Documentos de FAU
- 1972
En los últimos meses han sucedido cosas importantes. Hechos que introducen variantes suficientemente grandes como para justificar el replanteo de temas tácticos, que exigen más afinamiento dentro del nuevo marco creado por aquellos hechos. Sin duda lo más importante ha sido la ofensiva represiva y sus efectos, ya bien visibles. Parece prioritario, antes de entrar a toda consideración, realizar un balance, necesariamente sintético, de esos efectos de la campaña represiva, sobre el Movimiento de Liberación Nacional (M.L.N.), principal objetivo de la misma.
Esquemáticamente los resultados obtenidos por la represión se pueden expresar así:
Esto es lo que surge de la información disponible y son esos los hechos sobre los que insiste la propaganda reaccionaria.
Pero, además, se pueden deducir dos resultados de tipo político:
En esos resultados obtenidos por lo represión, la propaganda reaccionaria pretende fundar conclusiones políticas. "La lucha armada no es viable en el Uruguay y, la violencia -como el crimen- no paga", afirman sus portavoces. "La lucha armada no sólo no conduce al poder sino que es contraproducente, compromete el trabajo de masas y deja 'pegados' a los militantes que lo realizan"; corean los reformistas.
La selectividad de la represión que zarandea y golpea, ocasionalmente al reformismo, pero, en definitiva, lo "perdona" tiende a:
Las clases dominantes quieren imponer que todos jueguen su juego. Un juego inventado, previsto por ellos. Un juego en que ellos no pueden perder. Ese juego bien conocido: partidos legales, propaganda controlada, elecciones periódicas... y vuelta a empezar. En ese juego ellos tienen una carta que "mata" a todas las otras. Es la represión. Políticamente hablando, la dictadura. Convencer a todos de que es así, de que es inevitablemente así, de que ese juego de ellos es lo natural, de que siempre será así, es el cometido político de la represión.
Lograr que todos los revolucionarios se pregunten: "¿Si hicieron esto, tan rápido, con una organización como el M.L.N., qué no harán con otros?". Facilitarles a los reformistas y claudicantes de todo tipo la presunta confirmación de su tesis contrarrevolucionaria: "la violencia no paga", "los aventureros". Sugerirles a los vacilantes el camino del "bien y de la ley". La búsqueda, dentro del sistema capitalista, de la manera de hacer que sea menos malo... salvando el sistema como tal. Todo eso y mucho más es la "lección" que quieren hacer aprender. Muchos dudan. A nivel de opinión pública es casi inevitable que surja el gran reflujo de desengaño ante el presunto fracaso de la vía armada, de la que muchos esperaban un desenlace revolucionario más o menos próximo. Muchos tienen miedo y el miedo los paraliza. Muchos quedarán "quemados" por la experiencia negativa.
Todo eso pasa cada vez que la revolución sufre una derrota. Y lo que parecerá ser el desmantelamiento del aparato del M.L.N. es, digámoslo con toda claridad y pensando bien las palabras, una grave derrota para la revolución uruguaya. Es una importante batalla perdida. No es, no puede ser ni será el fin de la guerra. No es, no puede ser, por supuesto, el fin de la lucha de clases. Esta existe y existirá, bajo formas distintas, con niveles distintos en cada momento, en cada etapa, hasta que el sistema se derrumbe. Así será porque esa lucha nace del propio sistema capitalista, de su propia esencia explotadora y opresiva. Es un producto de su organización y funcionamiento. Mientras ese sistema exista, habrá inevitablemente, lucha de clases.
La derrota de hoy no es tampoco el fin de la lucha armada. Esta existe y existirá como un nivel de la lucha de clases mientras el proceso económico-social y político de nuestro país se siga dando dentro de los términos actuales. Porque ese nivel de lucha armada surge como una necesidad planteada por las características del proceso de deterioro económico-social y político al que no le han encontrado ni le encontrarán salida las clases dominantes. Es ese deterioro sin salida el que plantea la necesidad de un nivel de lucha armada, y mientras siga el proceso de deterioro seguirán habiendo condiciones para una actividad armada. Siempre habrá organizaciones que asuman esa tarea para la cual las condiciones están dadas.
La lucha armada no terminará, en fin, porque hay organizaciones en condiciones de continuarla. Y continuará.
Lo que no debe perdurar es la concepción errónea que ha predominado aquí, hasta ahora, en esa materia. Lo que está en crisis -confiemos que definitivamente- es la concepción foquista. La derrota que bajo esa orientación sufre hoy la revolución uruguaya es para nosotros, revolucionarios, también nuestra derrota.
El camino de la revolución no transcurre en un prado florido. Es difícil, tortuoso y está empedrado de dificultades. Por él se avanza y en él se aprende y hasta cayendo. ¿Cuántas veces? ¿Cuánto tiempo? No hay en estas cosas, bola de cristal ni magos que puedan predecir el futuro. Aquí, también se hace camino al andar. La marcha es larga, lo sabemos. Lo único decisivo es la voluntad de seguir adelante. No para quemarnos como bonzos, en aras de una fe ciega. Sino porque las condiciones en que se desenvuelve el proceso lo hacen imprescindible y posible. Sólo abandonaremos la vía de la acción armada, si un cambio muy importante de aquel proceso nos indicara que ella es contraproducente para los fines revolucionarios. Nada que indique ese cambio ha sucedido. Al contrario. El proceso de deterioro es más claro y grave que nunca. Nada indica, por lo tanto, que tengamos que cambiar la estrategia, y en esa estrategia, la lucha armada ocupa un lugar fundamental.
La actividad armada se orientó hasta hoy, predominantemente, a través de la concepción foquista. Con esa concepción discrepamos desde el principio, vimos y señalamos sus debilidades, hicimos lo posible porque ellas fueran superadas, orientamos nuestra práctica según otra línea. Contra todas las apariencias, por encima de nuestras propias insuficiencias, de nuestros propios errores, el tiempo, los hechos, nos han dado la razón. No podemos alegrarnos al comprobarlo. Ante tantos compañeros del M.L.N. asesinados, torturados bestialmente, presos, ante toda esa maravillosa construcción levantada en años por el esfuerzo de tantos que se jugaron por la revolución y que hoy parece irse derrumbando, no podemos sentir satisfacción por el hecho de que se cumpla puntualmente lo que previmos hace años. Esos muertos son nuestros muertos, esos torturados son nuestros torturados. Tan nuestros como los compañeros de la Organización que hoy, que ahora mismo, están soportando las más salvajes torturas, están jugando su vida defendiendo los principios, la vida y la línea de nuestra Organización.
Lejos de nosotros, pues, toda suficiencia. Mucho más lejos, obviamente, la actitud canallesca de los reformistas, oportunistas y cobardes, que escupen ahora, ostentosamente, el odio contrarrevolucionario que escondieron hipócritamente, cuando las cosas iban mejor. El camino es largo, tortuoso, empedrado de dificultades. Es casi imposible no tropezar, no caer inclusive. Sobre todo en las condiciones tan complejas, tan particulares de Venezuela. Pero de los tropiezos y las caídas hay que aprender. Si, la marcha es larga y difícil. Por eso mismo sería imperdonable tropezar dos veces en la misma piedra. Para no hacerlo, para aprender, hay que analizar con la mayor objetividad posible lo que ha pasado en estos meses duros, y a partir de las conclusiones de ese análisis, habrá que afinar la técnica, prever más pormenorizadamente sus términos.
II
Como toda victoria revolucionaria, el triunfo de la Revolución Cubana tuvo en América Latina un efecto estimulante contribuyendo a hacer avanzar el proceso de la lucha en todo el continente. Demostró la viabilidad de la lucha armada, evidenció la existencia de condiciones para iniciarla. Demostró que, incluso, en ciertas condiciones precisas y concretas, se podía obtener la victoria en un lapso relativamente corto. Esa fue la experiencia cubana. No nos queremos extender aquí sobre las vastas y variadas repercusiones que la Revolución Cubana tuvo. De Cuba aprendieron los revolucionarios muchas cosas. También aprendió la contrarrevolución.
Hoy nos referimos sólo a una concepción de la lucha armada, que se presentó como basada en la experiencia de Cuba. Esta concepción conocida como "teoría del foco" o "foquismo" sistematizada en su momento por Régis Debray, especialmente en su obra "¿Revolución en la Revolución?" pretendió ser una conceptuación de la experiencia cubana. Pretendió concretar en algunos criterios estratégico-tácticos bastante precisos, las enseñanzas que, según sus sostenedores, se podían sacar de la guerra de guerrillas en Cuba. Esos criterios estratégicos se presentaron como generalizables, como aplicables en la mayoría de los países latinoamericanos. Su influencia fue muy grande, motivando entonces, sobre todo a propósito de su formulación por Debray, polémicas muy intensas.
En nuestro país también se polemizó al respecto, también se ejerció fuertemente la influencia de esas concepciones. Esas concepciones fueron las que guiaron, básicamente, la práctica de M.L.N. Apresurémonos a aclarar que la línea del M.L.N. no fue, sin embargo, una aplicación digamos ortodoxa, clásica, de los criterios foquistas. A lo largo de sus años de actuación y aún desde sus comienzos, dicho movimiento introdujo variantes, corrigió o adaptó los conceptos foquistas. La línea estratégico-táctica del M.L.N. no ha sido un traslado mecánico de la línea foquista primera y original. Esas adaptaciones constituyen lo original, lo propio, lo específico de la experiencia de guerrilla urbana (las Unidades Tácticas de Combate) que el M.L.N. protagoniza en Uruguay. Sin embargo, a pesar del grande y muy valioso esfuerzo creador aplicado a la adecuación del foquismo a las condiciones locales, ese esfuerzo no llegó a alterar los supuestos básicos foquistas que informan la práctica del M.L.N. Este constituye una variante sin duda original y específica del foquismo. Por eso dada la gran importancia que la actividad que ese movimiento tiene en el proceso de las luchas en nuestro país, es útil antes de analizar su actuación, realizar un balance evaluativo de los criterios que constituyen la concepción foquista de la lucha armada, tal como ellos fueron formulados por sus teorizadores, en especial por Debray.
Nuestra Organización discrepó con el foquismo desde su surgimiento como concepción. Entendemos que los fracasos que hoy experimenta el M.L.N., y con él la revolución uruguaya, responden a que las debilidades del planteo foquista no fueron superadas oportunamente, por el M.L.N. A que sus esfuerzos apuntaron a una adaptación del foquismo y no a romper con él. Esto nos lleva en primer término a exponer brevemente las características que entendemos más salientes del planteo foquista.
Estas son:
1. La necesidad de iniciar la lucha armada a la brevedad posible siempre que existan ciertas condiciones económico-sociales que la hicieran viable. Se partía de la base de que esas condiciones estaban dadas en la casi totalidad de los países latinoamericanos (Debray decía que el Uruguay y Chile eran la excepción, que en ambos países no se daban esas condiciones), como consecuencia de su subdesarrollo y atraso.
2. Las condiciones políticas y aún ideológicas (llamadas "condiciones subjetivas") se desarrollarían como consecuencia de la actividad del foco armado. De ahí que la existencia o no de los partidos políticos revolucionarios se considerase como algo secundario y seguramente no prioritario. Las simpatías suscitadas por la actividad militar del foco, debían ser encuadradas en organizaciones cuya función era, casi exclusivamente, contribuir al esfuerzo y la victoria militar. Más que partidos, propiamente hablando, lo que se trataba era de organizaciones de apoyatura y sostén del esfuerzo militar, con tareas de cobertura, apoyatura logística y propagandística, reclutamiento, etc., concentradas hacia el desarrollo del potencial operativo del foco armado, y a su crecimiento. El desarrollo de la lucha se mediría en términos de crecimiento de la capacidad operativa; el éxito en términos de éxito militar; y la victoria era la victoria militar en la guerra. La expectativa y la confianza en esa victoria, que surgiría de la acción armada, era el logro y el requisito esencial en el plano ideológico.
3. La guerra se concebiría en términos de guerra de guerrillas, centrada en el medio rural, al amparo de condiciones geográficas adecuadas (montañas, selvas, etc.) que hicieran posible el ocultamiento de los guerrilleros y viable la táctica de "golpear y desaparecer" moviéndose siempre, característica de la guerrilla rural. En su formulación clásica, original, el foquismo negaba la viabilidad de la guerrilla urbana. Por definición "siempre en presencia del enemigo" siempre alcanzable por éste, el guerrillero urbano -se decía- estaba condenado a un rápido aniquilamiento. La actividad armada y urbana sólo cumpliría una función complementaria de la guerrilla rural, que sería quien protagonizaría el enfrentamiento, y quien a través de muchas pequeñas victorias parciales, conquistaría la victoria final reduciendo a la impotencia al ejército contrario.
4. La actividad militar del foco inauguraría un proceso donde cada acción, cada operación del foco motivaría réplica generalizada, respuesta de la represión. En la medida en que la guerrilla fuera operando con intensidad mayor, a niveles más altos, la represión se iría endureciendo, se iría generalizando. En la medida en que la dura represión, generalizándose, afectara a un sector cada vez más amplio de la población, mayores serían las simpatías que concitaría el foco y mayores, por lo tanto, sus posibilidades de desarrollo. En esta dialéctica ascendente de acción-represión, se generarían condiciones político-sociales cada vez más favorables a la acción militar, hasta culminar en una situación ideal en que importantes sectores de la población, sosteniendo a la guerrila, su vanguardia armada, impondría la caída del gobierno despótico, solo sostenido por la minoría privilegiada y por el aparato represivo, vencido en sus esfuerzos por suprimir militarmente la guerrilla.
La generación de esta dinámica -en definitiva el planteo central del
foquismo- emanaría de los éxitos armados. Estos generarían la perspectiva de
victoria capaz de atraer a las masas en el marco de una creciente opresión
política. La actividad de la guerrilla, la respuesta represiva que ella
inevitablemente produciría, cerraría ante las masas todas las puertas, todas
las vías que no fueran la vía de la lucha armada, volcando -necesariamente- al
pueblo del lado de la revolución. Así se procedería por un camino corto, simple
y directo, a la "politización de las masas", su nucleamiento tras la
vanguardia armada guerrillera. A partir de este planteo se caía en la
subestimación de la importancia de toda la actividad de masas (gremial,
propagandística, política pública) no apuntada de manera directa a favorecer el
esfuerzo bélico. Una actividad de masas suponía distraer fuerzas en aspectos
considerados muy secundarios o aún negativos en la medida en que pudieran abrir
expectativas y perspectivas que compitieran, eventualmente, con la vía de la
lucha armada. Por lo demás, se partía de la base de que toda organización, toda
actividad pública, sería barrida rápidamente por la represión una vez puesta en
marcha la mecánica acción-represión accionada por el foco guerrillero.
El tiempo transcurrido, la intensa, rica y tantas veces dolorosa experiencia
realizada en estos años por los movimientos revolucionarios latinoamericanos,
han ido dejando en claro los funestos errores del foquismo.
1. El simplismo de su concepción sobre las condiciones necesarias para iniciar y sobre todo para llevar adelante la lucha armada. Este tema, vasto y de importancia definitoria, merece, obviamente una consideración particularizada, que desborda el marco de esta breve referencia. Involucra el análisis de las relaciones entre las condiciones del nivel económico de la lucha de clases y los niveles político e ideológico (condiciones subjetivas de la misma y la consideración del papel que le cabe a la actividad armada en relación con ellos. Implica el deslinde con las corrientes reformistas, y lleva, necesariamente, a dilucidar puntos de vista teóricos, y a la crítica de las raíces sociales e ideológicas de la propia concepción foquista. Volveremos sobre este tema.
2. El desarrollo de las condiciones políticas y mucho menos el de las condiciones ideológicas, no se deriva de la actividad de la guerrilla en los términos bastante mecánicos previstos por el foquismo. La actividad del foco armado no se ha evidenciado como un sustituto adecuado, ni siquiera como un sustituto posible y viable de la actividad de partido. Esta insuficiencia salta a la vista en la medida en que la lucha se prolonga. Las respuestas políticas, tanto de las clases dominantes como de las dominadas, no se ajustan a las previsiones demasiado esquemáticas y rectilíneas del foquismo. Es evidente que pesó sobre esta concepción una perspectiva demasiado simplista de la estructura y funcionamiento de los niveles político e ideológico, cuya importancia, notoriamente se subestimó. Se sobrestimó, en cambio, notoriamente, la posibilidad de forzar por las armas el cambio de las condiciones políticas y de la mentalidad, creencias, de la gente. El retardo en el avance de las llamadas condiciones subjetivas siguió pesando, produciendo frecuentemente, el aislamiento del foco rural, y creando así, las condiciones de su aniquilamiento.
3. El rechazo de la posibilidad de una guerrilla urbana y la exclusividad reclamada para la guerrilla rural, es cosa juzgada por los hechos. Ha existido y existe una amplia práctica de lucha armada urbana. Inclusive es notorio que es ésta última la que ha ido adquiriendo en América Latina y aún a nivel mundial, un mayor desarrollo.
4. La mecánica acumulativa y ascendente de acción-represión, que conduciría a una polarización favorable de fuerzas, generalizando y aislando a la represión, y desarrollando y arraigando al foco, no se da habitualmente. La represión ha aprendido a mantener su selectividad, las clases dominantes pueden y saben adoptar contramedidas que traben y reviertan esta dinámica. En su estrategia, la actividad contrarevolucionaria del reformismo y el manejo de los viejos mitos ideológicos del liberalismo burgués, (las elecciones, la legalidad, etc.) han jugado un papel de una importancia que el foquismo no previó.
III
A la influencia de la concepción foquista puede imputarse la mayoría de los
fracasos experimentados en los años posteriores al triunfo de la Revolución
Cubana. No fue la lucha armada lo que fracasó, las que fracasaron claramente
fueron las expectativas cortoplacistas que el foquismo entraña. En
medio de esos fracasos es innegable -sin embargo- que la práctica amplia de la
lucha armada contribuyó decisivamente a modificar las pautas y características
de la acción política en América Latina.
La práctica armada modificó radicalmente la manera de percibir y encarar los
problemas de la revolución. Elevó a replantearse éstos en términos concretos y
precisos. Puso sobre el tapete con realidad y urgencia acuciantes, los temas
relacionados con las formas concretas de lograr con la violencia, la
destrucción del poder burgués. Desde entonces está abierta
insoslayablemente el problema del método a emplear, para desarrollar la vía
armada de la revolución. El problema de la estrategia militar revolucionaria.
Todo ello entrañó una revalorización del empleo, a todos los niveles, de la
violencia revolucionaria.
De la revolución hace varios decenios que se habla mucho en estos países. Pero hacía tiempo que poco se hacía por ella en concreto. Nada se planteaba respecto a las formas concretas en que el proceso revolucionario se plasmaría. En general el vacío que este problema sin previsible solución dejaba, se rellenaba con el mito de la llamada "insurrección proletaria" concebida en términos de un levantamiento popular generalizado, con gente que salía en masa a la calle, barricadas, etc. Mito heredado del siglo pasado y que la Comuna de París de 1871, el Octubre soviético o el 18 de Julio catalán, concretándolo con realidades, contribuían a mantener vivo en la imaginación de la gente.
No se trata de que insurrecciones de este tipo no se puedan hacer. No se trata de que sean, bajo cualquier condición, imposibles. El "cordobazo" de mayo del 69 y jornadas similares en Rosario, Tucumán y otras ciudades, muestran de manera más que suficiente y con ejemplos bien cercanos, que la era de las insurrecciones populares generalizadas, callejeras, está muy lejos de haber terminado. El problema es que la insurrección se convierta en mito, un mito cómodo, oportunistamente manejable, si se la aisla de la práctica política concreta, habitual y cotidiana. Y eso es lo que desde hace muchos años hacía y hace el reformismo. Eso es lo que hizo primero la social democracia de los viejos partidos socialistas, que terminó renunciando expresamente a la violencia, a la insurrección y a la revolución. Eso es lo que hicieron y hacen los neo-socialistas de los partidos comunistas que todavía hablan de revolución mientras hacen lo posible para que ésta no llegue.
El reformismo ubica la insurrección en el cielo de los ideales inalcanzables. Exaltándola verbalmente trata -en los hechos- de impedir que se prepare. En ese desencuentro, en esa incoherencia entre su práctica política contrarrevolucionaria y su verbalismo sobre un desenlace insurreccional final, buscan fundamentar su eterna afirmación de que "faltan condiciones" cada vez que se intenta hacer avanzar el proceso de la lucha política, aplicando medios no incluidos en su muy limitado recetario. Este se limita básicamente a dos cosas: a) en el nivel económico de la lucha de clases, acción reivindicativa salarial, desarrollada con el mayor respeto por la "legalidad" burguesa y por ende pacífica; b) en el nivel político, parlamentarismo, electoralismo, como forma de capitalizar políticamente los resultados de la lucha económica. Confinando su práctica a todos los niveles dentro de los marcos cada vez más estrechos de la legalidad burguesa, el reformismo crea las condiciones para su integración cada vez mayor en el sistema. Obstaculiza y trata de impedir el desarrollo de las condiciones para la destrucción de éste.
Es obvio que si el designio y el proyecto revolucionario no están presentes
guiando la práctica cotidiana de la lucha a todos los niveles, nunca se
procesarán las condiciones para un desenlace revolucionario. El sistema
capitalista no será destruido siguiendo las reglas de juego que él mismo se da
para asegurar su continuidad. Esa continuidad es la que contribuye a mantener
quien se aviene a hacer sólo lo que la legalidad burguesa permite, o sea sólo
lo que la legalidad manejada por la burguesía, recomienda que se haga.
Por eso de la línea reformista sólo puede surgir un reformismo cada vez mayor,
un retroceso cada vez mayor respecto del famoso desenlace insurreccional que
posponen para un "momento oportuno" indefinible. Por eso no pueden
formular, ni quieren hacerlo, ningún lineamiento estratégico-militar.
Convirtiendo en mito la idea de la "insurrección proletaria", los
reformistas la convierten en pretexto legitimante de su práctica
contrarrevolucionaria, tan útil al sistema. Lejos de representar una
alternativa opuesta a éste, apuntada a destruirlo, se convierte en la práctica
diaria, en los hechos concretos y cotidianos, en una manera de
"perfeccionarlo", de corregirlo en sus manifestaciones más extremas y
visibles de injusticia.
Importa insistir sobre esto, porque el mito de una inaprensible insurrección
futura, súbita y milagrosamente surgida, sin que nadie la prepare, como final
paradójico de una práctica ultralegalista, es la contrapartida de otro mito
arraigado: el de la invencibilidad de la represión.
"La revolución será posible cuando haya condiciones" dicen los
partidos comunistas y con ellos todos los reformistas agregan "llegará
entonces el día de la revolución". "Pero los que antes de ese día
violen las leyes, empuñando las armas, serán fatalmente vencidos" afirman.
Y a partir de ahí condenan siempre como "putchistas",
"aventureros", "aprovechadores" a quienes no se resignan a
transitar por la vía muerta electoral, esperando ese hipotético día en que la
revolución baje milagrosamente del cielo idealista en que la recluye la charla
barata de los capituladores.
Esta absurda concepción, disfrazada con fraseologías seudo-científicas, fue
durante mucho tiempo la predominante en la izquierda. Ante cada fracaso, ante
cada derrota de la revolución, se trata, otra vez, de rehabilitarla como un
dogma inviolable. Ante cada triunfo de la revolución se trata de adoptarlo, se
trata de inventar seudo-demostraciones de que en realidad la revolución avanza
aplicando las doctrinas...de los reformistas.
Pero a pesar de sus inagotables recursos "polémicos" los
reformistas no pueden ni podrán destruir los hechos. Y es en el terreno
de los hechos donde se ha demostrado la viabilidad de la lucha armada, ya
incorporada definitivamente a la estrategia política de las organizaciones
revolucionarias.
El problema vigente es el de las características precisas que debe revestir en
cada formación social, nacional o regional, esa estrategia.
No está sobre el tapete una polémica en torno a la adopción de la guerrilla urbana o la rural como formas exclusivas o excluyentes. No radica allí el centro del análisis útil que puede realizarse en torno a la experiencia de lucha armada pasada o actual. El tema central es el análisis de la concepción foquista que en su formulación primaria y ortodoxa sostuvo la guerrilla rural como forma prioritaria y exclusiva, pero que luego se adaptó también a formas de guerrilla urbana. Es esta concepción foquista en todas sus variantes lo que está en crisis y no la lucha armada, que mantiene su vigencia. La lucha armada como la concebimos, como aspecto fundamental de la práctica política de un partido clandestino que actúa también, en base a una estrategia armónica y global, a nivel de masas. Es esta concepción correcta de la lucha, la que resulta reafirmada por la experiencia recogida.
IV
El desarrollo de la lucha cambió totalmente en estos últimos años los términos en que tradicionalmente se planteaba la lucha en América Latina. Significó la superación, seguramente definitiva, de una larga etapa en la cual aquella lucha se concebía según dos pautas:
a. a nivel económico de la lucha de clases: actividad de masas, sindical, de contenido reivindicativo, fundamentalmente salarial, procesada por los métodos tradicionales (paros, huelgas, actos, etc.) practicados dentro de los marcos de la legalidad burguesa.
b. a nivel político de la lucha de clases: actividad de partidos legales con sus métodos tradicionales (locales públicos, actos, propaganda, publicaciones, difusión ideológica, etc.) apuntada decisivamente a obtener resultados electorales.
La vía para llegar al poder (identificado falsamente con el gobierno) era el voto. La obtención de representaciones parlamentarias cada vez más numerosas, significaba etapas hacia ese desenlace. La violencia en los niveles tanto económicos como políticos de la lucha de clases -decían- era negativa puesto que implicaba poner obstáculos, "pretextar" obstáculos a la vía electoral. Concebida ésta como la única vía posible para llegar al "poder" y siendo éste el problema cardinal de la práctica política, todo debía contribuir a mantener abierta esta vía. Dicho de otro modo: siendo la obtención del poder lo políticamente decisivo, llegándose al poder por la vía electoral y siendo las elecciones algo "legal", había que estar dentro de la ley para poder votar...y así poder llegar al poder.
Esta ha sido y es la médula del planteo político reformista, electoralista. En base a ese planteo toda violencia debería ser rechazada porque hace peligrar las elecciones, y por lo tanto, la posibilidad de llegar al poder. Se complementa esta "argumentación" identificando el legalismo con la posibilidad de realizar cualquier tipo de actividad de masas. Aún a nivel sindical, sólo se podrá mantener "contacto con las masas" actuando "legalmente". La violencia sólo da "pretextos" a la represión, represión que fatalmente "aisla", tal parte del razonamiento que los reformistas hacen. A nivel de la lucha económica, la violencia "pretexta" represión, aisla, perjudica la actividad de masas y hasta puede pretextar que la reacción obstaculice la única vía -necesariamente electoral y por tanto necesariamente legal- para llegar al poder. Sería entonces "infantilismo", "espontaneísmo". Y ahí los reformistas se ceban con los errores del anarco-sindicalismo, que al subordinar, efectivamente, el nivel político al nivel económico de la lucha de clases, al no proponer una solución clara al problema de la destrucción del poder burgués, queda "regalado" para críticas demasiado fáciles de los reformistas.
Por nuestra parte y hace años -lo repetimos por las dudas- sostenemos que el objetivo de la violencia a nivel de la lucha económica, NO ES SOLO ni siquiera es PRINCIPALMENTE la obtención de las reivindicaciones económicas en sí mismas. Que la violencia en la lucha económica tiene por función contribuir -entiéndase bien CONTRIBUIR- a elevar el nivel de esas luchas a nivel político. Contribuir (junto con los otros medios: propaganda, lucha ideológica, lucha pública legal o no) a elevar la lucha económica en la mayor medida posible, al nivel de lucha política. Contribuir a elevar la conciencia gremial de interés económico que anima la lucha económica. Contribuir decimos, a elevarla a conciencia política, de interés político que es la conciencia necesaria para destruir el poder político burgués -el estado burgués- objetivo último de toda práctica política revolucionaria.
Destrucción del estado capitalista, destrucción del poder burgués que es necesariamente violento, que no se puede lograr llegando (suponiendo que se pueda...) a través de elecciones a ocupar ciertos cargos oficiales (en las Cámaras o aún en la Presidencia) que son apenas algunos elementos y no los más importantes, a través de los cuales opera el poder burgués. Y como es imposible, nunca se vio, ni nadie sensatamente puede pretender que el estado capitalista se "extinga" para dejar paso al socialismo, ni que la burguesía vaya a "donar" pacíficamente sus propiedades al pueblo o vaya a renunciar pacíficamente a su dominación y a su poder, éstos deben ser destruidos por la fuerza.
Sólo los caraduras burgueses, mintiendo a sabiendas, hablan de que el capitalismo ha cambiado en su esencia. Que ahora es "capitalismo del pueblo" como dicen los ideólogos yanquis y corea aquí, repitiéndolos Rafael Caldera. Sólo los vivillos -o papanatas- reformistas creen que le van a cambiar, de a poquito, con "sabias" leyes parlamentarias. O que pueda haber un capitalismo "bueno", dirigido por una "burguesía nacional", que algunos inventan cada vez que la cosa se pone medio fea...
La afirmación de esa necesidad de la violencia revolucionaria, la necesidad de la revolución, y la superación teórico-práctica del reformismo pequeño-burgués (nacionalista o democristiano, "populista" que le dicen) u obrero (social-demócrata, trotskista, o comunista, "marxista" que le dicen) ha sido el aporte fundamental que las organizaciones armadas de América Latina han hecho al proceso ascendente de las luchas de nuestros pueblos.
Una organización es realmente revolucionaria si se plantea y resuelve realmente el problema del poder, y el problema del poder sólo se resuelve con una adecuada línea de práctica de la violencia, o sea con una adecuada línea militar. La demostración en suma de que sólo habrá socialismo con revolución, o sea con destrucción violenta del estado burgués. Que sólo habrá destrucción violenta del estado, del poder burgués, con una práctica político-militar adecuada, son todos aportes hechos en estos años por las organizaciones armadas del continente. Dicho de otro modo. Ninguna organización es realmente revolucionaria hasta que no se plantea y resuelve los problemas del aspecto violento, militar de su práctica política.
No hay política revolucionaria sin teoría revolucionaria. No hay
política revolucionaria sin línea militar revolucionaria. Todo esto ha
quedado claro, y clarificar esto ha sido un aporte invalorable. Ha hecho
avanzar la lucha de clases a todos sus niveles.
Pero la realidad es dialéctica. Cuando se han hecho ciertas comprobaciones, a
partir de esas comprobaciones surgen problemas nuevos. Cuando se ha llegado a
un nivel superior, más elevado de comprensión, de práctica, y de experiencia (y
la comprensión -salvo para los charlatanes de café- siempre indica experiencia,
práctica) nuevos problemas, también a un nivel más alto, más fino, requieren
nuestra atención y deben ser resueltos.
Nuestro país no ha sido, como pronosticaban algunos, una excepción dentro del
proceso de avance de la revolución latinoamericana. Aquí también hemos vivido
prácticamente aquellas experiencias. Aquí ha habido y hay una vasta y fecunda
práctica político-militar. Analizarla, profundizar en su contenido, comprender
realmente las causas y el sentido de sus avances y sus retrocesos, es una tarea
decisiva de hoy a la que no nos podemos sustraer.
V
La práctica de la guerrilla urbana en nuestro país por parte de los UTC del
M.L.N. supuso, desde el principio, la introducción de variantes en el esquema
foquista ortodoxo. La más obvia: el carácter urbano de la guerrilla, que en su
momento muchos negaban como viable.
Pero la guerrilla replantea básicamente dos problemas políticos:
1. el problema de las características que, en condiciones de guerrilla urbana, reviste la vinculación de la guerrilla con las masas y la política a desarrollar en relación con esto. En otros términos, el problema de las modalidades concretas según las cuales, actuando la guerrilla en medio urbano, se capitaliza políticamente la simpatía popular que puede promover su acción;
2. el problema de como se procesa, a través de la práctica guerrillera urbana, la destrucción militar del aparato represivo, requisito previo para la destrucción del poder burgués.
La mera formulación de estas dos cuestiones nos conduce claramente a
plantearnos dos preguntas que son previas, porque las respuestas que les demos,
dependerán del tipo de solución que les demos a los dos problemas planteados
antes.
Las dos preguntas son: 1º.) ¿Para qué se hace la guerrilla, cuáles son sus objetivos,
su programa? 2º.) ¿Cuándo se inicia la lucha guerrillera y cuándo termina?
1.
¿Para qué se hace la guerrilla, cuáles son sus
objetivos, su programa? Ha habido guerrillas cuyo objetivo fue sólo la
conquista de la independencia nacional. Planteándolo en términos de clase, esta
independencia significa sustituir la dominación política directa por la
burguesía metropolitana imperialista, ejercida a través del aparato de estado
burgués, metropolitano, sustituirla decimos, por la dominación ejercida por la
burguesía local, a través de un aparato de estado burgués local,
"nacional". Las burguesías nacionales en la etapa actual,
imperialista, del capitalismo son -lo sabemos- burguesías dependientes y los
estados que ellas crean son solo a medias soberanos.
No le queremos restar su importancia a estos procesos de lucha por la
independencia política, ni negar las posibilidades de acción revolucionaria que
pueden habilitar en ciertas coyunturas. Simplemente queremos descarnar, desde
un punto de vista clasista, la esencia de un asunto en torno al cual se hace
cada vez más barullo y confusión.
Guerras por la independencia fueron las que protagonizaron, por ejemplo, el IRA
en Irlanda, dirigido por el nacionalista burgués De Valera; el IRGUN ZVAL LEUMI
dirigido por el fascista judío Menahen Beguin en Israel; la EOKA dirigida por
el coronel fascista greco-chipriota GRIVAS en Chipre. Todas guerras de
guerrillas por la independencia nacional, anticoloniales, contra la dominación
inglesa. No guerras de liberación, de sentido socialista y antiburgués.
Los imperialistas ingleses no querían -por supuesto- irse. La guerrilla, en los
tres casos citados, casi exclusivamente urbana, llevó contra ellos guerras
relativamente breves. No daremos detalles aquí. Información periodística y
somera, pero suficiente a los efectos, se encuentra en libros como "La
guerra de la pulga" de Taber.
Inglaterra -imperio decadente como Francia- resistió hasta cierto punto. Cuando
el balance de costos económicos y -fundamentalmente- políticos les fue
claramente deficitario, se fueron. Porque los ejércitos coloniales
pueden irse. Los ejércitos "nacionales", de las burguesías nacionales
dependientes, en cambio, cuando las revoluciones son sociales,
anticapitalistas, resisten hasta el fin. Deben ser vencidos
militarmente, destruidos. Esto pone sobre el tapete, de entrada, una diferencia
esencial entre la dimensión de la tarea militar a que se ven abocadas las
revoluciones burguesas por la independencia política y las revoluciones de las
clases dominadas por su liberación nacional.
De las tres revoluciones anticoloniales que citamos antes, las respectivas
guerrillas urbanas, tuvieron como cometido esencial, generar condiciones
políticas que ambientaran soluciones de compromiso entre las clases dominantes de
sus países y las de los países imperialistas. En el Uruguay, donde la
independencia formal ya está conseguida, la función de la guerrilla urbana es
la de contribuir a derrocar el poder de las clases dominantes locales, aliadas
al imperialismo. Su tarea político-militar, es, por lo tanto, mucho más
compleja y esencialmente distinta. De ahí que no nos sea posible
recoger, simplemente, como "modelo" la experiencia de aquellas
guerrillas urbanas anticoloniales, tentación a la que no siempre se sustraen
quienes meditan o escriben sobre estos temas.
Los objetivos de la revolución condicionan toda la política
revolucionaria, sin excluir sus aspectos militares. De ahí que sea
previa a toda otra consideración, definir os objetivos o sea, en términos
generales, el carácter del proceso revolucionario en el cual se inscribirá la
práctica político-militar.
En las guerras por la independencia, la causa es "nacional",
o sea que es la causa de las clases dominantes locales, asumida en general a
nivel de militancia concreta, por las pequeñas burguesías locales, imbuidas de
la ideología de aquellas clases dominantes. Cabe hacer esta
puntualización puesto que es imposible concebir una idea de nación, de patria,
ajena a un contenido de clase. La nación no es más que la nación burguesa,
donde dominan los burgueses, cuando este concepto lo maneja la burguesía. Desde
un punto de vista clasista, el único concepto de nación aceptable, es el que
involucra la desaparición del capitalismo, el socialismo. Así el "interés
nacional" de la burguesía, nada tiene de común con el interés nacional de
las clases trabajadoras. Pero en las revoluciones anticoloniales es
generalmente la ideología nacionalista burguesa la que predomina y aglutina tras
las clases dominantes locales, al conjunto de la población. La realidad de la
lucha de clases se oscurece entonces, tras la ideología "patriótica".
Entonces es fácil movilizar a todo el pueblo, sin distinciones, tras la
guerrilla. Esta obtiene rápidamente un apoyo "nacional" para una
guerra "nacional"...burguesa. Si la guerra no es anticolonial
sino social -y así será en el Uruguay- habrá tantos "patriotismos"
como clases sociales estén en condiciones de generar tendencias ideológicas.
Habrá un "nacionalismo" burgués que será la cobertura ideológica de
la real dependencia del imperio. Y habrá un nacionalismo obrero y popular que
será la proyección, a nivel de la cuestión nacional, de la teoría socialista y
de los contenidos ideológicos fundados en ella.
La guerrilla urbana no tendrá aquí, nunca, el apoyo de "toda la
nación" por más que se proclame nacionalista. Sólo tendrá el apoyo de
aquellas clases que estén interesadas en el socialismo. Sucederá así porque
nuestra revolución será social y no anticolonial. Porque enfrenta y enfrentará
a una burguesía que, por más que sea dependiente en la realidad, económica,
política e ideológicamente, en lo formal ya ha concretado la independencia
política, ya ha estructurado su estado como estado "soberano". No es
posible aquí -y esto es útil retenerlo- una lucha nacional, anti-imperialista,
al margen de la lucha de clases. Dicho de otro modo: lo central y prioritario
es la revolución contra la burguesía nacional dependiente y sólo a través de
ésta se desarrollará la verdadera lucha por la causa nacional del pueblo.
Toda política militar revolucionaria será, entonces, una política militar de
clase, que en todas sus etapas debe coincidir con los intereses de la clase
obrera y demás clases trabajadoras. Es inútil, por tanto, intentar concitar la
adhesión de sectores burgueses en torno a una política revolucionaria, por más
que ésta se vista de "nacional". Las tareas de la revolución uruguaya
apuntan a un tránsito al socialismo y el aspecto nacional de esas tareas, está
inevitablemente subordinado a aquel, su contenido esencial.
Ha habido guerrillas cuyo objetivo ha sido lograr, simplemente, cambios a nivel
político (derribar una dictadura militar, por ejemplo) y realizar ciertas
reformas económico-sociales (reformas agrarias, por ejemplo). Tal fue el caso
de la guerrilla en Cuba, en su etapa propiamente guerrillera de la Sierra
Maestra. La guerrilla no se inició allí con objetivos socialistas, aunque
actuaran en sus filas, desde el principio, militantes que ya eran, sin duda,
socialistas como el Che.
La ideología de Fidel en su alegato "La historia me absolverá" luego
del ataque al Moncada, es la ideología de un pequeño burgués, liberal y
reformista. No más. El programa económico del "26 de Julio" bajo la
influencia del economista Felipe Pazos, era desarrollista, postulaba un
desarrollo capitalista nacional que incluía, como siempre en estos casos, y
como aconsejaba CEPAL, medidas de reforma agraria y reformas sociales diversas.
El objetivo político era derrocar la dictadura militar de Batista para
restablecer la democracia parlamentaria, la democracia liberal burguesa. El
objetivo económico-social era la reforma agraria propietarista, la lucha contra
los monopolios extranjeros, el desarrollo capitalista "nacional", la
"justicia social"...capitalista.
Se pagaba tributo así a la utopía pequeño-burguesa de un capitalismo
independiente, sin las "injusticias" y los "abusos" de los
monopolios extranjeros. Un capitalismo pre-monopolista y "humano" con
el obrero...
Con este programa, enfrentada a una dictadura corrupta, aplicando por primera
vez en América Latina la estrategia del foco guerrillero rural, la guerrilla
agrupó, en poco tiempo, tras de sí a todo el pueblo, incluso a la colonia
cubana, para enviar fondos al movimiento del "Doctor Castro" que
salía, sin problemas, fotografiado en las portadas de "Life".
¿Qué esperaba el imperialismo? Al principio sostuvo a Batista. Cuando vio que
éste estaba gastado lo abandonó. No desembarcaron allí los "marines"
como lo harían unos años después en Santo Domingo. Se resignaron a que el
"Doctor Castro" -al fin de cuentas un joven e inexperto guerrillero
liberal, pensaban- volteara a la dictadura militar. Luego los viajes políticos
burgueses de aquella islita vecina se encargarían de que las cosas se encarrilaran
democráticamente...en favor del imperialismo y su burguesía dependiente.
Estas previsiones yanquis parecieron cumplirse al principio. Un abogado
burgués, el Doctor Urrutia, recibió la presidencia de manos de Fidel
victorioso. Miró Cardona fue primer ministro y respetables figuras formaron su
gabinete. Es un tiempo después que cayó Batista que se produce la
radicalización de la Revolución Cubana, su rápido viraje hacia nuevos
objetivos: hacia objetivos socialistas. No vamos a describir ese proceso que
nos apartaría de nuestro tema. Baste recordar que Urrutia tuvo que renunciar,
que Miró Cardona huyó a Miami, que varios ministros de la primera hora pasaron
a la contrarrevolución...
Imperialismo y burguesía esperaban un mero relevo del personal de gobierno y
les salió un cambio de sistema social. Nunca más se expondrían en América
Latina a tales sorpresas. Toda revolución, en lo sucesivo, debe contar con la
intervención extranjera respaldada por las burguesías locales. En el caso
uruguayo, cuando llegue a peligrar, alguna vez, la dominación burguesa, la
intervención vendrá. Según lo que se puede prever ahora, lo más probable es que
intervenga la burguesía de Brasil. Este es otro elemento que importa retener.
Recapitulando. Si nos remitimos a las experiencias históricas de guerrillas
urbanas victoriosas o a la experiencia triunfante de guerrilla foquista
latinoamericana, a la pregunta del principio: ¿para qué se hacen las
guerrillas, cuáles son sus objetivos?, deberemos contestar: se han hecho por la
independencia política de colonias o por restaurar la democracia
liberal-burguesa.
1.
A la segunda pregunta: ¿cuándo se inicia la guerrilla y cuándo
termina?, ya estamos, por supuesto, en condiciones de contestarla. La guerrilla
anticolonial comienza cuando la maduración de una burguesía local dependiente
operando al amparo de una coyuntura internacional favorable, lanza un
movimiento nacional. Termina cuando se logra la independencia política formal.
La guerrilla anti-dictatorial, democrática, comienza cuando la dictadura,
perdiendo su base social, se hace "insoportable" para la mayoría de
la gente, incluyendo sectores importantes de la burguesía. Termina, con la
restauración de la democracia burguesa.
En Uruguay, cuando empezó a operar la guerrilla: ¿Había una situación
colonial?. NO. ¿Había una situación de dictadura? NO. Pero si no era ni
anticolonial, ni democrática, ¿qué sentido, qué carácter, qué objetivos tenía
la lucha armada que se iniciaba? Responder a estas preguntas, implica
explicarse los errores y aciertos del M.L.N. en la resolución de dos problemas
básicos que citamos al principio: a) el de la vinculación guerrilla-masa y b)
el de la destrucción militar del aparato represivo.
VI
En el Uruguay, cuando empezó a operar el foco, no había una situación
colonial. Uruguay es, por supuesto, un país capitalista dependiente pero es
quizás, ahora, uno de los países donde la acción del imperialismo se ejerce a
través de mecanismos menos visibles para las masas. El imperialismo existe,
pero se ve mucho menos que en otros lados. No se trataría pues de una guerra
anticolonial.
No había una dictadura. Existía por supuesto -y existe- la dictadura
burguesa de clase, común a todos los países capitalistas, aquí excepcionalmente
bien velada por la forma de estado democrático-burguesa. El liberalismo
democrático está muy arraigado, como ideología, en la conciencia del pueblo,
incluso en la clase obrera. Los partidos tradicionales, el reformismo
pequeño-burgués y obrero (encarnado especialmente por el Partido Comunista) contribuyen
invariablemente a consolidar en las clases dominadas la influencia de la
tendencia ideológica burguesa. A esta tendencia se va integrando, cada vez más,
el reformismo obrero que se sigue auto-designando, sin embargo, como
"marxista-leninista".
Pero si no es anticolonial, ni "democrática", ¿qué carácter tiene
la guerra que la guerrilla foquista inició? En términos generales ¿qué carácter
tiene -y tendrá- al menos en su etapa inicial y por un largo período, la acción
armada en el Uruguay? Tuvo, tiene y tendrá por un largo período, un carácter
decisivamente social, un carácter de clase. Tendrá, por lo tanto, una impronta
claramente socialista y así será percibida por las clases dominantes que, a
partir de Cuba, ven en toda acción popular armada un peligro, diga lo que diga.
Se inició y se hará la lucha armada en función del interés de las clases
dominadas contra el interés de las clases dominantes. Representará los
intereses de la clase obrera, de la pequeña burguesía trabajadora, del
proletariado agrícola y también -en una etapa al menos- de la pequeña burguesía
tradicional urbana (propietaria de medios de producción) y de la pequeña
burguesía pobre y aún media del campo (minifundistas, pequeños y aún medianos
propietarios y arrendatarios, etc.). Las clases trabajadoras son beneficiarias
de un régimen socialista con el cual por supuesto, no tienen contradicciones
objetivas. Los sectores pequeño-burgueses no tienen por qué tener
contradicciones antagónicas, en lo inmediato con el proceso revolucionario. Sí
las tienen las clases dominantes. Los grandes terratenientes, la fracción
comercial de la burguesía importadora y exportadora, ligada al imperialismo, la
burguesía industrial asociada o vinculada al imperialismo, los monopolios
imperialistas, la fracción financiera de la burguesía, etc. En definitiva, toda
la burguesía que aquí, como en toda América Latina es cada vez más dependiente
y el imperialismo del cual depende. Todos ellos son y serán
contrarrevolucionarios.
La guerrilla, la guerra en nuestro país, por lo tanto no podía ni puede empezar
siendo "patriótica" o "democrática". Aunque puede devenir,
en su desarrollo, "nacional" y eventualmente,
"democrática", nace socialista y ese será el fin, su rasgo dominante.
Por lo tanto, será enfrentada, desde el pique, por todas las clases dominantes.
Tiene un carácter de guerra de clases aunque adquiera, en una etapa avanzada un
carácter también de guerra nacional, pues si el proceso avanza, intervendrán
las burguesías de los países vecinos.
Esta lucha armada es el nivel más alto de una descarnada y cruda lucha de
clases, que ninguna posibilidad de alianzas con sectores burgueses
"nacionales" puede, en lo esencial, enturbiar ni aún en la etapa en
que se convierta en guerra nacional.
Enunciamos todo esto aquí, en un tono que, provisoriamente puede resultar
esquemático, porque sólo lo traemos a colación para ubicar, primariamente, las
condicionantes dentro de las que se movió la práctica foquista. Esta implicó
una particular comprensión y una peculiar interpretación de esas
condicionantes, según veremos.
La acción armada expresa así, el nivel más elevado de la lucha de clases y
en el Uruguay, decimos, no puede expresar otra cosa. Al menos inicialmente.
Pero ¿cuál era y cuál es el nivel adquirido por esa lucha de clases aquí? A
nivel económico ésta ha tenido una amplia extensión y una relativa
profundización, en los últimos tiempos, en ciertos sectores. Hay un movimiento
sindical cuantitativamente importante y capaz de actuar, a veces, con bastante
combatividad por reivindicaciones de tipo preferentemente salarial, aunque
también sostenga objetivos políticos importantes, vinculados, sobre todo a la
preservación de la autonomía de los sindicatos como órganos de clase (luchas
contra reglamentaciones sindicales u otros intentos de integrarlos
institucionalmente al estado). Pero a nivel político e ideológico la clase
obrera y todas las clases trabajadoras siguen, en alto grado, prisioneras de la
influencia de la tendencia ideológica de las clases dominantes. Siguen concibiendo
la acción política en los términos que se la propone la ideología burguesa. El
Partido Comunista, como fuerza más gravitante en la dirección del movimiento
obrero, a través de la estrategia y la táctica coherentemente reformistas que
ha impuesto a la lucha de clases, tanto a nivel económico como político, no
hace más que consolidar así el predominio de la tendencia ideológica burguesa.
El propio Partido Comunista se pliega a ella "importándola" dentro
del movimiento obrero y popular y al propio tiempo se va viendo cada vez más
prisionero de ella.
El peso del predominio ideológico burgués en las masas, reforzado por el
reformismo obrero del Partido Comunista, desconceptuó a ojos de algunos
revolucionarios la viabilidad de una línea de masas revolucionaria.
Identificaron las modalidades reformistas de acción a nivel económico de la
lucha de clases con la lucha económica en sí. Esto les ocultó la perspectiva de
una práctica revolucionaria aún en el nivel económico, el más elemental de la
lucha de clases. La acción sindical les pareció entonces poco redituable
políticamente, demasiado limitada o inútil a algunos revolucionarios,
impacientes ante la lentitud con que la clase obrera procesa su ascenso desde
el nivel de la lucha económica al nivel de la lucha política. No evaluaron que
ese tránsito puede postergarse más aún, puede no darse, incluso, si la lucha
económica la dirige el reformismo. No vieron que la lucha económica, sin dejar
de serlo, pero bajo dirección revolucionaria, es el fundamento primario del
desarrollo de la conciencia de clase, que es conciencia política, conciencia de
los intereses históricos de clase. Pero bajo dirección reformista ese proceso
de maduración puede enlentecerse, distorsionarse y congelarse por largos
períodos.
A nivel de lucha política incluso, el retraso ideológico de las clases
dominadas, su contumaz adhesión a la ideología burguesa, al electoralismo y a
los partidos burgueses en las elecciones, operó en el mismo sentido. ¿Qué hacer
entonces?
Ante esta pregunta, la lucha armada se les apareció, a muchos revolucionarios,
como un atajo que permitiría acortar el proceso, abreviarlo salteando etapas.
La decepción sobre las posibilidades de desarrollo político de las masas
ambientó la adopción de la concepción foquista de la guerrilla, contribuyó a
plantear como contradictorios dos aspectos de una misma práctica política, que
sólo son válidos si se dan dialécticamente unidos: la acción armada y la acción
de masas.
Cabe aquí una precisión que creemos justo y útil hacer: subestimando la
importancia de una línea de masas, subestimando las posibilidades y la
necesidad política vital de un trabajo organizado en las masas, los compañeros
del M.L.N. no negaron, sin embargo, todo papel a las masas en el proceso. No es
justa, nos parece, la acusación de "putchismo", de
"blanquismo" que desde el reformismo se les lanzara, antes en voz
baja y de soslayo y ahora abiertamente. El M.L.N. trató de no ser una sociedad
de conjurados que con un golpe de mano sorpresivo, tomaría el poder. El M.L.N.
buscó, desde el principio, concitar la simpatía de las masas. En este aspecto
sus errores fueron de otro tipo: Consistieron: 1o.) En la forma en que concibió
la obtención de esa simpatía de masas, en la táctica a la que se fijó para
tratar de obtenerla. 2o.)En el papel que asignó, dentro del proceso, a las
masas cuya simpatía fuera adquiriendo gradualmente. Ambos errores reflejan, por
supuesto las debilidades de la concepción foquista.
Una práctica política revolucionaria justa, en el Uruguay de hoy, debe integrar
acción armada y acción de masas. Pero ¿qué es lo central, lo prioritario? ¿Cuál
es el aspecto principal al cual debe subordinarse el otro? El M.L.N. subestimó
las posibilidades de una práctica política revolucionaria en las masas.
Subestimó, en función de ello, la actividad política organizada en los
sindicatos y la actividad pública (legal o no) de organizaciones de tipo
político. Negó la necesidad de centralizar la práctica política en todos sus
niveles (sindical, política pública, político-militar clandestina,
teórico-ideológica) desde un partido clandestino. Creyó, paradójicamente, que
era posible centralizar la orientación de las masas desde un centro sólo
militar, desde la guerrilla, entendida según la concepción foquista. Quiso
ponerle una cabeza militar a masas a las cuales no reconocía el grado de
desarrollo necesario para hacer viable una línea sindical, ideológica y
política, revolucionaria a ese nivel, a nivel de masas. El malestar social, de
raíz en última instancia económica, que no consideraba suficiente para
viabilizar una línea revolucionaria de masas, le parecía sí, en cambio
suficiente como para llegar a posibilitar el respaldo a una práctica militar
que, lógicamente supone la existencia de un nivel bastante elevado de conciencia.
El retraso político-ideológico de la clase trabajadora, su conciencia sólo
"economista", su "sindicalismo", fue invocado para no
"quemar" las pocas fuerzas disponibles inicialmente impulsando allí
un trabajo de masas revolucionario. Pero al mismo tiempo la conciencia
reivindicativa, el nivel alcanzado por las luchas económicas, la combatividad
en ellas demostrada frecuentemente, se invocó reiteradamente como prueba de la
necesidad de crear un foco guerrillero que tradujese esa combatividad al nivel
político como una alternativa de poder. Esta contradicción, el M.L.N. confió
superarla a través del revulsivo ideológico que constituye el empleo
ejemplificante de la violencia
VII
Decíamos que, desde el comienzo, la concepción de la actividad para las
masas del foquismo, adoleció de una contradicción. Contradicción nunca resuelta
adecuadamente a pesar de las distintas variantes e inflexiones que la línea
foquista tuvo en esa materia. La contradicción consistió en que mientras, por
un lado, se subestimó la actividad organizada en las masas, en base a una
evaluación muy pesimista de sus posibilidades, por otro lado se supuso, en las
mismas masas, la aptitud política necesaria para llegar a aceptar y simpatizar
con una actividad armada concebida como paralela a las luchas populares.
Consistió en considerar, simultáneamente, que la clase trabajadora estaba
"verde" para aceptar una línea revolucionaria de masas, pero
"madura" para aceptar una práctica militar de guerrilla urbana,
paralela a las luchas de esas mismas masas. Esta práctica militar sería
paralela y no coincidente ni convergente con las luchas de los trabajadores en
la medida en que lo que se trataba era de la preparación de un aparato armado
clandestino capaz de llegar a poder disputarle el poder a la burguesía. Toda la
política para masas del M.L.N. se supeditó al logro de este objetivo, fue
puesta al servicio de su logro. Las simpatías de las masas se obtendrían a
través de acciones armadas. Se desenvolvió así una peculiar versión de la
propaganda por el hecho (hechos armados "simpáticos") complementada,
por períodos, con formas de propaganda armada. Hay en este criterio elementos
positivos y erróneos.
La violencia revolucionaria puede tener y tiene, hoy y aquí, un alcance
positivo, de promoción de la conciencia de clases a nivel de masas. Violentando
en los hechos el "orden" burgués, demostrando en los hechos la
posibilidad de fracturarlo, de desafiarlo. Demostrando la posibilidad de
oponerse frontalmente a él y de perdurar largamente, al margen y contra la ley
burguesa, la práctica armada se convierte en un elemento poderoso de
desintegración del sistema tanto a nivel político como ideológico.
El capitalismo está, hoy más que nunca, necesitado de la aceptación unánime
de sus reglas de juego. Tendencialmente en crisis en todos sus aspectos, va
generando un sistema de dominación cada vez más rígido y cerrado. Es su manera
de defenderse, de intentar perdurar. En la medida en que se profundizan las
contradicciones inherentes al sistema, éste debe aplicar una política cada vez
más coactiva, más represiva a todos los niveles. Siendo el estado capitalista
el lugar donde se reflejan y condensan todas las contradicciones, es el aparato
de estado burgués el que asume el papel protagónico en ese esfuerzo, cada vez
más tenso, por frenar coactivamente el desenlace de esas contradicciones, su
solución.
La formación social uruguaya es un caso ejemplar de esto. A partir de un
proceso de deterioro económico, cuyas raíces están en la estructura capitalista
dependiente de nuestro país, se produce el deterioro gradual a nivel político e
ideológico. Las formas, las instituciones tradicionales en ambos niveles, ya no
resultan funcionales para garantizar el dominio de la burguesía en el marco del
proceso de deterioro generado en última instancia a nivel económico. Las clases
dominantes no pueden resolver las contradicciones que el funcionamiento del
capitalismo dependiente genera. Resolverlas implicaría su muerte como clases
dominantes. Las contradicciones que frenan y hacen retroceder el desarrollo a
nivel económico, pueden resolverse en el marco de una organización socialista,
pero ésta implicaría un cambio social profundo: una revolución social.
Las clases dominantes no pueden aceptarla y como -en nuestra formación social y
hasta hoy- no han encontrado una salida, un modelo, un proyecto capitalista que
les permita zafar, salir del proceso de deterioro, su única perspectiva visible
es reprimir. O sea tentar de evitar coactivamente que las contradicciones de su
sistema, encuentren solución, verdadera y definitiva.
¿Por qué? Porque esa solución implica el socialismo. Porque esa solución está
fuera del sistema capitalista, fuera del sistema en el cual rige su dominación.
Por eso la burguesía busca cambiar a nivel político e ideológico para tratar de
evitar el cambio a nivel económico-social. Y el cambio político e ideológico,
que toma forma de una crisis político-ideológica, es de sentido regresivo.
Busca el retorno hacia formas políticas e ideológicas ya superadas por el
propio y deformado desarrollo capitalista dependiente anterior.
Por otro lado, el proceso regresivo, en sí mismo, no está libre de
contradicciones. No reviste el carácter fluido más o menos lineal con que
solían imaginarlo los reaccionarios. El proceso de deterioro se refleja y
repercute de manera particular en las distintas clases y fracciones de clases e
incluso en los distintos sectores del aparato de estado burgués. Pero
considerar estos aspectos nos apartaría excesivamente del tema central.
El hecho es que el proceso de deterioro (para el cual sigue sin avizorarse
solución en el marco del capitalismo dependiente) impone la necesidad del
monopolio de la violencia por el aparato represivo del estado. Impone intentar
restaurar el predominio de la ideología reaccionaria de las clases dominantes
en los aparatos estatales ideológicos.
En el marco de crisis del capitalismo dependiente de nuestro país, la
violencia de abajo, la violencia fuera de control, anticapitalista, resulta ya
intolerable para el sistema.
Valorar los alcances de la acción armada, organizarla y desarrollarla,
demostrar definitivamente su viabilidad en el Uruguay, obligar a desenmascarar
los mitos ideológicos del liberalismo, contribuir a develar muchos de los
ocultos resortes de la real dictadura de clase, son méritos históricos del
M.L.N., cualquiera sea su destino final como movimiento.
¿Cómo logró el M.L.N. esos resultados sin duda relevantes? Puede afirmarse que
los logró casi exclusivamente en base a la realización de hechos armados.
Hechos durante mucho tiempo poco o nada explicados en su sentido, meramente
exhibidos en su escueta pero impactante realidad. Que gravitaron por su propia
y sorprendente existencia, en un medio tan ajeno a la vigencia de hechos
armados. Estos alcanzaron una dimensión tal, que los mecanismos publicitarios
del sistema durante mucho tiempo no sólo no pudieron ocultarlos, sino que
incluso los amplificaron publicitariamente. A través de esta peculiar versión
de la propaganda por el hecho, el M.L.N. concitó simpatías populares. El tiempo
mostraría que la forma en que obtuvo esas simpatías, y los métodos a cuya
práctica se fijó para obtenerla, tenían claras limitaciones y entrañaban,
incluso, graves riesgos. Los mecanismos de captación de una organización
revolucionaria no pueden quedar confinados a la producción sostenida de hechos
armados impactantes. Procediendo así se subordina toda la práctica política,
toda la dinámica revolucionaria, a la posibilidad de operar sostenidamente. Y
si el operar sostenidamente no genera un desenlace rápido, si hay que operar
sostenidamente durante mucho tiempo y la dinámica, el desarrollo, el avance,
depende de la eficacia, del impacto psicológico de las operaciones, se estará
obligado a variar el tipo de operaciones. Si se prolonga más la situación,
habrá que aumentar su dimensión, habrá que elevar el nivel operativo. Si las
posibilidades de aumentar la influencia política de una organización, radican
decisivamente en su aptitud para generar una dinámica lineal y ascendente de
operatividad armada, se cae tarde o temprano en el brete de una estrategia
demasiado rígida, y por lo tanto expuesta a graves riesgos.
VIII
Es la importancia, prácticamente exclusiva otorgada por el M.L.N. a las
operaciones armadas, lo que define su carácter foquista. No se trata, según ya
dijimos, de que se haya aplicado una concepción blanquista o
"putchista". No se trata de que se haya querido crear una
organización secreta de conjurados que un día, mediante un golpe de mano,
tomaría el poder. El foquismo -y el M.L.N. en este caso- no niegan total y
radicalmente el papel de las masas en el proceso. Las características de ese
papel atribuido a las masas, la función que se les atribuye, es precisamente lo
que caracteriza al foquismo.
A la concepción foquista le interesan las masas casi exclusivamente como sostén
y cobertura de la acción específicamente militar. No le interesa la
participación de las masas protagonizando el proceso revolucionario. Subestima
y hasta niega la necesidad y la posibilidad de que esto suceda. Niega por lo
tanto la necesidad del trabajo político entre las masas, de una línea de
trabajo para las masas. De trabajos para que los hagan las masas y para que,
haciéndolos se politicen desarrollando su conciencia de clase. Niega la
necesidad de organizar y conducir la lucha en los distintos niveles (económico,
político, ideológico) en que se da la lucha de clases. No considera necesaria
una práctica política pública, abierta y apuntada hacia las masas. Niega por lo
tanto la necesidad de una organización política, de un partido. Subestima la
importancia política y la posibilidad de desarrollar una línea revolucionaria a
nivel de lucha económica, la necesidad de intervenir orientando, desde el
partido, con una línea propia, la actividad sindical. Ello es consecuencia de
su desconocimiento de la función del partido: si no hay práctica política
pública, ¿qué sentido tendría actuar organizadamente a nivel sindical? El
foquismo niega en suma la necesidad de una línea de masas, para el trabajo con
y en las masas. Busca en cambio captar las simpatías de las masas, su adhesión,
decisivamente a través de sus acciones militares, del impacto sicológico que
éstas producen.
El foquismo implica, en este sentido, una alteración total de los términos en
que siempre se ha concebido la acción política. Esta ha apuntado a una
conquista, gradual y paciente, de la conciencia de las masas. El procesamiento
gradual del desarrollo de la conciencia de clase a partir del nivel elemental
de la lucha económica. Para ello, para evitar su estancamiento en ese nivel,
para que el desarrollo de la conciencia de clase se procese, es que la lucha
económica debía estar bajo la dirección política del partido revolucionario.
Este "importaba" la ideología revolucionaria, la conciencia de los
objetivos políticos de clase, la conciencia, el conocimiento de los intereses
históricos propios, de clase, en la clase obrera incapaz de elevarse
espontáneamente a su comprensión, partiendo sólo de experiencia en el nivel
económico de la lucha de clases. Porque, incluso, la percepción de la propia
lucha económica como un nivel primario de la lucha de clases, exige la previa
adquisición de la conciencia de clase. Sólo el obrero que comprendió que su
clase tiene intereses históricos antagónicos con los de la clase burguesa, sólo
el obrero, decimos, que ya adquirió conciencia de clase, es capaz de percibir
la lucha económica como lo que es: como un nivel
-el primario- de la lucha de clases. De lo contrario, si el obrero no adquiere
conciencia de clase -que según lo dicho, es conciencia política, ideológica,
que no surge por lo tanto espontáneamente- podrá hacer mil huelgas por salario,
grandes y aún combativas huelgas -como hay tantas veces en EE.UU.- sin dejar
por eso de seguir prisioneros de la ideología burguesa. Hará esas huelgas -y
eso es lo más frecuente ahora- con una conciencia parecida a la de su patrón:
con la conciencia de estar reclamando un aumento de precio de la mercadería que
vende. Para el caso, un aumento del precio de su fuerza de trabajo, un aumento
de su salario. Y no un cambio del sistema social que entraña la desaparición de
la propiedad y por tanto la desaparición del salario, única forma de que el
obrero deje de ser explotado. Reclamará menos explotación pero no que la
explotación desaparezca. Porque para reclamar que desaparezca la explotación
tiene que plantear otro tipo de sociedad -el socialismo- y entender su calidad
de explotado. Entender por qué y cómo es que él y los otros son explotados. Y
eso ya implica conciencia de clase.
Los revolucionarios -correcta o equivocadamente- se han aplicado siempre a
esto, a producir ese salto cualitativo de la conciencia economista,
sindicalera, "tradeunionista", y a la conciencia de clase, a la
conciencia política. Salto que implica romper con la tendencia ideológica
burguesa, que es la dominante porque es la ideología de la clase dominante, y
aceptar la ideología revolucionaria y socialista que expresa los intereses
históricos de la clase obrera que es, en el modo de producción capitalista, la
clase dominada. El foquismo como concepción pretende saltearse esa etapa.
Pretende que, como en Cuba, la conciencia de clase se adquiera después, cuando
la revolución esté en el poder. Porque pretende llegar al poder no a través de
un proceso que entraña la maduración previa de la conciencia de clase,
revolucionaria, sino a través de un rodeo, digamos, que saltea esta etapa.
El foquismo no concibe la revolución como un proceso de luchas, donde las masas
a través de la experiencia de su participación en esas luchas, fecundada por la
acción político-ideológica del partido revolucionario que las orienta, van
desarrollando su conciencia revolucionaria de clase, hasta destruir
revolucionariamente el poder burgués. El foquismo concibe la revolución como un
proceso de luchas militares, paralelo a la lucha de masas, con las cuales poco
o nada tiene que ver. Proceso a través del cual una minoría armada genera, al
operar, coyunturas que terminan arrinconando a las masas independientemente de
la voluntad de éstas, hasta obligarlas a aceptar un desenlace revolucionario
que pondría en el poder a aquella minoría armada.
La práctica armada tiende a generar coyunturas políticas que entrañan el cierre
de todas las puertas, la clausura de todas las vías para la acción de las masas
como no sea la puerta, la vía de la propia práctica armada. La revolución no se
concibe como la culminación, la coronación de un proceso a través del cual con
su lucha, las masas se van abriendo un camino al tiempo que van desarrollando y
madurando su conciencia revolucionaria. Para el foquismo, la revolución es un
desenlace, independiente prácticamente de la propia voluntad política de las
masas, con las cuales no hay que enfrentarse, pero a las cuales no es
fundamental ganar. El desenlace revolucionario puede entonces sobrevenir sin
modificar previamente, a fondo, la conciencia política e ideológica de las
masas. Lo único que se requeriría es no enfrentarse a éstas, no suscitar su
hostilidad. Bastará conseguir su simpatía más o menos superficial, o al menos
su neutralidad. En ningún momento se exigirá su participación activa desde el
comienzo del proceso. Ello es así porque -y es un aspecto fundamental- para el
foquismo, quien se encarga de empujar a las masas al lado de la revolución, es,
más que los revolucionarios, la propia contrarrevolución.
La función del foco es suscitar, provocar, con su actividad sostenida, un
proceso de reacción política que suprimiendo todas las demás expectativas y
posibilidades, arrincone y empuje a las masas hacia la vía, hacia la salida
revolucionara. En la medida en que ello vaya sucediendo, irá creciendo el apoyo
de masas al foco que se traducirá en ampliación de la acción militar del propio
foco. Dicho en otros términos, el foco lo que trata de generar -es claro en el
M.L.N. y eso permite caracterizarlo como foquista- es una dialéctica acción
armada-represión. Cada operación produce una respuesta represiva. Todo consiste
en estar en condiciones de subsistir para realizar una contrarrespuesta, una
operación mayor -o distinta- de la anterior. ¿Por qué mayor o distinta? Porque
además de provocar una respuesta, toda operación tiende a producir un impacto
sicológico sobre la opinión pública. Este efecto impactante es vital ya que, a
falta de presencia en las masas, es lo que puede significar y dar relevancia
política al foco. La demostración frecuente de la valentía, la audacia y la
eficacia de los guerrilleros, es lo único capaz de mantener sobre el tapete la
existencia y la vigencia de una práctica política que no busca otra forma de
exteriorizarse. La persistencia y la dimensión operativa crean por otra parte
la perspectiva de victoria, de éxito capaz de producir el reclutamiento
necesario para ampliar el foco. Este, encerrado en una práctica sólo militar,
vive en función de los éxitos que en el terreno militar obtenga.
IX
Aquí vamos lunes 27
Cuando comenzamos esta serie de notas señalamos que las experiencias de
guerrilla urbana (Israel, Irlanda, Chipre) se habían desarrollado dentro de
luchas por la independencia política. Cuba, experiencia inspiradora de la
concepción foquista ofreció el ejemplo de una guerrilla antidictatorial
realizada por el restablecimiento de las instituciones de la democracia
burguesa. Dijimos que en el Uruguay no se daba ninguna de esas dos situaciones
al comenzar a operar el foco: es un país formalmente al menos, independiente y
"democrático". El surgimiento del foco se basaba pues en razones de
tipo social.
Podía aparecer entonces una contradicción entre el método elegido -el foco- y
los objetivos -sociales- de su acción. Contradicción que emana del hecho de que
los objetivos sociales (socialistas) imponen la necesidad de una participación
de masas -que implica una política de masas- concebida en términos distintos al
apoyo popular indiscriminado, "policlasista" que los objetivos no
socialistas (nacionales o democráticos) de las otras guerrillas podían
suscitar. Especialmente cuando -según ya vimos- después de Cuba las burguesías
dependientes de América Latina se han opuesto tenazmente a toda fractura del
"orden" burgués.
Esta contradicción impuso al M.L.N., como versión foquista uruguaya diversas
adecuaciones de su concepción. Se partió de la base de que la acción de la
guerrilla si se conseguía darle una continuidad ascendente, si se conseguía
producir impactos cada vez más frecuentes y mayores, produciría medidas
represivas cada vez más duras y generalizadas. Ante cada operación importante
los simpatizantes del M.L.N. esperaron el golpe militar o el golpe dado por el
propio M.L.N. Para evitar la hostilidad de las masas, el M.L.N. puso cuidado
durante mucho tiempo en elegir objetivos "simpáticos", en lo posible
trató de realizar operaciones incruentas, sin enfrentamiento: expropiaciones,
equipamiento, propaganda o represalias obvias. La alternativa surgía con
claridad: si perduraba la normalidad institucional, la represión aparecía como
bastante poco eficaz. El foco, llegado cierto grado de desarrollo, generaba una
dinámica de crecimiento, mantenida es cierto en base a un "crescendo"
de operatividad. Este crecimiento, aún comprometido por eventuales errores
tácticos parecía no tropezar durante cierto tiempo con obstáculos decisivos en
el marco de un régimen "democrático". La otra posibilidad era que la
democracia abriera paso a formas más autoritarias, incluso dictatoriales, que,
aunque pudieran ser más eficaces represivamente, generarían condiciones
políticas más favorables para que el foco extendiera su influencia. En el marco
democrático la represión era ineficaz, fuera del marco democrático se creaba
precisamente una coyuntura política del tipo de las que tradicionalmente han
consolidado la lucha armada guerrillera. Ante una dictadura, la guerrilla
pasaría entonces a encarnar la lucha por la democracia perdida, generándose una
coyuntura de tipo cubano. El M.L.N. parece haberse movido largo tiempo dentro
de esta perspectiva. En función de ella se consolidó la subestimación hacia la
lucha ideológica y política.
Cualquier forma de actividad pública -decían- era "quemar" los
militantes y simpatizantes, comiéndose un futuro en el que sólo subsistirían
quienes fueran capaces de organizarse para combatir en la más estricta
clandestinidad. Por lo tanto -decían- era negativo "dar cara"
sosteniendo una línea política públicamente en la actividad política pública o
sindical. La política era entonces, se decía, la preparación paciente de un
aparato armado clandestino capaz de llegar a disputarle el poder a la
burguesía. Con ligeras variantes, esa línea se aplicó hasta fines de 1970
cuando la proximidad de las elecciones planteó al foquismo un difícil problema.
Durante todo el período 66-70 en la espera de la dictadura que barrería toda
forma de actividad política y aún sindical pública, el M.L.N. rehuyó toda
polémica con el reformismo. Sólo se discutía y enfrentaba las posiciones
reformistas en torno a hechos particulares en lugares concretos. Cosa tanto más
fácil de hacer por cuanto en virtud de la propia concepción foquista la
guerrilla carecía de personeros, de "representantes visibles" a nivel
público de masas e incluso no postulaban ni línea ni criterios para el trabajo
a este nivel, que se consideraba en general negativo. Se creó entonces esa
situación bien característica y conocida de la acción paralela y sin
interferencias de la guerrilla urbana del M.L.N. y del Partido Comunista que
sin chocar con ella siguió desarrollando su práctica reformista a nivel de
masas. Cuando en toda América Latina se producía la ruptura de las guerrillas
con los Partidos Comunistas, en el Uruguay ambos coexistieron pacíficamente sin
atacarse ni interferirse. Simplemente cada uno dejó constancia de su
incredulidad en los métodos del otro y se fió a un futuro indeterminado,
transar esa diferencia "táctica" sobre la que no se insistía ni
siquiera.
La guerrilla podría pues, crecer, sin cuestionar ni comprometer el predominio
reformista a nivel de masas, a nivel sindical, al amparo del abandono que la
concepción foquista pregonaba respecto de la acción de masas. Por supuesto que
en la realidad la práctica reformista y la práctica guerrillera eran
contradictorias. El "acuerdo", el reparto de zonas de influencia,
podía ser sólo transitorio. Toda práctica revolucionaria es objetivamente
contradictoria a toda práctica reformista. En aquellos sectores -los
estudiantiles, ciertos gremios- donde las simpatías por el M.L.N. adquirieron
formas más o menos organizadas, el choque con los reformistas se dio
inevitablemente. Sólo el empeño de los dirigentes, el peso de su autoridad
fundado en el prestigio del aparato militar, permitió que ese choque, implícito
en la realidad de las cosas, no se generalizara ni adquiriera dimensión de
polémica, de lucha ideológica de línea antirreformista.
Por supuesto, la dirección del M.L.N. se avino a este compromiso a partir de la
noción de su transitoriedad. Porque se pensaba que, a breve plazo, la acción
del foco generaría la muerte de las formas democráticas, de la
"legalidad" burguesa. Y con ello la muerte del reformismo. Siendo
para el Partido Comunista vital la subsistencia de la legalidad, desaparecida
ésta el Partido Comunista quedaría fuera de juego y se vería -lo que de él
quedara- obligado a ponerse a la cola del M.L.N. única organización que por sus
características habría estado en condiciones de subsistir operando bajo las
condiciones políticas y represivas más duras. El M.L.N. bajo estas condiciones,
polarizaría -como había sucedido en Cuba- toda la opinión antidictatorial y
vanguardizaría la lucha por la restauración democrática. Las armas les daban la
posibilidad de encabezar una lucha de la cual sería la vanguardia militar y
política. La encarnación de una práctica militar, entonces plenamente
convalidada, inevitablemente compartida por todos, ya que la dictadura habría
cerrado todas las demás puertas, habría cancelado, por su propia existencia,
todas las demás vías. Así generando con su práctica armada una modificación
cualitativa a nivel político (la dictadura y un foco de resistencia armada a la
misma) la guerrilla se hallaría, luego de repechar, a contrapelo de la
situación, un período de "introducción", se hallaría, decíamos en
situación de convalidarse socialmente a nivel de masas. A nivel de todo el
pueblo, concitando un apoyo policlasista, ya que de interés policlasista -como
en Cuba- sería la lucha antidictatorial. La guerrilla entonces, desembarazada
de la "competencia" reformista o de cualquier tipo, por la represión
dictatorial adquiriría así, sin "polémicas estériles", sin
"charlas teóricas", sin "divisiones', casi sin necesidad de
hablar, hablando con sus hechos, sin dejar de ser nunca guerrilla -foquista-
adquiriría así, la dirección de las masas. La dirección total de las masas
puesto que sería lo único que quedaría en pie y con una aptitud militar
convertida entonces en totalmente "funcional" dentro de las
condiciones de la lucha antidictatorial.
El reformismo por su parte apostó a la supervivencia de las formas
democráticas evitando en todo lo que estuvo a su alcance que se generaran
situaciones que pudieran comprometer su vigencia. Apoyándose en la
prescindencia foquista se aferró a su dirección sobre el movimiento de masas,
tratando cuidadosamente de apartar a éste de toda actividad que pudiera
comprometer la vigencia de las leyes. Se abstuvo de criticar públicamente
-aunque hizo una incesante campaña ideológica subrepticiamente- a la guerrilla,
a la que llegó a dedicar incluso, a veces, discretísimas sonrisas... Confiaba
la dirección del Partido Comunista en que la represión aplastaría al foco antes
de que éste pudiera generar un volumen de operaciones armadas suficiente como
para cuestionar la "legalidad institucional" que es el reformismo
-que todos los reformismos- necesita para vivir.
La ausencia -en virtud de la concepción foquista- de una práctica política a
nivel de masas convergente con la actividad militar revolucionaria de la guerrilla
le habilitaba esta política ya que, de ese modo, la existencia y el desarrollo
del foco armado no venía a interferir, ni a cuestionar su control sobre la
dirección del movimiento de masas. Allí donde los simpatizantes del M.L.N. se
organizaron y actuaron con criterios propios, fueron atacados duramente por el
Partido Comunista. Pero como ello sucedió sólo ocasionalmente y en sectores
delimitados, no le fue necesario, tampoco al Partido Comunista, dar una
polémica generalizada específicamente contra el M.L.N. Así pudo subsistir,
durante años, ese curioso paralelismo, esa "coexistencia pacífica"
entre una guerrilla en ascenso y un Partido Comunista que tiene el predominio
en la dirección del movimiento de masas.
Pero de esta situación se deducía para el Partido Comunista aún una ventaja
nada desdeñable. Quienes, en el campo revolucionario trataban de desarrollar a
nivel de masas, una línea revolucionaria, quienes trataban de hacer converger
los dos aspectos de la práctica política revolucionaria, el militar y el de
masas, se vieron entonces prensados, cercados entre dos fuerzas que no se
interferían, que se desarrollaban paralelamente, sin enfrentarse. Quienes
postularon la necesidad de la acción armada ahora pero simultánea y convergente
-y no paralela- con la acción de masas, sufrieron a la vez, obviamente, los
ataques del reformismo a nivel de masas y la competencia a nivel militar de la
acción foquista que canalizó, decisivamente desde 1968, las simpatías de los
sectores más dispuestos a una acción revolucionaria. La polarización hacia el
M.L.N. y su concepción foquista, de las mayores fuerzas revolucionarias, que no
jugarían en la lucha contra el reformismo, debilitó notoriamente la línea
revolucionaria a nivel de masas y aseguró la subsistencia del predominio
reformista a ese nivel.
Es cierto que la acción del M.L.N. desarrolló las fuerzas de la revolución.
Pero su concepción foquista no permitió que se desarrollara a nivel de masas,
una posición revolucionaria suficientemente fuerte, que se esclareciera
suficientemente, a nivel general, el alcance político- ideológico de la línea
reformista del Partido Comunista. Ese es el resultado político ambiguo
-resultado previsible por otra parte- del desarrollo foquista en nuestro país.
Lo que sí crecería, sin duda, sería el potencial militar del M.L.N., la
guerrilla foquista. ¿Bastaría con eso?
X
En abril puede ubicarse aproximadamente el momento en que las debilidades
anotadas de la concepción foquista hicieron crisis dentro del M.L.N. Esta
crisis registrada incluso en documentos internos capturados y publicitados, se
reflejó en la visualización muy clara por parte de la dirección del M.L.N. de
dos problemas a los cuales habíamos aludido al iniciar esta serie de trabajos.
Estos dos problemas fundamentales son: 1o.) El problema constituído por las
dificultades que se le plantean a la guerrilla urbana para lograr la
destrucción del aparato represivo a través de la práctica militar guerrillera
exclusivamente. 2o.) El problema de ampliar el círculo de las simpatías
populares despertadas por la acción guerrillera a partir de la comprobación de
que en aquella fecha y siempre, según los documentos publicitados, la dirección
del M.L.N. consideraba haber capitalizado ya políticamente las simpatías de
aquellos sectores que por poseer una politización mayor, estarían en
condiciones de ser captados a través de la práctica militar foquista. De
apariencia "técnica" uno, más ostensiblemente político el otro, la
vigencia acuciante de ambos problemas evidenciaba que la práctica foquista
comenzaba a alcanzar los límites de sus posibilidades de desarrollo como tal.
Estos dos problemas están íntimamente vinculados. Son dos aspectos, en planos
diferentes, de una misma problemática política para la cual la concepción
foquista no puede ofrecer, en ninguna circunstancia, una solución terminante.
Comencemos por el primer aspecto, o sea el problema más específicamente
"técnico", constituido por las dificultades que se le plantean a la
guerrilla urbana (a cualquier guerrilla urbana) para conquistar la victoria
final a través de la práctica exclusivamente guerrillera en el marco de una
lucha que no es anti-colonial ni "democrática".
En trabajos anteriores habíamos señalado que la práctica guerrillera urbana,
tal como se ha dado en la experiencia internacional, -citamos oportunamente los
casos del IRGUN en Israel, del IRA en Irlanda, de la EOKA en Chipre- había
tenido por objetivo fundamental la obtención de la liberación nacional, de la
independencia nacional, a través de luchas anticoloniales. Agregábamos entonces
-lo repetimos ahora a beneficio de recapitulación- que en otras oportunidades
la guerrilla urbana había tenido por objetivo político, la lucha contra
situaciones de dictadura. O sea que en algunos casos se trataba de la obtención
de la independencia nacional formal, y en otros de la restauración de regímenes
de tipo "democrático" burgués. Cuando insistimos en plantear las
dificultades de la guerrilla urbana como forma de acción militar, capaz de
llegar a lograr una victoria final actuando como tal, o sea como guerrilla
urbana, nos estamos refiriendo a aquellos casos como el M.L.N., en que la
acción guerrillera urbana no tiene por objetivo fundamental ni la
independencia, ni la "democracia" sino transformaciones sociales profundas.
Creemos que las dificultades específicamente militares que se plantean a la
acción guerrillera urbana en la medida en que ésta se orienta hacia objetivos
de transformación social, son reales y de carácter general. A nuestro criterio
las dificultades para obtener la victoria militar sobre el aparato represivo
burgués operando como guerrilla urbana, no son exclusivas del foquismo, sino
que tienen alcance y validez general. Pensamos que siempre que la actividad
guerrillera urbana tiene objetivos de transformación social profunda, la formas
específicas de acción armada encarnada por la práctica guerrillera urbana, es
insuficiente, por sí sola, para alcanzar la victoria, o sea la destrucción del
aparato armado represivo.
En los casos antes citados de lucha anti-colonial, la guerrilla urbana operaba
habitualmente como un factor de presión política más que como un factor de
decisión en el terreno militar.
La guerrilla urbana en Israel, en Chipre, en Irlanda incluso, operó como
elemento coadyuvante a la obtención de una solución de compromiso, siempre
factible, en la medida en que los objetivos perseguidos, o sea la obtención de
la independencia nacional, no comprometía los fundamentos del sistema
capitalista. La obtención de la independencia en todos esos países aparecía
como compatible con la vigencia en ellos del sistema capitalista. Una potencia
colonial reprime y resiste los movimientos independentistas hasta que en el
balance de costos (costos militares y sobre todo costos políticos, costos de
prestigio) y ventajas, pesan más los costos. En el momento en que el costo
militar y político de conservación de la colonia es mayor que las ventajas que
se obtienen de ella, los colonialistas negocian y -como en los casos citados-
se van.
¿Por qué es posible esto? Porque normalmente quien adquiere el poder y quien
ejerce la dominación a partir de la obtención de la independencia formal, son
las clases dominantes locales, las burguesías locales, que de alguna manera
logran un "modus vivendi" incluso con la potencia imperialista
previamente dominante. No hay allí una ruptura con el sistema capitalista
previamente dominante. No hay allí una ruptura con el sistema capitalista. Hay
solamente -digamos así- un reajuste dentro de éste. Esto no implica subestimar
la importancia de los movimientos de lucha anticolonial por la independencia,
ni las posibilidades que éstos generan. Pero es útil especificar el verdadero
alcance de los objetivos perseguidos por estos movimientos porque ellos
condicionan las posibilidades y la vigencia de la guerrilla urbana como forma
de acción armada. Y como de guerrilla urbana uruguaya estamos hablando, nos
remitimos siempre a los ejemplos de lucha anti-colonial basados en esta
metodología de acción militar.
En el caso de las dictaduras, o sea de regímenes políticos ubicados al margen
de la "legalidad" burguesa se da un fenómeno en cierta forma similar.
Las dictaduras resisten mientras pueden, pero si la situación de conflicto
armado sustentada por la guerrilla, se prolonga, o sea si la dictadura
demuestra su ineficacia como factor de restauración del "orden", las
clases dominantes finalmente terminan por abandonar a la dictadura y por
negociar el restablecimiento de las formas democrático-liberales. Cosa posible
también, como en el caso anterior, en la medida en que el derrumbe dictatorial
y la restauración "democrática" no implique transformaciones sociales
de carácter profundo. Este es el caso ejemplificado por la Revolución Cubana en
toda su primera etapa, o sea en la etapa guerrillera. Como es notorio el
proceso de radicalización y profundización de la Revolución Cubana fue
posterior a la llegada al poder de los guerrilleros, o sea posterior al
derrumbe de la dictadura y a la liquidación de su aparato represivo. El
carácter radical de la eliminación del aparato represivo fue justamente, lo que
hizo factible el posterior proceso de radicalización. Es bien sabido que
habitualmente estas revoluciones democrático- burguesas tropiezan, en
definitiva, con el escollo constituido por la perduración, como estructura
organizada, del aparato represivo constituido en la etapa dictatorial. El hecho
de que esto no haya sucedido en Cuba, no modifica el carácter
democrático-burgués de la Revolución Cubana en su etapa inicial. Es bien sabido
que ésta adquirió un giro social, reformista radical y en definitiva
socialista, a lo largo de un proceso que abarcó un par de años después del
derrumbe de la dictadura de Batista.
En definitiva, si la guerrilla rural foquista pudo acceder al poder en Cuba, se
debió a que los objetivos que postulaba, tampoco en este caso, eran
incompatibles con el sistema capitalista y no tenían ni siquiera un carácter
reformista demasiado profundizado que la hiciera no viable en el marco del
sistema capitalista.
La guerrilla, urbana o rural, como forma de lucha armada, tendrá posibilidades
de obtener la victoria en la medida en que los objetivos que postule no sean
incompatibles con la vigencia del sistema capitalista.
Entendemos por victoria la obtención del objetivo perseguido. O sea entendemos
que la guerrilla urbana anti-colonial obtiene la victoria en la medida en que
logra la independencia, que es el fin que se formula, y que la guerrilla de
restauración democrática -llamémosle así- obtiene la victoria en la medida en
que logra el derrumbe de la dictadura, que es el fin que se postula.
¿Qué sucede con el aparato represivo? En el primer caso, en el caso de las
guerras coloniales, el ejército de ocupación colonial se va para su país.
Porque el ejército de ocupación puede irse del país ocupado. En el segundo
caso, en el caso de la guerrilla "democrática", el ejército cambia de
mando o se desmoviliza, como en Cuba.
Lo que tienen de común ambos procesos es que el sistema capitalista sigue en
pie. El sistema capitalista no aparece cuestionado por la acción guerrillera y
es en eso, precisamente, donde radica la posibilidad de victoria a través de la
forma concreta de acción militar implicada en la guerrilla.
¿Qué sucede en cambio si se trata de una revolución de claro contenido social?
¿Qué sucede si en la actividad de la guerrilla urbana está implícito el cambio
profundo del sistema social, si lo que está en juego es el propio sistema? Las
clases dominantes en este caso no pueden ceder. en América Latina, sobre todo a
partir de la experiencia cubana, ha quedado bien claro, tanto para el
imperialismo como para las clases dominantes locales, para las burguesías
locales, que ya no hay margen para negociar. Las clases dominantes no pueden en
efecto negociar su desaparición y ni siquiera pueden negociar, a esta altura
del proceso, cambios demasiado radicales en el sistema social, aunque ellos no
impliquen en lo inmediato la desaparición del sistema capitalista como tal.
Las posibilidades del sistema para "digerir" reformas en el contexto
económico-político del continente son sumamente limitadas. La alternativa, por
lo tanto, para las clases dominantes latinoamericanas y el imperialismo, es
resistir hasta el fin todo tipo de movimiento armado que cuestione su
dominación. El ejército que depende de estas clases no puede irse de su país.
El ejército de las burguesías locales no puede tomar los barcos y los aviones e
irse, tiene que combatir, triunfar o capitular. Tampoco puede aceptar que los
"sediciosos" de ayer sean los gobernantes de mañana. Esos ejércitos
locales resistirán. Su derrota será el fin del sistema y por lo tanto
resistirán hasta el fin.
Cabe preguntarse entonces crudamente: ¿Puede una guerrilla urbana lograr por sí
sola en el plano militar la destrucción del aparato represivo? En otros
términos: ¿Es la guerrilla urbana una forma militarmente idónea de consumar una
revolución con objetivos de transformación social radical, una revolución de
tipo socialista? Por supuesto, también en el caso de una revolución social, la
finalidad central de la guerrilla urbana es procesar las condiciones políticas
que conduzcan al derrumbe del aparato armado de las clases dominantes. Derrumbe
que no se produciría como resultado de una derrota militar en un enfrentamiento
militar directo, mano a mano, vamos a decir, con la guerrilla. Todo parece
indicar que la función de ésta no es buscar la victoria, en un enfrentamiento
mano a mano con el ejército. Su función es generar las condiciones políticas
que habiliten esa decisión militar victoriosa. Pero para arribar a esa victoria
se necesita desarrollar otras formas de lucha, que ya no son de tipo
guerrillero.
En definitiva la guerrilla urbana, si de revolución social se trata, parece
tener como función idónea de preparar el salto, el tránsito cualitativo a otra
forma de lucha a través de la cual si se puede lograr la victoria decisiva en
el marco de la guerra en ámbito urbano, es la insurrección.
La guerrilla urbana, creemos por lo tanto, sólo se legitima como preámbulo y
preparación necesaria e imprescindible de la insurrección. Proceso
insurreccional que, por supuesto, puede revestir formas diversas, pero que
implica siempre una participación de sectores de masas de cierto volumen. Es
imposible concebir una insurrección sin participación de masas. El criterio que
se debe sustentar en esta materia no es plebiscitario, no es electoral. No es
necesario esperar que la mitad más uno de los habitantes de una ciudad decidan
levantarse en armas para hacer una insurrección. Esto que puede parecer obvio,
cabe sin embargo especificarlo, porque frecuentemente, tal vez por el peso de
la propia ideología electoralista que las clases dominantes introducen en el
proletariado, se tiende a suponer o a concebir un proceso insurreccional como
una especie de movilización plenaria o poco menos, de las masas. Es lo que se
traduce frecuentemente a través de afirmaciones populares que suelen oírse,
como "salir a la calle", "aquí va a pasar algo", "va a
haber que salir a la calle", etc.
Un proceso insurreccional, por supuesto, puede incluir demostraciones masivas
en la calle, pero es evidente que eso no es lo sustancial. Como toda acción
armada, una insurrección se decide centralmente por operaciones, por combate
armado y no por demostraciones en la calle. Por lo tanto, cuando nos referimos
a la necesaria participación de masas en un levantamiento insurreccional,
aludimos a una serie de acciones de masas de distinto nivel en el
sobreentendido de que participe el sector más dinámico de las masas.
Si partiéramos de la base de que es necesaria la participación directa en ella
de la mayoría de la población o de la mayoría de la clase obrera, incluso. No
ha habido jamás una insurrección con esas características. Se parte de la base
que, cuando se habla de masas, se alude a los sectores más conscientes, más combativos
o sea aquellos sectores de masas que efectivamente, por un trabajo político
previo desarrollado por el partido, estén en condiciones de tomar una parte
activa en un movimiento de ese tipo. Participación de masas es lo que hubo en
España en el año 36, es lo que hubo en Santo Domingo. Por participación de
masas se entiende participación de un sector de las masas. No necesariamente de
la mitad más uno de los integrantes de la población o de la clase obrera.
Otra posibilidad insurreccional en absoluto descartable en América Latina, que
viene al caso ya que citamos el ejemplo de Santo Domingo, es la que puede
abrirse camino en medio de un enfrentamiento entre sectores militares, donde
uno de ellos ganado políticamente a través de un trabajo político deliberado o
a través de una situación coyuntural que lo impulsa en ese sentido, ganado
políticamente, decimos, para la causa popular, recibe y admite el apoyo de las
masas y eventualmente el apoyo de la propia guerrilla urbana.
A nuestro entender, cualquier forma de acción insurreccional presupone,
necesariamente, una práctica militar previa y la existencia de un aparato
militar clandestino previamente organizado con suficiente capacidad operativa y
suficiente experiencia como para canalizar, encuadrar y llevar a buen puerto un
proceso insurreccional. Cabe puntualizar esto porque el balance de las
experiencias de insurrecciones urbanas realizadas en períodos anteriores,
conduce a constataciones sorprendentes. A esos efectos, cabe remitirse a libros
como "La insurrección armada" de A. Neuberg, editado por "La
rosa blindada" en Argentina. El balance de las insurrecciones urbanas
realizadas en la década de los años 20 por ejemplo, en Europa y China por los
partidos comunistas, entonces animados desde la Komintarn por una orientación
revolucionaria, demuestra que uno de los factores fundamentales de su fracaso
ha sido la escasa preparación previa. El escaso desarrollo previo de un aparato
específicamente militar, profesionalizado, vamos a decir así, en la práctica militar
antes de la insurrección. Por más que la participación de masas surge
evidentemente como un requisito indispensable, imprescindible para el buen
éxito de una insurrección armada urbana, el balance de la experiencia acumulada
demuestra claramente que el desarrollo de un aparato armado clandestino, es
otro requisito no menos indispensable para el éxito. Esto es vigente aún para
el caso de que se obtenga apoyo por parte de un sector más o menos importante
del propio ejército burgués.
Por supuesto un tercer elemento que hay que tener en cuenta permanentemente
-todo esto esperamos desarrollarlo más ampliamente en otra oportunidad- es la
necesidad imprescindible de un trabajo político sobre el aparato represivo de
las clases dominantes.
Podemos definir tres requisitos como indispensables para el éxito de una
insurrección armada urbana, o sea: 1)La participación de sectores importantes
de masas a través de acciones de distinto nivel; 2)La existencia previa de un
aparato armado clandestino con experiencia militar ya adquirida, que
vanguardice el proceso; 3)La existencia de un trabajo político previo sobre los
elementos del aparato represivo. Estos tres requisitos presuponen como es
obvio, la existencia de un minucioso trabajo político previo, del cual sólo puede
hacerse cargo el partido como organización capaz de desarrollar, promover y
armonizar desde un centro de dirección común estas diversas actividades.
Esta concepción de la insurrección armada conduce, una vez más, a la conclusión
de que la estructuración del partido es la meta fundamental en la etapa de
procesamiento de las condiciones para la insurrección y no a la inversa. O sea,
que se procesa la acción armada a través de un centro político y no se procesa
el centro político a través de la acción armada.
Permítasenos hacer alguna precisión más, porque cuando se habla de insurrección
se corre el riesgo de que este término quede un poco vaciado de contenido. La
lucha armada en América Latina ha estado desde sus comienzos tan empapada de la
noción de que su forma fundamental y casi única es la guerrilla, que en la
mentalidad general, el término insurrección dice poco, evoca poco. O lo que
evoca es justamente la idea de muchedumbres que salen a la calle, etc. Cuando
nos referimos a insurrección armada urbana nos referimos a cosas tipo
"bogotazo", tipo "cordobazo", tipo Santo Domingo, con
participación activa, además, de un aparato armado desarrollado antes, todo
bajo la dirección de un partido revolucionario.
Entendemos que en Córdoba, en Bogotá, en Santo Domingo, existieron las
condiciones para una participación de masas en la insurrección. Lo que no
existió en Córdoba, lo que no existió en Bogotá, lo que no existió incluso en
Santo Domingo (donde ese papel fue asumido por una fracción del ejército) fue la
organización previa de un aparato armado, experimentado, en condiciones de
dirigir el proceso y en condiciones de incluir en el proceso de acciones de
masas las operaciones específicamente militares que hubieran tenido un alcance
determinante. Por supuesto, dejamos provisoriamente de lado aquí, el problema
de las posibilidades de estabilización de una situación insurreccional en
Córdoba por ejemplo. Estamos planteando el asunto, tratando de encuadrarlo
dentro de ciertas pautas. Es más que problemático, en efecto, que un régimen
establecido a través de un proceso insurreccional en la ciudad de Córdoba
pudiera sostenerse. Pero nos estamos refiriendo a una etapa determinada de un
proceso de lucha armada tratando de confrontar otras hipótesis con lo que ha sido
la concepción foquista sobre el asunto.
Quizás sea útil, para aclarar definitivamente este planteamiento, comparar esta
concepción con la que constituye la llamada "guerra popular", o sea
el "modelo asiático" vamos a decir así, aplicado en China y ahora en
Vietnam, teorizado por Mao y adecuado posteriormente por Giap al medio
vietnamita. Esta concepción se centra, como el foquismo inicial, en la
importancia decisiva de la guerrilla rural, y sostiene la necesidad de
convertir a ésta, a través de etapas reversibles, en ejército regular. La
guerra popular, la "guerra asiática", tal como la describen sus
teóricos, es ni más ni menos que el proceso a través del cual la guerrilla
urbana, concebida en términos bastante similares a como se planteó en Cuba, se
transforma en ejército revolucionario. Cómo de la acción de tipo guerrillero se
pasa a la campaña abierta, a la guerra clásica, la guerra de campo, a través de
un proceso flexible, escalonado en etapas reversibles. Se insiste mucho por
parte de Mao y más aún por parte de Giap, dadas las condiciones de la guerra en
Indochina, en la necesaria preservación de la posibilidad de retrovertir, de
reconvertir el ejército regular en milicias locales y de reconvertir incluso el
escalón de milicias en guerrilla, nuevamente, si la correlación de fuerzas es
demasiado desfavorable. Es por otra parte lo que sucedió en Indochina, en el
momento en que la intervención masiva de tropas norteamericanas condujo a los
mandos vietnamitas a retornar, durante un período relativamente largo, a la
guerra de guerrilla. En la etapa anterior, en que se enfrentaban
fundamentalmente al ejército títere de Saigón, se había pasado ya a la etapa de
guerra clásica. En nuestros días se ha reproducido nuevamente el desarrollo
desde la guerrilla rural a la guerra rural. Ya se combate de nuevo en guerra
clásica de campaña, porque la correlación de fuerzas, a través del proceso de
lucha, ha vuelto a ser favorable. La guerra vietnamita ejemplifica
brillantemente el grado de flexibilidad, de ductilidad que es necesario tener
en todo tipo de guerra prolongada. Ductilidad y flexibilidad que sólo es
posible, naturalmente, sobre la base de un nivel de politización profundo, no
sólo del personal, sino de las propias masas. Hubiera sido imposible para los
soldados y para el pueblo vietnamita en general, "digerir", sin grave
desmoralización, la necesidad de reestructurar como guerrillas, el ejército
regular que ya operaba en guerra de campo, en el año 63 cuando empezó la
intervención masiva norteamericana si no hubiera existido un sólido trabajo de
preparación política a todos los niveles: a nivel del aparato armado y a nivel
de la propia población civil.
Toda guerra prolongada cualquiera sea la forma o la metodología que reviste,
exige como requisito indispensable la politización intensiva de los cuadros
militares y un trabajo político eficaz a nivel de masa, para que los giros y
cambios que necesariamente implica, sean comprendidos y asimilados
correctamente. Sólo a partir de una concepción estrechamente cortoplacista
puede subestimarse la importancia del trabajo político a todos los niveles.
Sólo a partir de una concepción cortoplacista puede subestimarse, en
definitiva, la importancia del partido como único instrumento idóneo para
realizar ese trabajo político.
Nos parecía útil hacer esta enunciación sobre los criterios básicos de la
llamada "guerra popular" para poner de manifiesto la diferencia
fundamental de ésta con el concepto de guerra en escenario urbano que estamos
obligados a desarrollar en nuestro medio, y para el cual, por supuesto, estos
materiales no tienen otra aspiración que la de ser una primera aproximación que
habilite una discusión. Lo fundamental, por lo tanto, en lo que tiene que ver
con el concepto de guerra popular, es que el desenlace militar, la victoria en
el marco de esta concepción, se ubica en el mismo plano de la guerra clásica.
El desenlace militar de la guerra popular se busca a través de la confrontación
entre ejércitos regulares, a través de campañas, de guerra de campo.
La formación de guerrillas, de bases de apoyo con ocupación de terreno, de
escalones intermedios de milicias locales, todo apunta y presupone la
culminación en la formación de un ejército regular, capaz de vencer al enemigo,
al ejército regular enemigo en batallas campales clásicas. La teoría Mao-Giap
enseña, en definitiva, como se puede formar un ejército regular revolucionario,
al margen del aparato estatal burgués o colonial, y cómo éste puede llegar a
vencer en guerra popular, en guerra de campo al ejército burgués o colonial. La
guerra prolongada de Mao termina como es sabido, en la campaña de 1948, año en
que el ejército comunista "conquistó" toda China, venciendo en guerra
regular al ejército de Chang Kai Sheck. La guerra contra los franceses en Indochina,
terminó con la derrota militar de los colonialistas en Diem Bien Phu, derrota
que vuelve decisivamente negativo el balance de ventajas e inconvenientes que
se veía obligado a realizar el mando francés y que empuja a negociar a Francia.
En la llamada "guerra popular", por lo tanto se empieza con la
guerrilla rural (igual que en la concepción foquista ortodoxa, tipo cubano)
para terminar en el ejército del pueblo que es un ejército de campaña.
¿Se puede trasladar esta concepción a las condiciones del Uruguay donde los
objetivos de la acción armada son primordialmente sociales? ¿Se puede llegar a
estructurar propiamente un ejército dentro de ciudades a partir de la guerrilla
urbana? Esto nos parece por lo menos, sumamente difícil. A partir de un nivel
de acción armada en ciudad, con características de guerrilla urbana, se puede
llegar hasta un hostigamiento intenso de las fuerzas enemigas, pero la decisión
se da a través de una insurrección popular urbana.
La etapa final de la guerra prolongada concebida en términos de "guerra
popular", o guerra "modelo asiático", digamos, consiste en una
campaña militar concebida dentro de pautas más o menos clásicas, o sea una
guerra regular entre ejércitos regulares. La fase final de la guerra que
tenemos necesidad de desarrollar en nuestro medio, a partir de una guerrilla
urbana, termina en una insurrección también, en lo fundamental, urbana.
Nos estamos refiriendo por supuesto a los términos en que plantea este problema
en el marco de la formación social uruguaya. Por supuesto, que si proyectamos
esta problemática a la dimensión general latinoamericana, la tesitura de la
guerra popular no es a priori descartable, aunque habría que someterla a una
crítica bastante minuciosa a partir de las apreciaciones, que creemos en lo
fundamental ciertas, que formulaba respecto de la "guerra popular"
Régis Debray en "¿Revolución en la Revolución?". El destacaba que aún
en los medios rurales latinoamericanos, la situación no es equivalente ni mucho
menos a la de los países asiáticos por una serie de circunstancias concretas
que enunciaba allí: escasa población, afincamiento local de un aparato
represivo, características peculiares de la estructuración social del
campesinado, etc.
Es evidente que el carácter fundamentalmente urbano de la lucha en nuestro
medio tanto en su etapa inicial de guerrilla urbana como en la fase de su
resolución insurreccional, otorga una importancia más gravitante, más decisiva
si cabe aún, que en la "guerra popular" asiática, a la dimensión
política de la práctica militar. La acción en medios urbanos vuelve decisiva la
vinculación con las masas en el sentido de que desde el comienzo la
operatividad del aparato armado debe estar guiada por un criterio de acción por
y para las masas en su práctica militar. Las características urbanas de la
guerra, la condicionan políticamente mucho más que a cualquier otro tipo de
táctica militar revolucionaria porque el desarrollo del aparato armado
clandestino de la guerrilla urbana no constituye, militarmente hablando, un fin
en sí, sino un medio de contribuir a promover un desarrollo político de las
masas. El desenlace insurreccional exitoso conlleva la idea de este trabajo
político previo. La insurrección sólo puede ser victoriosa en la medida en que
esta acción de preparación política previa, dentro de la cual la actividad de
la guerrilla urbana es un elemento fundamental, ha sido desarrollada
cabalmente. Esto sucede así porque, en definitiva, el desenlace insurreccional
no dependerá centralmente del desarrollo técnico-militar previo del aparato
armado, sino de la eficacia con que este haya logrado insertarse y gravitar a
nivel de esas masas junto a las cuales sí se podrá obtener por vía
insurreccional una decisión de victoria. La eficacia con que la guerrilla
urbana haya logrado insertarse dependerá más de la justeza de su línea y su
acción política que de su desarrollo técnico. Sin que esto implique por
supuesto, en absoluto, subestimar la necesidad de desarrollo específicamente
técnico del aparato armado, que como enunciáramos anteriormente constituye un
factor indispensable para todo éxito insurreccional en la medida en que es él
quien vanguardiza y protagoniza las acciones armadas que determinan el éxito de
la insurrección. De la justeza del trabajo en las masas por parte del aparato armado
que supone por supuesto, la existencia y la acción de un partido que dirige el
conjunto del proceso y cuya práctica política desborda ampliamente los límites
de la sola y exclusiva práctica militar, de la justeza de esa acción de masas
decimos, depende la posibilidad de desarrollar las condiciones para la
insurrección.
Cabría
realizar algunas postulaciones tendientes a abordar la hipótesis de que
resulta, si no imposible, por lo menos enormemente difícil, llegar a formar un
ejército con características de ejército regular a partir de la guerrilla
urbana. En otros términos, abundar en la hipótesis de que la guerrilla urbana
como tal, no puede obtener la victoria militar sobre un ejército en una guerra
abierta, en medio urbano. Dicho aún de otra manera, lo que procuramos
fundamentar es la afirmación de que la guerrilla urbana sólo puede elevarse,
como forma superior, a un desenlace insurreccional y no puede o por lo menos
resulta enormemente difícil que se eleve, como forma superior, a la
constitución de un ejército con características de ejército regular capaz de
decidir en el medio urbano, a través de una guerra regular, la victoria
militar.
A partir de la guerrilla rural debe necesariamente pasarse por una etapa
intermedia de constitución de ejército regular en condiciones de desarrollar
una lucha de guerra clásica de campaña, como condición previa al desenlace
militar, mientras que a partir de la guerrilla urbana no se puede llegar a la
constitución de un ejército regular y sí se debe pasar directamente a la
insurrección. Entre la guerrilla rural y la victoria existe una guerra regular.
Entre la guerrilla urbana y la victoria existe solamente una insurrección. De
ahí la suma delicadeza del momento insurreccional, puesto que en gran medida la
experiencia insurreccional es irreversible. Una insurrección termina en
victoria o en grave derrota. En cambio la etapa intermedia entre la guerrilla
rural y la victoria, constituida por un período de guerra regular, no reviste
la gravedad como opción política que reviste la elección de la coyuntura
insurreccional.
La guerrilla urbana está condenada, digamos así, a ser sólo eso, guerrila,
guerrilla urbana, hasta el momento, necesariamente muy bien elegido, de una
insurrección generalizada. Sería largo y seguramente inoportuno enunciar aquí
todas las razones técnicas que, a nuestro entender, traban decididamente en
nuestro medio la conversión de una guerrilla urbana en ejército capaz de
disputar la victoria al enemigo en acción abierta, o sea en combate formal. Por
supuesto, cuando nos referimos a acción abierta, a combate formal, no nos
estamos refiriendo a la insurrección que definíamos como la culminación
necesaria del proceso de lucha guerrillera urbana, sino a una especia de etapa
previa que en la concepción foquista del M.L.N. se pretendió definir como
"la guerra". Una especie de etapa intermedia, inserta entre la
actividad propiamente guerrillera y el desenlace armado. La hipótesis
insurreccional nunca formulada en términos precisos por el M.L.N. podría
suponerse implícita como coronación del proceso que este movimiento definió
como "guerra" o "campaña de hostigamiento".
Parecería claro que entre la guerrilla y la insurrección, el M.L.N. vislumbró
la posibilidad de un período de operaciones frecuentes y de dimensión
relativamente importante, que vendría a ser el equivalente, en medio urbano, de
lo que es el período de guerra regular en el medio rural según la concepción de
"guerra popular asiática". Esta hipótesis está corroborada por el
claro intento de extensión de las operaciones militares al campo. Podría
considerarse que lo que el M.L.N. procuró llevar a la práctica a partir de
abril, fue una modalidad operativa aproximadamente similar a la desarrollada
por Grivas y la EOKA en Chipre. O sea, una intensa actividad urbana
paralelizada por la acción de grupos operativos, bastante restringidos
numéricamente, en el campo. Por supuesto esa etapa operacional no fue
suficientemente definida por los mandos del M.L.N. y los términos en que
sucedieron las cosas no permiten tampoco hacerse una idea clara respecto de
cuáles eran las modalidades y los objetivos que pretendía concretar la
dirección del M.L.N. al postular la intensificación de las operaciones bajo el
título de "guerra".
Parece bastante claro, por los documentos publicitados, y por los hechos
incluso, que la dirección del M.L.N. consideró que en abril se procesaba un
cambio cualitativo de los niveles llevados adelante hasta entonces, cambio
cualitativo significado por un sensible salto en cuanto a la dimensión de las
operaciones que se encaraban. El hecho de que estas operaciones no hayan tenido
oportunidad de llevarse adelante por el desarrollo de los acontecimientos tal
como se dio, no inhibe de considerar ciertamente que se encaraban incorporación
de objetivos de defensa de la "legalidad". Así concebido, el M.L.N.
pasaría a ser vanguardia de un movimiento popular más amplio que podría adoptar
eventualmente la bandera de la restauración democrática.
De haberse logrado superar la represión militar como antes se había logrado
superar la represión policial, se habría creado para las clases dominantes
uruguayas y para su gobierno, ya abiertamente dictatorial, una coyuntura muy
difícil de superar que en la política del M.L.N. podría haber desembocado en
una intervención extranjera. De producirse ésta, pasarían a manos del M.L.N.,
además de la bandera de la defensa de la "democracia" liberal, la
bandera de la defensa de la nacionalidad, lo cual hubiera terminado
convirtiendo, en definitiva, la causa social en causa nacional, con la
consiguiente ampliación de las posibilidades políticas del Movimiento en las
masas.
La guerrilla iniciada por objetivos sociales, se convertiría así, en la medida
que perdurara, en lucha por libertades democráticas, y en la medida en que ésta
perdurara superando la represión del ejército, en lucha por la defensa de la
soberanía, ya que desbordado el ejército como antes la policia, el único
recurso que quedaba a las clases dominantes era abrir paso a la intervención
extranjera.