05.
Envenenamiento masivo en España atribuido al aceite de colza en 1981
Mientras se desarrollaban los acontecimientos bélicos en
Afganistán durante la primavera de 1981, según la Organización Mundial de la Salud más
de 5.000 personas en el Mundo —de las cuales 1.300 en España—, fueron víctimas
de una “extraña enfermedad” a la que inicialmente se le denominó “neumonía
atípica”; y los afectados que sobrevivieron a ella todavía soportan graves y
dolorosas secuelas físicas y psíquicas irreversibles. Veintitrés años después
hicieron explosión casi simultánea en cuatro distintos trenes de la línea
ferroviaria de cercanías, en Madrid, doce artefactos explosivos conteniendo
20Kg. de dinamita cada uno, asesinando a 192 personas y heridas de distinta
gravedad y consideración a otras 1.200.
¿Qué han tenido de común estos dos actos genocidas? Que los
respectivos tribunales dedicados a juzgar los hechos, jamás probaron científicamente las respectivas causas materiales que oficialmente
dieron por válidas en uno y otro caso. Tanto en el Juzgado de Instrucción que
atendió al llamado “síndrome tóxico” como en la Vista oral del Juicio por la
masacre del 11 de marzo en 2004. Porque lo que sí se pudo demostrar fuera de
los dos ámbitos de la “justicia” española en que se “juzgaron” los hechos, es
que la naturaleza de la sustancia tóxica supuestamente causante del
envenenamiento masivo en 1981, en realidad no fue el aceite de colza, ni el
explosivo que deflagró en los trenes en 2004 fue un tipo de dinamita llamado
“Goma2” de la marca “Eco”.
Semejante cambio como por arte de birlibirloque de una
causa material presuntamente desconocida por otra supuesta, permitió acusar,
procesar y condenar, a personas que nada tuvieron que ver con los hechos que
les fueron imputados en uno y otro caso. Por el “síndrome tóxico” pagaron el
pato algunos industriales y comerciantes al por menor que habían venido
lucrándose con la producción y distribución de aceite de colza desnaturalizado absolutamente inocuo. Y en el
caso de los atentados del 11M, oficiaron de chivos expiatorios ciertos
delincuentes comunes dedicados al trapicheo con drogas y explosivos en pequeñas
cantidades —todos ellos confidentes de la policía o de la Guardia Civil— así
como unos cuantos inmigrantes de distinta procedencia que profesan la religión
islámica —como fue el caso del inocente Jamal
Zougam— seleccionados “ad hoc” por los servicios de
inteligencia policiales y de la Guardia Civil, en claro contubernio
prevaricador con el Juez de Instrucción y la Fiscalía del Estado español, tal
como se pudo poner en evidencia durante todo el proceso.
El
Juicio sobre el llamado “síndrome tóxico”
<<Durante la primera guerra de
Afganistán, en la primavera de 1981 fueron envenenados más de 60.000 españoles,
de los cuales más de 700 de ellos murieron1. Desde entonces y hasta hoy, los
gobiernos que lo fueron a cargo respectivamente de UCD y del PSOE, han centrado
sus esfuerzos en impedir que el auténtico criminal de semejante matanza salga a
la luz pública. Había que borrar por todos los medios las huellas que conducían
al foco de la intoxicación. Se llegó así a un oscuro montaje de los distintos
sectores del Poder y de los servicios de inteligencia, para conformar el
efectivo «pacto de silencio» que debía evitar que se supiera que aquí se aplicó
a seres humanos una nueva combinación química, aplicable en el futuro a una
posible guerra química.>. (Andreas
Faber-Kaiser: “Pacto
de silencio”
El primero de mayo de 1981, una enfermedad hasta entonces
desconocida irrumpió en la escena nacional española, atacando a colectivos de
personas de forma aparentemente aleatoria en las zonas centro, norte y noroeste
del país. Fue algo que las autoridades políticas sanitarias bajo el gobierno de
la “Unión de Centro Democrático”, empezaron denominando “neumonía
atípica” que atacaba las vías
respiratorias de las víctimas. Confundiendo la sintomatología o
forma de manifestación de la enfermedad con su etiología o causa
que la produce, difundieron que se trataba de un micoplasma
o especie de hongo trasmitido a los seres humanos por vía aérea, pero sin
aportar las pruebas científicas fundadas en serias investigaciones de
laboratorio y hechos empíricos estadísticamente contrastados. Una explicación
muy poco consistente, dado que el contagio se extendió a grupos reducidos de
personas en poblaciones poco masificadas, así como que se difundió con gran rapidez
en determinadas áreas geográficas distantes
unas de otras, todo lo cual permitió descartar la tesis de la
transmisión por vía aérea. Pero bastó que el Estado apelara al
ejército de periodistas venales afines al gobierno de turno
—silenciando al resto con veladas amenazas de no hacer publicidad institucional
en sus medios— para que la tesis oficial cuajara en la conciencia ciudadana.
Según lo dejó negro sobre blanco en el
capítulo 12 de su libro titulado: “La CIA
en España” —publicado en 2006—, Alfredo
Grimaldos reportó
que:
<<Todo
parece indicar que el síndrome tóxico se desarrolla en dos ondas epidémicas
diferenciadas. La primera de ellas se produce a principios o mediados de enero
de 1981. Coincide con una enfermedad no determinada que se desarrolla (por
vía aérea) en pleno invierno en la zona norteamericana de la base de Torrejón y
que afecta también a algunos militares españoles. Es probable que esta primera
onda epidémica sea consecuencia de algún escape provocado accidentalmente con armamento
bacteriológico, cuya presencia en la base es contraria a la legalidad
internacional y contraviene el tratado bilateral que permitió su creación. Un
serio inconveniente en tiempos del (slogan que corrió a cargo del por
entonces Secretario General del PSOE Felipe González Márquez: "OTAN, de entrada, no".
Con la segunda onda, mediante tomates
tóxicos tratados con productos organofosforados, se trataba de inducir una
epidemia más amplia, más extendida, cuyos signos y síntomas no sólo abarcasen
los de la primera, sino que los agravasen, de forma que al derramarse la
enfermedad no sólo en Torrejón de Ardoz, sino por una gran parte del territorio
nacional, Torrejón fuese sólo un árbol más, y sin importancia cualitativa, en
la atormentada geografía de la enfermedad. Toda la mentira generada en torno a
la investigación era precisamente para ocultar el origen de esa segunda onda
epidémica generada intencionadamente, envenenando una partida de tomates en Roquetas
de Mar." (Op. Cit. Pp. 113)
A todo esto, investigando el cuerpo de los muertos
afectados por la enfermedad, el doctor Antonio Muro y Fernández-Cavada,
a la sazón director en funciones del Hospital del Rey, comprobó en todos ellos
la existencia de una “hiperplasia”
en sus intestinos delgados, lo cual reveló de modo concluyente que la causa de
la epidemia había sido una sustancia tóxica ingerida por vía digestiva.
Una vez desvirtuada la tesis de su difusión por vía aérea,
los políticos españoles eventualmente a cargo del aparato de Estado, de un día
para otro se olvidaron de la “neumonía atípica” y la enfermedad
pasó a ser oficialmente denominada “síndrome tóxico”. Hasta que
el 10 de junio de 1981, con la misma irresponsabilidad científica y a través del
Ministro del ramo en ese momento, llamado Sancho
Rof, el gobierno decidió popularizar la enfermedad con el
nombre de “síndrome del aceite tóxico” o, más concretamente, “caso
del aceite de colza”, tesis presuntamente basada en la hipótesis de que
el mal fue producido por la anilina utilizada para adaptar el aceite
industrial de colza al consumo humano.
Un mes antes y a instancias del mismo gobierno de la
entonces UCD, el Estado español ya había puesto la investigación del
asunto en manos del “Centro para el Control de la Enfermedad” (Center Of
Disease Control) con sede en la ciudad norteamericana de Atlanta, cuyos
directivos recibieron la orden del Departamento de Estado, para que ocultaran
los estudios epidemiológicos y las encuestas realizadas que vinculaban las
causas de la enfermedad con el aceite de colza, sencillamente porque tales
“estudios” transgredieron los
principios más elementales de la metodología científica. Y por supuesto
nunca pudieron demostrar ningún vínculo entre el aceite de colza y la causa de
la enfermedad.
Si el aceite hubiera sido el agente tóxico —tal como
sostuvo el gobierno de la UCD en connivencia con TODOS los
partidos del arco parlamentario español, incluido el PCE, lo cual evidencia que
se trató de una mentira genocida de Estado— entonces la enfermedad habría
alcanzado a todos los miembros de una misma familia que inevitablemente
debieron consumirlo, dado que en la cocina hogareña española el aceite es un producto
de consumo general. Pero quedó demostrado estadísticamente que en los hogares
donde la toxicidad alcanzó, por ejemplo, a uno de sus miembros, fue muy raro
que afectara siquiera a la mitad de los demás.
La tesis de que el agente tóxico fue el aceite de colza,
tampoco permite explicar la discriminación que la enfermedad ha hecho entre una
familia y otra, pues, como es sabido, el "garrafista" ambulante
vendió el mismo producto a diversos residentes en bloques completos de pisos, y
resulta que solo hubo afectados en unas familias que lo adquirieron y en otras
no, a pesar de que las garrafas se llenaron en el mismo momento procedentes del
mismo tanque y vendidas el mismo día.
Dado que la tesis del aceite de colza fue anunciada recién el
10 de junio —cuando la enfermedad había hecho su aparición pública el 1 de
mayo—, los hogares donde coincidió que hubo un enfermo y se consumía ese tipo
de aceite, el resto de la familia debió seguir consumiéndolo durante cuarenta
días, dado que en ese lapso de tiempo no pudieron conocer su presunta
toxicidad. Sin embargo ninguno de ellos resultó afectado.
Durante la práctica experimental con el aceite aplicado
sobre animales de laboratorio, los investigadores oficiales nunca pudieron
verificar la más mínima lesión causada por el supuesto agente tóxico. Y aunque
utilizaron dosis masivas del mismo aceite retirado de las casas donde se
registró el mayor número de enfermos, lo único que consiguieron es que los
cobayos engordaran aumentando de peso.
No deja de resultar menos paradójica la supuesta
discriminación que la enfermedad hizo en distintas regiones de España, porque
resulta que durante los mismos períodos del año 1981, el mismo aceite de colza
adulterado de composición semejante al distribuido en Madrid, fue vendido en
Cataluña. La cantidad comercializada en esa región, fue superior a 350.000 Kg.
Sin embargo, no se ha tenido constancia de que allí se hubiera registrado algún
afectado.
Lo más sorprendente es que aceite de estas mismas
características, concretamente el de la marca “El Olivo”, producido y
distribuido en Cataluña, donde no hubo ningún afectado, también fue distribuido
entre familias de Castilla, sobre todo en Madrid capital y poblaciones
colindantes. Pues bien, a la luz de la estadística de afectados, según la tesis
oficial habría de concluirse que el aceite de colza se vuelve tóxico por el
simple hecho de trasponer los límites en tránsito entre una comunidad autónoma
y otra.
Todas estas evidencias fueron deliberadamente hurtadas a la
opinión pública, y el 15 de mayo de 1981 el Dr. Antonio Muro y Fernández-Cavada fue cesado en sus
funciones de director del Hospital del Rey. No por razones de ineficiencia y
falta de responsabilidad social en el desempeño de sus funciones, sino bien al
contrario. El secreto motivo de su cese fue, que la verdadera causa
material del “síndrome tóxico” no debía ser conocida por
la ciudadanía.
A partir del mes de julio y asumiendo ya la investigación
de forma privada, el Dr. Muro
enunció su hipótesis de que el síndrome tóxico ha sido causado por un producto
fitosanitario, un organofosforado
deliberadamente introducido en una partida de tomates o pimientos. Desde
entonces y hasta su muerte en 1985 de un cáncer de pulmón, el doctor Muro se
dedicó a investigar el fenómeno del envenenamiento masivo, reconstruyendo el
proceso de la producción, distribución y consumo de los productos envenenados.
Pero lo hizo invirtiendo su orden de sucesión económica natural, que va del
productor al consumidor. Al contrario, el Doctor Muro orientó su investigación
partiendo del consumidor. Desde allí fue al punto de venta o distribución al
por menor inmediato anterior al acto del consumo. Y de éste a la empresa
distribuidora en el mercado de abasto o distribución al por mayor, hasta llegar
a individualizar a la empresa productora.
Así fue cómo pudo descubrir que el envenenamiento tuvo su
origen en una partida de tomates cultivados en Roquetas de Mar (Almería),
previamente tratados deliberadamente con un compuesto
organotiofosforado, el fenamifos
(comercializado con el nombre de Nemacur), combinado con isofenphos
(comercializado con el nombre de Oftanol).
Cabe señalar que el isofenphos
es el producto que habría causado la característica neuropatía retardada
acusada por los afectados, y que la expresión "tio" en la
denominación del compuesto, alude a la presencia de azufre. Combinación química
por lo tanto fosforada y azufrada. Así lo dejó escrito el Dr. Muro:
<<El nematicida fitosistémico Nemacur-10, prohibido en
varios países por su alta peligrosidad, e introducido en España por primera vez
pocos meses antes de la epidemia del síndrome tóxico, es un organotiofosforado
del grupo fenamiphos (4-[metiltio]-m-toliletil-isopropilamidofosfato) que, de
no respetarse sus muy dilatados intervalos de seguridad (mínimo de tres meses),
se convierte dentro del fruto en un fitometabolito derivado extraordinariamente
agresivo —su toxicidad se potencia unas 700 (setecientas) veces— y cuya
composición exacta parece ser alto secreto militar. Las partes fundamentales de
su molécula y su acción bloqueante irreversible de la acetilcolinesterasa,
explica extraordinariamente bien, pese a los desmentidos globales de la OMS, la
patogenia y cuadro clínico observados en el síndrome tóxico. Los tomates
contaminados son semiselectos de la variedad 'lucy', razón por la cual su
consumo no afectó a clases o zonas urbanas adineradas>>.
(Andreas Faber-Kaiser: "El
Pacto de silencio"
El doctor Antonio Muro desarrolló su investigación
epidemiológica ininterrumpidamente —desde mayo de 1981 hasta poco antes de su
muerte en abril de 1985— aplicada a más de 25 regiones del territorio español,
en las cuales estudió a 1.086 personas enfermas y a 1.154 sanas; una muestra
suficientemente representativa que partió de los hábitos alimenticios de los
afectados por la enfermedad y continuó por la determinación de un producto
común en la ingesta habitual de todos ellos, hasta dar con el sitio preciso de
su producción siguiendo el entrelazamiento de los eslabones en la cadena de su
distribución comercial. Ese sitio preciso fue la localidad almeriense de
Roquetas de Mar, y el primer eslabón en la cadena de su distribución, la lonja
llamada “Agrupamar”.
Un vez fallecido el doctor Muro, a solicitud de una de las
acusaciones y de las respectivas defensas de los aceiteros imputados —convenientemente
elegidos por el Poder Ejecutivo en connivencia con el Poder Judicial para que
ejercieran de chivos expiatorios— el Tribunal nombró a los doctores Martínez
Ruiz y Clavera, para que sometieran la tesis oficial y la del doctor Muro a una
reevaluación, a fin de determinar cuál de las dos proposiciones contenía una
explicación científica sobre el origen causal y desarrollo de la enfermedad.
Según reporta Rafael Pérez Escolar en
el capítulo IX de sus “Memorias” titulado: “Las Atrocidades de la
razón de Estado”:
<<Para ejecutar el trabajo
reevaluador, los doctores Martínez Ruiz y Clavera utilizaron técnicas
informáticas de búsqueda exhaustiva y heurística [investigativa
y descubridora], conocidas en la denominada inteligencia artificial como un
método para “la exploración de modelos y la determinación de caminos de
conexión”, en los que no pudiese incidir en forma alguna el subjetivismo
[engañoso]) del evaluador en
detrimento de las determinaciones rigurosamente objetivas (…)
Pero los datos brutos de los “casos/control” se remitieron
exclusivamente a la CDC [Centro del
control para la prevención de enfermedades] de Atlanta en EE.UU., y allí
permanecieron secuestrados sin la menor posibilidad de contraste o
reevaluación, a pesar de que fueron solicitados en repetidas ocasiones por el
tribunal, aunque, como pudo verse sobradamente, a éste no le importaba en lo
más mínimo que se incumplieran una y otra vez sus propios requerimientos, como
también le traía al fresco la “recomendación Nº 4 de la OMS [Organización
Mundial de la Salud] en el Working Group” [Grupo de Trabajo]
de 1983: Habida cuenta de la importancia de los datos epidemiológicos que
relacionan la exposición al aceite, con el desarrollo del Síndrome del Aceite
Toxico, se insta encarecidamente a que todos los datos de los nueve estudios de
casos-control sean rápidamente preparados para su publicación científica
internacional”. Lo que nunca se llevó a efecto, a pesar de la insistencia del comité
de dirección de la OMS para que se diese cumplimiento a una recomendación tan
razonable. De la reevaluación de los trabajos del doctor Muro practicada por
los doctores Martínez Ruiz y Clavera, resultó que la discriminación familiar
entre sanos y enfermos se explicaba por abrumadora mayoría (el 98,98 por 100)
mediante la ingesta de tomates, ya que los individuos que mostraban preferencia
por este fruto o cualquier ensalada que lo contuviese, resultaron afectados por
la enfermedad en forma muy significativa (el 96,4 por 100) con relación a los
que no mantenían esa preferencia alimentaria. De manera que las disposición
hacia el tomate o la ensalada que lo contuviese, determinaba en el seno de la
familia afectada una probabilidad de enfermar (factor de riesgo) 367 veces
superior a los demás, y, a su vez, el rechazo de esta misma preferencia
equivalía a una probabilidad de permanecer indemne (factor de protección) 390
veces superior>>. (Op. cit. Ed. Foca/2005 Pp. 449. Lo entre corchetes
nuestro).
Ante el resultado de la investigación realizada por el
Doctor Muro y el trabajo de reevaluación por parte de los doctores Martínez
Ruiz y Clavera, cabe concluir sin ningún tipo de duda, que la epidemia del
llamado “síndrome tóxico del aceite” tuvo su causa en la ingesta de tomates
procedentes de Roquetas de Mar, y que el factor venenoso consistió en
inyectarles un compuesto órgano-fosforado. Los síntomas que acompañaron a todos
los enfermos sin excepción en las fases agudas de la dolencia: diarrea,
opresión respiratoria, inhibición de la colinesterasa
e insomnio, pudo determinarse que son los característicos de la exposición de
los seres humanos a este tipo de compuestos organofosforados.
Dicho muy resumidamente, la colinesterasa es una sustancia
neurotrasmisora contenida en los glóbulos rojos, cuya función consiste en
transmitir estímulos nerviosos a los músculos del cuerpo que funcionan
independientemente de la voluntad, como es el caso de los que rítmicamente se
contraen y relajan para permitir la respiración. Cuando por cualquier causa la
colinesterasa deja de ejercer su función neurotrasmisora, se produce la
parálisis muscular pudiendo provocar la muerte del paciente afectado, por
asfixia. Los compuestos órgano-fosforados están entre los agentes tóxicos que
inhiben la función neurotrasmisora de la colinesterasa. Un mismo compuesto
organofosforado es lo que el doctor Muro encontró en los cadáveres de miles de
afectados por la enfermedad estudiados por él.
Hay que recordar aquí, que los
compuestos órgano-fosforados forman parte de determinados gases tóxicos que
fueron sintetizados por primera vez en laboratorio como parte de la
investigación militar que el ejército norteamericano llevó a cabo durante la
Segunda Guerra Mundial en Alemania. Dado su carácter biocida,
esta sustancia también fue utilizada en la elaboración de insecticidas y pesticidas
de alto poder contaminante. Pero estos compuestos se destinaron especialmente a
la fabricación de armamento químico, que se siguió produciendo a pesar de que
ha sido prohibida por convenios internacionales convertidos así en papel
mojado. También es necesario decir que la utilización de estos compuestos
tóxicos en España —como en tantos otros países—, está sometida a un riguroso
control administrativo y solo se autoriza para muy contadas plagas en el
cultivo agrícola, de modo que cualquier otro uso es ilegal y está severamente
penado. Pues bien:
<<A lo largo de su ingente investigación, los doctores
Martínez Ruiz y Clavera procedieron a tabular los síntomas padecidos por los
enfermos pertenecientes a más de tres mil familias, todas ellas identificadas
con exactitud para hacer posible cualquier comprobación posterior por quienes
también tuviesen interés en conocer la verdad de lo sucedido. En esos trabajos
se pudo comprobar que en el 66 por 100 de los casos, los síntomas analizados
eran muy típicos de la enfermedad debida a compuestos organofosforados según se
atribuye en la bibliografía internacional más autorizada; en el 23,24 por 100
esos síntomas eran típicos, y solo en el 5,27 por 100 tenían el carácter
compatible con otros compuestos, por lo que la correspondencia de la enfermedad
con el origen organofosforado resultaba evidente>> (Op.
cit. Pp. 452)
Desde finales de julio de 1981 el gobierno español pudo
saber —y sin duda supo— que el aceite de colza desnaturalizado no fue la causa de la epidemia.
Desde ese momento debió haber puesto todos los medios a disposición del Estado
para analizar las otras alternativas existentes sobre el posible origen de la
enfermedad, que para esa fecha ya estaban sobre la mesa de quienes en ese
momento tenían a su cargo la salud pública en España. Dado que numerosos
afectados se estaban muriendo, es obvio que la necesidad de conocer el origen
del mal para atacarlo en el cuerpo de los pacientes, debió ser prioridad
absoluta para la autoridades. Todavía con más razón dado que antes de finalizar
el año 1981, el gobierno fue ampliamente informado sobre las investigaciones y
resultados acerca de qué tipo determinado de insecticida órgano-fosforado
podría haber desencadenado la nueva enfermedad. Pero se mantuvo impasible mirando
para otro lado.
Semejante insensibilidad humana por
motivaciones políticas, llegó al extremo de su complicidad con el genocidio,
<<….cuando 8 meses después de aparecer el primer caso de
síndrome tóxico, un médico militar, el teniente coronel Luis Sánchez-Monge
Montero, envió al Instituto Nacional de la Salud (INSALUD) "para que lo
leyera Valenciano" —me diría, refiriéndose con ello al Dr. Luis
Valenciano, a la sazón Director General de la Salud Pública— un informe en el
que afirmaba que el origen de la grave enfermedad radicaba en un veneno que
bloqueaba la colinesterasa, y en el que explicaba cómo había que curar a los
enfermos. Más adelante definiría este veneno como un compuesto organofosforado.
No se trataba de una aventurada teoría: el Dr. Sánchez-Monge ya había curado
para entonces particularmente a unos cuantos afectados. Lo cual quiere decir
que tal vez no todas, pero decididamente muchas de las 60.000 víctimas podrían
estar curadas desde 1982. Pero nadie reacciona en el INSALUD ni en la Dirección
General de la Salud Pública. Pero la gravedad de la inhibición oficial no
termina allí. El Dr. Sánchez-Monge envía también un informe sobre sus
evaluaciones y curaciones a la publicación especializada "Tribuna
Médica", que lo reproduce en la página 8 de su número 937,
correspondiente al 19 de marzo de 1982. Yo me imagino que el Ministerio de
Sanidad debe de estar puntualmente informado de cuantas noticias interesantes
se publican en un semanario de las características de "Tribuna Médica".
De modo que me imagino al Sr. Ministro enterado de que hay un médico que está
afirmando haber curado a una serie de pacientes de la enfermedad conocida por
síndrome tóxico, enfermedad nueva y desconocida en cuanto a su tratamiento, y
que en aquellos momentos configuraba el problema número uno planteado a la
Sanidad española con carácter de extrema urgencia permanente, hasta su total
resolución. Me imagino que en estas circunstancias el máximo responsable de la
salud de sus conciudadanos lo dejará todo para leer lo que escribe un médico
que afirma haber logrado la curación de unos cuantos afectados. Y al minuto
siguiente de concluir esta lectura, me imagino al aludido velador de nuestra
salud telefoneando al médico en cuestión, para tenerlo al cabo de una hora en
el Ministerio de Sanidad y discutir con él sus experiencias con la finalidad de
aplicarlas —en el supuesto de que realmente resultaran positivas— al resto de
la población afectada por la misma epidemia. Pues no. Nadie, ni desde el
INSALUD ni desde el Ministerio de Sanidad, se acercó a ver qué más tenía que
decir el único médico español que había logrado salvar vidas y aliviar a
enfermos de la masiva intoxicación.>> (Andreas
Faber-Kaiser: Op. cit.).
Rafael Pérez Escolar corroboró estas
observaciones de Andreas Faber-Kaiser poniendo en boca del doctor Luis Sánchez-Monge Montero tres preguntas que, por
permanecer todavía ocultas al gran público, evidencian el carácter despótico y genocida del llamado
“Estado Democrático de Derecho” en lo que respecta a cuestiones esenciales de
la vida social en España:
<< ¿Por qué causa no se investigó el protagonismo de los
organofosforados en la epidemia? ¿Por qué mejoran los afectados cuando les
trato con el antídoto de estos compuestos (antropina, oximas, Toxogonin)?. Y
sobre todo, ¿por qué desde la presidencia del Gobierno se ignoran estos datos,
imprescindibles para el tratamiento de la enfermedad, cuando yo los presento en
mis informes con una claridad meridiana? Unas dramáticas preguntas formuladas
por un médico militar que poseía un profundo conocimiento de la sintomatología
propia de los compuestos organofosforados>> (R.
P. Escolar: Op. cit. Pp. 453)
Hemos mencionado más arriba a los biocidas “Oftanol” y
“Nemacur” que el doctor Muro encontró en el cuerpo de los muertos por la
enfermedad. Estos dos letales productos son marca registrada de la conocida
multinacional química “Bayer”. Por tanto, la verdad sobre llamada “neumonía
atípica” demuestra que la industria química privada multinacional, es la única
sobre la cual descansa la posibilidad real de violar impunemente cualquier
acuerdo internacional sobre la suspensión de la experimentación y
almacenamiento de armamento químico semejante, y que el comportamiento cómplice
del Estado español en este caso, es otra prueba más de que, junto con la
centralización de los capitales a escala multinacional, la fusión
política a tres bandas entre los oligopolios
económicos, los Estados burgueses nacionales y los organismos
internacionales, constituyen el fenómeno más característico del capitalismo
tardío a escala mundial, demostrando la cada vez más la alta
correlación histórica efectiva entre la totalitarización del
poder económico en la sociedad civil y la totalitarización del
poder político en las instituciones estatales nacionales y supranacionales,
encubierta por las formas engañosas de la “democracia”, como
medio por el cual los políticos profesionales —de espaldas a las necesidades de
las mayorías sociales—, se reparten alternativamente la facultad de gobernar en
favor de uno u otro sector de la minoría social dominante.
En el caso del llamado “Síndrome
tóxico”, el contubernio entre las instituciones políticas estatales nacionales
y supraestatales de carácter internacional, se hizo evidente durante las
sesiones del “Grupo de Trabajo” de la ONU en Copenhague, tal como lo ha denunciado
el propio Rafael Pérez Escolar en su mencionada obra:
º<<6. Hay que aludir finalmente al
clamoroso reconocimiento hecho por el doctor Goulding cuando presidió en 1983
el Working Group auspiciado por la OMS. En la sesión de apertura no dudó
en manifestar ante los delegados elegidos por las autoridades sanitarias
españolas que los trabajos correspondientes se celebrarían a puerta cerrada.
Sin embargo, en las cintas grabadas (o, mejor dicho, en un fragmento que
casualmente no había sido manipulado o borrado), quedó constancia de estas
palabras pronunciadas por el propio Goulding: “Para ayudar a las autoridades
españolas, lo que salga al fin de esta reunión, sea lo que sea, hay que
sesgarlo [torcerlo] políticamente”.
Lo expuesto demuestra que
no se trataba en modo alguno de perseguir la verdad mediante una investigación
objetiva. El “Working Group” de Copenhague fue diseñado y organizado de
la manera más concienzuda para ocultar lo que efectivamente había sucedido: un
inmenso fraude que desvirtuaba el verdadero origen de la epidemia, puesto que,
tal como anticipó su presidente, el tal Goulding, el resultado final tenía que
ser forzosamente del agrado de nuestras autoridades. Lo que en realidad era
como buscar la concordancia con los intereses americanos de carácter superior,
a los que se había condicionado la aquiescencia [aprobación]
de todos los partidos políticos, algo tan difícil de conseguir en un país como
el nuestro. Con este propósito, el desaprensivo sujeto tenido por hombre de
ciencia, no dudó en reconocer que a esos resultados había que “sesgarlos
políticamente”, esto es, cambiarlos por otros que ocultasen la verdad para que
resultara más conveniente a la tesis oficial. Y, a todo esto, ¿quién pensaba en
las pobres víctimas durante las doctas sesiones de “trabajo” desarrolladas en
Copenhague? En las víctimas que ya había producido la epidemia y en las que en
un futuro inmediato se verían afectadas por una actuación inconfesable. Así
había sido dispuesto por quienes ejercen el poder de manera ilimitada y en
términos absolutos>>. (Op. cit. Pp. 458-459 Lo entre corchetes
nuestro).
Si las autoridades sanitarias nunca pudieron presentar
pruebas científicas sobre la causa material del “síndrome tóxico”
—que sin embargo atribuyeron al aceite de colza—, ¿cuál fue la causa
eficiente de semejante crimen de Estado? La respuesta a
esta pregunta se hizo pública en la calle, cuando multitudinarias
manifestaciones ante la base madrileña de utilización militar conjunta en
Torrejón de Ardoz, demandaron la solución adecuada a ese mal, llegando a
exigir, incluso, la renuncia del Alcalde por negarse a liderar esta demanda del
pueblo.
Pero la certidumbre que alumbró la conciencia e impulsó el
protagonismo de esas protestas, sin duda estuvo en las investigaciones del
doctor Muro, en la confirmación empírica de los trabajos realizados por los
doctores Martínez Ruiz y Clavera, y en la terapia eficaz aplicada por el doctor
Sánchez Monge Montero, verdadera vanguardia intelectual de ese movimiento. Todo
esto a despecho de la campaña oficial de descrédito que los grandes medios de
difusión hicieron recaer sobre el doctor Antonio Muro, sometiéndole al oprobio
social y al ridículo más cruel, ruin y soez que sus periodistas a sueldo
pudieron imaginar contra él.
En su prólogo a la primera edición de
“El Capital”, Marx dice que todo investigador científico libre debe enfrentarse al mismo
enemigo en todos los campos del conocimiento, y que ese enemigo está en las
formas de manifestación que invariablemente velan y ocultan la naturaleza o
verdad de cada objeto de estudio, lo cual exige y justifica el trabajo
intelectual que la desvele y alumbre al conocimiento. Y aclara que, en el caso
de la economía política:
<<La naturaleza peculiar de su objeto (las
relaciones sociales o de clase) convoca a la lid contra ella (la investigación científica libre)
a las más violentas y aborrecibles pasiones del corazón humano: las furias del
interés privado>>. (Op. cit. Ed. Siglo XXI/1978 Pp. 8-9 Lo entre
paréntesis y el subrayado nuestros).
El directo y específico objeto de estudio del doctor Muro
en su meritorio empeño por descubrir la verdadera causa material
o naturaleza del “síndrome tóxico”, como es obvio nada tuvo que ver con las
relaciones sociales, sino con la relación natural o química entre un compuesto
organofosforado y la colinesterasa
en el flujo sanguíneo de los afectados por esa enfermedad. Pero los actores
políticos de la clase dominante eligieron la causa material conveniente
a sus intereses ocultando la verdadera. Tal como el propio doctor Muro ha
podido comprobar en primera persona. Su trabajo, pues, resultó ser doblemente
meritorio: como simple trabajador intelectual por haber sabido traspasar la
opacidad natural de su objeto específico de estudio y descubrir su naturaleza;
y como científico libre porque quiso y pudo conseguir que la verdad prevalezca en su
espíritu sobre cualquier otra consideración individual, poniéndose así por
encima de los interesados
condicionamientos políticos y sociales con que intentaron doblegarle.
Con esto queremos decir que, más allá de sus posibles y más
que probables idearios sociales y políticos burgueses, este investigador se
comportó como un científico revolucionario aunque no llegara a ser consciente
de ello, ni tal vez —de haber sobrevivido a ese episodio— fuera capaz de
mantener ese mismo compromiso con la verdad científico-social por mucho tiempo.
Volviendo a la primera de las tres
preguntas que el doctor Sánchez Monge
formuló al gobierno: ¿Por qué causa no se investigó el protagonismo de los
compuestos organofosforados en la epidemia? Para responder a esta pregunta
debemos remitirnos a la situación internacional durante los últimos años de la
década de los 70 el siglo pasado, y a sus repercusiones políticas al interior
del Estado español. Como explicamos en el capítulo 08 de otro trabajo que
publicamos en octubre de 2007 titulado “La parodia golpista del 23F en España”:
<<A lo largo de
1979 se produjeron acontecimientos que irían a provocar un giro importante en
la situación mundial. En enero, fue derrocado el emperador de Irán, Reza
Phalevi, instaurándose la República Islámica. En agosto triunfó el movimiento
pequeñoburgués sandinista en Nicaragua. En noviembre, los llamados “Guardianes
de la revolución” asaltaron la embajada norteamericana en Teherán tomando un
número indeterminado de rehenes. Poco después, las tropas soviéticas ocuparon
Afganistán para responder al asedio norteamericano —a instancias de su aliado
paquistaní— sobre aquél eslabón más débil de la URSS en Asia. La CIA, en
connivencia con los sátrapas islámicos en esa región, pusieron en quiebra la
política exterior de distensión del presidente norteamericano Jimmy Carter,
quien descendió al nivel más bajo de popularidad en toda la historia
presidencial de ese país, obligándole a un mayor endurecimiento en sus relaciones
con el “bloque comunista”, a una política de “ley y orden” en sus propios
dominios internacionales, de confrontación con la otra superpotencia y de
rearme.
Este giro de la política internacional
norteamericana alteró profundamente la situación interna de España, cuyo
gobierno de “consenso” (con la izquierda burguesa liderada
por el PCE) bajo la presidencia de Suárez, venía de tomar una serie de
iniciativas que le cogieron a contrapié. Justamente a lo largo de 1978 y 1979,
(para garantizar la estabilidad política del proceso de transición)
Suárez había congelado la decisión de integrar a España en la OTAN —cuestión
que no pudo ser consensuada con la izquierda¬, cuya militancia, además, acusaba
la acción de los movimientos antiimperialistas en la escena internacional,
demandando de su gobierno una mayor dimensión iberoamericana y africana de la
política exterior española.
En septiembre de 1978, Suárez había viajado
a Cuba para invitar a Fidel Castro a visitar España. Fue el primer presidente
en tomar semejante iniciativa. Un año después, Yasir Arafat fue recibido en
Madrid con honores de Jefe de Estado, siendo España el primer país europeo en
dar ese paso. Finalmente, el gobierno de la UCD envió
un observador a la Cumbre de Países No Alineados realizada en La Habana, gesto
diplomático insólito en un país tradicionalmente aliado de los EE.UU.
El rumbo de la política interior y exterior
de España, marchaba, pues, a contrapelo de las exigencias norteamericanas
derivadas de la nueva situación en ese país y en el Mundo. Lo que deseaba
Washington era una España “segura”, estable y sometida a sus dictados; una
España dentro de la OTAN, dócilmente alineada en la lucha contra la otra
superpotencia y, por supuesto, sin reflejos neutralistas o tercermundistas en
su política exterior.
Pero Suárez, hipotecado al consenso con la
izquierda burguesa del PCE en aras de la estabilidad política del Estado a
instancias de su relativa capacidad de control del movimiento de masas, estaba
cada vez menos en condiciones de cumplir con las exigencias del imperialismo
norteamericano. Esas nuevas exigencias de Washington, al mismo tiempo que las
crecientes disidencias con sus socios democristianos y liberales al interior de
UCD, fueron las que contribuyeron decisivamente a convulsionar y desestabilizar
su gobierno, acabando por erosionar su propio prestigio político personal, no
sólo de cara a la banca y los medios de comunicación que le habían catapultado
al gobierno, sino a la propia volubilidad pragmática del Monarca.
Por su parte, el Partido Socialista Obrero
Español (PSOE) renovado, con el instinto político carroñero que le caracterizó
desde su relanzamiento, comenzó a desmarcarse de la política de consenso con el
Gobierno, iniciando su viaje al centro para fagocitarse el cadáver de la UCD y
ocupar su puesto. Por de pronto, sintiendo la necesidad de ganarse la confianza
de la banca, de los yankys y del Monarca, en el congreso de mayo del 79 lastró
el marxismo: “Hay que ser socialista antes que marxista”, dijo Felipe González
en una de sus sesiones a los delegados. El partido se negó a seguirlo y él
renunció tácticamente a modo de presión como diciendo: “yo o el caos”. Cuando
todos —incluso la derecha civilizada de Fraga— se echaron las manos a la
cabeza, en setiembre volvió reforzado en su autoridad política personal.
Este proceso de recomposición burocrática
de los partidos políticos institucionalizados, se fue a acentuando conforme se
hacía patente —a lo largo de 1980—, que el próximo presidente norteamericano
sería el republicano Ronald Reagan. De hecho, a lo largo del año, las distintas
fuerzas más reaccionarias vinculadas al imperialismo norteamericano, empezaron
a moverse claramente con estas nuevas previsiones del gran viraje a la derecha
en las postrimerías del gobierno de Carter, y que bajo el mandato de Reagan no
hicieron más que confirmarse y profundizarse.
Finalmente, la llegada de Reagan a la Casa Blanca dio un nuevo
impulso a los preparativos involucionistas en curso desde varios meses atrás. A
poco de haber tomado posesión de su cargo, el nuevo secretario de Estado,
Alexander Haigh, declaró públicamente que: “España debe fijar de inmediato un
calendario para su integración en la OTAN”. Las promesas de una futura
integración sin concretar ni dar pasos prácticos en ese sentido, ya no son
suficientes. El golpe militar en setiembre contra el gobierno turco de Süleymán
Demirel, fue una premonición y un aviso. Un informe del coronel Quintero
(agregado militar español en Ankara) donde se valoraba positivamente el golpe,
circuló profusamente entre la oficialidad y recibió favorables comentarios. En
la prensa ultra española, los artículos amenazantes sobre el carácter “límite”
e “intolerable” de la situación, se sucedían a diario. En Euskadi, durante los
primeros días de noviembre, ETA cometió atentados con resultado de muerte
contra once dirigentes de UCD, entre militares y guardias civiles>>. (Op. cit.).
Tal fue la situación política que desencadenó los sucesos
del 23 de febrero, a raíz de los cuales cambió el curso de la política exterior
de España en favor de su integración en la OTAN. Pero este cambio solo sucedió
en las altas esferas del poder político, porque en la sociedad española siguió
predominando todavía, el espíritu de independencia o no alineación respecto de
la “guerra fría” entre soviéticos y norteamericanos por el predominio en las
relaciones internacionales, espíritu que Adolfo Suárez había abrazado como
producto del pacto con la izquierda burguesa liderada por el P.C.E. en aras de
la estabilidad política del país. Esto es lo que explica que uno de los
compromisos que adquirió Suárez al firmar ese pacto con el P.C.E., fue retrasar
indefinidamente la integración de España en la OTAN y así lo hizo.
En esas estábamos, cuando irrumpió la epidemia del
“síndrome tóxico”. Un acontecimiento que vino a poner en serio peligro aquel
apaño en las alturas del poder resultante de la parodia de golpe de Estado,
secretamente urdida por la partidocracia en el poder, de común acuerdo con el
Departamento de Estado para deshacerse de Suárez a fin de allanar el camino de
la integración de España en la OTAN. Por tanto, cabe pensar que este dramático
contratiempo del “síndrome tóxico” para los planes de integrar a España en la
OTAN fue fortuito; y lo más probable es que un escape de gas tóxico procedente de la base aérea de
utilización conjunta conteniendo algún compuesto de naturaleza organofosforada,
se produjera por accidente.
Decimos en principio, porque si bien
el primer caso de “síndrome tóxico” fue anunciado oficialmente el 1 de mayo de
1981, en realidad los primeros síntomas de la epidemia se produjeron en enero
de ese mismo año, los llamados por eso “casos tempranos”. Fue precisamente
durante los primeros meses de 1981 cuando se difundieron rumores procedentes de
la base militar de utilización conjunta situada en la localidad madrileña de
Torrejón de Ardoz, acerca de que varios militares americanos habían sido
afectados de una presunta “legionella”, siendo algunos de ellos evacuados en
aviones-hospitales a EE.UU., y otros a la base norteamericana de Wiesbaden en
Alemania, al mismo tiempo que militares españoles con desempeño en la misma
base eran ingresados en el Hospital General del Aire. En su edición del 26 de
mayo de 1981, el periódico “El País” reportó que, según datos facilitados
por la Dirección General de la Salud Pública, 105 enfermos habían ingresado por
“neumonía atípica” en el Hospital General del Aire, 7 más en el Hospital
Militar del Generalísimo, y otros 19 en el Hospital Militar Gómez Ulla:
<<Eran pocos, ciertamente, pero revestían una
extraordinaria importancia, porque todo apuntaba a que los afectados en esos
primeros meses del año 1981 pudieron ser muchos más, aunque su registro fuese
rechazado (en realidad ocultado)
por las autoridades sanitarias que habían formado el “censo oficial” a su
antojo, omitiendo en esa anualidad las estadísticas relativas a la incidencia
mensual de “neumonías atípicas”, para lo que excusaron tan anómala conducta en
“cambios de criterios de apreciación”>> (Rafael Pérez Escolar: Op.
cit. Pp. 461)
En efecto, el 11 de febrero de 1981 se conoció el
fallecimiento del niño Jaime Vaquero,
residente en Torrejón de Ardoz mientras era trasladado en ambulancia al
Hospital de la Paz. Los médicos solicitaron permiso a la familia del fallecido
para practicarle la autopsia, dado que por aquellos mismos días se habían
producido más casos con igual resultado de muerte. Esto indujo a que los
abogados defensores de los industriales y comerciantes encausados en el llamado
“juicio de la colza”, se pusieran a la tarea de averiguar el incremento de la
morbilidad (cantidad de casos de una misma enfermedad contraídos en un
determinado período de tiempo) durante el año 1981. Según esos datos que
obraban en el Instituto Nacional de Estadística, si en el año 1980 los ingresos
hospitalarios de varones debidos a “envenenamientos o intoxicación por otros
agentes” habían llegado a ser de 880, al año siguiente ascendieron a 19.366.
Respecto a las mujeres, en 1980 se registraron 480 ingresos, para pasar en 1981
nada menos que a 34.160.
Pero interesándose por tales datos las
defensas de los imputados pudieron sonsacar que, separadamente a la estadística
de ingresos hospitalarios por causa de ese “síndrome tóxico oficial” hubo otra
que el Instituto Nacional de Estadística tipificó no precisamente como
“neumonía atípica” sino como “neumonías”. Solamente en Madrid, los datos de
ingresos hospitalarios de varones por esta afección en 1980 fueron 44.497,
cifra que al año siguiente casi se duplicó pasando a ser de 83.804. Respecto de
las mujeres, los ingresos hospitalarios por “neumonías” que en 1980 fueron
16.627, en 1981 se cuadruplicaron pasando a ser 61.170:
<<De estos datos se deducía razonablemente que el síndrome
tóxico se desarrolló en dos ondas epidémicas. La primera a principios y
mediados de enero de 1981, coincidiendo con una amplia afección en la zona de
Torrejón, lo que, según manifestaron diversos testigos y publicaron algunos
periódicos, determinó, como ya hemos dicho, la evacuación de civiles y
militares americanos a diversos centros hospitalarios, fundamentalmente a
Alemania, para ser sustituidos por nuevas unidades.>> (Op.
cit. Pp. 462)
Como hemos dicho ya, cabe pensar que la primera onda
epidémica fue fortuita y muy localizada en la misma base militar de
Torrejón de Ardoz y sus aledaños, con que de haber quedado circunscrita a esta
zona y en tanto y cuanto trascendiera a la opinión pública, la base quedaría en
evidencia como el origen del “síndrome tóxico” en flagrante violación del
tratado de amistad y cooperación entre España y EE.UU., por lo que la política secretamente pactada para
integrar a España en la OTAN, resultaría un rotundo fracaso. Cabe
señalar aquí que, en esos momentos, el grueso de la ciudadanía española todavía
era una “piña cívica" en torno a la consigna: “OTAN no, bases
fuera”.
Para evitar esa eventualidad contraria al contubernio de intereses
que estuvieron en la raíz de la parodia de golpe presuntamente abortado por el
ex Monarca Juan Carlos I de España el 23F 12 horas después de haberse
producido, se hizo imperioso crear deliberadamente otra onda
epidémica que alejara la atención pública de su verdadero lugar de
origen comprometiendo a más zonas de la geografía humana del país, para lo cual
y con la misma intencionalidad, se inventó una supuesta causa del “síndrome
tóxico” arbitrariamente atribuida a unas inocuas anilinas, con las que se había
venido reconvirtiendo al consumo humano un
aceite de colza para uso industrial desde hacía tiempo y no había
pasado nada.
Esta segunda epidemia no consistió ya en la muy localizada
propagación accidental de un gas tóxico de la variedad militar organofosforada
sobre Torrejón de Ardoz, sino en la deliberada contaminación de cierta especie
de tomates con ese mismo compuesto, inoculado durante su proceso
de crecimiento y maduración en la mata, para luego distribuirlos en esa misma
localidad y otras ciudades de España —convenientemente elegidas— con destino al
consumo letal previsto. Se
buscó así dispersar la atención de la opinión pública para evitar que Torrejón
de Ardoz apareciera como el único escenario de la epidemia y la base de
utilización conjunta como su foco de irradiación genocida.
Según el registro estadístico de los
ingresos hospitalarios, esta segunda epidemia criminal deliberadamente
inducida, tuvo como causa material el mismo agente nematicida
organofosforado que se inició a mediados de abril y comenzó a remitir en la
segunda quincena de mayo. Pero el vehículo no fue la atmósfera, sino una
partida de tomates contaminados cultivados en la localidad almeriense de
Roquetas de Mar.
<<El nematicida, al ser un tóxico “sistémico” e incorporarse
al interior del fruto, generó metabolitos altamente agresivos, mucho más que el
veneno directo, al biopotenciarse su poder ponzoñoso [según
avanzaba el proceso de maduración en la mata]. Sólo bastaba vigilar
discretamente al agricultor y su invernadero para saber cuándo iba a recolectar
el fruto y llevarlo a la alhóndiga [lonja o mercado] Agrupamar, donde
tendría lugar su venta en pública subasta mezclado con el de otros
agricultores, por lo que las unidades envenenadas aparecerían confundidas de
manera aleatoria con otras perfectamente normales. Alguien en la subasta (el
dinero se esparcía a manos llenas al servicio del criminal objetivo) pujó hasta
donde resultó necesario para adjudicarse el fruto, que seguidamente sería
vendido en Torrejón, las localidades cercanas —Alcalá de Henares y Guadalajara,
entre otras—, y algunos mercadillos en el cinturón industrial de Madrid, lo que
continuó por pueblos y ciudades al norte y noroeste de la capital, hasta llegar
a Santander y Galicia, sin olvidar el empleo de otras pequeñas partidas en el
Sur y en Levante. Torrejón de Ardoz dejó así de ser el punto exclusivo en el
origen de la enfermedad>>. (Op. cit. Pp. 468. Lo entre corchetes
nuestro)
En agosto de 1981, tras la dimisión de Adolfo Suárez Illana
como Presidente del gobierno —renuente a entrar en la OTAN—, el gobierno de Leopoldo
Calvo Sotelo que le sucedió en ese cargo, pidió el
ingreso de España en esa organización bélica internacional. Y en octubre, las
Cortes confirmaron esta petición sin que se produjera contestación alguna en la
calle. Un año después, el 28 de octubre de 1982 el Partido Socialista Obrero
Español (PSOE) arrasó en las urnas y asumió el gobierno, desde donde su líder, Felipe
González Márquez, tras protagonizar aquella parodia con su
famoso lema “OTAN de entrada no”,
organizó la tan profusa y costosa como sutil campaña de propaganda, que acabó
convirtiendo aquel mayoritario espíritu popular y pacífico “anti OTAN”
—absolutamente mayoritario—, en su contrario.
En gran medida, esta vil y engañosa transformación
ideológica “democrática”, del franquismo con Franco en franquismo sin Franco,
no alteró su contenido esencialmente
totalitario del Estado español que todavía se prolonga. Y uno de sus
frutos fue el genocidio de Estado
envuelto en esa otra gran farsa política montada por la flamante monarquía
parlamentaria neo-franquista, que consistió en conseguir que los españoles
vivieran el drama social del “síndrome tóxico” tal cual Cervantes le hizo vivir
al Quijote aquél episodio con los molinos de viento: como si un inocente aceite desnaturalizado de colza
fuera la “endemoniada” causa material
de aquél crimen.
Una vez más la mentira deliberada del Estado había
prevalecido en la conciencia ingenua de una mayoría de ciudadanos españoles,
tanto como para que —además de aceptar complacientes el ingreso de España en la
OTAN— puedan seguir creyendo en que lo más sagrado para la “democracia” es el
tan cacareado "derecho a la vida", así como que
"el fin no justifica los medios".