La
deriva política totalitaria del capitalismo terminal en el movimiento obrero
Entre los años del Siglo XIX durante la revolución industrial de la
burguesía incipiente en Europa, además de que tardó en arrancar se
desarrolló con gran dificultad y lentitud, dado que por entonces era un territorio
demasiado rural, científica y culturalmente subdesarrollado y con unas clases
dominantes todavía poco dispuestas a la innovación y al cambio. Por ello, hasta
finales de ese siglo no empezaron a consolidarse allí los primeros núcleos
significativos de industrialización.
No
obstante, en 1868 surgió la Asociación Internacional de los Trabajadores,
primera gran organización obrera internacional, con la finalidad de propagar
sus ideas y fundar los primeros núcleos socialistas obreros. ¿Por qué obreros?
Pues, porque tanto el capital industrial y comercial como el capital bancario que
rinde interés monetario, son formas de relación social derivadas de los intercambios
comerciales entre burgueses, dado que las ganancias bajo el capitalismo no sólo
pueden derivar de relaciones sociales
desiguales mediadas por la explotación
de trabajo ajeno remunerado, sino que además:
<<En
todas partes, el obrero [antes
de haber cobrado su salario] adelanta al capitalista el
valor de uso de su fuerza de trabajo; es decir que le permite al comprador [su
patrón] que consuma [esa fuerza] antes de haber recibido el pago de su precio correspondiente. En todas partes es el
obrero el que abre crédito al
capitalista. Que este crédito no es imaginario lo revela no solo la pérdida ocasional del salario acreditado
cuando el capitalista se declara en quiebra, sino también una serie de efectos
de carácter duradero. Con todo, que el dinero [del capitalista] funcione como medio de compra o como medio
de pago [del trabajo del obrero], es
una circunstancia que en nada afecta a la naturaleza del intercambio mercantil.
El precio de la fuerza de trabajo se halla estipulado contractualmente, por más
que al igual que el alquiler de una casa, se lo realice con posterioridad [al
contrato]. La fuerza de trabajo está
vendida aunque sólo más tarde se pague por ella. Para concebir la relación en
su pureza, sin embargo, es útil suponer por el momento que el poseedor de la
fuerza de trabajo percibe de inmediato cada vez, al venderla, el precio
estipulado contractualmente>>. (K. Marx: “El capital” Libro I Sección IIª Cap. IV Aptdo. 2 Ed. Siglo
XXI Pp. 214. Lo entre corchetes
nuestro).
En 1872 se produjeron en España dos
acontecimientos importantes: Primero Sagasta declaró ilegal a
esa asociación obrera y, por tanto, dio lugar a su clandestinidad. Segundo, como
consecuencia se produjo una doble
línea de desarrollo teórico y organizativo: la anarquista, liderada a nivel internacional por Mijaíl Bakunin y la socialista liderada por Carlos
Marx. Así, mientras los
anarquistas se caracterizaron por una tendencia a organizarse de manera más
asamblearia y abierta llamada “acción directa”, rechazando al Estado y la
política institucional entendidos en el sentido convencional, los socialistas españoles
se caracterizaron desde el primer momento por el esfuerzo, es decir por dotarse
de una organización formal y por intentar basar su acción política y sindical,
en una estrategia apoyada en los desarrollos teóricos del pensamiento
socialista y, sobre todo, por su disposición a participar en las instituciones
democráticas del Estado. Así los socialistas españoles presentaron candidatos a
los Ayuntamientos y al Parlamento de la Nación, y cuando lo exigieron las
circunstancias no rechazaron la colaboración con otras fuerzas políticas
reformistas del capitalismo.
En 1873, Pablo Iglesias ingresó en la Asociación
General del Arte, una asociación de oficio
que perseguía la mejora de las condiciones laborales y sociales
de los trabajadores en las imprentas, que pronto se convirtió en un importante
núcleo de difusión de las ideas socialistas en el resto de las distintas
empresas propiedad de la burguesía, lo cual fue dando cuerpo a la idea de
fundar un partido socialista revolucionario en España de características
similares a las que, por mediación de Marx y Engels se estaban organizando en
otros países europeos.
El Partido Socialista Obrero
Español se fundó clandestinamente en Madrid, el 2 de mayo de 1879, en una
comida de fraternidad organizada por la fonda Casa Labra situada en la calle Tetuán de Madrid, en torno a un núcleo de
veinticinco intelectuales y obreros: dieciséis tipógrafos encabezados por Pablo
Iglesias, cuatro médicos, un doctor en ciencias, dos joyeros, un marmolista y
un zapatero.
El primer programa del nuevo partido
político fue aprobado en una asamblea de 40 personas, el 20 de julio de ese
mismo año. Tuvo un arranque inicial lento y trabajoso favorecido por la
carencia de un régimen democrático estable, bajo la orientación
autoritaria e intolerante de las clases burguesas dominantes y el
escaso desarrollo industrial español. El mismo Pablo Iglesias afirmó algunos
años después, que el Partido prácticamente no pudo ser “conocido ni dio
verdaderas señales de vida hasta 1886”. Precisamente en ese mismo año
apareció el primer número del periódico “El Socialista”, portavoz oficial del PSOE, que se ha venido publicando casi
ininterrumpidamente hasta la fecha, por entonces difundido por los propios
afiliados, y que pronto se convirtió en un importante elemento de propaganda y nexo
de unión entre las 28 Agrupaciones socialistas que por entonces ya existían en
otras tantas ciudades españolas.
El PSOE contó desde ese primer momento,
con un texto programático básico redactado por una comisión nombrada en la
reunión fundacional el 2 de mayo de 1879. La versión definitiva sería aprobada
en el primer Congreso del Partido celebrado en Barcelona corriendo el año 1888.
Fue un breve texto de 300 palabras, en su primera versión, que según parece fue
revisada previamente por los mismos Marx y Engels, habiendo permanecido vigente
hasta nuestros días con leves modificaciones.
El programa “máximo” constó de una
breve introducción analítica sobre la realidad de las clases sociales y su
conflicto, donde planteó básicamente tres aspiraciones políticas:
1º. La posesión
del poder político por la clase trabajadora.
2º. La
transformación de la propiedad individual o corporativa de los instrumentos de
trabajo en propiedad común de la nación.
3º. La
constitución de la sociedad sobre la base de la federación económica, de la
organización científica del trabajo y de la enseñanza integral para todos los
individuos de ambos sexos.
Desde su fundación en 1879, el Partido
fue aumentando el número de sus militantes y asentando su base teórica. La
necesidad de defender adecuadamente los derechos de los trabajadores impulsó la
creación de una organización sindical socialista. Así nació la Unión General de
Trabajadores (UGT), cuyo Congreso fundacional se celebró en Barcelona, en 1888.
Los acontecimientos de 1898 produjeron
una gran conmoción en los círculos políticos e intelectuales españoles. De ese
contexto político y moral surgió una de las generaciones intelectuales más
fructíferas de la historia de España. La generación del 98 planteó
una reflexión sobre nuevos supuestos regeneracionistas, que para superar la
sensación de decadencia que invadió al país por los desastres de Cuba y Filipinas, acabaron con los restos del imperio colonial español.
En las elecciones de 1910, Pablo
Iglesias obtuvo un escaño y se convirtió en la primera voz del movimiento
obrero español que se pudo oír en el Parlamento. Esta progresiva implantación
del socialismo español fue permitiendo plantear una importante crítica social y
una creciente contestación popular a las limitaciones políticas de la
Restauración, cuyo sistema permitía que los derechos civiles fueran
burlados y que se produjese el reparto de poder político estatal entre
los partidos políticos liberal y conservador permitiéndoles el turno en
el desempeño de las tareas de Gobierno.
La condición no beligerante de España
durante la I Guerra Mundial de 1914, hizo posible un cierto desarrollo
económico que permitió amasar fortunas a sectores de la burguesía, mientras que
los trabajadores sufrían una tremenda subida de precios, que disminuía por días
la capacidad adquisitiva de sus salarios. El malestar ante esta situación,
junto a la creciente demanda de libertades más efectivas, crearon un ambiente
de movilización social a favor de un cambio político, a cuyo frente se pusieron
el PSOE y la UGT, encabezando un movimiento huelguístico que conmocionó a la
burguesía en agosto de 1917 y que fue duramente reprimido.
Los acontecimientos de la Revolución
Rusa de octubre en 1917 y la fundación de la III Internacional por Lenin,
introdujeron elementos de división en el movimiento obrero internacional. En
España, el intento de "dirigismo" de la Internacional Leninista
suscitó un vivo debate en el PSOE, que dio lugar a que los partidarios de Lenin
en este Partido lo abandonaran para fundar el Partido Comunista de España
(PCE). La comparación de las fuerzas del socialismo español con la de otros
partidos socialistas europeos, revelaba el grado de debilidad que aún
caracterizaba la situación política del PSOE; las específicas circunstancias
económicas, políticas e ideológicas que se daban en España, junto a la
tendencia de “enclaustramiento”, explican este desfase en gran medida.
A
partir de 1921 se ha venido perfilando un nuevo periodo en la historia de España,
hasta la escisión comunista de 1921 seguida contestatariamente por
la Dictadura de Primo de Rivera en 1923. La muerte de Pablo Iglesias en 1925 y el gobierno de
Felipe Gonzáles en 1974 durante el XXVI congreso de esta formación política en Suresnes, marcaron el carácter y dominio de la gran de la burguesía omnipotente
durante todo este periodo, que se ha venido prolongando hasta hoy día. Como que
la deriva ideológico-política de este partido político, llegó hasta quedar hoy sometido
al poder de la coalición nacional autoritaria de los grandes empresarios
agrupados en el Ibex 35, dirigiendo la dictadura del capital. Así las cosas, según
se adelantó Marx decir en febrero de 1852:
<<En una sociedad capitalista
el gobierno democrático es esencialmente inviable, y solo sería
posible con una transformación radical de las bases políticas mismas en la
sociedad, [empezando
por prohibir la propiedad privada de los medios de producción y el dinero
bancario, como fundamento social, económico y político de la “Libertad, la
igualdad y la fraternidad” entre los pueblos]. Esta idea de Marx como
condición absoluta para instaurar un genuino gobierno democrático,
partió de su argumentación acerca del Estado, que para la tradición
liberal-burguesa dominante es un representante de la comunidad (o lo
público) en su conjunto, frente a los objetivos y preocupaciones de los
propietarios privados. Pero de acuerdo con Marx y Engels, esta idea [de lo público] es ilusoria. Porque al
tratar a todo el mundo de acuerdo con los principios que protejen la libertad
individual y su derecho a la propiedad privada, el Estado puede que
actúe “neutralmente”. Pero genera efectos que son parciales [no generales].
Es decir, de hecho defiende los intereses de los propietarios [en
perjuicio de los no propietarios]. Para Marx, el movimiento en favor del sufragio universal y de la
igualdad política de los votantes [en tanto que un ciudadano equivale a un
voto], pudo ser en términos generales un
paso adelante de suma importancia. Sin embargo su potencial emancipador
estuvo severamente limitado por las desigualdades de clase [entre los
ciudadanos electores y los políticos institucionalizados que se disputan el
poder como candidatos a ser electos]. Por
lo tanto, las restricciones que éstos últimos subrepticiamente se proponían en
el acto de la elección política, económica y social de muchas personas, su
premisa clave fue que el voto es un instrumento incapaz de marcar el devenir
[verdaderamente democrático] del
Estado (de donde nació el conocido slogan: “si votar sirviera de algo estaría
prohibido”). Y aunque es cierto que en los escritos de Marx existen diferentes
visiones sobre esta materia, la dominante es que apuntó al Estado y a la
burocracia como que existen para coordinar una sociedad sometida al interés de
la clase granburguesa dirigente. Los elementos más elaborados sobre esta
cuestión, están presentes en su obra titulada: “El 18 Brumario de Luis Bonaparte”>>.
(Ver en Pablo Simón: “La democracia según K. Marx. El
subrayado y lo entre corchetes nuestro. GPM).
En ese trabajo suyo que su amigo Weydemeyer
publicó en enero de 1852, Marx explicó de qué modo la burguesía francesa todavía incipiente a instancias de
Napoleón Bonaparte, logró convertir la monarquía
legítima y la monarquía
de julio, en monarquía
absoluta. Fue un avance de la burguesía europea para convertir su
tendencia objetiva hacia el ejercicio
de su dominio absoluto de la sociedad en todo el mundo, es decir, hacia
la dictadura del capital que
se ha prolongando hasta el día de hoy:
<<Cada
interés común (gemeinsame)
se desglosaba inmediatamente de la sociedad, se contraponía a esta como interés
superior, se contraponía a esta como interés superior general (allgemeines)
[en general o
generalmente], se sustraía a la propia
actuación de los individuos de la sociedad y se convertía en objeto de la
actividad del gobierno [a instancias de los políticos profesionales del
Estado ad hoc para fines gananciales] desde
el puente, la casa-escuela y los bienes comunales de un municipio rural
cualquiera, hasta los ferrocarriles, la riqueza nacional y las universidades
nacionales de Francia. Finalmente, la república parlamentaria, en su lucha
contra la revolución, vióse obligada a fortalecer, junto con las
medidas represivas, los medios y la centralización de los bienes
usufructuados. Todas las revoluciones
perfeccionaban esta máquina en vez de destrozarla. Los partidos que luchaban
alternativamente por la dominación [tal como sigue siendo
hoy día], consideraban la toma de posesión de este inmenso edificio del
Estado como el botín principal del vencedor.
Pero bajo la monarquía absoluta,
durante la primera revolución bajo Napoleón, la burocracia no era más que el
medio para preparar la dominación de clase de la burguesía. Bajo la
restauración, bajo Luis Felipe,
bajo la república parlamentaria, era el instrumento de la clase social
burguesa, por mucho que ella aspirase también, a su propio poder político absoluto.
Es bajo el segundo Bonaparte
cuando el Estado parece haber adquirido una completa autonomía. La máquina
del Estado se ha consolidado ya de tal modo frente a la sociedad burguesa, que
basta con que se halle a su frente el jefe de la Sociedad del 10 de diciembre,
un caballero de industria venido de fuera y elevado sobre el pavés
por una soldadesca embriagada, a la que compró con aguardiente y salchichón, y
a la que tiene que arrojar constantemente salchichón. De aquí la pusilánime
desesperación, el sentimiento de la inmensa humillación y degradación que
oprime el pecho de Francia y contiene su aliento. Francia se siente como
deshonrada.
Y sin embargo el poder del Estado
no flota en el aire. Bonaparte representa a una clase, que es, además, la clase
más numerosa de la sociedad francesa: los
campesinos parcelarios.
Así como los Borbones
eran la dinastía de los grandes terratenientes y los Orleans la dinastía del
dinero, los Bonapartes son la dinastía de los campesinos, es decir, de la masa
del pueblo francés. El elegido de los campesinos no es el Bonaparte que se
somete al parlamento burgués, sino el Bonaparte que lo dispersa. Durante tres
años consiguieron las ciudades falsificar el sentido de la elección del 10 de
diciembre, y estafar a los campesinos la restauración del Imperio. La elección
del 10 de diciembre de 1848, no se consumó hasta el golpe de Estado del 2 de
diciembre de 1851.
Los campesinos parcelarios
formaban una masa inmensa, cuyos individuos
vivían en idéntica situación, pero sin que entre ellos existieran muchas
relaciones. Su modo de producción los aislaba a unos de otros, en vez de
establecer uniones mutuas entre ellos. Este aislamiento fue fomentado por los
malos medios de comunicación de Francia, y por la pobreza de los campesinos. Su
campo de producción, la parcela, no admitió división alguna del trabajo ni
aplicación alguna de métodos científicos; no admitió, por tanto, multiplicidad
de desarrollo ni diversidad de talentos, ni riqueza de relaciones sociales.
Cada familia campesina se bastaba sobre poco más o menos a sí misma, producía
directamente ella misma la mayor parte de lo que consumía, y así obtenía sus
medios de subsistencia, más bien en
intercambio con la naturaleza que en contacto con la sociedad. La parcela, el
campesino y su familia; y al lado otra parcela, otro campesino y otra familia.
Una cuantas unidades de estas formaban una aldea y unas cuantas aldeas un
departamento. Así se formó la gran masa de la nación francesa, por la simple
suma de unidades del mismo nombre, al modo como, por ejemplo, las patatas de un
saco forman un saco de patatas. En la medida en que millones de familias viven
en condiciones económicas de existencia que las distinguen por su modo de
vivir, sus intereses y cultura de otras clases las oponen a estas de un modo
hostil, aquella forman una nueva clase. Por cuanto existe entre los campesinos
parcelarios una articulación puramente local y la identidad de sus intereses no
engendra entre ellos ninguna comunidad, ninguna unión nacional ni ninguna
organización política, no forman una clase social. Son, por tanto, incapaces de
hacer valer su interés de clase en su propio nombre, ya sea por medio de un
parlamento o por medio de una asamblea. No pueden representarse sino que tienen
que ser representados. Su representante tiene que aparecer como su señor, como
una autoridad por encima de ellos, como un poder ilimitado de gobierno que los
proteja de las demás clases sociales. Su representante tiene que aparecer al
mismo tiempo como su señor, como una autoridad por encima de ellos, como un
poder ilimitado de gobierno que los proteja de las demás clases y les envíe de
todo lo alto la lluvia y el sol. Por consiguiente, la influencia política de
los campesinos parcelarios encuentra su última expresión en el hecho de que el poder ejecutivo someta
bajo su mando a la sociedad.
La tradición histórica hizo nacer
en el campesino francés la fe milagrosa de que un hombre llamado Napoleón le
devolvería todo su esplendor, y se encontró con un individuo que se hizo pasar
por un tal hombre providencial. Por ostentar el nombre de Napoleón.
Pero entiéndase bien. La dinastía
de Bonaparte no representa al campesino revolucionario, sino al campesino
conservador; no representa al campesino que pugna por salir de su condición social de vida [paupérrima], la parcela, sino al que, por el contrario, quiere
consolidarla; no a la población campesina que con su propia energía y unida a
las ciudades, quiere derribar el viejo orden, sino a la que, por el contrario,
sombríamente retraída en este viejo orden quiso verse salvada y promocionada en
unión de su parcela, por el fantasma del Imperio. No representa la ilustración
sino la superstición
del campesino, no su juicio sino su prejuicio, no su porvenir sino su pasado,
no sus Cévennes
modernas sino su moderna Vendée.
Los tres años de dura dominación
de la república parlamentaria habían curado a una parte de los campesinos
franceses de la ilusión napoleónica y los habían revolucionado, aun cuando solo fuese
superficialmente; de la conciencia moderna pugnó con la conciencia tradicional de
los campesinos franceses. El proceso se desarrolló bajo la forma de una lucha
incesante entre los maestros de escuela y los curas. La burguesía abatió a los
maestros. Por vez primera los campesinos hicieron esfuerzos para adoptar una
actitud independiente frente a la actividad del gobierno. Esto se manifestó en
el conflicto constante de los alcaldes con los prefectos. La burguesía
destituyó a los alcaldes. Finalmente los campesinos de diversas localidades se
levantaron durante el período de la república parlamentaria contra su propia
progenie, el ejército. La burguesía los castigó con el estado de sitio y
ejecuciones. Y esta misma burguesía clama ahora acerca de la estupidez de las
masas, de la vile multitude que la ha
traicionado frente a Bonaparte. Fue ella misma la que consolidó con sus
violencias las simpatías de la clase campesina por el imperio, la que ha
mantenido celosamente el estado de cosas que forman la cuna de la religión
campesina. Claro está que la burguesía tiene que temer la estupidez de las masas,
mientras siguen siendo conservadoras y su consecuencia en cuanto se hacen
revolucionarias.
En los levantamientos producidos
después del Coup d’état,
una parte de los campesinos franceses protestó con las armas en la mano contra
su propio voto del 10 de diciembre de 1848. La experiencia adquirida desde 1848
les había abierto los ojos. Paro habían entregado su alma a las fuerzas
infernales de la historia, y ésta lo cogía por la palabra. La mayoría estaba
aún tan llena de prejuicios, que fue precisamente en los departamentos más
rojos donde la población campesina votó abiertamente por Bonaparte. Según
ellos, la Asamblea Nacional le había impedido caminar. Ahora no había hecho más
que romper las ligaduras que las
ciudades habían puesto a la voluntad del campo. En algunos sitios abrigaban
incluso la idea grotesca de colocar,
junto a un Napoleón, una Convención…………>>.
……….A todo esto sigue Marx:
<<El desarrollo económico de
la propiedad parcelaria ha invertido de raíz la relación de los campesinos con
las demás clases sociales de la sociedad. Bajo Napoleón la parcelación del
suelo en el campo complementaba la libre concurrencia y la gran industria
incipiente de las ciudades. La clase campesina era la protesta omnipresente
contra la aristocracia terrateniente que se acababa de derribar. Las raíces que
la propiedad parcelaria echó en el suelo francés quitaron al feudalismo toda
sustancia nutritiva. Sus mojones formaban el baluarte natural de la burguesía contra todo golpe de mano de
sus antiguos señores. Pero en el transcurso del siglo XIX pasó a ocupar el
puesto de los señores feudales el usurero de la ciudad, las servidumbres
feudales del suelo fueron
sustituidas por la hipoteca, y la
aristocrática propiedad territorial fue suplantada por el capital burgués.
La parcela del campesino sólo es ya el pretexto que permite al capitalista
sacar como pueda su salario. Las deudas hipotecarias que pesan sobre el suelo
francés imponen a los campesinos de Francia un interés tan elevado como los
intereses anuales de toda la deuda nacional británica. La propiedad parcelaria,
es esta esclavitud bajo el capital a que conduce inevitablemente su desarrollo, ha convertido a la masa de la nación
francesa en trogloditas.
Dieciséis millones de campesinos (incluyendo las mujeres y los niños) viven en
cuevas, una gran parte de las cuales sólo tienen una abertura, otra parte dos
solamente, y las privilegiadas tres. Las ventanas son para una casa, lo que los
cinco sentidos para la cabeza. . El orden burgués que a comienzos del siglo
puso al Estado de centinela de la parcela recién creada y la abonó con
laureles, se ha convertido en un vampiro que le chupa la sangre y la médula y
la arroja a la caldera de alquimista del capital. El Code Napoleón no es ya más que el código de los embargos, de las
subastas y de las adjudicaciones forzosas. A los cuatro millones (incluyendo niños,
etc) de pobres oficiales, vagabundos, delincuentes y prostitutas que cuenta
Francia, hay que añadir cinco millones cuya existencia flota al borde del
abismo y que o bien viven en el mismo campo o desertan constantemente, con sus
harapos y sus hijos, del campo a las ciudades y de las ciudades al campo. Por
tanto, el interés de los campesinos no se halla ya, como bajo Napoleón, en
consonancia, sino en contraposición con los intereses de la burguesía, con el
capital. Por eso los campesinos encuentran su aliado y jefe natural en el proletariado urbano, que tiene por
misión derrocar al orden burgués. Pero el gobierno fuerte y absoluto —que es la segunda idee napoléonienne que viene a poner en práctica el segundo Napoleón—
está llamado a defender por la violencia este orden “material”. Y este ordre matériel es también el tópico en
todas las proclamas de Bonaparte contra los campesinos rebeldes.
Junto a la hipoteca que el capital
le impone, pesan sobre la parcela los
impuestos. Los impuestos son la fuente de vida de la burocracia, del
ejército, de los curas y de la corte; en una palabra de todo el aparato del
poder ejecutivo. Un gobierno fuerte e impuestos fuertes son cosas idénticas. La
propiedad parcelaria se presta por naturaleza para servir de base a una
burocracia omnipotente e innumerable. Crea un nivel igual de relaciones y de
personas en toda la faz del país. Permite también, por tanto, la posibilidad de
influir por igual sobre todos los puntos de esta masa igual desde un centro
supremo. Destruye los grados intermedios aristocráticos entre la masa del
pueblo y el poder del Estado. Provoca, por tanto, desde todos los lados, la ingerencia
directa de este poder estatal y la interposición de sus órganos inmediatos. Y
finalmente, crea una sobrepoblación
parada que no encuentra cabida ni en el campo ni en las ciudades y que, por
tanto, echa mano de los cargos públicos como una respetable limosna, provocando
la creación de nuevos cargos. Con los nuevos mercados que abríó a punta de
bayoneta, con el saqueo del continente, Napoleón devolvió los impuestos
forzosos con sus intereses. Estos impuestos eran entonces un acicate para la
industria del campesino, mientras que ahora privan a la industria de sus
últimos recursos y acaban de imponerle indefenso a la pauperización. Y de todas
las idées napoléoniennes, la de una
enorme burocracia, bien galoneada, bien cebada, es la que más agrada al segundo
Bonaparte. ¿Y cómo no habría de agradarle, si se ve obligado a crear, junto a
las clases reales de la sociedad, una casta artificial para que el
mantenimiento de su régimen sea un problema de cuchillo y tenedor? Por eso, una
de sus primeras operaciones financieras, consistió en elevar nuevamente los
sueldos de los funcionarias a su viejo nivel y en crear nuevas sinecuras……..>>.
(K. Marx en: “El 18 brumario de Luis Bonaparte”. Cfr. Cap. VII.
Pinchar en el segundo de los títulos publicados que apareceran y, seguidamente,
confrontar este texto con el cap. VII).
La
propiedad privada es un atributo de poder personal y social efectivo bajo el
capitalismo, ejercido por los empresarios en contubernio con los políticos
profesionales institucionalizados, ya sea sobre cosas suyas propias y/o, por
añadidura, bajo el dominio ejercido sobre personas empleadas por ellos jerárquicamente
dependientes en su relación con ellas. Así las cosas, de hecho: 1) la magnitud del salario que cualquier
obrero acuerda en el contrato de
trabajo con su empleador, de hecho está en relación de medida económica
inversamente proporcional a la
plusvalía o ganancia de su patrón, es decir, que al aumentar el salario
disminuye relativamente la ganancia del capitalista y viceversa. 2) El límite mínimo del salario, está
determinado por el mínimo histórico de medios de vida, que el obrero necesita
para reproducir su energía y fuerza diaria de trabajo en condiciones de uso
óptimo. Necesidades que varían en cada momento y lugar. Por lo tanto, 3) El límite máximo del salario también
está objetivamente determinado,
ya que cualquier aumento sólo es posible en tanto y cuanto no disminuya la masa
de plusvalor producido, que haga descender relativamente esa ganancia de modo
tal que el capitalista entre en pérdidas e inicie el proceso de desinversión productiva
material, dejando a sus asalariados en el paro y la miseria relativa más
absoluta. Tal como así ha venido sucediendo.
Dicho
esto con más precisión la cosa se explica así: el incremento de los salarios
reales encuentra su límite máximo, en el mínimo plusvalor compatible con la máxima
rentabilidad del capital vigente en el mercado, mientras que el mínimo salario
relativo está determinado por el costo laboral compatible con el mayor
rendimiento del trabajo en términos gananciales. Entre estos dos límites queda
fijado el campo de la relación entre las dos clases sociales universales, en
pugna por la participación en la productividad del trabajo dentro del sistema
capitalista. Teniendo en cuenta todos estos elementos, siguiendo a Marx se
comprueba que durante cada jornada de trabajo, el valor de la fuerza desplegada
por el asalariado y la plusvalía obtenida por el patrón, fluctúan dentro de
unos márgenes estrictamente acotados. Si nos salimos de ellos en cualquier
supuesto con visos de realidad, estaremos violando las leyes objetivas del propio
capital y los resultados a que lleguemos serán engañosos, totalmente faltos de toda
veracidad científica para explicar el cambio
desigual permanente que se ha venido verificando desde un principio
entre las dos partes competidoras: explotadoras y explotadas.
De todos estos antecedentes históricos
descritos por Marx, se desprende que el modo de producción capitalista no
ha consistido ni consiste en una sociedad de productores libres asociados
en régimen de cooperación fraternal colectiva, actuando racionalmente en función de
sus necesidades sociales, sino al contrario. Se trata de millones
de individuos divididos
y enfrentados entre países, y dentro de un mismo país entre empresas privadas, donde los
burgueses se dedican a disputarse la capitalización de su ganancia explotando
trabajo ajeno. Para ello, ordenan a sus empleados que procedan a producir con total independencia de las demás
empresas, pasando seguidamente a competir en el mercado,
cada cual con arreglo a la magnitud de lo producido y al valor de sus productos. Allí la competencia
inter-capitalista convierte esos valores
particulares en precios de
mercado —que Marx dio en llamar precios de producción— a
instancias de lo cual resulta que cada empresa logra capitalizar una parte
alícuota de la ganancia global producida, según la magnitud del capital con el
que cada una de ellas participa en ese común negocio de explotar trabajo ajeno,
dando forma a la Tasa General Promedio de Ganancia capitalista.
Ahora bien, si entendemos por libertad individual bajo el
capitalismo a la autodeterminación
de cada sujeto, está claro que la libertad de los asalariados acaba, cuando
firma el contrato de trabajo y entrega su piel de trabajador, para que su
respectivo patrón se la curta durante cada jornada de labor, mientras que la
autodeterminación del burgués acaba recién cuando lleva su producto al mercado.
Porque es allí donde los patronos de cada empresa ya no pueden decidir lo que
cada uno de ellos ganará finalmente. Es el mercado la especie de cofradía
práctica seglar
en la que los capitalistas declinan su libertad, delegando en la oferta y la
demanda el reparto de la ganancia
global entre sus distintas empresas en cada país. Pero no es solo eso,
sino que el resultado del
proceso de acumulación del capital global
en virtud de esa misma anarquía de la producción
—presidida por la ley económica del valor—, desemboca sin poder evitarlo en las
crisis económicas periódicas.
Es
allí, pues, en los mercados, donde los capitalistas pierden su autodeterminación como sujetos, aunque no dejan
de ejercer su dominio en sus empresas y, a través de ellas, incluso en los
distintos Estados nacionales. Pero entonces, mientras los explotados sigamos tolerando semejante situación,
el poder de sus patronos permanece cosificado
en una sociedad humana totalmente
enajenada, donde lo que pasa en ella y los que allí viven, no depende
de los sujetos sino de una cosa
semoviente,
como es el caso de las empresas en los mercados, incluyendo los instrumentos de
producción y los medios de cambio (en dinero) al interior de cada país. :
<<¿Por qué la burguesía se aquerenció al hecho
de gobernar semejante estado de cosas? También fue Marx quien respondió con
total certeza científica a este interrogante, sentenciando que tanto a los
capitalistas propietarios de los medios de producción y de cambio, como a sus
eventuales y oportunos clientes —los distintos “representantes” políticos
que se alternan en la tarea de representar la voluntad popular—, esa
enajenación mientras la ley del valor lo permite, les hace sentir muy bien>>. (K. Marx 7-10 de agosto de 1844. Ver en: "Glosas
críticas marginales al artículo: ‘El Rey de Prusia y la reforma social. Por un prusiano").
Ergo,
¿es cierto que la democracia moderna bajo el capitalismo, es una forma de
organización social que atribuye la titularidad del poder
al conjunto mayoritario de la sociedad? ¡No! Porque sin duda y en realidad, esa “democracia”
ha sido y sigue siendo la dictadura del capital en posesión y privacidad de la
minoría relativa bajo el capitalismo por mediación de los mercados. ¿Qué
debemos hacer, pues, las víctimas mayoritarias de semejante enajenación humana?
Si como es verdad —y así lo ha venido demostrando la historia desde sus
orígenes—, la humanidad avanzó venciendo tantas dificultades, ¿por qué no
deberá sernos posible hoy a las
mayorías sociales que somos los asalariados en esta sociedad, el poder alcanzar
a subir un peldaño más en la escalera del progreso humano? Porque emancipándonos
y haciendo lo propio con los capitalistas, de la cada vez más insoportable
locura de la cosificación,
que sólo beneficia a cada vez menos individuos, That´s the question. Y porque ha
sido Aristóteles quien ha definido con absoluta certeza, el verdadero
significado de la “democracia” desde sus orígenes, ha reconocido que el número
de los que gobiernan no es lo decisivo en la definición de los tipos de régimen:
<<"No debe considerarse —dejó dicho—
que la democracia es de un modo absoluto como algunos suelen hacerlo
actualmente, es decir, como el régimen según el cual el elemento soberano es la
multitud, pues también en las oligarquías y en todas partes la soberanía es
ejercida por el elemento más numeroso”9. El número no es lo primordial, de la
misma forma que el criterio de mayoría —como ya vimos— no era verdaderamente
especificante, ya que se cumplía igualmente en los diversos regímenes10.
Lo que caracteriza de verdad a la oligarquía y
a la democracia, es que en la primera gobiernan los ricos y, en la segunda los
pobres11.
Efectivamente, "el que sean pocos o muchos los que ejercen la soberanía es
un accidente, en el primer caso las oligarquías, en el segundo las democracias.
Porque en todas partes los ricos son pocos y los pobres muchos. Lo que hace a
la diferencia entre la democracia y la oligarquía es la pobreza y la riqueza. Y
necesariamente, cuando el poder se ejerce en virtud de la riqueza, ya sean
pocos o muchos se trata de una oligarquía; cuando mandan los pobres, de una
democracia; pero acontece, como dijimos, que unos son pocos y otros muchos,
pues los pocos tienen prosperidad, aunque de la libertad participen todos; y
éstas son las causas por las que unos y otros reclaman el poder12. Lo que
caracteriza a un régimen es lo que caracteriza a la clase social de los que lo
gobiernan. El número es sólo un "accidente", una consecuencia fáctica
que se da "en todas partes", o —como dice en otro lugar— una
"coincidencia”13.
Por todo esto, Aristóteles ha
concluido que "el régimen es una democracia, cuando los libres y pobres,
siendo los más, ejercen la soberanía, y una oligarquía cuando la ejercen los
ricos y nobles, siendo pocos"14>>. (Alfredo Cruz
Prados: “La
política de Aristóteles y la democracia” II. (Pp. 11).
Por todo esto, Aristóteles concluyó
que:
<<"El régimen es una democracia
cuando el poder político se atribuye a libres pobres simplemente por ser
mayoría, y una oligarquía el poder político está en manos de unas
pocas personas, generalmente de la misma clase social
cuando es
ejercida por la fuerza de los pocos ricos y nobles". (Op. cit. Pp.12).
Según este
criterio de Aristóteles, que ha sabido distinguir con total certidumbre y
verdad, la diferencia entre democracia y oligarquía, resulta que la mayoría social
a los efectos del ejercicio del poder no es lo primordial, ya que ambas
realidades en su tiempo se han venido ejerciendo según sus respectivos
regímenes sociales predominantes: la
democracia en virtud de conceder el poder a una mayoría distinguida de pobres electos, a diferencia de la oligarquía cuyo gobierno
estuvo ejercido por un sector social
aristocrático de poder superior. O sea, que tanto la democracia como la
oligarquía no se han regido por el mayor número de sus representados, sino por
el poder atribuido o ejercido de hecho por sus poderosos representantes.
Dicho
esto, ¿no estamos cumpliendo con nuestro deber revolucionario y emancipador
social humanamente igualitario, al apuntar con el dedo acusador, para señalar hoy
a ese minoritario ejército de
intelectuales “ad hoc”, quienes ejerciendo el poder omnímodo en sus
empresas privadas y/o en los distintos Estados nacionales de todo el Mundo, tras ser debidamente adoctrinados para
esos menesteres por los aparatos
ideológicos de sus respectivos Estados nacionales, aprenden a ejercer ese
poder político social sobre las minorías sociales relativas dependientes para
los fines de enriquecerse explotando trabajo ajeno con fines gananciales. Nos
referimos a esa minoría de catedráticos en “economía aplicada” y demás
servidores institucionalizados, quienes diciendo defender los “intereses del pueblo”, lo cierto es que pugnan subrepticiamente
por preservar
al todavía vigente sistema capitalista explotador y genocida en su conjunto,
por la cuenta que la ellos es trae.
Estos
señores que de palabra consagran por igual a empresarios y asalariados —a los
primeros porque crean puestos de trabajo y a los segundos porque son los
creadores directos de la riqueza—así es como rinden el falso culto a la relación entre unos y otros, es
decir, al sistema capitalista. ¡Para que perdure! Esto es lo que procuran los burgueses
liberales, sindicatos y partidos políticos en general, oportunamente
coincidiendo con la tan conocida muletilla según la cual, el empresario
capitalista es tan necesario como el obrero, porque genera empleo asalariado.
Como si el acto de organizarse para el trabajo social —que nació con el
comunismo primitivo—, no pudiera concebirse sin el “servicio” al moderno
propietario privado del capital y el dinero bancario. Algo así como sostener el
absurdo de que sin delincuentes no puede haber justicia, confundiendo el sustantivo justicia, que de por
sí no induce a ningún delito, con el verbo
“ajusticiar” que lo presupone, como es el caso de la corrupción política
consuetudinaria. Y que no se nos venga a decir, invocando al stalinismo de raíz
pequeñoburguesa socialdemócrata, que el socialismo revolucionario también
corrompe.
Suelen
afirmar los políticos, que “no todos son corruptos” y que “la mayoría de ellos
no lo son”. Pero mienten miserablemente al suponer que esa mayoría se resiste a
la tentación porque son honestos. El acto de corromper no está al alcance de
todos los empresarios, de igual forma que tampoco se corrompen todos los
políticos. Como reza el muy selecto precepto bíblico: “Muchos serán los
llamados y pocos los elegidos para entrar en el Reino de los cielos”. Todo
depende de lo que le cuesta corromper al corruptor respecto del rédito que
obtiene corrompiendo. Esto por una parte. Pero por otra parte, también el acto
de corromper depende de la posibilidad real del potencial corrupto para cumplir
con la posibilidad de lograrlo, es decir, del lugar que ocupa en la escala
jerárquica y del poder político que se lo permite. Y en este mercado de la
corrupción, a los honestos como a los diamantes que se los encuentra por debajo
de los 4.000 metros de profundidad, lo cierto es que en todas las sociedades
divididas en clases sociales, siempre se confirmó eso de que “la ocasión hace
al ladrón”. Y en todas ellas la corrupción política jamás empezó con el
enriquecimiento ilícito, sino con la tergiversación de la verdad sobre la
realidad en la conciencia colectiva, que así es doblegada por la conveniencia
personal de las minorías empresariales en contubernio con los políticos profesionales
estatizados, lo cual dio pábulo al relativismo postmodernista, como así lo dejó
dicho Ramón
de Campoamor:
<<En este mundo traidor, nada es verdad
ni es mentira, todo es según el color del cristal con que se mira>>.
Así,
operando con la misma negación de la lógica racional en materia económica y
social, los modernos sofistas al servicio del capitalismo que profesan, por las
ganancias que atesoran, conciben la demanda de productos para el consumo, como
la fuerza que mueve a la producción y no al revés. Como si fuera posible
demandar efectivamente lo que todavía no existe. Y como si bajo el capitalismo
la producción no estuviera presidida por el móvil de la ganancia merced a la
explotación más despiadada. Porque siguiendo a Keynes, piensan de tal modo por
el revés de la trama real, ninguneando a Marx para poder sostener que las
crisis económicas periódicas no suceden por superproducción de capital sobrante,
que así se desvaloriza, dejando sin sentido su inversión productiva, sino que
ocurre por carencia de productos para su consumo. O sea, que confunden la
verdadera causa por su consecuencia.
No.
Por eso al fundamento marxista ni lo mencionan. Aprovechan todos los medios de
información y comunicación públicos y privados afines, para difundir la especie
de que las crisis se superan desde el “Estado
democrático” mediante políticas
económicas productivas que generan riqueza y consumo general actuando a
su vez como incentivo de la producción. En síntesis, que para estos
“catedráticos” de medio pelo, el capitalismo es un sistema del bienestar
general, que de no ser por los empresarios y políticos liberales corruptos, puede
ser tan perfectible y humanitario como que según ellos, las crisis no sólo se
pueden superar, sino hasta suprimir;
o sea, que al sistema se lo puede reformar políticamente,
de modo que produzca “sine die” con arreglo al consumo humano en general, convirtiendo
a la sociedad en algo parecido a lo que el profeta cristiano Isaías se imaginó
del paraíso terrenal. Todo muy bucólico:
<<Habitará
el lobo con el cordero y el leopardo se acostará con el cabrito. Y comerán
juntos el becerro y el león. Y un niño pequeño los pastoreará>> (Cap. 11 versículo 6)
Ya
lo hemos dicho y volvemos a insistir en ello aquí, porque sigue siendo
necesario: Toda corrupción política
persigue una inconfesable finalidad
económica. Pero su condición de existencia es la previa corrupción ideológica que la
justifica, es decir la falsedad consagrada. Y esta verdad señala tanto a la
corrupta ideología de la derecha política liberal conservadora, como a la que
sostienen los líderes al “mando” del cotarro reformista. Ambos
igualmente poseídos por el espíritu del capitalismo, demuestran en todo lo que
dicen su desprecio por la verdad
científica.
Pugnan
porque no cambie el viento de la historia ni que se dé vuelta la taba de su suerte. Por eso no polemizan con
Marx. Simplemente lo boicotean por la cuenta que les trae. La expresión ganancia
del capital está prohibida en su vocabulario. Su holgada condición relativa
en esta sociedad, les induce a profesar el arte del escamoteo en materia de ideas sobre la realidad, tales como
que los explotados podamos tener intereses
políticos estratégicos propios, naturalmente contrarios a los de nuestros explotadores. Unos intereses
que tienden e inducen, a la tarea de acabar para siempre con la maldita distribución clasista cada vez
más desigual de la riqueza,
que los explotadores mientras tanto se reparten y “a vivir que son dos días”. En definitiva, unos intereses emancipadores
del ser humano genérico, es
decir, sin
distinción de clases sociales.
De
este concepto esclarecedor, conservadores liberales y reformistas también
suelen huir por igual como de la peste. Porque permite distinguir al género
humano respecto de los demás animales
irracionales, con los que por propio interés ellos se asemejan cada vez
más día que pasa. Se trata de un concepto dignificante del ser humano que Marx
atribuye precisamente al sujeto trabajador, porque aun siendo parte de la
naturaleza, tiene la capacidad de transformarla. ¿Cómo? Así lo dice Marx:
<<Una araña ejecuta operaciones que
recuerdan las del tejedor. Y una abeja avergonzaría, por la construcción de las celdillas de su
panal, a más de un maestro albañil. Pero lo que distingue ventajosamente al
peor maestro albañil de la mejor abeja, es que el primero ha modelado la celdilla en su cabeza antes de construirla en cera. Al consumarse el
proceso de trabajo surge un resultado que antes de su comienzo ya
existía en la imaginación del obrero,
o sea, idealmente. El obrero no
solo efectúa un cambio de forma de lo natural; en lo natural al mismo tiempo efectiviza su propio objetivo. Objetivo que él sabe que determina,
como una ley, el modo y manera de su accionar y al que tiene que subordinar su
voluntad>>. (K. Marx: “El
Capital” Libro I Cap. V Ed. Siglo XXI/1978 Pp. 216. Ver al principio de la versión digitalizada)
Donde
la expresión “cambio de forma”
y el verbo “determinar”, adoptan
un significado preciso: una forma —específica y distinta de su forma natural—
que determina una conducta laboriosa según la idea previamente dibujada en la
conciencia del trabajador, a la cual por necesidad de que es verdad, subordina su
voluntad. Y para eso, antes de
ejecutar cualquier acción sobre cada
parte constitutiva del objeto a transformar, concibe lo que quiere
hacer según la idea que, siempre por necesidad, previamente se hace del
producto terminado. En síntesis, que si hay algo que distingue a la libertad propia del ser humano
genérico, respecto del resto del reino animal atado a las cosas que le brinda
la naturaleza de su entorno, es la
conciencia como íntima certeza de lo que hay que hacer necesariamente.
Ergo, no puede haber libertad humana posible, sin tomar previamente conciencia
de la necesidad de actuar
sobre cualquier parcela de la realidad, con arreglo a un determinado fin, como conditio sine qua non para transformarla.
Cierto.
A menudo sucede que el primer
modelo “ideal” de algo que cualquier sujeto se propone realizar con su trabajo,
no sea precisamente el que
requiere su necesidad y
difiera de ella. O sea, que no sea el verdaderamente necesario. De lo contrario
se caería en una concepción religiosa, mágica, divina o mística de la creación.
Para no caer en ese error, se nos exige a los humanos pasar por la experiencia
de la prueba
y el error, es decir, por la existencia en la vida social. Por eso Marx y Engels en “La Ideología alemana” han dejado dicho
que:
<<No
es la conciencia lo que determina la vida, sino la vida lo que determina la
conciencia>> (Versión digitalizada Pp. 4)
Pero en última instancia, sin la plena certeza consciente
debidamente confirmada por la verdad científica,
que bajo determinadas circunstancias exige a la conciencia social determinarse en un preciso sentido unívoco y no en cualquier otro, según lo que es necesario hacer, no
puede haber perspectiva de vida racional posible, ni libertad propia del ser humano genérico. Y esta exigencia
está implícita en la tarea previa de conocer la verdad de cualquier realidad a
transformar, un ejercicio necesario de la conciencia, como condición necesaria e imprescindible para poder transformarla materialmente de
un modo preciso y no de cualquier otro. Con la mentira no se transforma
necesariamente nada sino que se conserva lo que hay. Por eso es que los
capitalistas en general, tanto como sus lacayos, los teóricos y políticos que
les hacen la cohorte, son unos mentirosos compulsivos sin poder
evitarlo, porque de eso y para eso viven. Pero no son libres, porque sólo la
verdad sobre la realidad hace a la libertad de actuar sobre ella. Ya sea para
conservarla hasta donde resulte racional, o para transformarla cuando deviene
irracional. Teniendo en cuenta que todo lo racional es verdadero.
Es
en esta pulsión de la conciencia que exige de cada individuo la permanente
búsqueda de la verdad sobre la realidad, donde radica esencialmente lo que
distingue al ser humano genérico del resto de los animales irracionales. Pues
bien, si como resulta ser cierto que es la vida social lo que determina la
conciencia de los individuos, y la conciencia individual socialmente asumida es
el atributo que distingue a cada ser humano genérico respecto de los animales
irracionales, cabe preguntar: ¿qué ha hecho la vida social desde la revolución
Francesa a esta parte, si no ratificar el carácter cada vez más explotador, mentiroso y genocida del capitalismo?
¿Y
qué han resultado ser a la luz de su comportamiento en la historia, tanto los empresarios en general como los partidos
políticos institucionalizados incluyendo naturalmente al PSOE como a
los demás por el estilo en todo el Mundo? Una sarta de animales irracionales oportunistas y corruptos que, al
respecto de la conciencia social solo saben invocarla, pero de hecho la niegan
sistemática y radicalmente consagrando a este irracional y explotador sistema
económico y político de vida —podrido hasta los tuétanos— como si fuera el “non
plus ultra” de la vida en sociedad.
En síntesis:
que tal como ya lo hemos dejado negro sobre blanco el pasado enero de este año,
según el pensamiento de Marx, Engels, Henryk Grossmann
y John Francis Bray,
el hecho de que hoy todavía subsista
en el Mundo la propiedad privada de los medios de producción y el dinero
bancario en poder de los empresarios industriales, comerciales y de servicios,
es una realidad histórica intolerable.
Porque tales condiciones no han hecho más que determinar históricamente, que los intercambios desiguales de la
relación entre patronos y obreros —que han propiciado el reparto también desigual de la
riqueza desde los orígenes del capitalismo—, no han hecho más que
agudizarse a expensas de la penuria
relativa de los asalariados, que no ha dejado de aumentar y en estas estamos
ahora mismo, donde se verifica que:
1) El 0,6 % de la población adulta en el Planeta, dispone del 39,3
% de la riqueza creada en el mundo.
2) Más de una tercera parte de esa
riqueza, está controlada por una super élite opulenta de apenas 29 millones de personas. Justo por
debajo de ellos, una segunda división minoritaria de 344 millones de personas (el 7,5
% de la población mundial) ostenta
otro 43,1 % de la riqueza total en el globo terráqueo.
3) Sumando ambos valores porcentuales medidos en
términos de población y tenencia de riqueza, resulta que el 8,1 % de la población mundial posee el 82,4 % de la riqueza en el
Planeta.
4) Y si analizamos la pirámide por la parte baja de sí misma, la
conclusión a que se llega es aún más desoladora: porque alrededor de 3.184 millones de personas, el 69,3 % de la
población mundial, con una riqueza inferior a los 10.000 dólares, acumula solo el
3,3 %.
5) El dato es aún más preocupante al
descubrir que 4.219 millones de
personas, el 91,8 % de la población
adulta mundial, tan sólo acumula el 17,7 % de la riqueza total.
Cfr.: https://www.elblogsalmon.com/economia/una-super-elite-mueve-los-hilos-de-la-economia-mundial.
6) 2015 será recordado como el primer
año de la serie histórica, en que la
riqueza del 1% de la población mundial alcanzó la mitad del valor del total de
activos. En otras palabras: el 1% de la población mundial, aquellos que tienen
un patrimonio valorado en 760.000 dólares, poseen tanto dinero —líquido o
invertido— como el 99% restante de esa población mundial. Esta enorme brecha entre
privilegiados y el resto de la humanidad acorralada en la miseria, lejos de
disminuir ha seguido ampliándose desde el inicio de la Gran Recesión, en 2008. Cfr.: http://economia.elpais.com/economia/2015/10/13/actualidad/1444760736_267255.html?rel=mas.
Éste ha sido
el resultado histórico de la todavía
vigente propiedad privada ejercida por los empresarios en la sociedad
civil de todo el Mundo. ¿Y qué ha sucedido con la llamada democracia representativa en las instituciones estatales?
Que a la hora de gobernar, la inmensa
mayoría social de los llamados “ciudadanos de a pie” —arrastrados hacia
la miseria por la desigualdad de los
intercambios en su relación social con sus patronos capitalistas—,
tampoco pintan nada. Porque no pueden hacer más que votar en las elecciones
periódicas delegando eventualmente el
poder en políticos profesionales oportunistas y corruptos, que se disputan el gobierno de las
distintas naciones para que en su condición de candidatos presuntamente les
representen, cuando en realidad ellos se representan despóticamente a sí mismos
en contubernio con sus colegas
empresarios, enriqueciéndose mutuamente sin límites a expensas del
trabajo ajeno.
Así las
cosas, la todavía vigente propiedad privada sobre los medios materiales de producción y el dinero bancario,
que inevitablemente ostentan los patronos
burgueses y que, a instancias de los políticos profesionales en los distintos países ha, derivado
en poder político sobre la
inmensa mayoría en el mundo de terceras personas dependientes de su trabajo
asalariado —por tiempo determinado—, ha sido y sigue siendo el fundamento de la
dictadura que la clase social burguesa ha venido ejerciendo sobre el
proletariado bajo el capitalismo, tal como lo dejara por primera vez negro sobre blanco Federico Engels:
<<Pero hoy [en 1847], cuando merced al desarrollo de la gran industria, en primer lugar se han constituido
capitales y fuerzas productivas en proporciones sin precedentes, y existen
medios para aumentar en breve plazo hasta el infinito estas fuerzas
productivas; cuando, en segundo lugar, estas
fuerzas productivas se concentran hoy en manos de un reducido número de
burgueses, mientras la gran masa del pueblo se va proletarizando y
empobreciendo, con la particularidad de que su situación se hace más cada vez
más precaria e insoportable en la medida en que aumenta la riqueza de los
burgueses; cuando en tercer lugar, estas
poderosas fuerzas productivas, que se multiplican con tanta facilidad hasta
rebasar el marco de la propiedad privada y del burgués, provocando
continuamente las mayores conmociones del orden social, sólo ahora la supresión
de la propiedad privada se ha hecho posible e incluso absolutamente
necesaria>>. (Federico Engels a fines de octubre y principios de
noviembre de 1847 en su obra: “Principios
del Comunismo” publicada por Ed. l’eina/1989. Pp. 85). Versión digitalizada ver en
apartado XV último párrafo).
Por lo tanto, si como es cierto y verdad que todo
principio activo mueve a la
realización de un fin, teniendo en cuenta que la finalidad del capitalismo es
la acumulación de ganancia económica explotando trabajo ajeno cada vez más
productivo, más allá de lo señalado por F. Engels ocurrió contradictoriamente, que la creciente productividad del
trabajo asalariado sólo ha sido posible a instancias de medios materiales técnicos cada vez más eficaces sustitutos de trabajo humano
—única fuerza esta última creadora de
valor económico—, y dado que tales instrumentos materiales se limitan a trasladar su costo de
mercado al producto, en
forma de amortización por desgaste,
o sea que no generan ganancia ninguna
tal como así lo dejó negro sobre blanco K. Marx en sus “Líneas fundamentales de la crítica de la economía”, escrito entre
1857 y 1858:
Se nos ha
venido inculcando eso de que el capitalismo es la forma de vida basada en la
libre concurrencia mercantil, que se concreta en el libre cambio de una
mercancía por otra equivalente. O sea la igualdad en los intercambios
mercantiles, lo cual es totalmente falso:
<<Por
favorables que sean las condiciones en que se haga el intercambio (entre capitalistas) de una mercancía por otra, mientras
subsistan las relaciones (desiguales) entre
el trabajo asalariado y el capital, siempre existirán la clase de los
explotadores y la clase de los explotados. Verdaderamente es difícil comprender
la pretensión de los librecambistas (burgueses), imaginándose que un empleo más ventajoso del capital hará desaparecer
el antagonismo entre los capitalistas industriales y los trabajadores
asalariados. Por el contrario, ello no puede acarrear sino una manifestación
aún más neta de la oposición entre estas dos clases sociales.
Señores: No
os dejéis engañar por la palabra abstracta de libertad. ¿Libertad de quién? No es la libertad de cada individuo
con relación a otro individuo. Es la libertad del capital para machacar al
trabajador>> (K. Marx: “Miseria
de la filosofía. Respuesta a la ‘Filosofía de la miseria’ del Señor
Proudhon. Apéndices: ‘Discurso sobre el librecambio’. Pronunciado por K. Marx el 7 de enero de 1848 en una sesión pública de
la Asociación Democrática de Bruselas”. Ed. cit. Pp. 186. Lo entre paréntesis nuestro. Versión digitalizada bajo el mismo subtítulo en Pp. 11 de 13).
Así las
cosas, desde que la moderna sociedad burguesa salió de entre las ruinas de la
sociedad feudal, para incursionar en el Mundo hasta llegar a ser la clase
internacional minoritaria más explotadora, enriquecida y dominante desde la época
en que se ha distinguido por haber simplificado las contradicciones de clase, entre
capitalistas y trabajadores asalariados hasta que……:
<<…….Tan pronto como el trabajo [humano ganancial explotado] en forma inmediata, [ha ido siendo
sustituido por maquinaria] dejando así de
ser la gran fuente de la riqueza [y consecuente ganancia capitalista], el tiempo de [ese] trabajo [físico e intelectual de los
asalariados cada vez menos empleados], deja
y tiene que dejar de ser su medida y, en consecuencia, el valor de cambio [de
la riqueza producida] tiene que dejar de
ser la medida del valor de uso del trabajo. El
plustrabajo de la masa [asalariada] ha dejado de ser condición para el
desarrollo de la riqueza general, así como también el no-trabajo de [los relativamente
pocos capitalistas todavía usufructuarios dirigentes del tinglado explotador], ha
dejado de ser condición de las fuerzas generales del cerebro humano. Con ello
se derrumba la producción de riqueza basada sobre el valor de cambio, el
proceso de producción inmediato pierde la forma de [producir miseria
relativa en los explotados al mismo tiempo que ganancia para los explotadores], y el antagonismo [entre las dos
clases sociales universales desaparece].
Aquí entra entonces [a manifestarse]
el desarrollo de los individuos [libres e iguales], y por lo tanto la reducción
del tiempo de trabajo necesario, no para crear plustrabajo sino para reducirlo
en la sociedad a un mínimo, al que corresponde entonces la función artística,
etc., de los individuos gracias al tiempo devenido libre y a los
instrumentos [supletorios de trabajo vivo] creados para todos ellos. [De modo tal que así, la burguesía deja como tal clase explotadora de
seguir existiendo]>>. (K.
Marx: “Líneas fundamentales de la crítica
de la economía Política”. En alemán “Grundrisse”. Ed. Grijalbo. Segundo
volumen: El proceso de circulación del capital. Tomo II Cap. III Pp. 91. El
subrayado y los entre corchetes nuestros. Confrontar esta parte citada del
texto traducido por la mencionada Editorial, con la versión digitalizada en las
páginas 228 y 229).
Por su
parte, en su obra escrita entre 1927-1928 titulada: “La ley de la acumulación y del derrumbe del sistema capitalista”, Henryk Grossmann
ha demostrado que el capitalismo alcanza su límite histórico-objetivo absoluto,
cuando el incremento de los medios técnicos de producción empleados y la
productividad del trabajo a mayor velocidad que el de la población productiva
empleada, se expresa capitalísticamente en su contrario: o sea, en que la población obrera crece siempre
más rápidamente que la necesidad de valorización [ganancia] del capital
invertido en funciones. Donde también aumenta la sustitución de obreros por la
maquinaria empleada en su lugar. Y es que:
<<El incremento de los medios materiales de
producción llamados capital constante [maquinaria, herramientas, materias
primas y auxiliares, talleres,
fábricas, oficinas, medios de transporte, etc] y la productividad del trabajo a
mayor velocidad que la de la población, se expresa capitalistamente en su
contrario: en que la población obrera
crece siempre más rápidamente que la necesidad de valorización del capital”106. Por tanto, el desplazamiento de los obreros
por la maquinaria y el surgimiento del ejército de reserva descrito por Marx en
el tomo I de El capital (capítulo
XIII: “Maquinaria y gran industria”), constituye un hecho de naturaleza
técnica, provocado por el mayor crecimiento de MP [medios de producción] en proporción con FT [fuerza
de trabajo], la que en cuanto tal no
representa ningún fenómeno específico del capitalismo. Todo progreso técnico descansa en un aumento de la
productividad del trabajo, o sea, que éste [el trabajo] es ahorrado, liberado, con respecto
a un cierto producto técnico material [la maquinaria] supuesto como dado [y necesariamente requerido por la cuenta que les
ha traído a los capitalistas]. Que la
máquina sustituye trabajo humano, es un hecho irrefutable que no requiere de
mayores “demostraciones”, pues se desprende del propio concepto material y
técnico de la máquina, en tanto que es un medio destinado a economizar trabajo.
Esta “liberación” de trabajo asalariado se produce en todos los modos de
producción, e incluso tendrá lugar en una economía planificada socialista por
cuanto ésta también recurrirá a los progresos de la técnica. De aquí se
desprende la imposibilidad de que Marx dedujera de este hecho “natural”, el
derrumbe del modo de producción capitalista. Y por cierto, la sustitución de
obreros como consecuencia del perfeccionamiento técnico introducido en la
maquinaria, ni se menciona en el capítulo XXIII del Libro 1 tomo II de “El capìtal”, donde Marx dedujo la ley
del derrumbe capitalista a partir de la ley general de la acumulación de
ganancia. Marx aquí no resalta las variaciones de la composición técnica
del capital, es decir, la relación entre medios de producción MP y fuerza de
trabajo FT, sino que hace hincapié en la composición orgánica dineraria,
o sea en la relación entre c [capital constante]
y [capital variable] v [o fuerza de trabajo]. “El factor más importante en este examen es la composición del capital y los cambios que experimenta la misma
en el transcurso del proceso de acumulación”. A lo que se agrega con el fin de
ampliar la explicación: “Cuando se habla sin más ni más de la composición del
capital, nos referimos siempre a su composición
orgánica”107.
Empero la composición técnica tan sólo conforma un aspecto de la
composición orgánica; ésta última constituye algo más. Se trata de una composición
de valor, que se halla determinada por la composición técnica [o sea,
la evolución de la relación físico-técnica
entre la maquinaria y los obreros encargados de ponerla en movimiento], cuyas modificaciones refleja [que
hasta cierto punto va en aumento]. Con ello Marx transforma la faz
técnica del proceso de trabajo, la relación entre MP: FT —independiente de todo
modo de producción específico—, en una relación de valor c
[capital constante para invertirlo en maquinaria] con v [capital variable,
es decir: salarios], o sea, que
considera esa relación técnica en su forma específicamente dineraria-capitalista.
Así. en el interior del modo de producción capitalista, los medios de
producción MP [maquinaria] y FT [fuerza
de trabajo], se presentan ambas como partes
integrantes del capital, como valores
que deben ser valorizados, es decir arrojar una ganancia. El aspecto
característico y el factor impulsor de la producción capitalista, no es el proceso
técnico de producción, sino el proceso de valorización [ganancia
capitalista]. Éste se interrumpe allí
donde los empresarios se encuentran con que la valorización se ha terminado [por
carencia de capital adicional suficiente],
aun cuando el ángulo de las necesidades materiales y su satisfacción —el
proceso técnico de la producción— continúa siendo necesario y deseable. Los
obreros son despedidos al ser sustituidos por maquinaria. Pero el
desplazamiento de los obreros, el surgimiento del ejército de reserva del que
Marx habla en el capítulo de la acumulación (y de esto se ha hecho caso omiso
en la literatura sobre el tema), sucede no por el hecho teórico de la
introducción de la maquinaria, sino por la insuficiente
valorización del capital invertido [precisamente por carencia de ganancia
adicional suficiente para tal fin], que hace su presentación en una cierta fase
avanzada de la acumulación. De modo que la causa que lo genera, encuentra
su origen exclusivamente en el modo de producción específicamente capitalista.
Los obreros son desplazados no porque sean expulsados por las máquinas, sino
porque a una determinada altura de la acumulación, la ganancia se torna
demasiado pequeña y por consiguiente ya no rinde, de modo que no alcanza para poder adquirir las adicionales máquinas
suficientes, etcétera108>>.
(Henrik Grossmann: “La ley de
la acumulación y del derrumbe del sistema capitalísta.” Biblioteca del
pensamiento socialista. Ed. Siglo XXI Cap. I México DF: “El hundimiento del capitalismo en las
exposiciones científicas surgidas hasta la fecha”. Pp. 85 a 88. Primera
edición en alemán 1929. Primera edición en español 1979. El subrayado y lo
entre corchetes nuestro: GPM).
Y en efecto: La ganancia capitalista
ha venido surgiendo del valor
adicional producido por cada obrero empleado para tal fin durante cada
jornada de labor. Es un excedente
ganancial respecto del salario a instancias de la creciente productividad laboral, que aumenta con cada
progreso científico-técnico incorporado a los instrumentos materiales técnicos de trabajo —movidos por el
proletariado en cada jornada laboral— haciendo así posible a la burguesía
usufructuarlo. Es un rédito global obtenido en cada país que —por mediación de
la oferta y la demanda en el mercado bajo condiciones
normales— la competencia
intercapitalista se encarga de repartirlo
entre los capitalistas, según la masa
de capital con que cada fracción empresarial participa en ese común negocio, de medrar a
expensas de otros seres humanos. Se trata, pues, de un proceso objetivo, que no depende de la voluntad de nadie en
particular, sino de todos los burgueses en general, como personificaciones del
sistema. Es un rédito global obtenido en cada país que —por mediación de la
oferta y la demanda en el mercado bajo condiciones
normales— la competencia
intercapitalista se encarga de repartirlo
entre los capitalistas, según la masa
de capital con que cada fracción empresarial participa en ese común negocio, de medrar a
expensas de otros seres humanos. Se trata, pues, de un proceso objetivo, que no depende de la voluntad de nadie en
particular, sino de todos los burgueses en general, como personificaciones del
sistema.
Pero
bajo tales condiciones, de la misma forma sucede que a instancias de la creciente
productividad del trabajo, los instrumentos materiales —cada vez más eficaces—
sustituyan más y más mano de obra, que así su empleo no deja de aumentar, pero naturalmente cada vez menos. Y dado que la
ganancia del capital crece a expensas del trabajo asalariado empleado, el
decreciente incremento de su empleo
respecto de los medios materiales que
pone en movimiento, determina que el proceso de explotación, ganancia y
acumulación de capital, se interrumpa
periódicamente por carencia de empleo asalariado y en consecuencia, por
falta
de rentabilidad suficiente respecto de lo que cuesta producirla.
Dicho esto último y tomando en consideración la
evolución del dinero ganancial de la burguesía, como consecuencia de la mayor
intensidad y eficacia del trabajo humano, debe operarse una consecuentemente mayor
capacidad o poder adquisitivo de ese dinero, a la vez que una disminución
creciente del precio de las mercancías, o sea, un salario de mayor
poder de compra y más medios de vida, es decir, un salario incrementado.
Finalmente ese aumento del salario real y su mayor poder adquisitivo, sin que
exista un ejército de reserva requiere que el trabajo se venda por su valor.
Pero si observamos este proceso más detenidamente, comprobaremos que esta
tendencia creciente del poder adquisitivo salarial no se prolonga
indefinidamente, sino que se agota en un período transitorio, que
corresponde a una determinada fase temporal de desarrollo en el curso de la
acumulación capitalista y que, según el esquema de Henrik Grossman ha regido no
más allá de los primeros 34 años. Y en efecto: Toda esta “lógica” da pábulo a las crisis económicas de superproducción de capital, es
decir, exceso de producción de mercancía por carencia dineraria de demanda durante
la cual, la penuria relativa
de ganancia agudiza las disputas
entre lobbies económicos que, sin solución de continuidad, se trasladan a los partidos
políticos de cada país, saltando desde allí a la escena internacional, donde
unos países lidian con otros por la misma causa. Trastornos económicos y
consecuentes conflictos políticos, que con cada
vez más frecuencia la burguesía mundial no ha conseguido superar, si no
es mediante guerras entre bloques de países, cada vez más destructivas y
genocidas según el progreso del conocimiento científico se va incorporando a
los instrumentos bélicos, a instancias de la llamada “economía de guerra”.
<<Superado este nivel de desarrollo de la acumulación, y a
partir de un determinado momento del mismo proceso, necesariamente nos
encontramos con un punto de inflexión en la
dinámica de los salarios. A partir de este punto los salarios tienen que
descender y por ende todo el mecanismo de los salarios también remite de
forma sostenida y periódica, a pesar de su ascenso inicial (véase supra, pp. 112-113). De esto se sigue que
a medida que se acumula el capital, tiene que empeorar la situación del obrero,
sea cual fuera —alta o baja— su remuneración. Esta es la ley general, absoluta,
de la acumulación capitalista.
Como consecuencia, a partir de un determinado punto, el
crecimiento del salario real finaliza; y luego de un estancamiento transitorio
se produce un rápido descenso del mismo. Pero dado que como a consecuencia de
la creciente intensidad del trabajo que se opera con el desarrollo del
modo de producción capitalista, se torna necesaria una masa siempre creciente de medios de vida
para la reproducción de la fuerza de trabajo, de lo cual resulta que la
propia paralización del crecimiento de los salarios (y más aún su retroceso),
representa un descenso por debajo del
valor de la fuerza de trabajo necesaria. Y a partir de esto se vuelve imposible
la reproducción plena de esa fuerza de trabajo. Pero esto equivale al
empeoramiento de la situación de la clase obrera, un aumento no sólo de su
miseria social, sino también de su miseria física. Así, su pauperización no es
por tanto en ningún caso, un fenómeno que corresponda exclusivamente al pasado del
movimiento obrero, según la interpretación que Kautsky y Rosa Luxemburgo
ofrecen de la teoría marxiana del salario. La pauperización no se manifiesta sólo en el período del
capitalismo en el que no existía todavía una organización obrera (sindicatos).
En realidad, puede ser y es el resultado de la fase madura de la
acumulación de capital.
La pauperización es el punto conclusivo necesario del
desarrollo al cual tiende inevitablemente la acumulación capitalista, de cuyo
curso no puede ser apartada por ninguna reacción sindical por poderosa que esta
sea. Aquí se encuentra fijado el límite objetivo de la acción sindical. A
partir de un cierto punto de la acumulación, el plusvalor requerido no resulta
suficiente para proseguir la acumulación con salarios fijos. O
el nivel de los salarios es deprimido por debajo del nivel anteriormente
existente, o la acumulación se estanca, es decir, sobreviene el derrumbe del
mecanismo capitalista. De esta manera el desarrollo conduce a desplegar y
agudizar las contradicciones internas entre el capital y el trabajo a un punto
tal que la solución solo puede ser encontrada a través de la lucha entre estos
dos momentos…………
………..
El desarrollo de las fuerzas productivas no sólo se manifiesta a través de la puesta en movimiento de una masa cada vez mayor de medios de producción (MP) en relación con la fuerza de trabajo vivo empleado (FT), que así forzosamente remite. O sea, por el constante incremento que se opera en la masa de medios de producción [maquinaria] debido no sólo a las innovaciones tecnológicas, sino que también lo hace por la participación íntegra de la fuerza de trabajo en este desarrollo. Aquí, pues, se trata de “no quedar excluido de los frutos de la civilización, de las fuerzas productivas ya adquiridas” (véase supra Pag. 8). Resulta decisivo, por tanto, que junto con el crecimiento de MP también sea reproducida en su totalidad (FT), es decir, que el salario real crezca en la misma medida en que crece la intensidad del trabajo. Sin embargo, en el mismo momento en que dentro de la relación c:v fracasa la valorización, el capital comienza a reducir el valor de los salarios, o sea de v, por debajo de la fuerza de trabajo. Pero al hacer esto impide la reproducción de FT en su totalidad. Si en virtud de ello la fuerza más poderosa e importante, la fuerza de trabajo humano se ve excluida de los frutos de la civilización en constante desarrollo, entonces simultáneamente se demuestra que nos acercamos cada vez más a aquella situación, que se viera vislumbrada por Marx y Engels en el Manifiesto Comunista diciendo: “La burguesía no es capaz de dominar, porque no es capaz de asegurar a su esclavo la existencia, ni si siquiera en el marco de su propia esclavitud”109*>>. (Henrik Grossmann: “La ley de la acumulación y del derrumbe del sistema capitalista” Ed. Siglo XXI. Capítulo “Consideraciones finales” Pp. 379).
En síntesis, que a partir de un
determinado punto del proceso capitalista, el crecimiento del salario real se
detiene; y luego de un estancamiento transitorio se produce un rápido descenso
del mismo. Y dado que como consecuencia de la creciente intensidad del trabajo que
se requiere para el necesario desarrollo de la producción, se torna necesaria
una masa siempre creciente de medios
de vida para la reproducción de la fuerza de trabajo, resulta que la propia
paralización del crecimiento de los salarios (y más aun su retroceso),
representa un descenso del salario por debajo del valor de la fuerza de trabajo
empleado, resulta que la propia paralización del crecimiento de los salarios y
más aun su retroceso, supone un retroceso por debajo del valor de la fuerza del
trabajo, de modo que se vuelve imposible la reproducción plena de la fuerza de
trabajo. Así las cosas:
<<La pauperización es el punto
conclusivo necesario del desarrollo, al cual tiende inevitablemente la
acumulación capitalista de cuyo curso no puede ser apartada, por ninguna
reacción sindical por poderosa que ésta sea. Aquí se encuentra fijado el límite objetivo de la acción sindical. A
partir de un cierto punto de la acumulación, el plusvalor disponible no resulta
suficiente para proseguir acumulando capital con salarios fijos. O el nivel de los salarios es deprimido por debajo del nivel
anteriormente existente, o la acumulación se estanca, es decir, sobreviene el
derrumbe del mecanismo capitalista. De esta manera el desarrollo conduce a
desplegar y agudizar las contradicciones internas entre el capital y el trabajo,
a un punto tal que la solución sólo puede ser encontrada, a través de la lucha entre
estos dos momentos.
Ya vimos que Kautsky comprobó la paralización del proceso
ascendente de los salarios —en parte incluso hasta un retroceso del salario
real— en el transcurso del último decenio anterior a la primera guerra mundial
para todos los países capitalistas tradicionales. Por su parte, resulta
evidente que la clase obrera no pudo mejorar su situación en la post
guerra ni en Alemania, ni en Inglaterra
ni en Francia, como tampoco en los restantes países. Y esto no requiere que sea
probado aquí. Sí en cambio tuvo que combatir con el máximo despliegue de sus
fuerzas simplemente para conservar el nivel de vida imperante hasta ese
entonces, y para defenderse de los constante ataques emprendidos en su contra
el capital. Es precisamente la constante ofensiva del capital, renovada con
mayor intensidad aún, la que anuncia el hecho y constituye un síntoma de la
mera supervivencia del capitalismo; revela que subsiste únicamente gracias al
deterioro de las condiciones de vida de la clase obrera, poniendo de manifiesto
con ello que luego de haber cumplido con su misión histórica de desarrollar las fuerzas productivas, de
estímulo para dicho desarrollo se ha convertido en una traba suya. El
desarrollo de las fuerzas productivas no sólo se manifiesta a través de la puesta en función
de una masa cada vez mayor de medios de producción (MP en relación con la
fuerza de trabajo (FT), o sea, por el constante incremento que se opera en la
masa de medios de producción debido a las innovaciones tecnológicas, sino que
también lo hace por la participación íntegra de la fuerza de trabajo en este
desarrollo. Aquí, pues, se trata de “no quedar excluido de los frutos de la
civilización, de las fuerzas productivas ya adquiridas” (véase supra p. 8).
Resulta decisivo, por tanto, que junto con el crecimiento de MP, también sea
reproducida en su totalidad FT, es decir que el salario real crezca en la misma
medida en que crece la intensidad del trabajo. Sin embargo, en el mismo momento
en que dentro de la relación c : v fracasa
la valorización, el capital comienza a reducir el nivel de los salarios, o sea
de v, por debajo del valor de la
fuerza de trabajo. Pero al hacer esto impide la reproducción de FT en su
totalidad. Si en virtud de ello la fuerza productiva más poderosa e importante,
la fuerza de trabajo humana, se ve excluida de los frutos de la civilización en
constante desarrollo, entonces simultáneamente se demuestra que nos acercamos
cada vez más a aquella situación que fuera vislumbrada por Marx y Engels en el “Manifiesto Comunista”. (Henrik Grossmann: “La ley de la acumulación y del derrumbe del sistema capitalista Pp.
386. Capítulo:“La tendencia al derrumbe y la lucha de clases”).
<<Todas las sociedades anteriores, como hemos visto, han
descansado en el antagonismo entre clases opresoras y oprimidas. Pero para
oprimir a una clase, es preciso asegurarle unas condiciones que le permitan,
por lo menos, arrastrar su existencia de esclavitud. El siervo en pleno régimen
de servidumbre, llegó a miembro de la comuna, lo mismo que el pequeñoburgués
llegó a elevarse a la categoría de burgués bajo el yugo del absolutismo feudal.
El obrero moderno, por el contrario, lejos de elevarse con el progreso de la
industria, desciende siempre más y más por debajo de las condiciones de vida de
su propia clase. El trabajador cae en la miseria, y el pauperismo
crece más rápidamente todavía que la población y la riqueza. Es, pues, evidente
que la burguesía ya no es capaz de seguir desempeñando el papel de clase
dominante de la sociedad, ni de imponer a ésta, como ley reguladora, las
condiciones de existencia de su clase. No es capaz de dominar, porque no es
capaz de asegurar a su esclavo la existencia, ni siquiera en el marco de la esclavitud, porque se ve obligada a dejarle
decaer hasta el punto de tener que mantenerle en lugar de ser mantenida por él.
La sociedad ya no puede vivir bajo su dominación; lo que equivale a decir que
la existencia de la burguesía es, en lo sucesivo, incompatible con la de la
sociedad”>>.
(Karl Marx-Federico Engels: Op. cit. Cap. I: “Burgueses y Proletarios” Ed. Progreso: l’eina Pp. 48).
El
vocablo pauperismo se define y designa, por la situación de pobreza en que se encuentra la totalidad o una fracción
considerable de la población, en un determinado país o región del Mundo. A
pesar de la imprecisión de las estadísticas a escala internacional que se han
realizado en este campo, se ha calculado que el pauperismo afecta los dos
tercios de la población mundial que hoy alcanza los 6.000 millones de
personas. O sea que la indigencia en estos momentos suma 4.000 millones, y las
estimaciones más recientes de las Naciones Unidas indican, que para el año 2025
será de 8.500 millones, teniendo en cuenta que el medio más común para medir el
pauperismo, es el ingreso promedio anual de medios de vida por habitante,
calculado entre el valor neto de los productos fabricados y los servicios prestados
por habitante y año, en un determinado país.
Este es
uno de los tributos cedidos a las comunidades autónomas, que pueden llegar a
evitar por completo su cobro. Es el caso de la Comunidad de Madrid, acusada
habitualmente de aprovechar las ventajas de la capitalidad para atraer a
millonarios y empresas (lo que se conoce como "dumping fiscal").
Si se
compara la cifra de superricos de este año con la que se recogió en 2007, los
grandes patrimonios se han casi triplicado, al crecer más de un 162%. Un año
antes, en 2006, sólo hubo 200 contribuyentes en ese tramo, con lo que la subida
ha sido de más del triple. Durante ese mismo periodo se ha producido una crisis
económica que, entre otras cosas, ha supuesto un aumento de la brecha de
desigualdad de la riqueza en España.
De esos 611 multimillonarios, un total
de 413 se ahorraron 406 millones de euros en concepto de bonificaciones
autonómicas, la mayoría en la Comunidad de Madrid, donde nadie paga impuesto de
patrimonio, no importa cuál sea su riqueza.
Si se tiene en cuenta al total de
potenciales declarantes, no solo los que tienen más de 30 millones, las
bonificaciones autonómicas ese ejercicio ascendieron a 1.008 millones. Casi el
99% de las mismas se produjo en la Comunidad de Madrid (cuyo nuevo gobierno ha
prometido otra
bajada "histórica" de impuestos). Es prácticamente la
misma cantidad que se recaudó en toda España en 2017, que ascendió a 1.112
millones de euros.
Así, en la región que ahora preside
Isabel Díaz Ayuso, 16.856 potenciales declarantes del impuesto de patrimonio
(con carácter general aquellos con un patrimonio de más de 700.000 euros
exceptuando hasta 300.000 euros de la vivienda habitual) dejaron de pagar
a Hacienda en 2017 995,5 millones.
Las otras comunidades que bonificaron este impuesto en
2017, aunque en mucha menor medida, son La Rioja (donde dejaron de ingresarse
7,6 millones) y Catalunya (donde se bonificaron casi 200.000 euros).
Precisamente, Catalunya y Madrid
absorben más del doble de toda la riqueza nacional declarada en Patrimonio
(669.062 millones), un 29% del total en el primer caso y un 26% en el segundo.
Es posible eludir el pago de este
impuesto a través de mecanismos como tener la fortuna invertida en una sicav,
uno de los instrumentos preferidos por los ricos para pagar menos a Hacienda.
Pero además, no se paga impuesto de patrimonio por el total de la riqueza. Así,
para calcular la base imponible, o riqueza neta, que es por lo que se tributa,
se suma el conjunto de los bienes y derechos con contenido económico de los que
sea titular el sujeto pasivo (casas, tierras, joyas, depósitos, obras de
arte...), y se le resta el valor de las cargas y gravámenes que recaigan sobre
los bienes, como deudas e hipotecas. En el caso de la vivienda habitual, quedan
exentos los primeros 300.000 euros, que también se restan.
Adicionalmente, cada comunidad puede
establecer un patrimonio mínimo exento, pero en caso de no hacerlo, la norma
común es que sea de 700.000 euros (500.000 en Extremadura y Catalunya; 600.000
en la Comunidad Valenciana, 400.000 en Aragón).
Por
lo demás, en España hay 60.337 millonarios, personas que declaran tener un una
base imponible en el impuesto sobre patrimonio superior a 1,5 millones de
euros.
En
cuanto a la naturaleza de estos patrimonios, aproximadamente una quinta parte
de los casi 700.000 millones declarados por los españoles más ricos en 2017 se
concentraba en bienes inmuebles, informa EFE. Dado que el impuesto lo
declararon 202.437 contribuyentes, el patrimonio medio se situó en 3,3 millones
de euros.
La
mayor parte de este patrimonio -497.281 millones, un 74,3 % del total- se
encuentra en capital mobiliario, es decir, en acciones, deuda pública o
depósitos en cuentas bancarias. La siguiente partida son los bienes inmuebles
-130.771 millones, un 19,5 % del total-, la mayoría de naturaleza urbana.
Estos
contribuyentes declararon asimismo 12.424 millones de euros en seguros y
rentas; 11.318 millones en patrimonio afecto a actividades económicas y 1.370
millones en bienes suntuarios, que se distribuyen en objetos de arte y
antigüedades (571 millones) y otros como vehículos o joyas (800 millones).
Aumenta
la brecha de la desigualdad
En paralelo a esta radiografía de la
riqueza en España, según un informe
de Intermón Oxfam, desde el año 2008, la participación en la riqueza neta del
50% de personas más pobres ha disminuido en España en más de 4 puntos
porcentuales, mientras que la del 1% de personas más ricas "se ha ampliado
en casi 7 puntos".
En los
años de recuperación económica, desde 2014 a 2018, "esta distribución de
la riqueza apenas ha variado", denuncia Oxfam. El estudio arroja una cifra
de la desigualdad actual: el 10% de las personas más pudientes en España
concentra más riqueza neta (un 55%) que todo el resto de la población junta. En
2009 concentrada un 47%.
Casi la mitad de toda esa riqueza del
10% más rico está en manos del 1% con más ingresos. Acumulaban el 24% de la
riqueza neta nacional en 2018, apunta Oxfam, un porcentaje que ha engordado
desde la crisis. En 2009 era del 17%.
La otra cara de la moneda es la
participación del 50% con menos ingresos en la riqueza nacional. En su caso, su
acumulación de riqueza se contrae: del 11,5% en 2009 al 7% el año pasado.
El de patrimonio es otro de los
impuestos de la discordia en España. Denostado (como el impuesto de sucesiones)
por quienes creen que supone una doble tributación –primero cuando se obtiene
el bien, después por mantenerse– y considerado como un mecanismo redistributivo
por otros.
Entre los años 2008 y 2010 este
impuesto quedó suprimido, pero luego, y a raíz precisamente de la crisis, se
restableció. Este tributo a la riqueza nació en España en 1977, junto al
Impuesto sobre la Renta de las Personas Físicas (IRPF), y se regula por una ley
de 1991.
Frente al ruido partidista, no
olvidamos que nuestra función principal es vigilar al poder venga de donde
venga. Hacemos preguntas incómodas, examinamos las cuentas públicas y
controlamos las promesas que hacen los políticos. Ayúdanos a cumplir con
nuestra labor de servicio público.
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NOTAS
09. Cfr. Pol. 1290 a
10. Cfr. Pol. 1294 a
11. Cfr. Pol. 1279 b
12. Cfr. Pol 1279 b-1280 a
13. Cfr. Pol 1290 b
14. Cfr. Pol. 1290 b
106: Das Kapital, I, p. 663 (T.
I/3 pp. 804).
107: Ibid, p.628 (t. 1/3, pp.759/760).
108: “La acumulación
capitalista —dice Marx— produce de manera constante,
antes bien y precisamente en proporción a su energía y a su volúmen, una población obrera relativamente
excedentaria, esto es, excesiva para las necesidades medias de valorización del
capital y por tanto supérfluas”. (Das Kapital, I, p. 646 (t. I/3, p. 784).
Del ejército industrial de reserva se dice que “crea”, para las variables
necesidades medias de valorizaciones
del capital y por tanto supérflua” (Das Kapital, I, p. 646 [t.1/3. P.
784]). Del ejército industrial de reserva se dice que “crea, para las variables necesidades de valorización del
capital, el material humano explotable y siempre disponible” (ibid. P. 649
[t.1/3 p. 786]). Véase también ibid.,
pp. 650, 654 [t. 1/6, pp. 787, 791, etc. No es la explulsión a causa de la
máquina, sino la exclusión a causa de la
insuficiente valorización lo que constituye el núcleo de la teoría marciana de
la acumulación. Marx no deja nunca de resaltar la oposición entre el hecho
técnico, natural de la relación MP y FT
y su forma específica capìtalista. “La ley según la cual el desarrollo de la
fuerza productiva social del trabajo reduce progresivamente, en proporción a la
eficacia, la masa de sus medios de producción que es necesario gastar, se expresa
en el terreno capitalista”. (ibid., p. 663 [t.1/(3,
p. 804]). En el terreno capitalista
es decisiva “la necesidad de valorización del capital”. “La ley de la
producción capitalista […] se reduce
sencillamente a lo siguiente: La relación entre capital, acumulación y tasa del
salario no es otra cosa sino la relación entre el trabajo impago [ganancial]
transformado en capital y el trabajo
suplementario requerido para poner en movimiento el capital adicional. En modo
alguno se trata, pues, de una relación
entre dos magnitudes recíprocamente independientes —por una parte la magnitud
del capital, por otra el número de la población obrera; en última instancia nos
encontramos por el contrario, ante la relación entre el trabajo impago y trabajo pago de la misma población obrera” (ibid., p. 637 [t. 1/3, p.770n]. ¡La relación pv:v, o sea la tasa de plusvalor, es así, pues, un problema de
valorización! Que según el pensamiento marciano la crisis, la perturbación y,
en fin, el derrumbe del capitalismo sea provocado por la insuficiente
valorización [ganancia], no puede negarlo tampoco Rosa luxemburgo. “En todo el
capítulo se trata de la población obrera y su crecimiento —escribe—, Marx habla
constantemente de las ‘necesidades de colocación’ [valorización (E.)], del
capital. A estas se acomoda, según
Marx el crecimiento de la población obrera; de ellas depende el grado de
demanda de obreros, el nivel de los salarios, el que la coyuntura sea brillante
o apagada, el que haya prosperidad o crisis. ¿Pero qué son estas necesidades de
colocación de las que Marx habla constantemente y a las que Bauer no alude
siquiera en su mecanismo?” Antikritik, p. 117 [AC., p.440. e IAC
p 82]. Rosa Luxemburgo responde a estas preguntas en unas páginas más
adelante (ibid., p. 122 [AC., p. 442 e IAC p.85]) donde dice que la acumulación
se acomoda a “sus necesidades de valorización variables, esto es, a las
posibilidades del mercado”. ¡Aquí tenemos por fin el gran descubrimiento! Solo
que es en todo caso notable que Marx hable “continuamente” de valorización,
cuando se refiere a las posibilidades de mercado! Como
si Marx hubiese tenido un miedo morboso a llamar las cosas por su nombre y
hubiese preferido cubrirlas con velo y decir siempre b cuando quería decir a. Dificilmente
se pueda superar la insípida escolástica de Rosa Luxemburgo. Que en el sistema
marxiano la valorización insuficiente, desempeñe un papel decisivo en el
fracaso del mecanismo capitalista, lo
debe admitir también Bujarin. Así él dice que “el movimiento de la ganancia” es
la “máxima propulsora de la economía capitalista” (Der imperialismus…cit., p, 122 [pp. 204]. Pero Bujarin no advierte
que la insuficiente valorización se presenta espontáneamente como consecuencia
necesaria de las leyes internas del modo capitalista de producción y, con ello,
al igual que en el caso de Rosa luxemburgo el fracaso es remitido a circunstancias puramente casuales. Y exteriores, a saber: que la guerra
acarrea la ruina económica (Ibid p. 123 pp. 204-205]).
Es cierto que la guerra puede provocar la ruina, es cierto que la valorización
puede fracasar si no existe
consumo alguno, pero con tal formulación se oculta la verdadera problemática,
la cual consiste en mostrar cómo puede
desaparecer la ganancia, la valorización, aunque se proponga el caso
más favorable para el capitalismo, o sea, un estado de equilibrio en el que
siempre aparece asegurado un consumo incesante de las mercancías, donde ninguna
guerra puede actuar destructivamente desde el exterior sobre el mecanismo, donde,
en fin el derrumbe de la valorización se presenta pues necesariamente a partir
del curso interno del
mecanismo”.
109* Karl Marx, “Manifiesto
del partido comunista”, en Obras Escogidas cit., t. 1 p. 121. [E.]50. También
Alexander Parvus se expressa en forma parecida: “No existe ni puede existir un
desarrollo objetivo que, por sí mismo [¡], y con exclusión de la lucha política
revolucionaria del proletariado, convierta la producción capitalista en ruinas,
de modo tal que a la clase burguesa sólo le quede resignarse a que los obreros
tomen el poder […] La ley histórica […] es el producto de las luchas políticas
[…] La teoría del derrumbe automático es tan errónea como la hipótesis de la
transformación gradual del capitalismo.” (Parvus, Der Sozialismus und die soziale Revolution. [El
socialismo y la revolución social] Berlín, 1910, p. 11].
--oo0oo—
En un capitalismo global así, la apuesta por la innovación
tecnológica produce desempleo y el desempleo abre las puertas a la estrategia
de aumentar la explotación en términos absolutos. Es decir, lo que define al
capitalismo actual es su tendencia a la pauperización del trabajo. Por eso el
capital no puede avanzar sin atacar de forma cada vez más brutal y directa a
los trabajadores en todo el mundo, desde Rusia a Argentina,
desde España a Chile. Con
la guerra comercial y las tensiones crecientes hacia la
guerra generalizada, la pauperización no puede
sino hacerse aun más patente. Solo negando la realidad social de nuestra clase
se puede relativizar lo que nuestros barrios viven desde
hace años. La pauperización, como las
olas en la orilla, vuelve constantemente para recordarnos que el capitalismo es
hoy la principal amenaza que sufre la Humanidad.
Este párrafo es parte del valioso
trabajo publicado por la organización “Nuevo Curso” bajo el título: “Qué es la pauperización”, en la que nosotros previamente
también hemos contribuido a poner en conocimiento. razon suficiente por la cual recomendamos
también la lectura del texto escrito y publicado por nuestros compañeros en: https://nuevocurso.org/que-es-la-pauperizacion/. GPM.
Lee más sobre
¡Proletarios de todos los países, uníos, suprimid ejércitos,
policías, producción de guerra, fronteras, trabajo asalariado!
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