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El objetivo de la revolución socialista ¿ha pasado? : IMPERIALISMO Y SOCIALISMO (II)

 

Fernando Hugo Azcurra
Agrupación Mate Amargo/CEPRID
15 - VII- 07


“Nada hay más poderoso en la sociedad, que una idea a la que le ha llegado su tiempo”
Víctor Hugo


3) Imperialismo monopolista financiero

Etapa financiera de la fase imperialista

Establecer con nitidez el vínculo concreto entre los fenómenos de la nueva etapa del capitalismo monopolista imperialista y los problemas políticos y organizativos que de ellos se desprenden para los trabajadores asalariados en su lucha por el cambio de la sociedad burguesa, he ahí el quid teórico fundamental que, como desafío acuciante, se le presenta al materialismo marxista hoy, sin desconocer las enseñanzas que deben desprenderse de las experiencias socialistas conocidas.

Pero abordemos el primer problema ¿A qué nueva etapa del capitalismo monopolista se alude? Partimos de considerar que se mantienen los aspectos fundamentales del monopolismo imperialista como fase superior del capitalismo, pero que en las últimas décadas ha dado un paso adelante gigantesco respecto de su etapa monopolista primaria. Es cierto que el carácter financiero formaba parte prominente del capitalismo monopolista de la época al punto que puede afirmarse sin dudas que el Imperialismo era y ES el dominio del capital financiero. Antes constituía la modalidad de fusión del capital industrial y el capital bancario desarrollando de modo acelerado su acumulación por medio de las formas monopolistas más diversas: Kartell, Ring, Corner, Sindicato industrial, Pool, Trust, etc.

Hoy esto ya no alcanza. El capital financiero ha dado pasos enormes dentro de sí mismo llevando el carácter financiero a sus niveles más altos: el dominio casi omnímodo sobre todas las demás formas de existencia del capital (industrial, comercial, de servicios, etc.). No es otra cosa que el dominio y el poderío de la cúspide burguesa como oligarquía financiera. De manera que hoy el capital financiero no representa ya más – o no sólo- aquella fusión sino que es la potencia del capital mismo como conjunto expresando la totalidad de los intereses de la burguesía. Una de las formas adoptadas jurídico-administrativa es la sociedad “holding”, que reúne o convoca en enormes consorcios transnacionales, pero con sede en los países capitalistas más desarrollados, cuantiosos fondos dinerarios en la forma de activos financieros.

La sociedad “holding” pasó de la creación de un “comité de trustees” como depositario de la mayoría de las acciones de cada empresa constituyente del comité y que al estar integrada precisamente por los accionistas propietarios de ellas, dirigía la actividad económica de todas las sociedades que se mostraban como “autónomas”, a una nueva forma: la constitución de un consorcio supercapitalista con existencia jurídica propia, pero cuyo único activo consiste en las acciones de las empresas monopolistas coaligadas por decisión de los accionistas mayoritarios que las dominan y manejan. Estas “empresas” son monopolios puramente financieros que emiten a su vez nuevas acciones a favor de sus socios, quienes jurídicamente pierden la propiedad de las acciones de las empresas productivas y las cambian por las del “holding” que de ahora en más se erige en la dirección verdadera que fiscaliza y decide la actividad de todas aquellas “empresas” originarias.

Pues bien, todas estas formas continúan existiendo hoy, pero el rasgo distintivo es que en este capital monopolista financiero lo financiero es lo decisivo al punto que lo dominan asociaciones de Bancos con extensión e influencia mundiales que subordinan al capital productivo. Esta es la representación actual y más genuina “del” capital en su conjunto como totalidad y cúspide frente a los capitalistas individuales, siempre que se exprese como capital dinerario pero sobre todo en activos financieros públicos y privados: títulos, bonos, acciones, etc. emitidos en monedas “fuertes” como el dólar o el euro. Es a esta nueva situación que llamamos “etapa” nueva dentro de la “fase” superior del capitalismo que es el imperialismo, de allí la denominación que utilizamos monopolismo imperialista financiero, con la finalidad de acentuar lo financiero y no para pretender señalar que se trata de una “nueva” fase del capitalismo imperialista, posterior y superior. Imperialismo financiero + cúspide de la oligarquía financiera + políticas de sojuzgamiento del mundo periférico ¡he aquí el Imperio! Capitalismo imperialista financiero ES el capital en general, objetivo, real, dominante en el mundo burgués.

Podríamos resumir algunos de los aspectos más importantes que caracterizarían a esta etapa de la fase imperialista financiera del capitalismo:

1) Una notable concentración (acumulación) del capital y una acelerada centralización de la propiedad de los monopolios financieros ahora transnacionalizados pero con matriz en un puñado de países más desarrollados. Se trata de gigantescos consorcios o corporaciones capitalistas que abarcan y penetran la vida económica entera ya no sólo de algunos países sino del mundo todo.

2) Los Bancos e instituciones financieras que ya eran importantes en los inicios del siglo XX, se han transformado en el centro decisivo y nervio motor del capitalismo imperialista financiero. Sus actividades y transacciones son en su esencia puramente especulativas. Algunos rasgos:

i) la concentración bancaria ha transformado la tradicional actividad de intermediación en los movimientos del capital dinerario a inicios del siglo XX, en una actividad de pocos y gigantescos Bancos monopolistas en la cual pueden observarse “pisos” de especialización: bancos comerciales, bancos de inversión, bancos de bancos y “holdings” bancarios;

ii) la actividad primordial de estos descomunales monopolios es fundamentalmente de carácter “especulativo”, incluso ha llegado a tal nivel esto que ahora los consorcios monopolistas mismos, productivos, industriales, comerciales, y también los de servicio son concebidos como “mercancías comunes”, se han transformado en objeto de transacciones entre estos grupos o consorcios cual si se trataran de materias primas o latas de conserva. Puede decirse que constituyen una “especialidad” de la ingeniería financiera del monopolio: comprar “grupos”, “corporaciones”, “racionalizarlas” o “sanearlas” y venderlas realizando cuantiosas ganancias, tal la meta acuciante, ya que no existe el interés en mantener ni expandir ninguna de las propiedades que caen bajo su dominio financiero.

¡Claro es que las empresas desde siempre fueron objeto de compra-venta! Pero su expansión y difusión es tan enorme que podría afirmarse que ya constituyen una rama de las especulaciones capitalistas “diarias”. Se han convertido en objetos de jugadas arriesgadas y apuestas de tahúres. John M. Keynes había advertido en los años 30 este carácter especulativo y altamente dañino para el sistema cuando diferenciaba entre los capitalistas como hombres de espíritu de empresa y aquellos cuya actividad es estar atento a los movimientos, transacciones, y fluctuaciones de los mercados, o sea los especuladores. Afirmaba que: “Los especuladores pueden no hacer daño (al sistema FHA) cuando sólo son burbujas en una corriente firme de espíritu de empresa; pero la situación es seria cuando la empresa se convierte en burbuja dentro de una vorágine de especulación. Cuando el desarrollo del capital en un país se convierte en subproducto de las actividades propias de un casino es probable que aquél se realice mal” (J.M. Keynes, “Teoría General de la ocupación, el interés y el dinero”, FCE 1965, p. 145). De manera que si aceptáramos esta notable premonición en el desarrollo del capitalismo monopolista imperialista habría que denominarlo como capitalismo financiero de casino.

3) Etapas de evolución del comercio capitalista: a) exportación de mercancías, b) exportación de capitales, en el sentido de inversiones directas, y c) exportación financiera, en el sentido de endeudamiento público y privado de la periferia hacia los centros y por medio de ello sometimiento económico y político de estos países. Es el capital financiero “usurario” y expoliador.

4) Diferenciación entre “potencias rectoras”, esto es dominante, y socios “menores” pero integrantes del centro del sistema en calidad de “corifeos” de aquellas. Las potencias rectoras, en los hechos, desempeñan el papel de “líderes” del mundo y se asocian en un “comando central”, integrado por EE.UU. + Gran Bretaña + Alemania + Francia, comando del cual los EE.UU. son su “comandante en Jefe”. Sus socios menores conforman una “segunda línea” de apoyo y seguimiento de las políticas del comando central: Japón, Canadá, Italia, Austria, Holanda. Aun cuando existen diferencias entre ambos niveles e incluso en el “comando central” lo esencial es el monopolismo financiero imperialista y sus planes y políticas de sojuzgamiento del mundo no desarrollado.

5) Aspecto distintivo importante de esta etapa es la de la subordinación a estos holdings monopolistas de los grandes grupos capitalistas interesados en la producción material (capital productivo) y que ahora absorben también a los modernos consorcios dedicados a los servicios (producción inmaterial).

6) El imperialismo monopolista financiero, propietario y administrador de billones y billones de u$s y de euros ha penetrado toda la sociedad burguesa y lo hace independientemente de los sistemas políticos y va más allá del Estado. Aun cuando éste no le signifique un obstáculo va más allá de él y lo supera, ha creado, sostiene y afirma instituciones políticas, jurídicas y económicas “supranacionales” que las presenta como “mundiales” y rectoras para el conjunto de la sociedad toda sin distinción de diferencias económicas, regímenes políticos ni de situaciones sociales. Pero esto no quiere decir que renuncie a esa condensación del poder “nacional” que es el Estado de sus propios países capitalistas más desarrollados. Incluso ante conflictos entre las entidades “supranacionales” y las “nacionales” terminan siempre predominando estos últimos. Pero en relación con los países periféricos los países del comando hacen valer a los organismos “supranacionales” dado que no es sino una prolongación de sus intereses mimetizados como “mundiales”.


Por eso pensar que el capitalismo actual ha dejado atrás su fase imperialista, decir que “el imperialismo ha concluido”, en tanto es posible advertir la conformación de instituciones mundiales de orden superior a los Estados-Nación, tipo de Estado que sería la característica del orden moderno hasta el siglo XIX y comienzos del XX pero no ya de la actual posmodernidad, es un error y al mismo tiempo una ilusión. No hay todavía evidencias rotundas e irrefutables de desaparición de los Estados-Nación en pro de una juridicidad internacional que lucha por “valores” y se impone la finalidad de establecer “la” paz en las regiones en conflicto: “La paz, el equilibrio y el cese de los conflictos son valores hacia los que todo se dirige” (Negri-Hardt, “Imperio”, Harvard University Press, 2000, p. 18). Esta posición de parte de quienes la sostienen no es otra cosa que el reverdecimiento del “ultraimperialismo” que en su época (inicios del siglo XX) también se exponía como una supranacionalidad que superaba la rivalidad competitiva y se manejaba por “acuerdos” para resolver sus intereses encontrados. Esto es un “neokautskismo”.

Que hay una efectiva y visible tendencia hacia ello junto con formas de construcción en tal sentido sería una necedad negarlo. Si la sociedad burguesa, en su momento de ascenso fue cristalizando su dominio socio-económico bajo la forma de los “Estados-Nación”, no es para nada llamativo que en su momento de declinación histórica y por la acción de su propio proceso de acumulación de capital empiece a mostrar ahora que este tipo de Estado tiene sus límites y desarrolle tendencias a su superación. Allí están la O.N.U. y sus organismos que lo componen: F.A.O; O.M.C; UNESCO; etc. allí está el Tribunal Internacional de La Haya; allí están en el orden económico-monetario el F.M.I; el Banco Mundial, el B.I.D; etc. Pero esto es sólo un ángulo de tal proceso: el de una transición hacia un orden efectivamente internacional, aún inexistente, y que quizás pueda en lo futuro –un futuro muy lejano en verdad- convertirse en tal. Pero de ese futuro nada podemos decir hoy. Lo que sí podemos y debemos decir hoy es que estas instituciones están, en los hechos, manejadas por los países imperialistas y a su servicio, más todavía luego del derrumbe de la URSS y a pesar de que estén China, Cuba, Viet-Nam en tales organismos.

La ONU fue descaradamente dejada a un lado por los EE.UU. para invadir Irak. ¡Ningún miembro (país) denunció y votó señalando que violaba todas las reglas establecidas desde la 2da. posguerra! Más aún los socios del “comando” Alemania, Francia, Gran Bretaña, acompañadas de algunos de sus socios menores (Canadá, Italia) mediante su maquinaria guerrera que es la O.T.A.N. se encuentran invadiendo y matando en Afganistán, con el acuerdo, dirección y el beneplácito de los EE.UU.

¡Qué decir del F.M.I.! ¿No es acaso un verdadero Banco Central usurario de las “potencias rectoras”, despótico y dictador que con desembozada prepotencia financiera utiliza el endeudamiento de los países periféricos como instrumento de sumisión y política de extorsión para imponerles su propia estrategia de dominio? A simple título de ejemplo es necesario recordar que en esta institución “supranacional” los países capitalistas desarrollados, los de la primera línea (el “comando”) tienen más del 60 % del poder de voto sobre las decisiones y controlan directamente las políticas y los procedimientos de su instrumentación, en tanto que los países periféricos que son el 50 % de la economía del mundo, constituyen las tres cuartas partes de los miembros y tienen el 80 % de la población mundial, sólo representan el 40 %.

Y si por una serie de conflictos, obstáculos o dificultades estas “instituciones” dejaran de servir a los fines para las que han sido creadas, de inmediato las modificarán o bien crearan otras nuevas para seguir sirviendo a sus intereses. Por estas razones afirmar que “los EE.UU. no pueden e incluso ningún Estado-Nación puede hoy constituir el centro de un proyecto imperialista. Ninguna Nación será líder mundial del modo que lo fueron las naciones modernas europeas” (Negri-Hardt, “Imperio”, Ediciones Harvard University Press, 2000, p. 6)) es mofarse de la realidad.

No obstante esto no quiere significar que entre los países integrantes del “comando” no existan problemas. Pero las tensiones y rivalidades entre ellos se atenúan, en tanto que prontamente elaboran políticas y estrategias comunes frente a la periferia y a los países socialistas aun existentes. Políticas y estrategias de carácter económico, comercial, jurídico y militar. A veces surge entre aquellas “potencias rectoras” diferencias sobre situaciones políticas que las llevan a tomas de posiciones diplomáticas opuestas. Así se alían los EE.UU. y Gran Bretaña por un lado y Alemania-Francia por el otro.

Pero ante el planteo ¿cómo administrar el resto del mundo en provecho nuestro como un todo en igualdad de condiciones? las conductas son acuerdos, negociaciones, tratados, convenios, etc. entre ellos –aun cuando esto en el comercio mundial no elimina ni dumping, ni subsidios, ni proteccionismo, ni mercados cautivos, ni sobornos, ni latrocinios, = guerra comercial – , pero imposiciones comerciales, coacción política, sojuzgamiento jurídico, endeudamiento forzado, y, si viene a cuento, violencia militar, para con el resto – los Estados-Nación periféricos – obligándolos a aceptar la “nueva” situación mundial del capitalismo imperialista financiero, lo que entre otras cosas implica subordinación al capital financiero y su supuesta “nueva” juridicidad mundial, o guerras “preventivas” y de “castigo” por no querer entrar o bien querer “salir” de él.

Se aprecia que no se puede ni se debe poner en un plano de igualdad a los Estados-Nación de los países desarrollados con los de la periferia explotada. Y esta es otra característica que debe retenerse como distinta de lo que ocurría entre estas mismas potencias durante el lapso colonial: guerreaban entre sí para “repartirse” el mundo, éste era un “botín”. Ahora ya no; acuerdan para tragarse el mundo periférico de consuno y uno de los argumentos jurídico-político al que apelan es el de que los “Estados” y sus corpus jurídicos y constitucionales deben subordinarse ante las leyes y reglamentaciones mundiales. Lo que no dicen es que esto es para los Estados-Nación de la periferia pero no para sus propios países. La esencia de la “ley internacional” es la del capitalismo imperialista financiero.

Repetimos y recordamos, la esencia del imperialismo financiero sigue siendo el capitalismo monopolista, y su prolongación inexorable es la coacción y la guerra. Es al mismo tiempo que una forma y una etapa del capitalismo en el nivel de sus relaciones de producción, una forma de la actividad de clase de la burguesía, y en particular de su fracción más activa, o sea su oligarquía financiera, usuraria y especulativa, y es también una forma de Estado que utiliza y adapta como su centro condensado de poder jurídico-político-militar los intereses comunes de la burguesía toda como clase dominante de los países capitalistas más desarrollados.

Acentuar el carácter financiero del capitalismo actual, pues, es señalar la forma más abstracta y la más incesantemente movediza del capital. Bajo esta forma el capital se muestra como producido y reproducido en y por sí mismo. Aparentemente sin mediaciones, procesos ni obstáculos. Bolsa, mercados de valores, especulaciones, manipulaciones de títulos y bonos, maniobras monetarias, negociados, corruptelas y expropiaciones de todo tipo inundan las transacciones y actividades de aquellos países y por supuesto alcanzan a los periféricos como ejemplos a imitar y caminos a seguir. Así entonces, la amplia difusión de actos de corrupción – el fenómeno de la corrupción siempre formó parte de la historia del capital desde su nacimiento – la delincuencia, los negocios espurios, el surgimiento de ramas delictivas (tráfico de armas, drogas, mercancías falsificadas, etc.) se extienden universalmente como modos de sobornar y corromper a políticos, funcionarios y hasta dirigentes sindicales e instituciones de todo tipo cuya intervención requieran aquellas actividades para lograr sus fines.

Dinero, acciones, títulos, fideicomisos, fondos de inversión, “representan” el capital como abstracciones reales que se muestran virtuales y adquieren el movimiento evanescente de una danza mágica fascinante e inasible: es el fetichismo fantasmagórico de estos “entes” financieros cual si estuvieran provistos de autonomía, personalidad y espíritu propios. Claro es, no pueden ni podrán autonomizarse completamente de la producción mercantil e industrial, tienen que mantener tales condiciones objetivas para su subsistencia, pero la voracidad de sus propietarios los impulsa cada vez más allá de sus límites, por tal razón son ellos los que han concluido en dominar y subordinar las transacciones reales de mercancías, consorcios y capital. Estos últimos son ahora momentos del movimiento especulativo del capitalismo financiero. Este capital es infinitamente más lábil, más temeroso que aquellos, ya que siempre aparece la amenaza de un hundimiento, de un nuevo crack, pero hasta tanto no ocurra, burbujas, riesgos, timba en el casino internacional continúan.

¡Este es el Imperialismo! ¡Este es el Imperio! ¡Visible no difuso! ¡con “comando central”, con “territorios” e instituciones! Extremadamente visible además en un Estado-Nación (los EE.UU.) que se arroga el derecho de ser “líder” del mundo y la facultad de implementar políticas de coacción y de guerra, nunca de paz.

Este es el terreno en el que se desenvuelven las luchas de los trabajadores asalariados y de los explotados del mundo entero bajo el imperialismo financiero. ¿Cuál es, pues, la consecuencia que se desprende de la actualidad del socialismo y de la etapa imperialista-financiera? Toda lucha, todo conflicto, toda oposición que encabecen los trabajadores asalariados, afectan directamente y frontalmente a la burguesía imperialista como guardiana del statu-quo, y esto aunque todas aquellas acciones se desenvuelvan en nuestras sociedades periféricas ante clases burguesas que “aparentemente” pudieran no tener nada de imperialista y mucho menos de financiera.

No aceptar esto último sería un desconocimiento de la situación mundial concreta que ha producido el capitalismo monopólico en general y el imperialismo financiero en particular, toda confrontación de clases en un país, en una región, etc. en cualquier lugar del mundo capitalista es parte constituyente de la rebelión general a escala histórico universal de los trabajadores y de los oprimidos, con sus particularidades históricas, culturales, políticas, etc. con su específica relación de fuerzas, con sus alianzas y su grado de maduración de condiciones objetivas y subjetivas.

El acceso de partidos y organizaciones pequeño-burguesas al manejo de la administración estatal, es cierto, enturbia aquél hecho, porque debe señalarse que estas clases lamentablemente e inexorablemente se doblegan siempre ante el gran capital imperialista y al final siempre “gobiernan” como representantes de aquél ante la población trabajadora y otras capas que los apoyaron por ser “progresistas”.

De manera que para decirlo enfáticamente y aun a riesgo de que esto parezca una antigualla estrafalaria: no puede haber confusión ni vacilación sobre esta cuestión. La etapa de las “revoluciones democráticas” y cambios “progresistas” con la burguesía a la cabeza o en alianza con fracciones “nacionales” pequeñas y medianas, etc. ha pasado a la historia a nivel mundial. Toda confianza política en ellas es pura distracción y es llevar a los trabajadores a la cola de clases que traicionarán y capitularán, más aún, que volverán el garrote de la represión contra ellos y sus reivindicaciones. La etapa histórica de la propia evolución del capitalismo monopólico ha convertido a las burguesías en reaccionarias en el plano de la lucha de clases.

Toda actividad sostenida, organizada, sindical, política y económica de los trabajadores asalariados como la permanente movilización de las nuevas formas de resistencia social (desocupados, marginales, piqueteros, O.N.G. aborígenes, feminismo, etc.) impacta y conmueve la sociedad burguesa establecida junto con sus lazos imperiales. Contrariamente a lo que se pueda pensar apresuradamente el capitalismo de los países centrales que colonizaron primero nuestros países y que después una vez obtenida su independencia política, saquearon sus riquezas, NO los desarrollaron por la vía capitalista. Los explotaron con formas atrasadas, feudales y semifeudales de relaciones de producción, los “subdesarrollaron”, los expoliaron y cuando aparecían arrestos de políticas de industrialización se opusieron rabiosamente. La crítica histórico-económica ha demostrado esto de manera irrefutable.

Pero con todo, este cuadro no impidió definitivamente la apertura de tal proceso, sobre todo a partir de las guerras y de la depresión del mundo capitalista entre 1914 y 1945, que exigieron perentoriamente políticas proteccionistas y la conformación de un mercado interno basado en la acción de las burguesías “nacionales”. La esencia objetiva de las políticas de estas clases era la de ser “antiimperialistas” sin ser anticapitalistas, esta situación confundió a muchos partidos y direcciones de izquierda y las puso a remolque de aquellas clases creyendo en la “revolución democrática”. La historia mostró que la industrialización no era “liberación” de clases ni, muchos menos un camino al socialismo, porque la clase portadora del cambio no estaba organizada para tal fin ni sus direcciones tenían claridad teórica sobre la situación mundial y nacional. Pero tampoco tal proceso eliminó – no podía – el sometimiento al imperialismo y la explotación de los recursos internos.

Esta situación de sojuzgamiento continúa aún, pero lo que ha cambiado drásticamente es la relación de fuerzas de las clases en lo interno. Al haber un desarrollo industrial burgués en el cual los inversores imperialistas suelen ser los más poderosos ya que manejan producción, comercio exterior, Bancos, grandes comercios, etc. muestran visiblemente la cara del imperialismo en lo interno sin resolver los problemas de la explotación, la pobreza, las desigualdades, la miseria creciente de la población más explotada. No lo pueden resolver porque sencillamente crean tales situaciones de opresión y miseria, no vienen a superarlas ¡viven de ellas! Todo lo cual significa que mantienen y reproducen las condiciones objetivas de la oposición y de la rebelión antiburguesa y anticapitalista. Lo que queda siempre como desafío candente es la transformación de las condiciones subjetivas en el sentido político, ideológico, organizativo, como fuerza unida y masiva de todos los trabajadores o, al menos, de su mayoría, para esta nueva etapa que ha abierto el imperialismo financiero.

Quizás deba decirse lo anterior de otro modo: ya no existe el problema teórico político de ¿cómo transformar la futura revolución burguesa en revolución proletaria? que fue el leiv-motiv pre- Revolución de Octubre y que se extendiera como “táctica” universal a partir del estalinismo hasta no hace muchos años atrás. Aquél “futuro” ya pasó: hoy el problema es ¿cómo los trabajadores asalariados tienen que llevar a cabo los cambios revolucionarios socialistas? ¿mediante qué vías, cuáles alianzas y, sobre todo, qué tipo de organización o tipos de organización deben construir o acelerar su construcción si ya existen tales fuerzas orgánicas?


4) De nuevo la cuestión del poder y del Estado

Su esencia como arma de clase

Sin analizar ni profundizar cuál es la esencia del Estado desde el ángulo del conflicto de clases no es posible entender de la realidad de la sociedad burguesa y su evolución. El Estado, y nunca estará de más volver e insistir sobre el tema que parece siempre estar en entredicho, es la concentración de los intereses centrales y comunes de las clases dominantes, que cuida, vigila y administra la sociedad y la producción en su favor. Pero es aún más. Cuando se agudizan los conflictos aparece sin tapujos su esencia clasista y al mismo tiempo su función de arma, de instrumento decisivo e insustituible para el mantenimiento del “orden” (statu-quo) establecido, por tanto para el mantenimiento y reproducción del dominio de las clases propietarias.

Lo anterior es extremadamente importante porque la cuestión de la “esencia” del Estado no pasa por repetir definiciones sabidas de carácter político o en dar explicaciones en el nivel de la filosofía de la Historia o señalar sus características “jurídico institucionales”, orientado al “ordenamiento” de la sociedad para mejor llegar a los resultados del “equilibrio” y la “paz” sociales puesto que su función es actuar como árbitro imparcial en medio de las “inevitables diferencias que toda sociedad muestra.

“Actualizar”, entonces, la cuestión del Estado significa “desacralizarlo”, “desmitificarlo” y sentar su crítica de manera concreta explicando y aclarando que no debe considerárselo como una especie de “naturaleza inconmovible”, como una institución por encima de las clases y único e irreemplazable ente rector del orden social burgués y que las instituciones que ha construido para objetivar su democracia (república ejecutiva, república parlamentaria, monarquía parlamentaria, etc.) son nada más que modalidades jurídico-políticas del dominio real de la burguesía.

Dos son las líneas que parecen abrirse paso en la literatura política actual sobre esta cuestión: 1) la que considera al Estado y su estructuras jurídicas plasmadas en Nación, como algo superado, algo correspondiente a la etapa de la modernidad surgida del Medioevo e instalada firmemente a partir del siglo XIX en la Europa occidental y desde allí “exportada” al resto del mundo. Esta realidad sería la de una “soberanía” declinante de aquellas Naciones-Estados hoy incapaces de regular los intercambios económicos y culturales. Este tipo de Estado es el que está siendo reemplazado por una “nueva forma global de soberanía” en el nuevo espacio de la “globalización” y del capital transnacionalizado.

Se afirma además que “la globalización es un hecho y es fuente de definiciones jurídicas que proyectan una figura supranacional única de poder político” (Ver, “Imperio”, Negri-Hardt, H.U.P. p. 14) que lo verdaderamente nuevo consiste en que “Una nueva noción de derecho, o más aún, una nueva inscripción de la autoridad y un nuevo diseño de producción de normas e instrumentos legales de coacción que garanticen los contratos y resuelvan los conflictos” (Ibídem)

La otra posición es completamente diferente y sostiene que el Estado es siempre en todo tiempo y lugar un mecanismo de poder. Que la lucha por ejercer tal poder en los procesos sociales y políticos lleva a una situación de carácter perverso: antes era manejado por cierta clase que se oponía a cederlo, luego del cambio hay otra clase que se lo arrebató y lo maneja. Pero lo central es que sigue siendo un poder alejado de la realidad y necesidad de las masas. Aquí Estado y poder se identifican y se sitúan inevitablemente en manos de grupos y/o partidos que “reproducen” el poder para sí y no permiten el despliegue del poder de todos para todos. Síntesis: no se puede cambiar el mundo por medio del Estado… Éste es el desafío revolucionario a comienzos del siglo veintiuno: cambiar el mundo sin tomar el poder” (J. Holloway, “Cambiar el mundo sin tomar el poder”, Universidad Autónoma de Puebla, México 2002, pp.39-41) Pero ¿Cómo se puede cambiar el mundo sin tomar el poder? La respuesta es obvia: no lo sabemos” (¿¿??) (Ibídem, p. 43)

Con relación a la primera posición nos hemos referido ya en el parágrafo sobre el Imperialismo Monopolista Financiero señalando lo que contiene de captación parcial de los cambios en el imperialismo mundial y el Estado burgués, y simultáneamente lo que tiene de erróneo. En un autor que se vanagloria de “no ser leninista” y sí ser “maquiavélico” y que, además, manifiesta que “el antiamericanismo y la fe en los Estados-Nación corren de la mano… y que el antiamericanismo es una actitud débil y mistificante en la actual fase de definición crítica de la constitución del nuevo mundo…que el antiamericanismo es un estado mental peligroso, una ideología que mistifica los datos de análisis y oculta la responsabilidad del capital colectivo. Debemos alejarnos de él” (Entrevista a Negri por Danilo Zolo en Revista italiana “Da Reset”, octubre 2002), no se puede dejar de olfatear cierto tufillo pro-yanqui so pretexto de elaborar el Imperio como un nuevo principio teórico. Esto de por sí no invalida sus argumentos pero es bueno saber desde qué clase social se habla y defendiendo qué intereses.

Respecto de la postura del sociólogo Holloway, no es mucho lo que de importante puede decirse. El autor manifiesta una angustia y una desesperanza al punto que hace girar toda su obra no en el pensamiento analítico sino en “el grito”. A lo largo de 300 páginas satura al lector con una especie de neoanarquismo que lo conduce a instar a los trabajadores, militantes y luchadores a dar la espalda al Estado, al poder y a las organizaciones políticas, sobre todo a éstas últimas ya que no hacen otra cosa que reproducir la lógica del poder y del Estado como instrumento enajenado y autónomo. Esto es lo mismo que decirle a los trabajadores ¡sean enemigos de todo dominio de clase! ¡no confíen en sus propios modos de dominio y gobierno antiburgués! Sus luchas no pueden ni deben transformarse en otro Estado porque eso implica orden, dominio, poder sobre la sociedad y el individuo y en consecuencia repetir lo mismo que hace la sociedad burguesa. ¡La construcción del socialismo muestra los mismos errores y los mismos horrores que la sociedad burguesa!

Pero el autor confiesa que no sabe cómo, con qué sustituir estas realidades que le han creado un enorme “desasosiego” espiritual y moral. No importa, por de pronto difundamos esto para que, en el peregrino caso que los trabajadores las tomaran para sí, estarían a merced de toda la red de intereses, negocios, y chantajes políticos de la burguesía: ¡desarmemos a los trabajadores del mundo para que sean explotados y embaucados sin obstáculo alguno! Porque total todo está contaminado de poder. ¡Hagamos un anti-poder! que construya la “dignidad”; pero el anti-poder es ubicuo e invisible, ¿existe? ¡claro que existe! “el anti-poder está en la dignidad de la existencia cotidiana. El anti-poder está en las relaciones que establecemos todo el tiempo: relaciones de amor, amistad, camaradería, comunidad, cooperación.” (Holloway, Ibídem, p. 229). Ahora bien dado que la burguesía imperialista no renuncia a nada que fortalezca y asegure su dominio, esto no es otra cosa que preconizar un “hippismo bonachón e inofensivo” con consignas ya pasadas de moda cuya actualización sería: ¡haga el amor no la guerra al Estado burgués! ¡Abajo el poder viva el placer! Estas concepciones demuestran no tener la menor idea del poder y del Estado, de cuál es el centro neurálgico en el que se deciden los negocios, las inversiones, las ganancias y las guerras por un lado, y la vida, la explotación, la miseria y la muerte para millones de trabajadores por el otro.

Estos disparates no merecerían ningún comentario porque no son analíticamente serios ni aun concediendo en el autor las mejores intenciones, pero lamentablemente se difunden y penetran en muchas franjas de intelectuales y militantes que suelen tomar en serio algunas de las tonterías que el libro de Holloway expone. Todo esto muestra crudamente que en el fondo de esta posición política, ¡porque se trata de una posición política! hay una especie de culto a la novedad, creer que todo cuanto en las luchas de los pueblos sea nuevo y raro o nunca visto antes, es forzosamente valioso y todo un avance, e incluso si no lo hubiere habría que “inventarlos”.

No obstante es procedente aislar de este tipo de propuesta lo que tiene de analíticamente importante aunque el autor pareciera desconocerlo: la relación de oposición entre el Estado como la instancia de lo político y del interés supuestamente general, y la sociedad civil como en quien descansa el interés particular. Los procedimientos y estructuras del primero se objetiva en la burocracia administrativa y alcanzan también a las instituciones políticas, llegando hoy a todo tipo de organizaciones sociales, culturales, y también a los partidos políticos de los trabajadores, sindicatos, etc. etc. Antes se atribuían sus “deformaciones” (burocracia, privilegios, etc.) a “desvíos” de su función natural, a actos de corrupción o decisiones personales arbitrarias de funcionarios y empleados, ahora es visible el hecho que se autonomizan y crean sus propios intereses corporativos lo que culmina en vaciarlos de legitimidad, autoridad y representantividad.

En toda sociedad dividida en clases que se funda en la explotación y en la coacción de las clases trabajadoras, ésta separación individual-general, es la forma que adquiere el sojuzgamiento que rompe la unidad social, mantiene la separación y la establece como antagonismo. La “dirección de los asuntos generales” en “interés de todos” por parte de las clases propietarias aparece, se muestra y se repite como “natural” y “anónima”. Esta situación es la que crea las condiciones rutinarias en que se desenvuelve la estructura burocrática como impersonal, cotidiana y que genera una “obediencia pasiva” y promueve una adhesión inmediata a la “autoridad” y la aceptación de un mecanismo o aparato formal pero con poder de decidir sobre las relaciones en la sociedad desde una instancia “superior” que enjuicia los actos e ideas como “ajustados” a las costumbres, lo moral y lo justo, o bien como “desajustados”, inmorales y subversivos. Por ello toda organización de las clases explotadas que impugne este estado de situación siempre será visto como “fuera de la ley” por las clases dominantes, o como mínimo “antinatural”; de manera que aceptar ésta política burguesa, es ponerse de su lado y en contra de los trabajadores. Es aceptar el poder y el Estado constituido aunque se pretenda presentarlo como aliento de “nuevas formas” no organizativas para “salirse de ellos”.

En tanto no desaparezcan las clases no podrá ser eliminada la oposición antagónica entre el interés individual y el interés general. Y siempre cabrá todavía, aún en los inicios de las nuevas formas sociales (visible en los países socialistas desaparecidos y en los actuales), que lo formal autoritario predomine sobre el contenido colectivo, y el disfrute de los privilegios que dan las “alturas” de la burocracia como estamento destacado que se hace servir en vez de ser ella la que sirva.

Pero la esencia de esta oposición antagónica reside en la estructura clasista de las relaciones producción y su manifestación como poder del Estado sobre las multitudes trabajadoras, sobre esto descansa el manejo diario, rutinario y “autónomo” de la burocracia y de los burócratas. La lucha contra el Estado burgués es por tanto la lucha contra la clase que administra el más grande instrumento de sometimiento político, social y militar; y abre al mismo tiempo la lucha contra toda sociedad de clases y contra todo poder que se aleje o enajene la administración colectiva de los intereses sociales en favor de los particulares. Esto último sólo la superación efectiva de la sociedad capitalista permitirá lograrlo, y se plasmará siempre y cuando se lleve también una lucha constante dentro del propio movimiento de los trabajadores para impedir su desvirtuación mediante la acción correctiva y punitiva de la colectividad que deberá imponer su capacidad y poder de eliminar intereses de parte que pretendan autonomizarse en contra de lo social general.

Como es posible advertir, en consecuencia, la cuestión del Estado, plantea el reconocimiento de una profunda relación entre su esencia, sus funciones, sus modificaciones, etc. y el trabajo político inmediato, cotidiano por parte de los trabajadores y sus instituciones “representativas”. La conciencia en la actividad política de esta relación y de su importancia organizativa e ideológica es de carácter práctico y no algo para ser resuelto en lo futuro como objetivo de “largo plazo” ¡es una tarea hoy!

El objetivo de la revolución socialista ¿ha pasado? : IMPERIALISMO Y SOCIALISMO (I)
Fernando Hugo Azcurra (1 - VII - 07)

Fernando Hugo Azcurra es economista. Realizó estudios de postgrado en Historia económica en la facultad de ciencias económicas de la Universidad Nac. de Buenos Aires (UBA) Se desempeñó como profesor en las facultades de Ciencias Económicas y de Filosofía y Letras de la UBA. En la actualidad se desempeña como profesor de Historia Económica en el CBC de la UBA. Ha sido profesor de macroeconomía de la Universidad del Salvador. Se desempeña como profesor de Historia Económica de la Universidad de Lomas de Zamora. Profesor de Economía I y Economía II de la Universidad de Luján. Ha dictado diversos cursos de postgrados. Actualmente está dictando un taller de postgrado sobre Marx y Sraffa en la Univ. De Luján.Es autor de "Democracia y proceso socialista en Argentina" (1985); "La nueva alianza burguesa en Argentina" (1987); Empresas del Estado y economía en Argentina" (1989); "Marx y la teoría subjetiva del valor" (1993); "Fundamentos de macroeconomía" (2003) y "Capital y excedente" en colaboración con Alejandro Fiorito (2005) y "Teoría macroeconómica" (2006).

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