'José Couso: La mirada
incómoda'
Libro
de homenaje y reivindicación, a un año de su asesinato
en Bagdad
CSCAweb
(www.nodo50.org/csca), 24 de marzo de 2004
Al cumplirse el primer aniversario
-8 de abril- del asesinato de José Couso en Bagdad por
fuerzas estadounidenses, Hermanos, Amigos y Compañeros
de José Couso edita un libro colectivo de homenaje a José,
de reivindicación de la memoria de todos aquéllos
-periodistas extranjeros y ciudadanos iraquíes- que fueron
entonces y lo son hoy víctimas de la barbarie bélica
de EEUU y sus aliados, así como de exigencia de que los
responsables de aquel acto de agresión y pillaje -y de
la muerte del propio Couso- sean juzgados por Crímenes
de Guerra y Crímenes contra la Humanidad.
Con prólogo de José
Luis Sampedro, textos de Eduardo Galeano, Santiago Alba o Javier
Sádaba, entre otros, testimonios de periodistas compañeros
de Couso en Bagdad, y dibujos de Forges, Max o Isidro Ferrer,
el volumen lleva por título José Couso: La mirada
incómoda (ISBN: 84-609-0157-2) y estará de
manera inminente ya disponible para su adquisición en
librerías. Los ingresos obtenidos por su venta permitirán
mantener la campaña que el colectivo Hermanos, Amigos
y Compañeros de José Couso desarrolla para exigir
el enjuiciamiento y castigo de los asesinos de José.
El colectivo Hermanos, Amigos
y Compañeros de José Couso ha cedido a CSCAweb
la contribución a este volumen de Santiago Alba Rica,
que lleva por título "José Couso, la amenaza
del francomirador". [CSCAweb]
José Couso,
la amenaza del 'francomirador'
Santiago Alba Rico*
CSCAweb
(www.nodo50.org/csca), 24 de marzo de 2004
Santiago Alba Rico (Túnez), 2003
Hermanos, Amigos y Compañeros de José Couso (www.josecouso.info)
Madrid, abril de 2004
"Coincidí
con José Couso unos días en Bagdad, pero no llegué
a conocerlo. Le presupongo el coraje sencillo y la dignidad tranquila
de su familia, pero no puedo elogiarle. Este texto, pues, no
es un homenaje ni una elegía. Es más bien una advertencia.
Sin conocer a Couso, confieso que me indigné desinteresada,
impersonalmente, no el día de su muerte, no, sino un mes
después, el día en que Ana Palacios, ministra de
Exteriores del gobierno del PP, aceptó en público
la explicación de Powell y declaró en rueda de
prensa: 'Ya se sabe. En las guerras pasan estas cosas'. ¿Cómo
reaccionaría la ministra monaguilla si un miembro de ETA,
después de un atentado, declarase públicamente:
'Bueno, ya se sabe, cuando se vuela un coche a veces muere gente'?
La guerra contra Iraq nunca fue una 'guerra'; fue una atentado
a gran escala, un delito contra el Cosmos, la Razón y
la Ley, y todas sus víctimas -las niñas, los periodistas
e incluso los soldados de la Guardia Republicana- tienen derecho
a exigir responsabilidades penales a los gobiernos estadounidense
y español".
El sueño de los ciegos
es matar con la mirada.
En Bagdad había una
cara y en esa cara una niña y en la niña había
una casa y en la casa había una selva y en la selva había
un país y en el país un planeta y ese planeta es
el nuestro. Desde arriba y desde lejos, un ciego la apuntó
con la mirada y la niña, con todos sus habitantes -incluidos
nosotros y su agresor- desapareció en el aire.
Que todo desaparezca y que
todo, al mismo tiempo, permanezca constituye la ley trágica
del mundo sublunar. Cuando todo desaparece dentro de una
niña (en la que hay una casa y una selva y un país
y un planeta), todo permanece dañado y tenemos
que acostumbrarnos a vivir en un mundo dañado, que es
la normalidad declinante de la existencia humana. Cuando todo
desaparece dentro de una niña (en la que hay una casa
y una selva y un país y un planeta) alcanzada por la mirada
de un ciego, todo permanece no ya dañado sino manchado,
pecaminoso, ultrajado, y acostumbrarse a eso, acomodarse entre
las grietas, dejar las manos quietas, es lo mismo que aceptar
ser contagiado por la ceguera.
Quizás los espartanos
no supieron interpretarlo bien, pero su principio era justo:
los niños son bienes públicos, como las aguas y
las estatuas, y contra ellos se encogen, día a día,
las condiciones ecológicas y estéticas de la supervivencia
humana. En Iraq murieron ochocientos mil niños bajo el
bozal del bloqueo en la última década del siglo
pasado y algunos miles más (¿alguna vez sabremos
cuántos?), en apenas tres semanas, entre el 20 de marzo
y el 9 de abril del 2003, bombardeados desde el aire. Muchos
más están muriendo en estos momentos, privados
de alimento, agua potable y medicinas, bajo el régimen
de la Ocupación. Todo desaparece en Bagdad (incluido
nuestro derecho a escribir un poema o a acariciar un gato) mientras
todo permanece en Madrid y en Washington: todo dañado,
manchado, ultrajado e indiferente.
El sueño de los ciegos
se ha hecho realidad. Había una vez un pueblo de criaturas
sin ojos que, para poder ver, mandó construir una máquina
complejísima y colosal, una prótesis hecha de acero,
con pistones, engranajes y ruedas y una sofisticada mirilla en
el centro: un tanque. A través de sus cañones estas
criaturas veían por primera vez sólo lo que iban
a destruir y mirarlo era destruirlo. Cada casa, cada hombre,
cada niño mirado era una casa, un hombre, un niño
desaparecidos. Paradójicamente, el acto mismo de ver borraba
de la vista los objetos. Este tipo de visión se llama
bombardeo y estas criaturas mitológicas, que han recibido
distintos nombres según las latitudes y las épocas,
hoy reciben el nombre de marines.
Mirar, destruir
El sueño de los ciegos
es la visión de los poderosos. Mientras la mano recula
como un apéndice ya inútil y atrofiado, residuo
de nuestra evolución paleontológica, todo se juega
ya -se ha jugado siempre- en la distancia del ojo. El amor, el
poder, la riqueza, la guerra, son asuntos de la mirada; de mirar
bien o mal, quiero decir, el mundo y sus criaturas. Desde el
principio, la tecnología sintió envidia del amor
y quiso imitar la magia del enamorado, cuya mirada -dice Plutarco-
derrite al amado y "prende fuego a su alma",
en una acción a distancia que no por casualidad el poeta
compara con la de "la chispa sobre la nafta", usada
en las campañas militares de la época. Pero el
amor y la guerra, al contrario de lo que pretenden los tópicos,
no se reparten ningún órgano ni comparten ningún
pedal. Con arreglo a una división que he utilizado ya
otras veces, hay que decir que mientras que el amor mide
(y para eso tarde o temprano recurre a la mano), la guerra por
su parte calcula. Las armas no son el resultado de un
desorden de las vísceras sino de una disciplina mental,
de un poderoso ejercicio del raciocinio en el que intervienen,
como sus transmisores nerviosos, el cálculo, la contabilidad
y el interés, precisamente los tres rasgos humanos
que lubrican ese sistema de acumulación de mercancías
que llamamos capitalismo, al que es esencial la producción
desmedida y calculada de tanques, misiles y bombas de
racimo. A medida que la tecnología nos ha ido alejando
de los hombres y de las cosas, las armas han aumentado nuestra
capacidad para destruir unos y otras. Cuanto mayor es la distancia,
cuanto más lejos alcanza la mirada, más amenazador
se vuelve el ojo y más en peligro se encuentran los objetos.
El capitalismo es un sistema de destrucción generalizada;
el imperialismo es su forma de mirar. El tanque Abraham,
los cohetes balísticos, los B-52, son los más
refinados avances de la óptica. Gracias a ellos un montón
de bellacos pueden ver -a través de una ventanita remota
o de una mirilla inalcanzable- aquello que destruyen con su mirada.
El sueño de los ciegos
es matar con la mirada. El sueño de los despiertos es
cuidar de los ojos y de las cosas que ellos ven.
La mirada
libre de José Couso
El día 8 de abril del
2003, en el hotel Palestina de Bagdad, se produjo un combate
entre dos formas de mirar. No voy a exagerar aquí el heroísmo
de la parte más vulnerable. A lo largo de mi vida, y aún
más durante el último año, he ido acumulando
argumentos contra el periodismo que pedantemente llamo hetero(kako)regulado;
es decir, el que produce noticias-mercancías o noticias-juguete
con absoluta independencia del rigor y la objetividad. Por lo
demás, la invasión de Iraq me ha llevado a renunciar,
como un nuevo iconoclasta, a esas imágenes manufacturadas
que nos impiden ver lo que ellas mismas muestran y que sugieren
la idea de que vale la pena contemplar lo que no debería
estar ocurriendo.
José Couso Permuy se
ganaba modesta y honestamente la vida en esa industria, en esa
selva, como un cantero que arrancase planos, y no piedras, de
la superficie del mundo, con una cámara en vez de un pico
en el escaño del hombro. Couso era un asalariado y el
gobierno español sin duda lo desprecia por eso; pero el
gobierno estadounidense no lo asesinó por eso. Era, sí,
un combate entre dos formas de mirar. La versión oficial,
que es siempre la del delincuente, afirma que el soldado del
tanque se limitó a responder a los disparos de un francotirador.
Bueno, franco quiere decir libre y sólo
del otro lado, en los últimos pisos del hotel Palestina,
había una sombra de libertad, incluso entre las filas
del periodismo industrial y dependiente. La televisión,
la fotografía, el cine entrañan también,
como las armas, una mirada aparatosa, asociada -es decir-
a un aparato con el que hay que cargar, con el que se apunta
y con el que a veces se le pierde el respeto al mundo, pero su
sola presencia se yergue como una amenaza para los ciegos que
querrían cegar el universo. Couso era mucho más
peligroso que un francotirador; era un francomirador y
su presencia allí justificaba enteramente la reacción
estadounidense. Imagino el cañón del tanque elevando
el ángulo de tiro, corrigiendo su posición y apuntando
minuciosamente a las ventanas y, frente a él, en la planta
14, la cámara de Couso como su prolongación y su
reverso, enfocando y ajustando el objetivo, en un desigual lance
de esgrima: el obrero de la destrucción contra el obrero
de las imágenes, la mirada fulminante contra la mirada
pregnante, el siervotirador contra el francomirador,
el calculador contra el francomedidor. Como Couso
y sus compañeros miraban a través de su cámara,
había que mirarlos a través del tanque, ese prodigio
de la óptica que permite que los ciegos maten. Mirada
contra mirada, Couso saltó por los aires y murió
desangrado pocas horas después. Así triunfa el
sueño de la ceguera en un mundo donde las niñas
mueren con el planeta dentro y los obreros con las niñas
fuera, allí donde alguien podría verlas morir.
Couso murió porque transportaba sobre el hombro, quisiera
o no, otra forma de mirar.
Coincidí con José
Couso unos días en Bagdad [1], pero no llegué
a conocerlo. Le presupongo el coraje sencillo y la dignidad tranquila
de su familia, pero no puedo elogiarle. Este texto, pues, no
es un homenaje ni una elegía. Es más bien una advertencia.
Sin conocer a Couso, confieso que me indigné desinteresada,
impersonalmente, no el día de su muerte, no, sino un mes
después, el día en que Ana Palacios, ministra de
Exteriores del gobierno del PP, aceptó en público
la explicación de Powell y declaró en rueda de
prensa: "Ya se sabe. En las guerras pasan estas cosas".
¿Cómo reaccionaría la ministra monaguilla
si un miembro de ETA, después de un atentado, declarase
públicamente: "Bueno, ya se sabe, cuando se vuela
un coche a veces muere gente"? La guerra contra Iraq nunca
fue una guerra; fue una atentado a gran escala, un delito
contra el Cosmos, la Razón y la Ley, y todas sus víctimas
-las niñas, los periodistas e incluso los soldados de
la Guardia Republicana- tienen derecho a exigir responsabilidades
penales a los gobiernos estadounidense y español.
'Francomiradores'
y 'francomedidores'
A esto hay que añadir
que incluso en una guerra los informadores están protegidos
por Convenciones y Tratados Internacionales y que -se ha insistido
ya suficientemente en ello- todas las pruebas indican que los
soldados dispararon deliberadamente después de consultar
a sus superiores y a sabiendas de quién ocupaba los últimos
pisos del hotel Palestina. Pero no me indigno por esto; ni las
mentiras ni el servilismo de Ana Palacios me afectarían
si estas mentiras y este servilismo, como su propia frase, no
implicasen un perfecto, sereno, naturalísimo desprecio
por la vida de José Couso. Lo que me indignó, por
otra parte, lo que me indigna, no fue el desprecio mismo ni el
hecho de que se tratase de José Couso: lo que me indignó
fue precisamente su naturalidad. Esa naturalidad es la condición
de los bombardeos y las matanzas, de los guantánamos
y las torturas, del neocolonialismo y del nuevo fascismo democrático;
y ante ella deberíamos temblar como ante el zumbido de
los B-52 y la detonación de los misiles. Incluye,
además, una involuntaria confesión para los que
se aferran aún al corporativismo o al patriotismo a la
hora de juzgar la importancia del asesinato de Couso: incluso
periodista y español, Ana Palacios y el gobierno del PP
lo desprecian a él y a su familia con la misma serena
naturalidad que a los niños iraquíes o a los inmigrantes
senegaleses. Sus lealtades están por encima de las patrias,
las etnias y las culturas y su elegante desprecio cubre por igual
todos los enemigos y todos los obstáculos, todos los disidentes
y todos los asalariados, con independencia de nacionalidad o
religión. Del asesinato de Couso deberíamos aprender
que, en los nuevos tiempos de oscuridad en los que ya hemos puesto
el pie, nadie está protegido y que, en consecuencia,
todos estamos comprometidos. Y que para que los ciegos
no puedan matar, los periodistas -en la guerra de casa y en la
de fuera- tienen que arrancarse las legañas de los ojos
y las cadenas de los bolsillos y convertirse de una vez por todas
en francomiradores y francomedidores. Porque todos
nosotros vivimos en el planeta que lleva dentro la niña
muerta. Y porque José Couso, lo quisiera o no, transportaba
otra forma de mirar sobre su hombro.
En Bagdad había una
cara y en esa cara una niña y en la niña una casa
y en la casa había una selva y en la selva había
un país y en el país un planeta y ese planeta es
el nuestro.
En Bagdad había también
un obrero con una cámara. Todo lo que él vio ya
no podemos olvidarlo nosotros.
La niña y el obrero
nos han gritado: detened, por favor, esta barbarie. No podemos
resucitarlos, pero podemos escucharlos.
Nota de
CSCAweb:
1. Santiago
Alba viajó a Iraq en la semana anterior al inicio de la
invasión con la quinta de las brigadas -la de Euskal Herria-
de la iniciativa Brigadas a Iraq contra
la Guerra,
organizada por la CELSI.
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