
El desalojo sionista de
Palestina de 1948
Suplemento de Nación Árabe, núm.
35. Septiembre de 1998
ISBN: 84-930099-3 / Depósito Legal: M-34744-1998
Editado por el Comité de Solidaridad
con la Causa Árabe con la colaboración del Área de
Paz y Solidaridad de Ezker Batua. Edición a cargo de Loles Oliván.
CSCA, 1998
Prólogo
Quizá, en determinadas ocasiones, sobren los prólogos y
las introducciones. Especialmente, cuando se trata de cifras, que hablan
por sí mismas y resultan contundentes y apabullantes; son un lenguaje
totalmente elocuente y demostrativo, como ocurre con la documentación,
inapelable y extensa relación que aquí se presenta. Casi siempre
se puede añadir algo, sin embargo, que dé más cuerpo
y contenido, que aporte savia a la seca referencia que la cifra es. En el
caso palestino, en cualquiera de sus temas y aspectos, además se
debe.
Cincuenta años después, aquel trágico 1948 que consumó
la pérdida de Palestina ha crecido en volumen material y en dimensión
simbólica. Entre la inmensa masa de lo ahora escrito sobre aquel
desventurado entonces, recurramos al texto del gran poeta palestino Mamad
Darwix que seguidamente traduzco, publicado precisamente el día
15 de mayo de 1998, "día de renovación de la fe en Palestina,
y también de la paz":
"A pesar del éxito del proyecto sionista el año
1948, al ocupar la tierra y ahuyentar a la mayoría del pueblo palestino,
por la fuerza de las armas y cometiendo grandes y pequeñas matanzas,
cambiando los rasgos naturales y demográficos de la tierra, destruyendo
417 aldeas para demostrar que nosotros no habíamos estado nunca aquí
ni habíamos existido, que no tenemos presente ni pasado, ni memoria...
A pesar de ello, la verdad palestina sigue viva en la búsqueda por
los árabes de su identidad y de su existencia en la historia. Sigue
viva en el empeño de los pueblos subyugados en liberarse. Y esto
es así gracias a nuestra firmeza corporal y cultural, a la conservación
de nuestra memoria colectiva y nuestra dimensión árabe y humana".
La importante y valiosa recopilación establecida por el Dr. Salmán
Husain Abu-Sitta, objeto de esta publicación, es uno de los muchos
ejemplos recientes de la importante labor de reconstrucción histórica,
de nuevo análisis y valoración del traumatizador hecho palestino
que se está efectuando, y que en el año actual [1998] ha adquirido
particular relieve y significado.
Los investigadores árabes, y en primera fila seguramente -como
es natural- los palestinos, saben muy bien que se trata de un compromiso
y un desafío especialmente rigurosos y exigentes. El aumento cuantitativo
y cualitativo de la documentación procura no sólo un conocimiento
más correcto de los hechos sino que propicia también -y esto
resulta no menos importante y necesario- nuevas reflexiones, otras reconsideraciones
y análisis de los mismos, de la trágica experiencia que quebró
una trayectoria nacional coherente y previsible, substituyéndola
por otra forzada y arbitraria. Cincuenta años después, el
compromiso intelectual, científico y ético ha crecido, haciéndose
a la vez más necesario y obligatorio, irrenunciable.
Voy a hacer solo breve mención de algunas destacadas publicaciones
recientes sobre esta cuestión. El profesor Walid al Jalidi (Khalidi
a la inglesa), reconocido desde hace tiempo como uno de los principales
especialistas mundiales en temática palestina, y que es precisamente
una de las fuentes fundamentales del registro establecido por Abu-Sitta,
escribió una serie de nueve largos artículos en el diario
Al Hayat, entre los días 15 y 23 de mayo de 1998. Bajo el
título genérico de Jamsún 'aman 'ala-harb 1948
(Cincuenta años desde la guerra de 1948) establece la secuencia de
los sucesos acaecidos entre el 15 de mayo de ese año y el 20 de julio
de 1949. Conviene seguidamente añadir que el mismo título
genérico tenía también otra serie de cinco artículos
publicados por el mismo diario entre los días 21 y 25 del mes de
mayo de 1998, escritos por el experto sirio en temas militares Haizam al-Kilani.
El desastre de 1948 trajo un cambio radical en toda la existencia palestina,
iniciando una fase nueva, sobre postulados, principios y objetivos en gran
medida diferentes y que seguirían su propio proceso de cristalización.
Yezid Sayigh lo analiza en un libro extenso y denso, muy importante, no
exento tampoco, obviamente, de aspectos polémicos: Armed Struggle
and the Search for State. The Palestinian National Movement. 1949-1993,
Oxford University Press and The Institute for Palestine Studies, 1997. Para
el autor, hasta aquella experiencia absolutamente trascendental y alteradora,
el pueblo palestino vivió en estado de "palestinianess"
-palestinidad-; a partir de entonces, lo haría en estado de "palestianism"
-palestianismo-: el contenido político de la identidad que se busca
se hace, pues, predominante, total. Recordemos por último que otra
reconocida especialista, Nadine Picaudou, publicó también
el año pasado, en Bruselas, otro libro de interés: Les
Palestiniens. Un siècle d'histoire.
Tan tremenda y desgarradora experiencia, además, no es anónima,
sino que tiene en lengua árabe un nombre particular, que en tan desventurada
circunstancia deja de ser común para hacerse propio: Al Nakba.
Permítaseme una pequeña acotación, que no tiene en
este caso nada de pueril o petulante erudición lingüística.
Este término significa literalmente desgracia, desdicha, calamidad,
lo que ya es expresivo y elocuente. Si ha recibido el nombre es porque se
tiene la convicción y el sentimiento de que se tarta de algo singular,
y esa singularidad se refuerza con el empleo del artículo determinado
al . Es, pues, "la desgracia", "la desdicha",
la calamidad", concreta, individual, propia, inconfundible. De
la misma raíz consonántica a la que el término pertenece;
n-k-b, deriva otro término, directamente emparentado con aquél:
mankib, que significa, entre otras cosas, "hombro".
Está claro, por consiguiente, el campo semántico que la raíz
original en cuestión cubre: "derrumbarse, porque la carga
a sostener no puede seguir siendo soportada". Todo esto es lo que
ocurrió, hace cincuenta años ahora, en Palestina. Todo esto
es lo que ahora, cincuenta años después, se rememora, se reinterpreta,
se actualiza.
De manera cruel, sistemática, inhumana, se ha intentado liquidar
durante estos cincuenta años la memoria palestina. Ha resultado imposible.
Seguirá resultando imposible, si se sigue siendo contumaz y ciego
en el intento, si no se aprende de todo el horror acumulado. Al designio
implacable de terminar con ella, de liquidarle, se ha opuesto, se seguirá
oponiendo, el designio no menos implacable de recuperarla, de mantenerla,
de definirla, de volver a implantarla en donde le corresponde, en su morada
propia e intransferible. En donde tiene sus raíces y sus orígenes
humanos, históricos, seculares. Acabo de leer en la prensa árabe
una noticia que, para muchos, resultará insignificante, trivial,
carente de importancia: la primera misión arqueológica de
gestión y responsabilidad plenamente palestinas acaba de descubrir,
cerca de la ciudad de Nablusa, los restos de una ciudad cananea cuya antigüedad
se remonta a cinco mil años. La historia y la memoria no son continuistas,
pero toda historia y memoria tienen su propia, legítima y respetable
continuidad. Es delictivo tratar de establecer historias y memorias señoras
e historias y memorias serviles, historias y memorias inmortales e historias
y memorias muertas. Y doblemente delictivo decidir hacerlo solamente por
la fuerza, por el engaño, por la sustracción, tergiversación
o falsificación de la realidad. Esa historia, esa memoria, esa realidad,
emergen de nuevo. En ellas se sustenta el texto que aquí se ofrece
al lector. En ello radica su fuerza. En ello radica su verdad.
Pedro Martínez Montávez
Universidad Autónoma de Madrid.
Agosto de 1998
Presentación
Este documento está basado en el informe titulado Al Nakba,
1948: Registro de las poblaciones desalojadas en Palestina, realizado
por el palestino S.H. Abu Sitta en 1997 y presentado por la delegación
del Consejo Nacional Palestino (Parlamento en el exilio) en la 99ª
Conferencia Interparlamentaria (Windhoek, abril, 1998). El contenido de
este informe recoge, entre otras fuentes, la compilación de las investigaciones
desarrolladas por el propio autor así como por el historiador israelí
Benny Morris y el palestino Walid Jalidi sobre el desalojo sionista de Palestina
en 1948 (1).
La reciente apertura de los archivos oficiales israelíes relacionados
con la fundación del Estado de Israel ha permitido a un minoritario
grupo de historiadores israelíes iniciar una investigación
revisionista de los acontecimientos que tuvieron lugar a lo largo de 1948
en Palestina y, particularmente, revelar la aplicación de un proyecto
característico del sionismo desde los años 20: la eliminación
de la presencia palestina con el fin de fundar, mediante un proceso artificial
de inmigración judeo-europea, el llamado Hogar nacional judío
en Palestina. Asimismo, tales archivos han venido a corroborar los estudios
ya existentes de autores palestinos como Walid Jalidi, cuya vida ha estado
dedicada a documentar la existencia antigua del pueblo palestino, para añadir
a la propia realidad contemporánea de su drama la memoria recobrada
en viejas fotografías que desentrañan la vida cotidiana palestina
en toda su amplitud y riqueza, desde los antiguos manuales escolares, periódicos
y ediciones de libros a los aperos de labranza y los utensilios domésticos
que empleaban los antiguos palestinos; desde los vestidos tradicionales
de las campesinas de Nazaret a las costumbres urbanas de los palestinos
musulmanes, cristianos y judíos de Acre, Jerusalén o Haifa (2). Con su trabajo, Jalidi ha contribuido
desde hace décadas a romper el primer gran mito fundacional del Estado
de Israel: que Palestina era una tierra sin pueblo para un pueblo sin
tierra.
Como en todo el Oriente árabe, en Palestina vivían judíos
oriundos considerados, al igual que los cristianos y musulmanes, como palestinos.
Por el contrario, la presencia de judíos sionistas procedentes de
Europa en Palestina se documenta a partir de 1878 (ver
cronología). Desde esa fecha hasta el momento previo al inicio
de las hostilidades que marcaron el desalojo masivo de los palestinos a
manos de las organizaciones judías sionistas, sólo un 5,5%
de tierra palestina era de posesión judía, incluidas las tierras
concedidas por el Mandato británico a los colonos judeo-europeos.
Desde el inicio de 1948 hasta la retirada británica (15 de mayo del
mismo año) los judíos ocuparon un 14% de Palestina sobre cuya
tierra se declaró unilateralmente la creación del Estado de
Israel el 14 de mayo de 1948. Dos meses más tarde, iniciada la guerra
con los Estados árabes, los judíos ocuparon otro 9% de Palestina
(parte de Galilea, el sector central de Lyda y Ramle, y el sur de Yafa).
A finales de octubre de 1948 las fuerzas sionistas, ya convertidas en el
ejército israelí, abatieron la defensa egipcia del sur de
Palestina y ocuparon un 13% más de territorio, al tiempo que completaban
la ocupación de Galilea y se adentraban en Líbano. Tras la
firma del armisticio con Egipto a finales de ese año, Israel volvió
a atacar el sur de Palestina ocupando un 42% más.
En total, un 78% de la extensión de la Palestina histórica
fue despoblada por la fuerza militar, ocupadas de inmediato sus ciudades
por inmigrantes judíos procedentes de Europa y sometida a la creación
del Estado de Israel, colofón del proyecto colonial del ideario sionista.
La puesta en marcha de este proyecto exigía la implantación
de inmigrantes judíos de Europa para cuya atracción el movimiento
sionista supo explotar el reclamo biblíco de la Tierra Prometida
y, al término de la Segunda Guerra Mundial, el horror del holocausto
nazi. Paralelamente, el movimiento sionista asentado en Palestina afrontó
la exigencia de vaciar el territorio de sus habitantes originarios,
los palestinos. Con ese fin se puso en marcha un proyecto meticulosamente
programado para aniquilar la presencia de la población palestina
por medio del desalojo y de la destrucción física de sus pueblos
y ciudades. En menos de un año de presión y violencia militarmente
organizada, el sionismo convirtió la mayor parte de Palestina en
territorio despoblado y a sus habitantes, los palestinos, en refugiados
obligados a perder no sólo sus posesiones y su tierra sino sus derechos
colectivos y nacionales como pueblo.
El estudio de Morris (3) recoge
un total de 369 pueblos y ciudades desalojadas; el de Jalidi
(4) cifra un total de 418, registradas en el Índice
del Diccionario Geográfico Palestino de 1945, incluidas dentro
de las líneas del armisticio de 1949 y que tienen en común
el "ser estructuras permanentes, tener sus propios nombres, estar
documentada la presencia permanente de palestinos áraboparlantes
propietarios de tierra árabe y haber sido desalojadas tras el comienzo
de las hostilidades" (5). El registro de Jalidi excluye aquellas
ciudades, campamentos de beduinos y aldeas cuyos habitantes perdieron sus
tierras pero no sus hogares, así como las localidades de habitantes
asentados en tierra judía o de propiedad extranjera, o que se fueron
antes de que comenzase la agresión militar sionista. Por su parte,
la lista de Abu Sitta -la que se reproduce en este documento- registra 531
poblaciones añadiendo a las de Jalidi y Morris las tribus beduinas
asentadas en el distrito de Bir Sheba, que eran equivalentes en población
a 125 pueblos y en extensión de tierra cultivada a la mitad de la
superficie restante de Palestina. Además, otras seis localidades
que no fueron definitivamente desalojadas al completo se añaden a
la lista de Abu Sitta debido a que comparten con el resto el haber atestiguado
masacres perpetradas contra su población en el contexto del desalojo
sionista de 1948.
Las fechas del desalojo se conocen, en la mayoría de los casos,
con precisión y coinciden mayoritariamente con el día en que
tuvo lugar el ataque de las fuerzas sionistas. No obstante, hay casos registrados
de localidades que, tras sufrir un primer desalojo, habiendo sido sus habitantes
expulsados tras la operación militar y después de haber regresado
de nuevo a sus casas, volvieron a ser desalojadas tras nuevas intervenciones
sionistas. En otros casos, las fechas del desalojo coinciden con la fecha
de salida de la población mayoritaria y más vulnerable (niños,
mujeres y ancianos), si bien está documentada la permanencia temporal
de la resistencia palestina, básicamente hombres que hicieron frente
a los ataques sionistas con el fin de preservar sus propiedades y sus tierras
hasta que fueron, finalmente, desalojados y hechos prisioneros.
La evaluación de los datos sobre las fechas permite afirmar que
la ejecución del proyecto del desalojo masivo fue un proceso meticuloso,
acelerado y ejecutado en su mayor parte en tan solo 3 meses (febrero-mayo
de 1948). De la eficacia y rapidez con las que actuaron las fuerzas sionistas
da cuenta el hecho de que el 15 de mayo, al término del Mandato británico
en Palestina, más de la mitad de los palestinos (414.000) se habían
convertido en refugiados y que 213 aldeas y ciudades habían sido
ya destruidas. Desde esa fecha hasta finales de mayo de 1948, otras 79 localidades
fueron desalojadas y 86.700 palestinos más fueron expulsados, sumando
un total de 500.700 refugiados. La consideración de que el desalojo
mayoritario del territorio palestino tuvo lugar antes de que entrasen las
fuerzas árabes en Palestina (el mismo 15 de mayo), es decir, antes
de que se iniciase la primera guerra árabe-israelí, quiebra
otro de los mitos fundacionales del Estado de Israel, el de la necesidad
de autodefensa israelí frente a los ejércitos árabes.
A ello hay que unir que la posterior defensa árabe fue notablemente
ineficaz: desorganizadas, sin un mando unificado e inferiores en número
y en equipamiento militar, las fuerzas árabes representaban frente
a la israelí la proporción de 1 a 4 combatientes (65.000 árabes
y 212.000 israelíes). Otro mito fundacional de Israel, el de David
contra Goliat, resulta también falso.
El análisis de las causas del desalojo y su clasificación
permite determinar el tipo de operaciones llevadas a cabo por las organizaciones
sionistas (Irgun, Stern (6) y la Haganah,
embrión del posterior ejército regular israelí) y la
cuantificación de las mismas. Así, se han establecido seis
causas fundamentales: a) expulsión directa por las fuerzas sionistas;
b) ataque militar por tropas judías; c) campañas de rumores
y difamación de la Haganah o de las Fuerzas de Seguridad Israelíes
(guerra psicológica programada para obtener la evacuación
árabe); d) temor ante un ataque judío o a ser capturados en
los enfrentamientos; e) influencia ejercida ante la caída de una
localidad próxima o ante el éxodo de sus habitantes; f) abandono
siguiendo las órdenes de las autoridades palestinas. En algunos casos
se registraron dos o más de estas operaciones en una misma aldea
o ciudad. De acuerdo con las fuentes, existe una amplia correlación
entre las fechas en que tuvieron lugar las operaciones y aquéllas
en que se produjeron los desalojos. Asimismo, en cada desalojo la población
rodeaba la aldea a la espera de un posible retorno; cuando ello no se producía
por el establecimiento de las fuerzas sionistas o por la extensión
de un nuevo ataque, la población se dirigía a una aldea próxima
hasta que ésta era también atacada y provocaba una nueva salida
forzada: "El éxodo adquirió así un efecto de
bola de nieve. Salvo para aquellos que salieron de Palestina por mar, los
refugiados siguieron una ruta tortuosa hasta su lugar de refugio final,
mostrando su reticencia a abandonar sus hogares"
(7).
En total, según Morris, de las 330 localidades registradas en
el mencionado estudio, el 85% (8) (282
localidades) fueron desalojadas por una acción militar directa, mientras
que sólo un 1% (5 localidades) lo fueron como consecuencia del abandono
de sus habitantes ante las órdenes decretadas por las autoridades
municipales árabes (8). Este porcentaje aumenta al 89% (441 localidades)
en el trabajo de Abu Sitta. Ello echa por tierra la pretensión israelí
de que los refugiados palestinos abandonaron sus aldeas bajo órdenes
árabes -es decir, por propia voluntad- y no por los brutales ataques
a que fueron sometidos por la violencia sionista. De hecho, las masacres
entendidas como "el asesinato intencionado de grupos de civiles"
están cuantificadas hasta un número de 25 durante 1948 (11
antes del final del Mandato británico y 14 después), cifra
que excluye el asesinato individual de civiles, la muerte de grupos de población
durante los ataques aéreos, el asesinato de prisioneros de guerra
y las masacres cometidas después de 1948. La matanza de 254 civiles
palestinos en Deir Yasin, perpretada en la madrugada del 9 al 10 de abril,
perdura en el recuerdo como ejemplo de esta política sistemática
de terror sionista contra la población palestina.
A la planificación del desalojo se añadió la destrucción
física de las aldeas y campamentos beduinos, mientras que las ciudades
fueron mayoritariamente preservadas para el asentamiento de inmigrantes
judíos. Sólo un 12% de las aldeas fueron ocupadas por colonos;
el resto fueron literalmente borradas del mapa. La escasa población
palestina que permaneció en su lugar de origen no pudo nunca recuperar
sus propiedades, quedando, además, sometidos administrativamente
al nuevo Estado de Israel, bajo legislación militar hasta 1967 y
convirtiéndose, con el paso del tiempo, en ciudadanos árabes
israelíes marginados: hoy son más de un millón, la
quinta parte de la población israelí; de ellos, 150.000 desplazados
interiores, expulsados de sus pueblos en 1948.
Concebida como un proyecto estratégico, destinado a perdurar,
la colonización de Palestina por el sionismo exacerbó el fenómeno
colonial europeo en Oriente Próximo, al imponer mediante la fuerza
militar la aniquilación brutal de todo un pueblo. Israel, como proyecto
colonial inmerso en el entramado de los intereses europeos, primero, y norteamericanos,
después, en la región tiene, no obstante, por la ideología
sionista que lo sustenta, una característica definitoria mantenida
después de 50 años de existencia: el ser un Estado racista
basado en la exclusividad étnica judía. Su autoproclamado
lema de ser la única democracia de Oriente Próximo
se revela así de todo punto improcedente en tanto que su creación
y existencia están basadas en la exclusión del pueblo palestino
y en la negación de sus derechos nacionales. Que el plan que el sionismo
impuso en 1948 en Palestina sólo haya podido realizarse mediante
la negación del derecho de otro pueblo, el palestino, a establecer
su propio Estado en la tierra que habitaba ininterrumpidamente desde milenios,
ilustra la injusticia inherente a su proyecto; que ello haya sido justificado
en su etapa final, al término de la Segunda Guerra Mundial, por el
horror del holocausto nazi contra las comunidades judías europeas,
insulta la dignidad humana.
Tras su fundación, con cada nueva guerra contra sus vecinos árabes,
Israel ha proseguido con esta lógica implacable: ocupar militarmente
el espacio, desalojar por medio de la violencia a sus pobladores e, inmediatamente,
anexionar el territorio al Estado para asentar nuevos colonos judíos.
Y ésta ha sido también, durante las tres últimas décadas,
la lógica de la colonización de los territorios de Gaza y
Cisjordania ocupados en 1967: escindir a la población palestina de
su territorio, aislándola en núcleos densamente poblados -la
Franja de Gaza, las grandes ciudades de Cisjordania-, separados unos de
otros por una tupida red de asentamientos judíos en expansión
y por una retícula de carreteras y autopistas. Este es el fundamento
del proceso de paz palestino-israelí iniciado en Madrid en 1991
tras la Guerra del Golfo: lograr por medio de una negociación desequilibrada
con la dirección palestina el mantenimiento del control sobre el
territorio palestino y desentenderse administrativamente de sus pobladores
árabes (9).
Al Nakba, el desastre palestino de 1948, se extiende hasta nuestros
días en los más de 4.900.000 refugiados palestinos que hoy
siguen reclamando, desde el abandono y la miseria en la que subsisten, desde
su resistencia y el mantenimiento de su conciencia nacional su derecho al
retorno, tal y como les reconoce internacionalmente la resolución
194 de Naciones Unidas, aprobada en 1948. Medio siglo después, la
mitad de los palestinos siguen siendo refugiados. La resolución justa
de su problema, el reconocimiento de sus derechos inalienables al retorno
o a percibir indemnización si renuncian a ello es, junto con la exigencia
de la retirada israelí de los territorios ocupados en 1967 (Cisjordania,
Gaza y Jerusalén Oriental), el fundamento de una paz duradera en
Oriente Próximo. E igualmente, la solución definitiva del
problema de los refugiados palestinos habrá de ser la única
vía para que el Estado de Israel adquiera alguna legitimidad y pueda
afrontar internamente la reconciliación colectiva con su propia Historia.
Loles Oliván
Comité de Solidaridad con la Causa
Árabe

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