11.
¿Reforma del capitalismo o revolución?
Además de los millones de condición social
subalterna muertos entre 2001 y 2016 por el accidente tóxico, atentados y
guerras mencionadas en este trabajo, ¿a qué otra causa objetiva
que no sea la propiedad privada sobre los medios de producción
y de cambio, cabe atribuir no solo las muertes sino la destrucción
material provocada durante todo ese tiempo, sin faltar
cínica y miserablemente a la verdad de los hechos? ¡That’s the
question! Y la verdad es que las guerras en la era moderna capitalista, han
sido toda la vida esencialmente un negocio, y los negocios la
ocupación esencial que ha venido haciendo a la existencia de los empresarios
en todo el Mundo, dedicados a capitalizar la creciente distribución
desigual de la riqueza. Donde ahora mismo según
el “Centro
de Estudios por la paz J.M. Delás”,
hay 20 millones de personas en riesgo residual de hambruna severa.
Más arriba hemos dicho que la industria
bélica en tiempos de recesión económica es un mercado de sustitución.
Según reporta el Directorio de la Industria Militar en España del “Centro
de Estudios Para la Paz J.M. Délas”, dependiente de la Fundación
Justícia i Pau.1
2,
en España hay actualmente más de 130 empresas de la industria armamentista
Nota
1. Entre ellas algunas de las principales compañías españolas
de los sectores aeronáutico, tecnológico o industrial, que dedican parte de
su actividad a la fabricación de armamento, piezas o componentes militares.
También hay empresas que prestan servicios con especificidades militares.
Finalmente el organismo concluye en reconocer, que “La industria militar y
de defensa española es una de las más importantes del mundo”.
Y que según los informes del SIPRI3
4,
“Tres empresas españolas (Airbus
Military, Navantia
e Indra) se encuentran entre
las 100 mayores compañías mundiales del sector de defensa y seguridad”.
Y según piensa Jordi Calvo Rufanges,
doctor en Paz, Conflictos y Desarrollo:
<<El dinero ahorrado se podría
invertir en gasto social, sin
duda más necesario. El parlamento español y el actual gobierno tienen no solo
la obligación moral, sino el
deber de reducir de manera
considerable el gasto militar”
afirma el experto Jordi Calvo,
doctor en Paz, Conflictos y Desarrollo.
El
gasto militar debería reducirse en todo el mundo, pero
concretamente en España donde las medidas de austeridad están afectando a todos
los pilares del Estado de Bienestar, se hace más necesario, afirma Jordi Calvo
en su artículo. “Es un deber reducir el gasto militar” (para convertirlo) en
Público (al servicio de las necesidades de los ciudadanos).
Según
el experto, en nuestro país, el militar es uno de los gastos que menos se ha
reducido en comparación con otras partidas como sanidad o educación. Tanto es
así, que casi no se ha reducido volumen de gastos con respecto a los años en
los que no nos encontrábamos sumergidos en esta profunda crisis. “La inversión en I+D militar
sigue gozando de una partida pública considerable que bien podría servir para
promover la investigación civil” que puede que sea una de las pocas salidas
para hacer frente a la pobre productividad de las empresas españolas. Se sigue invirtiendo
miles de millones de euros en armamento, hecho que el experto considera un
verdadero lastre para el presupuesto público.
Sin
las costosas y cuestionables aventuras militares en lejanas tierras, el
despilfarro en centenares de nuevos aviones de combate, barcos de guerra,
carros de combate, misiles, submarinos militares… y sin el mantenimiento de un
sobredimensionado ejército, tendríamos disponibles miles de millones para gasto
social” afirma el doctor en Paz, Conflictos y Desarrollo. Además el gasto
militar supone una dificultad más para cumplir con el objetivo de déficit
público. Por todo esto el experto considera que el gobierno tiene una verdadera
obligación moral de reducir el gasto militar y traspasarlo a gasto social, sin
duda mucho más necesario para sostener el Estado de Bienestar>>. (Lo
entre paréntesis nuestro)
Todo esto es muy loable. Pero no deja
de ser un camino empedrado de buenas intenciones, que no llega a explicar cómo
tal proposición puede ser posible bajo las condiciones
objetivas del capitalismo, férreamente determinadas por la propiedad
privada sobre los medios de producción y de cambio. O sea, bajo la dictadura económico-social del capital
que así, automáticamente, se ha proyectado desde la sociedad civil hacia el
Estado, convertida de tal modo, inevitablemente,
en una dictadura política. Todo
ello naturalmente a instancias de los gestores públicos de turno en los tres
poderes —ejecutivo, legislativo y judicial— aparentemente separados y enfrentados,
pero en realidad subrepticia y
convenientemente entrelazados a su servicio, para los fines del mutuo enriquecimiento de
empresarios y políticos profesionales, que hacen a la corruptela
generalizada de tales minorías sociales todavía vigente.
Sin la propiedad privada sobre los
medios de producción y de cambio, ipso facto la explotación de trabajo ajeno que
dio pábulo a la histórica y creciente desigualdad capitalista en la distribución
de la riqueza, a las guerras de rapiña entre países y a la corrupción política
institucionalizada de empresarios y políticos profesionales en cada país, toda
esa basura histórica pierde sustento y tiende a desaparecer para siempre. Del
mismo modo que, en su momento, la
propiedad de unos seres humanos sobre otros bajo la forma del “ius utendi et
ius abutendi” (uso y abuso) de los amos sobre sus semejantes
esclavizados reducidos a la condición de cosas para usufructo absoluto discrecional
de los esclavistas, Un bárbaro atributo que desapareció con la lucha de los
esclavos por su emancipación dando paso a la Edad Media feudal. En este
sentido, es significativo señalar hasta dónde ha calado el concepto de
propiedad privada en no pocos intelectuales orgánicos de la burguesía. Como si
fuera algo consustancial al género humano. Por ejemplo: los autores de “El Conflicto
en el Congo” —conocido como “La
segunda guerra del Congo” entre 1998 y 2003—, atribuyen su primera causa eficiente “más profunda” no
al concepto social de propiedad privada —sin el cual esa guerra hubiera sido imposible—
sino a la cosa u objeto sobre el que distintos propietarios privados se
disputan esa propiedad:
<<Las
causas profundas de las guerras en el Congo desde el año 1996 son: 1. La
riqueza en recursos naturales: minerales, especialmente coltán, oro, uranio y diamantes
y grandes reservas de madera y de agua. 2. Los problemas étnicos, cuyo punto
álgido fue el genocidio en Ruanda de unas 800.000 personas, miembros de la
etnia minoritaria tutsi y políticos moderados de la etnia hutu en el año 1994,
provocado por el Gobierno ruandés extremista hutu>>. (https://dialnet.unirioja.es/descarga/articulo/3116444.pd. (Ver Pp. 22. Subrayado nuestro).
Y dado que toda esa basura histórica de
la propiedad privada en la sociedad civil, sigue íntimamente vinculada con la
democracia representativa en las instituciones políticas estatales
pseudo-democráticas del capitalismo, desde allí será imposible acabar con esa
rémora totalitaria. Lo único que —de seguir prolongándose— podrá ocasionar ese
vínculo, es la desaparición para siempre de todo rastro de vida humana en este
Planeta. En su obra que publicó en agosto de 1917 titulada. “El Estado y la Revolución”, Lenin siguiendo
a Marx y Engels distinguió entre el parlamento burgués y el parlamento
revolucionario socialista diciendo que:
<<Decidir una vez cada cierto
número de años qué miembros de la clase dominante han de representar y aplastar
al pueblo en el Parlamento: he aquí la verdadera esencia del parlamentarismo
burgués, no sólo en las monarquías constitucionales parlamentarias, sino en las
repúblicas más democráticas. Pero si planteamos la cuestión del Estado, si
enfocamos el parlamentarismo como una de las instituciones del Estado, desde el
punto de vista de las tareas del proletariado en este terreno, ¿dónde está,
entonces, la salida del parlamentarismo? ¿Cómo es posible prescindir de él?
Hay
que decir una y otra vez que las enseñanzas de Marx, basadas en la experiencia
de la Comuna
[de París]
están tan olvidadas, que para el “socialdemócrata moderno” (léase: para los
actuales traidores al socialismo) es sencillamente incomprensible otra crítica
del parlamentarismo que no sea la anarquista o la reaccionaria>>. (Op.
Cit. Versión
digitalizada Pp.
28)… <<Pero todo el quid del asunto está, precisamente, en que esta
"especie de parlamento" no será un parlamento en el sentido de las
instituciones parlamentarias burguesas. Todo el quid del asunto está en que
esta "especie de parlamento" no se limitará a "establecer el
régimen de trabajo y a fiscalizar la administración del aparato burocrático",
como se figura Kautsky, cuyo pensamiento no se sale del marco del
parlamentarismo burgués. En la sociedad socialista, esta "especie de
parlamento" de diputados obreros tendrá como misión, naturalmente,
"establecer el régimen de trabajo y fiscalizar la administración" del
"aparato", pero este aparato no será un aparato
"burocrático". Los obreros, después de conquistar el Poder político, destruirán
el viejo aparato burocrático, lo desmontarán hasta en sus cimientos, no
dejarán de él piedra sobre piedra, lo sustituirán por otro nuevo, formado por
los mismos obreros y empleados, contra cuya transformación en
burócratas serán tomadas inmediatamente las medidas analizadas con todo detalle
por Marx y Engels: 1) No sólo elegibilidad, sino amovilidad en todo momento. 2) Sueldo no superior al salario de
un obrero; 3) se pasará inmediatamente a que todos desempeñen funciones de
control y de inspección, a que todos sean "burócratas"
durante algún tiempo, para que, de este modo, nadie pueda convertirse en
burócrata.
Kautsky
no se paró, en absoluto, a meditar las palabras de Marx: "la Comuna [de
París] era, no una corporación parlamentaria, sino una corporación de trabajo,
que dictaba leyes y al mismo tiempo las ejecutaba". Kautsky no comprendió,
en absoluto, la diferencia entre el parlamentarismo burgués, que asocia
la democracia (no para el pueblo) con el burocratismo (contra el pueblo), y el
democratismo proletario, que toma inmediatamente medidas para cortar de raíz
el burocratismo y que estará en condiciones de llevar estas medidas hasta
el final, hasta la completa destrucción del burocratismo, hasta la
implantación completa de la democracia para el pueblo. Kautsky revela aquí la
misma "veneración supersticiosa" hacia el Estado [burgués], la misma
"fe supersticiosa" en el burocratismo>>. (Ibid Pp. 68. El
subrayado y lo entre corchetes nuestro).
Pero lo que Lenin además quiso significar
implícitamente en este pasaje de su obra, es que desde dentro de las instituciones políticas del capitalismo
—ejecutivas, legislativas y judiciales—
es imposible siquiera reformar nada de la realidad actual tal como
proponen los reformistas de la izquierda burguesa distinta de la existente, o sea, que favorezca a los explotados
y al mismo tiempo impida la más irrisoria merma en la ganancia obtenida por
los explotadores. ¡Esto es de imposible sostenimiento en el tiempo! Una imposibilidad
que el sistema capitalista ha venido determinando, desde que se apoderó de
la sociedad humana una vez que superó históricamente al feudalismo, para convertir
a la burguesía en la clase sustituta
dominante. Una clase que tan objetivamente como nació en su momento,
hoy día por la misma causa objetiva está llegando al final de su recorrido
histórico. Pero que no desaparecerá como tal mientras los explotados sigamos sin comprender la necesidad,
cada vez más imperiosa, de cumplir con el deber de hacernos cargo de un
futuro sin explotadores ni explotados. Un deber ser que la misma historia
del género humano ahora mismo nos está reclamando.
Más aún, cuando la competencia intercapitalista derivada de la propiedad privada sobre los medios de producción, aumentó
sucesivamente la productividad del
trabajo sustituyendo fuerza humana por máquinas, hasta el extremo de
que hoy, la robotización técnica es una realidad que amenaza con dejar
sin trabajo a la mayoría de asalariados en el mundo. Pero que sin duda el llamado desempleo tecnológico también
amenaza mortalmente a la burguesía como clase, dado que las máquinas no generan ganancia porque jamás han hecho
nunca ni pueden hacer otra cosa, que limitarse a trasladar su valor económico a
los productos fabricados con ellas y que, según van desgastándose por el uso en
cada proceso productivo, acaban desvalorizándose
y registran esa pérdida contablemente como amortización.
Ciertamente,
la industria de la robótica exige y genera
directamente nuevos puestos de trabajo altamente cualificados relacionados
con su diseño, fabricación, operación y mantenimiento de estos equipos. Pero no
es menos cierto, por el contrario, que para lograr una mayor productividad no
pocas industrias requieren unos niveles de precisión y calidad en sus
productos, que no son factibles sin el uso de robots, como es el caso en la
electrónica con la fabricación de piezas en ordenadores y teléfonos móviles, o en
las energías renovables como la solar necesitada de células
fotovoltaicas,
O
sea, que lo previsto y demostrado matemáticamente por Marx en 1857-58, en
cuanto a que la creciente productividad inducida
por la competencia intercapitalista, requiere por lo general sustituir cada
vez más trabajo vivo explotado por instrumentos técnicos más y más eficaces, ya
son hechos tangibles verificados. Teniendo en cuenta que, para ello, el costo de la sustitución no debe ser mayor que el de los
salarios sustituidos.
Y en cuanto a las
necesarias consecuencias sociales y
políticas objetivamente deletéreas del sistema —derivadas de la propiedad privada y consecuente competencia intercapitalista que
induce al desarrollo de las fuerzas
productivas— sus resultados económicos y políticos al revés de lo que
sucede en la industria, no podrán ser
producto de ningún automatismo. O sea que el capitalismo no podrá ser superado
exclusivamente por el propio peso de sus
contradicciones económicas sino que, para ello, tales
contradicciones deberán ser políticamente
resueltas por las mayorías sociales explotadas, por la única clase social
llamada a dirigir el futuro de la humanidad: los asalariados. Y lo harán necesariamente
a instancias de un proceso previo de
marchas y contramarchas que acaben finalmente con el capitalismo,
alumbrando una sociedad sin
explotadores ni explotados:
. < <... las revoluciones proletarias, como las
del siglo XIX, se critican constantemente a sí mismas, se interrumpen
continuamente en su propia marcha, vuelven sobre lo que parecía terminado, para
comenzarlo de nuevo desde el principio, se burlan concienzuda y cruelmente de
las indecisiones, de los lados flojos y de la mezquindad de los primeros
intentos, parece que sólo derriban a su adversario para que éste saque de la
tierra nuevas fuerzas y vuelva a levantarse más gigantesco frente a ellas,
retroceden constantemente aterradas ante la ilimitada inmensidad de sus propios
fines, hasta que se crea una situación que no permite volverse atrás y las
circunstancias mismas gritan: demuestra lo que eres capaz de hacer> > (K. Marx: "El
18 Brumarío de Luis Bonaparte"
Cap. I).
En el curso de este proceso, mucha
tinta y saliva se ha venido gastando en torno al concepto de la palabra “corrupción”,
entendida como el mal uso y abuso de la representatividad
político-institucional delictiva consciente, para los fines del mutuo enriquecimiento
personal de los representantes del Estado y los empresarios, actuando en
secreto contubernio delictivo que, inevitablemente, ha venido
contribuyendo a la cada vez más escandalosa distribución desigual de la riqueza
en esta sociedad. Un cohecho consustancial a la puta democracia representativa que,
a menudo y con la misma fatalidad, desembocó en las dictaduras más genocidas,
corruptas y despóticas concebibles. Tal como en su momento así definiera a esta
especie de alternancia “representativa” entre bribones, el historiador y
político inglés católico-liberal Lord Acton con estas
palabras:
<<El
poder político (individual en las democracias
representativas) corrompe, y el poder
político absoluto (de las dictaduras)
corrompe absolutamente” (Lo
entre paréntesis nuestro).
Y para poder alcanzar alternativamente
cualquiera de las dos metas posibles en esa carrera, la condición necesaria es
decidirse a participar en ella, ya sea como sujeto elector o como electo. De
ahí que por deformación profesional, el célebre criminalista Cesare
Lombroso no
viera en cada individuo “más que a un
ladrón, a un criminal, a un asesino en potencia”. Es la misma deformación
profesional con que, a priori, tiende juzgar su entorno cualquier juez o policía,
lo cual explica que semejante desconfianza deba tener su hipócrita
contrapartida “moderadora” en el principio jurídico de la “presunción de
inocencia”. Pero que sin embargo no deja por eso de prevalecer la tendencia a
la mutua sospecha generalizada, de
que todos somos proclives a degenerar moralmente delinquiendo, cuyo principio
activo es falso que se le atribuya a los individuos, porque la verdad es que anida
en el fracaso de esta sociedad típica del engaño y el pillaje mutuo, lo cual
imposibilita crear las condiciones
materiales y sociales que dejen sin sentido, “la ocasión que hace al ladrón”.
Así las cosas tal como han sido previstas
por Marx y verificadas por los acontecimientos pretéritos, una vez más la
tendencia política favorable a las contramarchas en los procesos históricos
de la lucha por el poder entre las dos clases universales antagónicas e irreconciliables,
ha estado sin excepción e invariablemente corriendo a cargo de los reformistas
contumaces, medrando en las instituciones políticas del sistema como siempre,
a medio camino entre la revolución y la contrarrevolución. O sea que, contradictoria
y utópicamente, quieren el capitalismo pero no sus nocivas
y fatales consecuencias sistémicas. Por tanto, tal como se han comportado
siempre y con el mismo empeño tenaz, oportunista y rastrero, los reformistas
de la llamada “izquierda” burguesa, siguen rechazando cobardemente comprometerse
con la imprescindible
y cada vez más urgente respuesta revolucionaria. Pero tampoco
dejan de aparentar que defienden a “la gente” del más bajo escalafón, a los
“explotados”. Como decía Marx:
<<El PEQUEÑOBURGUÉS, en una sociedad avanzada y, como consecuencia
necesaria de su posición social (intermedia), por una
parte se hace socialista y, por otra, economista; es decir, está deslumbrado
por las magnificencias de la alta burguesía y simpatiza con los dolores del
pueblo. Es al propio tiempo burgués y pueblo. Se jacta en el fuero interno de
su conciencia, de ser imparcial, de haber encontrado el justo equilibrio (…)
Semejante pequeñoburgués diviniza la CONTRADICCIÓN, puesto que la contradicción
es el núcleo de su ser. Él no es sino la contradicción social en acción. Él
debe justificar en la teoría lo que es en la práctica>>. (K.
Marx: “Carta a Annenkov” 28/12/1846. Lo entre paréntesis nuestro).
Pero resulta que estos
últimos días, los representantes de la pequeñoburguesía en las formaciones
políticas socialdemócratas de “Podemos” y el PSOE, parecen haber traicionado a
ese “justo equilibrio” en favor de los más desfavorecidos, decidiendo apoyar a la
más rancia aristocracia obrera que
representan los 6.156 estibadores portuarios españoles, cada uno de los cuales han
venido gozando el privilegiado régimen
salarial promedio de origen franquista, que hoy asciende a los 70.000 Euros anuales (5.833
Euros mensuales). Con el agravante de que, 14 días antes de la votación en el
Parlamento acerca de este asunto, la opinión pública española pudo saber que:
<<La reforma (de
aquél régimen laboral franquista) viene impuesta por mandato europeo,
que considera el sistema de estiba español contrario a la normativa comunitaria
y, por ello, puede imponer a España una sanción de al menos 21 millones de
euros. No obstante, el Ministerio de Fomento considera que la reforma permitirá
mejorar la competitividad de un sector fundamental para la economía. Los puertos canalizan el 86% de las
importaciones y el 60% de las exportaciones del país. (http://www.libremercado.com/2017-02-03/fomento-rompe-el-monopolio-de-los-estibadores-de-los-puertos-1276591986/.
Lo entre paréntesis y el subrayado nuestros).
Sin embargo y para simpatizar con esta
irrisoria y privilegiada parte de la
ciudadanía española subalterna —naturalmente en perjuicio del resto—, el
pasado día 16 del corriente mes de marzo, esas dos formaciones políticas
socialdemócratas sumaron juntas 175 votos en el Congreso de los diputados, contra
142 del derechista “Partido Popular” a cargo del gobierno que, de tal modo, no logró
modificar a la baja ese tradicional régimen salarial.
Tal es la utópica catadura intelectual
y moral de los sujetos que integran la casta
social intermedia entre capitalistas y asalariados en la etapa del
capitalismo postrero. Como si la propiedad
privada sobre los medios de producción y de cambio a instancias de la
competencia intercapitalista, a la vez que desarrollara las fuerzas
productivas que permitieran la coexistencia permanente del gran capital
centralizado cada vez más en pocas manos, sin perjuicio para el sostenimiento
de la pequeña y mediana empresa, al mismo tiempo garantizara la expansión sin límites de la producción,
con capacidad para mantener el pleno empleo y la remuneración de los
asalariados al alza. Pero lo cierto es que el resultado histórico del desarrollo de las fuerzas
productivas bajo el capitalismo en cualquier país, nada tiene que ver con esta
superchería subjetiva “ad hoc”
de los reformistas pequeñoburgueses sino bien al contrario. Y en efecto:
<<Un desarrollo de las fuerzas
productivas (en cualquier país) que redujese el número absoluto de los obreros (tal como se ha
podido verificar matemáticamente), es
decir que de hecho capacitase a la nación entera para llevar a cabo su
producción global en un lapso (de tiempo) cada vez más reducido, provocaría (a la postre) una revolución, pues dejaría fuera de
circulación a la mayor parte de la población. En esto se manifiesta una vez más
la limitación específica de la producción capitalista, y el hecho de que la
misma no es en modo alguno una forma absoluta (eterna) para el desarrollo de las fuerzas productivas y para la generación de
riqueza sino que, por el contrario, llegado a cierto punto (el sistema) entra en colisión (objetiva, es decir,
sin que nadie pueda evitarlo) con ese
desarrollo. Esta colisión se manifiesta parcialmente en crisis periódicas, que
surgen del hecho de tornarse superflua ora esta parte de la población obrera (disponible), ora aquella en su antiguo modo de
ocupación. La limitación de la producción capitalista es el tiempo excedentario
de los obreros (desplazados por medios materiales de producción
sucesivamente más y más eficaces). El
tiempo excedentario absoluto que gana la sociedad, (a la burguesía) no le incumbe en modo alguno. El desarrollo
de la fuerza productiva sólo es importante para ella, en la medida en que
incrementa el tiempo de plustrabajo (creador de plusvalor o ganancia
producida por) la clase obrera (en
detrimento de su salario), y no en la
medida en que reduce en general el tiempo de trabajo para la producción
material; de esta manera, (el capitalismo) se mueve en una antítesis (o sea en su
contra, en contra de la realización de sus propios intereses)>>. (K. Marx: “El Capital” Ed. Siglo XXI/1976. Vol.
VI. Cap. XV. Aptdo. II. “Conflicto entre
expansión de la producción y valorización”. Lo entre paréntesis nuestro).
Los
reformistas pequeñoburgueses que han venido insistiendo en su equivocación
interesada de concebir al capitalismo como eterno
y perfectible, inducidos por las formas aparentes de la realidad han
aprendido a reafirmarse, sosteniendo a la burguesía que les mantiene, así es
como proceden todos los intelectuales apologetas teóricos del sistema. Estos
defensores interesados del capitalismo —que abundan entre el "periodismo especializado"
y mayor contacto mantienen con "los ciudadanos de a pie"—, cuando
hablan o escriben por ejemplo acerca del "salario relativo", sólo
suelen referirse a ésta categoría económica como la variabilidad que
experimenta a lo largo del tiempo en función de su poder adquisitivo determinado por la productividad del
trabajo. Pero en realidad esto no es más que el salario real. Real, porque la expresión monetaria del
salario o salario nominal, puede ser la misma, pero su poder adquisitivo puede
cambiar con el tiempo. Esta forma equívoca de hablar por parte de quienes están
al servicio del sistema, obedece no precisamente a la casualidad sino al hecho
de que tienen prohibido comparar al
salario con el plusvalor, como debiera hacerse procediendo
científicamente. Y no lo hacen porque semejante comportamiento con arreglo a la
verdad, sería como "hablar de la soga en casa del ahorcado". Y es que
procediendo científicamente, diciendo la verdad que se puede comprender
simplemente comprobando cómo el creciente desarrollo tecnológico incorporado a
los medios materiales de producción, convierte partes alícuotas sucesivas de
salario en plusvalor o ganancia, pues que quienes así procedieran no podrían sinceramente
sino condenar al sistema capitalista. Por la sencilla razón de que el concepto
de "salario relativo" —no como los apologetas del capitalismo se
afanan en concebirlo y darlo a entender— pone de manifiesto el carácter
explotador de la relación entre capitalistas y obreros, es decir, describe explícita
y exactamente lo que los patronos pagan al asalariado a cambio de su trabajo,
ocultando deliberadamente lo que cada explotado produce y su explotador se
apropia. Esto explica por qué Rosa Luxemburgo entendió la lucha por el
"salario relativo" —relativo al plusvalor— como el "asalto
subversivo del trabajador explotado al carácter mercantil explotador de la
fuerza de trabajo", que no por casualidad hace a la creciente distribución desigual de la riqueza.
Al redactar un texto o pronunciar un
discurso acerca de determinados temas u objetos del conocimiento, como es el
caso de la economía política, las expresiones que denotan conceptos deben ser unívocas
y omnicontextuales, es decir, no equívocas o de distinto significado según la eventual
y oportuna conveniencia personal de quien manifiesta su pensamiento, ajustado no
precisamente a la verdad sino a su interés, ya sea individual o colectivo. Por tanto,
cuando se habla de la corrupción
que se atribuye a la relación
delictiva hasta cierto punto encubierta entre empresarios y políticos profesionales
institucionalizados, hay que comenzar por comprender que el origen y difusión de
toda esa podredumbre moral en
la sociedad, radica en la noción individualista y pragmática de propiedad
privada —que los padres inculcan a sus hijos más con el ejemplo que con las palabras
en cada familia—, reafirmada por las falsedades conceptuales que imparten los
aparatos ideológicos del sistema capitalista, desde la escuela primaria hasta
las universidades pasando por la enseñanza secundaria, donde se inculca que la
propiedad privada en general es la principal
virtud en cualquier ámbito de una sociedad que se precie.
En definitiva, que la corrupción es el más genuino engendro del sistema
capitalista. Incluyendo al aparato estatal de la “justicia” que lo
encubre y justifica, para poder ensañarse incomprensiblemente con algunos
individuos que se dejan corromper, dejando intacta la ocasión que hace al
ladrón. O sea, que la sociedad burguesa hizo su aparición en la historia, tal como
el paraíso terrenal según la concepción cristiano-católica de la vida humana en
el Planeta Tierra, donde Dios concibió una forma de comportamiento proclive al
pecado y, seguidamente, creó a los primeros pecadores con la finalidad
puramente sádica
y vengativa de proceder a condenarlos “in
saecula saeculorum”. Un absurdo existencial en toda
regla.
Democracia y libertad. He aquí las dos
máximas cualidades de la convivencia humana que la burguesía triunfante desde
la Revolución Francesa hasta hoy ha venido consagrando. La democracia entendida
como el máximo ejercicio de la libertad
colectiva que Abraham
Lincoln Hanks soñó, concibió y preconizó en EE.UU., desde
que la definió durante su discurso pronunciado en Gettysburg el 19 de noviembre de 1863
con estas palabras: “el gobierno
del pueblo, por el pueblo y para el pueblo”. O sea: la democracia directa.
Y que por aspirar al cumplimiento de esa causa fue asesinado el 14 de abril
de 1865. Menuda democracia es la representativa que permite a los CEO
de las más poderosas empresas privadas multinacionales, visitar discrecionalmente
los muy bien alfombrados y amueblados despachos ministeriales en los distintos
Estados nacionales, para practicar impunemente cohecho con los altos cargos
políticos institucionales en beneficio mutuo. Desde entonces y aun cuando
en no pocos países se haya deliberadamente omitido definir la democracia representativa, así
expresamente reza el Artículo 22 de la carta magna constitucional Argentina:
“El pueblo no delibera ni gobierna sino
por medio de sus representantes”. Es decir, que los ciudadanos de
a pie sólo pueden por ley, abstenerse de participar en los comicios o, en
su defecto, elegir en esas ceremonias periódicas, jerárquicas y falsarias,
a quienes les gobiernen. En cualquier caso “hecha
la ley hecha la trampa”, dado que los candidatos a gobernar sea cual
fuere su filiación política, una vez elegidos para ejercer su mandato no están obligados a cumplir sus promesas electorales. Ergo:
que bajo el capitalismo no hay democracia ni libertad humana colectiva que
valga para nadie. Ni siquiera para los grandes empresarios y políticos institucionalizados,
porque todos ellos son obligados a comportarse con arreglo a la ley
objetiva del valor económico bajo este sistema de vida, que no
depende de la voluntad de nadie aunque a ellos exclusivamente les haga sentirse bien. ¿Quién puede a la luz
de los reiterados hechos manifiestos demostrar fehacientemente lo contrario?
¡Nadie!
Y si esto resulta ser tan cierto como
que la verdad es el conocimiento de
la necesidad, las mayorías sociales debemos no vencer sino convencer a las minorías
capitalistas, insistiendo una y otra vez con la palabra y con los hechos, en
manifestar la verdad de que las
relaciones sociales no deben seguir siendo lo que han venido aparentando ser, o
sea ocultando lo que todavía son en realidad: relaciones entre desiguales. No se trata, pues, de que todos
seamos formalmente iguales
ante unas leyes que hunden sus raíces en la creciente desigualdad real objetivamente inducida. ¿Qué otra cosa es
si no, el contrato de trabajo
entre patronos y obreros, contrastado seguidamente con el trabajo desplegado en cada jornada de labor?: Porque en el
contrato de trabajo, el asalariado vende su capacidad de trabajar a cambio de
un salario, que le permita comprar lo necesario para reponerla, cuyo costo ha
venido siendo siempre inferior al
valor que crea trabajando durante la jornada entera para su respectivo patrón:
<<El trabajo
pretérito contenido en la capacidad (o fuerza potencial) de trabajo, y el trabajo vivo que
ésta pueda ejecutar: sus costos diarios de mantenimiento y su rendimiento
diario, son dos magnitudes completamente diferentes. La primera
determina su valor de cambio (equivalente al salario contratado), la otra conforma su valor de uso (por el patrón durante cada jornada de labor). El hecho de que sea necesaria media
jornada laboral
para mantenerlo vivo durante 24 horas, en modo alguno impide al obrero trabajar
durante una jornada completa. El
valor de la fuerza de trabajo y su valorización
en el proceso laboral son pues, dos magnitudes diferentes (la
segunda equivale al plusvalor o ganancia).
El capitalista (en el momento de firmar el contrato de trabajo), tenía muy presente esa diferencia de valor>>.
(K. Marx: “El Capital” Ed. Siglo XXI/1976. Libro
I Vol. I Cap. V. Proceso de trabajo y proceso de valorización Pp. 234. El
subrayado y lo entre paréntesis nuestros. Versión
digitalizada Pp. 123).
Ergo, después de más de doscientos
años conviviendo con la sistemática simulación y la mentira, la explotación y
el genocidio, para los fines de que desaparezca toda esta basura histórica, poniendo
necesariamente en consonancia la verdad y la convivencia en paz con la realidad:
1) Expropiación de todas las
grandes y medianas empresas industriales, comerciales y de servicios, sin
compensación alguna.
2) Cierre y desaparición
de la Bolsa de Valores.
3) Control obrero
colectivo permanente y democrático de la producción y de la contabilidad
en todas las empresas, privadas y
públicas, garantizando la transparencia informativa en los medios de
difusión para el pleno y universal conocimiento de la verdad,
en todo momento y en todos los ámbitos de la vida social.
4) El que no trabaja en
condiciones de hacerlo, no come.
5) De cada cual según
su trabajo y a cada cual según su capacidad.
6) Régimen político de
gobierno basado en la democracia directa, donde los más decisivos
asuntos de Estado se aprueben por mayoría en Asambleas, simultánea y libremente
convocadas por distrito, y los altos cargos de los tres poderes, elegidos según
el método de la representación proporcional, sean revocables en cualquier
momento de la misma forma. GPM.