Jonathan
Fortich
Apuntes marxistas sobre la historia del arte
El desarrollo de la materia no sigue una línea
continua y estable. Los años de prosperidad y el desarrollo de las actividades
económicas y sociales, les llevarían a buscar en las piedras algo más que una
herramienta para cortar, golpear o romper. Las manos de estos hombres y mujeres
habían demostrado ser capaces de transformar […]
El desarrollo de la materia no sigue una línea
continua y estable. Los años de prosperidad y el desarrollo de las actividades
económicas y sociales, les llevarían a buscar en las piedras algo más que una
herramienta para cortar, golpear o romper. Las manos de estos hombres y mujeres
habían demostrado ser capaces de transformar la materia y a sí mismos, y
dotados de un cerebro mayor y más complejo, la materia se veía de otra forma.
Así, la talla de las rocas daría un salto cualitativo más allá de la simple
utilidad práctica. Formas más «acertadas» darían a estos guijarros una utilidad
superior a lo puramente económico.
Manifiestan categóricamente Karl Marx y Friedrich
Engels en La Ideologia Alemana que:
«…la primera premisa de toda existencia humana y
también, por tanto, de toda historia, es que los hombres se hallen para ‘hacer
historia’, en condiciones de poder vivir. Ahora bien, para vivir hace falta
comer, beber, alojarse bajo un techo, vestirse y algunas cosas más. El primer
hecho histórico es, por consiguiente, la producción de los medios
indispensables para la satisfacción de estas necesidades, es decir, la producción
de la vida material misma, y no cabe duda de que es éste un hecho histórico,
una condición fundamental de toda historia, que lo mismo hoy que hace miles de
años, necesita cumplirse todos los días y a todas horas, simplemente para
asegurar la vida de los hombres»1.
Georgi Plejánov, siguiendo las tesis de la concepción
materialista de la historia, relaciona los orígenes del arte directamente con
el trabajo y a las actividades económicas de las primeras sociedades. Las
conclusiones del padre del marxismo ruso se basan en las observaciones hechas
sobre las prácticas artísticas y culturales de los pueblos «primitivos»
relacionadas en diferentes obras de los siglos XVII al XIX que podríamos
considerar como precursoras de la antropología moderna.
Sin ser necesariamente una «imitación» de la realidad,
las creaciones artísticas de los pueblos más atrasados estuvieron ligadas a la
cacería y la agricultura, primeras actividades económicas del ser humano. Las
cavernas de Altamira, Lascaux y Chauvet, descubiertas en el siglo pasado2, así
como las piezas escultóricas más antigüas encontradas hasta ahora, entre las
que destacan las famosas venus prehistóricas que, de manera casi unánime, la
mayoría de estudios relacionan con la fertilidad, prueban lo acertado de las conclusiones
de Plejánov, a pesar de lo limitado de las evidencias en ese entonces. Vale
agregar que aun hoy estamos harto lejos de tener suficiente información sobre
nuestro pasado.
En la introducción de su conocida obra La historia del
arte Ernst Hans Gömbrich dice que «No existe, realmente, el Arte. Tan sólo hay
artistas»3 a quienes define, a su vez, como aquellos que buscan la forma
acertada en sus obras4. Dejando a un lado el eventual debate sobre esta
definición está claro que en alguna parte de la Historia surge el oficio o la
actividad de «artista». Hasta entonces, las prácticas relacionadas con lo que
hoy entendemos por arte habrían estado integradas a los diferentes aspectos de
la vida de los primeros hombres y mujeres. El artista, como lo concebimos hoy,
es un producto de la división del trabajo a través de la historia y, tal vez,
en algún punto lejano de nuestro pasado, cada homo sapiens que habitaba la faz
de La Tierra era artista, mago, sácerdote y médico; así como también cazador,
explorador y recolector. Pero además, no como un individuo aislado, sino como
parte de una comunidad de
artista-mago-sacerdote-médico-cazador-explorador-recolectores como él o ella5.
Coloquialmente, palabras como primitivo o rupestre son
usadas para referirse a aquello que está elaborado con tosquedad. Empero,
cuando estudiamos el arte de los pueblos que llamamos primitivos encontramos,
no solo belleza (un concepto que en estética se hace cada vez menos eficaz),
también encontramos una importante destreza técnica y un nivel de complejidad
considerable en la concepción de la forma. Es de anotar, además, que estas
obras fueron hechas con herramientas mucho más rudimentarias que aquellas
usadas por los artistas y artesanos de las sociedades esclavistas que
aprendieron a usar el hierro y otros metales. Estrictamente hablando, aquellos
primeros escultores usaron piedras afiladas y talladas con la ayuda de otras
piedras. Seguramente agua y materias de origen vegetal o animal también, pero
nada más que eso.
De acuerdo a lo expuesto por Friedrich Engels en El
papel del trabajo en la transformación del mono en hombre, el trabajo no sólo
permitió a los primeros homínidos evolucionar hasta el homo sapiens actual,
también les permitió desarrollar el lenguaje. A lo concluído por el filósofo
alemán hace más de 130 años, agregamos que el trabajo les llevó, además, a la
«forma».
Volviendo a E. H. Gömbrich, este demuestra que todos
los seres humanos tenemos el concepto de forma metido en la cabeza. Tener este
sentido nos permite experimentar lo que el investigador austríaco llama «placer
estético» cuando apreciamos una obra de arte. ¿Pero, de dónde surge esta
«forma» que todos tenemos en la cabeza? Sería idealista y carente de fundamento
decir que nacemos con ella6.
En el artículo mencionado arriba, Engels demuestra,
entre otras cosas, que la capacidad de fabricar herramientas es lo que
diferencia al ser humano de las demás especies. A pesar de que se ha
descubierto que los chimpancés Gombe y Mahale fabrican pequeñas lanzas
deshojando ramas cuya punta afilan con los dientes para cazar hormigas que
viven en el interior de los troncos, la afirmación de Engels sigue siendo
válida. Más bien, demuestra la validez de las tesis evolutivas expuestas en el
siglo XIX por Engels y Darwin7. La fabricación de estas lanzas parece ser
reciente y hasta ahora no parece haber generado cambios significativos en el
entorno de los chimpancés. Probablemente en algunos miles de años, dependiendo
de las condiciones materiales, esta práctica, si se complejiza, podría dar lugar
a un salto evolutivo de esta especie hacia un nuevo tipo de homínido. Al fin y
al cabo, las diferencias genéticas entre el chimpancé y el ser humano,
difícilmente llegan al 2%. Pero mientras no se dé este salto evolutivo, el ser
humano seguirá siendo el único animal capaz de fabricar herramientas para
procurarse medios de vida y transformar su realidad material. En 1994
Savage-Rumbaugh y Lewin publicaron Kanzi: The Ape at the Brink of the Human
Mind en el que analizaron las capacidades de Kanzi, un bonobo cautivo de quien
esperaban que llegase a fabricar herramientas de piedra. A pesar de las
habilidades de Kanzi el experimento resultó infructuoso: «Hasta ahora Kanzi ha
demostrado un grado relativamente bajo de sutilieza tecnológica en cada uno de
[los cuatro criterios] comparados a los observados en el registro del
Paleolítico inferior.» «Por supuesto que hay una clara diferencia entre la
habilidad picapedrera de Kanzi y los fabricantes de herramientas de Olduvai, lo
que parece implicar que esos humanos primitivos habían dejado de hecho de ser
simios»8.
Con respecto a este caso mencionan Alan Woods y Ted
Grant en Razón y Revolución:
«Los primeros humanos eran capaces de descuartizar
cadáveres de grandes animales, para lo que necesitaban herramientas de piedra
afiladas. Sin duda los primeros homínidos utilizaban solamente utensilios ya
hechos, como palos. Es el mismo tipo de actividad que podemos ver en los
chimpancés. Si los humanos se hubiesen quedado en una dieta principalmente
vegetariana, no hubiesen tenido necesidad de fabricar herramientas de piedra.
Pero la capacidad de fabricarlas les dio acceso a una nueva fuente de comida.
Esto sigue siendo cierto incluso si aceptamos que los primeros humanos no eran
cazadores, sino principalmente carroñeros. Seguirían necesitando herramientas
para abrirse paso a través de la recia piel de los animales más grandes»9.
El primero de nuestros antepasados que fabricó
herramientas, y de ahí su nombre, fue el homo habilis, que vivió entre 2.3 y
1.4 millones de años atrás. Es de suponer que el homo habilis, incluso alguno
de sus antepasados, pudo haber empleado lanzas como las de los chimpancés de
Goodall, pero debido a la rápida descomposición de la materia vegetal no
disponemos de evidencias para afirmarlo. Las pocas herramientas que conservamos
de nuestros antepasados son de piedra y marfil, materiales resistentes al paso
del tiempo.
Las herramientas más viejas que conocemos son los
cantos tallados; esto es, guijarros con bordes tallados de manera rudimentaria.
Los más antiguos datan de entre 2.9 y 2.4 millones de años. Aunque las fechas
no son exactas, se puede deducir que fueron fabricadas antes del homo habilis.
Se deduce que este borde se lograba golpeando la piedra contra una roca mayor.
No sabemos qué uso se le daba a estos guijarros. Sabemos, por ejemplo, que no
sólo se usaba el núcleo tallado, también las lascas filosas que salían de la
talla eran aprovechadas. Tal vez los núcleos eran armas y herramientas de
corte, mientras que las lascas serían cuchillas. Con el paso del tiempo, estos
primitivos cantos tallados dieron paso a cabezas de hacha mucho más elaboradas.
En estas, ya encontramos un sentido de la forma que, ciertamente, surgió de la
experiencia acumulada sobre la práctica del trabajo.
Cuando se observan estas herramientas salta a la vista
que nuestros lejanos ancestros precisaron de dar muchos golpes para descubrir
que una determinada forma del núcleo, hacía la herramienta más efectiva para
sus fines. No descartamos que el ritmo haya servido para hacer placentera una
acción en principio monótona y que tal vez inspirara algún tipo de canción.
El desarrollo de la materia no sigue una línea
continua y estable. Los años de prosperidad y el desarrollo de las actividades
económicas y sociales, les llevarían a buscar en las piedras algo más que una
herramienta para cortar, golpear o romper. Las manos de estos hombres y mujeres
habían demostrado ser capaces de transformar la materia y a sí mismos, y
dotados de un cerebro mayor y más complejo, la materia se veía de otra forma.
Así, la talla de las rocas daría un salto cualitativo más allá de la simple
utilidad práctica. Formas más «acertadas» le darían a estos guijarros una
utilidad superior a lo puramente económico.
Habrían de pasar un millón de años para que los cantos
tallados, las primeras cabezas de hacha y las puntas de lanza se transformaran
en pequeñas esculturas de piedra y marfil. Sería pretencioso y fuera de lugar
intentar describir paso a paso, los procesos que llevaron a un homo habilis que
afilaba piedras a convertirse, después de varios saltos evolutivos, en un homo
sapiens sapiens que talla pequeñas esculturas. Sin embargo, surgen un par de
ideas sueltas que vale la pena expresar.
A nuestro modo de ver, las formas estéticas surgen en
los primeros humanos de la efectividad que tengan las herramientas para unos
determinados fines. La experiencia permanente de que una determinada forma
hacía a una herramienta más eficaz, habría llevado a buscar la perfección de
esa forma en sí misma. Esta búsqueda colectiva, en principio por lograr una
hacha o lanza más efectiva, pondría en el trabajo los deseos de estos
individuos por mejorar sus condiciones de vida en un entorno que les era
adverso. El trabajo colectivo cargaría de significado esa forma buscada, y
cuando decimos que un objeto o una forma adquieren un significado compartido
por un grupo humano estamos hablando del símbolo. Este nuevo pensamiento
simbólico sería el vehículo a través del cuál nuestros antepasados buscarían la
forma más allá de la herramienta.
Aunque tradicionalmente el arte es audiovisual, es
decir, la aproximación a la obra de arte se hace valiéndose de la vista o del
oído, no quiere decir esto que la experiencia estética se limite a estos dos
órganos en todos los casos de nuestra historia. Lo más probable es que la mano
haya sido, más que una extremidad, un órgano vital para el hombre primitivo, lo
que conocemos como sentido del tacto, pudo haber sido una verdadera forma de
comunicación entonces.
Las manos de la figura 1 corresponden a niños de trece
años de edad, aproximadamente. Algunos consideran que aquellos humanos que
visitaron La Cueva de las Manos en Santa Cruz (Argentina) eran de una talla
menor a los humanos actuales, así que tal ves los «firmantes» de esta cueva
eran algo mayores. Hayan tenido trece, quince o dieciocho años de edad, lo
cierto es que estas manos registradas por un método prácticamente igual al
moderno estarcido o stencil son parte de un ritual de ingreso al mundo de los
adultos. No era una mano la que había mejorado sus condiciones generación tras
generación, era la suma de todas las manos las que procuraban los medios de
subsistencia y, por qué no, los protegía con su magia de las fuerzas de la
naturaleza. El trabajo colectivo, la obra de tantas manos unidas, había elevado
al ser humano por encima de las demás especies. Estas manos transmiten hoy,
como en el 7.350 a.n.e. la textura de la piedra indestructible que habían
manipulado una generación tras otra para proveerse de mejores condiciones de
vida. Este mural construido con el aporte de los hombres de toda la tribu
(ninguna de las manos parece ser femenina) es un recuerdo o memoria colectiva,
una importante lección acumulada se dejaba para la posteridad: La fortaleza y
permanencia de la tribu se soportaba en la unión de los hombres a través del
trabajo y la acción conjunta.
En muchos yacimientos prehistóricos se han encontrado
instrumentos musicales. Flautas de hueso, principalmente. Esto permite suponer
que ya desde entonces se conocía la música. ¿Cómo sonaba? Es difícil
descifrarlo por la ausencia de registros de las obra musicales prehistóricas.
Podemos inferir, sin embargo que, por lo menos, había un concepto de ritmo.
Que, por ejemplo, puede percibirse en el mural de la cueva de las manos.
Ciertamente un ritmo que se experimentaba más allá del oído. Sensación posible
para muchos seres humanos y evidente para la mayor parte de los músicos.
Plejánov considera el ritmo un factor fundamental para
entender el concepto de forma en el hombre primitivo.
«…la capacidad del hombre de percibir el ritmo y de
deleitarse con él hace que el productor primitivo se someta gustoso a cierto
ritmo en el proceso de su trabajo y acompañe los movimientos productivos de su
cuerpo con sonidos acompasados de su voz o con el sonido cadencioso de diversos
objetos que lleva colgados. Ahora bien, ¿de qué depende ese ritmo al que se
somete el productor primitivo? ¿Por qué los movimientos productivos de su
cuerpo observan precisamente esa cadencia y no otra? Ello depende del carácter
tecnológico del proceso de producción, de la técnica de la producción dada. (…)
A medida que se desarrollan las fuerzas productivas, disminuye la importancia
de la actividad rítmica en el proceso de producción…»10.
La yuxtaposición de estas dos piezas nos permite ver
sin mucho esfuerzo una evolución de la forma hacia algo más complejo. En ambas
el tamaño es similar, tienen un extremo terminado en punta y otro más ancho. El
salto se hace más evidente cuando se compara los bifaces con otras venus
prehistóricas que comparten características comunes entre sí.
Por obvias razones, pocas personas pueden estar cerca
de la Venus de Willendorf y sólo algunos privilegiados han gozado del placer de
tenerla entre sus manos. Uno de estos afortunados es Chrisofer L. C. E.
Witcombe. En un artículo titulado Women in Prehistory Witcombe defiende la
hipótesis de que esta venus fue esculpida por una mujer, lo cual ya dice mucho
sobre las relaciones de producción en las sociedades primitivas.
«Tampoco parece que haya sido hecha para yacer en
posición supina. De hecho, su posición más agradable y satisfactoria es cuando
se le sostiene en la palma de la mano. Cuando es vista en estas condiciones, se
transforma absolutamente en una pieza de escultura. Al imaginar los dedos
agarrando sus masas redondeadas y adiposas, se convierte en un objeto muy
sensual, su carne resulta suave y blanda al tacto. «11.
Las sensaciones descritas serían similares a la que
habrían experimentado aquellas primeras artistas que sintieron en sus manos y
vieron ante sí los deseos colectivos de un mundo mejor. Su sentido del tacto
habría estado más desarrollado y habrían sentido en esas carnes «suaves y
blandas» la fertilidad; es decir, una abundancia tal de alimentos que les
permitiría engordar a sus anchas; no haría falta trabajar y los brazos,
esbeltos por la falta de actividad descansarían plácidamente sobre los ingentes
pechos, listos a amamantar una numerosa descendencia que aseguraría el futuro
de la especie; se acabarían las largas caminatas en busca de nuevos medios de
vida y no haría falta tener pies. Tal vez por esto mismo no harían falta los
ojos y oídos siempre alertas y en la cabeza se podría trazar el paso de los
días12. Hace más de 20 milenios en una región de Europa las mujeres de entonces
fueron capaces de experimentar la forma como motor del placer estético y
habrían usado este nuevo poder para mantener vivos una memoria de sus deseos
por una vida mejor. Una vida sin necesidades que satisfacer.
Estos deseos no han desaparecido, infortunadamente.
Aunque hoy «todo escolar sabe» que un cuerpo como la de las Venus prehistóricas
representa un cuadro médico poco saludable, muchos seres humanos de hoy padecen
carencias materiales similares a las privaciones que sufrieron aquellas
maestras prehistóricas. En el caso de los pobres modernos no se debe a una
falta de recursos, sino a que la clase dominante les impide el acceso a estos.
Además se les niega el derecho a dejar un registro de su pasado. Hoy, la
práctica del arte se ve obligada, necesariamente, a enfrentarse a la propiedad
privada para poder existir y cada obra de arte que se crea sin el
consentimiento del capital es un acto de rebelión.
Aunque la distancia que nos separe de la escultora de
Willendorf sea de milenios, igual que ella los seres humanos buscamos, de una u
otra forma hacernos a un mundo mejor. A veces nuestros esfuerzos materiales no
son suficientes, pero el arte nos permite valernos de la forma para
materializar nuestros deseos, aunque sea en el plano de lo simbólico.
El arte por el arte no existe. Y cómo lo hemos
demostrado, nunca ha existido. Igual que las hachas, los martillos, las grúas y
las siderúrgicas, el arte cumple una función. No quiere decir esto que el arte
deba retroceder a la condición de herramienta. Todo lo contrario. Igual que en
el pasado tenemos necesidades estéticas que sólo se satisfacen poniéndonos en
contacto con las formas cercanas a nuestro sentir. Estas necesidades, más
complejas que lo más básico de nuestra fisiología (que ya es en sí bastante
compleja), nos exigen algo más que herramientas. Sobre esta necesidad se
construyen el arte, la religión, la filosofía y las ciencias. Así, nuestro
desarrollo material nos permite enriquecer nuestra relación con el mundo
sensible, pero este nuevo sentir necesita alimentarse de nuevas formas para
desarrollarse. Formas que dialoguen y crezcan con las relaciones sociales,
culturales y emocionales cada vez más complejas que hemos ido creando en todos
estos siglos de diálogo activo con la realidad. Si el desarrollo de las fuerzas
productivas se estanca, por ende las formas y las ideas.
La mayoría de jóvenes de hoy, seres humanos que están
dejando de ser niños y niñas para convertirse en hombres y mujeres al servicio
del capital y así procurarse medios de vida, no pueden, según muestran las
cifras, desear un futuro mejor que el de sus antecesores13. Ni siquiera
nuestros ancestros de La Cueva de las Manos, vieron ante sí una situación tan
desesperanzadora, tenían una conciencia de que gracias a su pasado podían
garantizarle un futuro a sus hijos. Hoy es todo lo contrario. El No Futuro
espetado por los punks británicos fue un grito de advertencia que expresaba las
preocupaciones de la juventud británica en los setentas. Los adultos
capitalistas de hoy se han encargado de que las pesadillas de los jóvenes
trabajadores de ayer se hagan realidad y la noticia se ha filtrado all-media.
El arte le ha permitido a hombres y mujeres a lo largo
de la historia, compartir sus deseos por un mundo mejor. El imperialismo, en su
fase de decadencia y máximo punto de desarrollo, se muestra incapaz de que esta
parte de nuestra realidad que ha tomado más de veinte mil años en construirse
siga siendo posible. Cambiar esta realidad implica superar la actual sociedad con
una «…en que el libre desarrollo de cada uno condicione el libre desarrollo de
todos». Para que esto sea posible solo existe una vía: el socialismo.
Fuente: corrientemarxista