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El objetivo de la revolución socialista ¿ha pasado? : IMPERIALISMO Y SOCIALISMO (III) Fernando Hugo Azcurra “Nada hay más poderoso en la sociedad, que una idea a la que le ha llegado su tiempo” 5) La experiencia socialista de la URSS Su especificidad real En el cap. 2 nos hemos referido a la similitud entre la forma socialista adoptada por la URSS con la correspondiente al capitalismo y a sus rasgos distintivo: a) relación entre trabajadores no propietarios con propietarios no-trabajadores (similitud), b) los capitalistas expropiados y un solo capital en el Estado-Partido (diferencia). Al mismo tiempo señalábamos que no se había superado la subordinación del trabajo al capital. Aludir así a la situación de lo hecho en la URSS no es otra cosa sino plantear que la unidad originaria entre los trabajadores y la propiedad de los medios de producción, rota por las sociedades de clase y, en particular, renovada en su forma por el capitalismo, ni siquiera hubo de ser encarada como una tarea práctica de política y estrategia de clase de primer orden, y al mismo tiempo como un medio de carácter económico para superar el atraso desde el cual partió la URSS. Dicho de otro modo, bajo la conducción de Stalin, la ruptura de la unidad originaria entre trabajadores y sus condiciones objetivas de producción y autosustento no se produjo ni figuró jamás entre los objetivos a lograr a corto plazo histórico como un ejemplo de la nueva sociedad superadora del capitalismo. Ahora bien, esta “unidad originaria” es aquella que corresponde a los trabajadores como dueños de sus condiciones objetivas de producción y sustento, ya que ellos mismos constituyen las condiciones subjetivas; unidad, pues, de los medios, los instrumentos y de los resultados de tal proceso. Unidad que excluye el trabajar para otro en condiciones de subordinación por el procedimiento de la coacción tanto extraeconómica (esclavismo, servidumbre) como económica (trabajado asalariado). Esta autonomización asociada de trabajo, propiedad y producción no es sino la de dueños o propietarios de sus propias condiciones de producción y reproducción que, históricamente pueden ejemplificarse en el comunismo natural o comunidad “asiática” y en el trabajo del campesinado agrícola incluyendo en esta forma la artesanía o industria doméstica. Marx afirma (“Teorías sobre el Plusvalor”, FCE. 14, p. 375) “Ambas son formas infantiles y poco adecuadas para que el trabajo se desarrolle como trabajo social y se desarrolle, con él, su productividad”. La forma de desarrollo social del trabajo y de su mayor productividad es la que corresponde al modo de producción por el capital y a su contraposición específica: el trabajo asalariado. Ahora bien, esta forma social significa una ruptura profunda entre el trabajo y la propiedad sobre las condiciones de producción, es la ruptura de aquella unidad originaria. Quizás la ruptura más profunda es la del trabajo esclavo ya que en esta modalidad el propio trabajador es concebido como una “cosa” más integrante de las condiciones objetivas. El capital reproduce y perpetúa aquella ruptura pero bajo sus propias características económicas e históricas, porque, en definitiva, cualesquiera sean las formas sociales del proceso de producción, los protagonistas decisivos son siempre los trabajadores, los medios de producción y la relación jurídica que mantienen con éstos, ya que esto último decide sobre la propiedad de sus resultados (productos). Las formas específicas en la que se combinan trabajadores, medios de producción y la relación jurídica a que da lugar, diferencia las formas económicas de la estructura social. Volver a recuperar aquella unidad originaria de la producción, como es evidente, sólo puede hacerse sobre la base técnica y científica alcanzada por el modo capitalista de producción, la que sólo es posible de ser restaurada por medio de los procesos de cambio social que ya está experimentando la sociedad burguesa y el capital, la solución es, finalmente, de carácter político práctico y no evolutivo-económico. Cuando, como sucede en la realidad socio-política actual, los cambios hacia el socialismo se inician en sociedades atrasadas, el logro de construir tal base es un objetivo político y económico de primer orden. Pero también se vuelve imperativo por medio de qué nuevas relaciones de producción y propiedad se llevara a cabo tal objetivo. ¿Por qué es tan importante señalar la necesidad de la supresión de esta ruptura de la unidad y de su forma social antagónica? Lo es ya que lo que se juega consiste en el comienzo de la superación de las sociedades de clase milenariamente existente. Y además porque fuera de los trabajadores asalariados, por debajo de ellos si se quiere, no existe otra clase explotada y que, en potencia, haya de ocupar el lugar de aquellos quienes, a su vez, ocuparían el lugar de clase explotadora. Esto sería un sin sentido social y económico que no encuentra sustento en el proceso real de las sociedades de clase y en particular en la sociedad burguesa. Esta extinción de las clases por medio de la liberación de la clase explotada es la eliminación de ella misma y de toda diferenciación de clase, es por ello mismo la construcción de otras relaciones sociales y productivas, es la erección de otra sociedad. Por esta razón no atacar el centro vital de la estructura de clases es continuar manteniéndola, es continuar repitiendo las mismas relaciones y las leyes de su funcionamiento. Fue esto lo que se pudo encontrar en la URSS (e incluso diríamos en toda experiencia de cambio profundo que no acometa como objetivo político superar este divorcio social y productivo). La fuerza de trabajo de los trabajadores continuó siendo una mercancía en la URSS por cuyo uso se pagaba un salario a cargo del Estado-partido y los medios de producción se situaban lejos y por encima de ellos, ajenos a ellos. Las condiciones subjetivas de la producción y las condiciones objetivas no se reunieron, reiterando con ello las bases sociales de una producción clasista. Pero veamos de más cerca esta relación entre trabajadores no-propietarios quienes venden el uso de su fuerza de trabajo, y Estado propietario que usa tal fuerza. Las características típicas de la relación entre trabajador asalariado y las empresas bajo el socialismo realmente existente pueden resumirse de la siguiente manera:
Examinemos ahora la condición estructural de la relación productiva entre el trabajador “libre” y la posición del propietario de los medios de producción bajo la forma productiva y social capitalista. Es esta una relación de producción resultado de toda una larga etapa histórica de luchas, robos, confiscaciones, etc. (acumulación originaria) para subordinar a los trabajadores al capital, que se va gestando en el seno de la sociedad feudal. El capital, primero se monta formalmente en los modos existentes de trabajo y producción y las va socavando; luego, poco a poco, se vuelve realmente dominante con su propia técnica y bajo el comando directo del capitalista. Se constituye el modo específicamente capitalista de producción. Que el trabajador sea “libre” significa que es propietario de su fuerza de trabajo, y lo es en tanto diferenciación de las formas de producción anteriores conocidas, las de trabajo esclavo y trabajo servil. Bajo el capitalismo ya no existen aquellas formas de subordinación personal en las relaciones de producción en las que el trabajador carece de entidad autónoma como sujeto de contrato por tanto como ente de juridicidad. Si éstas fueran las condiciones entonces no habría posibilidad alguna de relaciones capitalistas. El capital exige la contraposición de trabajadores que se presenten como “dueños” de lo que venden, no sea que alguien pudiera reclamar para sí la propiedad de aquellos e impidan la formalización contractual. Los trabajadores, entonces, se ven obligados a “ofrecer” a las empresas sus capacidades productivas para poder sostenerse como individuos y como clase, funciona la coacción económica. A los trabajadores en esta transacción mercantil les interesa: primero vender para comprar, esto es, vender el uso de su fuerza de trabajo (mercancía), percibir un salario (dinero) para luego con él adquirir los productos para su consumo (mercancía). El circuito es pues mercancía-dinero-mercancía. Esto señala la segunda circunstancia: los trabajadores necesitan acceder a los valores de uso mercantiles sin los cuales no podrían subsistir ni ellos ni su familia. El interés de los empresarios capitalistas es comprar para vender. Compra con dinero (en realidad invierte) medios de producción y el uso de la fuerza de trabajo; reúne a ambos en el proceso de producción mediante el cual obtiene una masa de mercancías valorizadas que vende recuperando la inversión acrecentada en un plus o excedente. El circuito es dinero-mercancía-dinero. Al empresariado capitalista lo motiva el valor de cambio y no el valor de uso, le importa recuperar el dinero invertido incrementado y así proseguir en períodos subsiguientes. Entre ambas clases sociales las transacciones se realizan mediante dinero y mercancía y, sin embargo, las posiciones que ambas categorías ocupan en la relación no son simétricas. Los trabajadores participan en el movimiento mercantil simple, en tanto los empresarios hacen actuar al dinero como capital y es éste el movimiento vital para ellos. Ahora bien, la forma particular del cambio entre trabajadores y capitalistas, no entre “trabajo” y “capital”, objetiva una diferenttia specifica respecto del trueque y del cambio entre mercancía por dinero: en principio se trata de una relación monetaria o económica, o sea no de subordinación personal como en las formas históricas anteriores y, en segundo lugar el dinero bajo la forma del pago salarial adquiere el derecho de uso sobre el trabajo vivo y la jornada laboral por parte de los empresarios. Esta particular relación se compone de dos momentos o procesos claramente diferenciados: el momento formal y el momento real, que el capital y la economía burguesa no distinguen, y que en realidad son dos tipos de cambio entre trabajadores y capitalistas. El primer momento expresa la relación contractual: compra de la fuerza de trabajo; el segundo se refiere al trabajo en proceso, a la actividad misma de producción y por este medio la transformación inmediata del trabajo vivo en generadora de capital, es su objetivación como realización del capital que produce capital por medio de la explotación económica de los trabajadores. El momento formal se da, pues, como compraventa de la fuerza de trabajo, por tanto se desenvuelve como cambio en el ámbito de la circulación entre dinero y mercancía, se presenta como una transacción común entre partes, una de las cuales vende y la otra compra, surge o se da una relación jurídica contractual entre “iguales” en un mercado particular en la que, por hipótesis, se decide sobre salarios, jornada laboral y otras condiciones. De manera que, a esta altura, lo que debe destacarse es que: a) no se trata de un cambio de mercancías, el trabajador NO le vende mercancías al empresario, por tanto, Pues bien, todas estas singularidades que caracterizan con precisión la explotación de la fuerza de trabajo por el capital y por tanto la subordinación del trabajador a los capitalistas, si las analizamos con atención, son claramente similares a lo que sucedía con la clase trabajadora bajo la URSS. Se estructuró y subsistió la separación entre las condiciones subjetivas y objetivas bajo una nueva modalidad: la de la concentración, no sólo en un polo, sino en un único propietario de las condiciones objetivas que repetían su condición de capital aunque ya no hubiera capitalistas. Y fue esta situación la que constituiría la base de los acontecimientos histórico-políticos de la década del 90 en la URSS y en los países europeos socialistas. Esta monopolización de los medios de producción en el Estado como único capitalista en un polo, determinó la continuación de la expropiación de los trabajadores y el mantenimiento de la relación de trabajo asalariada como el otro polo de una contraposición antagónica. Podría hasta pensarse que en realidad lo que la URSS y los países socialistas europeos constituían eran una variante o modalidad socio-económica “asiática” de producción con industrias y producción masiva de mercancías. Esta figura de polos de concentración social es también similar a la que se observa hoy bajo el capitalismo monopolista financiero, que manifiesta, como ya vimos, una tendencia a la concentración única del capital en manos de los capitalistas financieros y opuestos a la masa de trabajadores asalariados. El capital financiero como representante del capital y su cada vez más ostensible concentración y eliminación de rivalidades tiende a parecerse a lo que se produjo en la URSS, un capital único, pero dentro de su propio seno surgen fuerzas que la exigen desandar tal camino y volver a recrear las condiciones de la competencia, sino de la etapa primaria como multiplicidad de oferentes y demandante, al menos como monopolios que rivalizan. La competencia es la multiplicidad de los capitalistas, es la relación del capital consigo mismo como otro capital, vale decir, es el comportamiento del capital en cuanto capital. El proceso de producción fundado en el capital despliega la competencia como su ley interna y es la condición de su desarrollo como modo de producción que transforma las fuerzas productivas en propiedad del capital. La competencia es la naturaleza interna del capital, es su determinación esencial que se presenta y se realiza como acción recíproca de la diversidad de capitales entre sí (aun en las condiciones monopolistas) Marx dice “…que es la tendencia interna puesta como necesidad exterior. El Capital existe y sólo puede existir como muchos capitales, por tanto su autodeterminación se presenta como acción recíproca de los mismos entre sí” (K. Marx “Grundrisse” 1972, II, siglo XXI p. 167). La competencia es de modo general, la forma en que los capitalistas hacen que predomine su modo de producción. Por esta razón la burguesía y sus acólitos reaccionan siempre con virulencia contra todo lo que se oponga a aquella y buscan “volver sobre sus pasos” históricos: las guerras productivas y comerciales la fuerza a “concentrarse” y “centralizarse”, acelerar el proceso de acumulación y arruinar a los competidores sea quitándolos de los mercados sea absorbiéndolos, y como reacción a esta situación exige la “eliminación” de ese momento real por otro de restauración de aquellas antiguas condiciones que ya no pueden volver nunca más. Su comportamiento de clase se da entre ciclos de euforia concentradora y ciclos de reclamos desconcentradores. Ambos momentos son actuantes pero opuestos y generadores de inestabilidades económicas y políticas. Pero el capital monopolista financiero es la realidad más profunda de su existencia actual y el capital no puede avanzar yendo hacia el capitalismo liberal. De modo que el capital no sólo no puede pensarse como un capital, sino que es completamente improbable que pueda darse en la realidad como una nueva fase del propio modo capitalista de producción. La URSS ejemplificaría esta dramática verdad: El capital único estatal poseía el modo de explotación del capital pero sin capitalistas, bajo un modo de producción que no le es propio por lo cual genera un antagonismo social que debe resolverse. Tanto en el caso del monopolismo financiero cuanto del social-estatismo esta contradicción impele a sus clases sociales a una resolución. En el primer caso, monopolismo, Estado, capital financiero, llegado a este cenit lo lleva al borde de una resolución política de carácter completamente opuesto a la concentración monopólica: las fuerzas productivas apremian hacia el cambio de relaciones de producción por caminos asociados o cooperativos. Pero esta solución sólo es posible que se verifique en la realidad como cambios políticos transformados en objetivo conciente de los trabajadores. De lo contrario, en manos de la propia burguesía monopolista financiera la salida será a la burguesa y por ello se convertirá en políticas desesperadas y peligrosas de volver hacia atrás a “recrear” las condiciones de la “sana” economía de la inversión y de la competencia. En el segundo caso, el de la URSS y el ex - campo socialista, se presentó parecida encrucijada socio-económica a tenor de las relaciones establecidas. A partir de la expropiación de los capitalistas como paso ineludible y necesario, la continuidad en la solución de la encrucijada y su antagonismo consistía en una solución positiva: la creación de relaciones asociadas de producción tales como empresas de propiedad cooperativa y/o empresas de propiedad estatales con gestión autónoma de los trabajadores y políticamente bajo su conducción y dirección; o bien al no avanzar hacia ese estado, la propia necesidad intrínseca del capital único le impondría volver a “recrear” las condiciones de la multiplicidad de capitalistas por un lado y mantener la multiplicidad de trabajadores por el otro, reestableciendo el momento jurídico formal del intercambio y la explotación del trabajo, por tanto, hacer estallar hacia atrás tal sistema y poniendo a capitalistas y trabajadores como propietarios “iguales”. Las discusiones, debates, escritos, etc. a partir de la década del 50 respecto de las categorías económicas y su predominio en el “socialismo real” de “ley” del valor, precios, inversión, rentabilidad, precios, “socialismo de mercado”, etc. pusieron el centro en las relaciones “mercantiles” y de capital, con lo cual por medio de ellos “hablaba” el Capital y la necesidad de ponerse él como “libre”, móvil, sin obstáculos, y no a los trabajadores ¿Qué o quién decidiría este antagonismo? Pues la relación de fuerzas de los antagonistas: los capitalistas ocultos como burocracia ortodoxa partidaria-estatal y los trabajadores sin fuerza teórica, política y/o sindical para comprender la situación y luchar por la salida hacia adelante. Lo que ocurrió fue la salida hacia atrás mediante un gigantesca revolución anticomunista dirigidas por los, hasta horas antes, “comunistas fanáticos” que, tal como se evidenció ni eran comunistas ni eran fanáticos defensores de los trabajadores. Ahí están hoy en la Rusia burguesa exactamente los mismos que constituían la “nomenclatura” y no otros que fueran opositores y “revolucionarios”. De manera que bajo el caso del monopolismo financiero si no se pugna por un cambio hacia delante derrocando al capital, éste retrocederá y lo hará de cualquier forma, se anuncia así un futuro ominoso: una especie de putrefacción histórico-económica; y en el segundo caso en toda experiencia socialista que avance desde aquel primer paso sin dar el paso hacia el modo de producción asociado estará acechado por la reacción y la vuelta hacia atrás. Es posible apreciar, pues, la importancia de abordar la superación de la aquella separación con un programa no sólo económico sino y, fundamentalmente, estratégico político. Y aquí se muestra como crucial y notable abordar la cuestión de las formas de propiedad colectiva o el “modo de producción asociado” en su forma específicamente cooperativa, porque en su seno se suprime el antagonismo entre capital y trabajo aun cuando, como no puede ser de otro modo, deberá transcurrir esta nueva forma productiva entre dificultades y conflictos de toda índole. Las formas asociadas o cooperativas debe considerarse, entonces, teóricamente y prácticamente como la modalidad de transición hacia aquél modo asociado de producción y camino seguro de derrocamiento del capitalismo en cualquiera de sus etapas y formas de desarrollo. No es casual que tanto la sociedad burguesa cuanto la burocracia de la ex - URSS vieran en esta forma un enemigo a combatir sin cuartel. No hay que olvidar que, curiosamente, el pensamiento de V.I. Lenín a este respecto fue silenciado a lo largo de toda la vida de la URSS. Lenín tuvo en cuenta esta modalidad de transición y reflexionó sobre ella, veamos sólo un ejemplo:
Véanse además “Nuestra revolución”; “Cómo reorganizar la inspección obrera y campesina” y “más vale poco pero bueno”, que constituyen parte de los últimos escritos. No construir este camino, no superar aquella separación llevó a la restauración capitalista, y hasta podríamos decir que volverá a suceder sino se comprenden la importancia y profundidad teórico-práctica de esta solución. Para concluir digamos que las formas cooperativas o asociadas + poder estatal en manos de trabajadores + formas de propiedad privada personal, tienen que constituir la clave de la sociedad socialista y objetivo que no deben ni pueden faltar en las metas y programas de cualquier partido de los trabajadores que se proponga como finalidad superar al capitalismo. Si los trabajadores no se sienten “dueños” de los Mp (medios de producción). si sólo se los tiene por tal en la “representación” partidaria o estatal pero no en los hechos cotidianos no habrá salida real, superadora y el capitalismo tardará mucho más en desaparecer. ¡Propiedad colectiva de los Mp! es el grito de guerra actual ¡Estado de los trabajadores! es el fantasma ominoso de la sociedad burguesa. ¡El socialismo, aún como tránsito histórico, es el gobierno de los trabajadores, por los trabajadores y para los trabajadores! No somos anarquistas no sostenemos éstas consignas como la arenga y la actividad de “la” multitud en la cual cualquier grupo puede hacer lo que le venga en gana ¡No! Los trabajadores deberán volver a rescatar sus objetivos y sus formas políticas orgánicas para cumplir con aquéllos objetivos; con la libertad y democracia para el pueblo ¡no para los propietarios, no para los burgueses y sus aliados! ¡Sí para los trabajadores asalariados! ¡Sí para los trabajadores que con estos cambios no sólo sellan definitivamente “el derrumbe de las murallas del pasado” sino que abren las “puertas de la historia” en el advenimiento de su propia desaparición como clase! ------------ El objetivo de la revolución socialista ¿ha pasado? : IMPERIALISMO Y SOCIALISMO (I) El objetivo de la revolución socialista ¿ha pasado? : IMPERIALISMO Y SOCIALISMO (II) Fernando Hugo Azcurra es economista. Realizó estudios de postgrado en Historia económica en la facultad de ciencias económicas de la Universidad Nac. de Buenos Aires (UBA) Se desempeñó como profesor en las facultades de Ciencias Económicas y de Filosofía y Letras de la UBA. En la actualidad se desempeña como profesor de Historia Económica en el CBC de la UBA. Ha sido profesor de macroeconomía de la Universidad del Salvador. Se desempeña como profesor de Historia Económica de la Universidad de Lomas de Zamora. Profesor de Economía I y Economía II de la Universidad de Luján. Ha dictado diversos cursos de postgrados. Actualmente está dictando un taller de postgrado sobre Marx y Sraffa en la Univ. De Luján.Es autor de "Democracia y proceso socialista en Argentina" (1985); "La nueva alianza burguesa en Argentina" (1987); Empresas del Estado y economía en Argentina" (1989); "Marx y la teoría subjetiva del valor" (1993); "Fundamentos de macroeconomía" (2003) y "Capital y excedente" en colaboración con Alejandro Fiorito (2005) y "Teoría macroeconómica" (2006).-
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