La propiedad
privada y la desigualdad en los intercambios. A la memoria de Marx, Engels y Bray
<<El único
medio de alcanzar la verdad es abordar de cara los principios fundamentales.
Remontémonos de golpe a la fuente de donde proceden los gobiernos mismos.
Llegando así al origen de la cosa, encontraremos que toda forma de gobierno,
que toda injusticia social y gubernamental provienen del sistema social
actualmente en vigor: de la institución
de la propiedad tal como hoy existe (the institution of property as it at
present exist), y que, por tanto a
fin de acabar para siempre con las injusticias y las miserias existentes, es preciso subvertir totalmente el estado actual de la
sociedad…Cada persona tiene el derecho indudable a todo lo que puede procurarse
con su honrado trabajo. Apropiándose así de los frutos de su trabajo, no comete
ninguna injusticia contra otras personas, porque no usurpa a nadie el derecho a
proceder de ese modo…Todos los conceptos de superioridad y de inferioridad entre
patronos propietarios y asalariados desposeídos de toda propiedad, son debidos
al desprecio de los principios fundamentales
y a la consiguiente desigualdad en
la posesión (and to the consequent rise
of inequality of possessions). Mientras se mantenga la desigualdad será
imposible desarraigar tales ideas o derribar las instituciones basadas en
ellas. Hasta ahora muchos abrigan la vana esperanza de remediar el antinatural
estado de cosas hoy dominante, destruyendo la desigualdad existente sin tocar la causa de la desigualdad [entre
propietarios y desposeídos]; pero
nosotros demostraremos al punto que
el gobierno no es una causa, sino un efecto, que él no crea, sino que es
creado; que, en una palabra, es el
resultado de la desigualdad de posesión (the
offspring of inequality of possessions), y que la desigualdad de posesión está inseparablemente ligada al sistema
social [hoy todavía vigente].
La ganancia del
empresario será siempre una pérdida para el obrero, hasta que los cambios [acordados en el
contrato de trabajo] entre las partes,
sean iguales; y los cambios no pueden ser iguales mientras la sociedad esté
dividida entre capitalistas [propietarios] y productores [desposeídos],
dado que los últimos viven de su trabajo, en tanto que los primeros engordan a
cuenta de beneficiarse del trabajo ajeno. Es claro pues que, cualquiera sea la
forma de gobierno que establezcáis…, por mucho que prediquéis en nombre de la
moral y del amor fraterno…, la reciprocidad es incompatible con la desigualdad
en los cambios. La desigualdad de los cambios, fuente de la desigualdad en la
posesión, es el enemigo secreto que nos devora (No reciprocity can exist where
dere are unequal exchanges. Inequality of
exchanges, as being the cause of inequality of possessions, is the secret enemy
devours us)>>. (John Francis
Bray: “Los males del trabajo y su
remedio” Pp. 53-55. Párrafo citado por Marx en su obra titulada: “Miseria de la Filosofía. Respuesta a la
‘Filosofía de la Miseria del señor
Proudhon’”. Ed. Progreso-Moscú. Pp. 61.
El subrayado y lo entre corchetes
nuestro).
La
propiedad privada es un atributo de poder personal o social efectivo bajo el
capitalismo, ejercido por los empresarios y/o políticos profesionales, ya sea sobre
cosas suyas propias y/o, por añadidura, del dominio ejercido sobre personas
jerárquicamente dependientes en su relación con ellas. Así las cosas, de hecho:
1) la magnitud del salario que cualquier
obrero acuerda en el contrato de
trabajo, de hecho está en relación de medida económica inversamente proporcional a la plusvalía
o ganancia de su patrón, es decir, que al aumentar el salario disminuye
relativamente la ganancia del capitalista y viceversa. 2) El límite mínimo del salario, está determinado por el mínimo
histórico de medios de vida, que el obrero necesita para reproducir su energía
y fuerza diaria de trabajo en condiciones de uso óptimo. Necesidades que varían
en cada momento y lugar. Por lo tanto, 3)
El límite máximo del salario también está objetivamente
determinado, ya que cualquier aumento sólo es posible en tanto y cuanto
no disminuya la masa de plusvalor producido, que haga descender relativamente esa
ganancia de modo tal que el capitalista entre en pérdidas e inicie el proceso
de desinversión productiva material, dejando a sus asalariados en el paro y la
miseria relativa más absoluta. Tal como así ha venido sucediendo.
Dicho
esto con más precisión la cosa se explica así: el incremento de los salarios
reales encuentra su límite máximo en el mínimo plusvalor compatible con la
rentabilidad del capital vigente en el mercado, mientras que el mínimo salario
relativo está determinado por el costo laboral compatible con el mayor
rendimiento del trabajo en términos gananciales. Entre estos dos límites queda
fijado el campo de la relación entre las dos clases sociales universales, en pugna
por la participación en la productividad del trabajo dentro del sistema
capitalista. Teniendo en cuenta todos estos elementos, siguiendo a Marx
comprobaremos que durante cada jornada de trabajo, el valor de la fuerza
desplegada por el asalariado y la plusvalía obtenida por el patrón, fluctúan
dentro de unos márgenes estrictamente acotados. Si nos salimos de ellos en
cualquier supuesto con visos de realidad, estaremos violando las leyes
objetivas del propio capital y los resultados a que lleguemos serán engañosos,
totalmente faltos de toda veracidad científica para explicar el cambio desigual permanente que
se ha venido verificando desde un principio entre las dos partes, explotadoras
y explotadas.
Un
procedimiento para aumentar la plusvalía capitalista, consiste en extender la
jornada de labor haciendo trabajar al obrero durante más tiempo cada jornada, a
cambio del mismo salario. A esta forma de aumentar la producción de riqueza que
se apropian los capitalistas en perjuicio de los trabajadores, se la denomina plusvalía absoluta porque crece
respecto de sí misma, independientemente del tiempo de trabajo que crea el
valor equivalente al salario. Dicho de otra forma, consiste en que el
asalariado trabaje más tiempo que el contenido en el salario que recibe a
cambio acordado en el contrato de trabajo. En la etapa infantil o temprana del
capitalismo, los patronos sólo podían aumentar la plusvalía haciendo trabajar
durante más horas a sus empleados, o bien aumentando el número de éstos, es
decir que el incremento de la plusvalía total apropiada por los patronos
capitalistas, se producía como consecuencia de la extensión de la jornada total o colectiva de labor. Porque
como acertara en decir Marx:
<<El trabajo
pretérito contenido
en la capacidad energética de cada obrero, que le permite trabajar para su
patrón, y el trabajo vivo que esa capacidad puede ejecutar, sus costos diarios
de mantenimiento y su rendimiento diario, son dos magnitudes completamente
diferentes. La primera determina su valor de cambio [acordado en el
contrato de trabajo] la otra conforma su
valor de uso. El hecho de que sea necesaria media jornada de labor para
mantenerlo vivo durante 24 horas, en modo alguno impide al obrero trabajar durante una jornada completa. El
valor de la fuerza [contenida en el salario o
capacidad de trabajo] y su valorización [rendimiento]
en el proceso laboral [que de hecho
se apropia el capitalista] son, pues,
dos magnitudes diferentes. El capitalista tenía muy presente esa diferencia de
valor cuando adquirió la fuerza de trabajo [firmando el contrato]. Su propiedad útil, la de hacer hilado o
botines, era sólo una conditio sine qua
non, porque para formar valor es necesario gastar trabajo de manera útil.
Pero lo decisivo fue el valor de uso de
esa mercancía [llamada trabajo], el de ser fuente de valor y de más
valor que ella contiene [comparada con el valor contenido en el salario
contratado]. Es éste el servicio específico
que el capitalista esperaba de ella. Y
procede, al hacerlo, conforme a las leyes [que él supone] eternas del intercambio mercantil [desigual
haciendo trabajar a sus empleados durante más tiempo respecto del acordado en
el contrato]>>. (K. Marx: “El capital” Libro I Cap. V: “Proceso de
trabajo y proceso de valorización”. Ed. Siglo XXI/1978. Pp. 234. El subrayado y
lo entre corchetes nuestro).
Pero
esta dinámica que hace al proceso de acumulación capitalista no es única,
porque a partir de determinado momento, mediante el progreso científico-técnico incorporado a los medios materiales
de trabajo que permiten una mayor productividad, se hizo posible, también, la
aplicación de métodos no ya extensivos
en el tiempo sino intensivos del trabajo empleado en un mismo tiempo. Precisamente
para aumentar la producción de plusvalía respecto del salario, consiguiendo que
el trabajo del obrero traslade más valor al producto fabricado en la misma unidad de tiempo,
utilizando para ello más eficaces
medios de producción que lo permitan. Tal es el fundamento económico
del desarrollo de la fuerza productiva empleada. O sea, que cada operario mueva
más y mejores medios de producción por
unidad de tiempo empleado. Pero tal proceso no se ve completamente
realizado en el ámbito de la producción, si no que se completa en el mercado, donde los capitalistas concurren
y compiten ofreciendo sus productos, en términos de posibles menores costes y
más calidad, todos ellos procurando acaparar una cuota parte mayor en el
reparto del plusvalor global producido. Un fenómeno que tiene su causa en la
productividad del trabajo, cuyo efecto se traduce en un descenso relativo del
valor incorporado a cada unidad de mercancía creada, determinado por el tiempo de trabajo socialmente necesario para
producirla. Y una de las consecuencias de la mayor productividad del
trabajo es, pues, que las mercancías que el asalariado necesita para vivir se
obtienen en un menor tiempo, de ahí que la fuerza de su trabajo se desvalorice
en igual medida que los medios de vida producidos, aumentando así el plusvalor
que se embolsan los capitalistas. Este método descrito hasta aquí llamado plusvalía relativa es uno de los
dos procedimientos determinados por el sistema capitalista para aumentar la
ganancia del patrón y, por tanto, su masa de capital en funciones, es decir, su
enriquecimiento a expensas del trabajo
más intenso de sus empleados.
Bajo
estas condiciones, por una parte el poder adquisitivo de los salarios aumenta
porque las mercancías que componen la canasta familiar de los asalariados, se
abaratan. Y dado que estamos hablando del capital global y de precios promedio,
si los salarios se mantuvieran constantes, el progreso en la productividad del
trabajo aplicado a los medios de producción beneficiaría exclusivamente a los
asalariados. Pero como no estamos en el socialismo sino en el capitalismo, los productores
propietarios capitalistas presionan con el paro derivado del mismo progreso
técnico —que sustituye trabajo vivo por trabajo mecanizado—, el cual determina
que cada vez menos operarios en un mismo lapso de tiempo, puedan poner en
movimiento un mayor número de más eficaces medios técnicos de producción. Todo
ello con la finalidad de que el exceso de oferta en el mercado de trabajo,
reduzca el salario hasta alcanzar el mínimo posible, al mismo tiempo que
aumenta los ritmos de trabajo determinados por la más acelerada cadencia de la
maquinaria entre una operación y la siguiente del proceso productivo, hasta alcanzar
el límite físico compatible con los mayores rendimientos del trabajo que hacen
al plus de ganancia que se embolsan los capitalistas.
Tal
es la lógica impulsora del desarrollo técnico y económico en el capitalismo,
que al sustituir sucesivamente trabajo vivo por medios técnicos de producción
cada vez más eficaces, se abarata relativamente el valor del salario, es decir
la parte pagada por los propietarios a sus explotados, para que así una parte
cada vez mayor de la jornada laboral, se dedique a producir plusvalor que se
apropian los capitalistas. Cuando Marx hablaba de la depauperación del proletariado, implícitamente
se estaba refiriendo a que el salario
relativo, es decir, la relación entre lo recibido por cada obrero en
concepto de salario y la totalidad del valor incorporado a las mercancías
creadas por él mismo en la jornada completa, disminuye a medida que aumenta la
capacidad productiva de su trabajo: Para comprender el curso de estos procesos,
supongamos un contrato de trabajo entre patronos y obreros, que acuerdan
trabajar una jornada de trabajo de diez horas diarias y una tasa de plusvalía
(ganancia del empresario) del 100%, es decir, que la parte de la jornada
de labor correspondiente al trabajo necesario (asalariado), discurre durante 5
horas y otras 5 se utilizan en la producción de plusvalor o trabajo
excedente acumulado por los capitalistas. Por tanto, bajo tales condiciones el
obrero colectivo trabaja media jornada de labor (50%) para él y otra
media (50%) para el capitalista:
1/2 + 1/2 = 2/2 (o jornada entera) = 100%
A
partir de estas condiciones, supongamos que la productividad del trabajo se duplica. Es decir, que
aumenta por cada unidad de tiempo empleada. Ahora, para reproducir su fuerza de
trabajo, para vivir un día completo, el asalariado deberá trabajar 1/4
de jornada, la mitad que antes; y eso es lo que le pagará el capitalista. Pero
le seguirá haciendo trabajar las mismas horas convenidas en el contrato de
trabajo, o sea 10 horas, la jornada
completa:
<<Por
ende, la economización de trabajo mediante el desarrollo de la fuerza
productiva del trabajo, en la economía capitalista, de ningún modo tiene por
objeto reducir la jornada laboral. Se propone, tan sólo, reducir el tiempo de
trabajo necesario para la producción de determinada cantidad de mercancías (las que el asalariado necesita para reproducir su energía diaria). El
hecho de que el obrero, habiéndose acrecentado la fuerza productiva de su
trabajo, produzca, por ejemplo, en una hora, 10 veces más mercancías que antes,
o sea, que para fabricar cada pieza de la misma mercancía necesite 10 veces
menos tiempo de trabajo que antes, en modo alguno impide que se le haga
trabajar diez horas, como siempre, y que en esas diez horas deba producir 1.200
piezas en vez de las 120 de antes>> (K. Marx: "El
Capital" Ed. Siglo XXI/1979. Libro I Vol. 2 Secc. IVª Cap. X Pp. 389).
<<La
intensidad creciente del trabajo supone un gasto aumentado de energía humana en
el mismo espacio de tiempo. Así la jornada laboral más intensa toma cuerpo en
más productos que la jornada menos intensa del mismo número de horas. Con una
fuerza productiva incrementada, sin duda durante la misma jornada laboral el
obrero suministra también más productos. Pero en el último caso baja el valor
del producto singular, porque cuesta menos trabajo que antes, mientras que en
el primer caso ese valor se mantiene inalterado, porque el producto cuesta
tanto antes como después (del incremento de la fuerza productiva). El número de los productos aumenta aquí
sin que bajen sus precios>>. (K. Marx Op. Cit. Vol. 2 Sección IVª Cap. XV Pp. 636).
<<Resulta,
pues, sumamente ventajoso hacer que los mecanismos funcionen
infatigablemente, reduciendo al mínimo posible los intervalos de reposo: la
perfección en la materia sería trabajar siempre (…) Se ha introducido en el
mismo taller a los dos sexos y a las tres edades explotados en rivalidades, de
frente y, si podemos hablar en estos términos, arrastrados sin distinción por
el motor mecánico hacia el trabajo (físico y mental) prolongado, hacia el
trabajo de día y de noche, para acercarse cada vez más al movimiento
perpetuo>> (Barón Dupon: “Informe a la
Cámara de París”
1847. Citado por Benjamín Coriat en “El
taller y el cronómetro”. Ed. Siglo XXI/1982. Cap. 3 Pp. 38 Versión digitalizada).
La
diferencia entre 1/2 y 1/4 = 1/4, que en el
ejemplo de Marx corresponde a la transformación
de trabajo necesario (salario) en excedente (plusvalor) a raíz del incremento
en la fuerza productiva del trabajo empleada. En este punto del proceso, el
capitalista se habrá apropiado 1/4 de jornada más, respecto del
plusvalor de origen que era de media jornada = 2/4, y que ahora pasa a ser de (2/4 + 1/4) = 3/4.
Ahora, para vivir un día, el asalariado colectivo debe trabajar 3/4 de
jornada para el patrón y sólo 1/4
para él.
Para
una mejor comprensión de lo expuesto hasta aquí, podríamos representar la
jornada de labor en un segmento, donde, por Ej., la mitad represente al tiempo
de trabajo de cada jornada equivalente al salario diario, y la otra mitad al
tiempo de trabajo excedente o plusvalía capitalizada por el patrón. Si a partir
de este punto y como consecuencia de una
mayor productividad del trabajo, el valor de lo que el obrero necesita
para reponer su fuerza de trabajo diaria, se produce en un menor tiempo de trabajo necesario, no menos
necesariamente aumenta la parte correspondiente a la plusvalía. De este modo la
ganancia del capitalista se incrementa respecto del valor contenido en el
equivalente al salario del obrero, manteniendo constante el tiempo de cada
jornada laboral. Por eso Marx la denominó plusvalía
relativa, porque crece respecto del trabajo creador de valor
equivalente al salario, es decir, a
expensas de él. Aun cuando el poder adquisitivo del salario se mantenga
constante e incluso pueda llegar a aumentar según circunstancias cíclicas
favorables. El aumento de un tipo de plusvalía (llamado absoluta) no excluye a
la otra (relativa), pudiendo aplicarse las dos simultáneamente en un mismo
proceso productivo. Al aumentar la plusvalía aumenta la tasa de explotación, y,
por tanto, el plusvalor, aunque el salario percibido por el obrero mantenga el
mismo poder adquisitivo acordado con su patrón en el contrato de trabajo.
Históricamente el
salario real o poder adquisitivo del valor creado por la fuerza de trabajo, ha
tendido a ir en aumento, es decir que la canasta básica del obrero ha ido
creciendo paulatinamente. El capital ha cumplido una función progresiva en la
medida que ha posibilitado la tendencia al aumento en el salario real, a pesar de que, paradójicamente, el salario relativo haya disminuido
aumentando el plusvalor. Esto ha sido factible, gracias a que el aumento
en la plusvalía relativa posibilitó al capital, compartir con la clase obrera
una porción de valor relativa producida a raíz del aumento en la productividad del trabajo,
siempre que ese reparto sea compatible con la tasa de ganancia. Pero el
incremento de los salarios reales encuentra su límite máximo en el mínimo
plusvalor compatible con la rentabilidad del capital vigente en el mercado,
mientras que el mínimo salario relativo está determinado por el costo laboral
compatible con un rendimiento que no suponga el deterioro físico de los obreros,
de modo tal que disminuyan la productividad. Entre estos dos límites queda
fijado el campo de la participación crecientemente
desigual en la productividad del trabajo, entre las dos clases sociales
históricamente antagónicas del sistema capitalista. Y a partir de aquí prosigue
su discurso comunista sobre la igualdad humana John Francis Bray en su obra: “Los males del Trabajo y su remedio”:
<<El sistema de la igualdad (en las relaciones sociales) no sólo tiene a su favor las mayores
ventajas, sino también la estricta justicia…Cada hombre es un eslabón
indispensable, en la cadena de los efectos, que parte de una idea para
culminar, tal vez, en la producción de una pieza de paño. Por eso, del hecho de
que nuestros gustos no sean los mismos para las distintas profesiones, no hay
que deducir que el trabajo de uno deba ser retribuido mejor que el de otro. El
inventor recibirá siempre, además de su justa retribución en dinero, el tributo
de nuestra admiración, que sólo el genio puede obtener de nosotros…
Por la naturaleza misma del trabajo
y del intercambio, la estricta justicia exige que todos los que intercambian
obtengan beneficios no solo mutuos, sino iguales (all exchangers should be not only mutually but they should
likewise be equally benefited). No hay más que dos cosas que los hombres
pueden cambiar entre sí, a saber: el trabajo y los productos del trabajo. Si
los cambios se efectuasen según un sistema equitativo, el valor de todos los
artículos se determinaría por un coste de
producción completo; y valores iguales se cambiarían siempre por valores
iguales (If a just sistema of exchanges were
acted upon, the value all articles would be determined by the entire cost of
production, and equal values should always exchange for equal values). Si, por
ejemplo, un sombrerero que invierte una jornada de trabajo en hacer un sombrero
y un zapatero que emplea el mismo tiempo en hacer un par de zapatos —suponiendo
que la materia que ambos empleen tenga el mismo valor— y cambian estos
artículos entre sí, el beneficio obtenido de este cambio es al mismo tiempo mutuo
e igual. La ganancia de una de las partes no puede
ser una pérdida para la otra, puesto que ambas han suministrado la misma
cantidad de trabajo. Pero si el sobrerero recibiese dos pares de calzado por un sombrero,
no variando las condiciones arriba supuestas, es evidente que el cambio
sería injusto. El sombrerero usurparía al zapatero una jornada de trabajo. (…);
y procediendo así en todos sus cambios, recibiría por el trabajo de medio año el producto de todo un año de
otra persona (…). Hasta aquí hemos seguido siempre este sistema de cambio
eminentemente injusto: los obreros han
dado al capitalista el trabajo de todo un año a cambio del valor de medio año (the workmem have given the capitalist the labour of a whole year, in
exchange for the value of only half a
year). De ahí, y no de una supuesta desigualdad de las fuerzas físicas e
intelectuales de los individuos [de condición asalariada], es de donde proviene la desigualdad de
riquezas y de poder. La desigualdad de los intercambios, la diferencia de
precios en las compras y en las ventas, no puede existir sino a condición de
que los capitalistas sigan siendo capitalistas y los obreros, obreros (…) La
transacción entre el trabajador y el capitalista es una verdadera farsa: en
realidad no es, en miles de casos, otra cosa que un robo descarado, aunque legal. (The whole transaction between the producer
and the capitalist is mere farse: it
is, in fact, in thousands of instances, no other than a barefaced
though legalised robbery). (John Francis Bray: Op. Cit. Pags. 45, 48, 49 y 50.
Cita de Marx en “Miseria de la filosofía”
Ed. Progreso-Moscú Pp. 61). Versión digitalizada Ver Pp.
26-27. El subrayado nuestro)
La consideración del objetivo y de
la misión de la sociedad me autoriza a hacer la conclusión de que no sólo deben
trabajar todos los hombres y de obtener de este modo la posibilidad de cambiar], sino también que valores iguales deben cambiarse por valores iguales.
Además, como el beneficio de uno no debe ser una pérdida para otro, el valor se
debe determinar por el gasto en la producción. Ein embargo, hemos visto que,
bajo el régimen social vigente, el beneficio del capitalista y del rico, es siempre una pérdida para el
obrero, que este resultado es inevitable, que bajo todas las formas de gobierno
el pobre queda siempre abandonado enteramente a merced del rico, mientras
subsista la desigualdad de los cambio, y que la igualdad de los cambios sólo
puede ser asegurada por un régimen social que reconozca la universalidad del
trabajo…La igualdad de los cambios hará gradualmente que la riqueza pase de manos de los
capitalistas actuales a manos de la clase obrera (John Francis Bray Op.
cit. Pp. 53-55).
Mientras permanezca en vigor este
sistema de desigualdad en los intercambios, los productores [asalariados] seguirán siendo tan pobres, tan ignorantes, estarán tan agobiados por
el trabajo como lo están actualmente...Sólo un cambio total de sistema,
la introducción de la igualdad del trabajo y de los cambios, puede mejorar este
estado de cosas y asegurar a los seres humanos la verdadera igualdad de
derechos… A los productores les bastará hacer un esfuerzo —son ellos
precisamente quienes deben hacer todos los esfuerzos para su propia salvación—
y sus cadenas serán rotas para siempre. Como fin, la igualdad política es un
error, y como medio también es un error (As and en, the political equality is there a failure). Con
la igualdad de los cambios, el beneficio de uno no puede ser pérdida para otro:
porque todo cambio no es más que una simple transferencia
de trabajo y de riqueza, no exige ningún sacrificio. Por tanto, bajo un sistema
social basado en la igualdad de los cambios, el productor podrá llegar a
enriquecerse por medio de sus ahorros; pero su riqueza no será sino el producto
acumulado de su propio trabajo. Podrá cambiar su riqueza o donarla a otros;
pero si deja de trabajar no podrá seguir siendo rico durante un tiempo
más o menos prolongado. Con la igualdad de los cambios, la riqueza pierde el
poder actual de renovarse y de reproducirse, por decirlo así, por sí misma: no
podrá llenar el vacío creado por el consumo; porque, una vez consumida, la
riqueza es perdida para siempre si no es reproducida por el trabajo. Bajo el
régimen de cambios iguales no podrá ya existir lo que ahora llamamos beneficios e intereses. Tanto el
productor como el distribuidor recibirán igual retribución [equivalente al
valor creado por su propio trabajo]. Y el valor de cada artículo creado y puesto a disposición del
consumidor, será determinado por la suma total del trabajo invertido por ellos
(…). El principio de la igualdad en los cambios debe, pues, conducir por su
propia naturaleza, al trabajo universal>>
(John Francis Bray: Op. Cit. Pp. 67, 88, 89, 94, 109 y 110. Citado
por Marx en “Miseria de la Filosofía” Cap.
I Apartado II. Pp. 61 Ed. Progreso. Lo
entre corchetes y el subrayado nuestros).
Versión digitalizada ver: Pp. 26. (Últimos dos párrafos
ver Pp. 27 y 28. El subrayado y lo entre corchetes nuestros).
En síntesis:
que según el pensamiento de Marx y Engels asociado fundamentalmente al de John Francis Bray, el hecho de que
hoy todavía subsista en el Mundo la
propiedad privada de los medios de producción en poder de los empresarios
industriales, así como que la
masa de dinero fiduciario siga en manos de los empresarios financieros,
es una anomalía histórica intolerable. Porque tales condiciones no han hecho
más que determinar históricamente, que la desigualdad social en el reparto mundial
de la riqueza desde los orígenes del
capitalismo, no hizo más que agudizarse a expensas de la penuria relativa de los asalariados,
que no ha dejado de aumentar y en estas estamos ahora mismo, donde se verifica
que:
1) El 0,6 % de la población adulta del Planeta, dispone del 39,3 % de
la riqueza creada en el mundo.
2) Más de una tercera parte de esa
riqueza, está controlada por una super élite de apenas 29 millones de personas. Justo por debajo de ellos, una segunda
división de la élite opulenta mundial representada por 344 millones de personas (el 7,5
% de la población mundial) ostenta
otro 43,1 % de la riqueza total del globo terráqueo.
3) Sumando ambos valores porcentuales medidos en
términos de población y tenencia de riqueza, resulta que el 8,1 % de la población mundial posee el 82,4 % de la riqueza en el
Planeta.
4) Si analizamos la pirámide por la
parte baja de sí misma, las conclusiones son aún más desoladoras: alrededor de 3.184 millones de personas, el
69,3 % de la población mundial, con una riqueza inferior a los 10.000 dólares,
acumula el 3,3 % de la riqueza del Planeta.
5) El dato es aún más preocupante al
descubrir que 4.219 millones de
personas, el 91,8 % de la población
adulta mundial, tan sólo acumula el 17,7 % de la riqueza total. Cfr.: https://www.elblogsalmon.com/economia/una-super-elite-mueve-los-hilos-de-la-economia-mundial.
6) 2015 será recordado como el primer
año de la serie histórica, en el que la
riqueza del 1% de la población mundial alcanzó la mitad del valor del total de
activos. En otras palabras: el 1% de la población mundial, aquellos que tienen
un patrimonio valorado en 760.000 dólares, poseen tanto dinero —líquido o
invertido— como el 99% restante de esa población mundial. Esta enorme brecha entre privilegiados y el resto de la humanidad
acorralada en la miseria, lejos de disminuir ha seguido ampliándose desde el
inicio de la Gran Recesión, en 2008. Cfr.: http://economia.elpais.com/economia/2015/10/13/actualidad/1444760736_267255.html?rel=mas.
Éste ha sido
el resultado histórico de la todavía vigente
propiedad privada en la sociedad civil de todo el Mundo. ¿Y qué ha
sucedido con la democracia
representativa en las instituciones estatales? Que a la hora de
gobernar los llamados “ciudadanos de a pie” —arrastrados hacia la miseria por la
desigualdad de los intercambios con sus patronos capitalistas—, los asalariados
tampoco pintan nada. Porque no pueden hacer más que votar eventualmente a
políticos profesionales oportunistas advenedizos, que se disputan el poder, votando
disciplinadamente a unos u otros partidos para que, en su condición de
candidatos presuntamente les representen, cuando en realidad se representan a
sí mismos en contubernio con sus
colegas empresarios, enriqueciéndose mutuamente sin límites a expensas
del trabajo ajeno:
<<Pero hoy, cuando merced al
desarrollo de la gran industria, en
primer lugar se han constituido capitales y fuerzas productivas en
proporciones sin precedentes, y existen medios para aumentar en breve plazo
hasta el infinito estas fuerzas productivas, cuando, en segundo lugar, estas fuerzas productivas se concentran en manos
de un reducido número de burgueses mientras la gran masa del pueblo se va proletarizando,
con la particularidad de que su situación se hace más precaria e insoportable
en la medida en que aumenta la riqueza de los burgueses; cuando en tercer lugar, estas poderosas fuerzas
productivas, que se multiplican con tanta facilidad hasta rebasar el marco de
la propiedad privada y del burgués, provocan continuamente las mayores
conmociones del orden social, sólo ahora la supresión de la propiedad privada
se ha hecho posible e incluso absolutamente necesaria>>. (F. Engels a fines de octubre y
principios de noviembre de 1847 en su obra: “Principios
del Comunismo” publicada por Ed. l’eina/1989. Pp. 85). Versión digitalizada ver en apartado XV último párrafo).
En el curso
de todo este proceso hasta la constitución del gran capital monopólico de nuestros días, es indudable que
la alternancia en el ejercicio del poder político estatal, entre los partidos
de la derecha ultraliberal gran burguesa conservadora y los de la izquierda
pequeñoburguesa reformista, ha venido siendo en todas partes una realidad
recurrente de la burguesía en su conjunto. Pero no es menos cierto que esas
disputas políticas están predeterminadas por distintos intereses económicos
privados, muy precisos, que hacen a eso que se reconoce por la palabra
“competencia”.
Analicemos
brevemente, pues, la contradicción contenida en esa categoría económica. En
1839 fue Louis Blanc quien en su obra titulada “La organización del trabajo”,
siguiendo a Charles Fourier atribuyó “todos los males de la sociedad
capitalista a la competencia económica”. Años después, fue objeto de estudio y
difusión por el filósofo de la economía política llamado Pierre
Joseph Proudhon, otro de los precursores de la socialdemocracia.
En su
conocida obra titulada: “Filosofía de la
miseria” que publicó en octubre de 1846, Proudhon llegó a la conclusión de que
la pequeña burguesía no tiende a eliminar la competencia sino al contrario,
pero no deja de prometer que la quiere moderar a instancias del Estado
Policial. “La competencia tiene un lado bueno y un lado malo”, señaló, ante lo
cual Marx en “Miseria de la filosofía”, le respondió seguidamente diciendo que,
según el pensamiento acuñado por la intelectualidad pequeñoburguesa, es preciso
que el Estado policial cultive el “lado bueno” de la competencia combatiendo su
“lado malo”. Teniendo en cuenta, naturalmente, que la competencia económica
presupone como condición de su existencia, el derecho todavía vigente a la
propiedad privada sobre los medios de producción y de cambio, es decir, lo más
sagrado para la burguesía en su conjunto:
<<El lado bueno y el lado malo,
la ventaja y el inconveniente, tomados en conjunto forman según Proudhon la
contradicción inherente a cada categoría económica. Problema a resolver:
Conservar el lado bueno, eliminando el malo>>. (K. Marx: “Miseria
de la filosofía” Versión digitalizada Pp. 69).
¿Cuál es el
lado bueno de la competencia según Proudhon? Que propende al desarrollo cada
vez más eficaz del trabajo social, una virtud intrínseca del ser humano en
cualquier etapa histórica de su existencia en sociedad. ¿Cuál es su lado malo?
La tendencia natural al monopolio de unos relativamente pocos grandes
capitales, que desbaratan periódicamente a los pequeños en circunstancias
críticas para ellos, pero que bajo condiciones favorables vuelven a proliferar.
La existencia de cada pequeño y mediano capital que ocupa el lugar de otros ya
desaparecidos, ha sido y es tan efímera que no suele por lo general prolongarse,
más allá de la segunda generación de las familias propietarias que se aventuran
a ponerlo en movimiento:
<<La lucha de la empresa
mediana contra el gran capital no puede considerarse como una batalla de
trámite parejo en la que las tropas del bando más débil retroceden
continuamente en forma directa y cuantitativa. Antes bien debe verse como la
destrucción periódica de las empresas pequeñas, que vuelven a crecer
rápidamente para ser destruidas una vez más por la gran industria. Las dos
tendencias pelotean a los estratos capitalistas medianos. La tendencia
descendente deberá triunfar al final. El desarrollo de la clase obrera es
diametralmente opuesto. Ed. Fontamara.
Barcelona/1978 Cap. II Pp. 56. Lo entre paréntesis nuestro). Versión digitalizada. Ver en Pp. 49).
<<En la competencia, el mínimo
creciente del capital que va haciéndose necesario, a medida que aumenta la
productividad para poder explotar con éxito una empresa industrial
independiente, se presenta de la siguiente manera: una vez que se implanta con
carácter general la nueva instalación más (productiva y) costosa, los pequeños
capitales quedan eliminados de la industria para el futuro. Sólo en los
comienzos de los (nuevos) inventos mecánicos en las distintas esferas de la
producción, pueden funcionar de un modo independiente los pequeños
capitales>>. (K. Marx: “El Capital” Libro III. Vol. 6. Cap. XV.
Aptdo. 3. Notas complementarias. Ed. Siglo XXI/1976 Pp. 337. Lo entre
paréntesis y el subrayado nuestros). Ver en Pp. 337).
De estos
antecedentes históricos periódicamente repetitivos cabe discernir, que la
competencia entre los pequeños capitales, fue la condición de existencia del
gran capital oligopólico en general, al mismo tiempo que este último tampoco
dejó de ser nunca una condición de existencia, intermitente o coyuntural,
(ahora sí, ahora no) de los pequeños y medianos capitales. Así es cómo ambos
sectores de las clases dominantes capitalistas quedaron convertidos en
co-protagonistas de esa deriva periódica cíclica, determinada por la ley del
valor económico vigente a escala planetaria. Un proceso que no depende de la
voluntad de nadie. O sea, que la sociedad civil (económica) en todo el mundo,
bajo tales condiciones capitalistas resulta ser humanamente ingobernable. Porque
al estar presidida por la Ley económica objetiva del valor, regulada por la
oferta y la demanda en los mercados, es un mundo donde la subjetiva libertad no
existe para nadie. Con la única diferencia de que a los burgueses en general,
esa enajenación por momentos les hace sentir muy bien.
Esto explica
por qué causa los partidos políticos socialdemócratas —ya sea que representen a
la pequeña o a la mediana burguesía—, se hayan venido negando a resolver
políticamente su contradicción económica con el gran capital. Y se niegan,
porque los particulares intereses de esas dos partes coinciden esencialmente en
que son de idéntica naturaleza sistémica. Ergo, ambas se solidarizan en la
tarea primordial de mantener viva esa contradicción, de modo que para las tres
partes es un deber sagrado contribuir a que sea políticamente irresoluble. O
sea, que las tres fracciones de la burguesía dominante asumen la competencia
como una contradicción sistémicamente no antagónica y, por tanto,
estratégicamente conciliable para sus tres partes, que no puede ni debe ser
cuestionada ni resuelta o superada, naturalmente, por ningún gobierno bajo el
régimen de vida social capitalista.
En la España
de hoy día, por ejemplo, para los fines estratégicos de garantizar la
continuidad del sistema capitalista da igual que gobierne la formación política
llamada “Podemos”, “Izquierda Unida”, el “PSOE”, “Ciudadanos” o el “Partido
Popular”. Y esto es así, en primer lugar, porque como acabamos de explicar
brevemente y así ha sido ratificado por la historia, lo que suceda cómo y
cuándo en la base material o económica de esta sociedad, es ajeno a la voluntad
política de nadie; ¡¡DE NADIE!! , dado
que el sistema se rige por la objetiva y ciega ley del valor económico que se
regula por la no menos ingobernable ley de la oferta y la demanda en los
mercados. Y en segundo lugar, porque cualquiera sea el partido político de cuño
burgués que eventualmente gobierne en cada país, todos ellos son, esencialmente
hablando, como solía decir el pueblo español en los tiempos de los reyes
católicos, refiriéndose a Isabel y su consorte Fernando, que “tanto montan,
montan tanto”. Lo demás es puro cuento para incautos.
Y en lo que
respecta a las condiciones políticas bajo la “democracia representativa”,
sucede que a caballo de aquellas fabulaciones de Proudhon acerca de la
contradicción entre sectores de una misma clase social que compiten, decir que
suelen acordar todavía la gran mayoría de los asalariados en todas partes.
Creyendo en la ingenuidad de que nos irá mejor si entre los tres sectores de la
clase burguesa dominante, dejamos de lado al que nos acaba de gobernar mal, y
votamos al que más y mejor nos promete gobernar en el futuro inmediato. Ni más
ni menos que como si fuéramos niños de teta, ignorantes de que la distribución
social de la riqueza no depende de la política económica que aplican los
distintos gobiernos de turno, sino de la economía política, es decir, de la ley
del valor, sobre la cual es imposible incidir si no es dejando fuera de la ley
jurídica la propiedad privada sobre los medios de producción y de cambio.
Mantener a
los explotados en la permanente ignorancia sobre su propia realidad. De esto se
trata para las tres partes constitutivas de la clase burguesa dominante. Y para
eso están los aparatos ideológicos del Estado, los medios de comunicación de
masas y la industria del entretenimiento. Así es como los explotados
desperdiciamos nuestro tiempo libre que debiéramos utilizar en buena parte,
para conocer este mundo tal como es y no como aparenta. Porque así es como
somos llevados de las narices para poder mantenernos divididos entre las
distintas fracciones políticas de la misma clase social dominante, que
aparentan ser distintas sólo porque compiten para ejercer el poder en las
instituciones estatales, e incluso a pesar de que no pocas veces, esa
competencia desemboca en guerras civiles al interior de ciertos países, cuando
no en guerras mundiales, donde nosotros en el nombre de “la patria” somos la
carne de cañón. Conformando una realidad en la que todo cambia pero en lo
esencial, es decir, el sistema capitalista, permanece invariable. Que de esto
se trata fundamentalmente para ese juego de trileros al que políticos y
empresarios han venido jugando a expensas nuestras. Y no desde hace poco sino
desde los tiempos de la Revolución Francesa.
Y el caso es
que este específico “ser y hacer más de lo mismo”, compete a los sujetos
actuantes en cada una de esas tres categorías —económicas y políticas— de la
misma clase dominante. Y para el conjunto de todos ellos en general, ese ser y
su quehacer consiste primordialmente en acaparar poder económico y
político-institucional, este último ajustado a la ley del valor económico y a
la ideología burguesa vigente, según el cargo y responsabilidad que cada uno de
esos representantes políticos eventualmente alcance a desempeñar en el gobierno
de su respectivo país, con más o menos el mismo e inconfesable interés en
acaparar la mayor concentración personal posible de poder y riqueza. Salvo muy
raras y honrosas excepciones como es el caso, últimamente, del ya expresidente
uruguayo José Mujica.
Y en lo que
respecta a los de la clase social intermedia entre los dos extremos, es decir,
la pequeñoburguesía, como bien dijera Marx ambicionan los mismos lujos que
ostenta la gran burguesía, al mismo tiempo que se duelen ante las penurias de
los más pobres en la escala social. Sin embargo, puestos a optar ante las dos
alternativas de la contradicción, esta especie de sujetos oportunistas en
condiciones normales, suelen decidirse casi siempre por conseguir lo que
disfrutan sus estratos superiores, o sea que instintivamente se ocupan de
trepar hasta las más altas cotas del poder político institucional que les
permite acceder a las mayores cotas posibles de riqueza para ellos. Y bajo
condiciones extremas en que las mayorías explotadas agotan su paciencia, como
dijera Trotsky “el falso dado político del pequeñoburgués, gira en una
dirección y en otra según los vientos de la lucha de clases, pero que siempre
se detiene sobre su base más pesada”: hasta hoy la gran burguesía que suele
prestarse para resolver estas contingencias y mantener en su sitio a la clase
obrera dentro del sistema.
Mientras
tanto, los políticos de medio pelo proceden como en la Biblia, cuyas tres
cuartas partes van dedicadas a la glorificación de los pobres. Pero en la
intimidad de sus despachos muy bien alfombrados y mejor amueblados, negocian
con los distintos empresarios privados el reparto del lucro derivado de las
obras públicas —que discrecionalmente les asignan a dedo— en detrimento del
erario estatal. Un patrimonio cuya mayor parte se recauda a expensas del dinero
que aportan las mayorías sociales explotadas en concepto de impuestos. Al mismo
tiempo que ese contubernio entre políticos y empresarios, contribuye
solidariamente a su deseo de garantizar la continuidad del sistema, por la
cuenta que les trae.
Así son las
cosas vistas desde la perspectiva existencial de los de arriba, del mismo modo
que así es cómo a la postre nos va de culo a nosotros, los de abajo,
relativamente cada vez peor. Y es así porque muy cómodamente hemos venido
decidiendo ignorar la verdad sobre nuestra propia realidad, para atender
exclusivamente al “chocolate del loro” con el que nos han venido conformando
los de arriba —pero que ahora ya ni siquiera eso pueden—, para alimentar
nuestro mal ejemplo ciudadano. El peor posible que trasmitimos a nuestros
propios hijos.
Finalmente
nos preguntamos si será necesario volver a insistir en explicar la tan rotunda
y comprensible como irrefutable demostración de Marx, acerca de las causas que
conducen a la necesaria e inevitable caducidad del sistema capitalista. Porque
si el proletariado mundial sigue deambulando sin el rumbo teórico preciso que
le exige su condición de clase explotada en esta sociedad, con tales alforjas
ideológicas y políticas desprovistas de certidumbre revolucionaria, todavía nos
esperan las peores y más adversas condiciones de existencia.
A ver, pues,
si espabilamos de una vez por todas para asumir nuestra responsabilidad en este
mundo. Porque lo más grave y estúpido que se le pueda pasar por la cabeza en su
vida a cualquier asalariado, a la hora de ejercer su condición política de
ciudadano sin distinción de sexo, es pensar y proceder en contra de lo que hoy
día nos exige la realidad —cada vez con más urgencia— según se agrava el
deterioro de nuestra situación en esta sociedad decadente. Porque el de hasta
hoy es un comportamiento indigno que no solo supone actuar contra nosotros
mismos, sino también contra nuestras familias y la clase social a la que
pertenecemos. Dicho más claramente: al confiar en partidos políticos que de
hecho sólo pueden representar a la clase social de los explotadores, ese acto
político suyo convierte a cada ciudadano de condición asalariada, ipso facto,
en un ingenuo explotador “ad honorem” entre los demás, o sea, esos que muy
lejos de comportarse como suelen prometer, se siguen lucrando a expensas de
nuestro trabajo.
Así las
cosas, el hecho de confiar en cualquier organización política que se niegue a cambiar radicalmente la sociedad
actual, es la más absurda e insensata tontería que cualquier asalariado pueda
llegar a cometer en su vida. Porque tal como Marx pudo demostrarlo
científicamente, desmitificando la proposición expuesta por aquel “chapuzas
teórico” precursor de la socialdemocracia moderna, llamado Pierre Joseph Proudhon, la conclusión más categórica e indiscutible
confirmada por la experiencia política bajo el capitalismo es, que como dijera
Marx: “Nadie hará por los asalariados, lo que ellos no sepan hacer por sí
mismos”. Pero para eso antes deben comprender el fundamento de lo que es imprescindible
hacer.
Y al decir
esto, lo que Marx ha querido proponer como definitiva solución al problema de
la contradicción contenida en la competencia económica intercapitalista, es que
la propiedad privada sobre los medios de producción y el dinero bancario, al
igual que la falsa y tramposa democracia representativa, ambas formas de vida
social y política ya caducas por nocivas al ser humano genérico, sean
incondicional y radicalmente sustituidas por la propiedad en común y el ejercicio de la democracia directa.
Al decir esto,
estamos convencidos afirmando que los actuales empresarios y políticos profesionales en general, sin
excepción, han venido siendo desde hace mucho unos embusteros y oportunistas consuetudinarios
enquistados en las antípodas de la
verdad, gran parte de ellos corrompidos hasta los tuétanos que así han
venido haciendo a la existencia del sistema capitalista explotador y genocida.
<<Lo que más interesa a la burguesía [en
general que dicta las pautas políticas a seguir por cualquier Estado nacional],
es la "posibilidad de satisfacción" de la reivindicación conseguida [la
mayor ganancia que le pueda sustraer a sus asalariados]; de aquí la eterna
política de transacciones con la burguesía de otras naciones en detrimento
del proletariado. En cambio, al proletariado [revolucionario] le
importa fortalecer [políticamente] a su clase contra la burguesía [sin
distinción de fracciones], educar a las masas en el espíritu de la [verdadera]
democracia consecuente y del socialismo.
Esto [último] no
será "práctico" para los oportunistas [burgueses como es el caso
hoy en España de los partidos políticos que —sin excepción— se disputan entre
sí el gobierno de las instituciones estatales], pero es la única garantía
real, la garantía de la máxima igualdad y paz nacionales, a despecho tanto de
los señores feudales [residuales en tiempos de Lenin] como de la
burguesía nacionalista [actual, grande y mediana]>>. (V. I.
Lenin: “El Derecho
de las naciones a la autodeterminación”. Aptdo. 4: El “practicismo” en el problema nacional. El
subrayado y lo entre corchetes nuestros).
¡¡A ver si por
fin las absolutas mayorías sociales asalariadas espabilamos de una vez por
todas, decidiendo unir nuestras
fuerzas políticas a escala planetaria en torno a la cada vez más
necesaria revolución social, para que por fin los tan proclamados ideales de libertad, igualdad y fraternidad
se vean realizados efectivamente, dejando de ser una maldita farsa!! Urge, pues
en todo el Mundo:
1) Expropiación por el
Estado revolucionario y democrático de todas las grandes y medianas empresas
industriales, comerciales y de servicios, sin compensación alguna.
2)
Cierre y desaparición de la Bolsa de Valores y los paraísos fiscales.
3)
Control obrero colectivo permanente y democrático de la
producción y la contabilidad en todas las empresas,
privadas y públicas, garantizando la transparencia informativa en los medios
de difusión para el pleno y universal conocimiento de la verdad,
en todo momento y en todos los ámbitos de la vida social.
4)
El que no trabaja en condiciones de hacerlo, no come.
5)
De cada cual según su trabajo y a cada cual según su capacidad.
6)
Régimen político de gobierno basado en la democracia directa, donde los
más decisivos asuntos de Estado se aprueben por mayoría en Asambleas,
simultánea y libremente convocadas por distrito, y los altos cargos de los tres
poderes, elegidos según el método de la representación
proporcional,
sean revocables en cualquier momento de la misma forma.
GPM.