¿Democracia o dictadura del
capital?: ¡Que se vayan todos!
Esta
pregunta que han hecho los compañeros de “En defensa del
marxismo”
en el título su meritorio trabajo que publicamos aquí, trae a colación lo que
Marx y Engels dejaron negro sobre blanco para la posteridad en 1850, y que
nosotros reproducimos seguidamente a modo de introducción previa:
<<Las
relaciones burguesas de producción y de cambio [bancario], las relaciones burguesas de propiedad, toda esa sociedad burguesa
moderna, que ha hecho surgir como por encanto tan potentes medios de producción
y de cambio, se asemeja al mago que ya no es capaz de dominar las potencias
infernales que ha desencadenado con sus conjuros.
Desde hace algunas décadas la historia de la industria y el comercio, no es más
que la historia de la rebelión de las fuerzas productivas modernas contra las
actuales relaciones de producción, contra las relaciones de propiedad [privada] que
condicionan la existencia de la burguesía y su dominación. Basta
mencionar a las crisis comerciales que, con su retorno periódico [de
superproducción] plantean en forma cada
vez más amenazante, la cuestión de la existencia de la sociedad burguesa.
Durante cada crisis comercial se destruyen sistemáticamente, no sólo una parte
de productos elaborados, sino incluso de las fuerzas productivas ya creadas [por
las grandes y medianas empresas capitalistas]. Durante las crisis, una epidemia social que en cualquier época
anterior hubiera parecido absurda, se extiende sobre la sociedad: la epidemia
de la superproducción. La sociedad se encuentra súbitamente retrotraída a un
estado de súbita barbarie: diríase que el hambre [padecida por los obreros supernumerarios sin
trabajo], que una guerra devastadora
mundial les han privado de todos sus medios de subsistencia; la industria y el
comercio parece aniquilado. Y todo eso ¿por qué? Porque la sociedad posee
demasiada civilización; demasiados medios de vida, demasiada industria,
demasiado comercio. Las fuerzas productivas de que dispone potencialmente la
burguesía no favorecen ya el régimen de su propiedad, por el contrario,
resultan ya demasiado poderosas para estas relaciones, que constituyen un
obstáculo para su desarrollo; y cada vez que salvan este obstáculo, precipitan
en el desorden a toda la sociedad burguesa y amenazan su existencia. Las
relaciones burguesas resultan demasiado estrechas para contener las riquezas
creadas en su seno. ¿Cómo vende esta crisis la burguesía? De una parte por la
destrucción obligada de una masa de fuerzas productivas; de otra, por la
conquista de nuevos mercados y la explotación más intensa de los antiguos. ¿De
qué modo lo hace, pues? Preparando crisis más extensas y más violentas
disminuyendo los medios de prevenirlas.
Las
armas de que se sirvió la burguesía para derribar al feudalismo se vuelven
ahora contra ella, que no ha forjado solamente las armas que deben darle
muerte; ha producido también hombres que empuñarán esas armas: los obreros
modernos, los proletarios.
En
la misma proporción en que se desarrolla el capital, desarróllase también el
proletariado, la clase de los obreros modernos, que no viven sino a condición
de encontrar trabajo, y lo encuentran únicamente mientras su trabajo acrecienta
el capital. Estos obreros obligados a venderse al detalle, son una mercancía
como cualquier otro artículo de comercio, sujeta, por tanto, a todas las
vicisitudes de la competencia, a todas las fluctuaciones del mercado.
El
creciente empleo de las máquinas y la división del trabajo quitan al trabajo
del proletario todo carácter propio y le hacen perder con ello todo atractivo
para el obrero. Éste se convierte en un simple apéndice de la máquina, y sólo
se le exigen las operaciones más sencillas, más monótonas y de más fácil
aprendizaje. Por tanto, lo que cuesta hoy día al obrero se reduce poco más o
menos a los medios de subsistencia
indispensables para vivir y para perpetuar su linaje. Pero el precio de todo
trabajo, como el de toda mercancía, es igual a los gastos de su producción. Por
consiguiente, cuanto más fastidioso resulta el trabajo, más bajan los salarios [como consecuencia de la
sustitución creciente de trabajo humano por maquinaria]. Más aún, cuanto más se desenvuelven la maquinaria y la división del
trabajo, más aumenta la cantidad de trabajo bien mediante la prolongación de la
jornada, bien por el aumento del ritmo de trabajo exigido en un determinado
tiempo, a instancias de la aceleración del movimiento de las máquinas, etc.
La
industria moderna ha transformado al pequeño taller del maestro patriarcal en
la gran fábrica capitalista industrial. Masas de obreros hacinados en la
fábrica, son organizadas en forma militar. Como soldados rasos de la industria,
son puestos bajo la vigilanza de toda una jerarquía de oficiales y
suboficiales. No son solamente esclavos de la clase burguesa, del Estado
burgués, sino diariamente, a todas horas, esclavos de la máquina, del capataz
y, sobre todo, del burgués individual, patrón de la fábrica. Y este despotismo
es tanto más mezquino, odioso y exasperante, cuanto mayor es la franqueza con
que proclama que no tiene otro fin que el lucro.
Cuanta
menos habilidad y fuerza requiere el trabajo manual, es decir, cuanto mayor es
el desarrollo científico-técnico de la industria moderna, mayor es la
proporción en que el trabajo de los hombres es suplantado por el de las mujeres
y los niños. Por lo que respecta a la clase obrera, las diferencias de edad y
sexo pierden toda significación social. No hay más que sujetos convertidos en instrumentos
de trabajo, cuyo coste varía según la edad y el sexo.
Una
vez que el obrero ha sufrido la explotación del fabricante y ha recibido su
salario en dinero metálico, se convierte en víctima de otros elementos de la
burguesía: el casero [en
edificios alquilados], el tendero, el
prestamista, etc.
Pequeños
industriales, pequeños comerciantes y rentistas, artesanos y campesinos, toda
la escala inferior de las clases medias de otro tiempo, caen en las filas del
proletariado: unos, porque sus pequeños capitales no les alcanzan para acometer
grandes empresas industriales y sucumben en la competencia con los capitalistas
más fuertes; otros porque su habilidad profesional se ve despreciada ante los
nuevos métodos de producción. De tal suerte, el proletariado se recluta entre
todas las clases de la población.
El
proletariado pasa por diferentes etapas de desarrollo. Su lucha contra la
burguesía comienza con su surgimiento. Al principio, su lucha es entablada por
obreros aislados, después por los obreros de una misma fábrica, más tarde por
los obreros del mismo oficio de la localidad contra el burgués individual que
los explota directamente. No se contentan con dirigir sus ataques contra las
relaciones burguesas de producción, y los dirigen contra los mismos
instrumentos de producción: destruyen las mercancías extranjeras que les hacen
competencia, rompen las máquinas, incendian las fábricas, intentan reconquistar
por la fuerza la posición perdida del artesano en la Edad Media.
En
esta etapa, los obreros forman una masa diseminada por todo el país y
disgregada por la competencia. Si los obreros forman masas compactas, esta
acción no es todavía la consecuencia de su propia unión, sino de la unión de la
burguesía, que para alcanzar sus propios fines políticos debe —y por ahora aún
puede— poner en movimiento a todo el proletariado. Durante esta etapa, los
proletarios no combaten, por tanto, sino contra los enemigos de sus enemigos,
es decir, contra los restos de la monarquía absoluta, los propietarios
territoriales, los burgueses no industriales y los pequeños burgueses.
Todo el movimiento histórico se
concentra, de esta suerte, en manos de la burguesía; toda victoria alcanzada en
estas condiciones es una victoria de la burguesía. Pero la industria, en su
desarrollo, no sólo acrecienta el número de proletarios, sino que les concentra
en masas considerables; su fuerza aumenta y adquieren mayor conciencia de la
misma. Los intereses y las condiciones de existencia de los proletarios se
igualan cada vez más a medida que la máquina va borrando las diferencias en
el trabajo y reduce el salario, casi en todas partes, a un nivel igualmente
bajo. Como resultados de la creciente competencia de los burgueses entre sí y
de las crisis comerciales que ella ocasiona, los salarios son cada vez más
fluctuantes; el constante y acelerado perfeccionamiento de la maquinaria
coloca al obrero en situación cada vez más precaria; las colisiones entre
el obrero individual y el burgués individual adquieren más y más el carácter de
colisiones entre las dos clases sociales. Los obreros empiezan a formar
coaliciones actuando en común para la defensa de sus salarios: Llegan hasta
formar asociaciones permanentes para asegurarse los medios necesarios, en
previsión de estos choques eventuales. Aquí y allá la lucha estalla en
sublevación. A veces los obreros triunfan; pero es un triunfo efímero. El
verdadero resultado de sus luchas no es el éxito inmediato, sino la unión cada
vez más extensa de los obreros. . Esta unión es propiciada por el crecimiento
de los medios de comunicación creados por la gran industria, que ponen en
contacto a los obreros de diferentes localidades. Y basta con ese contacto para
que las numerosas luchas locales, que en todas partes revisten el mismo
carácter, se centralicen en una lucha nacional, en una lucha de clases. Mas
toda lucha de clases es una lucha política. Y la unión que los habitantes de
las ciudades de la Edad Media, con sus caminos vecinales, tardaron siglos en
establecer, los proletarios modernos, con los ferrocarriles, la llevan a cabo
en unos pocos años.
Esta
organización del proletariado en clase y, por tanto, en partido político,
vuelve sin cesar a ser socavada por la competencia entre los propios obreros.
Pero resurge, y siempre más fuerte, más firme, más potente. Aprovecha las
disensiones intestinas de los burgueses para obligarles a reconocer por la ley
algunos intereses de la clase obrera; por ejemplo, la ley de la jornada de diez
horas en Inglaterra.
En
general, las colisiones en la vieja
sociedad favorecen de diversas maneras el proceso de desarrollo del
proletariado. La burguesía vive en lucha permanente con él: al principio,
contra la aristocracia; después contra aquellas fracciones de la misma
burguesía, cuyos intereses entran en contradicción con los progresos de la
industria, y siempre, en fin, contra la burguesía de todos los demás países. En todas estas luchas se ve forzada a
apelar al proletariado, a reclamar su ayuda y a arrastrarle así al movimiento
político. De tal manera, la burguesía proporciona a los proletarios los
elementos de su propia educación, es decir, armas contra ella misma.
Además,
como acabamos de ver, el progreso de la industria precipita hacia las filas del
proletariado a capas enteras de la clase dominante o, al menos para tal fin, las
amenaza en sus condiciones de existencia. Así, también ellas aportan al
proletariado elementos de educación. Finalmente, en los períodos en que la
lucha de clases se acerca a su desenlace, el proceso de desintegración de la
clase dominante, de toda la vieja sociedad, adquiere un carácter tan violento y
tan agudo, que una pequeña fracción de esa clase reniega de ella y se adhiere a
la clase revolucionaria, a la clase en cuyas manos está el porvenir. Y así como
antes una parte de la nobleza se pasó a la burguesía, en nuestros días un
sector de la burguesía se pasa al proletariado, particularmente ese sector de
los ideólogos burgueses que se han elevado hasta la comprensión teórica del
conjunto del movimiento histórico.
De
todas las clases que hoy se enfrentan con la burguesía, sólo el proletariado es
una clase verdaderamente revolucionaria. Las demás clases van degenerando y
desaparecen con el desarrollo de la gran
industria; el proletariado, en cambio es un producto más peculiar.
Los estamentos medios —el
pequeño industrial, el pequeño comerciante, el artesano, el campesino—, todos
ellos luchan contra la burguesía para salvar de la ruina su existencia como
tales estamentos medios. No son, pues, revolucionarios sino conservadores. Más
todavía, son reaccionarios, ya que pretenden volver atrás las ruedas de la
Historia. Son revolucionarios únicamente por cuanto tienen ante sí las
perspectivas de su tránsito inminente a la condición de proletarios,
defendiendo así no sus intereses presentes sino sus intereses futuros, por
cuanto abandonan sus propios puntos de vista para adoptar los del proletariado.
El
lumpenproletariado,
ese producto pasivo de la putrefacción de las capas más bajas de la vieja
sociedad, puede a veces ser arrastrado al movimiento por una revolución
proletaria; sin embargo, en virtud de todas sus condiciones de vida está más bien dispuesto a venderse a la reacción
para servir a sus maniobras. Las condiciones de existencia de la vieja sociedad
están ya abolidas en las condiciones de existencia del proletariado. El
proletariado no tiene propiedad; su relación con la mujer y con sus hijos no
tienen nada de común con las relaciones familiares burguesas; el trabajo
industrial moderno, el moderno yugo del capital, que es el mismo en Inglaterra
que en Francia, en Norteamérica que en Alemania, despoja al proletariado de todo
carácter nacional. Las leyes, la moral, la religión, son para él meros
prejuicios burgueses, detrás de los cuales se ocultan otros tantos intereses de
la burguesía.
Todas
las clases que en el pasado lograron hacerse dominantes, trataron de consolidar
la situación adquirida sometiendo a toda la sociedad a las condiciones de su
modo de apropiación. Los proletarios no pueden conquistar las fuerzas
productivas sociales, sino aboliendo el propio modo de apropiación de la
burguesía en vigor y, por tanto, todo modo de apropiación existente hasta
nuestros días. Los proletarios no tienen nada que salvaguardar; tienen que
destruir todo lo que hasta ahora ha venido garantizando y asegurando la
propiedad privada existente.
Todos
los movimientos han sido hasta ahora realizados por minorías o en provecho de
minorías. El movimiento proletario es un movimiento propio de la inmensa
mayoría en provecho de la inmensa mayoría. El proletariado, capa inferior de la
sociedad actual, no puede levantarse, no puede enderezarse, sin hacer saltar
toda la superestructura formada por las capas de la sociedad oficial.
Por su forma aunque no por su
contenido, la lucha del proletariado contra la burguesía es primeramente una
lucha nacional. Es natural que el proletariado de cada país deba acabar en
primer lugar contra su propia burguesía…
…Todas las sociedades anteriores,
como hemos visto, han descansado en el antagonismo entre clases opresoras y
oprimidas. Pero para poder oprimir a una clase, es preciso asegurarle unas
condiciones que le permitan, por lo menos, arrastrar su existencia de
esclavitud. El siervo, en pleno régimen de servidumbre, llegó a ser miembro de
la Comuna, lo mismo que el pequeñoburgués llegó a elevarse a la categoría de
burgués bajo el yugo del absolutismo feudal. El obrero moderno, por el
contrario, lejos de elevarse con el progreso de la industria, desciende siempre
más y más por debajo de las condiciones de vida de su propia clase. El
trabajador cae en la miseria, y el pauperismo crece más rápidamente todavía que
la población y la riqueza. Es, pues, evidente, que la burguesía no puede
seguir desempeñando el papel de clase dominante de la sociedad ni de imponer a
ésta, como ley reguladora, las condiciones de existencia de su clase. No es
capaz de dominar, porque no es capaz de asegurar a su esclavo su existencia, ni
siquiera dentro del marco de la esclavitud, porque se ve obligada a dejarle
decaer hasta el punto de tener que mantenerle en lugar de ser mantenida por él.
La sociedad ya no puede vivir bajo su dominación; lo que equivale a decir que
la existencia de la burguesía es, en lo sucesivo, incompatible con la de la
sociedad.
La
condición esencial de la existencia y dominación de la clase burguesa, es la
acumulación de riqueza en manos de particulares, la formación y el
acrecentamiento del capital. La condición de existencia del capital es el
trabajo asalariado. El trabajo asalariado descansa exclusivamente sobre la
competencia de los obreros entre sí. El progreso de la industria, del que la
burguesía incapaz de oponérsele, es agente involuntario, sustituye el
aislamiento de los obreros, resultante de la competencia, por su unión
revolucionaria mediante la asociación. Así el desarrollo de la gran industria
socava bajo los pies de la burguesía las bases sobre las que ésta produce y se
apropia lo producido. La burguesía produce, ante todo, sus propios
sepultureros. Su hundimiento y la victoria del proletariado son igualmente
inevitables>>. (K.
Marx y F. Engels: “Manifiesto del Partido
Comunista”. Cap. I “Burgueses y
proletarios”. Obra publicada en 1850 por “El
republicano rojo”. Versión castellana de 1989 Ed. L’eina. Pp. 42 a 49. Lo entre corchetes y el
subrayado nuestros).
¿Qué conclusiones cabe
sacar de la lectura en este manifiesto? Que la propiedad privada sobre los medios de producción y el dinero bancario,
una vez que la burguesía creó el capitalismo ese sistema de vida demostró ser históricamente
incompatible con la tan falsamente
consagrada “libertad, igualdad y fraternidad” de los seres
humanos en el mundo, desde la Revolución francesa hasta nuestros días. Y en
efecto, así lo ha demostrado Yohn Francis Bray
en su obra: “Los males del Trabajo y su
remedio”.
<<El sistema de la verdadera libertad
universal basada en la igualdad [de las
relaciones sociales productivas], no
sólo tiene a su favor las mayores ventajas, sino también la estricta
justicia…Cada ser humano en su relación laboral, es un eslabón
indispensable, en la cadena de los efectos, que parte de una idea para culminar,
tal vez, en la producción de una pieza de paño, por ejemplo. Por eso, del hecho
de que nuestros gustos no sean los mismos para las distintas profesiones, no
hay que deducir que el trabajo de uno deba ser retribuido mejor que el de otro.
El inventor recibirá siempre, además de su justa retribución en dinero, el
tributo de nuestra admiración, que sólo el genio puede obtener de nosotros…
…Por la naturaleza misma del trabajo y del
intercambio, la estricta justicia exige que todos los que intercambian
obtengan beneficios no solo mutuos, sino iguales (all exchangers should be not only mutually but they should
likewise be equally benefited). No hay más que dos cosas que los seres
humanos pueden cambiar entre sí, a saber: el trabajo y los productos del
trabajo. Si los cambios se efectuasen según un sistema equitativo, el valor de
todos los artículos se determinaría por
un coste de producción completo; y valores iguales se cambiarían siempre por
valores iguales (If a just sistema of exchanges were acted upon, the
value all articles would be determined by the entire cost of production, and
equal values should always exchange for equal values). Si, por ejemplo, un sombrerero que invierte una
jornada de trabajo en hacer un sombrero y un zapatero que emplea el mismo
tiempo en hacer un par de zapatos —suponiendo que la materia que ambos empleen
tenga el mismo valor— y cambian estos artículos entre sí, el beneficio obtenido
de este cambio es al mismo tiempo mutuo e igual. La ganancia
de una de las partes no puede ser una pérdida para la otra, puesto que ambas
han suministrado la misma cantidad de trabajo. Pero si el sombrerero recibiese dos pares de calzado por un sombrero, no variando las condiciones
arriba supuestas, es evidente que el cambio sería injusto. El sombrerero
usurparía al zapatero una jornada de trabajo. (…); y procediendo así en todos
sus cambios, recibiría por el trabajo de medio
año el producto de todo un año de otra persona (…). Hasta aquí hemos
seguido siempre este sistema de cambio eminentemente injusto: los obreros han dado al capitalista el
trabajo de todo un año a cambio del valor de medio año (the workmem have
given the capitalist the labour of a whole year, in exchange for the value of only half a year). De
ahí, y no de una supuesta desigualdad de las fuerzas físicas e intelectuales de
los individuos [de condición asalariada], es de donde proviene la desigualdad de riquezas y de poder. La
desigualdad de los intercambios, la diferencia de precios en las compras y en
las ventas, no puede existir sino a condición de que los capitalistas sigan
siendo capitalistas y los obreros, obreros (…) La transacción entre el
trabajador y el capitalista es una verdadera farsa: en realidad no es, en miles
de casos, otra cosa que un robo descarado, aunque legal. (The whole transaction between the
producer and the capitalist is mere
farse: it is, in fact, in thousands of instances, no other than a barefaced
though legalised robbery). (John
Francis Bray: Op. Cit. Pags. 45, 48, 49 y 50. Cita de Marx en “Miseria de la filosofía” Ed.
Progreso-Moscú Pp. 61). Versión digitalizada Ver Pp.
26-27. El subrayado y lo entre corchetes nuestros).
<<La consideración del objetivo y de la misión
de la sociedad me autoriza a hacer la conclusión de que no sólo deben trabajar
todos los hombres y de obtener de este modo la posibilidad de cambiar, sino
también que valores iguales deben cambiarse por valores iguales. Además, como
el beneficio de uno no debe ser una pérdida para otro, el valor se debe
determinar por el gasto en la producción. Ein embargo, hemos visto que, bajo el
régimen social vigente, el beneficio del capitalista y del rico, es siempre una pérdida para el
obrero, que este resultado es inevitable, que bajo todas las formas de gobierno
el pobre queda siempre abandonado enteramente a merced del rico, mientras
subsista la desigualdad de los cambio, y que la igualdad de los cambios sólo
puede ser asegurada por un régimen social que reconozca la universalidad del
trabajo…La igualdad de los cambios hará gradualmente que la riqueza pase de manos de los
capitalistas actuales a manos de la clase obrera>>. (John Francis Bray Op. cit. Pp. 53-55).
<<Mientras permanezca en vigor este sistema de
desigualdad en los intercambios, los productores [asalariados] seguirán
siendo tan pobres, tan ignorantes, estarán tan agobiados por el trabajo como lo
están actualmente...Sólo un cambio total de sistema, la introducción de
la igualdad del trabajo y de los cambios, puede mejorar este estado de cosas y
asegurar a los seres humanos la verdadera igualdad de derechos… A los
productores les bastará hacer un esfuerzo —son ellos precisamente quienes deben
hacer todos los esfuerzos para su propia salvación— y sus cadenas serán rotas
para siempre. Como fin, la igualdad política es un error, y como medio también
es un error (As and en, the political
equality is there a failure). Con la igualdad de los cambios, el
beneficio de uno no puede ser pérdida para otro: porque todo cambio no es más
que una simple transferencia de
trabajo y de riqueza, no exige ningún sacrificio. Por tanto, bajo un sistema
social basado en la igualdad de los cambios, el productor podrá llegar a
enriquecerse por medio de sus ahorros; pero su riqueza no será sino el producto
acumulado de su propio trabajo. Podrá cambiar su riqueza o donarla a otros;
pero si deja de trabajar no podrá seguir siendo rico durante un tiempo
más o menos prolongado. Con la igualdad de los cambios, la riqueza pierde el
poder actual de renovarse y de reproducirse, por decirlo así, por sí misma: no
podrá llenar el vacío creado por el consumo; porque, una vez consumida, la
riqueza es perdida para siempre si no es reproducida por el trabajo. Bajo el
régimen de cambios iguales no podrá ya existir lo que ahora llamamos beneficios e intereses. Tanto el
productor como el distribuidor recibirán igual retribución [equivalente al
valor creado por su propio trabajo]. Y el valor de cada artículo creado y puesto a disposición del
consumidor, será determinado por la suma total del trabajo invertido por ellos
(…). El principio de la igualdad en los cambios debe, pues, conducir por su
propia naturaleza, al trabajo universal>>
[John Francis Bray:
Op. Cit. Pp. 67, 88, 89, 94, 109 y 110. Citado por Marx en “Miseria de la Filosofía” Cap. I Apartado II. Pp. 61 Ed. Progreso. Lo entre corchetes y el subrayado
nuestros]. Versión digitalizada ver: Pp. 26.
[Últimos dos párrafos ver Pp. 27 y 28. El subrayado y lo entre corchetes
nuestros].
GPM.
A continuación difundimos el texto publicado por la
organización “En defensa del Marxismo”
Submited (presentado) by Tony on Sab.
2010-07.03-16:21
Unas decenas, o quizás unas
centenares de familias en todo el mundo, poseedoras de inmensas fortunas
acumuladas a través de la especulación y la explotación despiadada, imponen su
voluntad a seis mil millones de seres humanos. La necesidad de reproducción
infinita de sus capitales pone en peligro a la humanidad y el planeta entero.
No importa que el cambio climático o la extinción de las especies sea ya una
realidad que nadie en su sano juicio cuestiona. No importa que hayan provocado
una crisis económica sin precedentes que está hundiendo en la pobreza a
millones y millones de trabajadores en todo el mundo. Nadie les va a pedir
cuentas. Ninguna “honorable” institución los va a señalar con el dedo, ningún
gobierno capitalista va a enfrentarse a sus designios. A través de sus imperios
económicos ponen y deponen a los gobiernos “democráticos” y definen qué
políticas se deben de llevar a cabo. A través de sus ejércitos mediáticos
engañan y manipulan, creando corrientes de opinión conforme a sus intereses.
Financian a los partidos y a la burocracia de los sindicatos para conseguir su
complicidad, y de esta manera mantener la ficción democrática. La democracia
burguesa se desenmascara cada vez más, para dejar al descubierto ser el verdadero
rostro psicópata y brutal.
El derrumbe capitalista ha hecho que
las florituras de la democracia formal salten por los aires. La izquierda y la
derecha del sistema tienen cada vez menos espacio de maniobra para
diferenciarse. La izquierda del sistema clama por la intervención estatal, la
derecha defiende el dejar hacer (la intervención del Estado tiene que limitarse
a las guerras, a la represión y a los momentos en los que tenga que actuar en
auxilio de los poderosos). La izquierda del sistema oculta que la intervención
estatal y el aumento del gasto social, en un momento en el que caen los
ingresos fiscales, aumentará el déficit fiscal y hará impagable la deuda. La
derecha disimula que con el recorte de las ayudas y los subsidios, crecerá la
pobreza y el desempleo, agravando la caída de los ingresos del Estado y
volviendo también impagable la deuda pública. Todos los caminos conducen a
Roma. El gran capital necesita liquidar las conquistas y los derechos de los
trabajadores para aumentar su explotación. No existe otra forma para aumentar
sus plusvalías.
¿Dictadura de los mercados o del
gran capital?
La burguesía griega y el gran
capital internacional han llevado al país a la suspensión de pagos. Pero el
descomunal déficit no se invirtió en el bienestar del pueblo y los
trabajadores, sino en la corrupción y en llenar los bolsillos de los banqueros
y empresarios. Mientras eso sucedía los gobiernos y los organismos
internacionales del capitalismo callaban. La solución que plantean ahora es más
de lo mismo. El rescate ofrecido por la UE y el FMI está destinado a salvar a
los acreedores de su propia bancarrota, pero la devolución de ese dinero, más
los intereses, procederá del bolsillo de los trabajadores y de las capas pobres
de la población
Situaciones similares las
encontramos en todo el mundo. Los estados corrieron presurosos a apuntalar con
dinero público el descalabro de la banca norteamericana y europea. El rescate
de los bancos socializó las pérdidas, traspasando la bancarrota del sector
privado a las finanzas estatales. En USA la deuda pública se ha disparado desde
el 62% del 2007, y se calcula que llegará al 108% en 2014. En Europa la
situación empieza a ser ingobernable. En Grecia el déficit fiscal es del 12,7%,
en el estado español del 11%, en Portugal del 9,3%, en Italia el problema es
similar, pero concentrado en bancos locales, en Gran Bretaña es ya del 12,8% y
en Francia el 12%. El problema no es tanto el déficit, como las dificultades
insalvables que existen para refinanciarlo. Centenares de miles de millones de
euros han salido de las arcas públicas para apuntalar a la banca. Ésta, ni
corta, ni perezosa, ha seguido negándose a dar créditos a la producción, para
dedicarse a especular con el dinero prestado. Liquidada la burbuja
inmobiliaria, otras ya se están gestando. Una forma para recuperarse de las fabulosas
pérdidas que tuvieron con el estallido de la crisis. El mismo dinero que se ha
negado a los trabajadores y a las capas pobres de la población. Bancos como el
Citigroup o el Bank of América, que hace tres años estaban quebrados, exhiben
ahora enormes beneficios.
.El gobierno del PASOK
culpa de la situación al anterior gobierno derechista, pero sigue fiel a la
estela marcada por éste. ¿Pagarán la crisis los que la provocaron?, ¿se
confiscarán las grandes fortunas que se engordaron durante años a expensas del
erario público?, ¿aumentarán los impuestos a los grandes capitales? No. La
dictadura de los mercados está por encima de la voluntad del pueblo y los
trabajadores griegos. Una medida de éstas no haría más que ahuyentar a los
capitalistas. El gran capital exige que sean los obreros y los campesinos, la
juventud, los pensionistas, los parados y los pequeños empresarios, los que
paguen la crisis. Los sueldos de los funcionarios y de los trabajadores de las
empresas privadas, las pensiones y los subsidios tienen que congelarse durante
varios años. Los derechos de los trabajadores tienen que ser liquidados, las
indemnizaciones por despido tienen que abaratarse. El sistema público de
pensiones, sanidad y educación tienen que adelgazarse más y más. Todo con tal
de que los capitalistas puedan aumentar su explotación sobre los trabajadores,
que trabajen más por menos, y el excedente de las plantillas debe de ser
expulsado sin contemplaciones, para pasar al gran ejército de reserva de los
que no tienen trabajo. Hay que aplastar la resistencia de los que siguen
exigiendo sus derechos laborales y democráticos. Todo para aumentar la
plusvalía. No importa que la mayoría de la población se rebele contra las
medidas, los mercados son los que mandan y no los votos, ni la voluntad
popular. No importa la masividad y la creciente radicalización de las huelgas y
las manifestaciones. La policía está para defender la voluntad de los
representantes de la patria, aquellos que fueron elegidos por varios años para
convertirse en los nuevos dictadores de la democracia “representativa”. Pero
¿representativa de quién?, ¿A quién representan?, ¿A los que les votaron en las
urnas de la democracia formal? No. Ellos representan a los mercados.
¿Pero quiénes son los mercados de
los que todo el mundo habla? tienen nombre y apellidos, aunque nadie los
mencione. Están controlados por un puñados de bancos, multinacionales y fondos
de inversión. Las hedge funds, por ejemplo, han decido apostar contra el euro,
aprovechando la suspensión de pagos de Grecia. Los responsables de los principales
fondos especulativos, como SAC
Capital Advisors o Soros
Fund Management se
reunieron en Nueva York a principios de febrero para coordinar su ofensiva. El
actual retroceso del euro con respecto al dólar les ha dado ya enormes
beneficios. Tal como dijo Hans Hufschmid, directivo de uno de estos grupos en
The Wall Street Journal: “Esta es una oportunidad para ganar mucho dinero”. Los
representantes del gran capital son los que dictan lo que hay que hacer,
mientras que los gobiernos se limitan a gestionar sus intereses. Los que
provocaron la crisis económica, los que se han enriquecido a costa del saqueo
de naciones enteras, los que se beneficiaron de las ayudas que dieron los
gobiernos, son los mismos que ahora exigen que sean los trabajadores y las
capas pobres de la población los que paguen la salida de la crisis.
La democracia burguesa es la máscara
tras la que se oculta la brutal dictadura del capital. La población es llamada
cada cierto período de tiempo para escoger entre las diferentes variantes de lo
mismo. El votante tiene derecho a elegir entre los distintos representantes del
gran capital [para ejercer el poder].
El derechista Berlusconi
ha lanzado una ofensiva contra los trabajadores en Italia, el izquierdista Papandreu
hace exactamente lo mismo en Grecia. La dureza y profundidad del ataque está
condicionada por las necesidades del gran capital y no por las supuestas
diferencias ideológicas que puedan existir entre ellos. Los ataques contra las
condiciones de vida en Grecia son mucho más duras que las aplicadas por
Berlusconi. Todo depende de la gravedad de la bancarrota del capitalismo en
cada país. Por supuesto, a medida que la crisis se profundice en Italia (o en
el estado español) las medidas serán cada vez más brutales.
Pero la vara de medir de los
políticos burgueses, de izquierdas o de derechas, no se aplica a todos por
igual, aunque en ministro de Finanzas griego, en un alarde de hipocresía sin
límites, declare que han hecho un esfuerzo “enorme” para evitar que los más
desfavorecidos sean los más castigados por la crisis (Público 03/05). Papandreu
y Berlusconi han declarado una amnistía para los capitales evadidos puedan
volver a su país, sin que tengan que declarar su origen y los dos están
dispuestos a rebajar los impuestos sobre los depósitos bancarios.
Pero que nadie se llame a engaño.
Los ataques contra las condiciones de vida de los trabajadores no han hecho más
que empezar. El gobierno del PASOK
pretende congelar los salarios de los funcionarios y los trabajadores, las
pensiones y los subsidios en los próximos años, saqueará el sector público
privatizando las empresas estatales que sean rentables (energía, transporte…) y
abaratará los despidos, subirá los impuestos directos (no los que graven a los
grandes capitales). El presidente del eurogrupo Jean Claude Trichet
ha advertido que Grecia debe de estar preparada para aplicar nuevas medidas,
“si llegan a ser necesarias”, es decir, si los grandes capitales así lo exigen.
No importa que conduzcan a la
miseria a millones de trabajadores griegos, ni que hundan a miles de pequeñas y
medianas empresas, no importa que las medidas provoquen una recesión todavía
más profunda (hundirá los ingresos fiscales y hará de nuevo impagable la deuda
pública), que se calcula del 4% en 2010 y del 2,6% en 2011. No importa que la
sanidad y la educación se vayan al garete. Nada importa, con tal de socorrer a
los bancos que han estado sangrando el país. La democracia burguesa ha
demostrado que es una pantomima para legitimar la codicia del gran capital.
¡Que se vayan todos!
Grecia ha sido la punta de lanza de
la ofensiva del gran capital en el seno de la Unión Europea. El pistoletazo de
salida ya se ha disparado. Todos los países de la UE están preparando sus
respectivos planes de “ajuste”. En Alemania, las medidas que planea Angela Merkel
hacen rechinar el gobierno de coalición con los liberales (especialmente
después de la aparatosa derrota electoral sufrida recientemente). Sarkozy
hace sus deberes en Francia y planea alargar la edad de jubilación. En Gran
Bretaña los planes del nuevo gobierno liberal conservador van en el mismo
sentido. En Italia, el gobierno de Berlusconi conspira contra los trabajadores
y las clases populares para conseguir 27.500 millones de euros más, para pagar
su deuda pública.
En el estado español, el gobierno
del PSOE ha dictado las primeras medidas del ajuste social. Congelación de las
pensiones, recorte salarial de los funcionarios y nuevos tijeretazos en los
presupuestos sociales. El discurso de Zapatero estaba claro, “los mercados”
exigen sangre y la tendrán. El nuevo ajuste pretende “ahorrar” 15.000 millones
de euros, que saldrán íntegramente de los bolsillos de las clases populares,
mientras se mantienen intactos los privilegios de empresarios, banqueros y
especuladores. La ofensiva llega en cascada, primero serán los pensionistas y
funcionarios, después vendrán el resto de los trabajadores. Pero las medidas de
“ajuste” continuarán. La plana mayor de la CEOE
no oculta su regocijo y exige nuevos recortes más duros contra los derechos y
el poder adquisitivo de los trabajadores. Las medidas del PSOE pretenden
aplacar el hambre desatada del gran capital. Pero los dueños del planeta exigen
más, mucho más.
¿Dónde queda la soberanía popular de
la que tanto se llenan la boca los políticos burgueses de derechas, o de
izquierdas?, ¿Dónde se han quedado las promesas electorales del PSOE de
aumentar el poder adquisitivo de las pensiones?, ¿Para qué sirven los pactos
de Toledo? ¿Qué pasa con las intenciones de qué los salarios de
los funcionarios se recuperaran de las pasadas congelaciones salariales? El PP
ha hecho una ridícula parodia de indignación acusando al gobierno de atacar a
los más débiles. Sólo los estúpidos pueden creerse las bufonadas de un Rajoy,
indignado, que se rasga las vestiduras por las clases populares. Zapatero no ha
hecho otra cosa que agachar la cabeza ante los que realmente detentan el poder.
Lo que ofrecen ambos, es más de lo mismo. El gran capital está dispuesto a
desgastar a su opción de “izquierdas”, mientras la situación madura para dar
paso a su alternativa más derechista. La Falta de una alternativa
anticapitalista coherente y combativa facilita que los planes del gran capital
puedan cumplirse, con el PSOE, o con el PP.
Los jerarcas de la Unión Europea, Durão Barroso
y Van Rompuy
han declarado que las propuestas de Zapatero
son “valientes”. El supuesto “valor” del gobierno “socialista” está en aplicar
medidas que golpean a las clases populares, pero ni una palabra sobre su
cobardía frente a los poderosos. Quien paga, manda. La voluntad del gran
capital pesa más que los votos. De aquí que Marx sentenciara con toda razón y
evidencia histórica, que la “la ‘democracia’
es la dictadura del capital”.
Los dirigentes de CCOO y UGT siguen
la misma senda que sus colegas, la burocracia de los sindicatos griegos.
Desconcertados, repiten la misma cantinela: el reparto equitativo de los
sacrificios. Pero el Moloc
capitalista no exige su propia sangre, sino la de los trabajadores y las clases
populares. No quiere el aumento de los impuestos a las grandes fortunas, ni a
los fondos de inversión, ni que se controlen las prácticas especulativas de los
bancos. ¡Ni qué hablar de la nacionalización de las entidades financieras! Eso
no da confianza a los “mercados”. Quiere el recorte de los salarios y las
pensiones, la reducción de los gastos sociales en sanidad y educación. La
huelga de los funcionarios convocada para principios de junio es una válvula de
escape del malestar y la indignación de sus bases. No está planteado un
verdadero plan de lucha y la sola mención de una huelga general les aterra.
Pero ¿no decían que lo primero era
salir de la crisis? Jean Claude Trichet habla de que la crisis actual es la
peor desde la I Guerra Mundial. Y sin embargo las medidas que toman todos los
gobiernos capitalistas “democráticos” no hacen otra cosa que agravarla. ¿Cómo
se entiende esto, si no es porque los intereses del gran capital pasan por
acentuación de la crisis, a costa de la inmensa mayoría de la población?
¿Y si el capitalismo sobrevive?
Muchos alientan la ilusión de que el
capitalismo superará la crisis y las cosas volverán a ser como antes. Nada más
falso. La crisis de 1929 no fue superada por el keynesianismo (que sólo
funciona en las etapas expansivas, y no en las contractivas), ni por el
neoliberalismo a ultranza (los mercados tienden a reequilibrarse), sino por la
II Guerra Mundial. El capitalismo necesita destruir una parte de las fuerzas
productivas para sobrevivir. En la gran guerra murieron decenas de millones de
seres humanos y la Europa industrializada quedó convertida en montañas de
ruinas. Sobre la muerte y la destrucción el capitalismo volvió a reconstruir sus
imperios. Un nuevo orden imperialista siguió depredando la Tierra, y de las
migajas que caían de la mesa del gran festín, derivadas de la explotación sin
contemplaciones de las antiguas colonias y de los recursos del planeta, se pudo
construir el nuevo capitalismo “democrático”. Las “democracias” burguesas
compraron a los trabajadores europeos vendiéndoles la ilusión del estado del
bienestar y del capitalismo con rostro humano. Sin embargo el peso de sus
plusvalías recayó sobre la sobreexplotación de los pueblos de África, Asia y
América Latina.
Las leyes del capitalismo no han
cambiado. Necesita destruir una enorme cantidad de riqueza social para
sobrevivir. No sólo millones de trabajadores están siendo lanzados a la
desesperación y a la marginación social, que implica el desempleo, sino que los
supervivientes, los que conserven o consigan un puesto de trabajo, tendrán que
hacerlo con salarios más bajos, con sus derechos democráticos recortados. La
ley de hierro de la competencia manda. La juventud actual, la generación más
preparada de toda la historia, está condenada a unas condiciones de vida mucho
peores que las de sus padres. El capitalismo en crisis no hace más que engrosar
el ejército de reserva de los parados, para utilizarlos como arma contra la
resistencia de los que todavía tienen trabajo. ¿Alguien con dos dedos de frente
se cree que el abaratamiento de los despidos puede generar puestos de trabajo?
La globalización capitalista ya ha
ensayado con éxito una buena parte de los mecanismos que nos guardan para el
futuro. Si los trabajadores se resisten a perder poder adquisitivo (porque
quieren llegar a final de mes), o pretenden reducir la jornada de trabajo (para
poder estar con sus familias, o disfrutar algo más de la vida), se deslocalizan
las empresas, se cierran las empresas para trasladarlas a otros países donde
los trabajadores gozan de menos derechos, y pueden ser superexplotados más
fácilmente.
El despilfarro de la agónica
sociedad de consumo tiene los días contados, por lo menos para la mayor parte
de los que todavía hace unos años, pretendían formar parte de ella. La nueva
sociedad de consumo será más desigual y estará mucho más jerarquizada, entre
una minoría opulenta y la gran mayoría que se limitará a sobrevivir. Los
economistas burgueses que les queda un poco de honestidad reconocen que una
gran parte de los recursos no renovables del planeta son cada vez más escasos.
El fin de la era del petróleo está más que anunciada. Se puede discrepar en
cuando será el momento, pero ese momento llegará. Muchos de los recursos
renovables hace tiempo que han entrado en un declive sin retorno. La
depredación de la pesca, de las grandes masas forestales, y de la biodiversidad
en general, está provocando una nueva extinción en masa de la vida. Nada volverá
a ser como antes.
Los observadores más agudos hablan
de la decadencia de la democracia. El hastío y la indiferencia de millones de
trabajadores y de las capas medias de la sociedad, incapaces de ver diferencias
significativas entre la derecha y la izquierda del sistema, los lleva a
abstenerse en las elecciones. El populismo derechista explota el miedo de la
población, desvían el malestar social hacia los sectores más débiles que no
pueden defenderse (antes eran los judíos y los gitanos, ahora son los
inmigrantes y particularmente los musulmanes). Grandes campañas estimulan el
odio y el recelo a los que son diferentes, a los que no conocemos. Se les culpa
de ser fanáticos terroristas, de no pagar impuestos, de aprovecharse del estado
del bienestar, de quitarle los puestos de trabajo a los autóctonos (resulta
curioso que no se hable de los empresarios, que son los verdaderos
beneficiados). La extrema derecha crece en muchos países, gracias a la
imbecilización social. El grotesco Jean-Marie le pen
clamaba ¡los franceses primero! Es decir, dividir a los trabajadores por su
origen, para que se enfrenten entre ellos por el “derecho” a ser explotados por
los capitalistas.
Y dado que la palabra “democracia”
se ha venido definiendo falsamente como “el gobierno del pueblo”, lo cierto no
es eso. Porque durante cada elección periódica, lo que hacen los ciudadanos en
modo alguno es gobernar, sino delegar dividiendo su voluntad política entre los
distintos representantes que se disputan el ejercicio efectivo y real de ese
poder en las instituciones estatales. Así las cosas, desde ese momento el
pueblo es despojado totalmente del presunto “gobierno popular”, que así pasa periódica
y alternativamente a ser ejercido por las mayorías electas de los partidos
políticos en disputa por ese poder. De este modo, los gobiernos y parlamentos
se transforman en los llamados circos
mediáticos. Como los gobernantes electos sólo viven para preservar
el sistema y forrarse posando ante los grandes medios de comunicación, mientras
tanto el poder político real se aposenta en organismos y sujetos advenedizos no
democráticos, a los que sólo accede una pequeña minoría muy selecta de
políticos [corruptos institucionalizados]
y [demás minorías de burgueses] oligarcas.
Este panorama cada vez más tenebroso,
apunta a que el capitalismo agónico necesite desembarazarse cada vez más de sus
ropajes pseudodemocráticos, para apuntalar su dominio con medidas autoritarias,
que se agudizan a medida que se agrava la crisis [terminal del sistema] y aumenta el malestar social [contrarrestado] por formas
fascistizantes que aplasten e impidan cualquier conato de resistencia. La
guerra y nuevas formas de fascismo, la pobreza generalizada y la
sobreexplotación de los trabajadores, el agotamiento de los recursos naturales,
el cambio climático y la extinción de la mayor parte de las especies que hoy
pueblan el planeta. Éste es el futuro que nos aguarda si no acabamos de una vez
por todas con la dictadura del
capital. La célebre frase de Rosa
Luxemburgo resuena en la sociedad cada vez con más fuerza:
¡Socialismo o barbarie!
(Versión digitalizada del texto ver
en: http://revista-edm.org/?q=democracia-o-dictadura-del-capital-que-se-vayan-todos).