Breve historia de la democracia directa y su posterior falsificación,
convertida en “democracia” representativa
<<Los que se han preparado intelectualmente para gobernar en las
instituciones políticas del capitalismo —y con tal fin se dejaron instruir convenientemente
por los aparatos ideológicos de su Estado respectivo—, son unos potenciales corruptos
que aprenden a serlo ejerciendo el poder. Y los ciudadanos de a pie, que solo
se han venido preocupando por la sociedad en las elecciones periódicas para
delegarles el poder, aunque ignoren la estupidez que cometen no dejan por eso
mismo de ser unos irresponsables>>. (Anónimo).
El origen del vocablo democracia se remonta a la etapa esclavista en Atenas, inmediatamente
posterior al gobierno timocrático
liderado por Solón (638 a C –
558 a C), palabra formada por los términos del alfabeto griego “timé” que
significa honor y “kratia” (gobierno), donde tal virtud del honor por lo
general se sustentaba en el respectivo patrimonio personal del agraciado. En la segunda
mitad del siglo VI, Atenas cayó bajo la tiranía del aristócrata Pisístrato, al que le
sucedieron sus herederos Hipias e Hiparco. Pero en el año 510 a. C y a pedido de Clístenes
de Atenas
(570 a C –
507 a C) el
rey espartano Cleómenes
I
logró que los atenienses derrocaran a la tiranía. Poco después, empero, Esparta
y Atenas iniciaron relaciones hostiles, y Cleómenes I instauró a Iságoras como arconte pro-espartano. Ante
tales circunstancias y con el fin de evitar que Atenas se convirtiera en un “gobierno
de paja” (transitorio) cayendo bajo el reinado en Esparta, Clístenes propuso a
sus conciudadanos atenienses —pequeños y medianos esclavistas propietarios de
tierras—, que acabaran con la tiranía de los aristócratas terratenientes encabezando
una revolución política, para instaurar un régimen de gobierno en el que todos los ciudadanos compartieran
el poder, independientemente de su status económico y social de modo que así, Atenas
se convirtiera en una democracia.
El resultado fue que los ciudadanos atenienses
abrazaron esta idea con tanto fervor, que después de derrocar al aristócrata
Iságoras implantaron las reformas revolucionarias de Clístenes. Así fue como
los atenienses pudieron repeler y superar la tiranía, triunfando sobre una
invasión a tres frentes de los espartanos, que pretendían reinstaurar al
déspota Iságoras. La llegada de la democracia resolvió muchos de los problemas
de Atenas, dando inicio a una “edad de oro” para sus habitantes. Clístenes elevado a la condición de caudillo
en la polis de esa ciudad, la dividió territorialmente en diez tribus (filas). Mientras
que las cuatro antiguas estaban formadas de acuerdo con el parentesco entre
familias y clanes dominantes, las nuevas diez filas de Clístenes se
constituyeron según el principio de parroquias
territoriales. Es decir, que no estaban integradas según el status
social de clanes familiares, sino por su localización en barrios, cuyos
habitantes llamados ciudadanos
formaban un “demos” (pueblo), diez demos formaban una fila (tribu) y cada fila
un regimiento. Fue aquella una etapa en la que el status social de las mujeres
no había perdido aun dignidad humana, descendiendo posteriormente a la
condición de esclavas tal como así lo pudo verificar Aristóteles (384 a C – 322
a C), quien asumió y consagró el esclavismo, como la cosa más natural del mundo.
La historia en este Planeta ha
demostrado, que la inmensa mayoría
minoritaria de los intelectuales más destacados en cada etapa histórica
del desarrollo humano, fueron y siguen siendo unos despreciables oportunistas lacayos de sus respectivas clases
dominantes, de las cuales aspiraron y siguen aspirando a ser parte constitutiva.
Y Aristóteles no ha sido una excepción. Para comprobarlo, basta con leer atenta
y desprejuiciadamente el Libro primero de su obra que tituló “Política”, donde comienza demostrando la verdad de que el ser humano
genérico —sin distinción de sexo— es en todas partes por naturaleza, un animal
social y, por tanto, la comunidad
(de los esclavistas) viene a ser la “conditio sine qua non” de que cada
individuo como tal exista con dignidad:
<<Así
pues, es evidente que la ciudad es por naturaleza y anterior al individuo;
porque si cada uno por separado no se basta a sí mismo, se encontrará de manera
semejante a las demás partes, en relación con el todo. Y el que no puede vivir
en comunidad, o no necesita nada por su propia suficiencia, no es un miembro de
la ciudad sino una bestia o un dios>>. (Op. Cit. Ed. Gredos España/1988 Pp. 52).
Y seguidamente pasó a definir al individuo
merecedor de ser libre y vivir en sociedad, como un ser civilizado y virtuoso,
que respeta la ley vigente y aunque poseyendo armas, sólo las utiliza “al
servicio de la sensatez y la virtud”:
<<…Por eso, sin virtud, es el ser más
impío y feroz y el peor en su lascivia y voracidad. La justicia, en cambio, es
el valor cívico, pues la justicia es el orden de la comunidad civil, y la
virtud de la justicia es el discernimiento de lo justo>>. (Ibidem).
Pero al analizar la administración de
una casa como parte integrante de la sociedad, Aristóteles se olvidó de la
virtud propia de todo ser humano
genérico sin distinción de clase social, decidiendo asumir como normal,
virtuosa y justa, la propiedad ejercida por los esclavistas sobre sus
semejantes de condición esclava en cualquier casa, basada en esa otra supuesta
“virtud” de la conquista de territorios por la fuerza convirtiendo a sus
habitantes en esclavos, o bien obteniéndolos en el mercado reducidos a meros instrumentos:
<<Ahora
bien, la propiedad es una parte de la casa, y el arte de adquirir, una parte de
la administración doméstica (pues sin las cosas necesarias es imposible tanto
vivir como vivir bien). Y lo mismo que en las artes determinadas es necesario
disponer de los instrumentos apropiados si ha de llevarse a cabo la obra, así
también [debe ser] en la administración doméstica. De los
instrumentos, unos son inanimados y otros animados; por ejemplo, para un
piloto, el timón es inanimado, y animado el vigía (pues en las artes el
subordinado hace las veces de un instrumento). Así también, las posesiones son
un instrumento para la vida y la propiedad es una multitud de instrumentos;
también el esclavo es una posesión animada, y todo subordinado es como un
instrumento previo a los otros instrumentos.
Pues si
cada uno de los instrumentos pudiera [automáticamente] cumplir
por sí mismo su cometido obedeciendo órdenes o anticipándose a ellas, si, como
cuentan las estatuas de Dédalo[i] o
los trípodes de Hefesto, de los que dice el poeta que entraban por sí solos en la asamblea de los dioses[ii],
las lanzaderas tejieran solas y los plectros tocaran la cítara, los constructores no necesitarían ayudantes ni los amos
esclavos>> (Ibídem. Pp.
53. Lo entre corchetes nuestro).
En
tiempos de Clístenes más de cien años antes de Aristóteles, la sociedad
dividida entre amos y esclavos seguía esencialmente siendo la misma. Pero los
esclavistas en su calidad de ciudadanos, ya estaban organizados en los llamados
“demos”, comunidades rurales habitadas cada una por entre 100 y 300 ciudadanos
llamadas tribus, circunscripciones territoriales donde sin distinción de
patrimonio predominó la democracia. En cada uno de los demos participaban
conjuntamente ciudadanos en calidad de vecinos, quienes por sorteo elegían periódicamente
a representantes que pasaban a integrar Consejo rector de la polis ateniense. Así
fue que cada uno de los demos elegía mediante sorteo entre sus ciudadanos a un candidato para
desempeñar el cargo de arconte.
Y de todos los candidatos así sorteados en los demos, se designaban luego,
también por sorteo, a diez arcontes por el período de un año, no pudiendo
hacerlo por segunda vez en toda su vida.
Político perspicaz, Clístenes se dio
cuenta de que para movilizar a las masas de pequeños y medianos propietarios contra
las grandes familias, fue necesario beneficiarles con ventajas económicas y una
mayor asistencia legal. La orden fundada por él garantizó a cada ciudadano la isonomía o igualdad de todos los esclavistas
ante la ley. Por primera vez en la historia, la democracia vigente en esa época
consideró que todos los ciudadanos
(no sometidos a esclavitud), tenían el derecho a participar directamente en la Asamblea, para intervenir en ella
decidiendo por mayoría los destinos
de la Polis. He aquí formulado por primera vez en la historia el
concepto de democracia directa,
en contraposición a la tiranía oligárquica, de la cual ha derivado la más
actual y no menos tiránica “democracia”
representativa. Gracias a las reformas de Clístenes en el año 508 a C,
la constitución de la polis ateniense llegó a ser “democrática” y así lo confirmó Aristóteles. Esta
constitución no sólo adquirió su estructura básica, sino también su definición
ideológica y terminológica: la polis de Atenas fue una democracia, o sea un régimen
vecinal comunal, dentro del cual la nominación primaria de los
candidatos para los cargos en el Estado, se efectuaba mediante sorteo en las
parroquias vecinales llamadas demos. Estas reformas de Clístenes en la
etapa esclavista típica en el Siglo VI a C., —adoptadas por Aristóteles
posteriormente, pueden ser consideradas como la culminación de los procesos positivos
del desarrollo político que alumbró la primera
democracia del mundo:
<<Establecidos estos supuestos y siendo tal la
naturaleza del poder, he aquí los procedimientos democráticos: Elegir todas las
magistraturas entre todos; que todos manden sobre cada uno y cada uno por turno,
sobre todos; que las magistraturas se designen por sorteo, todas o las que no
requieren experiencia y conocimientos técnicos; que las magistraturas no dependan
de ninguna tasación de la propiedad o de la menor posible; que la misma persona
no ejerza dos veces ninguna magistratura; (…) que las magistraturas sean de
corta duración, todas o en las que sea posible; que administren justicia todos
los ciudadanos, elegidos entre todos, y sobre todas las cuestiones o sobre la
mayoría, y las más importantes y primordiales, por ejemplo, la rendición de
cuentas, la constitución y los contratos privados; que la asamblea tenga
soberanía sobre todas las cosas, o sobre las más importantes>>. (Aristóteles: “Política”. Libro VI Ed. cit. Pp. 370-371).
Según el propio Aristóteles, en cada
etapa distintiva del desarrollo humano se han ido sucediendo distintos regímenes de gobierno y cada uno
de ellos ha recorrido necesariamente un proceso evolutivo, entre la perfección y la degeneración, afirmando el Estagirita con asombrosa inteligencia
predictiva, que dichos regímenes…:
<<…difieren unos de otros específicamente y que
unos son anteriores y otros posteriores. Los defectuosos y degenerados serán
forzosamente posteriores a los (que en su origen fueron) perfectos>> (Aristóteles: “Política”.
Libro III parágrafo 1275b. Ed. cit. Pp. 154. Lo entre paréntesis y el subrayado nuestros).
O sea, que si tenemos en cuenta los más
de cien años transcurridos en Grecia desde que Clístenes imaginó y logró imponer
la revolución democrática en Atenas, cabe concluir que Aristóteles debió ser
consciente de la acusada degeneración de su pensamiento justificador del estado
de cosas en su tiempo. Las reformas políticas de Clístenes proporcionaron un
fundamento organizativo para ese nuevo régimen político de gobierno en Atenas,
al que hoy se conoce por “democracia ateniense”. La base funcional de las
estructuras políticas en aquella democracia originaria, eran las reuniones
vecinales por parroquias (demos), para resolver entre todos los ciudadanos los problemas emergentes en la
sociedad, de donde todo aquel régimen de gobierno recibió su nombre. Era de
carácter comunal y vecinal de agricultores asentados, propietarios de tierra de
labor que administraban el trabajo de sus propios esclavos. Los” demos” eran
células constitutivas de la democracia ateniense, semejantes a las parroquias
eclesiásticas que todavía hoy forman las estructuras sociales básicas de la
Iglesia católica. Y dado que había más demos que cargos políticos, estos
últimos se designaban mediante sorteo.
De este modo, la soberanía democrática pertenecía
exclusivamente a los demos (pueblos) y no podía ser enajenada a favor de partidos u otras corporaciones, ni
de estructuras en la sombra que pudieran estar conspirando detrás de ellos,
como ha venido sucediendo cada vez más corrompidamente bajo el capitalismo desde
la Revolución Francesa en el Mundo hasta hoy. De tal modo que la definición original de la
democracia, entendida como la promoción de candidatos para ocupar cargos
estatales auspiciados por aparatos
partidarios —que actuaban como factores de influencia—, bajo el
gobierno de Clístenes esa forma de gobierno era considerada antidemocrática. Porque los partidos —como
partes independientes constitutivas de un todo— dividían al pueblo sembrando la
discordia y lucha permanente entre ellos —tal como sucede hoy día— en lugar de
colaborar para los fines de mantener al pueblo unido. Donde el poder supremo no
lo detenta ningún sujeto o grupo de sujetos, sino la ley establecida por la voluntad mayoritaria del pueblo.
Este fue el antecedente histórico más remoto que posteriormente inspiró en Abraham
Lincoln su célebre consigna
política durante su discurso pronunciado el 19 de noviembre de 1863, poco
después de la batalla de Gettysburg, cuando propuso instaurar “el gobierno del pueblo, por el pueblo y
para el pueblo”.
Este mismo principio de unión ideológica, ética y política del pueblo
griego según las leyes vigentes, fue el que prevaleció en Grecia antes de que
su ejemplar democracia degenerara en el más disoluto mundo aristocrático de
aquél país, que comenzó su proceso decadente y deletéreo desde que Alejandro
Magno —discípulo de Aristóteles— pasó a gobernar en el Siglo IV a C como Rey de
Macedonia desde 336 a C hasta su muerte. Un déspota militar creador de la Dinastía Argéada (21/07/356 a C – junio 323 a C), que
desbarató mediante las armas la primera etapa comunal y vecinal de la ejemplar Polis
griega democrática en Atenas —como hemos visto auspiciada por Clístenes— extendida
a los imperios bizantino y ruso. Estamos hablando de la democracia directa basada en el principio de unión entre
distintos pueblos en torno a la ley sancionada por ellos mismos. Unión que también
fue consagrada por el Evangelio cristiano advirtiendo que:
<<Todo reino en sí dividido será
desolado; y toda ciudad o casa en sí dividida no subsistirá>> (“Sagrada
Biblia”: Mateo: Cap. 12 Versículo 25. Ed. Biblioteca de Autores Cristianos.
Madrid/1991 Pp. 1244).
Esto fue, precisamente, lo que con
fatídica predicción sucedió desde los tiempos del más remoto Reino de
Israel (1030 – 930
a C) y posteriormente en Grecia bajo el reinado de Alejandro Magno, enfrentado
a sus enemigos interiores tan disolutos como él. Según cuenta el historiador
griego Diodoro de Sicilia, el 2 de junio de 323 a C, —durante los 12 días previos
a su muerte—, Alejandro participó en un banquete organizado por su “amigo” Medio de Larisa, en el palacio babilónico de Nabucodonosor II. Tras
una noche de borrachera, en la que bebió un enorme bol de vino en honor a Hércules, el emperador cayó gravemente
enfermo. Diodoro cuenta que Alejandro
padeció fiebre alta, escalofríos y cansancio generalizado, unido
a un fuerte dolor abdominal, náuseas y vómitos. Hasta que pocos días después fue
incapaz de andar y hasta de hablar. Su
muerte por causa de tal exceso, provocó un colapso en el imperio y, con
el tiempo, su desaparición. Alejandro no dejó ningún heredero legítimo: su
hermano Filipo Arrideo era deficiente; uno de sus hijos, Alejandro, nació tras su muerte
y, el otro, Heracles, era
bastardo y siempre fue cuestionada su paternidad. Para arreglar la situación,
cuando los generales le preguntaron en su lecho de muerte sobre su testamento,
no estaba presente el que era su más probable sucesor: Crátero, comandante de la parte más poderosa de su ejército,
la infantería.
En síntesis, el concepto de democracia
—palabra compuesta por los vocablos griegos Demos, (pueblo), y kratein, (gobernar), cuyo significado se
traduce literalmente por el Gobierno
del Pueblo, merced al principio de humanidad encarnado en Clístenes, supuso
históricamente una irrupción drástica en la política de la sociedad griega respecto
de la vigente 500 años antes (desde el siglo VI a. C.). Un cambio
revolucionario que debilitó enormemente las viejas estructuras aristocráticas totalitarias
en Atenas, sin dejar de ser esclavistas.
Del esclavismo al feudalismo
En su obra titulada “Orígenes y
fundamentos del cristianismo”, Karl Kautsky describió el posterior proceso degenerativo
del esclavismo, más allá de aquella etapa histórica postrera de aquel régimen, desde
que la democracia griega clásica también degeneró hasta desaparecer disuelta en
el Sacro Imperio Romano, que signó el fin del sistema esclavista y el
nacimiento del feudalismo. Como es
sabido, tanto los esclavistas griegos como los romanos, habían venido
profesando el politeísmo. Por el
contrario, los cristianos bajo el naciente modo
de producción feudal, nunca toleraron que su Dios único compartiera el supuesto
poder divino con otra deidad, y menos aún con la figura humana de ningún
emperador. Por eso, y porque tres cuartas partes de su prédica religiosa estuvieron
inspiradas en las sagradas escrituras —hipócritamente basadas en la glorificación de los pobres— los
primitivos cristianos fueron objeto de persecución por los esclavistas, de los
cuales se refugiaban en las llamadas catacumbas, únicos reductos subterráneos donde clandestinamente podían oficiar a
salvo sus ceremoniales del culto al espíritu de la “Santísima Trinidad”.
Sin embargo y a pesar de sus
diferencias doctrinales con la religión politeísta, políticamente hablando el
cristianismo no ha incidido para nada en el proceso de extinción del sistema esclavista. De hecho,
durante siglos este movimiento religioso subsistió en los intersticios del
imperio romano esclavista, aceptando de muy buen grado ese régimen. E incluso cuando
este modo de producción se deslizó por la pendiente hacia su desaparición, los
cristianos jamás han hecho nada por impedir el subsistente comercio de esclavos, al que se dedicaron sus
propios fieles acaudalados en todas partes, ya sea entre los bárbaros germanos
del norte, entre los venecianos en el Mediterráneo y, a partir del siglo X en
el —a la postre triunfante Sacro Imperio romano
germánico— que
presidió políticamente el tránsito del feudalismo al capitalismo. Desde el
siglo IX los clérigos de la jerarquía cristiana se acomodaron a la nueva realidad
efectiva de la Edad Media, convirtiendo a su Santa Iglesia Católica en
propietaria feudal, tanto para agrandar el "reino de Dios" en la
conciencia de sus fieles, como al mismo tiempo sus propios bienes terrenales
que compartieron con los nobles aristócratas feudales en cada reino. Así las
cosas, la explotación del trabajo servil reemplazó al esclavo cuando el
desarrollo de las fuerzas productivas dejó sin
sentido económico la justificación aristotélica de la esclavitud, cuya
lógica social había culminado en el derecho romano, con el ya mencionado “ius utendi et ius abutendi” (uso y
abuso) de los esclavos, a los que el propio Aristóteles definió como instrumentum vocale
(instrumentos que hablan). Así, el
feudalismo cristiano —tal como antes el esclavismo—, necesitó una justificación
ideológico-religiosa suya propia distintiva. Y así como para tal fin el
esclavismo apeló al politeísmo, el feudalismo encontró esa justificación suya en
el monoteísmo. Lo hizo abrazado a la misma línea
ideológica tradicional del dualismo
entre alma y cuerpo en la criatura humana. La misma división ideológico-religiosa
macro-cósmica dominante durante la esclavitud, entre el Cielo como hábitat de
los dioses eternos y la Tierra de los mortales.
Pero el alma humana, que
bajo el esclavismo había sido concebida como sustancia pura (creadora) en el sentido aristotélico, atribuida en exclusividad
a los propietarios esclavistas.
En cambio, para el espíritu cristiano que acabó por prevalecer bajo el dominio
político de los señores feudales, ese atributo pasó a ser algo común a todos los seres humanos,
concebidos como criaturas del Dios único supuestamente creados por él a su
imagen y semejanza, sin distinción de clases, nacionalidad, sexo o raza. Tal es
el concepto de almas todas
ellas universalmente iguales entre sí, que distinguió a la filosofía del
feudalismo respecto del esclavismo. Un nuevo concepto piadoso del poder interpersonal limitado, que
los señores feudales pudieron seguir ejerciendo sobre sus súbditos, pero bajo
la forma catequética del sentido común
reflejada en el "no matarás" del quinto mandamiento cristiano, que
acabó con el esclavista ius utendi et ius abutendi.
De esta idea se apropió posteriormente
la burguesía por mediación de sus intelectuales orgánicos, quienes se encargaron de rescatar
el concepto religioso de igualdad de las almas ante Dios en su reino celestial,
trayéndolo del Cielo a la Tierra para abonar el terreno en el que germinó el
concepto de que todos los sujetos son iguales ante la ley, entendiendo a las almas ya no como sustancias
inmateriales puras y etéreas, sino como concretas almas propietarias no de personas sino de cosas, disponiendo
además de prestaciones personales de servicios —como es el caso del trabajo
ajeno— para disponer de él por tiempo
determinado, que así de servil pasó a ser asalariado a instancias del contrato laboral,
base social que lo fue del capitalismo.
En síntesis, la ideología cristiana —que
prevaleció bajo el feudalismo so pretexto de que todas las almas son iguales
ante Dios en el Reino de los cielos—, bajo el capitalismo pasó a ser una
igualdad ante la ley en la Tierra que, al consagrar la propiedad privada sobre
los medios de producción y de cambio,
dejó intangible la desigualdad
económica entre los individuos y, a través de ella, la desigualdad
social y el distinto grado de libertad entre unos y otros. Y donde como siempre
los menesterosos y subalternos siguieron siendo mayoría frente a los opulentos económica
y políticamente poderosos, cada vez más minoritarios. Pero al concebir el alma propietaria
como sustancia común a todo
ser humano por obra de la divinidad,
la Iglesia católica renegó del
derecho romano esclavista al ius utendi
et abutendi (uso y abuso) de unos seres humanos sobre otros,
trasladando aquel poder humano omnímodo exclusivamente al Dios cristiano en su
reino celestial. Dicho de otro modo, remitió el poder absoluto de los seres humanos esclavistas, de la
Tierra al Cielo.
Así las cosas, todas las clases minoritarias
dominantes que lo fueron y lo siguen siendo sin solución de continuidad en la
historia de la humanidad —posterior al comunismo primitivo—, han necesitado
justificar ideológicamente el dominio que han ejercido sobre sus respectivas clases
subalternas. En la moderna filosofía política capitalista de los DD.HH., la justificación ideológica de
la burguesía como clase explotadora dominante se instrumentó a instancias del
término idiomático alemán “Aufheben”, utilizado por Hegel para definir todo
aquello que se supera y al mismo tiempo se conserva, como por ejemplo ha venido
sucediendo con la explotación del
hombre por el hombre, que cesa con la sucesiva superación histórica del
esclavismo y el feudalismo, pero que bajo otra forma asocial de dominación y
servidumbre, se sigue todavía hoy conservando esencialmente bajo el capitalismo. Etapas donde antes y
después de Clístenes, en los hechos la “democracia” entendida como “el gobierno
del pueblo”, en realidad no ha sido más que una vil falsificación de lo que esa
palabra significa en términos de humanidad.
En la sociedad esclavista, el derecho de propiedad,
esto es, la libertad, se
reservaba exclusivamente a una parte de la sociedad: los amos propietarios
territoriales, cuyo poder económico y político sobre la otra parte: los
esclavos, era ejercido de modo absoluto, o sea, que disponían discrecionalmente
sobre ellos, hasta el extremo de poder decidir sobre su propia existencia. ¿Cuál
fue la justificación ideológica de esta realidad efectiva? Para los amos
griegos y romanos de aquellos tiempos, dejaba de ser libre quien siendo persona
humana no se perteneciera a sí mismo sino a otro, según el concepto de
propiedad. Tanto si hubiera nacido del útero de madre esclava como comprado o
sometido por la fuerza a tal condición subalterna. Así, del ejercicio de la
propiedad de unos seres humanos sobre otros —derivada de las guerras de
conquista o el comercio—, parecía emanar el señorío y capacidad de mando jerárquico
sobre el cuerpo sin alma del
esclavo. Tal como —siguiendo a Platón— ha entendido Aristóteles este asunto:
<<El
ser vivo está constituido, en primer lugar, de alma y cuerpo, de los cuales uno
(el alma) manda por naturaleza y el otro es mandado. (...) Es posible
entonces, como decimos, observar en el ser vivo el dominio señorial y el
político, pues el alma ejerce sobre el cuerpo un dominio señorial, y la
inteligencia sobre el apetito un dominio político y regio. En ellos resulta
evidente que es conforme a la naturaleza y conveniente para el cuerpo ser
regido por el alma, y para la parte afectiva ser gobernada por la inteligencia
y la parte dotada de razón, mientras que su igualdad o la inversión de su
relación es perjudicial para todos.
También
ocurre igualmente entre el hombre y los demás animales, pues los animales
domésticos tienen una naturaleza mejor que los salvajes, y para todos ellos es
mejor estar sometidos al hombre, porque así consiguen su seguridad. Y también
en la relación entre el macho y la hembra, por naturaleza, uno es superior y
otro inferior, uno manda y otro obedece. Y del mismo modo ocurre necesariamente
entre todos los hombres.
Así, pues,
todos los seres que se diferencian de los demás tanto como el alma del cuerpo y
como el hombre del animal (se encuentran en esta relación todos cuantos su
trabajo es el uso del cuerpo, y esto es lo mejor de ellos), estos son esclavos
por naturaleza, para los cuales es mejor estar sometidos a esta clase de mando,
como en los casos mencionados. Pues es esclavo por naturaleza el que puede ser
de otro (por eso precisamente es de otro) y el que participa de la razón tanto
como para percibirla, pero no para poseerla; pues los demás animales no se dan
cuenta de la razón, sino que obedecen a sus instintos>>. (Aristóteles: "Política"
Libro I 1254a-1254b. Ed. Gredos España/1988 Pp. 57-58).
En virtud de esta justificación
ideológica del hecho real de apropiación de mano de obra esclava por parte de
la aristocracia esclavista, los amos podían disponer omnímodamente de sus esclavos, no solamente sobre su fuerza
de trabajo sino sobre sus propias vidas, al extremo permisivo de hacerles
trabajar hasta la extenuación mortal, pudiendo decidir en todo momento y por
cualquier motivo su desaparición física, sin responder por eso ante nadie. Todo
esto está recogido en el concepto
de “ius utendi et ius abutendi”, que traducido del latín significa derecho
al uso y abuso discrecional del esclavo por parte de su amo propietario. Semejante
trato brutal estuvo en la causa de lo que Kautsky llamó “inferioridad técnica
del sistema esclavista”, debido a que como respuesta el esclavo descargaba su
ira sobre el ganado y demás “herramientas inanimadas”, que de tal modo
encarecían el trabajo a pesar de que sus dueños las mandaban fabricar toscas,
resistentes y pesadas:
<<Poco inteligente, descontento, malicioso,
deseando una ocasión para dañar al odiado (amo) atormentador
dondequiera que la oportunidad se presentase, el trabajo del esclavo del
latifundio producía mucho menos que el del campesino libre. Plinio, en el
primer siglo de nuestra era, ya señalaba lo fructíferos que eran los campos de
Italia cuando el agricultor mismo los trabajaba, y qué intratable se había
vuelto la Madre Naturaleza al ser maltratada por esclavos aherrojados y
marcados>>. (K. Kautsky: Op. Cit. Pp. 41. Lo entre
paréntesis nuestro).
Habiendo florecido mediante la conquista de
territorios y el sometimiento de sus habitantes a la condición de esclavos, el modo esclavista de producción
decayó hasta desaparecer, al ir dejando de producir más de lo que costaba
mantenerlo. Esto sucedió en la misma medida en que el Estado romano —que basó
el derecho a la existencia de su imperio en el mantenimiento del orden interior
y la protección, contra el asedio y ataques de los llamados
"bárbaros"—, se vio en la necesidad de acrecentar su ejército, cuya
base social de reclutamiento y fidelidad eran los campesinos libres, tanto más
cuanto más amplias y extensas se iban haciendo las fronteras bajo dominio
romano.
Así, las continuas luchas de
expansión y defensa del Imperio esclavista fueron diezmando a su población
campesina libre, lo cual lógicamente mermó la producción agraria, única base
económica imponible para sufragar los gastos del Estado, al tiempo que las
bajas en su ejército de conquista obligó a contratar soldados mercenarios poco
fiables. El incremento exponencial de los gastos del Estado para fines bélicos,
y la drástica disminución consecuente de los campesinos libres —caídos en
combate— que formaban las filas de sus ejércitos, convirtieron al Imperio
romano en una gigantesca y complicada maquinaria de expoliación fiscal de sus
cada vez más diezmados súbditos, sometidos a una presión impositiva
insoportable. Tanto más ruinosa para la economía campesina de los
contribuyentes romanos, cuanto más extensos, onerosos y difíciles de defender,
se fueron haciendo los dominios geográficos y poblacionales del imperio.
Para ponerse a salvo de la forzada y
violenta exacción por parte de los funcionarios, de
los magistrados y de los usureros del imperio esclavista decadente, fueron cada
vez más los pequeños propietarios romanos libres que desertaron del ejército, buscando
protección en los cada vez más poderosos señores feudales entre los bárbaros
germanos del norte —convertidos en grandes terratenientes—, a quienes les
transfirieron el derecho de propiedad sobre sus tierras limitándose a trabajar
en ellas por lo mínimo necesario para vivir. Así fue como las haciendas de los
desertores romanos libres convertidos en siervos de sus respectivos señores
feudales, fueron divididas en pequeñas parcelas para hacerles trabajar en ellas
por una remuneración anual fija o por el régimen de aparcería, pasando a tributar al señor
propietario la mayor parte del valor contenido en los productos
resultantes.
Con la declinación del imperio
esclavista según se expandían las fronteras de su dominio geográfico
conquistado —cada vez más difícil de proteger y gobernar—, los desertores
convertidos en siervos que permanecían sujetos a la tierra en que trabajaban y
podían ser vendidos con ellas, pasaron a constituir la más amplia base social
explotable del emergente modo de
producción feudal que suplantó al esclavista. A diferencia del
esclavismo, sus trabajadores no eran sometidos al poder absolutista de sus superiores jerárquicos, pero
tampoco llegaron a ser formalmente libres. En tal sentido, puede decirse que el
feudalismo fue un modo de producción superior,
alternativo y transitorio, a medio camino del proceso histórico entre
la esclavitud y el trabajo asalariado capitalista.
La explotación del trabajo servil
reemplazó al esclavo, cuando este último dejó de producir más de lo que costaba
mantenerlo. Por su parte, el feudalismo necesitado de una ideología propia, la
encontró en el cristianismo. El monoteísmo cristiano siguió en la línea del
dualismo entre alma y cuerpo, como una réplica —a nivel de la criatura humana—
del dualismo religioso macro-cósmico entre el Cielo y la Tierra. Pero allí
donde —según Aristóteles— el alma era la sustancia propia y exclusiva de los amos
propietarios, ese atributo bajo el cristianismo pasó a ser lo común a todos los seres humanos en tanto criaturas
del Dios único. Los esclavistas griegos y romanos distinguían entre seres
humanos propietarios poseedores por lo tanto de alma, respecto de sus esclavos carentes
de ella, que así devenían naturalmente en simples instrumentos dependientes de la
voluntad absoluta de sus propietarios. La sociedad esclavista consagraba así,
filosófica y jurídicamente, las prerrogativas terrenales absolutas de los amos
sobre sus esclavos. El cristianismo, en cambio, al concebir el alma como
sustancia puesta en cada ser humano por obra de la divinidad, como propietaria
vitalicia de su relativo cuerpo que sólo cesaba con la muerte, negó el derecho
romano al ius utendi et abutendi de unos seres humanos sobre otros,
trasladando todo ese poder omnímodo sobre el destino de las almas al Dios único,
o sea, de la Tierra al Cielo. Y para ello hizo valer la doctrina del "no
matarás" consagrada por el quinto mandamiento.
Del feudalismo al capitalismo
Siguiendo esta tradición introducida
por el cristianismo en la sociedad feudal, la burguesía bajo el moderno
capitalismo justificó la explotación del hombre por el hombre, basada en el
trabajo de libre disposición por cada sujeto de condición asalariada, haciendo
suyo el fundamento divino acerca de la igualdad de los seres humanos como almas
propietarias de su relativo cuerpo. Pero no ya en el cielo y ante Dios, sino en
la Tierra y ante la ley civil
que puso en vigencia el contrato de
trabajo. De este modo, el ius abutendi de la sociedad esclavista pasó a
ser no sólo una conducta religiosamente pecaminosa, sino también jurídicamente
delictiva y criminalizada por el derecho positivo moderno. Para eso, la
burguesía hubo de acabar previamente con las relaciones sociales de señorío y
servidumbre, basadas en la dependencia subjetiva o personal directa de unos
seres humanos sobre otros, procediendo a transformarlas en relaciones sociales
mediadas por cosas u objetos de propiedad enajenables, que se compran, prestan y/o
venden. Bajo estas condiciones impuestas por la nueva realidad efectiva del
capitalismo, la burguesía pudo utilizar
la doctrina religiosa y filosófica tradicional del dualismo entre alma y
cuerpo, para introducir un elemento de progreso humano indiscutible, que
consistió en rescatar y hacer vigente en la sociedad humana terrenal, el
concepto cristiano de igualdad de los seres humanos en tanto almas propietarias,
que la doctrina religiosa bajo el feudalismo había relegado al reino de los cielos.
Por otra parte, el capitalismo no
sólo adoptó sino que universalizó el vigente dualismo filosófico tradicional,
según el cual el alma de cada sujeto predomina sobre su relativo cuerpo —la
voluntad individual— dejando de tal modo sin
sentido y eficacia la supeditación personal entre unos y otros seres
humanos vigente bajo el esclavismo y el feudalismo, pasando a consagrar la
relación de dominio del alma sobre el cuerpo en cada individuo sin distinción.
De este modo, todos los seres humanos vienen a ser iguales en tanto almas que
disponen libremente de lo que es suyo propio, incluyendo naturalmente a su
cuerpo. Ahora bien, si en la sociedad capitalista deja de haber amos y esclavos
porque todos los sujetos son personas formalmente
libres e iguales ante la ley, en la medida en que las relaciones sociales pasan
a ser relaciones interpersonales mediadas
por cosas, las respectivas almas libres e iguales se caracterizan por
el concepto de propiedad privada,
ya sea sobre cosas o sobre sus respectivos cuerpos como fuerza de trabajo. De este modo, todos los seres humanos son
almas propietarias. Tal
es el más moderno concepto de persona.
Finalmente, dado que la propiedad ejercida
por las almas propietarias “libres” recaen por una parte sobre la fuerza de
trabajo del obrero y, por otra, sobre el salario que dispone la patronal, quedó
así legitimado el régimen capitalista, donde el obrero deja de ser forzado a
trabajar para su amo (esclavista) o señor (feudal) por tiempo indeterminado, para pasar a comportarse por voluntad propia como
asalariado, acordando enajenar su fuerza de trabajo —durante cada jornada de
labor—, poniéndose diariamente sólo durante ese tiempo al mando de su patrón
capitalista a cambio de una remuneración también “libremente” pactada. Así fue
como el ejercicio despótico de la propiedad privada de unos individuos sobre
otros —vigente bajo el esclavismo y el feudalismo—, pasó a ser una relación contractual
libremente pactada entre propietarios privados de cosas bajo el capitalismo.
Al convertir las relaciones sociales
forzosas de dominio y servidumbre de unos seres humanos sobre otros, en
relaciones voluntarias contractuales entre personas libres jurídicamente
“iguales”, donde cada cual dispone libremente de lo que es suyo, la burguesía en
su carácter de nueva clase dominante delimitó la nueva sociedad en que los
seres humanos se comportan como almas propietarias formalmente libres e iguales.
Libres en tanto y cuanto pueden disponer discrecionalmente de lo que es suyo. E
iguales porque todos someten su conducta al cumplimiento de unas normas de
derecho común, aun cuando según veremos enseguida, de esa relación ambas partes
resultan como por arte de birlibirloque, ser realmente desiguales. Pero de momento digamos que todos se
igualan como almas puras o simples ciudadanos, en tanto que someten su conducta
al cumplimiento de unas normas de derecho común, de modo que todo lo que el teísmo
cristiano atribuyó a Dios, bajo el capitalismo pasó a ser ejercido por el
Estado como depositario de las leyes y administrador presuntamente equitativo
de justicia. De este modo, así como el capitalismo adoptó el concepto cristiano
de la división de los individuos en cuerpo y alma, también dividió a la
sociedad en dos partes: el ámbito del derecho
privado o sociedad civil, donde todos los individuos se comportan como propietarios
privados, y el ámbito del derecho
público o comunidad política (Estado), donde determinados individuos organizados
en partidos políticos, son elegidos por el pueblo para que les gobiernen.
Acerca de cómo la igualdad formal social
bajo el capitalismo se trueca en desigualdad real
Para demostrarlo remitámonos ahora a
la más radical de las constituciones burguesas, la de 1793, que más tarde inspiró
la Declaración Universal de los DD.HH. en 1948. Allí se dice que los llamados
derechos humanos atañen a las personas en tanto individuos: los droits
de l’homme. Tal como aparecen literalmente consagrados en el artículo 2 de
la mencionada Constitución francesa de 1793, "Ces droits, etc. (les
droits naturels et imprescriptibles) sont: l’égalité, la liberté, la sûreté, la
proprieté" [Estos derechos,
etc. (los derechos naturales e imprescriptibles) son: igualdad, libertad,
seguridad y propiedad)].
¿Qué es la igualdad para la doctrina
de los DD. HH bajo el capitalismo? Según el artículo 3 de la constitución
francesa en 1795: "La igualdad consiste en que la ley es la misma para
todos, así en cuanto protege como en cuanto castiga". Tal es el espíritu y
la letra omnipresentes en todas las constituciones burguesas desde entonces
hasta hoy. ¿Qué es lo que norman, rigen, regulan y consagran las leyes vigentes
bajo el capitalismo? El comportamiento de los seres humanos como almas
propietarias. O sea, su relación social contractual por mediación de la
cual intercambian cosas de su propiedad. Una relación cuyo fundamento consiste
en que los capitalistas ofrecen un salario y los obreros su fuerza de trabajo:
<<Para que perdure esta relación es necesario que el poseedor de la
fuerza de trabajo la venda siempre por un tiempo
determinado (durante jornadas
diarias de la misma duración) y nada
más, ya que si la vende toda junta de una vez para siempre, se vende a sí
mismo, se transforma de hombre libre en esclavo, de poseedor de mercancía (su
fuerza de trabajo) en simple mercancía (su
trabajo hasta la muerte). Como persona (el asalariado) tiene que comportarse constantemente con
respecto a su fuerza de trabajo, como con respecto a su propiedad (sobre
ella) y, por tanto, a su propia
mercancía, y únicamente está en condiciones de hacer eso en la medida en que la
pone a disposición del comprador —se la cede para su consumo— sólo
transitoriamente por un lapso determinado (según lo acordado en el contrato
de trabajo), no renunciando, por tanto,
a su enajenación, a su propiedad sobre ella>>. (K. Marx: “El Capital” Libro I Cap. IV Aptdo. 3 Compra y venta de la fuerza
de trabajo. Ed. Siglo XXI/1978 Pp. 204. Lo entre paréntesis nuestro).
Este galimatías dialéctico basado en la igualdad formal donde
supuestamente se intercambian equivalentes, a la postre resulta ser éste un
intercambio desigual, donde la ganancia capitalista crece a expensas del
salario, paradoja que tiene su fundamento no precisamente en el ámbito de la relación contractual. ¿Dónde
radica la desigualdad? Para descubrir el secreto de este galimatías, hay que
comenzar por decir que la fuerza o
capacidad de trabajo en todo individuo vivo está contenida en su cuerpo,
y para ejercerla en forma de trabajo
necesita esencialmente cierta cantidad de medios de subsistencia:
<<Por tanto, el tiempo de
trabajo necesario para la producción de la fuerza de trabajo (del obrero), se resuelve en el tiempo de trabajo necesario para la producción de los
medios de subsistencia o, dicho de otra manera, el valor de la fuerza de trabajo es
el valor de los medios
de subsistencia necesarios para
la conservación del poseedor de aquella>>. (Ed. Cit. Pp. 209).
Pero no
basta con esto, porque la reproducción de la fuerza de trabajo en un individuo,
también exige determinada formación técnica previa que justifique el monto del
salario percibido según su mayor o menor cualificación
para los fines de su empleo rentable,
incluyendo el necesario gasto en medios de subsistencia para consumo de sus
descendientes en su familia: medios de vida, vestimenta, mobiliario del hogar,
etc., que se consumen en distintos lapsos de tiempo, unos más prolongados que
otros, de modo que entre todos ellos, unos deben pagarse diariamente, otros
semanalmente o cada trimestre, etc., etc. Dicho esto, hay que tener en cuenta,
además, que la fuerza de trabajo del obrero no se paga por adelantado sino mensualmente,
después que esa fuerza ha sido utilizada diariamente como trabajo por el patrón
durante cada jornada de labor acordada en el contrato. Esto significa que el
asalariado adelanta al
capitalista el valor de uso de su fuerza de trabajo. La gasta trabajando para
su patrón antes de recibir a cambio
el salario acordado con él:
<<En todas partes, pues, el
obrero adelanta al capitalista el valor de uso de la fuerza de
trabajo, antes de haber recibido el pago de
su precio (salario) correspondiente. En todas partes es el
obrero el que abre crédito al
capitalista>> (Ibíd Pp. 212).
Así las
cosas, el capitalista se vale del asalariado para los fines de producir un
valor de uso útil cuyo valor de cambio sea rentable.
Producir una cosa para venderla por un precio equivalente o menor al costo de
producirla, carece para él de sentido. Quiere producir una mercancía destinada
a la venta, cuyo valor de cambio supere al de los salarios, medios técnicos de
trabajo, materias primas y auxiliares (combustibles y lubricantes), necesarios
para su producción. ¿De dónde sale, pues, la rentabilidad del capitalista que justifique comercialmente la
fabricación de un producto para su venta en el mercado? De la diferencia entre
el valor de cambio creado por
el trabajo del obrero empleado para tal fin, respecto del valor de uso de ese trabajo pagado por el capitalista bajo
la forma de salario. Por ejemplo:
<<El hecho de que sea
necesaria media jornada laboral para (producir los medios de vida del
asalariado cuyo consumo permite) mantenerlo
vivo durante 24 horas, en modo alguno impide al obrero trabajar durante una jornada completa. El valor (de uso) de su fuerza (potencial) de
trabajo (contenido en el salario contratado) y su valorización en el proceso laboral (de producción) son, pues, dos magnitudes diferentes
(la segunda necesariamente mayor que la primera). El capitalista tenía muy presente esa diferencia de valor cuando adquirió la fuerza de trabajo>>. (K.
Marx: Ibíd Pp. 234. Lo entre paréntesis y el subrayado nuestros).
“Libertad,
igualdad, fraternidad”. Tal fue el lema de la República francesa en 1793, que en
el siglo XIX, se
convirtió en el grito de republicanos y liberales a favor de
la democracia y el derrocamiento de
gobiernos feudales opresores y tiránicos de todo tipo. Los “próceres” de aquella
revolución retomaron ese lema sin que la Monarquía de Julio lo adoptara. Fue establecido por
primera vez como lema oficial del Estado en 1848, por el gobierno de la Segunda República francesa. Prohibido durante el Segundo Imperio, la Tercera República francesa lo adoptó como lema oficial del
país en 1880, ratificado
posteriormente por las constituciones
francesas de 1946 y 1958). Durante la ocupación alemana de
Francia en la Segunda Guerra Mundial, el Gobierno de Vichy sustituyó ese
lema por la frase Travail, famille, patrie (“Trabajo, familia, patria”),
para ilustrar el nuevo rumbo del gobierno. Desde los tiempos de la Primera
república francesa hasta el día de hoy, bajo este falso lema la burguesía internacional
ha venido escamoteando el verdadero fundamento de su sistema de vida. Absolutamente
nada que ver con ninguna de las tres virtudes humanas a las que todavía tan
hipócrita, cínica y criminalmente se sigue abrazando.
¿Qué es la libertad? Segun el artículo 6 de la Constitución
en 1793, es "el poder del hombre de hacer todo lo que no atente contra la
libertad de los demás". Pero según hemos visto, la libertad del capitalista
que se apropia del valor de cambio contenido en el producto fabricado por el
obrero, no es la misma que al
obrero le permite el salario que, a cambio de su trabajo recibe de su patrón. O
sea, que la relación social entre patronos y obreros supone dos distintos
grados de libertad, como resultado del embeleco que contiene oculto la palabra “igualdad”
(formal) montado expresamente, para beneficio del timador burgués contenido en los términos del contrato de
trabajo. Y si como es cierto que los patronos son más libres que los
asalariados, también es mentira que sus respectivos derechos civiles,
económicos y políticos puedan ser iguales, de lo cual se infiere que entre
estas dos clases sociales puedan germinar las virtudes humanas de la igualdad y la fraternidad. O sea, que como le
dijera Marx a Engels en abril de 1868:
<<...En
fin, dando por sentado que estos tres elementos: salario del trabajo, renta
del suelo y ganancia son las fuentes de ingreso de las tres clases, a saber:
la de los terratenientes, la de los capitalistas (ya sean
industriales, comerciales o financieros) y la de los obreros asalariados:
como conclusión LA LUCHA DE CLASES, en la cual el movimiento (de la sociedad
burguesa) se descompone y es el desenlace de toda esta mierda...>>.
(Carta
de Marx a Engels del 30/04/1868. Editora
Política/La Habana 1983 Pp. 218. Lo entre paréntesis nuestro).
Ahora bien, ya hemos dicho que: de todos los
objetos exteriores al espíritu y la voluntad de los individuos
"libres", el más elemental
y originario sobre el que cada uno tiene el derecho natural a ejercer libremente
su propiedad, es su relativo cuerpo. Así, por
ejemplo, el capitalista dispone libremente de su capital privado para emplearlo
bajo la forma de salario, y el obrero de su cuerpo bajo la forma de capacidad o
fuerza (potencial) de trabajo, convertido durante cada jornada de labor en trabajo efectivo. En este
sentido, ambos contratantes son dos personas "libres" e
"iguales"; libres
porque en su condición de almas propietarias, disponen discrecionalmente de lo
que es suyo; e iguales porque
ambas partes equiparan las dos cosas exteriores de que disponen como
propietarios, mediante sus respectivas voluntades expresadas en un contrato y de
acuerdo con la ley vigente al respecto.
Según lo razonado hasta aquí, tanto la
libertad como la igualdad formal de las personas, se supeditan y reducen
esencialmente al derecho de propiedad. El artículo 16 de la Constitución de
1793 dice que: "El derecho de
‘propiedad’ es el derecho de todo ciudadano a gozar y disponer ‘a su antojo’,
de sus bienes, de sus rentas, de los frutos de su trabajo y de sus actividades”.
En buen romance, pues, el derecho de propiedad es el derecho de cada individuo a
procurarse y si es posible incrementar su patrimonio personal, sin preocuparse por
los demás, es decir, independientemente de la sociedad. ¿Y qué es la sociedad?
Marx respondió a esta pregunta diciendo que:
<<Aquella
libertad individual y esta aplicación suya, constituyen el fundamento de la
sociedad burguesa. Sociedad que hace que todo individuo encuentre en otros individuos,
no la realización, sino, por el contrario, la limitación de su libertad. Y
proclama por encima de todo, el derecho humano "a disponer de sus ingresos
fruto de su trabajo y de su industria”>>. (K. Marx: “La cuestión judía” Ver Pp. 24. Lo entre paréntesis nuestro).
¿Qué es la seguridad? Al respecto la
Constitución de 1793 estipula que,
"La seguridad consiste en la protección que la sociedad otorga a cada uno
de sus miembros para la conservación de su persona, de sus derechos y de su
propiedad". Segun Marx, la seguridad es el supremo concepto social de
la sociedad burguesa, el concepto de
la policía según el cual, la sociedad, entendida como un conjunto de
relaciones entre propietarios privados, existe sólo si la policía garantiza a
todos y cada uno de sus miembros, la conservación de su persona y de sus
derechos en tanto que propietarios privados.
El concepto de seguridad bajo el
capitalismo significa, pues, que la sociedad no está por encima del egoísmo,
sino que lo preserva. Y en tanto que la sociedad está fundada sobre las desigualdades reales de las almas
propietarias, por lógica debe privar —y de hecho prevalece— el egoísmo
de los más iguales (la burguesía) sobre los menos (el proletariado). Por tanto,
la Declaración de los DD.HH. aprobada por la ONU el 10/12/1948, establece que
la única libertad y seguridad prevista por esa filosofía, es la de los
propietarios. Y que la igualdad de las almas en tanto que se someten al cumplimiento
de unas leyes de común aplicación, cuya esencia es la propiedad con fines gananciales crecientes a
expensas de trabajo ajeno, resulta que perpetúa las desigualdades reales en
perjuicio de los que sólo pueden disponer poco más que de su cuerpo propio. O
sea, que favorecen a los propietarios de los medios de producción y de cambio. Por
lo tanto, la burguesía en cualquier parte del mundo sólo está dispuesta a
respetar la seguridad y el derecho a la vida de sus semejantes asalariados, en
la medida en que renuncien a su verdadera libertad y se sometan a las
condiciones de explotación que exige la ley de la propiedad que garantiza el
beneficio capitalista, de tal modo que sus reclamos, por justos que sean no
hagan peligrar la continuidad del sistema, garantizando así la distribución
cada vez más escandalosamente desigual de la riqueza:
<<El 1% de la población
mundial dispone hoy del 80% de ella. Según la consultoría Wealth-X and UBS, la riqueza
de los multimillonarios en el Mundo desde 2009 se duplicó, alcanzando los 6,5
trillones de dólares en 2013: U$S 6.500.000.000.000.000.000. ¿De dónde pudo
salir esa riqueza si no de la ganancia a expensas del trabajo no remunerado
sustraído a los asalariados? ¿Y qué decir de la corrupción generalizada entre
las minorías sociales que siguen ejerciendo el poder económico y
político? ¿Y del contubernio entre políticos y empresarios? ¿Y de la creciente miseria
absoluta de una mayoría de asalariados y autónomos en general? ¿Y del
engaño mutuo y la mentira sistemática como medio de medrar a expensas de los
demás? ¿Y del fraude de las “acciones preferentes” de Bankia? ¿Y de los
desahucios: 362.776 lanzamientos en España entre 2008 y 2012? ¿Y del
despido masivo, el trabajo precario y a tiempo parcial? ¿Y de las guerras
genocidas de rapiña? ¿Y de la corrupción generalizada por la “democracia
representativa”, que hace a ese contubernio de intereses privados entre
políticos profesionales a cargo del Estado y empresarios? ¿Y de las muertes
prematuras por cada vez más accidentes, crímenes y delincuencia, enfermedades
curables y suicidios, a raíz de la situación crítica insostenible de cientos de
millones de personas en más de 150 países? ¿Y de la desgracia de 65,3 millones de refugiados en 165 países? De esto se desprende que la justicia del sistema jamás actúa en contra de
estos intereses materiales. Más aun cuando se trata de cuantiosos beneficios
económicos y políticos geoestratégicos, como los que ahora mismo están en juego>>.
Ahora bien: ¿De
dónde sale el beneficio capitalista que hace a la creciente distribución desigual de la riqueza? Como hemos
dicho siguiendo a Marx, resulta de la diferencia entre el valor de cambio contenido
en los productos fabricados por el trabajo
a cargo de personal asalariado, y el valor de uso de su fuerza de trabajo
equivalente al salario pagado por el capitalista. Según este razonamiento, hay dos formas de aumentar el
beneficio de la patronal en perjuicio del asalariado: el plusvalor
absoluto y el plusvalor
relativo son esas
dos formas. El plusvalor absoluto
consiste en aumentar la masa de plusvalor mediante el alargamiento de la jornada de labor, más allá del tiempo en que cada obrero produce el equivalente
al valor de los medios de vida que necesita para reproducir su fuerza de
trabajo. De ahí el calificativo de “absoluto” referido a un tiempo de trabajo adicional creador de un
plus de valor que se apropia el capitalista. Suponiendo, por ejemplo, que la
jornada de labor es de ocho horas y la tasa de explotación de la fuerza de
trabajo es equivalente al 100% del salario, el plusvalor será creado durante las
últimas cuatro horas de la jornada de ocho
horas, porque durante las primeras cuatro el asalariado producirá el
equivalente a su salario. ¿Qué pasa si la jornada de labor aumenta de 8 a 10
horas? Pasa que el tiempo en que el asalariado produce los medios de vida equivalentes
al salario que percibe para el mantenimiento de su fuerza de trabajo, sigue
siendo de cuatro horas, pero el tiempo de plustrabajo aumenta de 4 a 6 horas. Por
tanto, el plusvalor aumenta del 100% al 150% y la ganancia del capitalista se incrementa
en el equivalente al valor creado en esas dos horas adicionales de trabajo
ejecutado inadvertida y gratuitamente
por el asalariado.
Y en cuanto
al plusvalor relativo (respecto
del salario), consiste en crear más plusvalor manteniendo el mismo salario y la
misma duración de la jornada de labor, pero aumentando la eficacia productiva del trabajo. ¿Cómo? Acelerando el ritmo de los medios técnicos entre una operación y otra, de modo
tal que cada operario sea forzado a producir más por unidad de tiempo empleado
en ello, o bien que produzca lo mismo que antes pero en la mitad de tiempo. O
sea aumentando la intensidad del
trabajo:
<<Resulta
pues sumamente ventajoso hacer que los mecanismos de los medios técnicos funcionen
infatigablemente, reduciendo al mínimo posible los intervalos de reposo: la
perfección en la materia sería trabajar siempre (se ha introducido en el mismo
taller a los dos sexos y a las tres edades, explotados en rivalidades, de
frente y, si podemos hablar en estos términos, arrastrados sin distinción por
el motor mecánico hacia el trabajo prolongado, hacia el trabajo de día y de
noche, para acercarse cada vez más al movimiento perpetuo>>. (Barón Dupont: “Informe a la cámara de París, 1847. Cita
de Benjamín Coriat en su obra: “El Taller
y el cronómetro” Ed. Siglo XXI/1982 Cap. III Pp. 38).
Por ejemplo,
si la capacidad productiva o eficacia técnica de la maquinaria se duplica, el
valor de la fuerza de trabajo equivalente al salario se producirá en 2 horas en
vez de 4. Así, el tiempo de producción del plusvalor capitalizado por la patronal,
aumentará de 4 a 6 horas. Lo cual suponiendo que la jornada laboral sigue siendo de 8 horas y la
eficacia del trabajo aplicado a la maquinaria se duplica, resulta que la producción del valor contenido en
el salario medido en términos de
tiempo de trabajo se reduce de 4 a 2 horas, aumentando así el tiempo
(seis horas) en que el obrero pasa de tal modo inadvertido y gratuito a trabajar gratis para el
capitalista. O sea, que durante las 8 horas de la jornada de labor, el obrero trabaja
2 horas para sí mismo y las restantes seis horas gratuitamente para el
capitalista:
<<La producción capitalista no
solo es producción de mercancías: es,
en esencia, producción de plusvalor (ganancia). El
obrero no produce para sí sino para el capital. Por tanto ya no basta con que
produzca en general. Tiene que producir plusvalor. Sólo es productivo el trabajador que produce plusvalor para el
capitalista o que sirve para la autovalorización del capital. Si se nos
permite ofrecer un ejemplo al margen de la esfera de la producción material,
digamos que un maestro de escuela es un trabajador productivo cuando, además de
cultivar las cabezas infantiles, se mata trabajando para enriquecer al
empresario. Que este último haya invertido su capital en una fábrica de
enseñanza en vez de hacerlo en una fábrica de embutidos, no altera en nada la
relación. El concepto de trabajador productivo, por ende, en modo alguno
implica meramente una relación entre actividad y efecto útil, entre el
trabajador y el producto del trabajo, sino además una relación específicamente
social, que pone en el trabajador la impronta de (ser convertido en) medio directo de valorización del capital (incremento
de ganancia). De ahí que ser trabajador
productivo no constituya ninguna dicha (para él), sino una maldición>>. (K. Marx: “El Capital” Ed. cit. Libro I Sección V Cap. XIV Pp. 616. Lo entre
paréntesis y el subrayado nuestros).
La sociedad y el individuo: ¿Dónde
está la corrupción que corrompe?
Que el
capitalismo se basa esencialmente en la producción de ganancia no es así sólo porque lo haya dicho Marx. El 13 de setiembre de 1970 el conocido neoliberal Milton Friedman (1912-2006), publicó un artículo en el periódico “The New York Times Magazine”, donde declaró que la producción de
ganancias crecientes es una responsabilidad
de las empresas:
<<La
"responsabilidad” [de los ejecutivos de las empresas]... por lo general
será producir tanta ganancia como sea posible observando las reglas básicas de
la sociedad, tanto las que están contenidas en las leyes como aquellas en las
costumbres éticas (leyes y
costumbres basadas en la consagración del egoísmo personal de la propiedad
privada)>>.
Friedman
también expresó allí que:
<<….las únicas
entidades que pueden tener responsabilidades (ante las leyes vigentes) son los individuos... Una empresa no puede tener responsabilidades. Por
lo tanto la pregunta es: ¿Es que los ejecutivos empresariales, siempre y cuando
cumplan con las leyes, tienen otras responsabilidades por las actividades
empresariales además de maximizar la ganancia para sus accionistas? Y mi
respuesta es que, no, ellos no la tienen." Un relevamiento realizado el
año 2011 en diversos países, reveló que los niveles de aceptación para dicho
punto de vista fue del 30% al 80% entre el "público
informado">> («The Social Responsibility of
Business is to Increase Its Profits». Lo entre paréntesis nuestro).
Evidentemente
Milton Friedman confundió interés con responsabilidad, palabras que no
significan lo mismo. Las leyes bajo el capitalismo consagran la propiedad
privada y el intercambio —ya sea en los mercados de cada país o entre países—, donde
la función fundamental de las distintas empresas consiste en obtener cada una para sí, la parte alícuota
mayor posible de la ganancia global que circula en ellos. Cada una naturalmente
interesada en capitalizar dichos réditos vendiendo en el mercado respectivo sus
propios productos según el valor contenido en ellos. Y el caso es que no resulta
ser lo mismo vender periódicos que, por ejemplo, tomates enlatados. Porque la
calidad, tanto como el prestigio y los réditos empresariales de un periódico,
se miden no sólo por la veracidad de
sus noticias, sino también y sobre todo, por el comportamiento en
sociedad de sus propietarios. Y esta es una de las contradicciones del
capitalismo que la burguesía no puede resolver, mal que les pese a los dueños
del New York Times, cuyos directivos para fines gananciales propios, han
seguido al pie de la letra eso de que —según Milton Friedman— ninguna empresa
puede responsabilizarse del modo en que se maximicen sus ganancias, sino que
los responsables de ello son los propietarios quienes, con tal finalidad,
violen las leyes. Y el caso es que:
<<El
New York Times ha ido publicando una serie de artículos sobre Emilio Botín,
presentado por tal rotativo como el banquero más influyente de España y
Presidente del Banco de Santander, que tiene inversiones financieras de gran
peso en Brasil, Gran Bretaña y Estados Unidos, además de en España. En EE.UU.
el Banco de Santander es propietario de Sovereign Bank.
Lo que le interesa
al rotativo estadounidense (que es de donde salen sus
ganancias) no es, sin embargo, el
comportamiento bancario del Santander, sino el de su Presidente y el de su
familia, así como su enorme influencia política y mediática en España. Un
indicador de esto último es que ninguno de los cinco rotativos más importantes
del país ha citado o hecho comentarios sobre esta serie de artículos publicados
en el diario más influyente de EE.UU. y uno de los más influyentes del mundo (que
lo es precisamente por encargarse de difundir el morbo y las consecuentes
ganancias que suponen para engrosas el patrimonio de los dueños de tal
periódico este tipo de noticias).
Una discusión importante de tales artículos, es el ocultamiento por parte
de Emilio Botín y de su familia de unas cuentas secretas establecidas desde la
Guerra Civil española en la banca suiza HSBC. Por lo visto, en las cuentas de
tal banco había 2.000 millones de euros que nunca se habían declarado a las
autoridades tributarias del Estado español.
Pero, un empleado de tal banco suizo, despechado ante el
maltrato recibido por tal banco, decidió publicar los nombres de las personas
que depositaban su dinero en dicha banca suiza, sin nunca declararlo en sus
propios países. Entre ellos había nada menos que 569 españoles, incluyendo a
Emilio Botín y su familia, con grandes nombres de la vida política y
empresarial (entre ellos, por cierto, el padre del President de la Generalitat,
el Sr. Artur Mas; José María Aznar; Dolores de Cospedal; Rodrigo Rato; Narcís
Serra; Eduardo Zaplana; Miguel Boyer; José Folgado; Carlos Solchaga; Josep
Piqué; Rafael Arias-Salgado; Pío Cabanillas; Isabel Tocino; Jordi Sevilla; Josu
Jon Imaz; José María Michavila; Juan Miguel Villar Mir; Anna Birulés; Abel
Matutes; Julián García Vargas; Ángel Acebes; Eduardo Serra; Marcelino
Oreja...). Según el New York Times, esta práctica es muy común entre las
grandes familias, las grandes empresas y la gran banca. El fraude fiscal en
estos sectores es enorme. Según la propia Agencia Tributaria española, el 74%
del fraude fiscal se centra en estos grupos, con un total de 44.000 millones de
euros que el Estado español (incluido el central y los autonómicos) no ingresa.
Esta cantidad, por cierto, casi alcanza la cifra del déficit de gasto público
social de España respecto de la media de la UE-15 (66.000 millones de euros),
es decir, el gasto que España debería gastarse en su Estado del Bienestar
(sanidad, educación, escuelas de infancia, servicios a personas con
dependencia, y otros) por el nivel de desarrollo económico que tiene y que no
se gasta porque el Estado no recoge tales fondos. Y una de las causas de que no
se recojan es, precisamente, el fraude fiscal realizado por estos colectivos
citados en el New York Times. El resultado de su influencia personal (la
de los directivos de tales empresas) es
que el Estado no se atreve a recogerlos. En realidad, la gran mayoría de
investigaciones de fraude fiscal de la Agencia Tributaria se centra en los
autónomos y profesionales liberales, cuyo fraude fiscal representa —según los
técnicos de la Agencia Tributaria del Estado español— sólo el 8% del fraude
fiscal total. Es también conocida la intervención de autoridades públicas para
proteger al Sr. Emilio Botín de las pesquisas de la propia Agencia Tributaria.
El caso más
conocido es la gestión realizada por la exvicepresidenta del Gobierno español,
la Sra. De la Vega, para interrumpir una de tales investigaciones. Pero el Sr.
Botín no es el único. Como señala el New York Times, hace dos años, César
Alierta, presidente de Telefónica, que estaba siendo investigado, dejó de
estarlo. Como escribe el New York Times con cierta ironía, "el Tribunal
desistió de continuar estudiando el caso porque, según el juez, ya había pasado
demasiado tiempo entre el momento de los hechos y su presentación al
tribunal". Una medida que juega a favor de los fraudulentos es la
ineficacia del Estado así como su temor a realizar la investigación. Fue nada
menos que el Presidente del Gobierno español, el Sr. José Mª Aznar, que en un
momento de franqueza admitió que "los ricos no pagan impuestos en España".
Tal tolerancia por parte del Estado con el fraude fiscal de los superricos, se
justifica con el argumento de que, aun cuando no pagan impuestos, las
consecuencias de ello son limitadas porque son pocos. El Presidente de la
Generalitat de Catalunya, el Sr. Artur Mas, ha indicado que la subida de
impuestos de los ricos y súper ricos tiene más un valor testimonial que
práctico, pues su número es escaso. La solidez de tal argumento, sin embargo,
es nula. En realidad, alcanza niveles de frivolidad.
Ignora la enorme concentración de las rentas y de la propiedad existente en
España (y en Catalunya), uno de los países donde las desigualdades sociales son
mayores y el impacto redistributivo del Estado es menor. Los 44.000 millones de
euros al año que no se recaudan de los super ricos por parte del Estado,
hubieran evitado los enormes recortes de gasto público social que el Estado
español está hoy realizando.
Pero otra
observación que hace el New York Times sobre el fraude fiscal y la banca, es el
silencio que existe en los medios de información sobre tal fraude fiscal. El
rotativo cita a Salvador Arancibia, un periodista de temas financieros en
Madrid, que trabajó para el Banco Santander, quien señala como causas de este
silencio el hecho de que el Banco Santander gasta mucho dinero en anuncios
comerciales, siendo la banca uno de los sectores más importantes en la
financiación de los medios, no sólo comprando espacio de anuncios comerciales,
sino también proveyendo créditos —aclara el Sr. Salvador Arancibia—
"...medidas de enorme importancia en un momento como el actual, donde los
medios están en una situación financiera muy delicada". De ahí que tenga
que agradecer al diario que se atreva a publicarlo, porque hoy, artículos como
los que publica el New York Times y el mío propio, no tienen fácil publicación
en nuestro país. Es lo que llaman "libertad de prensa">>. (Palabras todas estas aquí citadas, atribuidas
por un anónimo publicista a Vicenç Navarro López, catedrático de Políticas
Públicas de la Universidad Pompeu Fabra y Profesor de Public Policy en The
Johns Hopkins University. Lo entre paréntesis nuestro). Confrontar
En todos
estos delitos de los que se inculpa a los sujetos mencionados en este párrafo,
empezando por el extinto Emilio Botín, el derecho burgués imperante ha soslayado la verdad de que no
hayan sido ni son los individuos,
quienes hacen al sistema económico capitalista corrupto y delictivo, sino precisamente al revés. Como que la
comisión de todo delito siempre ha estado necesariamente predeterminada, por la naturaleza pro-delictiva de la organización
económica, social y política corrupta vigente. Así abordó Marx esta cuestión en
el prólogo al primer libro de su obra central titulada: “El Capital”:
<<Dos
palabras para evitar posibles equívocos. No pinto de color de rosa, por cierto,
las figuras del capitalista y el terrateniente. Pero aquí sólo se trata de personas en la medida en que son la personificación de categorías económicas,
portadores de determinadas relaciones e intereses de clase (en el contexto de una determinada
sociedad). Mi punto de vista con
arreglo al cual concibo como proceso de
historia natural el desarrollo de la formación económico-social (capitalista), menos
que ningún otro podría responsabilizar al individuo por relaciones de las
cuales él sigue siendo una creatura por más que subjetivamente pueda
elevarse sobre las mismas>>. (Ed. cit. Pp. 8. Lo entre paréntesis y
el subrayado nuestros).
Esto
es tan indubitable y categóricamente cierto, como lo que hizo aquél anónimo
autor del “Génesis” en la primera
parte de las Sagradas Escrituras, cuando atribuyó al todopoderoso, profético y vengativo Dios de los cristianos, haber creado el corrupto y corruptor
Paraíso Terrenal junto a Eva y Adán —a quienes también previamente dio vida—, prohibiéndoles
comer de un tentador fruto prohibido, puesto allí precisamente ¡a sabiendas de que iban a pecar!
para poder condenarles en lo sucesivo fuera del Eden, a “ganarse el pan con el
sudor de su frente”.
La
moraleja o enseñanza que cabe sacar de tal pasaje bíblico aplicado a la corrupta
y decadente sociedad actual, es que las víctimas de la explotación,
el engaño, la corrupción y la violencia
—con ese regusto cinematográfico escatológico tan burgués, proclive a lo más
irracional y monstruoso—, es que la humanidad jamás podrá emanciparse de
semejantes lacras inhumanas y genocidas que recrudecen durante las crisis
económicas periódicas —cada vez más trágicas y a la postre imposibles de
superar—, mientras las mayorías sociales sigamos tolerando este sistema de vida
corrompido y corruptor. Y no podremos hacerlo si en la lucha por liberarnos humanamente de toda
esta porquería histórica para siempre, no liberamos también
a los explotadores, a los sofistas,
a los corruptos y a los violentos
que, en última instancia, todos ellos se dedican a preservar el mismo sistema
de vida esencialmente basado en la explotación, el engaño, la corrupción y la
violencia genocida. Porque todo eso es lo que les hace sentir bien mientras
puedan eludir ser víctimas de los mismos males que propician, dedicándose a descargarlos
sobre los demás. Y contribuir a que tal propósito humanitario
superior se cumpla, será imposible sin que las víctimas de tales barbaridades decidamos
acabar con el actual sistema económico, jurídico y político de vida
ya caduco, que lleva en sí mismo todos esos desechos humanos
socialmente contaminantes, allí donde sigan disimuladamente
amparados por la oculta realidad del capitalismo, que las leyes y la moral
pública vigente consagran.
Y para tal propósito humanitario el
remedio está, insistimos, en dejar fuera de la ley a la propiedad
privada sobre los medios de producción y de cambio en
las grandes y medianas empresas capitalistas. De este modo, la
sociedad podrá empezar a sacudirse la condición sistémica
fundamental corrupta y corruptora de la sociedad. Pero, al mismo
tiempo, es imprescindible legitimar el obligado
control democrático y permanente de los productores
libres asociados a escala estatal, nacional e internacional, sobre la
producción y la contabilidad
en todas las empresas. Tanto como para garantizar
que el reparto de lo producido por la sociedad en esta
etapa del proceso histórico —cada vez más avanzado de la productividad del
trabajo social—, se haga según el criterio jurídico-político
de que, a cada individuo en edad y disposición de
trabajar, se le recompense según su capacidad, de modo
que la sociedad pueda recibir de cada cual según su trabajo.
Pero además y en lo que respecta a la
actual forma de gobierno vigente a escala planetaria, es necesario acabar con
la corrupta y corruptora “democracia” representativa que, apelando a la máxima
de Maquiavelo: “divide et
impera”, efectivamente impide la unión política de las mayorías
sociales explotadas, dispersas entre distintos partidos políticos que,
aparentemente confrontados unos contra otros para ganarse con promesas la
voluntad política de los electores durante cada comicio, en realidad
estratégicamente todos ellos sin excepción no dejan de ser proclives a sostener el actual sistema de vida. Así las
cosas, frente al engaño de los explotadores los explotados debemos unirnos en
torno a la verdad, para luchar por imponer la democracia directa como
en los tiempos de Clístenes. Donde los más importantes asuntos de Estado y las distintas leyes que hacen a la convivencia en la
sociedad sin clases, se aprueben por mayoría en Asambleas convocadas
por distrito, imponiendo democráticamente esta norma en todos los países
a escala planetaria, y donde desde la mayor hasta la menor atribución
de responsabilidad de los cargos políticos electos en los tres poderes de los
respectivos Estados nacionales, sea proporcional a los votos obtenidos por cada
candidato, todos ellos revocables en cualquier momento según el
mismo procedimiento democrático directo, en caso de que
cualquiera de esos cargos públicos —ya sean individuales o de grupo— decidan
ejecutar actos de gobierno en contra de lo más mínimo convertido en ley democráticamente
acordada por el pueblo llano.
Vayan estas palabras dirigidas a los cientos —si no miles de
millones— de ciudadanos de condición social subalterna en el Mundo, que todavía
sometidos a la mentira temen a la verdad universal y se niegan a luchar por
ella, sometidos al chantaje permanente
de sus actuales inmediatos superiores jerárquicos, defensores a ultranza del
llamado Pensamiento
Único Burgués en todo el Orbe:
<<Hasta que se crea una situación (insufrible) que no permite volverse atrás y las circunstancias mismas gritan: ¡Demuestra lo que eres capaz de hacer!>>. (K. Marx: “El 18 Brumario de Luis Bonaparte”. Obra publicada en mayo de 1852. Cap. I. Ed. Ariel-Barcelona/1982 Pp. 16-17. Lo entre paréntesis nuestro) Versión digitalizada
Y
en ese trecho entre lo tolerado y lo intolerable, ahora mismo estamos los
individuos explotados y oprimidos en su inmensa mayoría, cada vez más cerca de rebelarse
ante lo insufrible.
Un saludo: GPM.
[i] Para las referencias a las estatuas de
Dédalo, véase también ARISTÓTELES: Acerca
del alma I 3, 406b18. Platón, Menón 970; Eutifrón 11b. Los poetas de la Comedia antigua se divierten imaginando que los
utensilios de cocina se mueven solos y cumplen su función. Dédalo intentó
expresar el movimiento en sus estatuas por medio de actitudes diferentes en sus
piernas y en sus brazos.
[ii] Cf. HOMERO, Ilíada XVIII, 376.