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El objetivo de la revolución socialista ¿ha pasado? : IMPERIALISMO Y SOCIALISMO (I)

Fernando Hugo Azcurra
Agrupación Mate Amargo / CEPRID
1 - VII - 07

“Nada hay más poderoso en la sociedad, que una idea a la que le ha llegado su tiempo”
Víctor Hugo


Pues bien, en nuestra época, ese tiempo ha llegado y no es el tiempo de una idea: es el tiempo de una realidad. Tiempo del Socialismo y realidad de los problemas de su construcción. Vivimos en una nueva época de la historia mundial: es la del tránsito de una sociedad que declina, moribunda, pero aún fuerte, y otra que nace, reclamando su derecho a la vida, pero aún débil. Situación que se reconoce en toda época de cambio histórico, de turbulencias, de rebeliones, entre una sociedad establecida que se niega a desaparecer y otra que viene a desplazarla. Nuevas relaciones sociales, nuevas formas de producción, nuevas modalidades de vida y cultura. Tales movimientos de ruptura no se producen de golpe y en un día, se desarrollan a lo largo de siglos, hasta quedar establecida la nueva configuración social, el nuevo régimen. Es lo que hoy sucede entre un capitalismo imperialista financiero que lucha por mantener su supremacía y que nada cambie, defiende el statu-quo, y las nacientes formas de la nueva sociedad que desafían tal supremacía y buscan afanosamente, en medio de innumerables dificultades de todo orden, romper tal status y afirmar la nueva clase y sus nuevos valores.


1) Cambios revolucionarios: ¿actualidad o pasado?

El problema fundamental de nuestra época

En materia de análisis político la concepción materialista impone ir más allá de los fenómenos cotidianos y episódicos que manifiestan las sociedades. Exige conocer las tendencias y corrientes más profundas que determinan y regulan su movimiento permitiendo así avizorar, anticipar su derrotero, sino de un modo exacto, ya que ello es prácticamente imposible, al menos en una forma general pero segura.

Trataremos de cumplir con aquél precepto de método para intentar captar cuál es hoy el problema fundamental de nuestra época. Por época deberá entenderse un largo lapso histórico de la vida social que toda sociedad experimenta: época inicial de cambios, época de desarrollo y consolidación, finalmente época de declinación y extinción. ¿En cuál estadio se encuentran hoy sociedad burguesa y sociedad socialista? Veamos.

Desde 1848 por los procesos revolucionarios que se extendieron como reguero de pólvora por Alemania, Francia, Hungría, Polonia, etc. en los que la burguesía afirma su dominio ante la nobleza territorial y, al mismo tiempo, hace morder el polvo de la derrota a los trabajadores que ya buscaban ir más allá de las consignas burguesas abiertas con la gran revolución francesa de 1789, pero en particular desde la Comuna de París, se advertía, para quien quisiera examinar en profundidad los acontecimientos socio-políticos, que no terminaba aún la burguesía de sentarse definitivamente y en tranquilidad a hacer uso del control estatal cuando ya tocaba a las puertas de “su” sociedad el proletariado fabril explotado, humillado, sin derechos políticos ni civiles, como nuevo dirigente de todo el pueblo. Junto con la etapa de consolidación de la burguesía ya se desbrozaba el camino fundamental a inicios del siglo XX: el de la Revolución Socialista. ¡He ahí la cuestión decisiva y central de la nueva época! ¡Inminencia y actualidad de la Revolución Socialista!

Pero como nada permanece en lo que es y, como durante el siglo XX se concretaron los cambios revolucionarios pronosticados, el movimiento proletario pasó de los desafíos a la burguesía y a su sociedad del capital, a la realidad del surgimiento de varios países que romperían el statu-quo mundial dominado por ella, la cuestión fundamental, sobre todo luego de la 2da. posguerra se desplazó, por así decir: se transformó hoy ¡en la actualidad del socialismo!

Pero esta actualidad se presentó no en los términos esperados, esto es, en algún o algunos países más desarrollados por la senda del capitalismo, sino que arrancó en los países constitutivos de su periferia. Esto hizo y aún hace que siga vigente el cambio en aquéllos y obliga a redefinir también los procedimientos y las vías en la consecución del Socialismo en los países periféricos que no han producido el cambio, a tenor de los problemas planteados a la construcción socialista en los países que promovieron los cambios en tal sentido.

Si no se acepta éste carácter fundamental de nuestra época que vivimos, transitamos y luchan los trabajadores de todo el mundo, que es el tránsito de una sociedad a otra, que es la época de la actualidad y de la realidad del socialismo, todo se convertirá en retórica hueca. Y digamos con firmeza y prestamente que esto no es una deformación de lo que acontece: ¡es un fundamento real y objetivo de ésta época!

Hemos pasado, pues, desde la inminencia y actualidad de la revolución socialista a comienzos del siglo XX a la de su ¡actualidad y realidad objetiva! a partir de la Revolución Socialista de octubre en Rusia, pasando por la rebelión China y el sudeste asiático, y las insurgencias, con variada fortuna, de África y América Latina a la de su ¡actualidad y realidad objetiva hoy! fines del siglo XX e inicios del siglo XXI. Si no se recupera y capta con fuerza lo patente de este fundamento todo análisis materialista pecará de insustancial y artificial.

Es esto, entonces, lo que impone sin vacilaciones no mirar la “estrechez” de la construcción del Socialismo o, al menos, no sólo enfocar la mirada en ello, sino advertir por los entresijos de tales estrecheces, carencias y limitaciones, la potencia y la fuerza de lo que se abre paso inexorablemente: las nuevas relaciones, la nueva sociedad, haciéndolo, claro está, por la multiplicidad de los meandros, avances y retrocesos, victorias y derrotas, ¡ninguna lucha, ninguna construcción social se hace en línea recta, directa y limpia! Y tan cierto como es esto, lo es la extinción del capitalismo, la “vieja sociedad”.

Debe subrayarse esta circunstancia porque hay quienes, dentro del propio campo de la izquierda, acompañan las posiciones de la burguesía viendo en los cambios del capitalismo actual, los de su etapa de imperialismo monopolista estatal en imperialismo monopolista financiero mundial, sólo lo que pareciera tener de ¡“consolidación” definitiva de su dominio!, lo que pareciera mostrar el ¡“triunfo de su lógica”! apoyándose en el derrumbe de la URSS y en que el movimiento obrero mundial ¡ha desaparecido! Síntesis: ¡perdieron la revolución y los trabajadores! ¡Ha triunfado el capitalismo!

Agigantan la creencia en la fuerza del enemigo de clase, refuerzan sus argumentos mentirosos y, como contrapartida, reducen hasta su extinción, la potencia de las luchas y la fuerza del embate de todos los trabajadores asalariados en sus múltiples modalidades. Muchos difunden que el mundo del trabajo es débil como clase, como ideología y como política de oposición, está “disperso”, sin “conducción”, está sin “el objetivo del socialismo”, se ve “desorientado”, “a la deriva”, los pueblos y en particular los trabajadores descreen de “la” política, de toda política, incluso de la propia de los partidos de izquierda o que se dicen inspirados en el marxismo.

Estas posiciones son ¡derrotistas! Diríamos que esto es rutinismo de pensamiento, que es “tragarse” el discurso y la práctica de la burguesía y sus portavoces intelectuales que lo llenan de altisonancias triunfalistas, gritando que la historia ha terminado, que al fin la humanidad ha llegado a conquistar la cúspide social: ¡el dominio omnímodo de la sociedad burguesa!

Esto es lo mismo que un llamado a los trabajadores a ¡no hacer nada! ya que luchar por los cambios revolucionarios es estar ¡condenado al fracaso! aleccionan con que ¡los trabajadores ya no siguen ni persiguen cambiar la sociedad! ¡menos aún por el socialismo de cuartel! ¿Qué buscan y qué quieren? Quieren “la” democracia, desean “la” libertad, buscan “vivir bien” estos son los únicos cambios y objetivos inmediatos y “prácticos” que pueden esgrimir y por los que los pueblos se moverán, o sea, por los valores burgueses y dentro de la sociedad burguesa, nuestra sociedad burguesa afirman es ¡inconmovible y eterna!

Para estas posiciones ya G. Lukács señalaba que “…a los ojos del marxista vulgar los fundamentos de la sociedad burguesa son tan inamovibles, que aun en los momentos de su conmoción más evidente no desea otra cosa que el regreso de la situación `normal´, no viendo en sus crisis sino episodios pasajeros y considerando la lucha, incluso en tales períodos, como la nada razonable rebelión de unos cuantos irresponsables contra el, a pesar de todo, invencible capitalismo” (G. Lukács, “Lenín”, La Rosa Blindada, p. 17)

¿Pero no hay acaso mucho de verdad en aquellas posiciones? Negar la implosión de la URSS y su impacto en quienes luchan buscando la superación de la sociedad burguesa en pro de la construcción socialista, como también el reflujo en la conciencia socialista y una situación de desaliento por parte de la masa de trabajadores a nivel mundial, sería necio. Pero hemos de decir que no menos cierto es que a la altura en que se produjeron los acontecimientos que llevaron al desmoronamiento de la URSS, ésta había dejado ya de ser el único referente en la lucha anticapitalista. Más aún era, casi desde de sus inicios, blanco de innumerables ataques por sus “desvíos” de la verdadera construcción socialista, de los cuales Trotsky y sus continuadores fueron de los primeros en señalar. A partir de la 2da. posguerra la llamada “coexistencia pacífica” fue uno entre los tantos temas políticos de furiosas invectivas. Los procedimientos “burocráticos” internos en la planificación económica, fue otro, y así puede – y debe- hacerse una lista.

Los ejemplos respecto del abandono por parte de los trabajadores de los países europeos principales de las tácticas de lucha oposicionista intentando derrocar al capital y lanzarse en la senda del socialismo, también durante aquel lapso, fueron evidentes. Pero es sólo parte de la situación que la explica. La posición privilegiada de las burguesías de esos países en la estrategia de los EE.UU. para Europa occidental como contención del comunismo los alcanzó con un nivel de vida y de consumo jamás vivida ni pensada antes. Pero aún así durante los primeros veinticinco años de la segunda posguerra los partidos de izquierda en Francia e Italia, por ejemplo, establecieron políticas que jaqueaban al sistema liderado por EE.UU. y obligaban a sus altos mandos en connivencia con los gobiernos europeos a nuevos diseños políticos, diplomáticos, sindicales y laborales, de modo que evitaran al máximo los conflictos internos.

En los países periféricos la situación constituyó una forma abigarrada de situaciones específicas. Los movimientos de liberación nacional que arrancaron con fuerza por la misma época, en algunos casos lograron sus objetivos (Viet-Nam, China, Cuba) y en otros, por la agresión y hasta por invasión de los EE.UU. fueron neutralizados o derrotados (Chile, Mozambique, Angola, etc.)

Pero todos estos ejemplos expuestos de una forma sumaria no exhaustiva, muestran por un lado lo que pasó y al mismo tiempo lo que falta hacer puesto que al plantearse movimientos para sacudirse el yugo del capital pusieron o desencadenaron el movimiento opuesto, y ellos mismos son los indicadores de la nueva época a la que aludimos, la de su actualidad y la de su objetividad. En las guerras se libran batallas, unas son importantes, otras lo son menos, unas son de movimiento, otras de enfrentamiento directo, unas contienen mucho de diplomacia otras más de resolución militar, unas son de avance y otras de retroceso ¿Qué decide la importancia y valor sobre su “derrota” o su “victoria”? El carácter general – la época social- en la cual se inscriben y la relación que guardan respecto del cuadro histórico-mundial, si aún tratándose de una “derrota” ésta no logra frenar la tendencia epocal, y si en cuanto victoria ésta acelera o no el advenimiento del triunfo final.

No es sólo, y a veces ni principalmente, el aspecto militar e inmediato de la confrontación lo que determina su valor en los conflictos, mucho más si, como en este caso, hablamos de conflictos de clase del cual lo militar es un aspecto, que contienen características y ángulos de todo tipo: político, social, económico, cultural, histórico, etc. y militar. En cada momento, alguno o algunos de estos aspectos predomina respecto de los otros, saber cuál es y estar en condiciones de manejarlos hace a la conducción estratégica y táctica general en el tiempo dentro de la época y de la oposición fundamental.

En consecuencia la actualidad y realidad del Socialismo, es lo decisivo y la tendencia mundial; marca de modo indeleble el carácter fundamental de nuestra época, es esta una situación objetiva y candente: cada uno de los hechos y episodios de lucha socio-política, tiene que ser relacionado de manera concreta con ese fundamento histórico-social de fondo y concebirlos como momentos de un todo mundial de tránsito de una sociedad a otra ¡este es el fundamento de la todas las luchas de clase hoy y de todas sus transformaciones!

La transformación del capitalismo como capitalismo monopolista, convirtió a fines del siglo XIX y comienzos del siglo XX, la revolución del proletariado por el socialismo en actualidad, la planteó como problema de actualidad de esa etapa de la nueva época. Desde fines del siglo XX hasta hoy, comienzos del siglo XXI, recorremos una nueva etapa que nos presenta como problema actual y real la construcción del socialismo en sus dos puntos centrales: como Revolución que debe producirse aún en los países centrales y periféricos y como nueva sociedad en construcción.

Es posible advertir, entonces, que los cambios revolucionarios NO son cosas del “pasado” sino, muy por el contrario, cosas del “presente”. Estos cambios constituyen la actualidad ¡y hasta la necesidad! no sólo más profunda sino “evidente” y quien se niegue a considerarlo así no se ubicará en el campo de los trabajadores asalariados y de quienes luchan por el progreso social y la nueva sociedad.

 

2) Los trabajadores como clase socialmente dominante

Su sustancialidad histórica mundial.

¿Qué debe entenderse por trabajadores como clase socialmente dominante? De modo general, en la actualidad mundial del capitalismo imperialista financiero, al hecho de la inexistencia de otras clases que como resultado de relaciones producción feudales, semifeudales, trabajadores autónomos, artesanos, etc. disputen su lugar político-social en igualdad de condiciones de explotación a aquellos. O bien que tengan todavía por delante lograr sus propios fines históricos.

Hoy los trabajadores asalariados constituyen la mayoría de la población mundial trabajadora, son su parte más activa sindical y política. No quiere decir esto que aquellas otras capas o “bolsones” de trabajadores haya desaparecido ¡no! Más aún en algunos países y economías bien pueden formar una realidad extendida oprobiosa, pero en aquellos países y regiones periféricos que hayan experimentado un desarrollo industrial burgués por incipiente que sea, va tomando cada vez forma la explotación asalariada como norma y ley. Y en aquellos en los que es posible advertir relaciones atrasadas, si se examinan en profundidad mostrarán que están montadas, por así decir, y dominadas por el capital imperialista transnacional.

Es a partir de esta realidad, entonces, que se volvió imperioso para los trabajadores el desarrollo y proyección de sus intereses como política e ideológicamente dominante, abarcando en su propio seno a todas las demás clases y capas explotadas sin exclusiones ya que el campo del pueblo trabajador es el terreno de confrontación en que se mueven todas las clases en la sociedad burguesa.

Y sin embargo las afirmaciones anteriores parecerían chocar de inmediato con la comprobación de hechos políticos mundiales completamente opuestos que desmentirían aquella posición cuestionando la centralidad y esencia de la época junto con el cuestionamiento del sujeto histórico-político portador del cambio.

¿En qué argumentos basan tales cuestionamientos? En general:

a) la caída del sistema socialista a manos de una caterva de rufianes burócratas pro capitalistas, apoyados por esos trabajadores que, se suponía, debían defender el sistema.
b) la espalda dada por la sociedad y por los propios trabajadores de los países capitalistas más desarrollados al socialismo y la ideología socialista.
c) las transformaciones económicas, políticas y sociales reflejadas en el proceso de “globalización” que están determinando la desaparición del proletariado industrial y su progresivo pero inexorable reemplazo por los trabajadores de “servicios” y de la “producción inmaterial” que sobrepasa en valor y producción a los sectores “tradicionales” de la “producción material”.
d) En los países periféricos, en particular en América Latina, los movimientos políticos no están liderados por los trabajadores asalariados sino por un conjunto de clases, capas y sectores en los que suelen predominar liderazgos personales y grupos pequeños que tienen diversos orígenes sociales.

Todas estas posiciones y otras parecidas conforman un estado de situación mundial respecto de la confrontación socialismo versus capitalismo, proletariado versus burguesía, marxismo versus liberalismo, más o menos de este tipo: 1) el proletariado ha sido derrotado en toda la línea; 2) el socialismo culminó en un estrepitoso fracaso y, 3) la concepción marxista como teoría de las sociedades se reveló como una falsedad: por tanto, éste es el tiempo de crisis de las experiencias de todo el siglo XIX que durante todo ese lapso se creyó que era un innegable triunfo histórico y político del socialismo marxista a partir de la revolución de octubre.

Se “teoriza” que el impacto y las proyecciones de aquella revolución a nivel mundial han muerto, que ha concluido una época y una ilusión. Por el contrario, en el otro campo, el de la burguesía, lo que hay es triunfo, 1) éxito del capitalismo; 2) demostración de la verdad del liberalismo, 3) ¡la burguesía y el capital han triunfado! ¿Qué hacer? ¿Empezar de nuevo? ¡No! Hay que buscar otros caminos, encontrar otros actores no contaminados, evadir las organizaciones tradicionales, alimentar todo lo nuevo, lo no explorado, lo antes no tenido en cuenta, estimular todo accionar de cualquier tipo de organizaciones e instituciones o de prácticas que proclamen sus derechos, minorías, grupos, asociaciones, en especial culturales, sociales, vecinales, etc. absteniéndose de dirigirlos o señalarles fines, procedimientos, e ideas fuera de las que ellos mismo se den y construyan, recuperar “la utopía” y la “esperanza”.

Pues bien, el materialismo marxista exige aceptar los hechos frontalmente, sin dudas ni vacilaciones, sin construir posiciones y/o argumentos ilusorios, pero al mismo tiempo con la clara firmeza de señalar que existe siempre algo más profundo y de primordial importancia que los hechos o situaciones aislados: el proceso general, la totalidad del movimiento de la sociedad y de la época histórica con sus clases actuantes. Reconocer sin medias tintas la existencia de hechos y situaciones no implica que se los deban aceptar como la realidad determinante de la acción y del proceso general. Esto ya lo sabía a la manera literaria el gran escritor irlandés G-K. Chesterton quien decía “¡Los hechos! ¡Cómo oscurecen los hechos la verdad!... Todos los detalles conducen a algo, no cabe duda; pero por regla general a algo equivocado. Los hechos apuntan en todas direcciones, como los millares de ramas de un árbol. Únicamente es la vida del árbol la que ofrece unidad y la que se eleva…Únicamente es su verde savia la que brota como un surtidor hacia las estrellas” (G.K. Chesterton, “El club de los negocios raros”, Obras Completas, Janés Editor, III, p. 1282). Hay aquí una relación entre “existencia” (los hechos) y “realidad” (la sustancialidad histórica), lo que existe por el mero de existir no tiene realidad. No es lo mismo existencia que realidad, un zapatero remendón tiene existencia pero carece de realidad en las relaciones capitalistas de producción porque lo sustituye con la industria del calzado, es ésta la que tiene realidad y no aquél.

Lo primero que es necesario afirmar de modo indubitable es que la victoria definitiva de los trabajadores asalariados y sus aliados están atravesando un largo camino histórico y político apenas iniciado, ha habido y habrán aún triunfos, pero habrán, ¡las hay!, derrotas, y serán inevitables, como lo serán los pasos atrás, las regresiones, no sólo políticas, sino ideológicas y organizativas, a estadios que se consideraban ya superados. Esta es la marcha de la historia de la lucha de clases y del nacimiento de toda nueva sociedad.

De todos quienes viven tales amplios períodos de transición la visión cotidiana, en unos les hace ver un mundo que se derrumba y hablan de crisis y de los “buenos viejos tiempos”, es la conciencia ingenua, son conservadores; entre los otros se encuentran quienes están comprometidos con los cambios y enfrentados a las “autoridades” establecidas, en cada éxito ya festejan la muerte inmediata del mismo, son los “exitistas”, o están también los que ante una batalla perdida, la toman como derrota de toda la lucha y de lo fútil que ha sido y será conmover un sistema tan “arraigado” y firme como una roca ante los embates del pueblo y de los luchadores, son los “derrotistas”. Pues bien, estamos viviendo tal época y se dan triunfos y derrotas, pasos hacia delante y pasos hacia atrás, avances y retrocesos, luchadores y dirigentes que se doblegan y se vuelven “realistas” pero también luchadores y dirigentes que se templan y fortalecen en sus convicciones; hombres y organizaciones que abandonan el compromiso del combate pero en contraposición aparecen hombres y organizaciones que los reemplazan y asumen sus responsabilidades.

La vida social es movimiento, acción, y la esencia de ellos es el antagonismo, la oposición y su superación.

Y abordemos desde esta perspectiva el cuadro de situación descripto ante el cual se encuentran los trabajadores asalariados en el nivel general. Todos y cada uno de los puntos desde a) hasta d) constituyen sólo parte de los problemas del tránsito histórico de una a otra sociedad, y quien haya pensado o creído que esta época iría a ser relativamente corta, directa, límpida y siguiendo un “patrón” cortado a medida de sus aspiraciones carece de una comprensión de los fenómenos sociales reales. Lenín decía: “Quien espera una revolución social pura, jamás llegará a vivirla, y no pasa de ser un revolucionario verborrágico que no entiende la verdadera revolución”. Pues bien, puede hacerse una paráfrasis de lo anterior y afirmar que quien piensa que el acceso a y la construcción del socialismo debe ser una tarea “pura” - sin sangre, esfuerzos, luchas denodadas, y conflictos de todo tipo- no entiende absolutamente nada de lo que está viviendo ya que nunca verá sus “ensueños” hecho realidad.

La caída de la URSS fue y es el más imponente golpe dado al socialismo. Fue, en su momento, una enorme revuelta contra el comunismo como adversario del capitalismo en lo que era el centro principal de la “otra” sociedad. Esto no puede ni debe ser desfigurado ni atenuada su gravedad. Decir que la URSS no era un país socialista, que allí no se trataba de una sociedad cuya aspiración y construcción consistía en lo opuesto al capital es solo un atajo y un sofisma. Lo mismo podría afirmar, y en muchos casos es así, un liberal capitalista que ante las atrocidades evidentes de funcionamiento del sistema capitalista aleccionara con que “éste NO es el verdadero capitalismo”, que el “verdadero capitalismo, es justo, equitativo, igualitario, etc. etc. por lo que todavía resta “construir tal capitalismo”; y lo mismo podría pensarse del “mensaje” cristiano que todavía está por realizarse ya que la Iglesia Cristiana NO es la auténtica representación de Dios y de sus designios. De esta manera se separa el discurso de la realidad sobre la que se asienta y de la cual forma parte. Es inadmisible aceptar semejante postura.

Lo esencial, sin embargo, no reside en tal relación sino en las leyes que determinan la existencia y movimiento de una formación económico-social. Aunque se quisiera hacer del modo de producción capitalista una sociedad justa, equitativa, etc. esto no sería posible en modo alguno, ni siquiera en las versiones menos duras, ya que tal sociedad se asienta en una asimetría de carácter social irreconciliable: la propietarios no-trabajadores, dueños de los medios sociales de producción, y los trabajadores no-propietarios, sólo dueños de su fuerza de trabajo. Ésta es la base irreductible de la explotación, la desigualdad, la inequidad, sin la cual no existiría el capitalismo como estructura económica.

Puede haber (los hay) países en los que esta asimetría no adquiere las modalidades más sanguinarias y viles, pero no altera su esencia de clase y la apropiación gratuita del trabajo colectivo por el sector burgués dominante. De manera que la subordinación real del trabajo al capital ES lo sustancial de la sociedad burguesa capitalista; la continua expropiación de los trabajadores de los medios sociales de producción y su conversión en capital, constituyen la ley para su constante reproducción: los trabajadores entran como tales en la sociedad y en la producción, y salen exactamente en las mismas condiciones; mientras que los propietarios entran como tales y salen también como tales, pero con cada vez mayores posibilidades de acumulación y de dominio. Mientras permanezca la ruptura entre los trabajadores y los medios de producción, no habrá ninguna “superación” de los problemas sociales y políticos del sistema pues porque ¡es él mismo quien los produce y de los cuales se nutre!

Ahora bien, cuando examinamos el tipo de construcción socialista que desde la URSS se difundió como “modelo socio-económico” opuesto rivalizando con el capitalismo, para nuestro desconcierto y perplejidad encontramos que aquella subordinación real no fue superada. Se expropiaron a los capitalistas individuales, se los reemplazó en la gestión y administración por “cuadros” partidarios (PCUS) dotados de poder y autoridad no sólo desde la pertenencia al partido sino por el hecho mismo de la autoridad y responsabilidad que surge de cualquier tipo de organización en cualquier sociedad en la que se establecen relaciones jerárquicas. Era esto lo que otorgaba el carácter de socialismo a la nueva sociedad y asi se conoció y difundió. Este ERA el socialismo para sus trabajadores y para el mundo todo.

De manera que el partido-Estado configuró el principal (no el único) propietario “colectivo” en la sociedad, ante la inmensa masa de trabajadores asalariados que continuaron siendo tratados como “vendedores” de su única mercancía: la fuerza de trabajo. No era, pues, una sociedad colectiva por la propiedad, colectiva por la administración, colectiva por la distribución y el consumo. Seguía manteniendo notorias relaciones de parentesco estructural con el capitalismo. Ya no era capitalismo a secas pero tampoco era comunismo en gestación.

Cierto es que se puede considerar que esto, hasta cierto punto, era inevitable en principio por haber surgido la revolución no ya en un país industrialmente atrasado sino directamente con relaciones de producción feudal conteniendo además formas “comunales” de propiedad de la tierra. Y que a lo anterior se puede agregar la no menos asfixiante realidad de la primera guerra mundial, la hambruna de los años 1920, la industrialización a marcha forzada entre los 30 y 40, la segunda guerra mundial y sus estragos, el período de reconstrucción, etc. Cuando se hace un recuento de todo esto para la construcción económica y social propiamente dicha quedan las décadas desde el 50 hasta los 90, en condiciones de paz interna.

Pero la enajenación de los trabajadores de sus condiciones objetivas y subjetivas prosiguió impertérrita y por tanto la base de su desapego al socialismo, al partido y a los cambios revolucionarios mundiales. La clase asalariada se desentendió en los hechos de los objetivos económicos, de las responsabilidades políticas, y de la construcción misma tal como se estaba llevando a cabo: era la gran ausente. El tipo de socialismo a la URSS NO eliminó la ruptura entre los trabajadores y los medios de producción, al contrario, bajo una nueva configuración se perpetuó. Si se añaden el autoritarismo político, las limitaciones a los derechos individuales y personales de los trabajadores, los privilegios de la casta burocrática dueña en los hechos de las empresas, del partido y del Estado, las restricciones innecesarias en el consumo privilegiando criminalmente, como decía el gran economista polaco Michal Kalecki, la inversión a locas, tendremos un cuadro muy restringido pero variado de circunstancias que explicarían el por qué los trabajadores de la URSS no salieron a defender “su” sociedad: sencillamente no era “su” sociedad, no era una economía de la cual ellos fueran dueños colectivos, no era “su” construcción, era la construcción, la sociedad y la economía de unos burócratas agazapados “formalmente” comunistas. En cuanto se produjo la rebelión, lo formal se volvió real: los burócratas se convirtieron en capitalistas desembozados y la economía se reconvirtió en capitalista sin más.

Pero aquí en este episodio dramático aparecen cuestiones importantes. En principio la caída de la URSS se ha revelado como un acontecimiento histórico notable porque pone al desnudo, una vez más, la lucha de clases en el nivel internacional, y no se trata de pensar en que la burguesía mundial saboteó, conspiró y finalmente destruyó la URSS. Sí, tales “dignos” actos fueron implementados en diferentes tiempos y situaciones, pero la URSS no cayó por ellos: cayó por sus propias contradicciones y a manos de quienes hubieran debido defenderla. En segundo lugar para los trabajadores rusos y de la ex – Europa oriental, ahora ellos mismos han creado las condiciones inexorables de desarrollo de su conciencia socialista, les guste o no les guste tendrán que retomar el camino de oposición y combate que la burguesía de sus países les impondrá, que ya se los ha impuesto.

En tercer lugar es de la máxima significación histórica, política y económica, señalar que lo anterior muestra que la construcción del socialismo no sólo se hace con expropiaciones de los capitalistas, se debe hacerlo con la función social dirigente de los trabajadores propietarios colectivos de sus medios de producción pero, y no menos importante, ejerciendo el poder del Estado al modo de la democracia del pueblo más amplia. La burguesía nunca se equivocó en sus inicios: preconizó democracia para ella pero no para los trabajadores. Los trabajadores deben aprender de ella: democracia para el pueblo pero no para la burguesía.

De modo que aún en esta situación de retroceso hay un aspecto de avance en la conciencia socialista mundial. Ahora ya es una especie de “prejuicio” en la conciencia común: el trabajo debe subordinar al capital, los trabajadores gobernar su Estado, los trabajadores ser dueños y gestionadores de la propiedad colectiva, los planes económicos constituir los fines generales de la construcción con participación de los trabajadores. Sólo asi se hará realidad el hecho de que los trabajadores, de ser una clase socialmente dominante, sean política y económicamente dominante hasta su desaparición. Esta es la esencia de la nueva sociedad del socialismo y por eso es diametralmente opuesta al capitalismo: propietarios trabajadores dueños colectivos de sus medios de producción, del Estado y de la sociedad. Esa es la sociedad que finalmente se impondrá y que la humanidad verá surgir en medio de los horrores que produce todavía los estertores del capitalismo imperialista.

Entonces ¿no fue socialismo lo que se estaba haciendo en la URSS? Sí, pero el tipo de Socialismo que jamás podrá afirmarse al no pasar de su primer escalón (la expropiación) al segundo y decisivo: el liderazgo efectivo de los trabajadores en las nuevas relaciones de producción y conducción del nuevo Estado. Precio demasiado elevado que ha debido pagar la clase trabajadora por arrancar desde realidades sociales y económicas retrasadas que imponen un trecho de mucha confusión y conflictos, tanto internos como externos. El propio capitalismo ya ha creado las bases materiales de la misma. Esto no es una quimera ni una apelación al “milagro” a la “esperanza” o al cambio del individuo primero para que cambie la sociedad luego. Aquí no se trata de utopía sino de la realidad más descarnada y contundente.

No nos detendremos demasiado en lo que respecta al segundo punto ya que es sabido que los trabajadores de la Europa occidental y en particular de los países más desarrollados debieron afrontar la particular situación geoestratégica planteada por la segunda posguerra: el dominio económico y militar de los EE.UU. y implementación de sus planes de “contención del comunismo”. Esto significó como fin primordial desarrollar políticas económicas, sociales y laborales que plasmaron en un nivel de consumo elevado y en la atenuación de los conflictos políticos. Esto fue, entonces, posible como resultado de la “guerra fría”, o sea de la presencia y el poder de la URSS como representante del comunismo en la confrontación mundial, y claro está en no poca medida por las ganancias imperialistas de la explotación del mundo periférico. Las organizaciones partidarias debieron variar sus plataformas y procedimientos de lucha y hasta pudieron jaquear dentro de sus propias reglas de juego al sistema y obligaron a desarrollar estratagemas y trampas político-electorales para impedir el acceso de aquellos al manejo del Estado. Había y hay todavía conciencia socialista en una buena parte de aquellas sociedades pero la burguesía supo maniobrar, dividir, y cooptar a la población trabajadora entre derecha e izquierda en sociedades capitalistas que consiguieron dilatar y posponer el ideario socialista inmediato.

Una cuestión importante y caballito de batalla de muchos escritos “posmodernos” es la planteada por el punto c). El “Adiós” al proletariado tiene antiguos antecedentes ya que desde la década del 60 se ha difundido en todos los tonos y con todos los énfasis la desaparición de su función primordial en el proceso de producción, tanto que a mediados de los 70 con las innovaciones tecnológicas que planteaba la robotización en diversas ramas industriales, llegó a pronosticarse que hacia fines del siglo XX ya no habría obreros sino esas máquinas inteligentes que reemplazarían por completo a aquellos.

La actualización de aquellas publicaciones y debates es ahora la que se plantea entre la denominada “producción material” condenada a una muerte poco menos que a ojos vista y su acelerado reemplazo por la “producción inmaterial”. ¿Qué actividades conforman una y otra?

Con el desarrollo de modo específicamente capitalista de producción, modo que es aquél en que los trabajadores están subordinados realmente por el capital, que ya se ha parado sobre su propia técnica, ha variado la escala de producción y construye su propio mercado, concentra cantidades ingentes de trabajadores bajo la forma fabril que se abre paso desde la manufactura hasta la gran industria maquinizada. Esta fue la figura típica del proletariado como sinónimo de obrero productivo de masas crecientes de mercancías o producto material. La industria textil, la del hierro, la extractiva o minera, la agricultura y ganadería pueden ser mencionadas como ejemplos de aquél tipo “tradicional de producción.

Pero en esta producción el capitalismo siguió desarrollándose hasta hoy abarcando la industria de la construcción, silvicultura, piscicultura, transportes, infraestructura y electricidad y toda la enorme extensión en ramas de la industria: acero, petróleo, petroquímica, automotriz, aérea, plástico, bioquímica, armas y aparatos espaciales, etc. etc. sólo para nombrar las más conocidas.

La lógica de funcionamiento del capitalismo está en subordinar la mayor cantidad posible de actividades que puedan generar ganancias y que antes o no existían o existían como actividades individuales de pequeños propietarios independientes o actividades que no plasmaban en mercancías, por ejemplo artistas, docentes, médicos, abogados, etc. en los que la producción no es separable del acto mismo de producir. Pero el notable cambio en el proceso de producción “inmaterial” se dio a partir de los últimos 50 años en que el capitalismo es su forma económica de actividad en: sector público (Estado), sector monetario y financiero, comercio, investigación, comunicaciones, educación, medicina, justicia, etc. En las dos últimas décadas las ramas vinculadas con la cibernética y los procedimientos de administración por computadoras ha desatado una oleada de inversiones que requieren fibras, chips, microchips, etc.

De manera que el campo de explotación de la fuerza de trabajo asalariada se ha expandido notoriamente ¡pero esto no es sinónimo de “desaparición del proletariado! ¡Al contrario! La fuerza proletaria está cada vez más presente y con un mayor radio de acción productiva, social y política porque lo que se ha ido restringiendo es la centralidad del proletariado fabril ¡pero no porque esté muriendo la producción material, sino porque se ensanchó la producción inmaterial! Hay que quitarse del pensamiento la asociación inmediata proletariado = obrero fabril y sustituirla por proletariado = trabajadores asalariados. Y es con este contenido que en este trabajo se utiliza la expresión “trabajadores asalariados” de manera deliberada para alejarse de aquella figura que tiene más que ver con la época de la maquinaria y gran industria del siglo XIX que con lo que realmente sucede en la actualidad.

Por ello afirmamos que no sólo los trabajadores no han perdido centralidad y sustancialidad histórico-política sino que se ha vigorizado y la sociedad del capital es hoy sociedad del trabajo asalariado como su contraparte. ¿Cómo sería posible aceptar que en el momento en que más se expande el trabajo asalariado al ritmo de la expansión del capital en multiplicidad de ramas antes fuera de su alcance, en que cada vez más es evidente su carácter de clase socialmente dominante, esté desapareciendo porque habría un predominio del trabajo “inmaterial”? Como se puede apreciar esto es un error en la comprensión de los cambios capitalistas y en la ubicación exacta de la clase en la producción pero también en la política. Esto, se traduce políticamente en que se quita el sujeto portador del cambio revolucionario y que se deserta de la revolución y del socialismo.

Y esto es exactamente lo que expone y defiende Toni Negri en su obra “Imperio”. En reemplazo de la clase social ha dado con un hallazgo: los trabajadores asalariados habrían sido reemplazados por “la” multitud “De hecho, desde la perspectiva de una sociología del trabajo renovada, los trabajadores se presentan cada vez más como portadores de capacidades inmateriales de producción. Se reapropian de los instrumentos/herramientas de trabajo. En el trabajo inmaterial productivo, este instrumento es el cerebro (y en este sentido, la dialéctica hegeliana herramienta está finalizada). Esta singular capacidad del trabajo constituye a los trabajadores en multitud más que en clase”

Cuando el materialismo marxista avanzó en el análisis de la sociedad burguesa haciendo ver que las luchas no eran “pueblo” contra “Monarquía” o “Estado feudal” sino entre sujetos sociales actuantes como clases (proletariado, burguesía, pequeña burguesía, terratenientes, etc.), que aquél concepto de carácter unitario ocultaba en realidad hombres e intereses determinados en las relaciones de producción de una manera objetiva y antagónica, suministró una poderosa herramienta analítica. Pues bien ahora se nos propone retroceder aún a etapas “pre-pueblo” si se nos permite esta forma de expresión. ¿Qué es “la” multitud?, pues no otra cosa que “una multiplicidad de singularidades, ya mezcladas, capaces de trabajo inmaterial e intelectual, con un enorme poder de libertad”. (T. Negri, “Entrevista de Danilo Zolo”, Revista italiana Da Reset”, octubre 2002, pp. 12, 13, 19). En lugar de un avance se expone una noción vulgar “multitud” que respecto del vocablo “pueblo” tiene la característica de ser un retroceso analítico y una abjuración del materialismo marxista ya que éste exige el análisis concreto desde las luchas de clases y no desde una “sociología del trabajo”.

Respecto del último punto diremos brevemente que los acontecimientos políticos en América lo que están mostrando es una dura confrontación entre las políticas, los programas y los objetivos de partidos y organizaciones pequeño-burguesas y las que sostienen los trabajadores que vienen de décadas de persecución, tortura, muerte y decapitación de sus instituciones, sindicales y políticas. Están sosteniendo esto últimos un camino de enfrentamiento con aquellas clases y dentro de ellas mismas, necesitadas de un doble esfuerzo: el de pelear los liderazgos socio-políticos y el de depurar sus propias estructuras (Bolivia, Ecuador, Nicaragua, Venezuela, son sus ejemplos). Por lo demás las fuerzas políticas que se inspiran y respaldan en el materialismo marxista como su concepción ideológica deberán tener siempre presente que el socialismo marxista es sólo una de las fuerzas en lucha y deben preparar y educar sus estructuras para compartir con otras fuerzas provenientes de otras ideologías y de otras experiencias el combate permanente contra el sistema

Asi, pues, no podemos sino concluir este parágrafo señalando que:


1) La actualidad del socialismo es una realidad objetiva y preeminente del conflicto de clases mundial
2) Los trabajadores asalariados constituyen la clase sobre la que ha recaído la responsabilidad de los cambios revolucionarios en la sociedad burguesa.
3) Los trabajadores asalariados constituyen la clase socialmente dominante de la realidad burguesa.
4) Los trabajadores deben ser – y en algunos casos ya lo son – la clase dirigente de los cambios revolucionarios y de la construcción socialista, en unión con otras clases y capas explotadas por el capital.
5) La burguesía es ya una clase completamente reaccionaria y que sus objetivos políticos y militares son la defensa a ultranza del statu-quo del imperialismo capitalista financiero.

Fernando Hugo Azcurra es economista. Realizó estudios de postgrado en Historia económica en la facultad de ciencias económicas de la Universidad Nac. de Buenos Aires (UBA) Se desempeñó como profesor en las facultades de Ciencias Económicas y de Filosofía y Letras de la UBA. En la actualidad se desempeña como profesor de Historia Económica en el CBC de la UBA. Ha sido profesor de macroeconomía de la Universidad del Salvador. Se desempeña como profesor de Historia Económica de la Universidad de Lomas de Zamora. Profesor de Economía I y Economía II de la Universidad de Luján. Ha dictado diversos cursos de postgrados. Actualmente está dictando un taller de postgrado sobre Marx y Sraffa en la Univ. De Luján.Es autor de "Democracia y proceso socialista en Argentina" (1985); "La nueva alianza burguesa en Argentina" (1987); Empresas del Estado y economía en Argentina" (1989); "Marx y la teoría subjetiva del valor" (1993); "Fundamentos de macroeconomía" (2003) y "Capital y excedente" en colaboración con Alejandro Fiorito (2005) y "Teoría macroeconómica" (2006).-

 

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