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Los excluidos de la transición. La editorial Ruedo Ibérico, fundada en 1961 en París, creó un espacio ético de lucha contra el franquismo.
La Vanguardia - JOAN MARTÍNEZ ALIER - 12/01/2005

http://www.lavanguardia.es/web/20050112/51173726645.html


José Martínez, editor de Ruedo Ibérico


La editorial Ruedo Ibérico, fundada en 1961 en París, creó un espacio ético de lucha contra el franquismo, abierto al pensamiento crítico disidente de las organizaciones políticas tradicionales. Sus ediciones fueron un punto de referencia, en el exilio y en el interior, y un puente entre la intelectualidad de dentro y de fuera del país. Tras la muerte de Franco, el intento de establecerse en España fracasó. Eran años de transición y muchas iniciativas fundamentales en la lucha contra la dictadura fueron arrinconadas. Queda por recuperar el valor de aquel desafío y analizar las causas de su desaparición

Mi relación con la editorial Ruedo Ibérico empezó en 1965, cuando yo tenía 25 años y acababa mi tesis sobre el latifundismo en la campiña de Córdoba que escribía en Oxford, desde donde hacía viajes a Andalucía. Pasaba por París y entraba en La Joie de Lire, la librería de Maspero, donde estaban los primeros libros de Ruedo Ibérico. Ya en el número 13 de los Cuadernos de Ruedo Ibérico (CRI), dedicado a la agricultura, tanto José Manuel Naredo (a quien no conocía aún personalmente) como yo publicamos artículos. Colaboré a distancia con Ruedo Ibérico de 1965 a 1974 y en 1974-75 pasé seis meses en la editorial en París. Fue un tiempo divertido y de gran actividad. Fue cuando coeditamos el libro de la Operación Ogro.

Los libros de Ruedo Ibérico eran diversos. Muchos eran de historia de España de autores liberales o de izquierda, que aquí no se podían publicar, eran también memorias de anarquistas (Mera, García Oliver y otros) o de militantes del POUM, y fueron, cada vez más, libros de actualidad en las postrimerías del franquismo (el proceso de Burgos, el Opus Dei, la ACNP, el dominio adquirido por el Partido Comunista sobre Comisiones Obreras y tantos otros temas). Así, hasta unos doscientos libros y muchas reediciones en veinte años. Además los Cuadernos, cuyas caricaturas se burlaban de Franco, también de Fraga y de Juan Carlos. Algunos decían que Ruedo Ibérico no tenía una línea concreta. A su director, Pepe Martínez, eso no le importaba. La intención era publicar lo que no se podía publicar en el interior, ilustrar a los jóvenes. Pepe Martínez había hecho y perdido la Guerra Cvil a los 17 años, había estado en la cárcel, se había exilado a París en 1947, había sido anarquista de joven y lo fue activamente otra vez de mayor. Murió casi abandonado y de muy mal humor en 1986, el día del referéndum de la Otan. La editorial había dejado de existir seis años antes. Sus archivos están en el Instituto de Historia Social de Amsterdam.

Volviendo al 1966. Naredo era entonces un economista de 24 años, que hacía un stage en la OCDE. Él también entró en el grupo de Ruedo Ibérico. Pepe Martinez sabía historias que nadie nos había contado, además era un exilado que no sólo hablaba sino que hacía algo práctico. Pocos años más tarde Naredo y yo conocimos a Elena Romo, a Nicolás Sánchez-Albornoz, a Ramón Viladás, que con Vicente Girbau y Pepe Martínez habían fundado la editorial en 1960. También a Barbara Probst, de visita en Francia. También a Marianne Brull, secretaria y compañera de Pepe Martínez, que vive ahora en Barcelona. Podemos decir que Naredo y yo fuimos de la segunda ola. Naredo fue durante doce años un elemento importante de los Cuadernos de Ruedo Ibérico, ayudando a coordinar lo que se escribía desde Madrid por economistas como Juan Muñoz (mas tarde vicepresidente del Congreso), Arturo Cabello, Leguina y otros. Naredo siempre usó seudónimo, era funcionario y casi siempre vivía en Madrid. A partir de 1973 Naredo y yo ayudamos a Pepe Martínez a sacar los últimos veinticinco números de los Cuadernos, al final ya en Barcelona. Juan Goytisolo continuó enviando ensayos propios y de otros autores en su papel de asesor de temas de literatura, y se convirtió en el autor más habitual de los Cuadernos a lo largo de su historia. El segundo creo que fui yo. Pero la nómina de quienes escribieron es muy amplia. Algunos, como Alfonso Sastre o Paco Letamendia pertenecen a los innombrables, otros han sido ministros.

Desde 1974, con Naredo y conmigo, con Francisco Carrasquer y Carlos Peregrín Otero, el contenido de la revista se hizo ya bastante ecologista y anarquista. A Pepe Martínez le desesperaba la lentitud de la redacción de los artículos y la falta de suscriptores (aunque CRI llegaba a bastantes bibliotecas del mundo). Pero en cuanto al contenido estaba de acuerdo con nosotros. Él mismo, con el seudónimo Felipe Orero (nombre de un tío materno suyo fusilado por los franquistas), escribió artículos de doctrina anarquista. Los colaboradores iniciales de Cuadernos más conocidos, Jorge Semprún y Fernando Claudín, dejaron Ruedo Ibérico. Se preparaban para su trayectoria posterior, lo mismo que tantos otros que iban a circular en la órbita del diario El País y se preparaban a gozar de las delicias de la transición. Nosotros, por el contrario, con pleno apoyo de Pepe Martínez, estábamos disconformes con la transición que se preparaba.

Las ‘grandes rebajas’
En los Cuadernos, entre 1974 y 1978 atacamos la reconciliación nacional, no desde luego porque quisiéramos otra guerra sino porque permitía dar una salida fácil a los franquistas. Nos preguntamos: “¿Quién amnistiará a los amnistiadores?" Resultó que se amnistiaron ellos mismos. Protestamos por las grandes rebajas de la oposición política y pedimos “una oposición que se oponga" (título del número 54 de CRI). Analizamos los gobiernos de Suárez (con mucha presencia directa de empresarios y banqueros, y de políticos de la Asociación Católica Nacional de Propagandistas, es decir, los herederos de Herrera Oria y Martín Artajo, a saber, Osorio, Lavilla, Oreja). El Partido Comunista empujaba a la reconciliación con los postfranquistas, el Partido Socialista, que apenas había existido durante los años 1960-1970, aprovechó el empujón para correrse más a la derecha con sus nuevos líderes. La resistencia al franquismo se rompió. Nosotros quedamos fuera.

Pepe Martínez estuvo dos años sin decidirse a traer la editorial a España y al final escogió Barcelona (cuando ya Tarradellas estaba aquí, un viejo amigo personal del exilio). En los primeros meses o años tras la muerte de Franco no tenía pasaporte y temía ser detenido al llegar a España. Después, todos tuvimos temor a la violencia si abríamos aquí una editorial y una librería. En París, en la librería de Ruedo Ibérico de la calle de Latran alguien puso una bomba en octubre del 1974. Típica historia: no se sabe aún hoy exactamente quién fue, cómo se llamaba, quién le mandó hacerlo. Lo más probable es que fueran policías españoles. Seguramente a estas alturas quienes pusieron la bomba se habrán ya jubilado o estarán por hacerlo después de haber servido a la democracia con la misma profesionalidad que sirvieron a la dictadura. Tendrán una pensión del Estado español. Pepe Martínez no tuvo pensión española. A él le ayudaron al final económicamente sus amigos italianos, a quienes conocía de empresas editoriales. Y un poco, muy poco, nosotros sus amigos ibéricos.

La transición política española fue una transición excluyente. No es verdad que a todos los que habían estado en la resistencia la transición les pareciera bien. Ciertamente, la mayor parte de la resistencia al franquismo se acomodó rápidamente (excepto en Euskadi) a la nueva situación. Otros, los menos, quedaron fuera. Por ejemplo, entre quienes se habían jugado la vida entrando en la Unión Militar Democrática, algunos acabaron de diputados socialistas, otros fueron olvidados y dejados de lado. Por ejemplo, quienes intentaron reconstruir la CNT en Catalunya tuvieron inicialmente un cierto eco en su oposición al Pacto de la Moncloa (contra el que despotricamos en los Cuadernos de la última época). Pero la CNT casi desapareció tras el atentado a Scala en enero de 1978, en el que participó un agente provocador llamado Gambín, cuando Martín Villa (demócrata de toda la vida) era ministro del Interior.

El ninguneo social y político que recibió Pepe Martínez era esperado pero le dolió mucho, él había estado exilado treinta años, no tenía ya su vida profesional por delante. El había hecho algo notable por la cultura española y contra el franquismo. No se le reconoció en vida, no fuera que al salir en los diarios o en la tele dijera algo inconveniente. Ahora han pasado muchos años más desde su muerte y más aún desde que la editorial Ruedo Ibérico desapareció. Treinta años de retraso son ya muchos para que nadie se atreviera a recoger en nombre de Ruedo Ibérico premios de las autoridades estatales ni elogios de los monopolistas de la cultura. Premios o elogios que les laven la mala conciencia, si la tienen. Fraga (que como ministro de cultura franquista se molestaba mucho con Ruedo Ibérico) ganó su puesto en la transición política democrática española, nada menos que como fundador del PP, partido de gobierno. Ruedo Ibérico quedó fuera, excluidos de la transición. El caso Ruedo Ibérico es uno más tan sólo. Así fue. No tiene ya remedio.


Joan Martínez Alier es catedrático de Economía e Historia Económica de la Universitat Autònoma de Barcelona. Miembro del Comité Científico de la Agencia Europea de Medio Ambiente y Presidente de la International Society for Ecological Economics