10.
Guerra en Siria 2011-2017
Las
guerras interburguesas convencionales como único recurso de subsistencia del
sistema capitalista
<<Desde
que Jean-Baptiste Lamarck hace dos siglos se propusiera explicar la evolución
fisiológica de las distintas especies de animales naturales irracionales,
sosteniendo resumidamente que “la función hace al órgano”, nosotros también
pensamos que éste es el mismo principio activo sin el cual, es imposible
comprender y explicar la evolución de las distintas formas de organización
económica, social y política en cada etapa histórica de la humanidad. ¿Cuál es
la función específica que ha venido determinando y distinguiendo a la
organización económica, social y política bajo el capitalismo? La derivada
directamente de la propiedad privada sobre los medios de producción y de
cambio>>. GPM.
De acuerdo con lo descrito
científicamente por Marx en "El Capital" se deduce que, dado
el régimen de propiedad privada sobre los medios de producción y de cambio —que
hacen a la competencia entre
los distintos capitales agrupados en empresas—, según avanza el desarrollo de
las fuerzas productivas empleadas en cada proceso
económico de producción y su consecuente acumulación de ganancias, el
cumplimiento de esta lógica objetiva
se torna sucesivamente más y más
dificultoso, según el progreso científico-técnico incorporado a los
medios de producción determina, que de cada unidad de capital adicional
invertido en la producción de valores económicos, la parte correspondiente a
los salarios sea relativamente cada
vez menor. De esta realidad se infiere que:
l) El plusvalor o ganancia del conjunto de los
capitalistas se incrementa, pero cada vez menos respecto del capital global en
funciones y, 2) Consecuentemente, la
tasa general de ganancia
entendida como relación económica
entre los réditos globales obtenidos por el
conjunto de los distintos productores capitalistas asociados y el costo
de producir tales ganancias, también tiende fatalmente a disminuir.
Así, hasta llegar a un punto en que la masa de capital
invertido deja de ser compensada por
el plusvalor obtenido, de modo tal que la burguesía debe apelar, cada vez más, al ataque no ya
esporádico o cíclico, sino sistemático y permanente contra las condiciones de
vida y de trabajo de los asalariados activos, de lo cual resulta que se ve
obligada a mantener un ejército creciente de parados en lugar de ser mantenida
por ellos. Y aunque tales circunstancias críticas le obligan incluso a emplear trabajo a tiempo parcial y el
paro parece remitir, en realidad aumenta más que proporcionalmente convertido
así en históricamente creciente. Pues, bien, la humanidad ha alcanzado este
punto inmediatamente antes de la primera guerra mundial. Fue cuando la propia lógica objetiva del sistema capitalista —que no depende de
la voluntad de nadie— comenzó —sotto
voce— a insinuarle a la burguesía, que ha devenido hasta
ser convertida en una clase por completo decadente, porque ya no es capaz de
asegurar a sus esclavos asalariados las condiciones de su propia esclavitud y
que, por tanto, más tarde o más temprano deberá dejar el testigo de la historia
en manos de los trabajadores, de tal modo emancipados de su yugo social.
Y el caso es que
según esta lógica económico-social específica, la producción y venta de
armamentos ha venido fungiendo bajo el capitalismo en tiempos cíclicos de
recesión económica, como una alternativa de acumulación de capital productivo.
Es un mercado por tal causa llamado “de sustitución". ¿Cómo se explica
esto? Por hechos tan evidentes que sólo basta ponerlos en conexión teórica con
lo más básico y elemental del intelecto.
PRIMERA EVIDENCIA:
En condiciones económicas normales, la competencia intercapitalista determina
que los distintos capitalistas asociados se comporten, como si el mercado fuera
una cofradía práctica entre ellos, donde todas sus
empresas respectivas ganan aunque
unas más que otras, según la masa de capital invertido en el común
negocio de explotar trabajo ajeno, con medios de producción de diversa eficacia
técnica que hace a la distinta productividad y, por tanto, a la obtención de
una mayor o menor ganancia relativa. Pero en tiempos de crisis todos los
capitalistas dejan de ganar y la competencia se traslada de la producción a la
especulación, donde lo que unos ganan otros lo pierden. Y el caso es que una de
las formas para especular en circunstancias económicas críticas para fines
gananciales, es la fabricación y venta de armamentos cuyo costo social recae
sobre los presupuestos estatales de cada país beligerante, mientras que la
oferta es de casi exclusiva función del sector capitalista privado.
SEGUNDA EVIDENCIA:
como es sabido, el armamento moderno incorpora el más alto, oneroso,
destructivo y mortal coeficiente de adelanto tecnológico. Por lo tanto, su
fabricación y oferta sólo está al alcance de unas pocas grandes empresas de
alta centralización de la propiedad sobre medios técnicos de última generación,
en manos de relativamente pocos sujetos asociados, dueños de una enorme
magnitud de capital comprometido con tal finalidad ganancial.
TERCERA EVIDENCIA:
la mayor fuente de financiación de los presupuestos estatales en cada país,
proviene de la imposición interna al consumo y patrimonio de la mayoría
absoluta poblacional de condición asalariada.
CONCLUSIÓN:
cuando las crisis del capitalismo son tan profundas y prolongadas, hasta el
extremo de que la burguesía en su conjunto necesita la guerra entre sus
distintas fracciones nacionales para superarlas, ocurre que mientras una parte
de los asalariados en la retaguardia de los países beligerantes, contribuyen
con su trabajo y sus impuestos a enriquecer a esta mafia criminal acaudalada
fabricante de armas y demás pertrechos bélicos, al mismo tiempo sus padres,
hijos, hermanos o primos en paro, son reclutados para ir a morir en el frente
de guerra luchando por "la patria". Esto que ha venido sucediendo
desde los principios del capitalismo y ha vuelto a repetirse por enésima vez
—ahora mismo en Libia, Siria, Yemen, Irak, Sudan del Sur, Nigeria, Niger, Chad,
Camerún y Burundi—, no dejará de prolongarse mientras los pagadores en todo
este tinglado permanezcamos divididos, comportándonos sumisamente con nuestras
clases dominantes nacionales, es decir, sacrificando nuestros propios intereses
históricos como clase social explotada y oprimida —absolutamente mayoritaria—,
para los fines de que la minoría de los capitalistas puedan seguir enriqueciéndose
a expensas nuestras.
El proceso que gestó el origen de Siria como país, se
remonta a la desintegración del Imperio otomano durante la Primera guerra
mundial en 1916, cuando la gran burguesía europea de Francia y Gran Bretaña e
Irlanda en esa contienda, se repartieron aquél territorio según el acuerdo de Sykes-Picot
que trazó los límites de ese nuevo país con El Líbano, ambos bajo el
protectorado colonial de Francia. Luego, desde su independencia en 1945 tras la
Segunda Guerra Mundial, el pueblo llano de Siria debió soportar una serie de
golpes y contragolpes militares entre distintas fracciones de su clase burguesa
nacional dominante. Hasta que desde 1970 la familia de los Asad —de religión
alauita y etnia chií—, lograron hacerse con el
poder hasta hoy en un Estado nacional cuya mayoría de habitantes es de la rama sunnita.
Bajo tales condiciones, el hecho de que una minoría social explotadora haya
podido prevalecer políticamente hasta cierto punto sobre sus mayorías
explotadas, sólo se pudo explicar por el progreso económico coyuntural en la
industria del petróleo, que permitió al Presidente Bashar Al Asad en ese país,
haber podido disponer de los ingresos obtenidos vendiendo tal insumo de
petróleo crudo extraído de los pozos abiertos en su territorio, cuya magnitud
permitió momentáneamente exceder a las necesidades de su consumo interno, para
ser así exportado al extranjero. Situación que sólo se logró sostener hasta que
tales excedentes comenzaron a disminuir en 1995, al mismo tiempo que su consumo
interno aumentaba, por el hecho de que en ese intervalo de tiempo, su población
pasó de los 5 millones de habitantes en 1963, a 28,3 millones en 2.013. Así las
cosas, a partir de 2008 y en medio de la sequía de 2006 que en ese territorio
se prolongó hasta 2011, el gobierno sirio se vio forzado por las circunstancias
a subvencionar el consumo de diesel derivado del petróleo y, para ello, debió
aumentar el gasto de sus presupuestos estatales en torno a los 1.500 millones
de dólares anuales por ese concepto, al mismo tiempo que disminuían los
ingresos provenientes de la exportación de petróleo crudo. Y el caso que nos
ocupa es, que ese mismo año de 2008 en medio de la profunda recesión económica
mundial que todavía se prolonga, el gobierno sirio incapaz de seguir
solventando ese subsidio, comenzó a reducirlo provocando un incremento en los
precios del diesel —que mueve a los motores para la irrigación de los campos de
cultivo—, lo cual afectó seriamente a la producción agrícola y,
consecuentemente, aumentó el precio de los alimentos, degradando el nivel de
vida de la población con más bajos ingresos.
Como producto de esta crisis económico-social, muchos
campesinos y pequeños agricultores que así perdieron su sustento económico,
fueron forzados de tal modo a desplazarse desde zonas del noreste y el sur del
país hacia las grandes ciudades como Hama,
Homs
o Damasco,
asentándose en los suburbios y barrios periféricos precarizados, donde se
generó espontáneamente un ambiente
ideal para el estallido de un conflicto, que fue rápidamente aprovechado por
potencias regionales y mundiales. Tal fue el cúmulo de causas económicas
que dieron pábulo a la rebelión política en Siria, durante la llamada
“primavera árabe” en 2011 y que todavía se prolonga.
Tal como sucedió en Túnez, la revuelta en Siria comenzó el
17 de febrero de 2011 con una discusión en el “mercado viejo” de Hama entre un
policía y un vendedor, cuando éste fue vejado por el agente y cientos de
personas se pusieron de su lado, lanzando gritos contra la corrupción y los
abusos de poder por parte del gobierno hereditario de la familia Asad. Tal fue
el punto de partida de una cadena de protestas populares, desde que al día
siguiente la policía matara al menos a tres manifestantes en la ciudad
de Deraa cercana a Jordania. Y el viernes 19 atacó
lanzando bombas de gases lacrimógenos contra la multitud que acudió en manifestación
a los funerales de las tres víctimas. Entre los días 15 y 30 de marzo ese año,
miles de personas se manifestaron en las principales ciudades Sirias queriendo
que fueran reivindicativas y pacíficas, pero han sido violentamente reprimidas
por el régimen.
En abril se formaron los llamados “comités locales de
protestas” por parte de los grupos de oposición al gobierno. El miércoles 7 y
jueves 8 de julio, los embajadores de Estados
Unidos y Francia en Damasco, visitaron la ciudad siria de Hama, centro
de las principales protestas, en una clara intención provocadora de desafío al
presidente Bashar al Assad. Y el sábado 9 estos mismos sujetos participaron en
una manifestación, donde se pudo saber que ambos países de la cadena
imperialista —junto con las dictaduras árabes teocráticas del Golfo Pérsico—,
habían financiado con 2.000 millones de dólares a grupos armados de oposición y
resistencia al gobierno sirio. O sea, que estos dos embajadores no exigían una
mayor democracia en Siria —tal como pretendieron hacer creer los medios de
difusión interesados—, sino la imposición de un gobierno Islámico que, según lo
denunciara el masónico
y no menos corrupto Presidente ruso Vladimir Putin, esa proposición fue
patrocinada por más de 40 países, entre ellos varios del G20.
Y a fines de ese año, los distintos comités locales de protesta pasaron a
formar parte del ya existente Consejo Nacional Sirio
desde 2005, refundado en Estambul el 23 de agosto de 2011. Tras estos sucesos,
numerosas ciudades sirias fueron testigos de las mayores manifestaciones de
apoyo al gobierno de Bashar Al Asad en toda la historia del país.
Pero a mediados de 2014 y ya en plena guerra civil,
irrumpió en territorio sirio el llamado Estado Islámico, que con el respaldo de
EE.UU. pudo proyectar sus incursiones bélicas en Siria, desde la parte del
territorio Irakí conquistado tras la destitución y asesinato de Sadam Hussein
el 30 de diciembre de 2006. Estos acontecimientos se han enmarcado en el juego
de intereses económicos opuestos, entre rusos, chinos e iraníes, por un lado, y
estadounidenses, franceses, alemanes, turcos, israelíes y saudíes por otro.
Todos ellos sin excepción de acuerdo con el régimen de Bachar al Asad, en que a
ninguno les interesa una Siria próspera, libre, democrática y plural, sino que
cada fracción de esas clases burguesas dominantes procuran que ese conflicto se
salde —si fuera posible exclusivamente— en favor de sus propios intereses. Nada
más. Y en esto han coincidido también con los yihadistas. Pero no con la
inmensa mayoría de los ciudadanos y ciudadanas de Siria, que salieron a las
calles de ese país en la primavera de 2011 no precisamente para defender a
ningún gobierno, sino para exigir sus derechos reclamando en Siria el fin del
Estado policial y la corrupción institucionalizada. Unas lacras que es lo que
tienen de común todos los empresarios y gobiernos de cualquier país sin
excepción en el mundo entero. Tal es la contradicción que la humanidad debe
resolver necesariamente, pero que para tal propósito la clase asalariada sigue
tardando en poner manos a la obra.
¿Cuál es el significado que oficialmente suele atribuirse
con sentido peyorativo a la palabra extremismo? Toda idea o comportamiento que
tiende a desplazar una determinada realidad hacia la izquierda o la derecha,
respecto del centro político vigente, universalmente consagrado por la
burguesía para los fines de mantener la estabilidad del sistema capitalista. El
pasado 13 de diciembre, la familia de los Asad en Siria pudo recuperar
finalmente el control total del territorio que había venido ejerciendo desde
1970 en la parte oriental de Alepo, momentáneamente ocupada hasta ese día por
los milicianos rebeldes armados. Pero ayer mismo, 30 de diciembre, fue cuando
el patriarca de esa familia salió diciendo que: <<La eliminación total de
terroristas en Siria no es difícil, si Arabia Saudí, Catar y Turquía entre
otros, dejan de apoyar al extremismo>>. ¿Hubiera podido hacerlo él con
sus fuerzas armadas sin recibir el apoyo militar que le ha venido brindando su
amigo, Vladimir Putin, ese que preside los destinos de Rusia supuestamente
ubicado en el centro político dominante bajo el vigente sistema capitalista de
su país? ¡No!
¿Qué tiene que ver, pues, toda esta movida, con el mal
entendido y manoseado concepto político de extremismo? ¡Nada! ¡Absolutamente
nada! Porque toda guerra que acabe determinando un cambio de dueño territorial
en nada compromete ni puede afectar a la estabilidad del sistema vigente, a no
ser que bajo las presentes circunstancias se trate de un enfrentamiento entre
potencias nucleares, que podrían acabar con todo rastro de vida humana en la
Tierra. O sea, que si las fuerzas insurgentes en Siria, usando armamento
convencional hubieran desplazado del poder a la familia de los Asad, las
mayorías asalariadas de ese país seguirían igual de sometidas —o más, si cabe—
a las circunstancias que, como hemos venido insistiendo en demostrar, una y
otra vez, no dependen de la voluntad de nadie y serán cada vez más dolorosas de
soportar.
Lo único que puede afectar al sistema sin más consecuencias
nocivas para la especie humana, es que los explotados del Mundo lleguemos a
comprender la insensatez de seguir dividiendo nuestra voluntad política entre
las distintas fracciones de la burguesía que se agrupan en partidos políticos,
y decidir unirnos a escala nacional e internacional en torno a los principios
revolucionarios, para dar al traste con toda esta porquería de una vez por
todas. Lenin sostenía que la lógica
del oportunismo político está en la alianza entre clases opresoras y
oprimidas al margen de los principios políticos que hacen a los intereses
históricos de los explotados. Unos principios e intereses contrarios a la
dinámica belicista desplegada por los nacionalismos burgueses europeos, que
amenazaban con desatar la guerra internacional y que, contra tal amenaza,
dichos principios fueron ratificados en los congresos obreros de Copenhague (1910)
y Basilea (1912), donde la guerra fue considerada como un producto del
enfrentamiento entre los estados capitalistas que se debía impedir, y si a
pesar de todo estallaba se acordó frenarla con la huelga general y la
movilización revolucionaria.
Pero inmediatamente después de iniciada la I Guerra Mundial
en agosto de 1914, la mayoría de los partidos socialistas en el continente se
sometieron a las ambiciosas exigencias de sus respectivas burguesías nacionales
y abandonaron aquellos postulados pacifistas
revolucionarios, para ponerse al lado de sus gobiernos de turno en lo
que se llamó “la unión sagrada contra los enemigos de la nación”. En esos
momentos Lenin veía que los “socialistas” europeos de su tiempo propugnaban la
"unidad" sin principios con la pequeñoburguesía al interior de los
partidos obreros en sus respectivos países, precisamente para dividir y
debilitar las luchas del movimiento asalariado en su conjunto. Desde entonces
los socialdemócratas en todos los países jamás abandonaron esta predisposición
claudicante frente a sus propias burguesías nacionales. Tal como acaba de
proceder en España la dirección del PSOE al margen de la opinión de sus
afiliados, decidiendo burocráticamente abstenerse durante la segunda sesión
parlamentaria de investidura, que permitió al corrupto y reaccionario Partido
Popular seguir a cargo del gobierno.
El 02 de diciembre de 1914 durante la
segunda sesión del parlamento alemán (Reichstag), Karl
Liebknecht no
sólo votó contra el Presupuesto de Guerra siendo el único que lo hizo, sino que
también presentó un documento donde fundamentó su voto, cuya lectura en el
recinto fue desautorizada por el Presidente de la cámara y tampoco fue incluido
en el informe de sesiones, pretextando que provocaría llamadas al orden. El
texto fue posteriormente remitido por el propio Liebknecht a la prensa alemana,
pero ningún periódico lo publicó. Finalmente, la versión completa de su
protesta se conoció en Suiza publicada por el periódico “Berner Tagewacht”:
Tal como así lo pusiera negro sobre blanco el marxista
consecuente Liebknetch, aquella fue una guerra de rapiña genocida, de cuyo
resultado casi nunca antes el mapa de Europa se había visto tan alterado. Los
Imperios alemán, austro-húngaro, ruso y otomano dejaron de existir. El Tratado
de Saint-Germain-en-Laye
aprobado el 10 de septiembre de 1919, estableció la República de Austria
formada por la mayoría de las regiones de habla alemana sustraídas al Estado de
los Habsburgo. El Imperio Austríaco cedió tierras de la corona a Estados
sucesores desde hacía muy poco establecidos, como Checoslovaquia, Polonia y el
Reino de los eslovenos, croatas, serbios y bosnios, a cuyo conjunto resultante
de un proceso que acabó con la dictadura de Alejandro I se le llamó Yugoslavia
en 1929.
La otra parte de la Monarquía austrohúngara, Hungría,
también se convirtió en un Estado independiente. Pero en virtud de los términos
del Tratado de Trianon
acordado en noviembre de 1920, debió cederle Transilvania a Rumania; Eslovaquia
y Rutenia transcarpática a la recientemente formada Checoslovaquia; y otras
tierras de la corona húngara a la futura Yugoslavia. El Imperio Otomano firmó
el Tratado de Sèvres
el 10 de agosto de 1920, que puso fin a las hostilidades con las Potencias
Aliadas; pero poco después comenzó la Guerra de la Independencia Turca. La
nueva República de Turquía, establecida como consecuencia, firmó el Tratado
de Lausana en 1923, que invalidó al de Sèvres y
dividió efectivamente al antiguo Imperio Otomano.
En enero de 1918, el presidente estadounidense Woodrow
Wilson había escrito una lista de objetivos propuestos para
la guerra, a los que llamó los "Catorce puntos". Ocho de estos puntos
trataban específicamente sobre acuerdos territoriales y políticos relacionados
con la victoria de las Potencias de la Entente, incluyendo la idea de la
autodeterminación nacional de las poblaciones étnicas de Europa. El resto de
estos principios se concentró en “evitar la guerra en el futuro”, y en el
último proponía que una Liga de Naciones arbitrara futuras contiendas
internacionales. Wilson esperaba que su propuesta diera lugar a una paz justa y
duradera, una "paz sin victoria" a fin de terminar la "guerra
para poner fin a todas las guerras". Pero ya sabemos que 21 años después
todos estos aparentes propósitos se quedaron en papel mojado.
Cuando los líderes alemanes firmaron el armisticio, muchos
de ellos creían que los Catorce Puntos formarían la base del futuro tratado de
paz, pero cuando los jefes de gobierno de Estados Unidos, Gran Bretaña, Francia
e Italia se reunieron en París para discutir los términos del tratado, el
contingente europeo de los "Cuatro Grandes" tenía otros planes. Como
consideraban que Alemania había sido el principal instigador del conflicto, las
Potencias Aliadas europeas finalmente impusieron en el tratado, obligaciones
particularmente estrictas sobre la derrotada Alemania.
El Tratado firmado en Versalles e
impuesto a los perdedores por las potencias triunfantes en la guerra, fue presentado 7 de mayo de 1919 a los derrotados
líderes alemanes para que lo firmaran, forzándoles a que su país cediera
territorios a Bélgica (Cantones del Este), a Checoslovaquia (distrito de
Hultschin) y a Polonia (Poznan, Prusia Occidental y la Alta Silesia). Alsacia y
Lorena, anexadas por Alemania en 1871 después de la Guerra Franco-Prusiana,
volvieron a ser territorio francés. Todas las colonias alemanas de ultramar se
convirtieron en Mandatos de la Liga de Naciones, y la ciudad de Danzig, con
mayoría étnica alemana, se convirtió en una ciudad libre. El tratado exigía la
desmilitarización y ocupación por los aliados de la región del Rin, con un
estatus especial para el Saarland —territorio
seriamente devastado por los bombarderos— bajo control francés. Y el futuro de
las áreas del norte de Schleswig
en la frontera entre Dinamarca y Alemania y partes de Alta Silesia, se
determinó mediante plebiscitos. El número de muertos y desaparecidos en esa
contienda ascendió aproximadamente a los ocho millones y medio de personas.
Ninguna de ellas altos mandos de los ejércitos en pugna. Como en los tiempos
del beligerante Imperio romano en cada expedición militar de conquista, cuando
los “libres” combatientes subalternos se despedían de su imperial majestad al
grito de: “Ave César, los que vamos a morir te
saludan”:
<<Al finalizar la
guerra en 1918, las potencias victoriosas tomaron una serie de medidas
penalizadoras contra los derrotados, que se materializaron en el Tratado
de Versalles
y que consistieron, principalmente, en la entrega de los barcos mercantes
alemanes de más de 1.400 Tm de desplazamiento y la cesión anual de 200.000 Tm
de nuevos barcos, como restitución de la flota mercante perdida por los aliados
durante el conflicto; la entrega anual de 44 millones de Tm. de carbón, 371.000
cabezas de ganado, la mitad de su producción química y farmacéutica y de otros
productos industriales durante cinco años, así como la requisa de la propiedad
privada alemana en los territorios y colonias perdidos. Pero la principal
medida fue la fijación de una cantidad como indemnización en concepto de gastos
militares. La cantidad impuesta a Alemania, decidida en 1921 por la Comisión de
Reparaciones (REPKO), fue de 132.000 millones de marcos oro, una cantidad
desorbitada para la época, lo que significaba, en su momento inicial, el pago
anual del 6% del Producto
interior bruto
de este país. El sistema fiscal y monetario alemán acabó hundiéndose, por lo
que sus acreedores acabaron cobrando sólo una pequeña parte de las deudas, a
costa de que la economía internacional perdiese oportunidades de
fortalecimiento y crecimiento. Los vencedores exigían además que el pago se
realizase en oro, lo que requería, entre otras cosas, que las exportaciones
alemanas superasen ampliamente a las importaciones, pero a la vez los aliados
cerraron drásticamente sus mercados a las importaciones, elevando la protección
a sus industrias.1
Esta deuda fue una de las claves de los fuertes procesos de hiperinflación y la
crisis de la Gran Depresión, así como la subida al poder del nazismo>>. (https://es.wikipedia.org/wiki/Consecuencias_econ%C3%-B3micas_de_la_Lenin_Guerra_Mundial#Destrucci.C3.B3n_del_tejido_productivo_europeo.2C_expansi.C3.B3n_del_estadounidense).
Los costes directos de esa guerra se han valorado en unos 300.000
millones de dólares que sobrepasaron unas seis veces y media la deuda de los
Estados europeos entre finales del siglo XVIII y comienzos del XX, cuya
financiación resultó imposible de solventar.
Y durante la Segunda Guerra mundial,
las víctimas de fallecidos y desaparecidos se ha estimado que fluctuó entre los
55 y 60 millones de personas. La diferencia respecto de los muertos en la
Primera guerra se explica por la mayor eficacia del poder destructivo y
criminal contenido en los medios bélicos fabricados durante el período
comprendido entre ambos conflictos:
<<Entre
las víctimas mortales se contaron combatientes y principalmente población
civil, como consecuencia de la propia violencia de los enfrentamientos armados,
en especial durante los bombardeos sobre ciudades, pero también como resultado
de las particulares circunstancias del conflicto que llevaron a violaciones
masivas de los derechos humanos, siendo el fenómeno del holocausto su máximo exponente, junto con
la deportación y reclusión en campos
de concentración,
a lo que se añadió la desprotección de los millones de refugiados y
desplazados, sometidos a hambrunas y a los rigores del clima>>. (https://es.wikipedia.org/wiki/Anexo:V%C3%ADctimas_de_la_Segunda_Guerra_Mundial).
El cálculo se ha visto dificultado por
el ocultamiento y cambio de algunas cifras; por ejemplo, Stalin reconoció en
1945 que la URSS tuvo 7 millones de muertos (en la actualidad los cálculos van
de 17 a 37 millones de muertos). China, el segundo país con más muertos, tiene
problemas para calcular sus pérdidas porque en esos tiempos sufría una guerra
civil, de modo que éstas se estiman entre 8 y 30 millones2.
Alemania fue el tercer país más afectado, con cifras entre 4,5 y 10 millones de
pérdidas3 (1,5 millones de civiles
por bombardeos aliados)4.
Polonia fue el cuarto país con más muertos, entre 3 y 6 millones incluyendo la
población judía muerta en el llamado “Holocausto”.
Además hay varias cifras que no han sido incluidas porque se omitieron
deliberadamente al conocimiento de la historia, como la hambruna que la guerra
provocó en Bengala
y mató de 2 a 4 millones de indios5. El cálculo total entre
muertos y desaparecidos más alto, habla de hasta 100 millones de muertos6. Japón
tuvo 1,2 millones de soldados y un millón de civiles muertos, además de 1,4
millones desaparecidos7. (https://es.wikipedia.org/wiki/Anexo:V%C3%).
Y en cuanto a los refugiados como consecuencia de las recientes guerras
durante los últimos cinco años
en países como Afganistán, Siria, Somalia, Eritrea, Sudán del Sur, R. D. del
Congo, R. Sudafricana, Yemen, Ucrania, Myanmar, México (contra el narcotráfico)
y Colombia, según ha informado el Alto Comisionado de las Naciones Unidas (ACNUR),
han sobrepasado los 65 millones,
la mitad de ellos niños.