Las
últimas vicisitudes del capitalismo en el Estado español
01
- La presunta separación de poderes y el derecho a la autodeterminación del “pueblo”
catalán
<<El teniente coronel Baena [jefe
de la Policía Judicial de la Guardia civil en Cataluña] —quien también informa al Juzgado Nº13 de Barcelona y a la Audiencia
Nacional—, omitió en los informes que remitió al Tribunal Supremo, los
certificados de Hacienda que figuran en esos sumarios y, que demuestran que no
se gastó dinero público en el referéndum del 01 de octubre. Por su parte, el
juez Pablo Llarena se ha basado en [esa omisión de] los informes de Baena, para dictar la
euroorden de detención de políticos soberanistas catalanes, sin solicitar previamente
esa información a la Intervención General de la Generalitat>>. (http://www.publico.es/politica/cloacas-interior-jefe-policial-investiga-proces-carga-politicos-mossos-oculto-twitter.html.
Lo entre corchetes y el subrayado nuestros. GPM).
PATRICIA LÓPEZ / CARLOS
ENRIQUE BAYO @patricialopezl @tableroglobal Madrid:
La presunta malversación de fondos públicos durante
el 01 de octubre, con la que intenta acreditar el juez del Tribunal Supremo, Pablo
Llarena y el grupo de la Guardia Civil que
encabeza el teniente coronel Daniel Baena —firmante
de todos los informes de la investigación sobre el referéndum en Cataluña el pasado
01 de octubre—, es el último caballo de batalla del Gobierno de Mariano Rajoy
contra los dirigentes independentistas de la Generalitat, como es el caso de ORIOL
JUNQUERAS, JOAQUIM FORN, JORDI TURULL, RAÜL ROMEVA, TONI COMÍN, DOLORS
BASSA, JOSEP RULL, JORDI SÀNCHEZ y CARME FORCADELL. Y están tratando de mantener
esa decisión a toda costa, incluso hasta el punto de minar la credibilidad del
ministro de Hacienda, Cristóbal Montoro, en plena campaña de la Renta 2017.
Pero los informes de la Guardia Civil en que se basa
Llarena para acusar a esos políticos catalanes de malversación de fondos públicos [y así haberles podido
encarcelar no solo por sedición],
omiten los certificados de la
Intervención General de la Generalitat, a los que ha tenido acceso el
diario “Público” en exclusiva, que figuran tanto en el sumario que instruye el
Juzgado Nº13 de Barcelona —donde investiga la preparación del referéndum celebrado
el 01 de octubre por una denuncia de VOX,
después de que el diputado y juez Santi
Vidal dijera que el Govern tenía acceso a los datos
fiscales de los catalanes— como en el del Juzgado Nº3 de la Audiencia Nacional,
cuya titular es la jueza Carmen
Lamela. [Y el caso es que en esos certificados se demuestra
que para realizar el referendum no se sustrajo un solo euro de los fondos
públicos catalanes. ¿Dónde ha quedado eso de que la democracia representativa garantiza la separación de poderes, en
este caso entre el ejecutivo y el judicial? GPM].
Y lo grave es que esta omisión no se debe a que los
investigadores de la Guardia Civil desconozcan la documentación que hay en
ambos sumarios, ya que el equipo que trabaja para los tres jueces es
precisamente el del teniente coronel
Baena, jefe de la Policía Judicial de Catalunya que se esconde bajo el
pseudónimo de “Tácito” en Twitter, como también desveló el periódico “Público”.
Desde esa identidad oculta, Baena hace comentarios contra los mismos políticos
a los que investiga y hasta predice lo que va a ocurrir en el procedimiento
poco antes de que ocurra, como sucedió con la acusación de sedición.
Es más, en el informe de apenas 10 páginas que este jueves publicó
el Tribunal Supremo, la Guardia Civil “adjunta un DVD
que contiene todas las diligencias y demás documentos que como Anexos y
oficios, han sido entregadas en el Juzgado de lnstrucción Nº 13 de Barcelona,
que instruye DP nº 11812017, relacionadas con el delito de Malversación de
Caudales Públicos con ocasión de la preparación y ejecución del referéndum el 01
de octubre”.
"Lo normal es que el juez [Llarena]
hubiera solicitado a la Intervención General de la Generalitat o al Ministerio
de Hacienda, información acerca de las cuentas de la Generalitat". “Lo
normal —según las fuentes consultadas por el periódico ‘Público’—, es que el
juez Llarena antes de haber procedido acusando no sólo de sedición, sino
también de malversación de fondos
públicos a los líderes del proceso independentista, en este último caso
hubiera solicitado a la Intervención General de la Generalitat o al Ministerio
de Hacienda, información acerca de las cuentas de la Generalitat. Pero no es
comprensible que le pida explicaciones públicas al ministro de Hacienda en la prensa,
cuando él [Llarena] sabe perfectamente quiénes hacen funciones de peritos en un proceso judicial y qué documentos
son pruebas testificales y cuáles no”. (Cfrt. con: http://www.publico.es/politica/guardia-civil-oculta-Llarena-datos-hacienda-demuestran-no-hubo-malversacion
el 1-0.html. El subrayado y lo entre corchetes nuestros.
GPM):
<<Se habla con mucha frecuencia de la judicialización
de la política y de la politización de la Justicia, entendiendo por tales
expresiones que la actuación de los jueces, o bien se interfiere en la
actividad propia de los políticos, o bien la sustituye. ¿Puede ser ello posible
en un Estado de derecho? Veamos. A veces se acusa de judicializar la política cuando
se procesa a algún cargo público o a personas relacionadas con partidos
políticos. En sí mismo, esto no es judicializar la política si el juez cumple
con una función imprescindible en un Estado de derecho: controlar
jurídicamente al poder.
Naturalmente, si los motivos del
encausamiento no son éstos, si los órganos judiciales actúan por causas no
justificadas en razones jurídicas, sino sólo en razones políticas [como
es el caso hoy en Cataluña] entonces
podemos hablar de judicializar la política ya que el juez [en este
caso Pablo Llarena], se extralimita en
su función al invadir un campo en el que no es competente, vulnerando así el
principio de división de poderes. El juez, en ese supuesto, debe hacer
frente a su responsabilidad jurídica, sea penal, civil o disciplinaria, ya que
al ser un poder independiente no es políticamente responsable ante ningún otro>>.
(Francesc De Carreras: ¿Qué es politizar la justicia? Lo
entre corchetes y el subrayado nuestros: GPM).
Sea como fuere, desde el punto de vista e intereses de
la clase obrera catalana tal como se ha venido desenvolviendo el
proceso político en Cataluña, da igual que el Juez Llarena haya o no incurrido
en interferir al poder ejecutivo en el ámbito de la justicia, porque cualquiera
sea el resultado del conflicto entre nacionalistas estatales dominantes e
independentistas subalternos en ese territorio, el estado de cosas
esencialmente seguirá siendo el mismo, o sea que Cataluña no dejará de ser un
Estado bajo el dominio de la burguesía:
Volviendo
al pensamiento de Lenin, cabe decir que cuando una o varias fracciones de la burguesía subalterna en un
Estado nacional como es España, decide o deciden separarse del conjunto, es
porque las condiciones socioeconómicas impuestas por el o los gobiernos de ese Estado, son adversas a
los intereses de una o varias fracciones de sus partes autonómicas burguesas no soberanas, o sea, a sus
propias reivindicaciones burguesas nacionales dependientes, como ha venido
siendo el caso en Cataluña. ¿Y qué decía Lenin acerca de semejantes
circunstancias? Que para nada conciernen estos conflictos a los intereses del
proletariado, en este caso al proletariado catalán:
<< ¿Contestar "sí o no" en lo que se
refiere a la separación de cada nación [subalterna respecto de su Estado nacional dominante]? Parece una
reivindicación sumamente "práctica". Pero, en realidad, es absurda,
metafísica [inconcreta y difícil de comprender] en teoría y [por
tanto, en realidad] conducente a subordinar el proletariado a la política de
la burguesía en la práctica. Al proletariado [consciente de cualquier país]
le importa, en ambos casos, garantizar el desarrollo de su clase; a
la burguesía [en cambio, cuya función fundamental de su existencia radica
en medrar explotando al proletariado] le importa dificultar [relativamente]
este desarrollo [de su clase explotada], supeditando las tareas de
dicho desarrollo a las [ventajosas] tareas de "su" nación [capitalista].
Por eso el proletariado [consciente] se limita a la reivindicación
negativa, por así decir, de reconocer [solo] el derecho a la
autodeterminación [de su clase], sin garantizar nada a ninguna nación [gobernada
por los capitalistas].
Eso no será "práctico", pero es
de hecho lo que garantiza con mayor seguridad la más democrática de las
soluciones posibles; el proletariado [consciente de su condición
como clase social mayoritaria en el Mundo] necesita tan sólo estas
garantías, mientras que la burguesía de cada nación necesita garantías de
sus ventajas, sin tener en cuenta la situación (las posibles desventajas)
de otras naciones>> (V. I. Lenin: “El derecho de las naciones a la autodeterminación” Cap. 4: “Practicismo en el problema nacional”. El subrayado y lo entre
corchetes nuestros.
Confrontar
con: “La España
burguesa decadente huyendo despavorida del derecho de los asalariados a su
autodeterminación” Apartado 01).
02 - Breve historia de la
propiedad privada capitalista
<<La corrupción no es algo de
un partido ni de una organización concreta, sino que va unida a la condición
humana>>. (Mariano
Rajoy Brey: 16/09/2016 en Bratislava. Lo entre paréntesis nuestro).
En el período de la historia humana durante
la llamada “edad de piedra” —también conocida como “Paleolítico” que se
identifica por el uso comunitario
de piedra tallada en distintas formas como instrumentos de trabajo—, tanto esos
medios como sus productos eran de propiedad común espontáneamente compartida,
de ahí que a esa etapa también se la identificara con el nombre de “comunismo
primitivo”. Por lo tanto, la ignorancia de Rajoy Brey sólo puede ser superada
por su propia ignorancia, porque corrupción de los individuos no es una
condición intrínseca de todo ser humano en general, sino que como otras tantas
condiciones del comportamiento humano, han sido históricamente determinadas.
Por ejemplo:
<<En
un Estado, es decir, en una sociedad en la que hay leyes, la libertad sólo
puede consistir en poder hacer lo que se debe querer y en no
estar obligado a hacer lo que no se debe querer>>. (Montesquieu: “El espíritu de las
leyes”. Cap. III Pp. 15. El subrayado nuestro).
Lo que Montesquieu ha querido significar en
este pasaje de su obra escrita en 1748 que acabamos de citar, es que en toda
sociedad racional y sin
excepción para nadie, no es lícito que el querer
de cada cual se ponga por encima de su deber
ser según la ley.
Pero ha omitido la verdad del conocido refrán que dice: “hecha la ley, hecha la trampa”. ¿Está esa trampa en la
condición humana, tal como sostiene el católico y consuetudinario mentiroso
liberal burgués, Mariano Rajoy, según consta en el mitológico primer capítulo
de las Sagradas Escrituras, a tenor del pecado original supuestamente cometido
por Adán y Eva en el Paraíso Terrenal? La prueba que desmiente semejante
superchería, está en la histórica y ejemplar sociedad
iroquesa constituida
en el Siglo XII:
<< ¡Admirable constitución esta de la gens, con toda
su ingenua sencillez! Sin soldados, gendarmes ni policía, sin nobleza, sin
reyes, virreyes, prefectos o jueces, sin cárceles ni procesos, todo marcha con
regularidad. Todas las querellas y todos los conflictos los zanja la
colectividad a quien conciernen, la gens o la tribu, o las diversas gens entre
sí; sólo como último recurso, rara vez empleado, aparece la venganza de sangre,
de la cual no es más que una forma civilizada de nuestra pena de muerte, con
todas las ventajas y todos los inconvenientes de la civilización (…) Tal era el
aspecto de los hombres y de la sociedad humana antes de que se produjese la
escisión en clases sociales>> (F. Engels: “El
origen de la familia, la propiedad privada y el Estado” Cap. III. Ed.
Progreso Moscú/1986 Pp. 281. Versión digitalizada Pp. 47).
El caso es, en realidad, que esa trampa del querer a costa de otros,
se montó cuando el derecho a la
propiedad privada individual generó la competencia económica, dando pábulo a las clases sociales y
la consecuente desigualdad social en el reparto de la riqueza. Y a propósito
del tiempo y las trampas, cabe destacar que desde hace más de tres siglos se
nos ha venido inculcando la idea de que el interés
privado —que induce a la desigualdad
económica entre individuos y familias en la sociedad civil—, está de hecho en relación de armónica identidad con los intereses generales de todos los
individuos como ciudadanos iguales
ante la ley. Pero Montesquieu, considerado sin discusión como el
padre del constitucionalismo moderno, al decir que el derecho privado se encuentra en intrínseca dependencia
y subordinación, respecto del derecho
público estatal, ha venido a significar que esa supeditación legal de
lo privado a lo público no es natural
o espontánea y por tanto consentida, sino políticamente forzada. Ergo, reconoció la tendencia de los propietarios privados, a
contradecir y hasta violar
una y otra vez, la ley del derecho público a la igualdad de oportunidades de los individuos, lo cual niega o
vulnera esa supuesta supeditación voluntaria de los intereses particulares a
los generales. Y por esto mismo Hegel apostilló, que el Estado es una necesidad externa de
intervención en la sociedad civil,
es decir, algo ajeno a la naturaleza
egoísta de la propiedad privada, que supuestamente irrumpe en ella y la condiciona con arreglo a los intereses
generales. O sea, que al exigir qué y cómo debe
ser la sociedad civil, la ley
estatal reconoce la intrínseca propensión de los propietarios privados
a no respetarla.
Tal es el fundamento del derecho público coercitivo
basado en el interés general, como condición
de que el querer de cada cual,
es decir, su interés privado
particular, sea siempre según su
deber determinado por la Ley que el Estado dicta y presuntamente impone
como representación del interés
general. Y de tal determinación Montesquieu concluyó que, todo
comportamiento particular al margen
de la Ley —que supuestamente vela por el interés general—, es corrupto
y disoluto, un mal ejemplo que tiende a propagarse disolviendo la sociedad y su
Estado, en el sálvese quien pueda de cada individuo o grupo de individuos
propietarios, ya sea por sí solos o asociados:
<<…cuando
en un gobierno popular caen las leyes en el olvido, como esto sólo puede
provenir de la corrupción de la república, está ya perdido el Estado (en tanto que representante de los
intereses generales)>>. (Montesquieu: Op. Cit. Pp. 38.
(Lo entre paréntesis nuestro).
En semejantes condiciones carentes de un poder público eficaz que salvaguarde los intereses generales, sobreviven
miserablemente hoy a duras penas dos mil millones de personas en más de sesenta países, cuyos gobiernos son incapaces de garantizar
las mínimas normas de seguridad y supervivencia a la mayoría de sus habitantes. Son los llamados Estados fallidos, síntoma
indiscutible de la decadencia sistémica terminal del capitalismo, en un proceso
que ha discurrido entre el llamado Siglo
de las Luces y el soterrado mundo de las sombras, donde hoy se
urden las tramas corruptas del sistema que alumbran la verdadera realidad
actual....:
<<….bajo el reino arbitrario y brutal de milicias, de
grupos criminales y de señores de la guerra. Si esas nociones son vagas y
discutidas, si los expertos se pelean sobre los calificativos y si algunos
gobiernos se escandalizan al ser rebajados de tal manera, la realidad de un
archipiélago de Estados vulnerables o fracasados es obvia para todos. Según las
fuentes y las definiciones, entre 20 y 60 países se moverían en ese "entre
dos luces" de la humanidad>> Gabriel Mario Santos Villareal: “Estados fallidos.
Definiciones conceptuales”. México/2009. Pp. 3
¿Hay alguna
duda de que todo este proceso histórico ha sido presidido por la todavía vigente y sagrada consagración
de la propiedad privada capitalista, en combinación sistémica
delincuencial con la “democracia
representativa”? Para responder a este interrogante, es necesario
entrar en materia desde los tiempos de la tardía
Edad media feudal, en que los reyes católicos promulgaron la llamada “ley
de Toro” que,
corriendo el año 1505 implantó el Mayorazgo como derecho individual hereditario,
privilegiando al primogénito respecto de los demás descendientes en cada familia
opulenta.
Durante la
transición del feudalismo al capitalismo, en 1747 Montesquieu hizo valer el deber ser del nuevo espíritu
jurídico en el Estado moderno burgués,
sentenciando que:
<<Las leyes deben quitar a los
nobles el derecho de primogenitura a fin de que, mediante el reparto continuo
de las herencias, las fortunas (de los herederos) tornen a ser iguales>>.
(Montesquieu: “El espíritu de las leyes” Pp.
86)
En 1843 Marx publicó su “Crítica a la filosofía hegeliana del derecho estatal”, donde
contribuyó a reforzar este razonamiento de Montesquieu, en salvaguarda del
poder conferido al Estado burgués republicano moderno, frente al denostado
privilegio feudal atribuido al primogénito en las familias de la nobleza.
Consideró que su derogación fue un progreso en la historia de la humanidad.
Pero inmediatamente señaló, que al emancipar a la sociedad civil erradicando el
privilegio feudal del mayorazgo, la flamante república burguesa elevó la propiedad privada a la más alta
jerarquía del poder social y político
real. No puso ningún límite a ese derecho, hasta el extremo de
consagrar la explotación del trabajo asalariado y su inevitable consecuencia:
la creciente desigualdad económica
entre las dos clases sociales universales:
<< ¿Qué poder (y privilegio) tiene y ejerce el Estado político (feudal)
sobre la propiedad privada en el (derecho
al) mayorazgo? El de aislarlo de
la familia y la sociedad, el de llevarlo a (ejercer irrestrictamente) su abstracta (e incondicional) autonomía (personal: la del primogénito). ¿Cuál es, por tanto, el poder del Estado
político (capitalista) sobre la
propiedad privada (al abolir el
mayorazgo)? El propio poder de la
propiedad privada, su ser (egoísta)
hecho existencia (libre de toda restricción). ¿Qué le queda al Estado político (burgués) frente a este (nuevo) ser?
La ilusión de que es él quien determina, cuando en realidad es
determinado (porque la propiedad privada rige tanto en la sociedad civil
como en el Estado). Ciertamente (al
quitarle el derecho a la primogenitura) el
Estado (capitalista) doblega la voluntad
de la familia y de la sociedad, pero solo para dar existencia a la voluntad
de una propiedad privada sin familia ni sociedad (la propiedad privada pura, individual). Y (lo hace) para reconocer
esta existencia como la suprema del Estado político, como la suprema existencia
ética (personal,
elitista, despótica y totalitaria)>>. (K. Marx: Op. cit. Pp. 136. Lo entre
paréntesis nuestro).
Pero con esto no está todo dicho, porque
falta demostrarlo. Y para eso es necesario discernir acerca de cuál es el verdadero sujeto soberano de la voluntad en esta emergencia histórica que
consagra el derecho burgués a ejercer irrestrictamente la propiedad privada. O
sea, que hace falta señalar dónde reside el principio activo de ese derecho. Pues, bien, ya hemos visto
que, bajo el mayorazgo, el requisito para ejercer la voluntad del derecho a la
herencia, le venía dado al heredero como individuo desde fuera de sí mismo.
¿Residía en la voluntad del testador? ¡Residía en la propiedad privada sobre
los bienes que legaba, registrados a nombre del primogénito! Éste fue el
principio activo del mayorazgo. O sea, que el verdadero sujeto del derecho a la herencia y la verdadera voluntad de
ejercitarlo, en realidad no emanaba
del sujeto beneficiado, sino de la propiedad
privada sobre los bienes que le eran legados. Y tal como así ha sido y
sigue siendo al interior de la sociedad dividida en clases, la “libertad”
supuestamente basada en la voluntad de los individuos con arreglo a la ley,
resulta ser falsa superficialidad, un embeleco. Porque no es la supuesta
“libre” voluntad reglada del sujeto propietario sino su propiedad, lo que le permite ejercerla, lo que realmente determina el comportamiento de
las almas propietarias en los individuos. Nadie puede disponer libremente de lo
que no sea propiedad suya. Ergo: la libertad
del propietario no está en él
—en su persona—, sino en la propiedad
que desde fuera de sí mismo se le atribuye legislativamente y por eso la
detenta. De este modo:
<<La propiedad privada se ha convertido en el (verdadero) sujeto (impulsor y determinante) de la voluntad (humana, que solo pueden
ejercer los individuos-propietarios. Por
lo tanto), la voluntad (deja de ser
subjetiva en tanto que) ya no es más que
el predicado de la propiedad
privada (la que se le atribuye desde fuera de sí mismo al sujeto
propietario). La propiedad privada ya no
es (tampoco) un objeto preciso
(que necesite) de la libre disposición (personal del
heredero beneficiado), es el predicado preciso de la propiedad privada (o sea,
lo que se predica, atribuye o infiere de ella en términos de voluntad)>>. (K. Marx: Op. cit.
Pp. 137. (Lo
entre paréntesis nuestro).
Tal es la
forma del mundo al revés,
donde la libre voluntad de los individuos es la que sólo pueden ejercen
algunos, ya sea merced a la propiedad que se les atribuye sobre determinados
objetos en la sociedad civil,
ya sea mediante los atributos de mando jerárquico que por la misma causa pasan
a ejercer los políticos profesionales en las instituciones estatales. La propiedad privada es, pues, el
verdadero sujeto que hace a
la voluntad supuestamente “libre” de los propietarios, de tal modo enajenados bajo el capitalismo.
Tal como aparece legislado ese atributo en el derecho burgués moderno, tanto en
el ámbito privado que impera
en la sociedad civil, como en el público
que hace al distinto alcance de la voluntad individual sobre cosas y terceras
personas subalternas, según la escala jerárquica de mando en las instituciones
estatales. Un mundo en el que, merced a la práctica del intercambio mercantil
ya durante la etapa postrera del feudalismo, la “voluntad” de los sujetos
deviene como voluntad y libertad de su
propiedad privada en la sociedad civil, la que cada uno detenta porque
le viene dada desde fuera de sí mismo
y así puede disponer a cambio de un equivalente. Es éste, pues, el mundo de la enajenación humana general
respecto de las cosas. Una cosificación
del comportamiento social general, o sea, el de cada individuo en su
relación social con los demás. Donde cada uno es en la vida no por sí mismo,
sino por lo que le permiten ser las cosas de su propiedad. Incluyendo en esas cosas, por ejemplo, a
determinados sujetos dependientes de otros con categoría de mando superior,
como es el caso entre patronos y obreros en una determinada empresa.
La esencia de la voluntad humana
desde los tiempos del incipiente capitalismo, se muestra en el hecho de que
todo propietario es como persona
en la sociedad, no por sus propias facultades o virtudes personales, sino por
las cosas de su propiedad de las que puede disponer —llamado patrimonio—, ejercitando ese
derecho sobre ellas. Sin propiedad privada, pues, no puede haber voluntad jurídicamente valida. Y
dado que en la sociedad capitalista —a diferencia de sus antecesoras esclavista
o feudal—, la propiedad privada solo puede recaer sobre cosas, he aquí la cosificación
de la voluntad humana en este sistema de vida, donde como reza el
refrán: “tanto tienes, tanto vales”. Ergo, tanto
puedes. El poder en general es, sin duda, por tanto, un subproducto de
la propiedad privada sobre cosas, medidas en términos de valor económico. Dicho
más claramente, la voluntad humana bajo el capitalismo ha sido secuestrada por
la propiedad privada:
<<Mi voluntad ya no posee, se
halla poseída (por la propiedad
que detento). Tal es precisamente el
cosquilleo romántico de la gloria del mayorazgo: la propiedad privada, o
sea la arbitrariedad privada en su figura más abstracta (ajena al individuo
que la posee), la voluntad más
mezquina, inmoral, bruta, aparece como la suprema enajenación de la
arbitrariedad, como la lucha más dura y sacrificada con la debilidad humana;
y como debilidad humana se presenta aquí la humanización de la propiedad
privada (que determina la deshumanización del propietario). El mayorazgo es la propiedad
privada convertida por sí misma en religión, abismada en sí misma, extasiada
ante su autonomía y su gloria>>. (K. Marx: Op cit. Pp. 138. Lo entre paréntesis nuestro).
Ha quedado claro que bajo el esclavismo y el feudalismo, la voluntad “libre”
de cierta minoría de individuos, permaneció sujeta casi exclusivamente a la propiedad territorial como el principal medio de producción
existente hasta entonces. Sin la propiedad sobre la tierra el esclavismo y el
feudalismo no hubieran sido posibles. Del mismo modo ha quedado igualmente
claro bajo el capitalismo,
que la distinta jerarquía en el ejercicio de la voluntad humana
presuntamente “libre” en general —tanto en la sociedad
civil como en el Estado— estuvo y sigue férreamente
sujeta al ejercicio de la propiedad privada sobre cosas materiales, que
hacen a las jerarquías sociales de mando sobre terceras personas. Y esas cosas
de carácter fundamental son los
medios de producción y de cambio en la sociedad civil, que a su vez
hacen a la escala jerárquica en los ámbitos estatales. Una autoridad ejercida
por determinados individuos, que los ciudadanos delegan con su voto en los
comicios periódicos. Así fue cómo la historia ha dado fe de la certeza, en cuanto a que el
concepto de propiedad privada
permitió a una minoría de esclavistas y señores feudales en la sociedad antigua, tanto como a
los capitalistas en la sociedad
moderna, ejercer su voluntad política supuestamente “libre” (en
realidad enajenada), para despojar a las mayorías por mediación alternativa del
engaño y la violencia. Tanto más cuanto mayor alcanzó a ser sucesivamente su censo de riqueza en propiedad,
al interior de la sociedad civil y/o el rango jerárquico de poder disponer privadamente sobre las cosas y
el personal en las instituciones políticas del Estado:
<<La
Constitución política (en la Revolución francesa) culmina
por tanto en la constitución de la propiedad privada. La suprema convicción
política es la convicción de la propiedad privada (individual)>>. (K. Marx: Op. cit. Pp. 134)
Fue
precisamente John Locke quien introdujo el
concepto de individuo propietario,
cuya propiedad privada aparece como un derecho
natural, base sobre la
cual todavía se sostiene el constitucionalismo político liberal del Estado
burgués. Una constitución que consagra el derecho “humano” de cada individuo a
su propiedad privada, si es posible rebasando el límite de la que ostentan los
demás individuos, como signo distintivo de su poder personal superior, tanto
en la sociedad civil como en el Estado.
Incluyendo naturalmente al poder judicial, que así pasa subrepticiamente a
depender del Poder ejecutivo y éste, a su vez, del poder económico concentrado en determinadas minorías
acaudaladas. Tal como sucediera en 2013, por ejemplo en España, con la reforma del Consejo General del Poder
Judicial durante el mandato del Partido Popular, cuya mayoría absoluta de representantes
políticos en el Congreso de los diputados, le permitió poner a ese órgano
judicial bajo el dominio del poder ejecutivo, ejerciendo en última instancia
ese poder delegado, al dictado de los
grandes capitales en medio de la última recesión económica, que parece
haber llegado para quedarse. Un dominio cuyos diputados hicieron valer en su
condición de propietarios privados mayoritarios de los escaños en el Congreso,
para poder así haber impuesto esa reforma. He aquí la verdad del capitalismo descubierta por Marx, según la
cual la democracia representativa
es, en última instancia, la dictadura de la propiedad privada sobre el capital
en manos de una minoría opulenta.
¿Dónde si no en el poder económico
manifiesto de la propiedad privada del capital en la sociedad civil, está el
sustento del poder político en el Estado? ¿Cabe dudar, pues, de que bajo la sociedad de clases la “libertad”
individual haya sido y siga siendo un atributo
político esencial y exclusivo de la propiedad privada? ¿Cabe dudar a
estas alturas de la historia moderna,
de que el Estado “democrático” haya sido y siga siendo, sistemáticamente sometido a la voluntad política dictatorial de la propiedad privada,
detentada desde la sombra por la minoría de capitalistas más acaudalados que
hoy deciden el futuro inmediato de la humanidad agrupados en el llamado ”Club de Bilderberg”?
Desde fines de marzo de 1871, el perro sangriento que devoró a la
Comuna de París estuvo encarnado en Louis
Adolphe Thiers y demás
secuaces suyos: Jules Favre, Ernesto Picard, Agustín Pouyer-Quertier y Jules
Simon. Todos
ellos en virtud de la propiedad sobre sus respectivos mandatos políticos,
decidieron discrecionalmente repartirse en concepto de comisión, buena parte
los dos mil millones de francos que costó a los ciudadanos franceses, el hecho
de que estos sujetos gestionaran ante Alemania un préstamo al Estado francés
por esa cantidad, bajo la condición de que tal coima no se hiciera efectiva,
hasta después de conseguirse el aplastamiento de la “Comuna” y la “pacificación
de París” por las tropas prusianas. ¿Cuántos crímenes y actos de corrupción
desde el ejercicio del poder en virtud de la propiedad sobre cargos políticos
—como éstos—, se han podido venir cometiendo hasta hoy en el Mundo impunemente, en nombre de la
bendita palabra: naturaleza
cuyo significado bajo el capitalismo tanto se parece a esta otra: facilidad?
¿Puede
alguien dudar, pues, de que la corrupción política haya tenido su origen y
resultado en el maridaje
entre la democracia representativa
—que hace a la propiedad privada periódica
discrecional de ciertos individuos sobre los altos cargos que detentan en las instituciones del Estado burgués—
por una parte, y la propiedad privada
capitalista sobre los medios
de producción y de cambio que hacen al poder político personal de otros tantos sujetos en la sociedad civil por otra? ¿Puede alguien dudar de que este maridaje
siga siendo posible, a instancias de la prerrogativa
exclusiva de los más altos representantes
políticos electos,
actuando en secreto contubernio
con los propietarios del capital global en cada país? ¿Puede alguien dudar de
que todo esto haya consistido y consista, en que ambas partes conviertan la cosa pública en propiedad
privada individual? ¿Cabe dudar de que los tan cacareados ideales de
“libertad, igualdad y fraternidad” hayan sido y sigan siendo un maldito timo?
¿Cabe dudar, en definitiva, que bajo semejante estado de cosas los ciudadanos de a pie hayamos venido
siendo —y así seguimos—, políticamente contando como un cero a la izquierda en esta historia?
¿Por qué
tenaz e insensata estupidez seguir negándonos, entonces, a que como mayorías sociales seamos
nosotros quienes, de una vez por todas, decidamos
realmente poner las cosas en
su sitio implantando la verdadera y genuina democracia? Pero ponerlas
una vez más por encima de nosotros mismos, eso no. Porque así los bribones nos
seguirían aplastando con el peso muerto de la historia
“democrático-representativa” sobre nuestras cabezas. Hay que poner las cosas en
el sitio justo, según el conocimiento de lo que es necesario hacer para tal
fin, que nos concientiza, eleva y proyecta a la condición de sujetos
auténticamente libres. Porque la genuina
libertad democrática no ha sido nunca más que esto: actuar como mayorías absolutas con el
previo conocimiento de la verdad sobre la realidad para transformarla,
con arreglo al ser humano genérico,
sin distinción de clases sociales.
Y aquí vuelve
con toda su fuerza esclarecedora el genio inmortal de Shakespeare: “Ser o no ser. Esta es la cuestión”.
Pero ser en un mundo donde resplandezca la verdad, dejando atrás la ficción del
engaño y el sometimiento político a la dictadura económica de la sinrazón
capitalista. Y para eso es necesario, ante todo, comprender en su plenitud
esencial la realidad que exige ser transformada, apoderándose de ella
para ponerla en armonía con la LIBERTAD
y la igualdad UNIVERSAL descosificadas.
Las
escandalosas fechorías
cometidas por numerosos miembros de formaciones políticas como el Partido
Popular a cargo del gobierno en la España más reciente, haciendo negocios con
empresarios a expensas del erario público, son las mismas que desde la segunda
mitad de los años veinte auspició Stalin el siglo pasado con sus secuaces en la
ex URSS tras la muerte de Lenin. Todas ellas han sido y son de la misma
naturaleza social perversa. Y todas sin excepción han sido inducidas por la propiedad privada. Ya sea de
modo encubierto a instancias del llamado “enchufismo” de los políticos profesionales en
disputa por ocupar las instituciones
estatales en cada país, ya sea del modo más abierto y manifiesto por
los empresarios, dueños
directos de los medios de producción
y el dinero bancario en la sociedad
civil. La propiedad privada hace a la competencia intercapitalista, y
está última genera necesariamente 1) la creciente desigualdad social entre las
dos clases sociales universales y 2) las disputas comerciales entre
capitalistas y políticos agrupados en distintos países, que suelen desembocar
en guerras de rapiña por apropiarse del “territorio enemigo”, incluyendo los
medios de producción y de cambio allí localizados.
Bajo condiciones económicas de acumulación de capital
explotando trabajo asalariado en la
sociedad civil, la clase propietaria de los medios de producción y de
cambio convierte a los
distintos Estados nacionales
en mercados, donde las distintas empresas compiten
entre sí para poner el poder político
de las instituciones estatales al servicio de sus respectivos intereses económicos particulares.
Para tal fin, los capitalistas compran
la voluntad de los políticos profesionales que gobiernan esos Estados. Les
corrompen. Un modus operandi que no sería posible sin la democracia representativa que les posibilita lograr ese
propósito de un modo indirecto:
por mediación del sufragio universal que delega
la voluntad política de los electores,
en determinados sujetos electos
organizados en distintos partidos políticos, quienes prometen representarles en
las instituciones estatales. Es esta una tramposa y delincuencial conjugación
de la praxis política entre candidatos
a ser representantes, y electores
que les votan para que supuestamente
les representen. Tramposa y delincuencial, porque tras cada acto electoral los
candidatos electos dejan en papel mojado sus promesas, para lucrarse atendiendo
a los intereses de los empresarios capitalistas. Burlan así la voluntad popular
y el interés general. Un negocio que se acuerda y ejecuta en la discrecional
intimidad que permiten los muy bien alfombrados y amueblados despachos de las
distintas dependencias estatales, donde los políticos y los empresarios convierten secretamente la cosa
pública en cosa privada.
Tal es la ceremonia y el embeleco sobre el
cual se ha podido venir sosteniendo, durante dos siglos, el sistema de vida
basado en la explotación de trabajo ajeno y el reparto cada vez más desigual de
la riqueza. Incluso en épocas de crisis[1]. Hablar de un máximo histórico de desigualdad
social relativa entre ricos y
pobres, no significa que ese proceso haya llegado a su límite, sino que la
desigualdad ya no se nutre tanto de la plusvalía
relativa (que aumenta por efecto de la productividad a expensas del
salario sin perjuicio de su
poder adquisitivo)[2],
sino más bien de la plusvalía
absoluta que solo aumenta por el mayor esfuerzo en el trabajo y la
penuria creciente de los más pobres:
el aumento de su miseria en perjuicio de su vida[3].
Un fenómeno ligado a la ignorancia,
que a su vez induce a la pasividad y
la sumisión: dos preciadas “virtudes ciudadanas” cuyo cultivo en la
conciencia de los explotados la gran burguesía encarga a los más hábiles administradores políticos,
formados en esos estratos intermedios de la sociedad, es decir, la pequeña burguesía intelectual.
De modo que:
<<Mientras la clase oprimida —en
nuestro caso el proletariado— no está madura para liberarse ella misma (porque desconoce
la verdad sobre la realidad en que vive),
su mayoría reconoce el orden social de hoy como el único posible, y
políticamente forma la cola de la clase capitalista, su extrema izquierda (a
instancias de partidos reformistas estatizados, como es hoy el caso en España
de “Izquierda Unida”, “Podemos” y demás “mareas” adosadas)>>. (F. Engels: “El
origen de la familia, la propiedad privada y el Estado” Cap. IX Barbarie
y Civilización Pp. 105. Versión digitalizada Pp. 100. Lo entre
paréntesis nuestro.).
La propiedad
privada sobre los medios de producción y de cambio, ha demostrado ser el
resultado del instinto animal más
primario en que se ha convertido buena parte del género humano, tras
haber dejado su impronta en la destrucción y el holocausto de las dos guerras mundiales. Un
proceso que actualmente se prolonga en conflictos bélicos que sacuden a países
como es el caso de Gaza, Palestina, Siria, Irak, Sudán del sur, Afganistán,
Yemen, Chad, Libia, Burundi, República centroafricana, Somalia y Nigeria, con
un total de 65 millones de refugiados en otros tantos países. La mayoría de ellos por causas que
radican en la disputa económica del gran capital multinacional, por la
propiedad y el control de recursos naturales.
03 - Imponer en el
Mundo la verdad, como requisito fundamental para el ejercicio de la libertad,
la igualdad y la fraternidad
<<No basta predicar la
democracia, no basta proclamarla y decretarla, no basta confiar su realización
a los “representantes” del pueblo en las instituciones representativas. Es
necesario construir la democracia
inmediatamente, desde abajo, mediante la iniciativa de las propias masas,
mediante su efectiva participación en todas
las esferas de actividad del Estado, “sin “supervisión desde arriba, sin
burocracia.
La sustitución de la policía, de la
burocracia y del ejército regular por el armamento general de todo el pueblo,
incluidas las mujeres; es una tarea práctica que se puede y se debe acometer
inmediatamente. Cuanto mayor sea la diversidad de iniciativas, la audacia y ola
fuerza creadora con que las masas contribuyan a ello, tanto mejor. No solo los
proletarios y los semiproletarios del campo, sino las nueve décimas partes del
campesinado marcharán, seguramente, con nosotros, si explicamos nuestras
proposiciones de manera clara, sencilla y accesible, con ejemplos de la vida
real.
Nuestras proposiciones son:
—No permitir el restablecimiento de la
policía;
—no permitir el restablecimiento del
poder absoluto de funcionarios prácticamente inamovibles y que pertenecen a la
clase de los terratenientes y capitalistas;
—no permitir el restablecimiento de un
ejército regular, divorciado del pueblo, pues tal ejército es la más segura
garantía de que se harán intentos de toda clase para suprimir las libertades e
instaurar la monarquía;
—Enseñar al pueblo, hasta ma misma
base, el arte de gobernar, no sólo con la teoría, sino con la aplicación
práctica inmediata y en cada lugar, de la experiencia de las masas.
Democracia desde abajo, democracia sin
funcionarios, sin policía, sin ejército regular. Servicio social voluntario por
una milicia constituida por todo el
pueblo armado: he ahí la garantía de libertad que n9ingún zar, ningún valiente
general ni ningún capitalista podrá arrebatar.
(V. I. Lenin: “El Congreso de diputados campesinos”. Publicado por “Pravda” Nº 34 el 16 de abril de 1917.
Obras completas. Tomo XXV. Ed. Akal/1977 Pp. 97-98. Cfr. con Jorge Alonso y Sergio Sánchez
Días: “Democracia
emergente y partidos políticos”. Tomo I. Pp. 10).
El problema de la humanidad en el momento actual
de su historia, radica en que los explotados todavía seguimos anclados en una
sociedad, cuyos verdaderos fundamentos desconocemos,
y sus relaciones sociales clasistas
se han erigido y fortalecido a caballo del más extremo interés individual y/o de fracción. La paradoja está, en que
ese modo individualista y pragmático de asumir la vida cotidiana, en vez de
conservar y fortalecer las relaciones
interpersonales y sociales que formalizamos con los demás, tiende a debilitarlas y destruirlas.
Precisamente porque predomina la tendencia a que cada cual se comporte según lo
que le conviene. Una pauta de
conducta falaz y egoísta que se nos inculca y adoptamos desde pequeños, a
fuerza de que muy subliminalmente se nos ha venido educando, en la falsedad de
que el egoísmo personal es tan necesario, como que está en nuestra propia
naturaleza humana desde sus mismos orígenes, cuando en realidad ha venido anidando
en el concepto clasista de propiedad
privada, que apareció por primera vez cuando la sociedad dejó atrás al comunismo primitivo y se dividió en clases sociales, durante la llamada “civilización”
bajo el esclavismo.
Por entonces, un tal Sócrates, quien ya había descubierto la nociva y fatal contradicción entre lo
individual y lo social, decía que llevaba en su interior un “diablillo”,
indicándole lo que debía y no debía hacer en cada momento de su relación con los demás, para
conservar su propia vida virtuosa y no desbaratarla. Y era ese otro yo de sí
mismo, su conciencia, la que
le aconsejaba proceder siempre según el criterio de la verdad, que siendo válida para todos, como la ley de la gravedad, en vez de
dividir y enfrentar a unos con otros les pone de acuerdo e induce a la unión
para los fines de alcanzar objetivos comunes a todos y cada uno, inhibiendo el
sentimiento elitista basado en la conveniencia
personal de unos cuantos, que para tales fines divide
y enfrenta a unos con otros. Siguiendo estos principios que hacen a la justicia
en la relación entre distintos sujetos, decía Sócrates que:
«Tal conducta [virtuosa]
es debida a algo de divino y
sobrenatural que sucede en mí, a una voz de la que me habréis oído hablar
muchas veces. Tal prodigio comenzó en mi infancia. Es una voz que se deja oír
en mí y, cuando habla es siempre para desviarme de mis resoluciones, nunca para
excitarme a emprender algo. Pues, sabedlo, atenienses: si yo me hubiese ocupado
en los asuntos públicos, hace ya tiempo que no existiría y mi vida no hubiera
sido útil ni para mí ni para vosotros. No os enojéis si digo la verdad: todo el
que intente resistir con generosa firmeza, todo el que quiera impedir que se
cometan injusticias e ilegalidades en la república, no podría escapar a la
muerte; es necesario que el que combate francamente por la justicia, si quiere
conservar su existencia por algún tiempo, viva como simple particular, sin
tomar parte alguna en el gobierno». (Eduardo Ovegero y Mauri: “El Demonio de Sócrates”. Lo entre corchetes
y el subrayado nuestros. GPM).
Así es cómo Sócrates aludiendo
al aforismo que más tarde acuño el británico Lord Acton diciendo que: “El poder tiende
a corromper y el poder absoluto corrompe absolutamente”, a este sabio
criterio de comportarse no según el
interés personal sino de buscar la verdad en cada cosa o circunstancia,
Sócrates le llamó conciencia.
Por eso le condenaron a muerte haciéndole beber la cicuta. Le mataron por haber concebido al Dios de la conciencia, que determina el proceder humano según
la idea de la verdad sobre la
realidad como fundamento de lo que es necesario hacer; la idea del
deber ser y la honestidad, que para él eran bienes supremos en las relaciones
entre los individuos. Un estado de espíritu ideal regidor de las justas
conductas, que niega el relativismo
subjetivista según el cual, son válidos por igual distintos puntos de vista sobre
una misma realidad, ya sea inducidos por el
interés personal o de grupo asociado. Sócrates bregó, pues, por el
proceder según la verdad que no deja
margen para el engaño y el pillaje mutuo, típico desde los orígenes del
capitalismo que todavía perdura en la sociedad actual.
El relativismo, ya sea personal, de
grupo empresarial en la sociedad civil o de fracción política en cualquier
Estado nacional, es un ascua que —como
ha sido el caso del liberal-burgués Juez Llarena—, suelen arrimar su sardina
los empresarios y políticos profesionales institucionalizados, sin excepción, dado
que no por casualidad la función hace al órgano. Un principio utilitarista del
comportamiento humano que cabalga sobre las ancas o grupa de la propiedad, la competencia y el
regateo en los negocios, donde la
primera víctima de los distintos intereses opuestos en disputa por “llevarse el
gato al agua”, sin duda es, precisamente, la verdad. Todo ello en un contexto social corrupto, donde
lo individual suele acabar prevaleciendo sobre lo social y con tal propósito se
afianza la propensión a engañar con fines gananciales, desde dentro mismo de
cada relación interpersonal o social; una sociología perversa y criminal que se
ubica en las antípodas de la virtud. Un comportamiento vicioso tendencialmente
delincuencial y hasta genocida, que convierte a los seres humanos en bestias
pardas.
¿Dónde radica ese
factor moral disoluto movido con fines de promoción personal, que suele malévolamente
confundirse con el instinto básico de supervivencia o conservación en todo
individuo natural viviente? En la vigencia del maldito derecho a la propiedad privada ya sea de dinero, cosas o poderes públicos de responsabilidad
institucional con fines de promoción personal y/o social. Un vicio que
las clases dominantes —desde los tiempos de la esclavitud hasta hoy—, han
venido sosteniendo y bajo el capitalismo se ha visto reforzado por el derecho a la propiedad privada
sobre los medios de producción y el
dinero bancario. Un privilegio hecho a la medida de una minoría de empresarios
capitalistas en contubernio permanente con políticos profesionales
institucionalizados, que siguen campando por sus respetos en la sociedad a
expensas del trabajo ajeno. Un espíritu mercantilista pragmático, explotador y
opresivo. Un modo de vida del que también se ocupó la burguesía de cultivar “urbi
et orbi” entre los asalariados, publicitándolo engañosamente como algo al
alcance de cualquiera que se lo proponga. Como por ejemplo los llamados emprendedores que se agrupan por
su cuenta y, sin embargo, muchos de ellos no suelen perdurar más allá de una
generación.
Por aquí hay que
comenzar la tarea de acabar con la tontería y hacer consciente la verdad sobre
la realidad social actual,
para transformar de una vez por todas el vicio en virtud política, dejando
atrás el egoísmo individualista excluyente, competitivo y hasta criminal, que
con tanta fatalidad y desgracia general disuelve las relaciones sociales e
interpersonales, especialmente del modo más inhumano y cruel durante las crisis
periódicas, que incluso han venido causando el enfrentamiento belicoso entre
grupos de países, a menudo desembocando en guerras cada vez más destructivas y genocidas,
según el progreso científico-técnico es incorporado a los instrumentos bélicos
de destrucción material y humana a escala masiva.
Así
las cosas, la consuetudinaria imbecilidad
deliberadamente introyectada en los explotados por determinados intereses
creados de las clases dominantes, pueden seguir impidiendo que se
comprenda la necesidad de superar este ruinoso y potencialmente criminal
derecho a la propiedad privada
disolvente del bien común,
cuyas lacerantes consecuencias exigen cada vez más poner a ese falso y criminal
“derecho” fuera de la ley. Un
derecho al uso y abuso del trabajo ajeno, que ha venido haciendo al carácter de
las sociedades clasistas
desde los tiempos del esclavismo —exclusivo de una cada vez más irrisoria
minoría opulenta—, acostumbrada a conjugar el verbo vivir en la privilegiada primera persona del singular,
a expensas de la cada vez más insoportable miseria creciente de las mayorías
sociales explotadas y oprimidas. Ergo, en la presente emergencia histórica la
consigna es, porque así debe ser: propiedad privada sí, pero sólo sobre los medios de consumo
que momentáneamente cada cual con su capacidad en el trabajo sepa ganarse. No
precisamente como “Los hombres de la viga” construyendo el “Rockefeller Center” durante la gran depresión económica de los
años treinta el siglo pasado, tal como lo muestra la siguiente fotografía.
Desafiando a la ley física de la gravedad en octubre de 1932 a 270 metros de
altura, casi todos ellos inmigrantes irlandeses preparándose para el almuerzo
donde trabajaban por unos pocos dólares al día. Ignorantes de la forma en que
más abajo y muy cómodamente instalados en sus despachos, unos pocos individuos
propietarios asociados capitalizaban la ganancia menguante, obtenida con el
producto del riesgoso esfuerzo humano ajeno.
¿A
qué seguimos esperando pues hoy los asalariados, a que los enriquecidos empresarios
y burócratas políticos profesionales oportunistas corruptos, sigan haciendo por
nosotros en su exclusivo beneficio, lo que sólo nosotros debemos y podemos
hacer por el bien de todos? He aquí seguidamente, el fundamento indiscutible de
seis necesidades sociales y
políticas, de cada vez más urgente realización a escala internacional:
1) Expropiación por el Estado
revolucionario y democrático de todas las grandes y medianas empresas
industriales, comerciales y de servicios, sin compensación alguna.
2)
Cierre y desaparición de la Bolsa de Valores.
3)
Control obrero colectivo permanente y democrático de la
producción y la contabilidad en todas las empresas,
privadas y públicas, garantizando la transparencia informativa en los medios
de difusión para el pleno y universal conocimiento de la verdad,
en todo momento y en todos los ámbitos de la vida social.
4)
El que no trabaja en condiciones de hacerlo, no come.
5)
De cada cual según su trabajo y a cada cual según su capacidad.
6)
Régimen político de gobierno basado en la democracia directa, donde los
más decisivos asuntos de Estado se aprueben por mayoría en Asambleas,
simultánea y libremente convocadas por distrito, y los altos cargos de los tres
poderes, elegidos según el método de la representación
proporcional,
sean revocables en cualquier momento de la misma forma.
04 - Breve descripción del
proceso terminal que ha dado pábulo a la necesidad de superar el actual sistema
capitalista de vida
Oxfam es una
confederación internacional formada por 17 organizaciones no gubernamentales
nacionales, que realizan labores humanitarias en 90 países. Su lema es trabajar
con otras organizaciones de la misma finalidad para “combatir la pobreza y el
sufrimiento", sin menoscabo del
sistema capitalista. En marzo de 2015 uno de sus más destacados
miembros llamado Gabriel Zuckman, ha dejado negro sobre blanco la peregrina idea de que como en los tiempos pasados de la más originaria
piratería marítima, así están procediendo actualmente los paraísos fiscales en
el actual capitalismo tardío. Y a propósito de este asunto ha dicho lo
siguiente:
<<Ni la desigualdad extrema ni
la pobreza son fenómenos inevitables. Son el resultado de opciones políticas
que pueden corregirse con voluntad política y un marco de verdadero consenso
internacional. La política fiscal, con sus dos caras de ingresos e inversión,
es la política pública más potente y eficiente para lograrlo. Y es una opción
de gobierno. Pero todos los países, en mayor o menor medida, se encuentran con
un problema común a la hora de plantear la construcción de sistemas fiscales
más justos e incrementar la recaudación: el coste que supone para las arcas
públicas la fuga de recursos por la evasión y elusión fiscal de las grandes
empresas.
Oxfam estima que cada año los países
en desarrollo pierden al menos 100.000 millones de dólares por abusos fiscales
de grandes transnacionales, tanto por la evasión y elusión fiscal como por los
incentivos discrecionales concedidos [por los gobiernos] a algunas grandes empresas. La Unión Europea deja de recaudar cada año
por la evasión y la elusión fiscal 1 billón de euros, el equivalente a dos
veces el gasto público en salud de sus 508 millones de habitantes. En España,
el fraude fiscal es superior a todo el presupuesto público en sanidad.
La evasión y elusión fiscal de las
grandes corporaciones tiene un coste en vidas humanas y amenaza la capacidad de
los Estados a la hora de poner en marcha políticas que reduzcan la desigualdad,
la lucha contra la pobreza y garanticen la dignidad de las personas. Los
privilegios de unos pocos son sacrificios para el resto de la ciudadanía.
La responsabilidad ante de los
gobiernos que pudiendo optar por cortar de raíz estas prácticas e imponer
sanciones a los que intencionadamente burlan los límites de la ley o exigir
mayor esfuerzo a los que más tienen, se rinden aparentemente ante la presión
que estos puedan ejercer o el temor a la movilidad del capital. Pero las
empresas eligen sus prácticas y son muchas las que optan estirar al máximo los
límites de la ley para pagar lo menos posible, dando la espalda a las
necesidades del con junto de la ciudadanía. La ingeniería fiscal está dentro de
los límites de la legalidad, pero es difícil asumir que sea responsable.
Para mostrar cuáles son los
mecanismos utilizados, y por lo tanto dónde se encuentran las debilidades del
sistema actual y como afecta al sistema fiscal español, Oxfam Intermón ha
realizado durante los últimos dos años un análisis del comportamiento fiscal de
las principales empresas españolas del IBEX35 basado en la información pública
que éstas aportan. Nuestro objetivo con este informe es aportar elementos que
contribuyan a construir sistemas fiscales más justos, tanto en España como en
el marco internacional, además de proponer una hoja de ruta al sector
empresarial hacia una mayor responsabilidad fiscal.
Nuestro análisis ha detectado que
las empresas (españolas) del IBEX35 han aumentado en un 44% su
presencia en paraísos fiscales, especialmente en Delaware (Estados Unidos),
Holanda y Luxemburgo. Sus entramados corporativos se convierten en complicadas
redes de empresas a las que es difícil seguir el rastro. En conjunto, las
empresas del IBEX35 suspenden e informan muy escasamente sobre su política
fiscal, y apenas un 10% de ellas informan acerca de cuánto pagan y en qué
países del total en los que están presentes. Hay mucho camino de mejora posible
hacia una plena responsabilidad fiscal.
En el contexto actual de crisis,
estas prácticas generan una inmensa frustración social. La ciudadanía no
entiende que mientras se recortan derechos o se exige mayor esfuerzo a los que
menos tienen, los gobiernos no sean implacables a la hora de frenar las fugas
injustas y desleales de recursos. Los escándalos mediáticos están provocando
encendidos discursos de algunos gobiernos, líderes políticos y organismos
internacionales, pero tibias soluciones aún>>. (..\1315148474.pdf lo entre
paréntesis nuestro. Cfr. con Pp. 1)
Desde 1998 nosotros
siguiendo a Marx, Engels y Lenin, hemos venido insistiendo en destacar una
realidad característica del sistema capitalista, que habiéndose basado en la
propiedad privada sobre los medios de producción y la creciente explotación del trabajo asalariado, está hoy atravesando
su etapa postrera que anuncia la necesidad cada vez más imperiosa de acabar con
esta forma de vida para siempre. Y es que a raíz de su propia naturaleza sistémica el proceso de explotación de
trabajo humano ajeno por el capital, ha llegado a un extremo en que no puede ya
seguir medrando como desde sus orígenes, precisamente a raíz de que la competencia intercapitalista
ha sustituido cada vez más trabajo
humano explotado —creador de un plus de ganancia—, por trabajo mecánico que se limita exclusivamente
a trasladar su costo de producción al producto fabricado, es decir, que
no genera ningún beneficio. Una
realidad tan inevitable como tangible, que ha dado pábulo al actual recurso alternativo
de los más opulentos capitales sociales institucionalizados, de tal modo
forzados por esa realidad objetiva a compensar dichas carencias gananciales, recurriendo
a sucesivas artimañas dialécticas, como es el caso, por ejemplo, sucesiva evasión y elusión impositiva de sus respectivas
empresas en cada país, apelando a los llamados paraísos fiscales. Dadas estas circunstancias, es falso de
toda falsedad opinar que “la desigualdad
extrema y la pobreza de las mayorías sociales subalternas sean fenómenos
evitables”, tal como así lo ha dado a entender equívocamente Gabriel
Zuckman.
Pero hay más
que decir en cuanto a lo que concierne y ha venido significando bajo el
capitalismo, la propiedad privada de
los distintos medios de producción y el dinero bancario. Y es que ese derecho inhumano a la propiedad —exclusivo
de la burguesía en la sociedad civil de los distintos países—, ha derivado a
escala planetaria en el oculto y corrupto
contubernio de intereses particulares, entre los empresarios privados y
los poderes públicos profesionales de individuos eventualmente a cargo del
gobierno en las instituciones políticas de cada Estado nacional, para fines
mutuamente gananciales a expensas de la creciente miseria, que pesa sobre buena
parte de los contribuyentes ciudadanos de a pie:
<<Al día de
hoy en España, tres millones de habitantes sobreviven por debajo del umbral de la
pobreza, con ingresos
mensuales menores a 307 Euros. Una deriva de la miseria más absoluta, que se
duplicó desde el estallido de la última crisis pasando del 3,5 % en 2007 al 6.4 % el año pasado. En el mundo ésta penuria ya somete a 702 millones. Sin embargo, los
dirigentes en Catalunya de la “Candidatura d'Unitat
Popular” (CUP), el “Partido Demócrata-Europeo Catalán” (PDeCAT) y “Ezquerra Republicana de Catalunya” (ERC),
omitiendo deliberadamente centrar su atención en este proceso
histórico-objetivo determinista estudiado por Marx, han coincidido por el
contrario en adoptar la peregrina especie teórica subjetivista, de que
procediendo a la secesión geopolítica de Catalunya respecto de España, la
presente recesión económica padecida por las mayorías ciudadanas en esa
Comunidad Autónoma, desaparecería como por encanto. Y de ahí también que estos
tres partidos burgueses de medio pelo —que lideran a una de las dos
partes en que contribuyeron a dividir políticamente a la mayoría de los
asalariados catalanes—, hayan coincidido en inculcar a su incauto
electorado la interesada y perversa engañifa de que tal crisis social en
Catalunya, ha sido el resultado no de la relación social desigual entre
patronos explotadores y asalariados explotados predeterminada por el sistema,
sino de políticas públicas erróneas que han venido implementando los
partidos políticos de turno a cargo del Estado español, contrarios al
independentismo. Como si la creciente y escandalosa distribución
desigual de la riqueza en el Mundo hasta hace bien poco, hubiera tenido su
raíz en la voluntad política de determinados individuos proyectada en las
instituciones políticas estatales —llamada política económica— , y no en los
ámbitos donde realmente esa riqueza se produce y distribuye con arreglo a una ley
suprema determinista que, bajo el capitalismo, nada tiene que ver con ninguna
voluntad política personal —ya sea democrática o despótica— determinante de la
llamada “justicia distributiva”, sino con la propiedad privada sobre los
medios de producción y de cambio, determinante de los intereses materiales
de la burguesía en tanto que clase social todavía dominante —tanto en la sociedad
civil como en la política—, que Marx con total certidumbre dio en llamar
“dictadura del capital”>>. (https://www.nodo50.org/gpm/Articulo155/00.htm
Pero es que,
además, tal como lo previera en 1847 con certera precisión Federico
Engels en su obra titulada “Principios del Comunismo”, a diferencia del capitalismo donde la todavía
vigente propiedad privada sobre los distintos medios materiales de producción determina
la división del trabajo humano en las más diversas empresas, la sociedad futura
superadora de la actual —sin propiedad privada en las distintas ramas de la
producción—, además de acabar con la perversa explotación del capital sobre
trabajo ajeno, modificarán por completo las formas de producir socialmente:
<<Apartado
XX: ¿Cuáles serán las consecuencias de la supresión definitiva de la
propiedad privada? Al quitar a los capitalistas privados el usufructo de
todas las fuerzas productivas y medios de comunicación, así como el cambio y el
reparto de los productos, al administrar todo eso con arreglo a un plan basado
en los recursos disponibles y las necesidades de toda la sociedad, ésta
suprimirá, primeramente, todas las consecuencias nefastas ligadas al actual
sistema de dirección de la gran industria. Las crisis desaparecerán; la
producción ampliada, que es, en la sociedad actual, una superproducción y una
causa tan poderosa de la miseria, será entonces muy insuficiente y deberá
adquirir proporciones mucho mayores. En lugar de engendrar la miseria, la
producción superior a las necesidades perentorias de la sociedad, permitirá
satisfacer las demandas de todos los miembros de ésta, engendrará nuevas
demandas y creará, a la vez, los medios de satisfacerlas. Será la condición y
la causa de un mayor progreso y lo llevará a cabo, sin suscitar, como antes, el
trastorno periódico de todo el orden social. La gran industria, liberada de las
trabas de la propiedad privada, se desarrollará en tales proporciones que,
comparado con ellas, su estado actual parecerá tan mezquino como la manufactura
al lado de la gran industria moderna. Este avance de la industria brindara a la
sociedad suficiente cantidad de productos para satisfacer las necesidades de
todos. Del mismo modo, la agricultura, en la que, debido al yugo de la
propiedad privada y al fraccionamiento de las parcelas, resulta difícil el
empleo de los perfeccionamientos ya existentes y de los adelantos de la ciencia,
experimentará un nuevo auge y ofrecerá a disposición de la sociedad una
cantidad suficiente de productos. Así, la sociedad producirá lo bastante para
organizar la distribución con vistas a cubrir las necesidades de todos sus
miembros. Con ello quedará superflua la división de la sociedad en clases
distintas y antagónicas. Dicha división, además de superflua, será incluso
incompatible con el nuevo régimen social. La existencia de clases se debe a la
división del trabajo, y esta última, bajo su forma actual desaparecerá
enteramente, ya que, para elevar la producción industrial y agrícola al
mencionado nivel, no bastan sólo los medios auxiliares mecánicos y químicos. Es
preciso desarrollar correlativamente las aptitudes de los hombres que emplean
estos medios. Al igual que en el siglo pasado, cuando los campesinos y los
obreros de las manufacturas, tras de ser incorporados a la gran industria,
modificaron todo su régimen de vida y se volvieron completamente otros, la
dirección colectiva de la producción por toda la sociedad y el nuevo progreso
de dicha producción que resultara de ello, necesitarán hombres nuevos y los
formarán.
La
gestión colectiva de la producción no puede correr a cargo de los hombres tales
como lo son hoy, hombres que dependen cada cual de una rama determinada de la
producción, están aferrados a ella, son explotados por ella, desarrollan nada
más que un aspecto de sus aptitudes a cuenta de todos los otros y sólo
conocen una rama o parte de alguna rama de toda la producción. La
industria de nuestros días está ya cada vez menos en condiciones de emplear
tales hombres. La industria que funciona de modo planificado merced al esfuerzo
común de toda la sociedad presupone con más motivo hombres con aptitudes
desarrolladas universalmente [con capacidad para desempeñarse con toda eficacia en
las más diversas funciones], hombres
capaces de orientarse en todo el sistema de la producción. Por consiguiente, desaparecerá del todo la
división del trabajo, minada ya en la actualidad por la máquina, la división
que hace que uno sea campesino, otro, zapatero, un tercero, obrero fabril, y un
cuarto, especulador de la bolsa. La educación dará a los jóvenes la posibilidad
de asimilar rápidamente en la práctica todo el sistema de producción y les
permitirá pasar sucesivamente de una rama de la producción a otra, según sean
las necesidades de la sociedad o sus propias inclinaciones. Por consiguiente,
la educación los liberará de ese carácter unilateral que la división actual del
trabajo [en las distintas empresas] impone
a cada individuo. Así, la sociedad organizada sobre bases comunistas dará a sus
miembros la posibilidad de emplear en todos los aspectos sus facultades desarrolladas
universalmente. Pero, con ello desaparecerán inevitablemente las diversas
clases. Por tanto, de una parte, la sociedad organizada sobre bases comunistas
es incompatible con la existencia de clases y, de la otra, la propia
construcción de esa sociedad brinda los medios para suprimir las diferencias de
clase.
De ahí
se desprende que ha de desaparecer igualmente la oposición entre la ciudad y el
campo. Unos mismos hombres se dedicarán al trabajo agrícola y al industrial, en
lugar de dejar que lo hagan dos clases diferentes. Esto es una condición
necesaria de la asociación comunista y por razones muy materiales. La
dispersión de la población rural dedicada a la agricultura, a la par con la
concentración de la población industrial en las grandes ciudades, corresponde
sólo a una etapa todavía inferior de desarrollo de la agricultura y la
industria y es un obstáculo para el progreso, cosa que se hace ya sentir con
mucha fuerza.
La asociación general de todos los
miembros de la sociedad al objeto de utilizar colectiva y racionalmente las
fuerzas productivas; el fomento de la producción en proporciones suficientes
para cubrir las necesidades de todos; la liquidación del estado de cosas en el
que las necesidades de unos se satisfacen a costa de otros; la supresión
completa de las clases y del antagonismo entre ellas; el desarrollo universal
de las facultades de todos los miembros de la sociedad merced a la eliminación
de la anterior división del trabajo, mediante la educación industrial, merced
al cambio de actividad, a la participación de todos en el usufructo de los
bienes creados por todos y, finalmente, mediante la fusión de la ciudad con el
campo serán los principales resultados de la supresión de la propiedad privada.
La gestión colectiva de la producción
no puede correr a cargo de sujetos [limitados] tales
como son hoy, que dependen cada cual de una [sola y] determinada rama de la producción
[en las distintas empresas industriales];
[donde los empleados] están
aferrados a [cada una de ellas], son
explotados por ellas, desarrollan nada más que un aspecto de sus aptitudes
a cuenta de todos los otros [en las demás empresas y así] sólo conocen una rama o parte de alguna rama de la producción. La industria
de nuestros días está cada vez menos en condiciones de emplear tales sujetos.
La industria que funciona de un modo planificado merced al esfuerzo común de
toda la sociedad, presupone con más motivo sujetos con [diversas] aptitudes desarrolladas universalmente,
capaces de orientarse en todo el sistema de la producción. Por
consiguiente [en la sociedad comunista futura] desaparecerá del todo la división del trabajo, minada ya en la
actualidad por la máquina, la división que hace que uno sea campesino, otro,
zapatero un tercero, obrero fabril y un cuarto, especulador de la bolsa. La educación
dará a los jóvenes la posibilidad de asimilar rápidamente en la práctica todo
el sistema de producción y les permitirá pasar sucesivamente de una rama
de la producción a otra, según sean las necesidades de la sociedad o sus
propias inclinaciones. Por consiguiente, la educación los liberará de ese
carácter unilateral que la división actual del trabajo impone a cada individuo.
Así la sociedad organizada sobre bases comunistas dará a sus miembros la
posibilidad de emplear en todos los aspectos sus facultades desarrolladas
universalmente. Pero con ello desaparecerán inevitablemente las diversas
clases [sociales]. Por tanto, de una
parte la sociedad organizada sobre bases comunistas es incompatible con la
existencia de clases y, de la otra, la propia construcción de esa sociedad
brinda los medios para suprimir las diferencias de clase.
De ahí se desprende que ha de
desaparecer igualmente la oposición entre la ciudad y el campo. Unos mismos
hombres se dedicarán al trabajo agrícola y al industrial, en lugar de que lo
hagan dos clases diferentes. Esto es una condición necesaria de la asociación
comunista y por razones muy materiales. La dispersión de la población rural
dedicada a la agricultura, a la par con la concentración de la población en las
grandes ciudades, corresponde a una etapa todavía inferior de desarrollo de la
agricultura y la industria y es un obstáculo para el progreso, cosa que se hace
ya sentir con mucha fuerza.
La asociación general de todos los
miembros de la sociedad al objeto de desarrollar colectiva y racionalmente las
fuerzas productivas; el fomento de la producción en proporciones suficientes
para cubrir las necesidades de todos; la liquidación del estado de cosas en el
que las necesidades de unos se satisfacen acosta de otros; la supresión
completa de las clases y del antagonismo entre ellas; el desarrollo universal
de las facultades de todos los miembros de la sociedad merced a la eliminación
de la anterior división del trabajo, mediante la educación industrial, merced
al cambio de actividad , a la
participación de todos en el usufructo de los bienes creados por todos
y, finalmente, mediante la fusión de la ciudad con el campo, serán los principales
resultados de la supresión de la propiedad privada. (F. Engels: “Principios del comunismo” 1847. Ed. L’Eina/1989. Apartado XX: Pp.
90. Versión digitalizada Cfr. con Pp. 14 línea 3 y siguientes. Lo entre
corchetes nuestro).
Apartado XXI: ¿Qué influencia
ejercerá el régimen social comunista en la familia?
Las relaciones entre los sexos
tendrán un carácter puramente privado, perteneciente sólo a las personas que
toman parte en ellas, sin el menor motivo para la injerencia de la sociedad.
Eso es posible merced a la supresión de la propiedad privada y a la educación
de los niños por la sociedad, con lo cual se destruyen las dos bases del
matrimonio actual ligadas a la propiedad privada: la dependencia de la mujer
respecto del hombre y la dependencia de los hijos respecto de los padres. En
ello reside, precisamente, la respuesta a los alaridos altamente moralistas de
los burguesotes con motivo de la comunidad de las mujeres, que, según éstos,
quieren implantar los comunistas. La comunidad de las mujeres es un fenómeno
que pertenece enteramente a la sociedad burguesa y existe hoy plenamente bajo
la forma de prostitución. Pero, la prostitución descansa en la propiedad
privada y desaparecerá junto con ella. Por consiguiente, la organización
comunista, en lugar de implantar la comunidad de las mujeres, la suprimirá>>.
(F. Engels:
Op. cit. Ed. L’Eina/1989. Apartado XXI: Pp. 91. Versión digitalizada Cfr. con Pp. 15 línea 6 y siguientes. Lo entre
corchetes nuestro).
Lo que cabe
deducir de lo expresado por Engels en este último apartado XXI de su mencionada
obra, es que la sociedad basada en la
propiedad privada no solo fue la condición histórica que determinó el
carácter y comportamiento de cada miembro de la sociedad en la familia patriarcal, donde la jefatura estuvo reservada
exclusivamente al sexo masculino y todavía hoy en general, los hombres de hecho
siguen siendo depositarios del poder en relación con sus miembros familiares
más íntimos. Así las cosas, en términos generales tanto en la sociedad como en
la familia cabe con absoluta y firme certidumbre decir y ser consecuente siguiendo
a Morgan, que:
<<A
partir del advenimiento de la civilización, el acrecentamiento de la propiedad
ha sido tan inmenso, sus formas tan diversificadas, sus empleos tan
generalizados y su manejo tan inteligente para el interés de sus dueños,
que ha llegado a ser para el pueblo una potencia indomable. La mente humana se
siente aturdida en presencia de su propia creación. Llegará el día, sin
embargo, en que el intelecto humano se eleve hasta dominar la propiedad
y defina las relaciones del Estado con la propiedad que salvaguarda y las
obligaciones y limitaciones de derechos de sus dueños. Los intereses de la
sociedad son mayores que los de los individuos y debe colocárselos en una
relación justa y armónica. El destino final de la humanidad no ha de ser una
mera carrera hacia la propiedad, si es que el progreso ha de ser la ley del
futuro como lo ha sido del pasado. El tiempo transcurrido desde que se
inició la civilización no es más que un fragmento de la duración pasada de la
existencia del hombre y un fragmento de las edades del porvenir.
La disolución social amenaza claramente
ser la terminación de una empresa de la cual la propiedad es el fin y la
meta, pues dicha empresa contiene los elementos de su propia destrucción.
La democracia en el gobierno, la fraternidad en la sociedad, la igualdad de
derechos y privilegios y la educación universal, anticipan el próximo plano
más elevado de la sociedad, al cual la experiencia, el intelecto y el saber
tienden firmemente. Será una resurrección, en forma más elevada, de la
libertad, igualdad y fraternidad de las antiguas gentes. Han sido expuestos
ya algunos de los principios y algunos de los resultados del desenvolvimiento
del concepto de la propiedad en la mente humana. Aun cuando la mente no ha sido
adecuadamente tratada, se ha señalado, por lo menos, su importancia>>. (Lewis Henry
Morgan: "La Sociedad Antigua". Versión digitalizada, Cuarta
Parte: ‘Desenvolvimiento del concepto de propiedad’. Cfr. con Pp. 543-544. El
subrayado nuestro).
Puestos frente a esta previsión objetiva rigurosa y científicamente argumentada, ahí están todavía los empresarios, políticos profesionales institucionalizados, periodistas venales y demás oportunistas, repartiéndose las ganancias resultantes de la explotación del trabajo asalariado, cada vez más irrisorias según el progreso científico-técnico se fue incorporando a los medios mecánicos sustitutos de trabajo humano. Todos ellos previamente instruidos por la engañosa subjetividad de los aparatos ideológicos en sus respectivos Estados nacionales —corrompidos hasta los tuétanos—, pugnando por medrar económicamente mientras el inevitable proceso de disolución material del sistema capitalista, sigue haciendo lo suyo. Tanto más rápido cuanto más dolorosas devienen las fatales consecuencias que, para las clases sociales más desfavorecidas y numerosas de la humanidad ha venido siendo en el Mundo la propiedad privada en toda su historia.
GPM.
[1] Engañosa porque antes de los comicios la voluntad mayoritaria de los electores no suele coincidir con la verdadera intención política de los distintos candidatos. Fraudulenta porque después de eso que ellos llaman “la fiesta de la democracia”, los electos acaban haciendo todo lo contrario que prometieron.
[2] El plusvalor relativo aumenta a expensas del salario con cada
progreso de la fuerza productiva del trabajo, a instancias del desarrollo científico-técnico
incorporado a los medios de producción (maquinaria y herramientas). Una
explotación que al aumentar la eficacia productiva del trabajo, disminuye el
valor y el precio de cada unidad de producto, dejando intacto el poder
adquisitivo de los salarios y el nivel de vida de los asalariados y su familia.
[3] El plusvalor absoluto aumenta intensificando los ritmos del trabajo humano por unidad de tiempo empleado, y/o mediante el aumento especulativo de los precios que conforman la canasta familiar de los asalariados, lo cual en conjunto atenta contra la integridad físico-psíquica del trabajador y el nivel económico de vida en su familia.