria,
y que ponen en contacto a los obreros de diferentes localidades. Basta ese
contacto para que las verdaderas luchas locales, que en todas partes revisten
el mismo carácter y a la postre se centralizan en una lucha nacional, en una
lucha de clases. Mas toda lucha de clases es una lucha política. Y la unión que
los habitantes de la Edad Media, con sus caminos vecinales, tardaron siglos en
establecer, los proletarios modernos con los ferrocarriles, la llevan a cabo en
unos pocos años.
Esta organización del proletariado en
clase y, por tanto, en partido político, vuelve sin cesar a ser socavada por la
competencia entre los propios obreros. Pero resurge, y siempre más fuerte, más
firme y más potente. Aprovecha las disensiones intestinas de los burgueses para
obligarles a reconocer por la ley, algunos intereses de la clase obrera; por
ejemplo, la ley de la jornada de las diez horas en Inglaterra.
En general, las colisiones en la vieja
sociedad favorecen de diversas maneras el proceso de desarrollo del
proletariado. La burguesía vive en lucha permanente: al principio contra la
aristocracia; después contra aquellas fracciones de la misma burguesía, cuyos
intereses entran en contradicción con los progresos de la industria, y siempre,
en fin, contra la burguesía de los demás países. En todas estas luchas se ve
forzado a apelar el proletariado, a reclamar su ayuda y arrastrarle así al
movimiento político. De tal manera la burguesía proporciona a los proletarios
los elementos de su propia educación social y política*.
Además, como acabamos de ver, el progreso
de la industria precipita a las filas del proletariado a capas enteras de la
clase dominante o al menos, las amenaza con sus condiciones
de existencia. También ellas aportan al proletariado numerosos elementos de
educación.
Finalmente, en los períodos en que la
lucha de clases, se acerca a su desenlace, el proceso de desenlace, el proceso
de desintegración de la clase dominante, de toda la vieja sociedad, adquiere un
carácter tan violento y tan agudo, que una pequeña fracción de esa clase
reniega de ella y se adhiere a la clase revolucionaria, a la clase en cuyas
manos está el porvenir. Y así como antes una parte de la nobleza se pasó a la
burguesía, en nuestros días una parte de la burguesía se pasa al proletariado,
particularmente ese sector de los ideólogos burgueses que se han elevado hasta
la comprensión teórica del conjunto del movimiento histórico.
De todas las clases obreras que todavía
hoy se siguen confrontando con la burguesía, sólo el proletariado es una clase
a la postre verdaderamente revolucionaria. Los estamentos medios —el pequeño
industrial, el pequeño comerciante, el artesano, el campesino—, todos ellos
pugnan para salvar de la ruina su existencia como tales elementos medios. No
son, pues, revolucionarios sino conservadores>>: (Karl Marx—Federico Engels: “Manifiesto
del Partido Comunista”. Ed. L’Eina. España Pp. 35 a 94).