No a la invasión de
Iraq
Javier Sádaba*
9 de febrero de 2003, Texto para CSCAweb
(www.nodo50.org/csca)
"Para que la justicia
se pose en este mundo es necesario cambiar las reglas del juego.
Unas reglas que han decretado que hay que poner en funcionamiento
la maquinaria militar, que el petróleo les pertenece,
que los países han de responder a sus designios y que
nadie ose moverse. Contra esto somos -cómo no- 'altermundistas'.
Y decimos no sólo 'No a la guerra' sino 'No' a todos lo
que, de una u otra manera, la toleraron, la tolerarían
si estuvieran en el poder o la aprovechan como medio para sus
intereses. Nuestro No a la guerra es rotundo, tiene pasado, presente
y futuro y no se inscribe en ningún programa electoral
de los que se rifan. Por eso y para evitar malentendidos, 'A
la guerra, no'."
La mal llamada
guerra que está a punto de producirse se puede estudiar
desde perspectivas distintas. Por ejemplo, y dentro de un análisis
técnico, se puede discutir sobre el alcance de la resolución
1441 de las Naciones Unidas (NNUU). Y desde un punto de vista
estrictamente lógico es una excelente ocasión para
saber qué es una falacia; es decir, cómo se construyen
argumentos inválidos; o, mejor, seudoargumentos inválidos
y que reciben el nombre de sofismas puesto que existe el sofisma
cuando se engaña conscientemente. En este sentido invitaría
a cualquier profesor de introducción a la lógica
a que usara el material que están poniendo a disposición
los que dicen apoyarse en las NNUU y luego las desprecian (un
solo dato entre paréntesis: Israel ha desobedecido 32
veces y Turquía 24 a los requerimientos que les ha hecho
el organismo internacional).
La lista de falacias y sofismas sería interminable
y no es mi intención detenerme en ellas. Son tan claras
que no es necesario poseer una formación intelectual especial
para detectarlas. Que el país, léase EEUU, más
beligerante contra el Tribunal Internacional Penal o que nunca
ha votado contra el desarme nuclear nos cuente ahora que existe
una pequeña nación que transgrede las normas internacionales
suena a risa. Lo malo es que la risa en estos casos se transforma
en mueca. Porque detrás está la muerte. Y la muerte,
en primer lugar, de niños, mujeres y hombres que poco
tienen que ver con el conflicto. Es lo que sucedió hace
doce años con el pretexto de que Iraq se había
anexionado Kuwait. Nadie, por cierto, dijo nada cuando Vietnam
se metió en Camboya o en Centroáfrica las fronteras
territoriales se respetan menos que el caballo de Atila la hierba.
Por no hablar de nuevo de los EEUU que para derrocar los regímenes
que no son de su agrado ha invadido todos los países que
le ha dado la gana. Y, desde luego, es ésta también
una oportunidad para que los interesados en el Derecho Internacional,
que prohibe tajantemente las guerras, sepan para qué sirven
o a quién sirven.
El contenido del problema
Lo que acabo de exponer se refiere a lo que podríamos
llamar formalidad del problema. Pero me importa sobre todo fijarme
en su contenido. En palabras más acordes con la tradición
política: me importa fijarme en la ideología que
está detrás de los que apoyan o se oponen a la
guerra. Y para eso, antes de nada, me gustaría señalar
que la propaganda ha montado la escena de la siguiente forma.
Por un lado estarían los racionales y por otro los emotivos.
En la esquina de la sensatez y del cálculo se situarían
los que, conocedores de lo que realmente sucede, nos avisan de
que es de tontos no estar atentos al peligro inmenso que supone
Sadam Husein. (Por mi parte la simpatía que tengo al personaje
es la misma que tengo a cualquier dictador, aunque éste
se vista de demócrata. Sólo añadiría
en contra del iraquí que su actitud ante la minoría
kurda, al igual que la más silenciada de Turquía,
me repugna.) Y en la otra esquina se colocarían unos ingenuos
pacifistas que no razonan sino que se dejan llevar por su alocado
y tierno corazón. Aunque he de añadir que, una
vez más, en este punto los buenos se vuelven a
poner el traje cínico. Porque inmediatamente añaden
que bajo el manto pacifista se encuentra el lobo de siempre.
Un lobo que identifican con una izquierda a la que han vestido
a su antojo. Pero se les podría preguntar, ¿en
qué quedamos, lobos o corderos? Además, y dicho
de paso, la emotividad no siempre es mala. Es cierto que una
emoción sin reflexión o un sentimiento que reflejara
los prejuicios del grupo o la falta de formación no es
de recibo. Pero tampoco son de recibo la insensibilidad ante
el sufrimiento, la incapacidad para medir los dolores que una
guerra causa o la perversión de enfocar los fines que
se pretenden obtener sin introducir en el análisis una
gota de humanidad.
En cualquier caso he señalado que lo que importa es
el fondo, más que la forma, y que lo que está en
juego es la ideología, más que las distintas idas
y venidas sobre si lo que se ha dicho es "a" o "b".
Da pena escuchar los comentarios y discusiones de salón,
en los que se refleja casi siempre la opinión de los respectivos
amos, que tienen lugar a nuestro alrededor. Se trata, en el
mejor de los casos, de ejercicios de memoria propios de parvulario
o de apuntarse rápidamente a lo que evite dolores de cabeza.
Vayamos, por lo tanto, a las dos ideologías que se enfrentan.
Porque ésa es la cuestión. Porque ahí se
dirime el conflicto. Y en este sentido lo que algunos afirmamos
es que, incluso cuando caemos en contradicción, seguiremos
manteniendo que existen dos mundos, el del dinero, que lo puede
casi todo, y el de aquellos que han de someterse, por las buenas
o por las malas, a sus designios. EEUU ha decidido en razón
de sus intereses ir a esa guerra. Y todos deben acomodarse a
sus deseos. EEUU y sus sumisos aliados están en un lado
de la frontera y que no es otro sino el del poder puro y duro.
Ésa es la nuez y el resto es cáscara. No negamos,
por eso, o al menos no lo niego yo, que en ocasiones no sepamos
ser más equilibrados en nuestros razonamientos o que deberíamos
estar más atentos a otros defectos reales de nuestro mundo.
Sin duda. Pero no somos dioses y estamos rodeados de las imperfecciones
que cualquier postura comprometida lleva consigo. Y confesamos,
o al menos confieso, que soy menos exigente con los pobres que
con los que diseñan desde siempre nuestras vidas. Nos
esforzaremos, desde luego, en ser más justos y caer en
menos incorrecciones lógicas que los del otro lado (aunque
todavía nos ganen, en irracionalidad, por goleada). Pero,
repito, no es ésa la almendra del problema.
Queremos otro mundo. Deseamos que cambien las cosas de arriba
abajo. En este punto puede aparecer la voz sigilosa o tronante
de los bienpensantes y preguntar si hay alguna garantía
de que el mundo que proponemos vaya a mejorar mucho la situación
global del planeta. La respuesta es clara: no damos más
de lo que tenemos. Y, así, reconocemos las muchas equivocaciones
en las que los movimientos liberadores y la izquierda emancipatoria
han cometido. Pero sí estamos seguros de una cosa: para
que la justicia se pose en este mundo es necesario cambiar las
reglas del juego. Unas reglas que han decretado que hay que poner
en funcionamiento la maquinaria militar, que el petróleo
les pertenece, que los países han de responder a sus designios
y que nadie ose moverse. Contra esto somos, cómo no, altermundistas.
Y decimos no sólo No a la guerra sino No a
todos lo que, de una u otra manera, la toleraron, la tolerarían
si estuvieran en el poder o la aprovechan como medio para sus
intereses. Nuestro No a la guerra es rotundo, tiene pasado,
presente y futuro y no se inscribe en ningún programa
electoral de los que se rifan. Por eso y para evitar malentendidos,
A la guerra no.
|