'Check-points'
Las piedras israelíes
contra la Intifada
Texto y fotos: Eva Pastrana*
CSCAweb (www.nodo50.org/csca), 27
de enero de 2002
Entre los castigos colectivos
infligidos por el Estado israelí a la población
palestina, uno de los más visibles ha sido el asedio y
bloqueo de las localidades palestinas. Se estima que hay más
de 250 check-points o puestos de control israelíes
desparramados en puntos vitales para la conexión y el
intercambio de las poblaciones cercadas. Realmente, no se pueden
contar en exactitud. Los hay de todo tipo, más o menos
movibles y con mayor o menor presencia militar. La lucha cotidiana
de los palestinas en los check-point será uno de
los recuerdos más palpables de esta Intifada.
Algunos meses después de los ataques terroristas del
11 de septiembre en EEUU, los ojos de la comunidad internacional,
agotados ya de la represalia aliada en Afganistán, miran
de nuevo hacia Israel y los Territorios Ocupados palestinos,
donde la llegada del nuevo año no ha traído el
fin del conflicto. La Intifada de Al-Aqsa continúa latente
desde que comenzó en octubre de 2000 con la provocadora
visita a la explanada de las mezquitas del actual primer ministro
israelí Ariel Sharon. Los resultados concretos de la etapa
del nuevo ministro merecen cierto análisis retrospectivo.
A los cien días de su mandato, Sharon agotó
sin éxito el plazo para poner fin a la violencia que había
prometido a la sociedad israelí. Ni siquiera ayudado de
las ejecuciones extrajudiciales, los asesinatos selectivos (calificados
por Israel de "acciones preventivas") y la política
de cierres de los Territorios Ocupados, el general Sharon ha
logrado mermar el espíritu de la Intifada palestina. La
capacidad de resistencia del pueblo bajo ocupado está
presente en todos los rincones de Cisjordania y Gaza. Todo vale
para afrontar la ocupación: desde el ingenio para sortear
los bloqueos militares y encontrar nuevas vías con las
que llegar al trabajo a diario hasta su cara más fanática
y terrible, los hombres-bomba, contra quienes ni el raciocinio
más humanista tiene antídoto. La expansión
del fundamentalismo (sin apelativos religiosos) ha brotado en
el caldo de cultivo de la ocupación israelí.
Entre
los castigos colectivos infligidos por el Estado israelí,
uno de los más visibles ha sido el asedio y bloqueo de
las localidades palestinas en contra de las normas más
elementales del derecho humanitario, que no es más que
la regulación, si cabe, de la guerra. La aplicación
del principio de "divide y vencerás" debió
guiar a los estrategas israelíes al urdir la fragmentación
de los Territorios Ocupados. Cisjordania, algo menor en superficie
que una provincia española, ha quedado dividida en 61
compartimentos y la Franja de Gaza, en su estrechez, está
separada en tres bantustanes. Todo ello con ayuda de excavadoras
para levantar barricadas, destruir carreteras y caminos o instalar
ese mobiliario urbano tan inolvidable que recuerda implacablemente
al visitante la realidad de la ocupación. Asimismo, el
gobierno israelí ha aislado Gaza del resto del mundo,
por tierra, mar y aire.
250 'check-points'
Algunas
organizaciones no gubernamentales han estimado que hay más
de 250 check-points o puestos de control israelíes
desparramados en puntos vitales para la conexión y el
intercambio de las poblaciones cercadas. Realmente, no se pueden
contar en exactitud. Los hay de todo tipo, más o menos
movibles y con mayor o menor presencia militar. En otoño,
además, han brotado algunos nuevos. Un día, yo
misma evité que mi coche se momificara para la eternidad
cuando decidí no aparcar al pie de una pila de piedras
que cortaba de cuajo la carretera y perseverar a golpe de volantazo
en mi búsqueda de vías alternativas. Al atardecer,
regresando, volví la mirada al mismo lugar para encontrar
que otros infortunados que cruzaron a pie el check-point
-modelo montañita- no podían retirar sus
vehículos por las piedras a sus espaldas con las que,
en un tiempo record, las excavadoras israelíes habían
bloqueado su salida.
A finales del año 2000, estudios citados por el prestigioso
diario israelí Haaretz presagiaban un futuro siniestro
para la población palestina si la política de bloqueos
perpetrada por el gobierno israelí se prolongara. Con
los cierres, más de 120.000 trabajadores palestinos que
cruzaban a Israel para ganarse el sustento aún en condiciones
inferiores a las de sus homólogos israelíes, se
han quedado sin empleo. Según los citados informes, los
hogares palestinos tendrían ahorros para subsistir durante
apenas unos dos meses. El Banco Mundial estimó, al inicio
de la Intifada, unas pérdidas económicas de al
menos ocho millones de dólares diarios.
Sin embargo, entrado
ya el primer invierno de este siglo, se ha visto que la capacidad
de resistencia de la población ha sobrepasado toda previsión,
aunque ha sido a costa de dos terceras partes de las familias
palestinas -esto es, dos millones de personas-, que se han sumido
bajo el umbral de la pobreza. Y ello pese a las remesas de ayuda
provenientes de familiares en la diáspora (si históricamente
la palabra se relacionó con el pueblo judío, hoy
la diáspora es palestina), la venta de la mayoría
de los ajuares que con tanto celo custodian las matronas palestinas
y el encomiable esfuerzo de la comunidad internacional aportando
recursos para paliar esta dramática bancarrota de la sociedad
palestina.
La lucha cotidiana de la gente palestina en los check-point
será uno de los recuerdos más palpables de esta
Intifada. Entre los imborrables se encuentra el de Kalandia,
con nombre de cuento de princesas pero efecto de ogro malo, rompiendo
el cordón umblical entre Ramala y Jerusalén. O
los que rodean las áreas de Hebrón, Nablús,
dividen la pequeña Gaza, etc. También el check-point
israelí de Belén que cerró el paso hacia
el pesebre de Cristo a los cristianos, tanto palestinos como
extranjeros, en Semana Santa, quebrando simultáneamente
el derecho internacional y la costumbre histórica de permitir
el acceso a los lugares de culto. O todos los demás puestos
militares anónimos que se suceden demasiado rápido
en lo que antaño debieran ser cortos trayectos.
Los minutos y horas se hacen interminables en las colas y
atascos antes de los check-points. Al personal internacional
que trabaja en labores humanitarias o misiones diplomáticas
el sacrificio de la espera les resulta recompensado pues, generalmente,
tras una pequeña intromisión en la intimidad de
los propósitos de cada cual, se les permite el paso, no
sin antes haberles concedido todo el tiempo del mundo para ser
testigos de las humillaciones y vejaciones por las que pasan
sin excepción las niñas, mujeres, hombres o ancianos
palestinos. En el mejor de los casos la espera es desesperante
pero puede convertirse en fatal para gente que precisa de asistencia
médica urgente al otro lado de la visera del soldado.
Ha habido más de un parto que no ha podido esperar a llegar
al hospital, retenciones de horas a enfermos de gravedad y negativas
a unidades médicas de traspasar el check-point,
cuando no disparos contra ruedas de ambulancias. Ni el ejército
ni el Estado de Israel jamás podrán resarcir adecuadamente
por el tiempo perdido y esfuerzos empleados de tanta gente. Tampoco
por las vidas de quienes no llegaron a tiempo al hospital.
A menudo, empapada en el calor del asfalto e impactada por
el espectáculo dantesco ante mis ojos, me consuelo pensando
en la eventual utilidad de la memoria, del recuerdo de lo ajeno
y de lo propio. Tantas escenas de niños tirando piedras
y soldados reprimiendo con balas Y, personalmente, más
de 60 horas perdidas en total, una tarde eché la cuenta.
60 horas en una vida son irremplazables. O como el mediodía
que, tras el horrible atentado cometido por un jordano en una
discoteca en Tel Aviv llena de quinceañeros, los soldados
en Kalandia se pusieron a disparar bombas de gas entre los coches,
estallando una a pocos metros del mío. Me olvidé
del picor de garganta cuando un soldado, a unos 25 metros, me
apuntó durante medio minuto. Por suerte, tras lo que egoístamente
me pareció una eternidad, desenfocó su
mirilla, apuntó más abajo y vació su cargador
en las ruedas del coche vecino mientras mis rodillas comenzaban
a temblar incontroladamente.
Controles permanentes
Cuanto más efectivos han resultado los check-point,
más se han establecido permanentemente. Al principio bastaban
un par de soldados parapetados al pie de alguna carretera, cruce
o camino para controlar a la gente o vehículos que pasaban.
El paso de mercancías también quedaba afectado.
La silueta de los soldados con sus M-16 recortada a contraluz
provocaba instantáneamente el freno del alegre caos circulatorio
en Palestina. Pero, con el paso del tiempo, se ha ido viendo
cuales tenían que ser reforzados y cuales podían
ser de quita y pon. Llegaron las grúas y, con ellas,
bloques de cemento gris de varias formas y tamaños con
argollas para su acarreo maquinal se apostaron como puntos suspensivos
sobre mapas de carreteras. En las zonas más calientes,
se alzaron torretas de control, curiosamente similares a las
de los primeros asentamientos judíos en tierras de árabes.
Aunque, a diferencia de aquéllas, que se construían
de día y ensamblaban de noche junto con el resto de piezas
que armaban las casas del asentamiento, en un ambiente socializante
y pionero, los check-point se refuerzan a plena luz del
día bajo régimen militar.
Y contra el calor, ni siquiera los estudios sofisticados sobre
refrigeración de cascos o uniformes desarrollados por
el ejército israelí han podido suplir los tradicionales
parasoles. Poco a poco, los check-points se han ido embelleciendo
con sombrillas verde caza que tanto sol de justicia han filtrado
sobre los soldados.
Algunos check-point están siendo dotados de
túnel, una versión nueva de una idea vieja, la
del paso de Erez a la entrada de Gaza, que constituía
uno de los puestos de control más ajetreados antes de
la Intifada, por el que pasaban miles de trabajadores palestinos
a diario. Sin Intifada, antes y después de una larga jornada,
los palestinos que querían trabajar en Israel eran obligados
a cruzar a pie por un corredor de casi un kilómetro tapado
para que los transeúntes no palestinos o VIP (Very
Important People), según reza el cartel israelí
instalado todavía hoy al efecto, no vieran las largas
colas ni los registros corporales minuciosos que los soldados
realizaban con ayuda de perros a los integrantes de esta masa
de mano de obra barata de la que se nutría hasta entonces
Israel. Sin embargo, Erez bajó su actividad drásticamente
con la política de cierres y suspensión de visados
para trabajar en Israel. Actualmente, sin llegar a la magnificencia
del sistema descrito, algunos check-points se han completado
con pasadizos, como el de la entrada a Belén. La diferencia
es que ahora también los extranjeros que cruzan a pie
los han de traspasar, ahorrándose por lo general el registro
corporal siempre y cuando no se olviden de llevar el pasaporte,
mejor aún con el visado de trabajo en Israel.
A la hora de granjearse la amistad del soldado de turno, algunas
nacionalidades son más afortunadas que otras: estadounidenses,
británicos, mediterráneos norteños, etc.
Ser alemán, por razones obvias, no es lo mejor.
Como la mayoría de las veces se trata de hombres los
que sirven a la patria en los Territorios Ocupados, ser
chica puede ser una ventaja a la hora de negociar un paso complicado
a una localidad palestina. Las jóvenes israelíes
también hacen la mili y también llevan armas, pero
no han sido ubicadas en los check-points de esta Intifada
para no distraer a los aguerridos adolescentes que lidian diariamente
con los conflictos cotidianos de la gente que quiere pasar y
que intenta llevar una vida normal. Sólo en Erez Gaza
sigue habiendo una buena muestra de jovencitas entubadas en modelos
apretados caqui. Quizá si los equipos fueran mixtos y
el amor se filtrara por las alambradas de los check-points,
habría más distracciones entre los adolescentes
que defienden una ocupación calificada por Naciones Unidas
en 69 ocasiones de ilegal.
Los soldados no se distraen. Cuando un grupo de niños
palestinos se aproxima amenazante con piedras en la mano, afortunadamente
cada vez menos, las respuestas de los soldados, desgraciadamente
cada vez más, no se hacen esperar. La sucesión
se confirma diabólicamente: una piedra palestina hacia
un soldado y, en el mejor de los casos, carga y disparo israelí
al aire, una y otra vez, acompañado de lanzamiento de
bombas lacrimógenas que atosigan en un radio espacial
y temporal indeterminado. Estas bombas lacrimógenas también
tienen contraindicaciones: cada una lleva una etiqueta alertando
que no es conveniente usarla en el entorno de mujeres embarazadas.
La tasa de natalidad palestina es de casi siete hijos por mujer,
lo que da una idea de lo frecuente que es encontrarse a mujeres
embarazadas. No se tiene constancia de que los soldados que desencasquillan
estas bombas se cercioren del tipo de gente que se encuentra
en su radio de acción. En el check-point frente
a la Universidad de Bir Zeit, en Cisjordania, es habitual ver
a estudiantes con corazones de cebollas que inhalan si les sorprende
una bomba lacrimógena. Es un excelente filtro de los gases
mortíferos.
Si la cosa se pone peor, la mirilla del soldado baja y apunta
a la gente las bombas de acero recubiertas de goma que matan
y que no se corresponden con las bombas 100% de goma que se usan
en el resto de países del mundo. Las balas de goma han
de tirarse a una determinada distancia por debajo de la cual
su uso constituiría un Crimen de Guerra por parte del
soldado que la dispara. Igual sucede con las zonas a las que
han de dirigirse, las extremidades. Decenas de casos de niños
heridos en cabeza y tórax están documentados en
los hospitales o clínicas en Cisjordania o Gaza. También
las defunciones.
En caso de manifestaciones, se suele pasar a munición
real. Expertos consultados han dictaminado que se han encontrado
con nuevos tipos de munición israelí cuyo uso no
está legalizado, como las balas de fragmentación
que, al estallar en el cuerpo, se dispersan minuciosamente por
todo tipo de órganos vitales.
Diversas organizaciones humanitarias como Amnistía
Internacional han denunciado la mayor frecuencia de uso de medidas
desproporcionadas o de apertura de fuego por parte de soldados
israelíes en los check-points sin siquiera provocación
previa. Uno de los grupos ajenos al conflicto más afectado
por estas acciones ha sido el de los periodistas y fotógrafos,
generalmente extranjeros. No hay periodistas israelíes
en Gaza ni Cisjordania ya que, tras el 29 de septiembre de 2000,
el Estado de Israel prohibió la entrada de israelíes
en los Territorios Ocupados so pena de tres años de prisión.
Tan sólo una mujer, Amira Hass [1], se ha atrevido a defender su profesionalismo
por encima de esta medida y reside en Ramala, lo que le convierte
en una preciada y testimonial fuente israelí de información.
El resto de medios israelíes se nutre de la red de informadores
en las que, forzosa e improvisadamente, se han convertido los
soldados de cada uno de los check-points israelíes.
Es un sistema barato, rápido y de primera mano. A partir
de ahí y entre su superior y la noticia que se publique,
sólo queda el coladero de la censura que rige en Israel
para medios nacionales o internacionales
Otro de los bloqueos menos visibles pero igualmente demoledor
ha sido la suspensión del reintegro por parte de Israel
a la Autoridad Palestina de impuestos recaudados a trabajadores
palestinos, incapacitándola para asumir los pagos regulares
a su funcionariado y aproximándola a la quiebra de no
haberse producido la intervención oportuna de países
donantes.
Aún es pronto para aventurar todas las secuelas de
la Intifada pero ya contamos con datos alarmantes: más
de 1.100 muertos de los que tres cuartas partes corresponden
a la población palestina (incluidos más de 100
niños), más de 16.000 heridos (el 10% de gravedad),
2.500 casas palestinas demolidas, 200.000 árboles arrancados
en los territorios ocupados, etc.
Popularmente se cree que segundas partes, como la segunda
Intifada, nunca fueron buenas. Pero en el contexto de convulsión
mundial que ha provocado el terrorismo, a veces individual y
a veces de Estado, acaso pueda destilarse la paz que acabe con
el conflicto árabe-israelí y despeje de check-points
el paisaje mediterráneo palestino.
Notas:
1. Amira Hass es periodista
israelí y corresponsal del diario Ha'aretz en Ramallah
(Palestina). Artículos de Hass publicados en CSCAweb:
"La
próxima ronda de bombardeos sobre Palestina", "La
ocupación, hasta la cocina". [Nota de CSCAweb]
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