Steven Rose
¿Genes criminales?
¿Pueden
los genes predisponer a una
persona para ser un delincuente?
Algunos
abogados estadounidenses están usando ahora el argumento “genético” como
atenuante para asesinos convictos. ¿Existen genes para el alcoholismo? ¿O genes
que lo hagan a uno gay, religioso, propenso al divorcio o incluso genes que
determinen la preferencia electoral? Si uno cree las afirmaciones de algunos
científicos que se autodenominan “genetistas conductuales”, muchos aspectos del
comportamiento humano están determinados de alguna manera por nuestros genes.
Las declaraciones de este tipo tienen una larga y desprestigiada
historia que data del movimiento de la “eugenesia” de principios del siglo XX,
iniciado por su “fundador”, Francis Galton, en la Inglaterra victoriana. Pero
cualesquiera que hayan sido los postulados extravagantes del movimiento de la
eugenesia y sus crímenes sociales, que incluyeron la esterilización forzosa de
miles de personas (en su mayoría, mujeres) en Europa y los Estados Unidos, hoy
se supone que es distinto. En la actualidad, se supone que las afirmaciones
están respaldadas por los avances en la verdadera ciencia molecular, en la
genética.
Por supuesto, muchos problemas sociales son de familia; nuestras
sociedades no son igualitarias; la gente que vive en la pobreza tiende a criar
hijos que viven en la pobreza. Sin embargo, esto no hace que la pobreza sea
genética. De la misma
manera, los hijos de padres ricos pueden
heredar riquezas, pero se trata de herencias sociales, no genéticas.
Es difícil
diferenciar entre la influencia de los genes y la del medio en el largo y complejo proceso del desarrollo humano –de hecho, nunca se puede asegurar que el x%
de algún aspecto del carácter de un individuo sea genético
y el y% se derive de su medio. Los
dos están indisolublemente ligados a lo largo de los muchos años que nos toma
construirnos a nosotros mismos con la materia prima de los genes y el medio. Lo
que los genetistas tratan de hacer es determinar qué tanto de la variación de una
característica dentro de una población puede atribuirse a los genes y si hay
algún gen específico que determine esa característica.
Mientras que es posible hacer eso en el caso de enfermedades cuyo
diagnóstico es relativamente claro y donde sólo existe un gen anormal
relacionado con el padecimiento (la enfermedad de Huntington es un buen
ejemplo), esto dista mucho de poder afirmar que un gen específico determina que
uno sea criminal o alcohólico. Ciertamente los genes contribuyen a la formación
de nuestro comportamiento, pero ese comportamiento está profundamente
influenciado por los procesos de desarrollo, la cultura, el medio social e,
incluso, la tecnología. Es imposible
hablar de genes que “determinan” cualquier aspecto complejo de la forma de pensar o de actuar del ser humano.
Tomemos como ejemplo la agresividad. Utilizamos esa palabra para
describir muchos tipos distintos de comportamiento. Se habla de un empresario
agresivo, o de cirugía agresiva en términos positivos. Pero también se habla
del comportamiento agresivo del hombre hacia su pareja o sus hijos, de
confrontaciones agresivas entre fanáticos del futbol, o de la policía contra
los manifestantes. También se habla de librar una guerra
agresiva. ¿Acaso todas éstas son manifestaciones de la misma característica?
Para complicar las cosas, el mismo acto, en el que intervienen los
mismos genes, músculos y otros factores, puede en ocasiones ser considerado
como criminalmente agresivo y en otras como el cumplimiento del deber. Tenemos
el caso del soldado británico Lee Cleg quien, durante su comisión en Irlanda
del Norte, mató a un adolescente que se había robado un automóvil y que no se
detuvo en un retén de seguridad. Clegg fue sometido a juicio, declarado
culpable y enviado a la cárcel por asesinato, pero su condena fue cancelada y
se reintegró –y luego fue ascendido- al ejército. Entonces, ¿tiene los genes de
la agresión criminal o es un buen soldado? Si la definición de este “fenotipo
agresivo” es tan pobre, ¿cómo podemos aspirar a estudiar su aspecto genético?
Lamentablemente, eso no ha impedido que haya quien lo intente. Esto
queda de manifiesto en un estudio publicado en la revista Science en 1993 por
un equipo encabezado por Han Brunner que describe a una familia holandesa,
algunos de cuyos miembros fueron descritos como anormalmente violentos. En
particular, ocho hombres “que vivían en lugares distintos del país, en momentos
diferentes a lo largo de tres generaciones presentaron un ‘fenotipo de
comportamiento anormal’ ”. Los tipos de comportamiento incluían “arranques
agresivos, incendios provocados, intento de violación y exhibicionismo.” ¿Se
puede honestamente catalogar a tipos tan diferentes de comportamiento con la
etiqueta única de agresividad?
Si tal afirmación se hiciera en el contexto de un estudio sobre el
comportamiento de algún animal, seguramente no sería aceptado por los
científicos. Sin embargo, la investigación
de Brunner se publicó en una
de las revistas más prestigiosas del mundo y recibió una atención
considerable.
Se dio mucha importancia a la afirmación de que cada uno de estos
individuos “violentos” tenían una mutación en el código genético de la enzima
monoamino oxidasa (MAOA). ¿Podría esta mutación ser la “causa” de la violencia
descrita?
Tiempo después Brunner negó el vínculo directo y se desligó de las
afirmaciones públicas en el sentido de que su grupo había identificado el “gen
de la agresividad”. No obstante, el artículo es ampliamente citado, y lo que en
su título se describió como “anormal” ahora se ha convertido en “comportamiento
agresivo”. Así, un estudio que describía a un grupo de ratones que carecían de
la enzima monoamino oxidasa A apareció en Science bajo el título
“Comportamiento agresivo” dos años después del artículo de Brunner.
Los autores, principalmente un grupo de franceses dirigido por Olivier
Cases, describen a ratones que presentan “temblores, dificultad para
enderezarse, miedo, carreras frenéticas y caídas..sueño (inquieto)..propensión
a morder al investigador...postura jorobada...” De todas estas características
de desarrollo anormal, los autores decidieron subrayar sólo el aspecto agresivo
en el título de su investigación, y concluir su descripción sosteniendo que
esos resultados “respaldan la idea de que el comportamiento particularmente
violento de los pocos humanos del género masculino conocidos que carecen de la
MAOA...es una consecuencia directa de una deficiencia de MAO.”
Esas evidencias, por escasas que sean, se han convertido en la base del
arsenal que utiliza, por ejemplo, la Iniciativa Federal para la Violencia de
los EU, que pretende identificar a aquellos niños de los barrios bajos que se
considera están en riesgo de tornarse violentos a causa de factores bioquímicos
o genéticos. Este programa, propuesto por el entonces director del Instituo
Nacional de Salud Mental de los EU, Frederick Goodwin, se enfrentó desde el
principio a críticas por sus implicaciones potencialmente racistas –es decir,
las alusiones constantes a la juventud “de alto impacto de los barrios bajos”.
No mucho después, Goodwin dejó su cargo y las propuestas para llevar a cabo una
junta en la que se analizarían sus planteamientos fueron abandonadas. Sin
embargo, algunos aspectos del programa de investigación continuan en Chicago y
otras ciudades.
El ejemplo del “gen de la agresividad” se puede repretir una y otra vez
con relación a muchos de los planteamientos que pretenden explicar las raíces
genéticas de las conductas humanas anormales o indeseables. Tales afirmaciones
alcanzan los titulares de los periódicos e incluso influyen sobre las
iniciativas de política social. Sin embargo, los intentos por aplicar la
ciencia biológica a la legislación sobre la condición humana pueden llevarnos
de regreso a la época oscurantista de la eugenesia si no tenemos cuidado.
* Steven Rose, Profesor de física en el Gresham College de la
Universidad de Londres y Director del Centro de Investigación sobre el Cerebro
y la Conducta de la Open University.