03. Causas y culpables: ¿Dónde radica la verdad de los hechos?
Decía Marx
en su “Prólogo” a la primera edición de su obra central:
<<Dos
palabras para evitar posibles equívocos. No pinto del color de rosa, por cierto,
las figuras del capitalista y el terrateniente. Pero aquí sólo se trata de
personas en la medida
en que son la personificación de categorías económicas,
portadores de determinadas relaciones (sociales) e intereses de clase. Mi punto
de vista con arreglo al cual concibo como proceso de historia natural el desarrollo de la formación histórico-social
(capitalista), menos que ningún
otro podría responsabilizar al individuo (llámese Hitler, Bush
o cualquier otro), de (mantener) relaciones de las cuales él sigue siendo
socialmente una creatura, por
más que subjetivamente pueda elevarse sobre las mismas>> (K. Marx:
“El Capital”
Libro I Ed. Siglo XXI/1976 Pp. 8. Lo entre paréntesis y el subrayado nuestros).
Estas palabras fueron puestas negro sobre
blanco el 25 de julio de 1867. Desde entonces, la historia del pensamiento
social no ha registrado un solo ejemplo, capaz de recusar científicamente
semejante aserto MATERIALISTA DIALÉCTICO. Sobre todo, porque la historia efectiva
y real no ha hecho más que confirmarlo empíricamente. En efecto, el error
de plantearse un juicio que se limite a la causa
jurídica eficiente prevista en las leyes vigentes aplicadas a los
acusados de cometer genocidios, es todavía más grueso
si se tiene en cuenta el famoso antecedente del “juicio de Nürenberg”, que hizo una muy particular “justicia” con
los crímenes de guerra nazis finalizada ya la Segunda Guerra Mundial, dejando
esencialmente las cosas tal como
estaban antes de semejante holocausto bélico, para que se vuelvan a repetir
otros más espantosos. Fue precisamente durante aquél juicio que se acuñó el
“Nunca más”, slogan asociado a la inducida
creencia popular, en que el escarmiento a unos cuantos “culpables” de aquella
guerra, cuidadosamente elegidos para ocupar el banquillo de los acusados,
suponía que el oprobio y aislamiento carcelario que cayó sobre ellos, habría
de ser suficientemente disuasivo y escarmentoso para evitar futuras tentaciones
criminales totalitarias de posibles nuevos mensajeros del sistema. Una suposición
que llegado el caso de los criminales confabuladores que prepararon y ejecutaron
crímenes como el del 11-S de 2001 en New York, resultó fallida teniendo en
cuenta que se han podido ir de rositas.
Con esto último
queremos significar que aquél juicio de Nürenberg, basado en la causa jurídica eficiente que
juzga y condena conductas
individuales genocidas, fue la pantalla
detrás de la cual se ocultó el verdadero móvil de aquella barbarie: su causa formal intrínseca propia del
sistema burgués corrupto y criminal,
impidiendo así que la conciencia universal acceda a la verdad histórica, de que la causa de aquel genocidio no
estuvo en la conducta de una minoría irrisoria de “culpables”, por el simple
hecho de haber perdido la guerra, sino que fue consecuencia necesaria de la forma de vida típica del capitalismo,
donde la sistémica rivalidad
de la competencia económica en tiempos de paz, desemboca en fatales guerras de
rapiña. ¿No es ésta la más categórica demostración por la práctica histórica,
de que la causa jurídica eficiente
de los códigos penales que juzga conductas individuales, sirve para dejar intangible
la causa formal burguesa, o
sea, el sistema capitalista potencialmente genocida que
induce a esas conductas, de modo que así este modo de vida se consagre, una y
otra vez, como el non plus ultra de la convivencia humana?
Aquí es
necesario remachar el clavo de estos argumentos históricos, insistiendo en las últimas
palabras de la cita de Marx, en cuanto a que personas del colectivo “11-S Review” y otros, como Jeff King: http://911review.org/Wiki/King,Jeff.shtml, Alan Jones o Andreas von Büllow y
demás minorías sociales denunciantes que han dado la cara en todo este asunto,
tienen ganado el mérito de haberse asumido como vanguardia intelectual y
política del movimiento social contestatario llamado “No en nuestro nombre”. Pero también les cabe la responsabilidad
histórica de saber hasta dónde es necesario “elevarse subjetivamente” por
encima de las relaciones sociales, que
tienden a poner límites a su denuncia y su acción. Porque si de lo que
se trata es que el “nunca más” se cumpla, para eso hay que convertir esa consigna
política en un compromiso permanente hasta que lo históricamente necesario se
convierta en una realidad irreversible. O sea, acabar con el sistema. De lo
contrario, el “nunca más” seguirá siendo una hipócrita locución vacía de todo contenido
político revolucionario verificable.
Y el caso es
que, para acabar con este tipo de lacras criminales, que condicionan nuestra vida y recrean periódicamente las mismas
circunstancias bélicas y los personajes históricos propiciatorios de las más
extremas y maquiavélicas manifestaciones de irracionalidad humana, para eso no
basta con esgrimir el arma de la crítica y limitarse a dar en el blanco de las causas jurídicas eficientes; quedándose
a medio camino entre la ausencia
de toda crítica y la crítica
de la causa formal objetiva (el sistema). En fin, que no es suficiente
limitarse a proponer el juicio y
castigo a los culpables de
tales crímenes. Porque los “criminales” no son más que mensajeros de las verdaderas causas sistémicas materiales que incitan a cometer tales
crímenes.
Hay que ir,
pues, a la raíz de los hechos. Comprender el vano esfuerzo histórico y el
contrasentido lógico, que supone limitarse a penalizar conductas personales que
no hacen más que encubrir, dejando
intangibles, las verdaderas causas
sistémicas objetivas de barbaries, como por ejemplo la del 11-S de 2001
en EE.UU., país donde se preparó y perpetró la destrucción de riqueza ya creada
y crímenes masivos de lesa humanidad —que se atribuyeron a otro—, para
justificar allí la invasión militar y la guerra con fines de apropiación de
territorio rico en reservas petrolíferas subyacentes.
Se trata,
pues, de salir de esa noria engañabobos que gira en
torno al mismo sistema de vida capitalista esencialmente explotador y genocida, vigente desde los
tiempos en que el espíritu de la mercancía se conjugó en términos de una falsa
libertad basada en la propiedad de individuos económicamente desiguales, que se
materializó en fuerza de trabajo ajeno apropiado sin contraprestación alguna,
para ser convertido en plusvalor capitalizable.
Estamos convencidos con Marx queriendo convencer, de
que sólo desde el conocimiento de la realidad económica, social, jurídica, política y cultural del capitalismo
—y el consecuente compromiso práctico con ese conocimiento—, que sólo así será
realmente posible desplegar una acción objetivamente progresista, responsable y
eficaz. Tratando de que esa conciencia trascienda al resto del mundo para poder
alumbrar un futuro, que todavía permanece larvado en las contradicciones
del presente, cada vez más insoportables y aún por resolver:
<<Las revoluciones
burguesas, como las del siglo XVIII, avanzan arrolladoramente de éxito en
éxito, sus efectos dramáticos se atropellan, las personas y las cosas parecen iluminadas por fuegos
diamantinos, el éxtasis es el estado permanente de la sociedad; pero estas
revoluciones son de corta vida, llegan enseguida a su apogeo y una larga
depresión se apodera de la sociedad, antes de haber aprendido a asimilar
serenamente los resultados de su período impetuoso y turbulento. En cambio, las
revoluciones proletarias, como las del siglo XIX, se critican
constantemente a sí mismas, se interrumpen continuamente en su propia marcha,
vuelven sobre lo que parecía terminado
para comenzarlo de nuevo desde el principio (montados en la
noria engañabobos), se burlan
concienzuda y cruelmente de las
indecisiones, de los lados flojos y de la mezquindad de sus primeros intentos,
parece que sólo derriban a su adversario para que éste saque de la tierra
nuevas fuerzas y vuelva a levantarse más gigantesco frente a ellas, retroceden
constantemente aterradas ante la ilimitada inmensidad de sus propios fines,
hasta que se crea una situación que no permite volverse atrás y las
circunstancias mismas gritan: demuestra con hechos lo que eres capaz de
hacer>> (K. Marx: Londres 23 de junio de 1869: “El 18 brumario de Luis Bonaparte”. Ed. Ariel/Barcelona/1982.
Capítulo I Pp. 16-17). Versión digitalizada.
En este
pasaje de su obra monumental, Marx acertó plenamente adelantándose a los
acontecimientos históricos, desde la derrota de la Comuna de París en 1871 y el
ensayo revolucionario también fallido en la Rusia zarista de 1905, hasta la
gran revolución socialista soviética de 1917 que pudo florecer en este último
país, entre febrero de ese año y enero de 1924. Un proceso aleccionador interrumpido
por la burocracia stalinista, para que hoy se acerque cada vez más el horizonte
de otra experiencia bélica más catastrófica que las anteriores.
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