Una impotencia inaceptable
Edward Said*
Al Ahram Weekly, núm. 621,
16-21 de enero de 2003
Traducción: Loles Oliván, CSCAweb (www.nodo50.org/csca)
"Esto no es solo inaceptable:
es imposible de creer. ¿Cómo puede una región
de casi 300 millones de árabes esperar pasivamente a que
caigan los golpes sin intentar un grito colectivo de resistencia
y sin que se oiga la proclamación de una posición
alternativa?, ¿Por qué no se produce ahora el
último testimonio de una era de la Historia, de una civilización
a punto de ser aplastada y transformada completamente, de una
sociedad que a pesar de sus retrocesos y debilidades sigue no
obstante funcionando?"
Uno abre The New York Times cada día para leer
el último artículo sobre los preparativos de la
guerra que se están llevando a cabo en EEUU. Otro batallón,
otro despliegue más de portaviones y cruceros, un aumento
continuo de aviones de combate, nuevos contingentes de oficiales
desplazándose a la zona del Golfo Pérsico. 62.000
soldados más fueron desplazados al Golfo la semana pasada.
Una fuerza enorme, deliberadamente intimidatoria está
siendo activada por EEUU más allá del mar, mientras
en el interior del país, las malas noticias económicas
y sociales se multiplican de manera implacable. La inmensa maquinaria
del capitalismo parece desfallecer al mismo tiempo que pulveriza
a la vasta mayoría de los ciudadanos. No obstante, George
Bush propone otro recorte de impuestos para el uno por ciento
de la población que es comparativamente rica. El sistema
de educación pública está en grave crisis
y la seguridad social simplemente no existe para 50 millones
de estadounidenses. Israel pide 15 mil millones de dólares
adicionales en créditos garantizados y ayuda militar.
Y la tasa de desempleo en EEUU aumentan inexorablemente al perderse
empleos cada día.
Sin embargo, continúan los preparativos para una guerra
de coste inimaginable y continúan sin apoyo público
o con un desacuerdo poco perceptible. Una indiferencia generalizada
(que podría ocultar un gran temor, ignorancia y aprensión)
ha dado la bienvenida a la beligerante Administración
y a su respuesta extrañamente ineficaz ante el reto que
le ha impuesto recientemente Corea del Norte. En el caso de Iraq,
sin armas de destrucción masiva de las que hablar, EEUU
planifica una guerra; en el caso de Corea del Norte, ofrece a
este país ayuda económica y energética.
Que diferencia humillante entre el desprecio hacia los árabes
y el respeto a Corea del Norte, igualmente una cruel dictadura.
En los mundos árabe y musulmán la situación
parece más peculiar. Durante casi un año, los políticos
estadounidenses, los expertos regionales, los representantes
de la Administración, los periodistas, han repetido las
acusaciones que se han convertido en moneda de cambio en lo que
respecta al Islam y a los árabes. La mayor parte de este
coro se remonta a antes del 11 de septiembre, como he mostrado
en mis libros Orientalismo y Covering Islam. Al
coro prácticamente unánime de ahora se le ha unido
la autoridad del Informe de Desarrollo Humano Árabe de
Naciones Unidas que certifica que los árabes sufren un
retraso dramático por detrás del resto del mundo
en democracia, en conocimiento y en derechos de las mujeres.
Todo el mundo dice (con alguna justificación, por supuesto)
que el Islam necesita una reforma y que el sistema educativo
árabes es un desastre, de hecho, una escuela para fanáticos
religiosos y bombas humanas fundado no solo por locos imanes
y sus ricos seguidores (como Osama Bin Laden) sino por gobiernos
que son supuestamente aliados de EEUU. Los únicos árabes
buenos son aquellos que aparecen en los medios de comunicación
desacreditando sin reservas la cultura y la sociedad árabes
modernas. Recuerdo la floja cadencia de sus frases porque, sin
nada positivo que decir sobre si mismos o sobre sus pueblos y
su lengua, simplemente regurgitan las cansinas fórmulas
estadounidenses que flotan ya en las ondas y en las páginas
de los periódicos.
Sin democracia
Nos falta democracia, dicen; no hemos desafiado al Islam lo
suficiente, necesitamos hacer más para ahuyentar el espectro
del nacionalismo árabe y el credo de la unidad árabe.
Todo eso es basura ideológica desacreditada. Solo lo que
nosotros y nuestros instructores estadounidenses decimos sobre
los árabes y el Islam -clichés orientalistas vagamente
reciclados del tipo repetido con casina mediocridad como la de
Bernard Lewis [1]- es verdad. El resto no es suficientemente
realista o pragmático. Nosotros necesitamos sumarnos
a la modernidad, que es efectivamente la occidental, la globalizada,
la del libre mercado, la democrática -sea lo que quiera
que esas palabras hayan llegado a significar. (Si tuviera tiempo,
habría un ensayo que escribir sobre el estilo de la prosa
de Ajami, Gerges, Makiya [2], Talhami, Fandy, etc., todos
ellos académicos cuyo lenguaje propio apesta a servilismo,
a falta de autenticidad y a un mimetismo desesperadamente afectado
que les ha sido impuesto).
El choque de civilizaciones que George Bush y sus validos
están tratando de fabricar como cobertura para una guerra
preventiva por petróleo y hegemonía contra Iraq
va a dar lugar supuestamente a un triunfo para la construcción
nacional democrática, el cambio de régimen y la
modernización forzada "a la americana". No importan
las bombas ni los estragos de las sanciones que no se mencionan.
Esta será una guerra purificadora cuya meta es derrocar
a Sadam y a sus hombres y reemplazarlo con un mapa redibujado
de toda la región. Un nuevo Sykes Picot [3]. Una
nueva Balfour [4]. Unos nuevos 14 puntos de Wilson [5].
Un nuevo mundo en suma. Los iraquíes -nos dicen los disidentes-
darán la bienvenida a la liberación y quizás
olviden por completo todos sus sufrimientos pasados. Quizás.
Mientras tanto, la monótona situación en Palestina
empeora cada vez. Parece que no hay fuerza capaz de parar a Sharon
y a Mofaz [ministro de Defensa israelí]que vociferan su
desafío al mundo entero. Notros prohibimos, nosotros castigamos,
nosotros proscribimos, nosotros rompemos, nosotros destruimos.
El torrente de violencia ininterrumpida contra todo un pueblo
continua. Mientras escribo estas líneas, he recibido la
noticia de que toda la aldea de al-Daba', en el área de
Qalqilya, en Cisjordania, está a punto de ser borrada
por 60 toneladas de bulldozers israelíes de fabricación
estadounidense: 250 palestinos perderán sus 42 casas,
700 dunums de tierra agrícola, una mezquita, y
una escuela elemental que alberga a 132 escolares. Naciones Unidas
está presente sin intervenir viendo que sus resoluciones
se incumplen cada hora que pasa. Típicamente, ay, George
Bush se identifica con Sharon y no con el chico palestino de
16 años que utilizan los soldados israelíes como
escudo humano.
Mientras tanto, la Autoridad Palestina (AP) ofrece una vuelta
a la negociación de la paz y, presumiblemente, a Oslo.
Habiéndose quemado durante diez años por primera
vez, Arafat parece que quiere, inexplicablemente, volver a lanzarse
a lo mismo. Sus fieles lugartenientes hacen declaraciones y escriben
artículos de opinión en la prensa, sugiriendo su
disposición a aceptar cualquier cosa más o menos.
Pero de manera singular, la gran mayoría de ese pueblo
heroico parece determinado a seguir adelante, sin paz y sin respiro,
sangrando, pasando hambre, muriendo día a día.
Tienen demasiada dignidad y confianza en la justicia de su causa
como para someterse vergonzosamente a Israel, como sus dirigentes
han hecho. ¿Qué puede ser más desalentador
para la media de la gente de Gaza que sigue resistiendo a la
ocupación israelí que ver a sus lideres arrodillados
como suplicantes ante EEUU?
Ante este completo panorama de desolación, lo que captan
los ojos es la amarga pasividad y la impotencia del mundo árabe
en su totalidad. El gobierno de EEUU y sus servidores emiten
declaración tras declaración de propósitos,
desplazan tropas y material, transportan tanques y destructores,
pero los árabes individual y colectivamente apenas pueden
reunir un suave negativa (a lo sumo dicen: no, no pueden ustedes
usar las bases militares de nuestro territorio) para dar marcha
atrás pocos días después.
Silencio e impotencia
La mayor potencia de la historia está apunto de lanzar
-y reitera incansablemente sus intenciones de lanzarla- una guerra
contra un país árabe soberano ahora gobernado por
un régimen horrible, una guerra cuyo claro propósito
es, no solo destruir al régimen ba'ath, sino redibujar
la región en su totalidad. El Pentágono no ha ocultado
que sus planes son re-diseñar el mapa de todo el mundo
árabe, quizá cambiando otros regímenes y
muchas fronteras en el proceso. Nadie pude protegerse del cataclismo
cuando llega (si llega, que no es todavía una certeza
absoluta). Y sin embargo, solo hay un largo silencio seguido
de una vaga queja de correcta seriedad por respuesta. Después
de todo, los afectados serán millones de personas. EEUU
planifica con desprecio su futuro sin consultarles. ¿Nos
merecemos estas burlas racistas?
Esto no es solo inaceptable: es imposible de creer. ¿Cómo
puede una región de casi 300 millones de árabes
esperar pasivamente a que caigan los golpes sin intentar un grito
colectivo de resistencia y sin que se oiga la proclamación
de una posición alternativa?, ¿será disuelto
por completo el mundo árabe? Incluso un prisionero a punto
de ser ejecutado tiene normalmente algunas últimas palabras
que pronunciar. ¿Por qué no se produce ahora un
último testimonio de una era de la Historia, de una civilización
a punto de ser aplastada y transformada completamente, de una
sociedad que a pesar de sus retrocesos y debilidades sigue no
obstante funcionando? Los bebés árabes nacen cada
hora, los niños van a la escuela, los hombres y las mujeres
se casan y trabajan y tienen hijos, juegan y ríen y comen;
se entristecen, enferman y mueren. Hay en el mundo árabe
amor y compañerismo, amistad y emociones. Si, los árabes
están reprimidos y mal gobernados, terriblemente mal gobernados,
pero se las arreglan para seguir adelante en la empresa de vivir
a pesar de todo. Este es el hecho que tanto los dirigentes árabes
como EEUU simplemente ignoran cuando lanzan gestos vacíos
a la denominada "calle árabe" inventada por
mediocres orientalistas.
¿Pero quién se hace ahora preguntas existencialistas
sobre nuestro futuro como pueblo? La labor no puede dejarse a
una cacofonía de fanáticos religiosos y sumisos,
borregos fatalistas. Aunque este parece ser el caso. Los gobiernos
árabes no, la mayoría de los países
árabes de arriba abajo-- se respaldan en sus asientos
y simplemente esperan mientras EEUU adopta una actitud, organiza,
amenaza y envía más soldados y F-16 para repartir
el golpe. El silencio es ensordecedor.
Años de sacrificio y lucha, de huesos rotos en cientos
de prisiones y cámaras de tortura desde el Atlántico
hasta el Golfo, familias destruidas, pobreza infinita y sufrimiento.
Enormes y caros ejércitos. ¿Para qué?
Esto no es una cuestión partidista, o de ideología
o de ficción: es una cuestión de lo que el gran
teólogo Paul Tillich solía llamar extrema seriedad.
La tecnología, la modernización y ciertamente la
globalización no son la respuesta a lo que nos amenaza
ahora como pueblos. Tenemos en nuestra tradición un cuerpo
entero de tratados laicos y religiosos que tratan de comienzos
y finales, de vida y muerte, de amor y cólera, de sociedad
e historia. Está allí, pero ninguna voz, ningún
individuo de visión amplia y autoridad moral parece capaz
ahora de utilizarlo y llamar su atención. Estamos a las
puertas de una catástrofe que nuestros dirigentes políticos,
morales y religiosos solo pueden denunciar un poquito mientras,
detrás de susurros y guiños y puertas cerradas,
hacen planes para aguantar la tormenta de algún modo.
Piensan en la supervivencia y quizá en el cielo. Pero
¿quien se encarga del presente, de lo mundano, de la tierra,
del agua, del aire y de las vidas que dependen unas de las otras
para existir? Nadie parece estar al cargo. Hay una maravillosa
expresión coloquial en inglés que con mucha precisión
e ironía capta nuestra inaceptable impotencia, nuestra
pasividad e incapacidad para ayudarnos a nosotros mismos ahora
que nuestra fuerza es más necesaria. La expresión
es: "el último que salga, que apague la luz".
Estamos tan cerca de un cataclismo de tal envergadura que muy
poco quedará de pié tras su paso, y ni siquiera
dejará nada que registrar, excepto el último mandato
que ruega por la extinción.
¿No ha llegado el momento de que colectivamente exijamos
e intentemos formular una alternativa genuinamente árabe
al naufragio que está a punto de hundir nuestro mundo?
Esto no es solo una cuestión trivial de "cambio de
régimen", aunque Dios sabe que no nos iría
mal un poco de eso. Por supuesto, no puede ser un retorno a Oslo,
ni otra oferta a Israel para que, por favor, acepte nuestra existencia
y nos deje vivir en paz, ni otra inaudible súplica de
clemencia humillante y servil. ¿Nadie va a salir a la
luz del día para expresar una visión de nuestro
futuro que no esté basada en un guión escrito por
Donald Rumself y Paul Wolfowitz, esos dos símbolos de
poder vacante y desmesurada arrogancia? Espero que alguien me
escuche...
Notas de CSCAweb:
1. Véase
en CSCAweb: Lamis
Andonis: Al servicio del Imperio y Edward Said: Israel, Iraq
y Estados Unidos
2. Véase en CSCAweb: Edward Said: Desinformación
sobre Iraq
3. Véase en CSCAweb: Iraq, la guerra decidida, La Administración
Bush detalla el programa para instaurarse como nueva potencia
colonial en Iraq tras su invasión militar y ¿Qué
es lo que realmente está en juego?: los planes de EEUU
para un nuevo mapa de Oriente Medio
4. La Declaración Balfour de 2 de noviembre de 1917, es
el documento dirigido en forma de correspondencia a Lord Rothschild,
representante del Movimiento Sionista en Gran Bretaña,
por Arthur James Balfour, ministro de Asuntos Exteriores británico
y en el que, en nombre de Gran Bretaña, se aprueba el
establecimiento de un "Hogar nacional judío"
en Palestina.
5. Los llamados Catorce puntos de Wilson, de enero de
1918, fue el documento elaborado por la Administración
estadounidense del presidente Woodrow Wilson tras la Primera
Guerra Mundial. Los catorce puntos promulgaban, entre otros,
los principios de autodeterminación y de no imperialismo
así como la creación de la Sociedad de Naciones
para preservar la paz internacional. No obstante, al establecerse
posteriormente el sistema de mandatos que repartiría entre
las potencias europeas los territorios árabes (Conferencia
de San Remo de 1920) y del cual EEUU quedó excluido, la
Administración estadounidense fue renunciando progresivamente
al contenido de los Catorce puntos para favorecer sus intereses
como potencia internacional emergente y con ambiciones de expansión.
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