11. ¿Reforma del capitalismo o revolución?

          Además de los millones de condición social subalterna muertos entre 2001 y 2016 por el accidente tóxico, atentados y guerras mencionadas en este trabajo, ¿a qué otra causa objetiva que no sea la propiedad privada sobre los medios de producción y de cambio, cabe atribuir no solo las muertes sino la destrucción material provocada durante todo ese tiempo, sin faltar cínica y miserablemente a la verdad de los hechos? ¡That’s the question! Y la verdad es que las guerras en la era moderna capitalista, han sido toda la vida esencialmente un negocio, y los negocios la ocupación esencial que ha venido haciendo a la existencia de los empresarios en todo el Mundo, dedicados a capitalizar la creciente distribución desigual de la riqueza. Donde ahora mismo según el Centro de Estudios por la paz J.M. Delás”, hay 20 millones de personas en riesgo residual de hambruna severa.

 

          Más arriba hemos dicho que la industria bélica en tiempos de recesión económica es un mercado de sustitución. Según reporta el Directorio de la Industria Militar en España del “Centro de Estudios Para la Paz J.M. Délas”, dependiente de la Fundación Justícia i Pau.1 2, en España hay actualmente más de 130 empresas de la industria armamentista Nota 1. Entre ellas algunas de las principales compañías españolas de los sectores aeronáutico, tecnológico o industrial, que dedican parte de su actividad a la fabricación de armamento, piezas o componentes militares. También hay empresas que prestan servicios con especificidades militares. Finalmente el organismo concluye en reconocer, que “La industria militar y de defensa española es una de las más importantes del mundo”. Y que según los informes del SIPRI3 4, “Tres empresas españolas (Airbus Military, Navantia e Indra) se encuentran entre las 100 mayores compañías mundiales del sector de defensa y seguridad”.

 

          Y según piensa Jordi Calvo Rufanges, doctor en Paz, Conflictos y Desarrollo:

<<El dinero ahorrado se podría invertir en gasto social, sin duda más necesario. El parlamento español y el actual gobierno tienen no solo la obligación moral, sino el deber de reducir de manera considerable el gasto militar” afirma el experto Jordi Calvo, doctor en Paz, Conflictos y Desarrollo.

     El gasto militar debería reducirse en todo el mundo, pero concretamente en España donde las medidas de austeridad están afectando a todos los pilares del Estado de Bienestar, se hace más necesario, afirma Jordi Calvo en su artículo. “Es un deber reducir el gasto militar” (para convertirlo) en Público (al servicio de las necesidades de los ciudadanos).

     Según el experto, en nuestro país, el militar es uno de los gastos que menos se ha reducido en comparación con otras partidas como sanidad o educación. Tanto es así, que casi no se ha reducido volumen de gastos con respecto a los años en los que no nos encontrábamos sumergidos en esta profunda crisis. “La inversión en I+D militar sigue gozando de una partida pública considerable que bien podría servir para promover la investigación civil” que puede que sea una de las pocas salidas para hacer frente a la pobre productividad de las empresas españolas. Se sigue invirtiendo miles de millones de euros en armamento, hecho que el experto considera un verdadero lastre para el presupuesto público.

     Sin las costosas y cuestionables aventuras militares en lejanas tierras, el despilfarro en centenares de nuevos aviones de combate, barcos de guerra, carros de combate, misiles, submarinos militares… y sin el mantenimiento de un sobredimensionado ejército, tendríamos disponibles miles de millones para gasto social” afirma el doctor en Paz, Conflictos y Desarrollo. Además el gasto militar supone una dificultad más para cumplir con el objetivo de déficit público. Por todo esto el experto considera que el gobierno tiene una verdadera obligación moral de reducir el gasto militar y traspasarlo a gasto social, sin duda mucho más necesario para sostener el Estado de Bienestar>>. (Lo entre paréntesis nuestro)

 

          Todo esto es muy loable. Pero no deja de ser un camino empedrado de buenas intenciones, que no llega a explicar cómo tal proposición puede ser posible bajo las condiciones objetivas del capitalismo, férreamente determinadas por la propiedad privada sobre los medios de producción y de cambio. O sea, bajo la dictadura económico-social del capital que así, automáticamente, se ha proyectado desde la sociedad civil hacia el Estado, convertida de tal modo, inevitablemente, en una dictadura política. Todo ello naturalmente a instancias de los gestores públicos de turno en los tres poderes —ejecutivo, legislativo y judicial— aparentemente separados y enfrentados, pero en realidad subrepticia y convenientemente entrelazados a su servicio, para los fines del mutuo enriquecimiento de empresarios y políticos profesionales, que hacen a la corruptela generalizada de tales minorías sociales todavía vigente.

 

          Sin la propiedad privada sobre los medios de producción y de cambio, ipso facto la explotación de trabajo ajeno que dio pábulo a la histórica y creciente desigualdad capitalista en la distribución de la riqueza, a las guerras de rapiña entre países y a la corrupción política institucionalizada de empresarios y políticos profesionales en cada país, toda esa basura histórica pierde sustento y tiende a desaparecer para siempre. Del mismo modo que, en su momento, la propiedad de unos seres humanos sobre otros bajo la forma del “ius utendi et ius abutendi” (uso y abuso) de los amos sobre sus semejantes esclavizados reducidos a la condición de cosas para usufructo absoluto discrecional de los esclavistas, Un bárbaro atributo que desapareció con la lucha de los esclavos por su emancipación dando paso a la Edad Media feudal. En este sentido, es significativo señalar hasta dónde ha calado el concepto de propiedad privada en no pocos intelectuales orgánicos de la burguesía. Como si fuera algo consustancial al género humano. Por ejemplo: los autores de El Conflicto en el Congo—conocido como “La segunda guerra del Congo” entre 1998 y 2003—, atribuyen su primera causa eficiente “más profunda” no al concepto social de propiedad privada —sin el cual esa guerra hubiera sido imposible— sino a la cosa u objeto sobre el que distintos propietarios privados se disputan esa propiedad:

 <<Las causas profundas de las guerras en el Congo desde el año 1996 son: 1. La riqueza en recursos naturales: minerales, especialmente coltán, oro, uranio y diamantes y grandes reservas de madera y de agua. 2. Los problemas étnicos, cuyo punto álgido fue el genocidio en Ruanda de unas 800.000 personas, miembros de la etnia minoritaria tutsi y políticos moderados de la etnia hutu en el año 1994, provocado por el Gobierno ruandés extremista hutu>>. (https://dialnet.unirioja.es/descarga/articulo/3116444.pd. (Ver Pp. 22. Subrayado nuestro).

 

          Y dado que toda esa basura histórica de la propiedad privada en la sociedad civil, sigue íntimamente vinculada con la democracia representativa en las instituciones políticas estatales pseudo-democráticas del capitalismo, desde allí será imposible acabar con esa rémora totalitaria. Lo único que —de seguir prolongándose— podrá ocasionar ese vínculo, es la desaparición para siempre de todo rastro de vida humana en este Planeta. En su obra que publicó en agosto de 1917 titulada. “El Estado y la Revolución”, Lenin siguiendo a Marx y Engels distinguió entre el parlamento burgués y el parlamento revolucionario socialista diciendo que:

    <<Decidir una vez cada cierto número de años qué miembros de la clase dominante han de representar y aplastar al pueblo en el Parlamento: he aquí la verdadera esencia del parlamentarismo burgués, no sólo en las monarquías constitucionales parlamentarias, sino en las repúblicas más democráticas. Pero si planteamos la cuestión del Estado, si enfocamos el parlamentarismo como una de las instituciones del Estado, desde el punto de vista de las tareas del proletariado en este terreno, ¿dónde está, entonces, la salida del parlamentarismo? ¿Cómo es posible prescindir de él?

     Hay que decir una y otra vez que las enseñanzas de Marx, basadas en la experiencia de la Comuna [de París] están tan olvidadas, que para el “socialdemócrata moderno” (léase: para los actuales traidores al socialismo) es sencillamente incomprensible otra crítica del parlamentarismo que no sea la anarquista o la reaccionaria>>. (Op. Cit. Versión digitalizada Pp. 28)… <<Pero todo el quid del asunto está, precisamente, en que esta "especie de parlamento" no será un parlamento en el sentido de las instituciones parlamentarias burguesas. Todo el quid del asunto está en que esta "especie de parlamento" no se limitará a "establecer el régimen de trabajo y a fiscalizar la administración del aparato burocrático", como se figura Kautsky, cuyo pensamiento no se sale del marco del parlamentarismo burgués. En la sociedad socialista, esta "especie de parlamento" de diputados obreros tendrá como misión, naturalmente, "establecer el régimen de trabajo y fiscalizar la administración" del "aparato", pero este aparato no será un aparato "burocrático". Los obreros, después de conquistar el Poder político, destruirán el viejo aparato burocrático, lo desmontarán hasta en sus cimientos, no dejarán de él piedra sobre piedra, lo sustituirán por otro nuevo, formado por los mismos obreros y empleados, contra cuya transformación en burócratas serán tomadas inmediatamente las medidas analizadas con todo detalle por Marx y Engels: 1) No sólo elegibilidad, sino amovilidad en todo momento. 2) Sueldo no superior al salario de un obrero; 3) se pasará inmediatamente a que todos desempeñen funciones de control y de inspección, a que todos sean "burócratas" durante algún tiempo, para que, de este modo, nadie pueda convertirse en burócrata.

     Kautsky no se paró, en absoluto, a meditar las palabras de Marx: "la Comuna [de París] era, no una corporación parlamentaria, sino una corporación de trabajo, que dictaba leyes y al mismo tiempo las ejecutaba". Kautsky no comprendió, en absoluto, la diferencia entre el parlamentarismo burgués, que asocia la democracia (no para el pueblo) con el burocratismo (contra el pueblo), y el democratismo proletario, que toma inmediatamente medidas para cortar de raíz el burocratismo y que estará en condiciones de llevar estas medidas hasta el final, hasta la completa destrucción del burocratismo, hasta la implantación completa de la democracia para el pueblo. Kautsky revela aquí la misma "veneración supersticiosa" hacia el Estado [burgués], la misma "fe supersticiosa" en el burocratismo>>. (Ibid Pp. 68. El subrayado y lo entre corchetes nuestro).

 

          Pero lo que Lenin además quiso significar implícitamente en este pasaje de su obra, es que desde dentro de las instituciones políticas del capitalismo —ejecutivas, legislativas y judiciales— es imposible siquiera reformar nada de la realidad actual tal como proponen los reformistas de la izquierda burguesa distinta de la existente, o sea, que favorezca a los explotados y al mismo tiempo impida la más irrisoria merma en la ganancia obtenida por los explotadores. ¡Esto es de imposible sostenimiento en el tiempo! Una imposibilidad que el sistema capitalista ha venido determinando, desde que se apoderó de la sociedad humana una vez que superó históricamente al feudalismo, para convertir a la burguesía en la clase sustituta dominante. Una clase que tan objetivamente como nació en su momento, hoy día por la misma causa objetiva está llegando al final de su recorrido histórico. Pero que no desaparecerá como tal mientras los explotados sigamos sin comprender la necesidad, cada vez más imperiosa, de cumplir con el deber de hacernos cargo de un futuro sin explotadores ni explotados. Un deber ser que la misma historia del género humano ahora mismo nos está reclamando.

          Más aún, cuando la competencia intercapitalista derivada de la propiedad privada sobre los medios de producción, aumentó sucesivamente la productividad del trabajo sustituyendo fuerza humana por máquinas, hasta el extremo de que hoy, la robotización técnica es una realidad que amenaza con dejar sin trabajo a la mayoría de asalariados en el mundo. Pero que sin duda el llamado desempleo tecnológico también amenaza mortalmente a la burguesía como clase, dado que las máquinas no generan ganancia porque jamás han hecho nunca ni pueden hacer otra cosa, que limitarse a trasladar su valor económico a los productos fabricados con ellas y que, según van desgastándose por el uso en cada proceso productivo, acaban desvalorizándose y registran esa pérdida contablemente como amortización.

          Ciertamente, la industria de la robótica exige y genera directamente nuevos puestos de trabajo altamente cualificados relacionados con su diseño, fabricación, operación y mantenimiento de estos equipos. Pero no es menos cierto, por el contrario, que para lograr una mayor productividad no pocas industrias requieren unos niveles de precisión y calidad en sus productos, que no son factibles sin el uso de robots, como es el caso en la electrónica con la fabricación de piezas en ordenadores y teléfonos móviles, o en las energías renovables como la solar necesitada de células fotovoltaicas, O sea, que lo previsto y demostrado matemáticamente por Marx en 1857-58, en cuanto a que la creciente productividad inducida por la competencia intercapitalista, requiere por lo general sustituir cada vez más trabajo vivo explotado por instrumentos técnicos más y más eficaces, ya son hechos tangibles verificados. Teniendo en cuenta que, para ello, el costo de la sustitución no debe ser mayor que el de los salarios sustituidos.

          Y en cuanto a las necesarias consecuencias sociales y políticas objetivamente deletéreas del sistemaderivadas de la propiedad privada y consecuente competencia intercapitalista que induce al desarrollo de las fuerzas productivassus resultados económicos y políticos al revés de lo que sucede en la industria, no podrán ser producto de ningún automatismo. O sea que el capitalismo no podrá ser superado exclusivamente por el propio peso de sus contradicciones económicas sino que, para ello, tales contradicciones deberán ser políticamente resueltas por las mayorías sociales explotadas, por la única clase social llamada a dirigir el futuro de la humanidad: los asalariados. Y lo harán necesariamente a instancias de un proceso previo de marchas y contramarchas que acaben finalmente con el capitalismo, alumbrando una sociedad sin explotadores ni explotados:

. < <... las revoluciones proletarias, como las del siglo XIX, se critican constantemente a sí mismas, se interrumpen continuamente en su propia marcha, vuelven sobre lo que parecía terminado, para comenzarlo de nuevo desde el principio, se burlan concienzuda y cruelmente de las indecisiones, de los lados flojos y de la mezquindad de los primeros intentos, parece que sólo derriban a su adversario para que éste saque de la tierra nuevas fuerzas y vuelva a levantarse más gigantesco frente a ellas, retroceden constantemente aterradas ante la ilimitada inmensidad de sus propios fines, hasta que se crea una situación que no permite volverse atrás y las circunstancias mismas gritan: demuestra lo que eres capaz de hacer> > (K. Marx: "El 18 Brumarío de Luis Bonaparte" Cap. I).

 

          En el curso de este proceso, mucha tinta y saliva se ha venido gastando en torno al concepto de la palabra “corrupción”, entendida como el mal uso y abuso de la representatividad político-institucional delictiva consciente, para los fines del mutuo enriquecimiento personal de los representantes del Estado y los empresarios, actuando en secreto contubernio delictivo que, inevitablemente, ha venido contribuyendo a la cada vez más escandalosa distribución desigual de la riqueza en esta sociedad. Un cohecho consustancial a la puta democracia representativa que, a menudo y con la misma fatalidad, desembocó en las dictaduras más genocidas, corruptas y despóticas concebibles. Tal como en su momento así definiera a esta especie de alternancia “representativa” entre bribones, el historiador y político inglés católico-liberal Lord Acton con estas palabras:

 <<El poder político (individual en las democracias representativas) corrompe, y el poder político absoluto (de las dictaduras) corrompe absolutamente” (Lo entre paréntesis nuestro).

 

          Y para poder alcanzar alternativamente cualquiera de las dos metas posibles en esa carrera, la condición necesaria es decidirse a participar en ella, ya sea como sujeto elector o como electo. De ahí que por deformación profesional, el célebre criminalista Cesare Lombroso no viera en cada individuo “más que a un ladrón, a un criminal, a un asesino en potencia”. Es la misma deformación profesional con que, a priori, tiende juzgar su entorno cualquier juez o policía, lo cual explica que semejante desconfianza deba tener su hipócrita contrapartida “moderadora” en el principio jurídico de la “presunción de inocencia”. Pero que sin embargo no deja por eso de prevalecer la tendencia a la mutua sospecha generalizada, de que todos somos proclives a degenerar moralmente delinquiendo, cuyo principio activo es falso que se le atribuya a los individuos, porque la verdad es que anida en el fracaso de esta sociedad típica del engaño y el pillaje mutuo, lo cual imposibilita crear las condiciones materiales y sociales que dejen sin sentido, “la ocasión que hace al ladrón”.       

 

          Así las cosas tal como han sido previstas por Marx y verificadas por los acontecimientos pretéritos, una vez más la tendencia política favorable a las contramarchas en los procesos históricos de la lucha por el poder entre las dos clases universales antagónicas e irreconciliables, ha estado sin excepción e invariablemente corriendo a cargo de los reformistas contumaces, medrando en las instituciones políticas del sistema como siempre, a medio camino entre la revolución y la contrarrevolución. O sea que, contradictoria y utópicamente, quieren el capitalismo pero no sus nocivas y fatales consecuencias sistémicas. Por tanto, tal como se han comportado siempre y con el mismo empeño tenaz, oportunista y rastrero, los reformistas de la llamada “izquierda” burguesa, siguen rechazando cobardemente comprometerse con la imprescindible y cada vez más urgente respuesta revolucionaria. Pero tampoco dejan de aparentar que defienden a “la gente” del más bajo escalafón, a los “explotados”. Como decía Marx:

    <<El PEQUEÑOBURGUÉS, en una sociedad avanzada y, como consecuencia necesaria de su posición social (intermedia), por una parte se hace socialista y, por otra, economista; es decir, está deslumbrado por las magnificencias de la alta burguesía y simpatiza con los dolores del pueblo. Es al propio tiempo burgués y pueblo. Se jacta en el fuero interno de su conciencia, de ser imparcial, de haber encontrado el justo equilibrio (…) Semejante pequeñoburgués diviniza la CONTRADICCIÓN, puesto que la contradicción es el núcleo de su ser. Él no es sino la contradicción social en acción. Él debe justificar en la teoría lo que es en la práctica>>. (K. Marx: “Carta a Annenkov” 28/12/1846. Lo entre paréntesis nuestro).

 

            Pero resulta que estos últimos días, los representantes de la pequeñoburguesía en las formaciones políticas socialdemócratas de “Podemos” y el PSOE, parecen haber traicionado a ese “justo equilibrio” en favor de los más desfavorecidos, decidiendo apoyar a la más rancia aristocracia obrera que representan los 6.156 estibadores portuarios españoles, cada uno de los cuales han venido gozando el privilegiado régimen salarial promedio de origen franquista, que hoy asciende a los 70.000 Euros anuales (5.833 Euros mensuales). Con el agravante de que, 14 días antes de la votación en el Parlamento acerca de este asunto, la opinión pública española pudo saber que:

<<La reforma (de aquél régimen laboral franquista) viene impuesta por mandato europeo, que considera el sistema de estiba español contrario a la normativa comunitaria y, por ello, puede imponer a España una sanción de al menos 21 millones de euros. No obstante, el Ministerio de Fomento considera que la reforma permitirá mejorar la competitividad de un sector fundamental para la economía. Los puertos canalizan el 86% de las importaciones y el 60% de las exportaciones del país. (http://www.libremercado.com/2017-02-03/fomento-rompe-el-monopolio-de-los-estibadores-de-los-puertos-1276591986/. Lo entre paréntesis y el subrayado nuestros).

 

          Sin embargo y para simpatizar con esta irrisoria y privilegiada parte de la ciudadanía española subalterna —naturalmente en perjuicio del resto—, el pasado día 16 del corriente mes de marzo, esas dos formaciones políticas socialdemócratas sumaron juntas 175 votos en el Congreso de los diputados, contra 142 del derechista “Partido Popular” a cargo del gobierno que, de tal modo, no logró modificar a la baja ese tradicional régimen salarial.

 

          Tal es la utópica catadura intelectual y moral de los sujetos que integran la casta social intermedia entre capitalistas y asalariados en la etapa del capitalismo postrero. Como si la propiedad privada sobre los medios de producción y de cambio a instancias de la competencia intercapitalista, a la vez que desarrollara las fuerzas productivas que permitieran la coexistencia permanente del gran capital centralizado cada vez más en pocas manos, sin perjuicio para el sostenimiento de la pequeña y mediana empresa, al mismo tiempo garantizara la expansión sin límites de la producción, con capacidad para mantener el pleno empleo y la remuneración de los asalariados al alza. Pero lo cierto es que el resultado histórico del desarrollo de las fuerzas productivas bajo el capitalismo en cualquier país, nada tiene que ver con esta superchería subjetiva “ad hoc” de los reformistas pequeñoburgueses sino bien al contrario. Y en efecto:

<<Un desarrollo de las fuerzas productivas (en cualquier país) que redujese el número absoluto de los obreros (tal como se ha podido verificar matemáticamente), es decir que de hecho capacitase a la nación entera para llevar a cabo su producción global en un lapso (de tiempo) cada vez más reducido, provocaría (a la postre) una revolución, pues dejaría fuera de circulación a la mayor parte de la población. En esto se manifiesta una vez más la limitación específica de la producción capitalista, y el hecho de que la misma no es en modo alguno una forma absoluta (eterna) para el desarrollo de las fuerzas productivas y para la generación de riqueza sino que, por el contrario, llegado a cierto punto (el sistema) entra en colisión (objetiva, es decir, sin que nadie pueda evitarlo) con ese desarrollo. Esta colisión se manifiesta parcialmente en crisis periódicas, que surgen del hecho de tornarse superflua ora esta parte de la población obrera (disponible), ora aquella en su antiguo modo de ocupación. La limitación de la producción capitalista es el tiempo excedentario de los obreros (desplazados por medios materiales de producción sucesivamente más y más eficaces). El tiempo excedentario absoluto que gana la sociedad, (a la burguesía) no le incumbe en modo alguno. El desarrollo de la fuerza productiva sólo es importante para ella, en la medida en que incrementa el tiempo de plustrabajo (creador de plusvalor o ganancia producida por) la clase obrera (en detrimento de su salario), y no en la medida en que reduce en general el tiempo de trabajo para la producción material; de esta manera, (el capitalismo) se mueve en una antítesis (o sea en su contra, en contra de la realización de sus propios intereses)>>. (K. Marx: “El Capital” Ed. Siglo XXI/1976. Vol. VI. Cap. XV. Aptdo. II. “Conflicto entre expansión de la producción y valorización”. Lo entre paréntesis nuestro).

 

          Los reformistas pequeñoburgueses que han venido insistiendo en su equivocación interesada de concebir al capitalismo como eterno y perfectible, inducidos por las formas aparentes de la realidad han aprendido a reafirmarse, sosteniendo a la burguesía que les mantiene, así es como proceden todos los intelectuales apologetas teóricos del sistema. Estos defensores interesados del capitalismo —que abundan entre el "periodismo especializado" y mayor contacto mantienen con "los ciudadanos de a pie"—, cuando hablan o escriben por ejemplo acerca del "salario relativo", sólo suelen referirse a ésta categoría económica como la variabilidad que experimenta a lo largo del tiempo en función de su poder adquisitivo determinado por la productividad del trabajo. Pero en realidad esto no es más que el salario real. Real, porque la expresión monetaria del salario o salario nominal, puede ser la misma, pero su poder adquisitivo puede cambiar con el tiempo. Esta forma equívoca de hablar por parte de quienes están al servicio del sistema, obedece no precisamente a la casualidad sino al hecho de que tienen prohibido comparar al salario con el plusvalor, como debiera hacerse procediendo científicamente. Y no lo hacen porque semejante comportamiento con arreglo a la verdad, sería como "hablar de la soga en casa del ahorcado". Y es que procediendo científicamente, diciendo la verdad que se puede comprender simplemente comprobando cómo el creciente desarrollo tecnológico incorporado a los medios materiales de producción, convierte partes alícuotas sucesivas de salario en plusvalor o ganancia, pues que quienes así procedieran no podrían sinceramente sino condenar al sistema capitalista. Por la sencilla razón de que el concepto de "salario relativo" —no como los apologetas del capitalismo se afanan en concebirlo y darlo a entender— pone de manifiesto el carácter explotador de la relación entre capitalistas y obreros, es decir, describe explícita y exactamente lo que los patronos pagan al asalariado a cambio de su trabajo, ocultando deliberadamente lo que cada explotado produce y su explotador se apropia. Esto explica por qué Rosa Luxemburgo entendió la lucha por el "salario relativo" —relativo al plusvalor— como el "asalto subversivo del trabajador explotado al carácter mercantil explotador de la fuerza de trabajo", que no por casualidad hace a la creciente distribución desigual de la riqueza.

          Al redactar un texto o pronunciar un discurso acerca de determinados temas u objetos del conocimiento, como es el caso de la economía política, las expresiones que denotan conceptos deben ser unívocas y omnicontextuales, es decir, no equívocas o de distinto significado según la eventual y oportuna conveniencia personal de quien manifiesta su pensamiento, ajustado no precisamente a la verdad sino a su interés, ya sea individual o colectivo. Por tanto, cuando se habla de la corrupción que se atribuye a la relación delictiva hasta cierto punto encubierta entre empresarios y políticos profesionales institucionalizados, hay que comenzar por comprender que el origen y difusión de toda esa podredumbre moral en la sociedad, radica en la noción individualista y pragmática de propiedad privada —que los padres inculcan a sus hijos más con el ejemplo que con las palabras en cada familia—, reafirmada por las falsedades conceptuales que imparten los aparatos ideológicos del sistema capitalista, desde la escuela primaria hasta las universidades pasando por la enseñanza secundaria, donde se inculca que la propiedad privada en general es la principal virtud en cualquier ámbito de una sociedad que se precie.

          En definitiva, que la corrupción es el más genuino engendro del sistema capitalista. Incluyendo al aparato estatal de la “justicia” que lo encubre y justifica, para poder ensañarse incomprensiblemente con algunos individuos que se dejan corromper, dejando intacta la ocasión que hace al ladrón. O sea, que la sociedad burguesa hizo su aparición en la historia, tal como el paraíso terrenal según la concepción cristiano-católica de la vida humana en el Planeta Tierra, donde Dios concibió una forma de comportamiento proclive al pecado y, seguidamente, creó a los primeros pecadores con la finalidad puramente sádica y vengativa de proceder a condenarlos “in saecula saeculorum”. Un absurdo existencial en toda regla.

          Democracia y libertad. He aquí las dos máximas cualidades de la convivencia humana que la burguesía triunfante desde la Revolución Francesa hasta hoy ha venido consagrando. La democracia entendida como el máximo ejercicio de la libertad colectiva que Abraham Lincoln Hanks soñó, concibió y preconizó en EE.UU., desde que la definió durante su discurso pronunciado en Gettysburg el 19 de noviembre de 1863 con estas palabras: el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo. O sea: la democracia directa. Y que por aspirar al cumplimiento de esa causa fue asesinado el 14 de abril de 1865. Menuda democracia es la representativa que permite a los CEO de las más poderosas empresas privadas multinacionales, visitar discrecionalmente los muy bien alfombrados y amueblados despachos ministeriales en los distintos Estados nacionales, para practicar impunemente cohecho con los altos cargos políticos institucionales en beneficio mutuo. Desde entonces y aun cuando en no pocos países se haya deliberadamente omitido definir la democracia representativa, así expresamente reza el Artículo 22 de la carta magna constitucional Argentina: El pueblo no delibera ni gobierna sino por medio de sus representantes. Es decir, que los ciudadanos de a pie sólo pueden por ley, abstenerse de participar en los comicios o, en su defecto, elegir en esas ceremonias periódicas, jerárquicas y falsarias, a quienes les gobiernen. En cualquier caso hecha la ley hecha la trampa, dado que los candidatos a gobernar sea cual fuere su filiación política, una vez elegidos para ejercer su mandato no están obligados a cumplir sus promesas electorales. Ergo: que bajo el capitalismo no hay democracia ni libertad humana colectiva que valga para nadie. Ni siquiera para los grandes empresarios y políticos institucionalizados, porque todos ellos son obligados a comportarse con arreglo a la ley objetiva del valor económico bajo este sistema de vida, que no depende de la voluntad de nadie aunque a ellos exclusivamente les haga sentirse bien. ¿Quién puede a la luz de los reiterados hechos manifiestos demostrar fehacientemente lo contrario? ¡Nadie!

          Y si esto resulta ser tan cierto como que la verdad es el conocimiento de la necesidad, las mayorías sociales debemos no vencer sino convencer a las minorías capitalistas, insistiendo una y otra vez con la palabra y con los hechos, en manifestar la verdad de que las relaciones sociales no deben seguir siendo lo que han venido aparentando ser, o sea ocultando lo que todavía son en realidad: relaciones entre desiguales. No se trata, pues, de que todos seamos formalmente iguales ante unas leyes que hunden sus raíces en la creciente desigualdad real objetivamente inducida. ¿Qué otra cosa es si no, el contrato de trabajo entre patronos y obreros, contrastado seguidamente con el trabajo desplegado en cada jornada de labor?: Porque en el contrato de trabajo, el asalariado vende su capacidad de trabajar a cambio de un salario, que le permita comprar lo necesario para reponerla, cuyo costo ha venido siendo siempre inferior al valor que crea trabajando durante la jornada entera para su respectivo patrón:

<<El trabajo pretérito contenido en la capacidad (o fuerza potencial) de trabajo, y el trabajo vivo que ésta pueda ejecutar: sus costos diarios de mantenimiento y su rendimiento diario, son dos magnitudes completamente diferentes. La primera determina su valor de cambio (equivalente al salario contratado), la otra conforma su valor de uso (por el patrón durante cada jornada de labor). El hecho de que sea necesaria media jornada laboral para mantenerlo vivo durante 24 horas, en modo alguno impide al obrero trabajar durante una jornada completa. El valor de la fuerza de trabajo y su valorización en el proceso laboral son pues, dos magnitudes diferentes (la segunda equivale al plusvalor o ganancia). El capitalista (en el momento de firmar el contrato de trabajo), tenía muy presente esa diferencia de valor>>. (K. Marx: “El Capital” Ed. Siglo XXI/1976. Libro I Vol. I Cap. V. Proceso de trabajo y proceso de valorización Pp. 234. El subrayado y lo entre paréntesis nuestros. Versión digitalizada Pp. 123).

 

          Ergo, después de más de doscientos años conviviendo con la sistemática simulación y la mentira, la explotación y el genocidio, para los fines de que desaparezca toda esta basura histórica, poniendo necesariamente en consonancia la verdad y la convivencia en paz con la realidad:

1) Expropiación de todas las grandes y medianas empresas industriales, comerciales y de servicios, sin compensación alguna.

 

2) Cierre y desaparición de la Bolsa de Valores.

 

3) Control obrero colectivo permanente y democrático de la producción y de la contabilidad en todas las empresas, privadas y públicas, garantizando la transparencia informativa en los medios de difusión para el pleno y universal conocimiento de la verdad, en todo momento y en todos los ámbitos de la vida social.

 

4) El que no trabaja en condiciones de hacerlo, no come.

 

5) De cada cual según su trabajo y a cada cual según su capacidad.

 

6) Régimen político de gobierno basado en la democracia directa, donde los más decisivos asuntos de Estado se aprueben por mayoría en Asambleas, simultánea y libremente convocadas por distrito, y los altos cargos de los tres poderes, elegidos según el método de la representación proporcional, sean revocables en cualquier momento de la misma forma. GPM.