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Gonzalo Romero
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Se llama “Kid Nation” (Nación Infantil) y es un programa de televisión hecho en los Estados Unidos de Norteamérica, en el cual un grupo de niños queda aislado tras un supuesto accidente aéreo y, con la cosa de la supervivencia y sus afanes, muestren ante las cámaras sus instintos más básicos, envueltos a tal contexto. Estos niños son abandonados en un pueblo fantasma, rodeados de cámaras, para que nadie pierda detalle de las dentelladas propias que, ante tal situación, puedan darse los unos a los otros. ¡Cosas de los niveles de audiencia!

Quienes realizan y financian tal evento televisivo, ante las protestas de algunas gentes que aún les tiembla el pulso ante estas cosas, dicen que no hacen sino llevar a la pantalla un “remake” de El señor de las Moscas, de un tal William Golding, y que por qué se ponen así. El creador del programa, un tal Tom Forman, niega cualquier tipo de maltrato a los menores participantes del evento, porque los niños “están en buenas manos y bajo buen cuidado con procedimientos y estructuras seguras que compiten y superan a cualquier escuela o campamento en el país” y que existe un contrato de la cadena televisiva CBS con los papás y mamás de los niños actores, que dice así: “entiendo que el programa puede tener lugar en zonas peligrosas y puede exponer al menor a riesgos y condiciones que pueden provocar heridas graves, enfermedades o muerte, incluida la exposición a calor y frío extremos, delitos, inundaciones, colisiones, caídas o encuentros con animales salvajes”. Los papás y mamás asumen su plena responsabilidad si la grabación deja en los niños daños emocionales, enfermedades, dolencias de transmisión sexual, sida o embarazos... y además, los papás y las mamás se comprometen a no hablar sobre el programa durante los próximos cinco años y a pagar cinco millones de dólares a la CBS si rompen esa cláusula de confidencialidad...

El problema de todo esto se resume en que a los que aún les tiembla el pulso emocional, ético, personal y humano cuando suceden estas cosas es que no entienden bien el concepto de “competitividad” que se acuna en el lecho de la democracia liberal y de mercado. La mano que mece esta cuna ha suscrito un contrato. Un contrato que es un pacto de sangre que, una vez firmado, te obliga. Un Antiguo Testamento, un altar de sacrificios, donde un dios, llamado MERCADO, amenaza siempre con clavar la daga en el corazón de tus hijos. Sólo que, a diferencia de aquel Testamento añejo que los judíos llaman Toráh, este dios perverso atraviesa el corazón y la razón y el sentimiento de nuestros propios hijos, asesinados por sus propios papis modernos. Sólo hace falta, para que sea legal, una buena escuela, a ser posible privada y que, al cabo de un buen aprendizaje, suscribas, tragándote tu asco, este contrato.


Gonzalo Romero es profesor de la Universidad de Alcalá de Henares y miembro de la Asociación Cultural Candela, Madrid.

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