Túnez: El derecho
a callarse
Una prosperidad bajo vigilancia
Taoufik Ben Brik y Denis Willians
Periodistas
En 1990, una encuesta sobre
la información en Túnez le había cerrado
las puertas de los periódicos de su país. Ocho
años más tarde, un artículo sobre la represión
policial, aparecido el 12 de junio en el periódico francés
'La Croix', le valió una breve interpelación. A
Taoufik Ben Brik, periodista independiente, corresponsal de numerosos
medios de comunicación extranjeros, se le pidió
el 18 de junio que cambiase de profesión. El secretario
de Estado del interior en persona le sugirió cortésmente-
que presentase "un proyecto relativo a una nueva actividad
en tres días". Corresponsal de la agencia SYFIA desde
hace siete años, Taoufik Ben Brik ha sufrido ya todo tipo
de presiones debido a sus artículos. Hablar del problema
del aceite de oliva, del aumento de precios o de la masacre de
la fauna tunecina por parte de los emires árabes, en resumen
hacer su trabajo de periodista, es exponerse en Túnez
a graves inconvenientes. El año pasado, las autoridades
le retiraron su pasaporte durante varios meses cuando debía
ir a Francia para seguir un curso. En junio de 1997, la Asociación
Mundial de Periodistas ha excluido a Túnez por haber "fallado
en la defensa de la libertad de expresión". Taoufik
Ben Brik, desea solamente ser un periodista.
Túnez, donde es fácil vivir bien y broncearse,
esconde cada vez peor su otra cara: la de un país bajo
control donde los ciudadanos son obligados a olvidar hasta sus
derechos. Un día cualquiera en Túnez.....
El día no ha caído todavía. En la vieja
ciudad árabe, los adolescentes avanzan, golpeando con
sus zapatillas de deporte las puertas de hierro de las tiendas.
Sus patadas resuenan en este dédalo de callejuelas. Tres
policías. Los jóvenes se detienen. Se diría
que dos mundos se deslizan el uno sobre el otro. Simpatía
o prudencia, saludan a la patrulla: Salam aleikoum( "que
la paz sea con vosotros"). Por toda respuesta, insultos.
Uno de los policías, gris de cansancio, llama por la
radio a un colega no lejos de allí: "No tendréis
los periódicos de hoy?" El tiempo de hojear las páginas
interiores a la luz de sus linternas y una nueva llamada: "¿No
tendréis una o dos pilas para nuestras linternas?".
Los policías de Túnez se aburren en estas guardias
interminables. A veces, alguno de ellos, extenuado, se adormece
en un rincón del jardín.
Pero la mayor parte del tiempo, los agentes de seguridad están
con el "¿Quién vive?". Sobre todo los
fines de semana. Los jóvenes pueden ser controlados hasta
diez veces al día. Yassine y Wasime, a quienes les gusta
salir a la calle con sus amigos después de las seis de
la tarde lo saben. "Podría ocurrir en cualquier país,
la Nigeria del general Abacha o la Birmania de los militares",
apoya Tahar Gagoura, dirigente del movimiento estudiantil tunecino
que ha sufrido durante los últimos cinco años los
rigores de la maquina policial.
Estamos, sin embargo, en Túnez, un país orgulloso
de su estabilidad que se presenta a sí mismo como un remanso
de paz donde se vive bien. "El pan y la seguridad"
están relativamente asegurados. La tasa de pobreza es
inferior al 6%, el crecimiento anual superior al 5%. Con una
renta per cápita de 2000 dólares al año,
Túnez es uno de los países africanos cuyos indicadores
macroeconómicos son más seguros.
El zoo y la jungla
El gran poeta tunecino Ouled Ahmed se ha forjado un gran éxito
comparando la sociedad tunecina con un zoo en el que los animales
estarían más o menos bien alimentados por sus guardianes.
La gacela ya no teme ser devorada por el león, pero paga
el precio con su libertad. En contraposición, Ouled Ahmed
presenta la sociedad argelina como una jungla, sin duda llena
de peligros pero tan hermosa con su vegetación exuberante
y la embriagadora libertad de las grandes bestias, soberbias
tanto en la caza como en el reposo. Más allá
de esta seductora metáfora, el poeta sueña con
un mundo perfecto, un zoo sin jaulas, una jungla donde las gacelas
no tuvieran que temer al león...
¿Porqué tal desconfianza hacia los ciudadanos?.
Los efectivos de la policía han sido multiplicados por
cuatro desde la llegada al poder del presidente Ben Ali, hace
diez años. La policía se ayuda en su tarea de vigilancia
cotidiana de la sociedad, por millares de informadores, de comités
de barrio creados por las autoridades en las cuatro esquinas
del país. La policía interviene en la composición
de los consejos municipales, de los despachos directivos de células
de la Unión Constitucional Democrática, el partido
en el poder, de las asociaciones culturales y deportivas e incluso
de ciertas organizaciones llamadas no gubernamentales.
"Si tu no eres uno de ellos, yo lo soy"..
Esta ocurrente frase, la utiliza el tunecino para cortar toda
discusión subversiva, por si su interlocutor fuese
un colaborador a sueldo de la Dakhilia, la todopoderosa administración
policial.
Para Salah, sociólogo y militante de los derechos del
hombre, a quién han retirado desde hace casi un año
su pasaporte, "el régimen se esfuerza por todos los
medios en hacerte interiorizar la autovigilancia, el autocontrol,
el miedo".
Pierre Sané, secretario general de Amnistía
Internacional habla de "una estrategia para hacer interiorizar
el miedo por parte de los ciudadanos". "Túnez
es un Estado policial" estimaba la Federación Internacional
de los Derechos del Hombre en un comunicado publicado el 11 de
febrero pasado, después de la condena a tres años
de prisión del vicepresidente de la Liga Tunecina para
la Defensa de los Derechos del Hombre. Esta última, en
un comunicado, revelaba el 28 de abril pasado "que varios
miembros del comité directivo son objeto desde hace varias
semanas de forma injustificable de controles y acorralamiento
policiales incesantes, estas medidas se extienden incluso a otros
militantes, entre ellos antiguos dirigentes y responsables actualmente
de algunas secciones".
El olvido de los derechos
Cuando abandonas el país es cuando realmente comienzas
a darte cuenta de que la vida aquí es anormal. "Lo
que es anormal se convierte en normal para nosotros",
dice A.Z., un maestro que ha preferido guardar el anonimato.
Los tunecinos, cuyo horizonte se resume desde hace años
en un espacio ultrapolicial repleto de vehículos todo
terreno, ya están acostumbrados. La anécdota siguiente
dice mucho de esta costumbre. Los escolares a quienes se había
pedido representar un símbolo de su país en lugar
de la estatua de Ibn Jaldún (el padre de la sociología
árabe) dibujaron una furgoneta de policía.
Estos famosos baga, de un azul siniestro, peinan la
capital en todos los sentidos. Es una noche de mayo cualquiera.
Un vehículo de policía se dirige a toda velocidad
en dirección a Ennasser, uno de estos barrios de nueva
construcción que han transformado el corazón de
Túnez. Ennasser no es más que un vasto lugar de
trabajo con sus millares de alojamientos en construcción.
Es el Eldorado de los Mramajia, jornaleros venidos de las regiones
más desheredadas de Túnez en busca de un empleo.
Para sorprender a los clandestinos, la furgoneta da la vuelta
bruscamente en una callejuela próxima a la inmensa explanada.
La muchedumbre se aparta. La baga derrama policías y perros
lobo para rodear la zona.
Fácilmente reconocible con su saco sobre los hombros y
sus botas de obrero, un joven desciende la gran avenida de Ennasser
sin desconfiar. Hasta que no tropieza con dos policías
no se da cuenta de la trampa. Papeles: el desgraciado
rebusca frenéticamente es sus bolsillos en busca de una
pieza de identidad. La mayoría de las víctimas
de estos controles no saben incluso si están en regla.
Los policías miran rápidamente los papeles, suponiendo
que sepan leer, antes de confiscarlos. Aturdido, el joven
se queda allí esperando dócilmente que los policías
capturen a otras personas.
En pocos minutos, se forma un grupo de hombres nerviosos.
A un lado y otro de la calle gritan que tal y tal han sido detenidos
y que hay que hacer algo para que los suelten. Pero sus compañeros,
todavía libres ¿escuchan su mensaje, demasiado
contentos de poder escapar lejos de la zona peligrosa?.
Los detenidos son colocados en fila delante de la valla, después
inflados a patadas y puñetazos dentro de la baga. El conductor
cierra la puerta y verifica que esté bien echado el cerrojo.
Dirección a Bouchoucha, el centro de arrestos. Allí,
la policía tomará su tiempo en hacer la elección.
Unos serán enviados al servicio militar, otros serán
condenados por vagabundeo y expulsados a sus lugares de origen.
Sólo los más afortunados, porque tienen un pariente
o un jefe bien situado, serán puestos en libertad. En
este clima de controles permanentes ¿quién conoce
todavía sus derechos?
(Artículo publicado
en el diario Liberation el 16 de julio de 1998. Traducido
del francés por Pilar Montero, N.Á.)
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