Los
miles de desertores USA durante las guerras intercapitalistas de rapiña en Vietnam
e Irak
Los pacifistas dicen que toda guerra en
la sociedad moderna es una trágica estupidez endémica de los seres humanos,
cuando en realidad esos crímenes de lesa humanidad no están en el espíritu ni
la voluntad de nadie, sino en la naturaleza de las cosas bajo el capitalismo.
Y entre esas cosas prevalece la competencia,
derivada de la propiedad privada sobre los medios de producción y de cambio.
Una realidad social objetiva que ha hecho al sistema capitalista de vida
y determinó el comportamiento social inhumano perverso y belicoso de la
burguesía, sin excepción, en todos los países del Mundo. Tan espontáneamente como que de la relación
entre las formas naturales más sencillas de materia inerte, surgió la vida en
la Tierra hace ya 4.600 millones de años.
Lo más estúpido en las guerras tampoco
es que ciertos sujetos al mando de tropas cometan equivocaciones, sino que sus
mandados aceptemos todavía esa condición subalterna combatiendo unos contra
otros, ya sea al servicio de las fracciones en que a menudo se pelean nuestros
respectivos patrones y superiores políticos jerárquicos, ya sea al interior de cada
estado nacional en las llamadas guerras civiles, o ya sea en las guerras
internacionales entre distintos países.
Lo
más trágico e insensato de todo esto, es la indecisión de las mayorías sociales
explotadas y oprimidas, que tardan en ponerse de acuerdo para superar este absurdo
estado cosas. Y es que entre las distintas fracciones del sistema capitalista
divididas en Estados nacionales, es de ley educar a sus respectivas clases
subalternas en el espíritu de la “tolerancia", el mismo espíritu que rige
las relaciones internacionales bajo condiciones económicas normales. Pero el
caso es que bajo condiciones de crisis —cada vez más dolorosas,
frecuentes y difíciles de superar cuando ya no se trata de dividir ganancias
sino pérdidas—, el único idioma en el que los explotadores resuelven entre sí
sus diferencias, siempre acaba siendo el de la violencia bélica rapaz,
destructiva y genocida, el único en el que tales despreciables sujetos saben
hablar y relacionarse.
Conclusión:
que en cualquier guerra los ciudadanos de las clases subalternas que huyen de
ella tratando de sobrevivir y lo consiguen, no son más que eso, unos simples
sobrevivientes debidamente instruidos para que no atinen a ver de la realidad,
más allá de sus propias narices. Pero los desertores de esas guerras —que se
niegan a participar en ellas porque han llegado a comprender que son
ajenas y contrarias, no sólo a sus propios intereses sociales sino a los de la
propia humanidad—, esos son los que merecen no la cárcel si no todos los honores,
porque la suya es una forma digna de luchar por un futuro igualitario, pacífico
y prometedor en nuestro Planeta.
GPM.
La
República de Vietnam —junto con Laos y Camboya en la península de indochina—, a
mediados del Siglo XIX ese territorio fue colonizado por Francia mediante la
fuerza de las armas, pretextando que varios misioneros católicos destacados
allí habían sido ejecutados. Así fue cómo los revolucionarios vietnamitas
comenzaron la llamada “Primera Guerra de Indochina”, hasta que ese conflicto
acabó con la derrota de las tropas galas en 1954. Pero tras los acuerdos de la Conferencia de Ginebra ese
país se dividió a lo largo del paralelo 17, quedando al norte gobernado por el
movimiento Viet Minh dirigido por Ho Chi Minh y, al sur bajo
control de un gobierno pro-occidental apoyado por EE.UU. Una partición que
derivó en la “Segunda guerra del Vietnam”, donde las tropas del llamado “Viet
Cong” combatieron contra las del Sur. El conflicto continuó entre las dos
partes de Vietnam enfrentadas, hasta que otra ofensiva del Norte logró que Vietnam
del Sur se rindiera el 30 de abril de 1975, y el 02 de julio de 1976 el país se
reunificó bajo un gobierno socialista revolucionario. Se estima que el
conflicto costó unos 200 mil millones de dólares, y las bombas que explotaron en
ese territorio superaron la cantidad arrojada por el bando aliado vencedor sobre
Alemania, Italia y Japón en la Segunda Guerra Mundial. Según el departamento de
defensa de EEUU citado por la cadena informativa C.N.N.,
los soldados estadounidenses que combatieron en esa Guerra Mundial sumaron
8.744.000 efwctivos. El número total de militares muertos en todas las partes
fue de 1.300.000 y los civiles 1.000.000.
Algunos
países enviaron personal militar de refuerzo para ayudar a Estados Unidos. En
su nivel máximo Corea del Sur aportó 50.003 combatientes; Tailandia 11.586;
Australia 7.672; Filipinas 2.061 y Nueva Zelanda 552. Por su parte, China envió
un número sustancial de soldados a Vietnam del Norte: 170.000 en su nivel
máximo, para reparar el daño causado por las bombas y ayudar en la defensa
contra los ataques aéreos de Estados Unidos.
Y en cuanto a las pérdidas materiales medidas
en términos de valores económicos:
<<Por un lado, tenemos el dato
más macroeconómico: el costo aproximado de la guerra. En junio de 1974, el Departamento de Defensa de EEUU estimó
que el coste total (quitando lo que se hubiera gastado de todas maneras, si
hubiera sido un período de paz) fue de 145.000 millones de dólares de 1974. A
esto había que sumarle la influencia que este gasto había provocado: una
inevitable inflación económica, la producción perdida, el pago continuo de los
préstamos y las pensiones de los veteranos de guerra. Se ha estimado que la
cifra final es casi el doble, estando cerca de los 300.000 millones de dólares
(unos 1.100 dólares por cada ciudadano, sea hombre, mujer o niño).
Por otra parte, Vietnam del Norte gastó una ínfima fracción de este total. Aunque
los datos de la guerra son incompletos y a veces poco confiables, se calculó en
la década del 70 que, entre 1965 y 1971, Vietnam del Norte tenía un presupuesto de defensa equivalente a
3.560 millones de dólares. De hecho, sin la ayuda financiera constante de China y la URSS, esta nación asiática hubiera posiblemente sucumbido por
cuestiones monetarias. Se calcula que los soviéticos contribuyeron con unos
1.660 millones de dólares durante toda la guerra, y los chinos con 670 millones
(esto es, además de la suma citada previamente). Por su parte, Vietnam del Sur ayudada por EEUU, contó con un monto de dinero
hasta 17 veces superior.
El costo tecnológico y bélico en Vietnam fue un conflicto de
transición, en el que se utilizaron enormes cantidades de armamento anticuado y
barato, pero también escasa cantidad de armamento mucho más nuevo y caro. El
despliegue de todas estas armas por parte de EEUU generó a su vez todo tipo de datos estadísticos.
Si se cuentan las bombas lanzadas sobre
Vietnam del Norte, Laos y Camboya, junto con las misiones tácticas dentro del Vietnam del Sur, se suman unos 8
millones de bombas, es decir, cuatro veces la cantidad utilizada durante la Segunda Guerra Mundial. La gran
mayoría eran bombas de hierro convencionales, de 254 kilogramos, lanzadas por
bombarderos B-52. Cada vez que
uno de ellos abría sus bodegas de armas, dejaba caer como 80.000 dólares en
explosivos.
Simplemente teniendo en cuenta el año 1966,
se contabilizaron 148.000 misiones de bombardeos tácticos y estratégicos sobre Vietnam del Norte (totalizando 128.000
toneladas de bombas). Esto hace un total aproximado de 1.247 millones de
dólares gastados en estas misiones, sin contar los aparatos derribados (818),
que debían reponerse.
Sin embargo, este exorbitante gasto
militar no fue muy efectivo, si tenemos en cuenta los daños causados a la
nación oponente. Aquí tenemos otra arista del porqué el fracaso estadounidense.
Durante el mismo año de 1966, sus ataques le hicieron gastar a Vietnam del Norte apenas unos 130
millones de dólares: por cada dólar gastado en reconstruir su país, EEUU gastó 9,6. No es una relación
nada favorable.
A esto hay que sumarle, como ya
dijimos, la gran cantidad de aparatos derribados. EEUU perdió en la guerra
4.865 helicópteros; si promediamos un costo de 250.000 dólares de la época por
cada uno, tenemos una cifra muy elevada, a la cual se le añade la de 3.720
aviones de modelos y costos muy diversos, desde aviones mono-motores de
observación hasta los enormes bombarderos B-52.
Si la guerra aérea fue la parte más
costosa e ineficiente del conflicto, la que se desarrolló en tierra tampoco fue
barata. De la misma manera, la combinación de enormes cantidades de municiones
baratas y el ensayo con nuevas tecnologías, creó muchos gastos. Durante los
años más activos de la guerra, la artillería estadounidense disparaba 10.000
proyectiles por día: cada uno de ellos costaba unos 100 dólares, elevando el
costo a total a 1 millón de dólares diarios.
Por
otra parte, los costos logísticos eran exageradamente altos debido a una enorme
burocracia. Apenas un 10% de los hombres estadounidenses en edad militar
sirvieron en la guerra. Pero su reclutamiento necesitaba de grandes cantidades
de papeleo y trámites. Además, el sistema de reclutamiento por un año hacía que
hubiera constantemente jóvenes novatos que debían ser entrenados y equipados
desde cero, gastándose muchos recursos en este aspecto. Mantener en
funcionamiento una división estadounidense costaba 20 veces más que mantener
una división sud-vietnamita equivalente.
Cfr.: http://niebladeguerra.blogspot.com.es/2010/02/los-frios-numeros-de-la-guerra-de.html.
En 1986 el gobierno vietnamita inducido por el stalinismo
afianzado en la ex URSS, inició la senda reformista del
capitalismo de Estado, que puso a ese país en el camino que le condujo hacia la
integración con la economía capitalista global4.
Ya corriendo el año 2.000 tenía relaciones diplomáticas con la mayor parte de
naciones al interior del sistema.
En el siglo XXI el crecimiento económico de Vietnam fue de los más altos y
acelerados del mundo4, un éxito que en 2007 permitió el ingreso
del país en la Organización Mundial
del Comercio.
Estos datos no hacen más que ratificar la tesis marxista de que las crisis y
las guerras, muy lejos de debilitar
vivifican y consolidan el sistema capitalista. Al contrario de lo que ocurre
bajo las mismas condiciones bélicas en el sistema de vida socialista
revolucionario, tal como se pudo comprobar en la Rusia soviética tras la
destrucción y muerte de la guerra civil iniciada por la burguesía internacional
entre 1918 y 1923. Lo que puso más en evidencia
la NEP en la Rusia Soviética por el revés de la trama histórica del capitalismo,
fue que éste último sistema hunde las
raíces de su subsistencia NO en la promoción del progreso material sostenido y pacífico,
sino en el recurso periódico
a la destrucción sistemática de riqueza creada, miseria humana integral y muerte masiva, es decir, en el atraso
o retroceso de las fuerzas sociales productivas, tal como se pone de manifiesto
durante las crisis y las guerras. Es un sistema de vida humana cada vez más
autotanático.
El socialismo revolucionario
está en las antípodas de semejante lógica irracional. Sólo saca su fuerza vital
del desarrollo económico creciente
y, por el contrario, toda destrucción de riqueza y vidas humanas le impele a
retroceder económica y socialmente hacia etapas pretéritas. Esta distinción se
ha podido demostrar, categóricamente, por el hecho de que, ante los
catastróficos efectos de la primera guerra mundial y la subsecuente guerra
civil, la revolución rusa en tránsito al socialismo, debió hacer concesiones al capitalismo. A
este fenómeno se refirió Lenin en marzo de 1923, un año antes de su muerte:
<<Las potencias capitalistas de
Europa occidental, en parte deliberadamente y en parte espontáneamente,
hicieron cuanto estaba a su alcance para arrojarnos hacia atrás, para
aprovechar los elementos de la guerra civil de Rusia, y arruinar al país en
todo lo posible. Era precisamente esta forma de salir de la guerra
imperialista la que parecía tener más ventajas: si no logramos derribar el
sistema revolucionario en Rusia, por lo menos dificultaremos su avance hacia el
socialismo; más o menos así razonaban esas potencias, y desde su punto de vista
no podían hacerlo de otro modo. Como resultado solucionaron —a medias— su
problema. No lograron derrocar al nuevo sistema creado por la
revolución, pero tampoco le permitieron dar en seguida un paso adelante que
justificara las previsiones de los socialistas, que les permitiera desarrollar
con enorme rapidez las fuerzas productivas, desarrollar todas las posibilidades
que, en su conjunto, habría producido el socialismo, demostrar a todos y a cada
uno en forma evidente y palpable que el socialismo encierra gigantescas
fuerzas, y que la humanidad ha entrado en una nueva etapa de desarrollo, cuyas
perspectivas son extraordinariamente brillantes”. (V. I. Lenin: “Mejor poco, pero mejor” 02 de marzo de 1923. Obras Completas. Ed,
cit. T. XXXVI Pp. 523. El subrayado nuestro)>>. Versión digitalizada.
El
espectacular crecimiento económico de Vietnam tras la destrucción y muerte
durante la guerra civil entre el Norte y el Sur, culminó en la reciente crisis
que agudizó las crecientes desigualdades
de ingresos entre las dos clases sociales
fundamentales, al mismo tiempo que deterioró el acceso a la asistencia
sanitaria de
los más necesitados 5 6 7.
Y en lo que respecta a la guerra de Irak, en marzo de 2015
aportamos a la tarea de desmitificar la supuesta identificación del gobierno de
Sadam Hussein con la organización terrorista Al Qaeda, así como la no menos
presunta posibilidad de que ese país tuviera armas de destrucción masiva,
cuando EE.UU. publicó el informe de la CIA en el que
se amparó el Gobierno estadounidense, para justificar así la invasión de Irak
en 2003. Se trata de un documento de 93 páginas cuyos datos fueron
deliberadamente falsificados por la Administración Bush, para conseguir el
respaldo del Congreso a la participación
de los EE.UU. en esa guerra, tal como
así fue.
GPM.
--oo0oo—
A continuación,
reproducimos dos textos para sumarnos al merecido homenaje de los miles de
ciudadanos norteamericanos, que decidieron valientemente negarse a ser
convertidos en carne de cañón, durante las pasadas guerras de rapiña, primero
en Vietnam y luego en Irak:
Los
desertores USA en las Guerras de Vietnam e Irak
<<Como en los años 60 y 70, en 2005 los jóvenes estadounidenses buscaron
refugio en Canadá para no ir a la guerra de Irak. Entonces fueron entre 30.000
y 50.000 los que cruzaron la frontera para esquivar Vietnam. Hoy todavía luchan
en los tribunales para que se les considere refugiados políticos>>.
Por CARLOS
FRESNEDA. Nueva York / MIGUEL ROZAS.
Jeremy
Hinzman hizo por última vez el petate para huir de la guerra. Con el mayor de
los sigilos, en plena noche de invierno, llenó el maletero de su Chevy Prizm
hasta arriba, acomodó en los asientos a su mujer vietnamita, Nga, y a su hijo
de 21 meses, Liam, y enfiló hacia el norte como si escapara de la escena del
crimen.
Atrás
quedaban los rigores cuarteleros de Fort Bragg y la orden de inminente
despliegue en Irak de su regimiento, el 504 de Infantería de la División
Acorazada 82. Por delante, el negro del asfalto y el blanco de la nieve que no
le abandonaría en los 1.500 kilómetros que recorrió hasta llegar a su meta
incierta: Canadá.
«Vengo
a visitar a unos amigos», le dijo al agente de aduanas.Y no mintió. Al otro
lado de la frontera, en Toronto, le recibió un hospitalario grupo de cuáqueros que le dio cobijo, como si fuera un
refugiado de guerra.
Su
país, EEUU, se perdió en la frágil lejanía. Hinzman sabía que una vez
traspasado el umbral hacia el santuario canadiense, no había posibilidad de dar
marcha atrás. En sus alforjas pesaba el estigma de desertor, pero su conciencia
estaba tranquila: «Al menos ya no tendría que manchar mis manos de sangre en
una guerra injusta».
Jeremy
Hinzman, 25 años, fue el primer soldado en pedir asilo político en Canadá por
su oposición a la guerra de Irak. Siguiendo su estela, por caminos distintos,
llegaron Brandon Hughey y Dave Sanders. Otros tres soldados están a punto de
dar la cara ante los tribunales y dos más se lo están pensando.
«No tendremos una avalancha como la
que hubo cuando la guerra del Vietnam, pero la tentación de romper filas es
cada vez mayor...Yo ya he despachado con más de 100 soldados que están
explorando la posibilidad de exiliarse en Canadá».
Quien
así habla, desde su despacho en Toronto, sabe bien lo que dice porque lo
experimentó en sus carnes. Jeffry House, 57 años, empezó una nueva vida a los
22 en Canadá, adonde llegó huyendo desde Madison, Wisconsin, días después de
que su nombre saliera en la fatídica lotería del Vietnam. Entre 30.000 y 50.000
norteamericanos se exiliaron en los años 60 y 70.
House habla un español virado al
chileno, fruto de su experiencia con la avalancha de exiliados que llegaron
también a Canadá huyendo de Pinochet. Ahora, todos los caminos, tejidos por una
red de cuáqueros y ex prófugos del Vietnam, conducen inevitablemente hacia su
despacho en Toronto. «Pero a todos los soldados que llaman les recomiendo que
se acojan a la objeción de conciencia, que busquen apoyo legal en el G.I.
Hotline y otras asociaciones de ayuda a los militares, que apuren las armas
legales que tienen antes de dar el salto y romper de un día para otro con sus
vidas».
Según las severas leyes militares americanas, la deserción puede ser castigada
incluso con la pena de muerte, aunque la última ejecución fue en 1945 y los
casos más recientes han sido despachados con condenas menores, de seis meses a
un año de cárcel, más el estigma de la baja en el Ejército con deshonra.
El
número oficial de desertores en el último año fue de 2.774 soldados. Según el
Pentágono, se trata de cifras relativamente normales y no se ha detectado una
avalancha en los últimos meses (un año antes de la guerra de Irak, la cifra
oficial de desertores superó los 4.000).
Sin
embargo, las llamadas de soldados que quieren dejar el Ejército se han
duplicado y superan las 3.000 mensuales en líneas calientes como G. I. Hotcline.
Y las noticias de soldados rompiendo filas son cada vez más frecuentes en los
telediarios, cajas de resonancia del patriotismo americano...
Pablo
Paredes, marinero en tierra. Hijo de inmigrantes puertorriqueños, 23 años. El 6
de diciembre se niega a zarpar a Irak con su compañía de 3.000 marines: «No
puedo subirme a ese barco sabiendo que 100 soldados o más nunca volverán.
Prefiero un año en la cárcel que seis meses haciendo el trabajo sucio en una
guerra en la que no creo».
Wassef
Ali Hassoun, 24 años. Traductor de los marines, desaparecido en Faluya. Los
medios americanos le dan por ejecutado hasta que reaparece milagrosamente en
Líbano. Regresa a EEUU y le acusan de desertor, por haber urdido su propia
captura... «No dejé mi puesto. Fui capturado y estuve 19 días en manos de las
fuerzas anti-coalición. Pienso defender mi honor ante los tribunales».
David Qualls, 35 años,
especialista de la Guardia Nacional de Arkansas. «He servido en el Ejército
cinco meses más de lo que estipula mi contrato de un año», afirma. «Tan sólo
reclamo el derecho a volver con mi esposa y mi familia». Qualls ha recibido un
ultimátum para incorporarse a su unidad y partir hacia Irak. Se ha atrincherado
junto con otros siete compañeros y ha llevado a los tribunales al secretario de
Defensa, Donald Rumsfeld. Piden la derogación de las polémicas normas que
retienen en el Ejército «por necesidades de guerra» a miles de soldados en la
reserva.
Camilo Mejía, 29 años, ex
sargento del Batallón de Infantería 124. Hijo del cantante nicaragüense Carlos
Mejía Godoy y condenado a un año de cárcel por desertor: «Tras estos barrotes
me siento un hombre libre porque he escuchado un poder superior: la voz de mi
conciencia». Cuenta los días que le faltan, más de 130, para recobrar la
libertad y trabajar por la causa pacifista.
«LA BUENA VIDA».
Camilo
Mejía, Pablo Paredes, Jeremy Hinzman, Brandon Hughey y tantos otros soldados
arrepentidos se debaten estos días entre la solidaridad de una parte de sus
compatriotas y la condena de esa mayoría que aún piensa que la guerra de Irak
estuvo justificada y que, a fin de cuentas, nadie les obligó a alistarse en el
Ejército.
La columnista Michelle Malkin fusiló
recientemente a Hinzman en las páginas del New York Post como «el hombre vivo
más sexy» del movimiento pacifista. Malkin, y tantos otros, le recriminan «la
buena vida» que se está pegando en Canadá mientras sus compañeros del
Regimiento 504 de Infantería, los temibles Diablos Blancos, mascan el polvo y
la sangre del desierto «en el nombre de la libertad».
Desde su exilio en Toronto,
Jeremy Hinzman rebate uno por uno los argumentos a favor de la guerra de Irak.
A la pregunta inevitable, por qué se metió en el Ejército, Hinzman responde con
sobrada elocuencia: «Me alisté por la misma razón que miles de jóvenes en EEUU:
para poder pagarme los estudios universitarios. Cuando tomas la decisión eres
muy inmaduro e impulsivo, y la última idea que ronda tu cabeza es que te
acabarán mandando a una guerra».
Hinzman
vislumbró lo que se le venía encima cuando empezó a entrenar con los Diablos
Blancos y a descubrir que gran parte de la preparación consiste en «aniquilar
esa predisposición que tenemos los seres humanos a no matar». Sus compañeros
gritaban: «Kill we will!» (¡Queremos matar!) y «Blood, blood, blood!» (¡Sangre,
sangre, sangre!), y Hinzman sintió que aquello no iba con él. Su esposa, Nga
Nguyen, nació en Laos en 1972 y arrastró durante toda su infancia el estigma de
la guerra. Hinzman nació en Dakota del Sur a tiempo para ver los estragos de
Vietnam en la sociedad americana. La llegada del pequeño Liam y las visitas a
la Casa de los Cuáqueros en Fayetteville, Carolina del Norte, le pusieron poco
a poco en la senda de la paz y la no violencia.
«Aunque aún tengo un gran deseo
de eliminar la injusticia, me he dado cuenta de que matar no sirve más que para
perpetuarla», escribió Hinzman en su solicitud para acogerse a la objeción de
conciencia. El Ejército alegó tiempo después que su petición se había perdido y
en octubre de 2002 ordenó su partida a Afganistán (la mitad de las 61
solicitudes de objeción de conciencia del último año han sido denegadas).
Hinzman
marchó con su unidad, participó en varias misiones de combate y pidió de nuevo
que le reconocieran su condición de objetor. Se la negaron por reconocer que
«mataría en defensa propia» y le tuvieron meses fregando platos para la tropa
en Afganistán, en turnos de 14 horas, siete días a la semana.
Al
volver, con los cañones de la otra guerra ya cargados, le hizo una promesa a su
mujer: «Nunca iré a Irak». Barajó la posibilidad de desertar y pasar un año en
la cárcel, pero la perspectiva de volver a estar todo ese tiempo lejos de su
hijo le echó para atrás. Los cuáqueros le ofrecieron entonces algo más que
refugio espiritual: la posibilidad de iniciar una nueva vida en Canadá.
REFUGIADO POLITICO
Allí
sigue Hinzman, en un barrio de la periferia de Toronto, viviendo gracias a la
generosidad de sus correligionarios y de cientos de canadienses que han
contribuido a una fundación para defender la causa de los desertores. Hace 10
días compareció ante el Tribunal de Inmigración y Asilo para ver si le
reconocen la condición de refugiado político.
Hasta
febrero no habrá veredicto, y a Hinzman le espera un purgatorio legal de dos
años si se apuran todos los recursos. El ex soldado piensa a veces que le
habría sido más fácil ocultar su condición de desertor y abrirse paso en
Canadá.
Pero
Hinzman ha querido hacer causa común con el movimiento pacifista en Canadá, y
prestar su voz cuantas veces haga falta contra la guerra en Irak, unida a la
del alevín Brandon Hughey, que ha seguido también sus pasos hasta el santuario
de Ontario.
«No
quiero convertirme en un peón de la guerra de este Gobierno por el petróleo»,
escribió Hughey en el último e-mail que envió desde Fort Hood, Texas, donde
estaba estacionado con su compañía. «He dicho a mis superiores que quiero dejar
el Ejército, pero me han respondido que no tengo otra opción que hacer el
petate y estar listo para salir hacia Irak. Todo esto me ha dejado desesperado
y he pensado a veces en el suicidio».
AGONIA INTERIOR
El
correo electrónico iba dirigido a Carl Rising-Moore, veterano del Vietnam y
pacifista convencido, que se comprometió a esperarle en Indianápolis para
viajar con él hasta la frontera. Entraron en un Ford Mustang por las cataratas
del Niágara, con la excusa de que eran hinchas de baloncesto, deseosos de ver
cómo los New York Knicks machacaban a los Toronto Raptors.
Rising-Moore
regresó a las pocas horas, después de ver el partido en la televisión de un
motel. Hughey se quedó en Canadá, con 19 años y una bolsa de viaje, a sabiendas
de que aquel era el primer día del resto de su vida. Ni siquiera le contó sus
planes a sus padres, partidarios de Bush, partidarios de la guerra.
El
tercer desertor se llama Dave Sanders, 20 años, de Bullhead City, Arizona. En
marzo de 2003 completó su formación en la Marina y se hizo a la idea de que
acabaría en la guerra. Pero entonces empezó a abonarse en Internet a la BBC y a
Al Jazeera, y descubrió una versión de la guerra muy distinta.
«Las
piezas no encajaban», afirma Sanders. «Yo no veía por ningún lado la conexión
terrorista y estaba empezando a pensar que íbamos a Irak para que unas cuantas
compañías hicieran dinero». La agonía interior le duró varios meses, hasta que
llegó la orden de despliegue para su compañía, estacionada en una base naval de
Florida. Un día, sin decir nada a nadie, se levantó con una decisión
irrevocable: comprar un billete de ida a Toronto.
Allí
estuvo durante varias semanas, ocultando su identidad y viviendo en un refugio
para homeless. Hasta que llegó a sus manos un periódico local con la historia
de Jeremy Hinzman.
Sanders ha terminado también bajo el aura protectora del abogado Jeffry House.
«Vamos a ver a muchos reservistas llevando a los tribunales al Pentágono y
denunciando las leyes abusivas que no les permiten dejar el Ejército», vaticina
el abogado (el presidente Carter concedió una amnistía a los prófugos del
Vietnam y muchos volvieron).
Otro
factor va a empezar a pesar también en el Ejército, según House, y es la fatiga
y la baja moral de los soldados. Según un reciente estudio del Ejército de
Tierra, uno de cada seis soldados en Irak tiene síntomas de depresión, ansiedad
y estrés postraumático. Los expertos advierten que si la situación no mejora,
la proporción será pronto de uno de cada tres, como en Vietnam.
Stephen Robinson, director del
Centro de Recursos de la Guerra del Golfo y experto en los efectos psicológicos
de la guerra, augura así lo que nos espera: «Está llegando un tren cargado de
gente que viene de Irak y que va a necesitar ayuda durante los próximos 35
años».
Durante
la guerra de Vietnam, los norteamericanos en edad militar tenían otras dos
opciones: la cárcel o Canadá. Durante el conflicto, unos 50.000 individuos
quemaron las tarjetas de reclutamiento y se exiliaron en Canadá. John D.
Mac-Arthur, profesor de Sociología de la Northwestern University narra en su
libro (que firmó como John Hagan) «Northern Passage» (Pasaje hacia el Norte) lo
que fue el mayor éxodo político de los EEUU desde la revolución de 1776.
Tildados de traidores, para el millón de activistas del movimiento pacifista
que convulsionó a los EEUU en los 60, fueron unos héroes. MacArthur lo vivió de
primera mano. Hacia 1964, con la escalada bélica en Vietnam, Canadá se
convirtió en la principal vía de escape para los objetores, prófugos y
desertores de los EEUU. Entre 1964 y 1973, casi 210.000 estadounidenses
violaron la ley de reclutamiento. Los primeros en exiliarse fueron los prófugos
civiles: jóvenes de clase media y de buena educación cuyo activismo eclosionó
en las universidades. Más tarde arribaron los desertores militares, en torno a
un millar, de clase social más baja y a menudo tras regresar de Vietnam. El
Pentágono registró 500.000 «incidentes» disciplinarios, pero no hay datos
precisos. Al principio, las autoridades canadienses se mostraron en contra de
esta migración clandestina pero la presión de la iglesia y de los grupos de
libertades civiles canadienses dio un giro a esta política. Al final se convirtió
en un movimiento de afirmación nacional; por primera vez el país asumía una
política independiente ante el poderoso vecino del sur. En 1969 el primer
ministro canadiense, el liberal Pierre Trudeau, ofreció su «profunda simpatía»
y «un refugio contra el militarismo» a los exiliados. El objetor más célebre
fue el boxeador Mohamed Ali. Muchos de ellos nunca regresaron, Canadá se
convirtió en su hogar y con el tiempo, el antiguo dominio británico se
convirtió en santuario de otros pueblos perseguidos. Pero los EEUU no olvida,
salvo dos indultos presidenciales limitados, Ford (1974) y Carter (1977), el
delito de sedición no prescribe. Los indultos fracasaron tras el boicot de la
comunidad de exiliados en Canadá, Francia, Suecia o el Reino Unido. Rechazaron
el agravio comparativo del «juramento de fidelidad a la patria» mientras Nixon,
tras el Watergate, obtenía un generoso perdón presidencial de Ford y una
pensión, sin realizar juramento alguno. Un total de 8.744.000 soldados
norteamericanos fueron a Vietnam y 50.000 murieron en combate. Vietnam del Sur
perdió 400.000 personas; Vietnam del Norte y el Viet-Cong unos 900.000. Los
EEUU se retiraron en 1973. En el 2006 está previsto en la Columbia Británica un
gran evento llamado «Our Way Home» que reúna a aquellos que vivieron el éxodo
canadiense.
Cfrt.: Suplemento de “El Mundo”. Domingo 2
de enero de 2005 Nº 481
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Estos
desertores estadounidenses de la guerra de Irak podrían conseguir asilo
político en Canadá
Por Tamara
Khandaker
Agosto 22, 2016 | 9:55 am
Joshua Key trabajó durante meses en un hospital infantil de
Ramadi, en Irak. Había sido destacado como soldado del ejército de su país,
Estados Unidos. Key cuenta que, en sus ratos libres, logró preservar la cordura
en aquel dantesco escenario gracias a las visitas espontáneas que recibía a
diario de una inesperada, amiga, una niña de 6 o 7 años. La pequeña, como si
fuera ajena a la devastación que había a su alrededor, se acercaba cada día a
la posición de Key y le repetía casi sin aliento las únicas dos palabras que
parecía conocer en inglés: míster y food. Keys la bautizó como a
su "hermana pequeña". Cada día aparecía la pequeña y casi cada día
Key le regalaba su ración de comida, a menudo ofreciéndole el único plato que
podía comer —la enchilada de ternera. En un momento dado, la pequeña empezó a
llevarle pitas de pan y agua del río Éufrates en señal de agradecimiento. La
sonrisa de su "hermanita pequeña" le recordaba a la de sus propios
hijos, y era lo más parecido a la felicidad que sintió durante aquellas
desoladoras jornadas en las que el tiempo no parecía pasar.
Una de aquellas visitas cambiaría su vida para siempre. Key
la recuerda como si fuera ayer. Él estaba apostado sobre una roca, mientras
observaba a su hermanita pequeña dirigirse hacia él, cuando de pronto el sonido
de un disparó perforó el silencio. "Le explotó la cabeza como si fuera un
champiñón", cuenta Key a VICE
News. "Me quedé en estado de shock". Aquel único
disparó —el sonido inconfundible de los mismos M-16 que cargaban todos los
miembros de su escuadrón— le derrumbó. "Pensé en presentar una queja, ya
que di por supuesto que el disparo provenía de uno de mis hombres. Pero
entonces me dijeron que aquello no era cosa mía".
Key trabajaba como soldador y se alistó al ejército
estadounidense como voluntario para ayudar a construir puentes en Estados
Unidos. Sin embargo terminó encontrándose destacado en la mismísima primera
línea del campo de batalla iraquí. Al poco tiempo empezó a sentirse sobrepasado
por el comportamiento de los estadounidenses en Irak. Y, por encima de todo, el
asesinato de la pequeña le impidió seguir desempeñando el papel que había
venido realizando hasta entonces.
Así que decidió emigrar al Canadá, país en el que vive a
día de hoy con su mujer y sus tres hijos. Él es uno de los 24 estadounidenses
que siguen allí luchando por su derecho a quedarse en Canadá, un país cuyo
gobierno lleva años tachándoles de delincuentes, una consideración que hizo
insostenible su presencia en el país. En un momento dado hasta 200 miembros del
ejército de Estados Unidos solicitaron asilo político en Canadá, a la espera de
ser admitidos como refugiados por su país vecino, tras la guerra de Irak. La
gran mayoría se ha ido voluntariamente o han sido deportados. Sin embargo, las
dos docenas restantes han aguantado y han apostado por llevar su batalla hasta
los tribunales. Todos saben que regresar a su país de origen les supondrá, con
toda probabilidad, tener que enfrentarse a un juicio militar como desertores. Y
que lo mínimo que les caerá, será una buena temporada en la sombra y la
inhabilitación pública.
La muerte, el precio por ayudar a los desertores en
Corea del Norte. Leer más aquí.
Pero ahora, se aproxima un momento decisivo. El primer
ministro canadiense, Justin Trudeau y su partido, el Partido Liberal, tienen
hasta el próximo 16 de septiembre para decidir si su ejecutivo seguirá con los
postulados de su antecesor, el conservador Stephen Harper. Este se opuso a que
cuatro de los desertores se quedarán en su país — así que sea cual sea la
decisión que se tome entonces, todo apunta a la misma determinará lo que
sucederá con los casos sucesivos. Una encuesta reciente concluía que el 63 por
ciento de los canadienses está a favor de que los desertores estadounidenses
consigan la residencia permanente en el Canadá. De hecho fue el padre de Justin
Trudeau, el ex primer ministro Pierre Elliott Trudeau quien abrió las fronteras
de su país para dar asilo a los refugiados y desertores de la guerra del
Vietnam en las décadas de los años 60 y 70. Ahora, a pesar de que el gobierno
no se ha manifestado sobre cuáles son sus intenciones, hay esperanza en que
esta vez sí se decida apoyar a esta generación de soldados que han conocido de
primera mano el horror de la guerra en Irak.
Al menos, tales son las sensaciones que dejó una reunión celebrada hace unas semanas en la ciudad de Toronto organizada por el grupo de Apoyo a los Objetores de la Guerra. Se trata de una organización que se dedica a brindar apoyo a las objetores de consciencia y a los desertores de la guerra de Irak que han atravesado la frontera canadiense. La portavoz del grupo, Michelle Robidoux, ha comentado que la campaña ha recibido el visto bueno del equipo del ministro del Interior canadiense, John Mc. Callum. Su gabinete asegura que todo marcha viento en popa y que la idea es acoger a los desertores. A finales del pasado mes de julio, los responsables de la campaña pro objeción se reunieron por primera vez en sus 12 años de historia, con el funcionario de rango más elevado que se encarga de sus casos en la capital del país, la ciudad de Ottawa.
Se trata de un gran paso adelante para esta ecléctica
organización, que viene reuniéndose desde que fuera fundada una vez por semana
en la sede del sindicato de los trabajadores metalúrgicos. Se trata de un
anodino edificio de ladrillo enclavado en Toronto. Allí se reúnen
religiosamente una vez por semana desde 2004. Y allí, también, planean eventos,
actos benéficos y hasta discursos motivacionales para asegurarse de que los
objetores no sucumban a la debilidad ni se sientan olvidados. La oficina de la
organización está sepultada por montañas de papeleo, un calendario inscrito en
una pizarra blanca en el que se destacan las fechas venideras más importantes,
y estanterías plagadas de libros relativos a su lucha. Las paredes, a su vez,
están plagadas de posters de acontecimientos ya celebrados y de recortes de
prensa.
Los activistas de la asociación, un grupo integrado por
activistas antiguerra de varias generaciones, se ha convertido como una familia
para los objetores y desertores estadounidenses. El trabajo de la asociación va
más allá de la denuncia y el apoyo; también les ofrece un servicio de asesoría
práctica y de información sobre los casos de desertores veteranos, algunos de
los cuales llevan viviendo en este limbo legal desde la última década.
"Te cuentan la situación de la mejor manera que
pueden", cuenta Key sobre su conversación con Robidoux. "Ella me
contó que la incertidumbre es la divisa, que no saben qué es lo que va a pasar,
pero me garantizó que harán todo lo que esté en su mano para apoyarnos".
Para algunos de los implicados, se trata de un asunto que a
menudo asume dimensiones personales. Tal es el caso de Frank Showler, un
canadiense que decidió objetar a la Segunda Guerra Mundial y que más adelante
ayudó a los desertores de la guerra del Vietnam para que se trasladaran con
ellos al Canadá. Una de las integrantes de la generación Vietnam es Carolyn
Egan, una estadounidense que se trasladó al Canadá con su pareja, un desertor. Carolyn
no tardaría en convertirse en una de las líderes más insobornables de la lucha
contra el aborto, en el seno del movimiento abortista de su nueva ciudad.
No existe un recuento oficial del número de desertores y de
prófugos que fueron admitidos en el Canadá durante la guerra del Vietnam.
Existen informes, como el de las autoridades de inmigración, que estiman que
habrían sido entre 30.000 y 40.000. Muchos se dedicaron a cosas que nada tenían
que ver con la guerra. Y no cabe duda de que son una de las generaciones mejor
formadas y preparadas jamás acogidas en el país", tal y como se refiere a
ellos una web del departamento de Ciudadanía y de Migraciones del Canadá.
Los últimos avances
legislativos significan noticias especialmente buenas para una persona en
particular: Phil McDowell, un desertor de la guerra de Irak que lleva en Canadá
desde 2006. Si bien McDowell se ha manifestado largo y tendido sobre los
motivos por los que se opone a la guerra, ha declinado la invitación a ser
entrevistado para este artículo. El motivo bien lo justifica: el suyo es uno de
los cuatro casos que serán llevados ante los tribunales en noviembre. 'Invadimos
su país y ni siquiera teníamos un motivo para hacerlo'.
McDowell es licenciado en ingeniería informática. Se alistó
al ejército de su país poco después de los atentados del 11-S. Sin embargo, no
tardaría en descubrir que la guerra de Irak no le interesaba lo más mínimo. Lo
comprobó en sus carnes cuando estuvo en Oriente Medio, de manera que la segunda
vez que fue convocado para viajar de nuevo rumbo al mismo destino, decidió no
hacerlo. Al igual que sucede con muchos desertores, el principal motivo por el
que decidió no regresar fue la vergüenza y la repulsión que sintió ante el
trato que sus paisanos y colegas dispensaban a los civiles iraquíes. Hasta
entonces había sido un defensor convencido de la misión. Sin embargo, no
tardaría demasiado en largarse.
Un desertor estadounidense de Estado Islámico,
capturado por los kurdos. Leer más aquí.
Key rememora episodios sucedidos en Irak con una precisión
escalofriante — se acuerda de todas las puertas de residencias civiles que
reventó; de cómo entraba con cinco o seis compañeros a cualquier departamento,
con órdenes de llevarse consigo a cualquier hombre que midiera más de 1'60 para
someterle a severos interrogatorios. Y se acuerda de disuadir a mujeres y a
niños de que movieran un solo dedo a punta de pistola. Hay un detalle que lleva
especialmente marcado a fuego en la memoria —observar a sus compañeros de
pelotón, soldados estadounidenses, jugar al fútbol con las cabezas decapitadas
de inocentes iraquíes, civiles a los que su ejército había aniquilado.
Dean Walcott era miembro de la Armada estadounidense. En
2006 decidió buscar refugio en Canadá después de haber sido destacado en dos
ocasiones distintas a Irak. Walcott sigue pensando a día de hoy que el odio que
cualquier iraquí pueda sentir por los estadounidenses no solo está
completamente justificado, sino que también es merecido. En 2004 Walcott
trabajaba en un hospital militar cuando un mortero estadounidense cayó de pleno
en mitad de un asentamiento de civiles situado en las afueras de Mosul. Se
trataba de un campamento donde todo el mundo vivía en tiendas de campaña.
El asentamiento fue devorado por las llamas y quedó
completamente destruido. Y de sus brasas afluyeron cuerpos calcinados, cientos
de ellos. Los supervivientes fueron trasladados en camiones hasta el hospital
militar. Walcott se acuerda de escuchar los gimoteos de algunas de las víctimas
en la distancia. "Cuando te acercabas un poco adonde estaban comprobabas
que no gimoteaban, sino que estaban gritando", recuerda. "Había niños
y bebés completamente calcinados. Ni siquiera parecían seres humanos. Al
principio pensé que eran bolsas devoradas por el fuego", cuenta. "Uno
siempre escucha la expresión 'daños colaterales', sin embargo no hay nada que
te prepare para comprender qué significa realmente". Las imágenes que
presenció en Irak le dejaron postrado con un cuadro de estrés postraumático y
convencido de que aquella guerra era una obscenidad amoral. Sin embargo,
Walcott se quedó atrapado en aquel infierno — intentó buscar ayuda en el seno
del ejército, pero se encontró con que todos se pensaban que estaba simulando
un cuadro ansiedad para conseguir largarse de allí cuanto antes.
º "Invadimos su país sin tener ningún buen motivo para
hacerlo", cuenta a VICE News. "Les intoxicamos el agua, registramos
sus hogares de manera arbitraria y ultraviolenta, les arrebatamos sus armas y
hasta les quitamos su ganado por miedo a que sus ovejas estuvieran preñadas de
explosivos. Por no hablar del sinsentido de las armas de destrucción masiva,
una falacia absoluta: en Irak nunca existieron tales armas". Por aquel
entonces apenas conocía la existencia de la Convención de Ginebra ni la ley
internacional. Pero de lo que no me cabía la menor duda es de que lo que se
estaba haciendo allí estaba mal", añade Key. "En Irak nosotros éramos
los jueces y los verdugos. Éramos cualquier cosa que nos diera la gana ser.
Nadie supervisaba lo que hacíamos".
Key no se decidió a desertar hasta después de viajar dos
semanas a su casa. Entonces se le ocurrió contactar a un abogado, contarle que
sospechaba ser víctima de un caso de estrés postraumático y preguntarle por
cuáles eran sus opciones. "Tiene dos opciones: o se vuelve para Irak.... O
se va a la guerra, soldado", le dijo el abogado. En vista del percal, Key
prefirió huir. Se llevó a su familia consigo. Se hicieron las maletas y se
mudaron a Filadelfia. Allí vivirían clandestinamente durante los siguientes 17
meses. Entonces, casi un año y medio después, contactaron con la asociación
canadiense y en vista de la buena acogida que le brindaron, Key decidió mudarse
hasta el país vecino en compañía de los suyos. Para entonces ya tenía muy claro
que si algún día tenía que volver a Estados Unidos, lo haría esposado.
A diferencia de lo que sucede con la mayoría de los miles
de desertores estadounidenses que no soportaron la guerra de Irak, Key decidió
no abandonar a su ejército silenciosamente, al contrario. Key que ahora vive
con su familia en Winnipeg, en Manitoba, decidió relatar la crónica de su
experiencia en un libro: A deserters tale (La historia de un desertor),
que ha sido redactado por el escritor canadiense Lawrence Hill a partir de las
entrevistas y las charlas sostenidas con el soldado.
Otros desertores, como Robin Long y James Burmeister,
también decidieron proclamar públicamente por lo que habían pasado. Claro que,
en su caso, sus palabras iban a regresar para perseguirles. Long y Burmeister
tuvieron la desgracia de que el ejército de Estados Unidos decidió convertirles
en casos ejemplarizantes. El tribunal marcial de su país decidió emplear sus
declaraciones a la prensa canadiense como evidencias en su contra en el juicio
sumarísimo que les cayó. Long, que llevaba viviendo en la Columbia Británica
canadiense tres años (de 2005 a 2008) fue sentenciado a 15 meses de prisión por
sus palabras. Long tuvo que ser no solo deportado, sino que fue apartado de
cualquier cargo público de manera permanente acusado de "conducta
deshonrosa". Burmeister, por su parte, fue condenado a 9 meses de cárcel
[ambos cumplieron sus penas en prisiones militares], y fue relevado de su rango
por mala conducta. Lo mismo le sucedió a Kim Rivera, una soldado embarazada de
cinco meses en el momento de su sentencia, en 2013. Rivera se pasó 10 meses
encerrada, de manera que fue obligada a dar a luz encontrándose bajo custodia
militar.
"No tenemos la menor duda de que a todos ellos no solo
se les ha castigado por no haber querido regresar a Irak, sino que se les ha
castigado de manera ejemplarizante por ejercer su derecho a la libertad de
expresión, es decir, por contar lo que estaba sucediendo en Oriente
Medio", cuenta la abogada Alyssa Manning, que representa a 15 de los
disidentes estadounidenses afincados en Canadá. Sucede, además, que los
comandantes del ejército estadounidense pueden decidir de manera discrecional
cómo tratar a los desertores. De entre todos los soldados estadounidenses que
desertaron entre 2001 y 2014 tan solo una ínfima parte ha sido juzgada — 1.932
de 36.195 —. Claro que el porcentaje se dispara cuando se trata de desertores
que han abandonado el país: cuando tal es el caso, se juzga al 50 por ciento de
los prófugos.
La mayoría de ellos son gente como mis clientes. Personas que han hablado alto y claro de lo que Estados Unidos estaba haciendo en Irak", apunta. Sin embargo, el ejecutivo canadiense que antecedió a Trudeau tampoco se caracterizó nunca por tratar a los desertores de manera ecuánime. La hostilidad con que se emplearon, de hecho, convirtió a Canadá en un destino más bien indeseable para todos ellos. Cuando Kim Rivera fue deportada y detenida en la frontera en 2012, los congresistas conservadores aplaudieron a raudales para celebrarlo. Y lo hicieron en el mismísimo parlamento del país, en el que eran mayoría.
Durante una parada en Winnipeg celebrada en el trascurso de
la campaña electoral canadiense del año pasado, Trudeau condenó la reacción del
parlamento ante la deportación de Kim Rivera como "conflictiva y
decepcionante". Y aprovechó para proclamar que los desertores del Vietnam
son "gente extraordinaria, que ha participado activamente de nuestra
comunidad y enriquecido a nuestra sociedad". Trudeau también expresó
entonces que, desde su punto de vista, el gobierno conservador dirigido por el
primer ministro Stephen Harper se comportó sin mostrar "la menor compasión
o entendimiento" ante las circunstancias de los desertores".
La mujer de Key, Alexina, se encontraba entre la
muchedumbre aquel día, y aprovechó para preguntarle a Trudeau cuál sería la
suerte de su esposo. "Yo apoyo el principio que permite que los objetores
de consciencia y los desertores de guerra se queden en el Canadá. Y me
comprometo a examinar el caso con toda mi benevolencia y compasión, abierto a
que Key se quede entre nosotros", le respondió el primer ministro.
En 2009, el entonces ministro de migraciones, Jason Kennedy
mostró su enfado ante la errónea manera en que se trataba y se caracterizaba a
los desertores iraquíes. Kennedy condenó que se emplearan apelativos como
"refugiados de mentira" que se "estaban aprovechando" del
sistema migratorio canadiense. "Estamos hablando de desertores, no de
prófugos", proclamó entonces Kennedy ante los micrófonos del programa
televisivo Canwest News. "Estamos hablando de personas que
decidieron acudir a ayudar a sus fuerzas armadas como voluntarios de países
democráticos. Personas que, en un momento dado, deciden cambiar de opinión. Y
está todo bien. Es su decisión, pero lo cierto es que no son refugiados".
En 2010 Kennedy promovió la puesta en funcionamiento de la
llamada Operación Bulletin 202, una guía de instrucciones para los funcionarios
de migraciones en la que se tachaba a los desertores de guerra como individuos
que no pueden ser enjuiciados criminalmente en Canadá. De tal forma, la guía
advertía a todos los funcionarios que en caso de encontrarse con un caso así,
transfirieran el caso al ministerio de Migración.
Robidoux, por su parte, considera que la administración
Harper se mostró "particularmente rencorosa" con los desertores, y
asegura que tanto ella como su equipo esperan que el ejecutivo que lidera
Trudeau cambie la política de sus antecesores. Los liberales ya proclamaron en
su día, cuando estaban en la oposición, su apoyo a los desertores. En 2008
aprobaron una moción no vinculante que permitía que los desertores y objetores
se quedaran en el Canadá. Además, también apoyaron una legislación que permitía
a los extranjeros que hubiesen dejado a sus respectivos ejércitos nacionales o
que rechazaban el servicio militar obligatorio, no comparecer ni ser reclutados
para participar en conflicto ilegal alguno. Pese a todo, aquella propuesta de
ley no fue aprobada por el parlamento.
Rodney Watson es un soldado veterano del ejército de
Estados Unidos que se ha pasado los últimos 7 años viviendo como un refugiado.
Lo ha hecho en una iglesia, donde ha vivido con su mujer, una canadiense, y con
el hijo que tienen en común. Watson se sumó en julio a la campaña de la
política Jenny Kwan en favor de los desertores y los objetores militares.
Kwan es una miembro del parlamento que milita en una de las
formaciones de la oposición, el Nuevo Partido Democrático. La política
canadiense compareció en una rueda de prensa celebrada el pasado mes de julio
en Vancouver en compañía de Watson. Allí aprovechó para hacer un llamamiento al
gobierno para que tome medidas inmediatamente a favor de los estadounidenses
varados en su país. Watson compareció al lado de Kwan e interpeló directamente
al primer ministro, Justin Trudeau: "Te suplico, por favor, que hagas lo
correcto y lo necesario para permitirme vivir en libertad junto con mi hijo,
nacido en el Canadá", proclamó. "Que me permitas ser parte de su
vida, ayudarle, ser un buen padre, un modelo a seguir. Quiero formar parte
activa de esta sociedad".
Cfr.: https://news.vice.com/es/article/desertores-estadounidenses-guerra-irak-asilo-politico-canada.
Epílogo
¿Qué es un “desertor” en una guerra? Todo aquél que decide
por sí y ante sí no participar en ella, después de ser aprobada mediante ley en
el Parlamento por mayoría simple, promulgada y ejecutada por el gobierno de su
país. Como ha venido sucediendo desde la primera guerra mundial. A este
precepto se le opone lo que se ha dado en llamar “objeción de conciencia”, un acto privativo de cada ciudadano
que responde a lo decidido por su gobierno beligerante, con actos propios cumpliendo
con lo que le dictan sus principios éticos o religiosos. Es el derecho subjetivo entendido como
la facultad o poder de decisión reconocido por el ordenamiento
jurídico a cualquier persona objetora a una guerra,
para que cumpliendo con su propia conciencia y libertad, actúe de la manera que
estime más conveniente a fin de satisfacer sus necesidades e intereses
—personales y sociales—, que presuponen la correspondiente protección o tutela
en su defensa. Es un derecho que se contrapone con la eventual obligación o exigencia de alcance general para todos los
individuos, de ir a la guerra sin excepción, considerada como un “derecho objetivo” impuesto por
ley también votada en el parlamento y aprobada por esos mismos presuntos “representantes
del pueblo”, que el poder ejecutivo promulga y es el encargado en la sociedad
civil de su obligado cumplimiento. ¿Por qué hasta hoy los representantes
políticos han podido prevalecer sobre sus respectivas mayorías de representados
a la hora de decidir el desencadenamiento de las guerras bajo el capitalismo?
Porque una mayoría de esas mayorías de
representados decidieron delegar esa decisión, en la falsa creencia de
que sus representantes políticos actúan no para satisfacer sus propios
intereses personales y de fracción, sino en “defensa de la Patria”.
Pero a la vista de lo que reiteradamente ha venido
significando el indecible sufrimiento humano de la barbarie perpetrada hasta
hoy por las guerras inter-capitalistas, ¿cómo se puede resolver políticamente esta
contradicción jurídica entre
los representantes sociales y
políticos beligerantes, frente a sus respectivos representados hasta hoy todavía irrisoriamente minoritarios objetores de conciencia, teniendo
en cuenta que las guerras son un pingüe
negocio y que quienes padecen y mueren en ellas son simple carne de cañón en esos
conflictos? La única respuesta necesaria y posible a esta pregunta, solo puede
ser viable si la objeción de
conciencia —frente a cualquier intento de guerra interburguesa— se apodera previamente a su desenlace de
la mayoría social en los
países beligerantes, de tal modo que se convierta en una revolución social de carácter internacional. ¿Con qué
programa? Insistimos una vez más:
1) Expropiación de todas las
grandes y medianas empresas industriales, comerciales y de servicios, sin
compensación alguna.
2) Cierre y desaparición
de la Bolsa de Valores.
3) Control obrero
colectivo permanente y democrático de la producción y de la
contabilidad en todas las empresas, privadas y
públicas, garantizando la transparencia informativa en los medios de
difusión para el pleno y universal conocimiento de la verdad,
en todo momento y en todos los ámbitos de la vida social.
4) El que no trabaja en
condiciones de hacerlo, no come.
5) De cada cual según
su trabajo y a cada cual según su capacidad.
6) Régimen político de
gobierno basado en la democracia directa, donde los más decisivos
asuntos de Estado se aprueben por mayoría en Asambleas, simultánea y libremente
convocadas por distrito, y los altos cargos de los tres poderes, elegidos según
el método de la representación proporcional, sean revocables en cualquier
momento de la misma forma.
Teniendo
en cuenta que, desatender la urgencia
de esto que es cada vez más necesario
y perentorio hacer, supone agudizar y prolongar todas las fatales y dolorosas consecuencias de esa renuncia.
Incluyendo en ellas a las guerras que, según avanza el progreso
científico-técnico incorporado a los medios bélicos, pueden ya hoy hacer
desaparecer para siempre todo rastro de vida humana en la Tierra, acabando con
su historia. Esto
es, pues, lo que hay que proponerse impedir,
sacando una y otra vez incansablemente
a la luz pública en todos los ámbitos de la vida social, las fuerzas ignotas todavía ocultas para una
mayoría, que siguen moviendo al Mundo en el absurdo y criminal sentido autotanático de la humanidad. Tal
es ésta la única forma de contribuir a que seamos los propios seres humanos conscientes de la realidad que vivimos,
quienes corrijamos a tiempo esta ominosa deriva hacia el posible destino fatal que
nos está peligrosamente deparando el sistema capitalista. Para que así y sólo
así seamos la mayoría de los seres humanos explotados y oprimidos, quienes decidamos lo que es imperioso
hacer, en el sentido de cambiar el rumbo de esta perversa locura histórica de periódica destrucción y muerte masiva,
hacia un futuro prometedor sin explotación permanente del trabajo asalariado ni
crisis económicas que, inevitablemente,
han venido derivando en guerras fratricidas.
Pensemos finalmente ahora en los
que forman parte de los gobiernos en este mundo, incluyendo a quienes nunca
antes han pasado por esa experiencia de mando irresponsable potencialmente
criminal y aspiran a ello, participando en las instituciones estatales.
¿Ignoran acaso estos sujetos la verdad de la realidad que brevemente acabamos
de describir? Rotundamente ¡NO!
Todos sin excepción no pueden ignorar que la
propiedad privada sobre los medios de producción y de cambio está en la
raíz de la competencia que ha hecho a la historia del capitalismo. 1) A la
conversión del pequeño capital nacional en gran capital internacional de
carácter oligopólico y, 2) a sus crisis económicas periódicas cada vez más
profundas y difíciles de superar, que han desembocado en las consecuentes
guerras civiles e internacionales. Pero callan deliberadamente sobre éste
trascendental y decisivo asunto, porque de lo contrario no podrían aspirar a
compartir el poder político en las instituciones estatales, tal como se ha
venido demostrando que esa es su máxima aspiración. Porque les conviene ajustarse al “status quo” del que viven y/o
pretenden vivir, pretextando hipócritamente querer “reformar” el sistema,
suponiendo hacer posible lo imposible, a saber: que las ganancias crecientes
del capital sean históricamente compatibles con el progresivo bienestar de los
explotados. Y porque si se propusieran decir la verdad no podrían disputarle a
la derecha liberal el lugar que ellos alternativamente aspiran a ocupar en las
instituciones. Eluden esta verdad pragmáticamente o la disfrazan por la cuenta
que les trae, espontáneamente
convertidos en unos despreciables
vividores oportunistas al servicio del llamado pensamiento único burgués, en un sistema
económico-social y político que les interesa y, solo por eso —que nada tiene
que ver con la verdad—, se han propuesto preservarlo, convertidos así en un
apéndice suyo. A propósito de este asunto, relativo al comportamiento falaz e
interesado de los políticos profesionales institucionalizados de la llamada
“izquierda política”, sin excepción, en setiembre del pasado año bajo el
título: “Breve historia de
la propiedad privada capitalista” decíamos lo
siguiente:
<<Bajo condiciones económicas de acumulación
de capital explotando trabajo asalariado en la sociedad civil, la
clase propietaria de los medios de producción y de cambio convierte a
los distintos Estados nacionales en mercados, donde las distintas
empresas compiten entre sí para poner el poder político de las
instituciones estatales, al servicio de sus respectivos intereses económicos
particulares. Para tal fin, los capitalistas compran la voluntad de
los políticos profesionales que gobiernan esos Estados. Les corrompen.
Un modus operandi que no sería posible sin los necesarios vínculos entre la
vigente propiedad privada sobre los medios de producción y de cambio, y
la democracia representativa que les posibilita lograr ese propósito de
un modo indirecto: por mediación del sufragio universal que delega la
voluntad política de los electores en determinados sujetos electos,
organizados en distintos partidos políticos, quienes prometen representarles en
las instituciones estatales. Es esta una tramposa y delincuencial conjugación
de la praxis política entre candidatos a ser representantes, y electores
que les votan para que supuestamente les representen. Tramposa y
delincuencial, porque tras cada acto electoral los candidatos electos dejan en
papel mojado sus promesas de gobierno, para lucrarse atendiendo exclusivamente a
los intereses de los empresarios capitalistas. Burlan así la voluntad popular y
el interés general. Un negocio que se acuerda y ejecuta en la discrecional
intimidad que permiten los muy bien alfombrados y amueblados despachos de las
distintas dependencias estatales, donde los políticos y los empresarios convierten
secretamente la cosa pública en cosa privada.
Tal
es la ceremonia y el embeleco sobre el cual se ha podido venir sosteniendo,
durante dos siglos, el sistema de vida basado en la explotación de trabajo
ajeno y el reparto cada vez más desigual de la riqueza. Incluso en épocas de crisis[1]. Hablar de un máximo histórico de desigualdad
social relativa entre ricos y pobres, no significa que ese proceso haya
llegado a su límite, sino que la desigualdad ya no se nutre tanto de la plusvalía
relativa (que aumenta por efecto de la productividad a expensas del salario
sin perjuicio de su poder adquisitivo)[2],
sino más bien de la plusvalía absoluta que solo aumenta por el mayor
esfuerzo en el trabajo y la penuria creciente de los más pobres: el
aumento de su miseria en perjuicio de su vida[3].
Un fenómeno ligado a la ignorancia, que a su vez induce a la pasividad
y la sumisión: dos preciadas “virtudes ciudadanas” cuyo cultivo en la
conciencia de los explotados la gran burguesía encarga a los más hábiles
administradores políticos, formados en esos estratos intermedios de la
sociedad, es decir, la pequeña burguesía intelectual. De modo que:
“Mientras la clase oprimida —en nuestro
caso el proletariado— no está madura para liberarse ella misma (porque desconoce la
verdad sobre la realidad en que vive),
su mayoría reconoce el orden social de hoy como el único posible, y
políticamente forma la cola de la clase capitalista, su extrema izquierda (a
instancias de partidos políticos “reformistas” estatizados, como es hoy el caso
en España de “Izquierda Unida”, “Podemos” y demás “mareas” adosadas)>>. (F. Engels: “El
origen de la familia, la propiedad privada y el Estado” Cap. IX Barbarie
y Civilización Pp. 105. Versión digitalizada Pp. 100. Lo entre
paréntesis nuestro.).
Todo
ser humano se distingue de cualquier otro animal, en que éste último no es
capaz de transformar la naturaleza para satisfacer sus necesidades y, por
consiguiente, debe limitarse a vivir de lo que la naturaleza le ofrece directamente. A diferencia de
los demás animales y a instancias de su trabajo, el ser humano crea en medida
continuamente creciente, las condiciones materiales de su vida que le permiten
satisfacer sus necesidades, en virtud de que es capaz de transformar esencialmente la naturaleza,
reproduciendo al mismo tiempo su propia vida material. Así definieron esta
diferencia Marx y Engels entre 1845-46 en su obra conjunta titulada: “La ideología alemana”:
<<Se
puede distinguir a los seres humanos (genéricos) de los demás animales (irracionales) por la conciencia, por la religión o por lo que se quiera. Pero los
humanos comienzan a ver la diferencia tan pronto producen sus medios de vida (transformando
la naturaleza), paso éste que se halla
condicionado por su organización corpórea. Al producir sus medios de vida, el
ser humano produce su propia vida material (a instancias de la naturaleza
pero independientemente de ella, dado que la transforma para sus propios fines)>>. (Op. Cit. Ed. L’ Eina/Barcelona 1988. Cap. 1 parágrafo 2 Pp. 12. Lo entre paréntesis
nuestro). Versión digitalizada ver en Pp. 2.
Según
esta comparación ratificada por la historia, el ser humano genérico se distingue de los animales, en que éstos
últimos son incapaces de transformar
el medio natural en que viven para satisfacer sus necesidades y, por
consiguiente, su animalidad
les constriñe y limita a servirse de lo que la naturaleza les ofrece de modo inmediato. Así las cosas, si
consideramos que el capitalismo desde hace ya dos siglos, no ha dejado de ser el
medio social “natural” en el
que han venido sobreviviendo las sucesivas generaciones de seres humanos social y políticamente subalternos, ¿no es tan
cierto esto como que a la luz de las sucesivas crisis económicas y consecuentes
guerras genocidas, los empresarios y
sus representantes políticos en general han perdido la condición genérica distintiva de los
seres humanos respecto de los animales? ¿Y qué decir de los oportunistas advenedizos despreciables de
la izquierda burguesa reformista, que para seguir cómodamente medrando
en él, sostienen que este actual sistema de vida es perfectible pero esencialmente
inmutable y eterno? ¡Como si su esencia
no consistiera en la explotación cada vez más cruel y escandalosa de trabajo humano
ajeno, determinada por un sistema de vida que alcanzó ya los límites históricos
posibles de su existencia, pero que no desaparecerá por sí mismo
automáticamente, sino que será tan necesario como imprescindible acabar políticamente con él!
Ya
hemos reincidido en explicar el porqué de este proceso histórico necesario. Y
es que según aumenta la productividad del trabajo determinada por el adelanto
científico-técnico incorporado a los instrumentos de producción, el incremento
del empleo asalariado disminuye relativamente cada vez más y, con él, la masa
de ganancia. Hasta que la producción global llega a un punto en que no puede
continuar sin que la ganancia sólo pueda surgir a costa de la disminución no
sólo relativa sino absoluta de los salarios:
<<La pauperización (de los
asalariados) es el punto conclusivo necesario del desarrollo al cual tiende
inevitablemente la acumulación capitalista, de cuyo curso no puede ser apartada
por ninguna reacción sindical por poderosa que ésta sea. Aquí se encuentra fijado el límite objetivo de la acción sindical. A
partir de un cierto punto de la acumulación, el plusvalor obtenido no resulta
suficiente para que la acumulación de capital pueda proseguir sin atacar las
condiciones de vida y de trabajo de los asalariados. O el nivel de los
salarios es deprimido por debajo del nivel anteriormente existente, o la
acumulación se estanca, es decir, sobreviene el derrumbe del sistema
capitalista>>. (Henryk Grossmann: “La ley de la acumulación y del derrumbe del
sistema capitalista” Ed.
Siglo XXI/México1979. Cap. 3 Consideraciones finales Pp. 386).
Pero que se sepa,
ninguno de los más destacados teóricos asumió la supuesta teoría del derrumbe automático del
capitalismo. En una carta ya citada por nosotros que Marx remitió a Engels el
30 de abril de 1868, siguiendo el curso de su pensamiento en los Tomos II y III
de su obra central: “El capital”, concluyó diciéndole a su entrañable amigo que:
<<En
fin, dando por sentado que estos tres elementos (salario del trabajo, renta del
suelo, ganancia e interés) son las tres fuentes de ingreso de las tres clases,
a saber: la de los terratenientes, la de los capitalistas y la de los obreros
asalariados —como conclusión LA LUCHA DE CLASES—, en la cual el movimiento se
descompone y es el desenlace de toda esta mierda>>. (“Cartas sobre El Capital” Editora política
La Habana/1983 Pp. 218).
Ergo:
Si a estas alturas del proceso, los explotados y oprimidos seguimos confiando
en que los vividores políticos
profesionales de todos los colores al servicio del sistema, asuman
nuestros propios intereses, ¡vamos de culo! ¡A ver si espabilamos de una vez
por todas! Porque como dijera el propio Marx: “Nadie hará por los trabajadores
lo que ellos no sepan hacer por sí mismos”
GPM.
[1] Engañosa porque antes de los comicios la voluntad mayoritaria de los electores no suele coincidir con la verdadera intención política de los distintos candidatos. Fraudulenta porque después de eso que ellos llaman “la fiesta de la democracia”, los electos acaban haciendo todo lo contrario que prometieron.
[2] El plusvalor relativo aumenta a expensas del salario con cada
progreso de la fuerza productiva del trabajo, a instancias del desarrollo científico-técnico
incorporado a los medios de producción (maquinaria y herramientas). Una
explotación que al aumentar la eficacia productiva del trabajo, disminuye el
valor y el precio de cada unidad de producto, dejando intacto el poder
adquisitivo de los salarios y el nivel de vida de los asalariados y su familia.
[3] El plusvalor absoluto aumenta intensificando los ritmos del trabajo humano por unidad de tiempo empleado, y/o mediante el aumento especulativo de los precios que conforman la canasta familiar de los asalariados, lo cual en conjunto atenta contra la integridad físico-psíquica del trabajador y el nivel económico de vida en su familia.